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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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All you need is love.
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Re: All you need is love.
Muchas gracias por el comentario Zoe
Y estoy escribiendo chicas, I promise, voy lenta porque esta semana casi no he estado en casa, así que... ¡Pero subiré! Para compensar la tardanza, dejo un pequeño adelanto
Y estoy escribiendo chicas, I promise, voy lenta porque esta semana casi no he estado en casa, así que... ¡Pero subiré! Para compensar la tardanza, dejo un pequeño adelanto
—Odio a ese engendro —matizó Gideon restregándose los ojos, debido a la alergia, con la manga del jersey negro que se había puesto.
—¿Qué posibilidades hay de que nuestros padres nos maten si Créme Brûlée desaparece mientras no están? —conjeturó Charlie, mirando con los labios fruncidos su desayuno aplastado y peludo.
—No vamos a matar al gato —objetó Gideon, agarrando el plato para ir a tirar los restos a la basura. Mientras tanto, Charlie se sentó en la superficie de la barra del desayuno, dando un sorbo a su café, todavía caliente.
—No hablaba de asesinato —explicó, poniendo los ojos en blanco—. Solo hipotetizaba su desaparición. Ya sabes lo despistados que somos, quién dice que no se nos quedará la ventana abierta y dejemos olvidado un enorme trozo de queso en el alféizar en un día ventoso.
Gideon suspiró con fuerza, a veces le asustaba la inventiva conspirativa de su hermana.
—Entonces regresará con sus seis vidas restantes y hará de la única que tenemos nosotros un infierno.+++
Solían entretenerse juntos durante las firmas de libros. Max incluso había dejado, en diversas ocasiones, que Clara hiciera coletas con sus indomables rizos morenos. Todavía recordaba con exactitud el momento en el que Clara decidió que serían amigos.
—He decidido que tú y yo vamos a ser amigos para siempre jamás.
Había anunciado una diminuta Clara de cuatro años, sentada en el suelo del auditorio en el que tendría lugar la firma de libros de aquel día. Llevaba dos coletas altas diminutas y un vestido azul de Los Teleñecos. Max se sacó el dedo de la boca para responder.
—Mi tío dice que los niños y las niñas mayores no pueden ser amigos.
Por aquel entonces, Max no entendía nada de lo que su tío Danny le decía. Aquello tampoco cambió con el tiempo, el tío Danny era difícil de entender.
Clara se llevó el dedo a la sien, para demostrar que estaba pensando.
—Entonces cuando seamos mayores nos casaremos.
Max ya sabía que llevarle la contraria a Clara Kauffman era una idea terrible. Pero no puedo evitar arrugar la nariz con aprensión.
—Yo no voy a casarme nunca.
—Cambiarás de idea —afirmó la pequeña Clara—. Ahora vamos a jugar con mi Action Man. Tú serás Barbie.
—Jo, siempre me toca ser Barbie.
Clara no se equivocó al decir que Max cambiaría de opinión. A medida que fueron creciendo, dejó de ser su compañera de juegos, la niña que le defendía en el patio de los mayores. Pronto, pasó a ser la adolescente que le sacaba la lengua en clase cuando el profesor se daba la vuelta, quien le enviaba notas de protesta firmadas con corazones. Era la chica que de madrugada lo visitaba a hurtadillas para compartir sus sueños y quejarse de las cosas que aborrecía. Era su mejor amiga, pero también era la chica de la que llevaba enamorado casi toda la vida.
indigo.
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Re: All you need is love.
- Leer, porfi:
- Holaaa Perdón por la tardanza, pero llevo un mes frustrada con este capítulo.
El caso es que tenía todo planeado pero a la hora de escribir no me salía. Escribí la mayoría de las partes sin inspiración, lo que ha influido en que no quede como yo quería. Pero era un sinsentido alargar esto más. Espero que a vosotras sí os guste y que disfrutéis, perdón si hay alguna incoherencia, horror ortográfico o palabras mal escritas, pero no lo corregí mucho. Un beso a todas Sigue Gino Filipino
Capítulo 01, parte 01.
Mi historia no tuvo un comienzo épico. No hubo dragones, ni brujas ni magia involucrados. Sólo era una chica. Así es la cosa: todos somos sólo algo… hasta que llega alguien y le da sentido a este desastre...
Charlie despertó prematuramente, cuando el ruido de West Village dormitaba aún y el amanecer acababa de abrir los ojos. El frío matinal traspasaba el cristal de la ventana, bañando el espacio de un intenso frío. Dejó caer el brazo de la cama y con la mano palpó el suelo —también gélido— en busca de alguna sudadera, de esas que vivían en las montañas de ropa que inundaban su habitación.
Tiró de la que parecía una y medio tumbada medio incorporada se la pasó por encima de la cabeza. Tenía la cabeza embotada y le picaban los ojos; pero no había rastro del sueño. Desde que sus padres se habían marchado de viaje a Charlie le costaba horrores conciliar el sueño. Se levantó de la cama dando saltos por los azulejos hasta que sus pies calientes se acostumbraron a la temperatura. Emprendió rumbo al cuarto de su hermano, en la otra punta del largo pasillo.
Lo encontró cruzado en diagonal sobre su cama, con la boca entreabierta y totalmente destapado. Envidiaba su capacidad para dormir doce horas seguidas. Sin estimaciones, saltó sobre la cama.
—Gideon. —Lo llamó, clavándole el dedo índice en la mejilla. Toda respuesta que obtuvo fue un leve ronquido. Volvió a clavarle el dedo, esta vez con más empeño—. Bello Durmiente…
Nada. Resopló frustrada. Se levantó para subir la persiana, con la esperanza de que la luz le hiciera reaccionar. Pero todavía estaba demasiado oscuro, las luces del amanecer se tomaban su tiempo. Regresó a la cama, pero esta vez se tiró sobre él, obteniendo un gruñido de su parte.
—Me ha llamado Paul McCartney y quiere llevarte de gira con él —dijo en el oído de Gideon, consciente de cuanto le molestaba y de las cosquillas que le provocaba.
—¿Y no quiere llevarse a la pesada de mi hermana pequeña mejor? —gruñó con la voz llena de sueño.
Se revolvió para sacársela de la espalda. Charlie se chocó contra el cabecero de la cama. Quedó tendida sobre el colchón boca arriba, con las extremidades extendidas.
—Jopé —sollozó.
Gideon se tapó la cabeza con la almohada. Era todo un ejercicio de fuerza de voluntad despertarle cada mañana, pero Charlie presentía que ese día sería aún más difícil. La noche anterior, aprovechando que no abrían el karaoke, Gideon había invitado a unos amigos de la universidad y se habían quedado despiertos hasta horas intempestivas.
—¿Me haces tortitas? —le pidió Charlie.
Gruñido.
—Con chocolate y nata, por favor.
Su hermano sacó la cabeza de las profundidades de la almohada, con un ojo abierto y el otro cerrado, le envió su mirada más furibunda. Charlie sacó a relucir su lengua viperina, a lo que Gideon levantó el brazo y dejó caer la mano abierta sobre la cara de la chica, apretándola contra el colchón.
—¡Deja de maltratarme! —exclamó, mordiéndole un dedo.
—Mejor te mato…
—… y así puedes dormir sin que te moleste —acotó Charlie, sentándose—. Que sepas que sin mí nunca llegarías a tiempo a clase y te aburrirías mucho, muchísimo.
Tras varias semanas de ausencia paternal, era todo un milagro que los hermanos Brown no hubiesen reducido la casa a escombros. Aunque en teoría eran los suficientemente mayores para sobrevivir por su cuenta, en la práctica era como observar a dos niños pequeños en un campo plagado de minas. Sus peleas tenían complejo de aleteo de mariposa, con la capacidad de crear un terremoto al otro lado del mundo. Sus padres los llamaban constantemente para comprobar que Charlie y Gideon seguían con vida, conscientes del peligro que podían suponer los chicos.
