Dos Finales Felices.

La verdad me golpea directamente en el rostro, observo a la mujer en frente mío, paso la mirada de su vientre a su rostro.
Seré padre.
Si estaba preparado o no, ya no importa, lo único que importa es que lo seré, o ya lo soy si entramos al caso.
Toda mi vida pasa por mis ojos, lo que hice y lo que no hice, lo que pensé en hacer más adelante, ahora tengo que pensar en una personita más.
Miles de emociones me golpean de frente, no sé cómo reaccionar, no sé qué hacer, no sé qué pensar, y ese n este preciso momento, que me doy cuenta, que en realidad no sé nada.

Cabello rojo baila con el viento, en mis labios empieza a aparecer una sonrisa cuando me obstaculiza la vista, la acerco lo más que puedo, la sensación de dicha empieza a nacer con un cosquilleo desde mi pecho.
– Cuando tengamos nuestra casa, quisiera que fuera central, para poder estar cerca de todo – voltea su rostro, para poder verme, y me quedo callado al ver sus ojos esmeraldas.
–  Lo que tú quieras amor – respondo, toco su cabello y trato de acomodarlo.
– Y la harías tú, ¿cierto?
– Tú solo organízalo y yo hare tus sueños realidad – murmuro con mis labios en su coronilla.
– Te amo – le da un apretón a mi mano en su cintura – ¿Lo sabes no?
– Yo también te amo, cariño – beso su coronilla y acomodo mi mejilla en esta.
 Nos quedamos un rato más en esta posición hasta que llega la hora de volver a casa.
Una mano grande y tatuada pasa por el frente de mi rostro, haciendo que salga de mi ensoñación.
– ED, hombre – alzo la mirada para ver cómo pasa su mano por su cabello rubio.
– ¿Qué quieres Efren? – ríe sin gracia y pone sus manos en su cadera.
– Que me pongas atención, joder – lanza su cuerpo con fuerza hacia el sofá de una plaza, que se encuentra a mi lado – Deja de parecer un maricón de mierda y reacciona a lo que te digo.
– ¿Qué me estás diciendo? – pregunto tomando un sorbo de mi refresco.
– No sé qué hacer con María – sube sus pies a la mesita del centro – Es tan terca.
– ¿Quién es María?
– No me jodas hermano – se endereza de un salto queda a centímetro de mi rostro – Te he estado hablando de la jodida María desde que llegaste, joder, para eso era por lo que te necesitaba aquí – empieza a caminar de un lado a otro en la sala – Eres el puto rey en entender a las mujeres, necesito algo de ayuda aquí.
– Lamento no haber estado atento.
– ¿En qué jodidos pensabas hace un momento?
– En June – respondo sin remordimientos.
– ¿Qué mierdas hacías pensando en esa víbora sin corazón?
– No la llames así.
– Yo no tengo la jodida culpa, de que sea una perra.
Suspiro cansado de esto y camino a la cocina por otro refresco.
– Efren, me estabas contando de una tal María – le digo pasando por su lado y tomando mi chaqueta.
– Eres un hijo de puta – murmura siguiendo mis acciones.
– Tenemos la misma Madre – abro la puerta de su apartamento y comienzo a caminar hacia el ascensor al final de pasillo.
– Lo lamento mamá – murmura al techo – No te salvaras tan fácil y rápido de este tema, pero es verdad María es una perra con suerte al tenerme tras ella, el problema es que no me toma enserio.
– ¿Te metiste a la cama con ella?
– ¡Claro que sí! – abre sus manos al cielo – Y fue una experiencia muy gratificante.
–  Pues ahí está tu respuesta – salimos del edificio de apartamentos y nos empezamos a desplazar por la calle hacia mi apartamento – ¿No has pensado que ella solo te ha utilizado por sexo?
Arruga su entrecejo y unos minutos después, su rostro se llena de incredulidad, de mis labios brota una carcajada.
– Esa maldita perra engañadora – comenta indignado – Solo se ha burlado de mí – rio con más fuerza – No te rías maldito traidor.
Caminamos el largo camino a mi apartamento, escucho toda su charla de como las mujeres son unas “perras insensibles” – palabras de Efren no mías – y como utilizan a los hombres como juguetes.
Desde pequeño siempre me habían inculcado apoyar a mis hermanos menores, y era lo que la mayoría de las veces trataba de hacer, aunque Efren – el menor – siempre tendría un problema en la espalda, Eleazar – el del medio – era más tranquilo, pero aun así algunas veces me llamaba para que arreglara algún que otro problema.
Subimos el ascensor con la voz de Efren a tope, mis ojos se achinan de tanto reírme, caminamos por el pasillo.
Mis pies se quedan pegados al piso al ver quien está en frente de mi puerta, June, la mujer que amaba en todo el trascurso de la Universidad, la mujer con la que planeaba un futuro, la mujer que me dejo por razones que no comprendo, la mujer que se fue sin ninguna explicación.
– ¿Qué haces aquí perra insensible? – pregunta Efren parándose con la espalda recta.
– Hola Edmund – murmura con una pequeña sonrisa en su rostro.
La estudio minuciosamente, su cabello rojo está más corto que hace tres años, sus ojos más oscuros y sus rasgos en general parecen más cansados.
– Hola June – trato de sonreír.
– ¿Qué haces aquí? – vuelve a preguntar Efren.
– No tengo porque darte explicaciones a ti, Efren – su postura cambia completamente.
– Pues a ED, tampoco así que lárgate.
– ¿Qué haces aquí, June? – pregunto ignorando a Efren.
Ella se hace un lado y es cuando me fijo que hay dos niños sentados en el suelo, en frente de mi puerta, dibujando en algunas hojas.
– Son tuyos.
– ¿QUÉ? – grita Efren.
Puedo asegurar que mi rostro está más sorprendido que el de él.
– Quiero darte la custodia completa sobre ellos, no quiero que estén conmigo.