a la muerte vida. {oneshot.

Al principio, tratan de no parecer lo bastante asustados. Luego, cuando la oscuridad  los envuelve a todos en un manto húmedo y al momento en que uno por uno empiezan a perderse en el gran espacio vacío, la realidad sobre no tener idea de en dónde se encuentran, los golpea a todos.
A 342 le parece que todo lo que llevan recorriendo ha durado más de lo que pueda contarse. Trata de que el cansancio no se apodere de él, pero el panorama es tan oscuro y siniestro que piensa que incluso los primeros mil que guían la gran y desordenada ola de sus hermanos ni siquiera saben hacia dónde se dirigen.
342, que siempre ha sido el más lento y cobarde de los 250 millones, se sacude lo más brusco y rápido que puede permitirse para no despegarse del enorme grupo. Sabe que su muerte es inevitable, pero trata de mantener un poco la confianza ya que él es el único que tiene esa mueca de frustración y los demás parecen tan ajenos al peligro.
Cuando siente que 1,343 se le une y empieza a moverse junto a él, 342 se asusta. Sus hermanos nunca parecían prestarle atención porque a 342 le abruma la multitud.
-¿Por qué la cara larga? –Se burló 1,343, la más risueña y graciosa de sus hermanos-. ¿No te emociona la aventura?
Sólo a ella se le ocurriría que encontrarse completamente perdidos en un lugar donde incluso costaba verse los unos a los otros y en donde de a poco uno por uno morían, era algo emocionante.
Según 342, 1,343 tampoco le agradaba a ninguno del resto de sus hermanos; era bastante ruda y sarcástica cuando se trataba de hacer reír a los demás o gastarles bromas. A nadie le parecían divertidas.
Pero al menos ya no se encontraba solo y se enfocó en que la presencia calurosa e inesperadamente graciosa en la que 1,343 lo envolvía era necesaria para que 342 no entrara en pánico.
100 millones de hermanitos muertos después, 342 decidió apegarse junto con 1,343 al grupo que menos integrantes perdía.
342 pensaba que lo más responsable que pudieron haber hecho todos en esa situación de no saberse en dónde estaban, era mantenerse juntos y cuidarse los unos a los otros, sin separarse. Y en la opinión de 342, la orden de 1 de juntarse en pequeños grupos para sobrevivir con más facilidad, era sólo una manera para alejar a los más débiles de los que más probabilidades tenían de encontrar una escapatoria.
-¿Y si al final del camino nos encontramos con un…? –Cuando 1,343 se aburría empezaba una ronda de preguntas sin respuestas para 342, el cual se limitaba mirarla extrañado.
Pero esta vez, en todo el camino que llevaban recorriendo, 1,343 no pudo pasar a su segunda pregunta sin sentido porque el grupo entero entró en una zona ahuecada y de ambiente rosado que si bien no era el más claro y ni siquiera se podía definir bien qué era, ya no era el espacio negro y vacío en donde habían estado dando vueltas en círculos hace un rato.
1,343 se aferró a 342 como si él, que había estado todo el incierto y peligroso viaje a través de la oscuridad temblando y deseando morirse de una vez, pudiera protegerla de lo que sea que empezaba a descender del cielo de la cueva inundada en la que estaban. La esfera rosácea estaba inmóvil. No vibraba ni se movía de un lado a otros como 342 y sus hermanos. Se limitaba a descender por alguna fuerza desde el tope hasta justo la mitad de la cavidad.
342 hubiera preferido mantenerse alejado de ese ente extraño y esperar a que se desvaneciera. Pero cuando la completa lluvia de sus hermanos se le encaramó al objeto delicado y pálido intentando destruirlo (o adentrarse en él, 342 no puede estar seguro), 1,343 tiró de él y de un momento a otro ambos estaban sobre la esfera voluminosa.
-¡No tengo idea de qué diablos hacemos! –Le gritó 1,343 radiante-. Pero al parecer con ellos todo es una competencia.
Y violentamente se tiró contra el objeto, que no daba su brazo a torcer para los otros 2 millones que también estaban pegándose contra él.
342 no se movía ni se golpeaba contra nada. Se limitaba a mirar confundido, avergonzado y aterrado cómo 1,343 parecía jugar, de lo más distraída y contenta, con la enorme bola inerte.
342 empezó a alejarse, moviéndose hacia atrás sin dejar de mirar a todos intentar adentrarse o apartar del camino a la esfera. Observó cómo miles de los suyos, después de apabullarse feroces contra el objeto, dejaban de moverse de un momento a otro y empezaban a caer con lentitud hasta donde la luz rosa no iluminaba más; muertos.
El sonido de terror que 342 dejó escapar lo asustó todavía más que el hecho de que sus hermanos se estaban matando en un intento de supervivencia.
Lo suficientemente apartado como estaba, se le hizo más fácil de a poco a poco empezar a contar la familia que le quedaba. ¿Eran ya sólo un millón o quizás un grupo muy grande de miles? 342 ni siquiera estaba muy seguro de saber contar. Mucho menos con todos moviéndose a una velocidad que le parecía imposible.