—Gracias por recordarme que tengo clase, eres de gran ayuda —masculló Gideon, restregándose los ojos.
—Para eso estamos. Ahora mueve el culo y hazme tortitas.
Salió de la habitación como un torbellino para ir a la ducha.
Para cuando Charlie terminó de abrocharse las zapatillas la luz ya entraba a raudales por la ventana de su dormitorio. El despertador la avisó de que tenía dos horas escasas para llegar a su clase de chelo en el conservatorio. Debido al regalo de su padre y tío Paul, se había visto en la obligación de renunciar a la mayoría de sus clases de aquel año. Su formación básica había terminado hacía dos años, pero desde los dieciocho Charlie acudía a cursos intensivos de canto, chelo y piano. Todavía no se sentía capacitada para probar suerte en el ámbito laboral, consciente de que lo tendría difícil, por muy bien formada que estuviese. Así que por el momento, se contentaba con subir de cuando en cuando al escenario del Magical Mystery Tour.
Maniobrando con la funda del chelo, la chaqueta, la bufanda y sus torpes pies, se marchó a la cocina con la esperanza de que las tortitas la estuvieran esperando allí. Su estómago pedía a gritos algo dulce y poco saludable, así como el primer tanque de café del día.
La cocina era de concepto abierto, separada del salón solamente por una larga barra de desayuno de ladrillo rojizo. El olor de las tortitas y el café recién hecho inundó sus fosas nasales, tiró sus pertenencias al suelo y se precipitó hacia la barra. Una torre de tortitas, bañadas en sirope de chocolate aguardaban para morir en su boca. Gideon incluso había dibujado una cara sonriente con nata en la tortita que presidía la montaña. Sonrió por el detalle. Charlie se acercó a la isla de los fuegos para sacar del cajón unos cubiertos, cuando se dio la vuelta, poco le faltó para proferir un grito de guerra.
Sobre sus tortitas, estaba sentada la reencarnación gatuna del demonio; Créme Brûlée. Un gato persa de color crema que se dedicaba a torturar a los hermanos Brown desde que llegó a la vivienda cinco años atrás. Se escondía debajo de la mesa de café y les lanzaba zarpazos cada vez que se sentaban en el sofá, tiraba cosas preciadas para ellos desde alturas vertiginosas, aparecía en el pasillo a mitad de la noche para espantarlos y muy a menudo saltaba sobre ellos para arañarles las piernas. Charlie y Gideon sabían que su maldad era algo personal porque con el resto del universo era el gato más cariñoso, educado y adorable del mundo.
—¡Bola de pelo asquerosa, fuera de mis tortitas! —chilló Charlie lanzándole el tenedor a la cara, pues no se atrevía a acercarse a él. Créme esquivó el proyectil tumbándose sobre las tortitas, cada vez más aplastadas y llenas de pelos—. ¡Larg…!
Charlie comenzó a estornudar con intensidad. Porque para colmo de males, el gato le daba alergia. Ya no recordaba un día en el que no tuviera los ojos rojos y la nariz moqueándole cada dos por tres.
Frustrada, se quedó mirando al gato, con la esperanza de que se marchase. Justo entonces, Gideon apareció por el pasillo, con el pelo aun chorreándole por las sienes. Con sigilo se acercó al sofá para agarrar un cojín, sin apartar los ojos del gato. Alzó el brazo por encima de la cabeza y lanzó el cojín contra él, que describió una trayectoria circular hasta chocar contra su lomo erizado. Charlie se echó hacia atrás para no convertirse en el próximo objetivo del gato. Pero Créme, tras diferir un bufido de protesta salió corriendo de la sala principal para ir a esconderse al despacho de John, su lugar favorito del apartamento.
—Odio a ese engendro —matizó Gideon restregándose los ojos, debido a la alergia, con la manga del jersey negro que se había puesto.
—¿Qué posibilidades hay de que nuestros padres nos maten si Créme Brûlée desaparece mientras no están? —conjeturó Charlie, mirando con los labios fruncidos su desayuno aplastado y peludo.
—No vamos a matar al gato —objetó Gideon, agarrando el plato para ir a tirar los restos a la basura. Mientras tanto, Charlie se sentó en la superficie de la barra del desayuno, dando un sorbo a su café, todavía caliente.
—No hablaba de asesinato —explicó, poniendo los ojos en blanco—. Solo hipotetizaba su desaparición. Ya sabes lo despistados que somos, quién dice que no se nos quedará la ventana abierta y dejemos olvidado un enorme trozo de queso en el alféizar en un día ventoso.
Gideon suspiró con fuerza, a veces le asustaba la inventiva conspirativa de su hermana.
—Entonces regresará con sus seis vidas restantes y hará de la única que tenemos nosotros un infierno.
Abrió el microondas y extrajo un nuevo plato con tortitas todavía humeantes. Agarró dos tenedores y se llenó una taza de café antes de ir a sentarse a un taburete al lado de Charlie: le tendió uno de los tenedores.
—Qué precavido eres —dijo sonriendo, a punto de clavar el tenedor en una tortita.
—Siéntate en la silla. —La ordenó.
Por respuesta, Charlie se acomodó más sobre la encimera.
—Una de las ventajas de que papá y mamá no estén, es que puedo hacer lo que me dé la gana.
Gideon le pellizcó la rodilla al tiempo se llevaba la taza a los labios.
—Pero sigo siendo el mayor.
—Desde luego no por madurez… —masculló, frotándose allí donde le había estirado la piel.
Terminaron el desayuno en silencio, a continuación Charlie rescató sus cosas del suelo y se fue a la entrada para marcharse a clase de una vez por todas.
—¿Irás luego al karaoke? —preguntó Gideon, interceptándola en la puerta.
El lunes era el día libre de Charlie, pero las noches las pasaba igualmente en el karaoke. La mayoría de sus amigos trabajaban en él y estaba tan acostumbrada a estar allí que se le hacía difícil encontrar otras cosas que hacer. Sobre todo ahora, que parte de la responsabilidad de su funcionamiento recaía en sus hombros.
Al principio le había aterrado tanta responsabilidad, pero tras el terrorífico proceso de adaptación comenzaba a disfrutar. Ahora entendía a su padre y Paul, la devoción absoluta que le profesaban al karaoke, su duro trabajo, las escasas horas de sueños que se permitían… El Magical Mystery Tour no era un simple local de moda, era un pequeño censo de sueños y de historias de las que Charlie agradecía ser espectadora.
—Nos vemos esta noche —afirmó, recogiendo el casco de su moto del banco en el que dejaban los zapatos—. Intenta sobrevivir en mi ausencia.
Los lunes eran los días más estresantes para Gideon, pues casi no le quedaba tiempo para tomar aire. Después de estar en el karaoke toda la mañana, ultimando los detalles de la semana junto con Ziara y Xavier, debía irse a clase durante toda la tarde para después regresar de nuevo al local.
—Me cuesta más hacerlo con tu presencia —bromeó apartándose el pelo de la cara.
La chica extendió los brazos tanto como el peso del chelo y es casco se lo permitieron. Gideon se acercó y le regaló un abrazo asesino que hizo crujir todos los huesos de Charlie. Se lo devolvió con la misma fuerza. Cuando se soltaron, ambos tardaron unos minutos en respirar con normalidad. Pero así eran sus abrazos, se demostraban afecto con la misma intensidad con la que peleaban.
Gideon le abrió la puerta y se precipitó por ella. Como todos los días, sin cambios, sin contratiempos. Salvo porque ese día, todo sería diferente.
Charlie despertó prematuramente, cuando el ruido de West Village dormitaba aún y el amanecer acababa de abrir los ojos. El frío matinal traspasaba el cristal de la ventana, bañando el espacio de un intenso frío. Dejó caer el brazo de la cama y con la mano palpó el suelo —también gélido— en busca de alguna sudadera, de esas que vivían en las montañas de ropa que inundaban su habitación.
Tiró de la que parecía una y medio tumbada medio incorporada se la pasó por encima de la cabeza. Tenía la cabeza embotada y le picaban los ojos; pero no había rastro del sueño. Desde que sus padres se habían marchado de viaje a Charlie le costaba horrores conciliar el sueño. Se levantó de la cama dando saltos por los azulejos hasta que sus pies calientes se acostumbraron a la temperatura. Emprendió rumbo al cuarto de su hermano, en la otra punta del largo pasillo.
Lo encontró cruzado en diagonal sobre su cama, con la boca entreabierta y totalmente destapado. Envidiaba su capacidad para dormir doce horas seguidas. Sin estimaciones, saltó sobre la cama.
—Gideon. —Lo llamó, clavándole el dedo índice en la mejilla. Toda respuesta que obtuvo fue un leve ronquido. Volvió a clavarle el dedo, esta vez con más empeño—. Bello Durmiente…
Nada. Resopló frustrada. Se levantó para subir la persiana, con la esperanza de que la luz le hiciera reaccionar. Pero todavía estaba demasiado oscuro, las luces del amanecer se tomaban su tiempo. Regresó a la cama, pero esta vez se tiró sobre él, obteniendo un gruñido de su parte.
—Me ha llamado Paul McCartney y quiere llevarte de gira con él —dijo en el oído de Gideon, consciente de cuanto le molestaba y de las cosquillas que le provocaba.
—¿Y no quiere llevarse a la pesada de mi hermana pequeña mejor? —gruñó con la voz llena de sueño.
Se revolvió para sacársela de la espalda. Charlie se chocó contra el cabecero de la cama. Quedó tendida sobre el colchón boca arriba, con las extremidades extendidas.
—Jopé —sollozó.
Gideon se tapó la cabeza con la almohada. Era todo un ejercicio de fuerza de voluntad despertarle cada mañana, pero Charlie presentía que ese día sería aún más difícil. La noche anterior, aprovechando que no abrían el karaoke, Gideon había invitado a unos amigos de la universidad y se habían quedado despiertos hasta horas intempestivas.
—¿Me haces tortitas? —le pidió Charlie.
Gruñido.
—Con chocolate y nata, por favor.
Su hermano sacó la cabeza de las profundidades de la almohada, con un ojo abierto y el otro cerrado, le envió su mirada más furibunda. Charlie sacó a relucir su lengua viperina, a lo que Gideon levantó el brazo y dejó caer la mano abierta sobre la cara de la chica, apretándola contra el colchón.
—¡Deja de maltratarme! —exclamó, mordiéndole un dedo.
—Mejor te mato…
—… y así puedes dormir sin que te moleste —acotó Charlie, sentándose—. Que sepas que sin mí nunca llegarías a tiempo a clase y te aburrirías mucho, muchísimo.
Tras varias semanas de ausencia paternal, era todo un milagro que los hermanos Brown no hubiesen reducido la casa a escombros. Aunque en teoría eran los suficientemente mayores para sobrevivir por su cuenta, en la práctica era como observar a dos niños pequeños en un campo plagado de minas. Sus peleas tenían complejo de aleteo de mariposa, con la capacidad de crear un terremoto al otro lado del mundo. Sus padres los llamaban constantemente para comprobar que Charlie y Gideon seguían con vida, conscientes del peligro que podían suponer los chicos.
—Gracias por recordarme que tengo clase, eres de gran ayuda —masculló Gideon, restregándose los ojos.
—Para eso estamos. Ahora mueve el culo y hazme tortitas.
Salió de la habitación como un torbellino para ir a la ducha.
Para cuando Charlie terminó de abrocharse las zapatillas la luz ya entraba a raudales por la ventana de su dormitorio. El despertador la avisó de que tenía dos horas escasas para llegar a su clase de chelo en el conservatorio. Debido al regalo de su padre y tío Paul, se había visto en la obligación de renunciar a la mayoría de sus clases de aquel año. Su formación básica había terminado hacía dos años, pero desde los dieciocho Charlie acudía a cursos intensivos de canto, chelo y piano. Todavía no se sentía capacitada para probar suerte en el ámbito laboral, consciente de que lo tendría difícil, por muy bien formada que estuviese. Así que por el momento, se contentaba con subir de cuando en cuando al escenario del Magical Mystery Tour.
Maniobrando con la funda del chelo, la chaqueta, la bufanda y sus torpes pies, se marchó a la cocina con la esperanza de que las tortitas la estuvieran esperando allí. Su estómago pedía a gritos algo dulce y poco saludable, así como el primer tanque de café del día.
La cocina era de concepto abierto, separada del salón solamente por una larga barra de desayuno de ladrillo rojizo. El olor de las tortitas y el café recién hecho inundó sus fosas nasales, tiró sus pertenencias al suelo y se precipitó hacia la barra. Una torre de tortitas, bañadas en sirope de chocolate aguardaban para morir en su boca. Gideon incluso había dibujado una cara sonriente con nata en la tortita que presidía la montaña. Sonrió por el detalle. Charlie se acercó a la isla de los fuegos para sacar del cajón unos cubiertos, cuando se dio la vuelta, poco le faltó para proferir un grito de guerra.
Sobre sus tortitas, estaba sentada la reencarnación gatuna del demonio; Créme Brûlée. Un gato persa de color crema que se dedicaba a torturar a los hermanos Brown desde que llegó a la vivienda cinco años atrás. Se escondía debajo de la mesa de café y les lanzaba zarpazos cada vez que se sentaban en el sofá, tiraba cosas preciadas para ellos desde alturas vertiginosas, aparecía en el pasillo a mitad de la noche para espantarlos y muy a menudo saltaba sobre ellos para arañarles las piernas. Charlie y Gideon sabían que su maldad era algo personal porque con el resto del universo era el gato más cariñoso, educado y adorable del mundo.
—¡Bola de pelo asquerosa, fuera de mis tortitas! —chilló Charlie lanzándole el tenedor a la cara, pues no se atrevía a acercarse a él. Créme esquivó el proyectil tumbándose sobre las tortitas, cada vez más aplastadas y llenas de pelos—. ¡Larg…!
Charlie comenzó a estornudar con intensidad. Porque para colmo de males, el gato le daba alergia. Ya no recordaba un día en el que no tuviera los ojos rojos y la nariz moqueándole cada dos por tres.
Frustrada, se quedó mirando al gato, con la esperanza de que se marchase. Justo entonces, Gideon apareció por el pasillo, con el pelo aun chorreándole por las sienes. Con sigilo se acercó al sofá para agarrar un cojín, sin apartar los ojos del gato. Alzó el brazo por encima de la cabeza y lanzó el cojín contra él, que describió una trayectoria circular hasta chocar contra su lomo erizado. Charlie se echó hacia atrás para no convertirse en el próximo objetivo del gato. Pero Créme, tras diferir un bufido de protesta salió corriendo de la sala principal para ir a esconderse al despacho de John, su lugar favorito del apartamento.
—Odio a ese engendro —matizó Gideon restregándose los ojos, debido a la alergia, con la manga del jersey negro que se había puesto.
—¿Qué posibilidades hay de que nuestros padres nos maten si Créme Brûlée desaparece mientras no están? —conjeturó Charlie, mirando con los labios fruncidos su desayuno aplastado y peludo.