Observó con angustia y terror cómo 1,343 intentaba adentrarse y 342, que jamás estaba realmente seguro de nada, empezó a zarandearse hasta su hermana y poniendo toda la confianza y esperanzas que le quedaban en la esfera pálida, empujó a 1,343 en un intento de adentrarla, de hacerla quedar dentro de la esfera para que ella misma buscara su salida. Para salvarla.
Pronto, cuando la cabeza de 1,343 logró hundirse en el objeto, amortiguando su carcajada triunfal, 342 notó que inmediatamente uno por uno de sus restantes hermanos, dejaban de moverse y resbalaban precipitándose hacia el fondo oscuro de la cavidad.
342 se quedó viendo hasta el último de todos desaparecer en la oscuridad, todo él sorprendido y asustado y estresado con todavía media 1,343 fuera del círculo rosa. Sin pensarlo de nuevo o irse hacia abajo abatido él también, acumuló todas sus energías y se abalanzó sobre 1,343 que, de sopetón, entró por completo en la esfera ahora brillante y roja.
No tiene idea de lo que es tiempo, ni horas, ni sobre cuánto pasó viendo a 1,343 dentro del círculo de color fuerte. 342 sólo sabe que tuvo que durar mucho para comenzar a diferenciar que de a poco 1,343 cambiaba. De alguna manera crecía y su sonrisa permanente se borraba para convertiste en una mueca tierna y seria. Que todo lo que alguna vez había sido empezaba a alargarse y a ancharse. Tuvo que durar mucho para que 342, desde el hueco de la cueva en donde observaba a 1,343 convertirse en algo todavía más raro que la esfera rosa y pálida, de pronto se diera cuenta que 1,343 empezaba a bajar cada vez más. Descendía hacia la parte oscura en donde 342 no se atrevía a explorar. Hasta que, de repente y en un descuido, 1,343 se precipitó con rapidez y fuerza hasta el fondo oscuro y 342, entre gritos asustados, la perdió por fin.
El hombre de la corbata negra, de camisa negra, zapatos negros y el saco blanco, decidió dar un par de vueltas alrededor de la camilla antes de dar la noticia.
-Primero, está embarazada –decidió soltarlo sin rodeos, y antes de que la mujer pudiera protestar, agregó-: Segundo, el bebé que viene no es… no es sano, señora.
La mujer tomó de la mano a su hija adolescente, que llevaba una gorra verde y una mueca de aburrimiento.
-No puedo estar embarazada –susurró la mujer-. No he tenido ningún tipo de relación…
El doctor asintió irrelevante, sin prestar demasiada atención.
-El verdadero problema aquí es el bebé –dijo serio y tratando de elegir las palabras correctas y comprensibles-. No es normal y suponemos que no alcanzará a vivir más tiempo después del parto.
-¿Por qué? ¿Qué tiene? –Sollozó levemente la madre, olvidándose por un momento que el hecho de estar embarazada era imposible.
El doctor miró hacia la hija de la mujer por un momento. La niña levantó las cejas insolente.
-Sus células son… -habló el hombre con una mirada confundida y tratando de explicarse con sus manos-… viejas. Desgastadas. Como si hubieran estado… vivas antes de la fecundación.
La hija dejó escapar una carcajada que fue levemente debilitada por su mano contra la boca pintada de azul chicle.
Quizá fueron menos de nueve meses cuando la mujer de la enorme panza entró a la sala de urgencias entre gemidos y contracciones dolorosas.
Quizá la niña de dieciséis años que estaba sentada balanceando sus zapatos altos, demasiado grandes, de un lado a otro en la sala de espera, no estaba realmente contenta de ser hermana mayor de tan sólo un día. Aunque, si lo pensaba detenidamente, si el bebé se moría como el doctor y todo el mundo había predicho, sería mejor. Siempre habían sido ella y su mamá. Toda la vida.
Quizá habían pasado más de dos horas cuando una enfermera muy agitada salió de uno de los cuartos y se paró delante de la adolescente.
–Tu madre insiste en que lo veas.
Ni siquiera trató de ocultar su mueca de desagrado, y cuando el traqueteo de sus zapatos se detuvo frente la camilla de su madre, que cargaba al bebé extrañamente callado y con una mirada de consternación en el rostro, sintió la necesidad de sostenerlo en brazos.
Cuando la hermana mayor lo sostuvo en brazos y lo pegó ansiosamente a su cuerpo, acunándolo, 342 no necesitó comprobar que la sonrisa de repente demasiado grande y los ojos y el abrazo, pertenecían a 1,343. Ambos supieron quién era el otro.
Y que esa voz ronca, graciosa y a veces muy lejana que 342 había oído tantas veces cuando se encontraba en la cueva oscura y siempre fría, también pertenecía a ella. Esa voz que de un momento a otro había llevado a 342 a impedirle a su miedo ser más parte de él, a adentrarse a una de las esferas rosas que cada cierto tiempo aparecían y que, de una manera u otra, lo guiaron hasta la sonrisa cálida de 1,343. A morirse entre sus brazos.