—No vamos a matar al gato —objetó Gideon, agarrando el plato para ir a tirar los restos a la basura. Mientras tanto, Charlie se sentó en la superficie de la barra del desayuno, dando un sorbo a su café, todavía caliente.
—No hablaba de asesinato —explicó, poniendo los ojos en blanco—. Solo hipotetizaba su desaparición. Ya sabes lo despistados que somos, quién dice que no se nos quedará la ventana abierta y dejemos olvidado un enorme trozo de queso en el alféizar en un día ventoso.
Gideon suspiró con fuerza, a veces le asustaba la inventiva conspirativa de su hermana.
—Entonces regresará con sus seis vidas restantes y hará de la única que tenemos nosotros un infierno.
Abrió el microondas y extrajo un nuevo plato con tortitas todavía humeantes. Agarró dos tenedores y se llenó una taza de café antes de ir a sentarse a un taburete al lado de Charlie: le tendió uno de los tenedores.
—Qué precavido eres —dijo sonriendo, a punto de clavar el tenedor en una tortita.
—Siéntate en la silla. —La ordenó.
Por respuesta, Charlie se acomodó más sobre la encimera.
—Una de las ventajas de que papá y mamá no estén, es que puedo hacer lo que me dé la gana.
Gideon le pellizcó la rodilla al tiempo se llevaba la taza a los labios.
—Pero sigo siendo el mayor.
—Desde luego no por madurez… —masculló, frotándose allí donde le había estirado la piel.
Terminaron el desayuno en silencio, a continuación Charlie rescató sus cosas del suelo y se fue a la entrada para marcharse a clase de una vez por todas.
—¿Irás luego al karaoke? —preguntó Gideon, interceptándola en la puerta.
El lunes era el día libre de Charlie, pero las noches las pasaba igualmente en el karaoke. La mayoría de sus amigos trabajaban en él y estaba tan acostumbrada a estar allí que se le hacía difícil encontrar otras cosas que hacer. Sobre todo ahora, que parte de la responsabilidad de su funcionamiento recaía en sus hombros.
Al principio le había aterrado tanta responsabilidad, pero tras el terrorífico proceso de adaptación comenzaba a disfrutar. Ahora entendía a su padre y Paul, la devoción absoluta que le profesaban al karaoke, su duro trabajo, las escasas horas de sueños que se permitían… El Magical Mystery Tour no era un simple local de moda, era un pequeño censo de sueños y de historias de las que Charlie agradecía ser espectadora.
—Nos vemos esta noche —afirmó, recogiendo el casco de su moto del banco en el que dejaban los zapatos—. Intenta sobrevivir en mi ausencia.
Los lunes eran los días más estresantes para Gideon, pues casi no le quedaba tiempo para tomar aire. Después de estar en el karaoke toda la mañana, ultimando los detalles de la semana junto con Ziara y Xavier, debía irse a clase durante toda la tarde para después regresar de nuevo al local.
—Me cuesta más hacerlo con tu presencia —bromeó apartándose el pelo de la cara.
La chica extendió los brazos tanto como el peso del chelo y es casco se lo permitieron. Gideon se acercó y le regaló un abrazo asesino que hizo crujir todos los huesos de Charlie. Se lo devolvió con la misma fuerza. Cuando se soltaron, ambos tardaron unos minutos en respirar con normalidad. Pero así eran sus abrazos, se demostraban afecto con la misma intensidad con la que peleaban.
Gideon le abrió la puerta y se precipitó por ella. Como todos los días, sin cambios, sin contratiempos. Salvo porque ese día, todo sería diferente.
Kearn pulsó el botón de «Publicar» bajo los cáusticos ojos marrones de Jody.
—Te dije que estaría a tiempo —aseguró una vez más, satisfecho de sí mismo. Cruzó lo brazos por encima de la cabeza y se reclinó contra el respaldo de la silla.
—Por un margen de dos segundos —quiso recordarle Jody mirando la entrada que acababa de publicar Kearn en el blog del karaoke.
Kearn chascó la lengua, restando importancia al asunto, como de costumbre. A Jody le sacaba de quicio su arraigada costumbre por dejar los trabajos para el último momento. Ella era de las que tenían todo listo con dos días de antelación. Por eso era difícil trabajar conjuntamente con Kearn, sus maneras distaban entre ellas. Esa era la razón por la que se había quedado con él en Octopus Garden, el nombre que los dueños le habían dado a la sala destinada para que Kearn, junto con los fotógrafos, trabajasen. Necesitaba asegurarse de que la entrada con las fotos del concierto del último viernes estaban a tiempo.
Octopus Garden era una amplia sala rectangular, situada tras el escenario del karaoke. Había varias mesas con ordenadores repartidas sin orden por la superficie, una para cada uno de ellos. También tenían un pequeño espacio con sofás, una televisión de plasma que colgaba de la pared y una máquina expendedora.
—Tómatelo con más calma. —Kearn le dio unas palmaditas en el hombro.
Jody giró la vista hacia la pared, donde acababan de colgar el planificador del equipo técnico del karaoke para aquella semana. Hacía poco menos de una hora que había tenido lugar la reunión semanal del equipo, coordinados por Gideon. Entre todos, habían decidido que se centrarían en la emoción que provoca la música en el ser humano. Jody, junto con Arnold y Heath —los otros fotógrafos—, debían capturar a las personas antes y después de escuchar una canción. Además de pedir testimonios de vídeo en los que los clientes hablasen de dicha emoción.
Con cada semana que transcurría, era cada vez más complicado encontrar contenido original para el blog. Por fortuna, se las apañaban bastante bien.
—Nos vemos mañana —anunció Jody.
Su turno de trabajo no comenzaba hasta la noche, así que ya nada la retenía allí. Kearn ya había centrado su atención en el ordenador, así que se limitó a decirle adiós con la mano. Fuera, los clientes de mediodía ocupaban la mayoría de las mesas del local. Mientras sorteaba los puff vio que Dimitri y Greta, dos de los camareros de sala, sacaban más mesas del almacén. De la cocina emanaba un olor delicioso y Jody tuvo que refrenar sus impulsos por ir allí a suplicar algo de comer. Puesto que le había prometido a Irene que lo harían juntas.
En su camino hacia la salida, Jody se llevó la cámara a la cara y empezó a echar fotografías por doquier. Una detrás de otra. Click. Click. Click. Ni siquiera prestaba atención adónde apuntaba el objetivo. Lanzaba sin ton ni son, de manera compulsiva. Jody Smythe era una drogodependiente. Necesitaba estar haciendo fotos todo el rato, porque si no le daba la sensación de estar perdiendo la posibilidad de eternizar un momento memorable.
Volvió a dejar la cámara colgando de su cuello al traspasar las dobles puertas que la llevaban al bullicioso, colorido y siempre lleno de turistas Chinatown. Inmediatamente después de ella, Arnold también salió al exterior. El pelirrojo de su pelo resaltaba contra el grisáceo del cielo y llevaba esa sonrisa que presagiaba tormenta incluso en el clima más soleado. Vestía su asidua chaqueta de cuero, su mochila verde y llevaba el casco enganchado al antebrazo. Era una cabeza más alto que Jody y tenía un complexión fuerte.
—Hola, preciosa —saludó Arnold con una espléndida sonrisa ladeada, a pesar de que ya se habían visto aquella mañana.
—Robin Buen Chico —respondió Jody, arremetiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Te hacía ya en la corte de
los duendes.
Arnold dibujó un mohín, no soportaba el apodo que le había puesto su amiga. Pero ya no había remedido. Jody lo llamaba así desde que se conocieron en la universidad cuatro años atrás. Debía acostumbrarse, al igual que Jody había aceptado hacía tiempo que jamás se libraría del repertorio de piropos que tenías por costumbre dirigirle.
—Es que… me apetecía comer aquí. —Arnold se pasó la mano por el pelo, evadiendo los ojos de la muchacha, que lo miraba con la ceja alzada y aire inquisitivo.
—No será porque una de tus admiradoras ha acampado en la puerta de tu casa, ¿verdad? —Jody se metió a la boca uno de los caramelos de limón que siempre llevaba en los bolsillos.
Arnold sonrió con culpa, jugando con la visera del casco. Jody resopló, no sabía por qué seguía molestándose en
preguntar. Desde que se conocían, Arnold levantaba los suspiros de toda la población femenina. Su encanto natural, sumado a su don para la conquista; formaban un arma letal. Y él tenía la mala costumbre de ir repartiendo sus capacidades por ahí sin darle mayor importancia. Así le pasaba, que acaba en citas con chicas de las que ni siquiera conocía el nombre.
—No tienes remedio —prosiguió Jody en jarras.
—¿Puedo irme contigo a casa? —suplicó, juntando las manos sobre la boca.
—No —expuso tajante—. No puedes esconderte en mi apartamento cada vez que metes la pata.
—Pero todavía quedan muchas horas hasta que empiece mi turno.
—Aprovecha para dar una vuelta en tu moto. O, mejor, no plantes a esa chica.
Arnold dejó caer la cabeza hacia el hombro, rendido. Jody era difícil de convencer, especialmente si creía que estaba haciendo algo mal.
—¿Qué os pasa?
Charlie se materializó junto a ellos, sigilosa como en pocas ocasiones. Trajo el frío con ella y el olor de los neumáticos quemados mezclado con su colonia.
—Aquí está mi chica preferida —habló Arnold, pasando un brazo por el cuerpo de Charlie.
—Contigo quién necesita un novio —sonrió Charlie, dándole un puñetazo en el pecho que pretendía ser leve pero
que contrajo la expresión de Arnold de dolor.
—Se supone que es tu día libre —expuso Jody—. ¿Por qué a todos os gusta venir a trabajar cuando no tenéis que trabajar?
Por mucho que a Jody le gustase su trabajo, sus horas libres las pasaba lo más alejada posible de allí.
—He quedado para comer con Ziara —explicó Charlie, atusándose el pelo enmarañado por el viento—. Según ella Angus ha creado la octava maravilla culinaria—. Se agarró el estómago y lanzó una mirada de ensoñación hacia la puerta del karaoke.
—¿Puedo unirme? —preguntó Arnold esperanzado.
Jody decidió no intervenir en contra de su amigo, él vería lo que hacía.
—Claro que sí.
—Tú sí que me quieres —objetó regalando a Jody su mirada más rencorosa al tiempo que abrazaba a Charlie, quien le devolvió el gesto con las mismas ganas.
Charlie era la única persona que conocía que apreciaba los encantos de Arnold pero que no había caído en sus fauces. Pero así era su amiga, Jody se había dado cuenta de ello cuando se habían conocido en el instituto. Se adaptaba a la manera de ser de cada quién sin intentar cambiarlos. Todo lo contrario a Jody, que aunque respetaba la manera de ser de cada quién, en ocasiones trataba de cambiarlos. Como si estuviese retocando una fotografía que no acababa de cuadrarle del todo. Y sabía que aquello podía ser tanto una virtud como un defecto.
—En fin, ya que la reina Titania ha llegado para hacerte compañía, me marcho —anunció Jody, quien ya saboreaba la comida.
—Hasta donde tengo entendido Robin Buen Chico y Titania no se llevan bien —comentó Charlie.
Jody se dio la vuelta y se despidió con la mano.
—¡No, no, no! No me llames así, tú no —escuchó que se lamentaba Arnold antes de introducirse en el restaurante de Johnny.
Jody llegó a su barrio, Little Italy, poco más de media hora después. Normalmente acudía en bicicleta a trabajar, pero por primera vez en meses, aquella mañana había abandonado el apartamento con el tiempo suficiente para poder ir andando, así que la había dejado en casa. Anduvo por las coloridas calles, de edificios de ladrillo rojo, de los cientos de restaurantes emanaba el bullicio y olores que a Jody le recordaban a la Italia que había conocido en su viaje de graduación; albahaca, queso fundido y pasta.
Su apartamento se encontraba encima de Pellegrino’s un café restaurante regentado por Sofía, una anciana que solía divagar sobre su telenovela preferida si le dabas la oportunidad, por lo que siempre estaba inundado de olor a comida. Tal vez la causa de que el apetito de Jody e Irene fuese tan voraz. El piso era propiedad de Sofía, no era gran cosa, pero cada vez que Jody entraba en él se sentía como en casa. Una sensación que no había experimentado nunca en su casa de Nueva Jersey, con su familia. No al menos desde que el abuelo Tom murió.
Lo primero que percibió fueron unos leves ronquidos desde el sofá. Los mismos que escuchó cuando se fue por la mañana. Stephen era el hermano mayor de Irene, su mejor amiga y compañera de piso. Oficialmente no vivía con ellas —ya que no colaboraba con el alquiler—. Pero extraoficialmente se pasaba la mayor parte del tiempo allí, comiéndose sus cereales preferidos.
Trató de no hacer ruido al cerrar la puerta. El piso era tan pequeño que cuando había más de cuatro personas en él parecía empequeñecer. Pero era cuanto se podían permitir y le encantaba. El salón y la cocina compartían el mismo espacio. Con el sofá, la mesa supletoria y el mueble de la televisión no les quedaba espacio para tener un comedor, puesto que lo único que separaba la cocina del salón era la encimera donde cocinaban. Hacían casi todo en el salón, pasar el rato, comer, trabajar… Al fondo de la estancia diáfana, se hallaban el baño y la habitación de Irene. Su dormitorio era un altillo rectangular de tres por dos, suspendido sobre ellos, se accedía a él por medio de una escalera de mano, situada entre el espacio de las dos puertas. A penas si le entraba la cama una diminuta mesilla de noche tras ella y un armario diminuto que había comprado en un rastrillo. Aunque era pequeña, Jody no podía erguirse del todo y debía encorvarse y tener cuidado de no tropezar con la barandilla de diez centímetros que impedía que se cayera desde dos metros de altura si se movía mucho en la cama en una noche inquieta. Su única privacidad consistía en una cortina con motivos árabes que Jody había colgado.
Dejó en la encimera de la cocina la bolsa con comida, se limitó a estirar el brazo. Después sorteó las zapatillas de Stephen, situadas al lado del sofá y le lanzó una pequeña mirada, estaba tumbado de espaldas, abrazado a un cojín. Aprovechó para hacerle una foto.
El silencio le advirtió que Irene todavía no había llegado a casa, pues su música no emanaba a través de la puerta de su habitación. Jody ascendió por la escalera y descorrió la cortina lo suficiente para poder entrar. Encendió la bombilla que colgaba sobre el centro de su cama y se arrastró por esta hasta el armario. Se desnudó y se puso unos shorts y una camiseta de Stephen que había dejado olvidado un día, de la que Jody se había apropiado.
Cuando terminó, se llevó la mano a los labios, recogiendo un beso que depositó en una de las fotografías que conservaba del abuelo Tom, fallecido hacía ya muchos años, víctima del Alzheimer. En la fotografía era joven, muchos años antes de que ella naciese; aparecía junto a su rafiki, Oz. Un africano de dos metros y ojos bondadosos con el que compartió su juventud en una reserva de Botswana, en la que vivió durante veinte años trabajando como fotógrafo de la fauna animal.
Jody recordaba con tristeza y alegría las tardes que su abuelo había hecho volar contándole historia sobre aquella época. Y sobre todos aquellos viajes que realizó antes de regresar a casa y sentar la cabeza con la abuela Ilda. Perder al abuelo Tom había sido el golpe más duro al que Jody había hecho frente a lo largo de su vida. Había observado cómo la enfermedad le robaba la identidad y le privaba de los recuerdos. Un hombre fuerte, lleno de energía y vitalidad, convertido en un cascarón vacío de ojos lechosos que pasaba los días en un sofá.
Ella había sido la última persona que recordó, no fue hasta la fase final de la enfermedad cuando comenzó a confundirla con su hermana, a la que Jody no había conocido. La abuela Ilda le decía que la quería tanto que el Alzheimer había tenido que emplear todas sus fuerzas para borrarla de su memoria. Llego ese momento, fue Jody quien tomó la costumbre de contarle historias, sus historias. Le enseñaba fotografías que las corroborasen, con la esperanza de traer al abuelo Tom de vuelta.
No pudo disfrutar de su abuelo tanto como hubiera deseado. Pero siempre la acompañaba, las paredes de su dormitorio estaban inundadas con las fotografía de su abuelo. Una película visual de quién había sido él. Todas las noches hablaba con él y siempre que tenía que tomar una decisión se sentaba en silencio, con los ojos navegando en las fotografías. El abuelo seguía con ella y no desaparecería nunca, mientras tuviese una fotografía cerca.
Descendió de nuevo hasta la planta baja, guardándose de no pisar en falso. La primera semana que estuvieron en el piso se había torcido el pie incontables veces. Stephen seguía dormido sobre el sofá y no había rastro de Irene. El estómago le rugía con violencia. Abrió parcialmente la persiana de la única ventana del piso, que daba al pequeño balcón y a la calle principal.
Se sentó a los pies del sofá, cerca de la cabeza de Stephen, por lo que sus pequeñas respiraciones le revolvían el
pelo. Sacó el portátil de debajo de la mesa y se puso a mirar su correo. A parte del trabajo en el karaoke, había creado con su primo Heath una firma fotográfica; The avengers. El primer año casi no tuvieron clientes, pero poco a poco su nombre empezó a hacerse eco y cada vez les salían más trabajos. Como a Heath no le gustaba todo el tema de seleccionar los trabajos, le tocaba a hacerlo a Jody. Seleccionaba las propuestas que consideraba buenas y reenviaba el correo a su primo.
En ello estaba cuando el teléfono comenzó a sonar. Lo descolgó con prontitud para no despertar a Stephen.
—Me han alargado una clase —dijo Irene desde el otro lado del auricular, se escuchaba mucho ajetreo de fondo, voces y sillas que se arrastraban—. No voy a poder comer contigo.
—He renunciado a la comida de Angus por ti —le reprochó Jody en voz baja, bromeando.
—¿Por qué hablas como si te estuvieras escondiendo de un acosador? —preguntó Irene, también a susurros, por lo
que casi no distinguió sus palabras.
—Tú hermano está roncando en mi espalda —explicó.
Se arrepintió en cuanto las palabras abandonaron sus labios. Casi visualizaba a Irene sonriendo, cerró los ojos y apretó los dientes, aguardando.
—Con que a tu espalda… —inquirió con voz meditabunda.
—Que está en el sofá y yo en el suelo, eso quería decir. No empieces a desvariar —respondió de forma atropellada, con el corazón taconeando.
Irene tenía la costumbre de decir que Stephen y Jody eran la única pareja que conocía que eran novios sin ellos darse cuenta. Y aquellas afirmaciones ponían a Jody de los nervios, acelerada y torpe.
—Ya, por supuesto —combatió, en tono resabido. Jody dejó caer la cabeza contra las rodillas.
—¿Vendrás esta noche al karaoke? —preguntó, dando así el tema por zanjado. Comenzó a marearse y se incorporó de nuevo, emergiendo de su pequeño escondite.
—Sí, te llamo cuando esté fuera para que me cueles.
—Qué morro tienes.
Irene rio. Hasta riendo su voz era bonita. Cantaba tan bien que Jody ni siquiera se atrevía a cantar con ella cuando hacían las tareas de la casa.
—Te quiero, guárdame unos dumplings. —Irene colgó antes de que pudiera responder.
Suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en el omoplato de Stephen, con el móvil aún aferrado en su mano. Como no llevaba camiseta, el calor que emanaba su piel la rodeó y su cabeza subía y bajaba al compás de la respiración del chico. Cerró los ojos, deleitándose en la tranquilidad. Perdió la noción del tiempo, ni siquiera el hambre la molestó.
—Hey.
Jody giró la cabeza hacia la izquierda, se encontró con los ojos legañosos de Stephen, llenos de sueños. Brillaban en la semioscuridad del apartamento. El pelo rubio cenizo le caía desordenado sobre la frente. La mitad inferior de su rostro se encontraba escondida tras el cojín. Pero Jody seguía advirtiendo la proximidad de sus caras, separadas por un estrecho tramo.
—¿Cuánto rato llevas despierto?
—Bastante. —Su voz sonaba distorsionada al chocar contra el cojín, aun así Jody vio la cúspide de su sonrisa asomar tras él—. Huele a comida.
—Mi comida —matizó Jody.
A Jody le costaba catalogar a la relación que mantenían. Amigos sonaba extraño en su lengua, con demasiada frivolidad. Porque eran mucho más que eso. Mucho más que no sabía expresar con certeza… eran ellos, Stephen y Jody. Pasaban las horas juntos: armando alboroto en todos los sitios a los que iban, las noches en el karaoke, en casa, en cualquier parte. Incluso había veces en las que Stephen abandonaba el sofá, con una tarrina de helado bajo para ir a la torre de la reina —como llamaba a la habitación de Jody—, donde pasaban horas divagando sobre tonterías. Para después, ya con el helado derretido, caían dormidos de puro agotamiento.
Todo aquello había llevado a Irene a creer que sentían cosas el uno por el otro. Jody rehusaba de creerlo y tomar en serio sus palabras. Nunca pensaba en lo que sentía por Stephen. Por su parte, él simplemente rompía en carcajadas cuando su hermana pequeña soltaba uno de sus comentarios.
Cuanto podía afirmar era que Stephen era una parte muy importante de su día a día. Y que le gustaba que en todas las fotos que le hacía estando en el karaoke, la mirase y sonriera. Solo a Jody. A veces le daba la sensación de que Stephen la miraba como nunca nadie lo había hecho.
Pero no, claro que no sentía cosas por él…
—Te reto a que la compartas conmigo. —Stephen aplastó el cojín hasta que apoyó la barbilla sobre él, descubriendo por completo su rostro. Poseía una belleza peculiar, que resaltaba sobretodo en su personalidad y no tanto en su apariencia física.
Jody miró al techo, haciendo una mueca.
—Te odio.
Retarse era un juego que habían adquirido hacía poco. Surgido de una noche en el karaoke en la que Stephen la había retado a beberse un arcoíris de chupitos ella sola. Desde entonces, lo usaban todo el tiempo. Sus respectivas personalidades les impedían declinar cualquiera de los retos.
Jody se despegó del suelo para ir a calentar la comida en el microondas. Mientras tanto, Stephen se desperezó y se dio una ducha. Cuando regresó ella ya había separado todos los ingredientes en su plato para comerlos según un orden de preferencia. Se había puesto una camiseta y cambiado el pantalón de chándal por uno de deporte, más corto. Stephen era largo como un junco y cuando hablaba con él tenía que estirar el cuello tanto que se le entumecía.
—¿Las Kardashian? —cuestionó Stephen al ver lo que había puesto en la televisión.
Ella se encogió de hombros, con la boca llena de arroz. Había vuelto a sentarse en el suelo y tenía el plato apoyado en las rodillas.
—Me hacen sentir inteligente.
Stephen se inclinó para coger uno de los recipientes que le había dejado Jody.
—No las necesitas —rebatió Stephen, todavía inclinado, le dedicó una cálida sonrisa—. Y gracias por la comida.
Antes de sentarse en el sofá, depositó un beso en la mejilla de Jody. Ella sonrió, con el corazón taconeando de nuevo. Le latía de una manera diferente con Stephen. Porque su órgano vital sabía antes que ella que ese mucho más, significaba muchísimo más.
—Te dije que estaría a tiempo —aseguró una vez más, satisfecho de sí mismo. Cruzó lo brazos por encima de la cabeza y se reclinó contra el respaldo de la silla.
—Por un margen de dos segundos —quiso recordarle Jody mirando la entrada que acababa de publicar Kearn en el blog del karaoke.
Kearn chascó la lengua, restando importancia al asunto, como de costumbre. A Jody le sacaba de quicio su arraigada costumbre por dejar los trabajos para el último momento. Ella era de las que tenían todo listo con dos días de antelación. Por eso era difícil trabajar conjuntamente con Kearn, sus maneras distaban entre ellas. Esa era la razón por la que se había quedado con él en Octopus Garden, el nombre que los dueños le habían dado a la sala destinada para que Kearn, junto con los fotógrafos, trabajasen. Necesitaba asegurarse de que la entrada con las fotos del concierto del último viernes estaban a tiempo.
Octopus Garden era una amplia sala rectangular, situada tras el escenario del karaoke. Había varias mesas con ordenadores repartidas sin orden por la superficie, una para cada uno de ellos. También tenían un pequeño espacio con sofás, una televisión de plasma que colgaba de la pared y una máquina expendedora.
—Tómatelo con más calma. —Kearn le dio unas palmaditas en el hombro.
Jody giró la vista hacia la pared, donde acababan de colgar el planificador del equipo técnico del karaoke para aquella semana. Hacía poco menos de una hora que había tenido lugar la reunión semanal del equipo, coordinados por Gideon. Entre todos, habían decidido que se centrarían en la emoción que provoca la música en el ser humano. Jody, junto con Arnold y Heath —los otros fotógrafos—, debían capturar a las personas antes y después de escuchar una canción. Además de pedir testimonios de vídeo en los que los clientes hablasen de dicha emoción.
Con cada semana que transcurría, era cada vez más complicado encontrar contenido original para el blog. Por fortuna, se las apañaban bastante bien.
—Nos vemos mañana —anunció Jody.
Su turno de trabajo no comenzaba hasta la noche, así que ya nada la retenía allí. Kearn ya había centrado su atención en el ordenador, así que se limitó a decirle adiós con la mano. Fuera, los clientes de mediodía ocupaban la mayoría de las mesas del local. Mientras sorteaba los puff vio que Dimitri y Greta, dos de los camareros de sala, sacaban más mesas del almacén. De la cocina emanaba un olor delicioso y Jody tuvo que refrenar sus impulsos por ir allí a suplicar algo de comer. Puesto que le había prometido a Irene que lo harían juntas.
En su camino hacia la salida, Jody se llevó la cámara a la cara y empezó a echar fotografías por doquier. Una detrás de otra. Click. Click. Click. Ni siquiera prestaba atención adónde apuntaba el objetivo. Lanzaba sin ton ni son, de manera compulsiva. Jody Smythe era una drogodependiente. Necesitaba estar haciendo fotos todo el rato, porque si no le daba la sensación de estar perdiendo la posibilidad de eternizar un momento memorable.
Volvió a dejar la cámara colgando de su cuello al traspasar las dobles puertas que la llevaban al bullicioso, colorido y siempre lleno de turistas Chinatown. Inmediatamente después de ella, Arnold también salió al exterior. El pelirrojo de su pelo resaltaba contra el grisáceo del cielo y llevaba esa sonrisa que presagiaba tormenta incluso en el clima más soleado. Vestía su asidua chaqueta de cuero, su mochila verde y llevaba el casco enganchado al antebrazo. Era una cabeza más alto que Jody y tenía un complexión fuerte.
—Hola, preciosa —saludó Arnold con una espléndida sonrisa ladeada, a pesar de que ya se habían visto aquella mañana.
—Robin Buen Chico —respondió Jody, arremetiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Te hacía ya en la corte de
los duendes.
Arnold dibujó un mohín, no soportaba el apodo que le había puesto su amiga. Pero ya no había remedido. Jody lo llamaba así desde que se conocieron en la universidad cuatro años atrás. Debía acostumbrarse, al igual que Jody había aceptado hacía tiempo que jamás se libraría del repertorio de piropos que tenías por costumbre dirigirle.
—Es que… me apetecía comer aquí. —Arnold se pasó la mano por el pelo, evadiendo los ojos de la muchacha, que lo miraba con la ceja alzada y aire inquisitivo.
—No será porque una de tus admiradoras ha acampado en la puerta de tu casa, ¿verdad? —Jody se metió a la boca uno de los caramelos de limón que siempre llevaba en los bolsillos.
Arnold sonrió con culpa, jugando con la visera del casco. Jody resopló, no sabía por qué seguía molestándose en
preguntar. Desde que se conocían, Arnold levantaba los suspiros de toda la población femenina. Su encanto natural, sumado a su don para la conquista; formaban un arma letal. Y él tenía la mala costumbre de ir repartiendo sus capacidades por ahí sin darle mayor importancia. Así le pasaba, que acaba en citas con chicas de las que ni siquiera conocía el nombre.
—No tienes remedio —prosiguió Jody en jarras.
—¿Puedo irme contigo a casa? —suplicó, juntando las manos sobre la boca.
—No —expuso tajante—. No puedes esconderte en mi apartamento cada vez que metes la pata.
—Pero todavía quedan muchas horas hasta que empiece mi turno.
—Aprovecha para dar una vuelta en tu moto. O, mejor, no plantes a esa chica.
Arnold dejó caer la cabeza hacia el hombro, rendido. Jody era difícil de convencer, especialmente si creía que estaba haciendo algo mal.
—¿Qué os pasa?
Charlie se materializó junto a ellos, sigilosa como en pocas ocasiones. Trajo el frío con ella y el olor de los neumáticos quemados mezclado con su colonia.
—Aquí está mi chica preferida —habló Arnold, pasando un brazo por el cuerpo de Charlie.
—Contigo quién necesita un novio —sonrió Charlie, dándole un puñetazo en el pecho que pretendía ser leve pero
que contrajo la expresión de Arnold de dolor.
—Se supone que es tu día libre —expuso Jody—. ¿Por qué a todos os gusta venir a trabajar cuando no tenéis que trabajar?
Por mucho que a Jody le gustase su trabajo, sus horas libres las pasaba lo más alejada posible de allí.
—He quedado para comer con Ziara —explicó Charlie, atusándose el pelo enmarañado por el viento—. Según ella Angus ha creado la octava maravilla culinaria—. Se agarró el estómago y lanzó una mirada de ensoñación hacia la puerta del karaoke.
—¿Puedo unirme? —preguntó Arnold esperanzado.
Jody decidió no intervenir en contra de su amigo, él vería lo que hacía.
—Claro que sí.
—Tú sí que me quieres —objetó regalando a Jody su mirada más rencorosa al tiempo que abrazaba a Charlie, quien le devolvió el gesto con las mismas ganas.
Charlie era la única persona que conocía que apreciaba los encantos de Arnold pero que no había caído en sus fauces. Pero así era su amiga, Jody se había dado cuenta de ello cuando se habían conocido en el instituto. Se adaptaba a la manera de ser de cada quién sin intentar cambiarlos. Todo lo contrario a Jody, que aunque respetaba la manera de ser de cada quién, en ocasiones trataba de cambiarlos. Como si estuviese retocando una fotografía que no acababa de cuadrarle del todo. Y sabía que aquello podía ser tanto una virtud como un defecto.
—En fin, ya que la reina Titania ha llegado para hacerte compañía, me marcho —anunció Jody, quien ya saboreaba la comida.
—Hasta donde tengo entendido Robin Buen Chico y Titania no se llevan bien —comentó Charlie.
Jody se dio la vuelta y se despidió con la mano.
—¡No, no, no! No me llames así, tú no —escuchó que se lamentaba Arnold antes de introducirse en el restaurante de Johnny.
Jody llegó a su barrio, Little Italy, poco más de media hora después. Normalmente acudía en bicicleta a trabajar, pero por primera vez en meses, aquella mañana había abandonado el apartamento con el tiempo suficiente para poder ir andando, así que la había dejado en casa. Anduvo por las coloridas calles, de edificios de ladrillo rojo, de los cientos de restaurantes emanaba el bullicio y olores que a Jody le recordaban a la Italia que había conocido en su viaje de graduación; albahaca, queso fundido y pasta.
Su apartamento se encontraba encima de Pellegrino’s un café restaurante regentado por Sofía, una anciana que solía divagar sobre su telenovela preferida si le dabas la oportunidad, por lo que siempre estaba inundado de olor a comida. Tal vez la causa de que el apetito de Jody e Irene fuese tan voraz. El piso era propiedad de Sofía, no era gran cosa, pero cada vez que Jody entraba en él se sentía como en casa. Una sensación que no había experimentado nunca en su casa de Nueva Jersey, con su familia. No al menos desde que el abuelo Tom murió.
Lo primero que percibió fueron unos leves ronquidos desde el sofá. Los mismos que escuchó cuando se fue por la mañana. Stephen era el hermano mayor de Irene, su mejor amiga y compañera de piso. Oficialmente no vivía con ellas —ya que no colaboraba con el alquiler—. Pero extraoficialmente se pasaba la mayor parte del tiempo allí, comiéndose sus cereales preferidos.
Trató de no hacer ruido al cerrar la puerta. El piso era tan pequeño que cuando había más de cuatro personas en él parecía empequeñecer. Pero era cuanto se podían permitir y le encantaba. El salón y la cocina compartían el mismo espacio. Con el sofá, la mesa supletoria y el mueble de la televisión no les quedaba espacio para tener un comedor, puesto que lo único que separaba la cocina del salón era la encimera donde cocinaban. Hacían casi todo en el salón, pasar el rato, comer, trabajar… Al fondo de la estancia diáfana, se hallaban el baño y la habitación de Irene. Su dormitorio era un altillo rectangular de tres por dos, suspendido sobre ellos, se accedía a él por medio de una escalera de mano, situada entre el espacio de las dos puertas. A penas si le entraba la cama una diminuta mesilla de noche tras ella y un armario diminuto que había comprado en un rastrillo. Aunque era pequeña, Jody no podía erguirse del todo y debía encorvarse y tener cuidado de no tropezar con la barandilla de diez centímetros que impedía que se cayera desde dos metros de altura si se movía mucho en la cama en una noche inquieta. Su única privacidad consistía en una cortina con motivos árabes que Jody había colgado.
Dejó en la encimera de la cocina la bolsa con comida, se limitó a estirar el brazo. Después sorteó las zapatillas de Stephen, situadas al lado del sofá y le lanzó una pequeña mirada, estaba tumbado de espaldas, abrazado a un cojín. Aprovechó para hacerle una foto.
El silencio le advirtió que Irene todavía no había llegado a casa, pues su música no emanaba a través de la puerta de su habitación. Jody ascendió por la escalera y descorrió la cortina lo suficiente para poder entrar. Encendió la bombilla que colgaba sobre el centro de su cama y se arrastró por esta hasta el armario. Se desnudó y se puso unos shorts y una camiseta de Stephen que había dejado olvidado un día, de la que Jody se había apropiado.
Cuando terminó, se llevó la mano a los labios, recogiendo un beso que depositó en una de las fotografías que conservaba del abuelo Tom, fallecido hacía ya muchos años, víctima del Alzheimer. En la fotografía era joven, muchos años antes de que ella naciese; aparecía junto a su rafiki, Oz. Un africano de dos metros y ojos bondadosos con el que compartió su juventud en una reserva de Botswana, en la que vivió durante veinte años trabajando como fotógrafo de la fauna animal.
Jody recordaba con tristeza y alegría las tardes que su abuelo había hecho volar contándole historia sobre aquella época. Y sobre todos aquellos viajes que realizó antes de regresar a casa y sentar la cabeza con la abuela Ilda. Perder al abuelo Tom había sido el golpe más duro al que Jody había hecho frente a lo largo de su vida. Había observado cómo la enfermedad le robaba la identidad y le privaba de los recuerdos. Un hombre fuerte, lleno de energía y vitalidad, convertido en un cascarón vacío de ojos lechosos que pasaba los días en un sofá.
Ella había sido la última persona que recordó, no fue hasta la fase final de la enfermedad cuando comenzó a confundirla con su hermana, a la que Jody no había conocido. La abuela Ilda le decía que la quería tanto que el Alzheimer había tenido que emplear todas sus fuerzas para borrarla de su memoria. Llego ese momento, fue Jody quien tomó la costumbre de contarle historias, sus historias. Le enseñaba fotografías que las corroborasen, con la esperanza de traer al abuelo Tom de vuelta.
No pudo disfrutar de su abuelo tanto como hubiera deseado. Pero siempre la acompañaba, las paredes de su dormitorio estaban inundadas con las fotografía de su abuelo. Una película visual de quién había sido él. Todas las noches hablaba con él y siempre que tenía que tomar una decisión se sentaba en silencio, con los ojos navegando en las fotografías. El abuelo seguía con ella y no desaparecería nunca, mientras tuviese una fotografía cerca.
Descendió de nuevo hasta la planta baja, guardándose de no pisar en falso. La primera semana que estuvieron en el piso se había torcido el pie incontables veces. Stephen seguía dormido sobre el sofá y no había rastro de Irene. El estómago le rugía con violencia. Abrió parcialmente la persiana de la única ventana del piso, que daba al pequeño balcón y a la calle principal.
Se sentó a los pies del sofá, cerca de la cabeza de Stephen, por lo que sus pequeñas respiraciones le revolvían el
pelo. Sacó el portátil de debajo de la mesa y se puso a mirar su correo. A parte del trabajo en el karaoke, había creado con su primo Heath una firma fotográfica; The avengers. El primer año casi no tuvieron clientes, pero poco a poco su nombre empezó a hacerse eco y cada vez les salían más trabajos. Como a Heath no le gustaba todo el tema de seleccionar los trabajos, le tocaba a hacerlo a Jody. Seleccionaba las propuestas que consideraba buenas y reenviaba el correo a su primo.
En ello estaba cuando el teléfono comenzó a sonar. Lo descolgó con prontitud para no despertar a Stephen.
—Me han alargado una clase —dijo Irene desde el otro lado del auricular, se escuchaba mucho ajetreo de fondo, voces y sillas que se arrastraban—. No voy a poder comer contigo.
—He renunciado a la comida de Angus por ti —le reprochó Jody en voz baja, bromeando.
—¿Por qué hablas como si te estuvieras escondiendo de un acosador? —preguntó Irene, también a susurros, por lo
que casi no distinguió sus palabras.
—Tú hermano está roncando en mi espalda —explicó.
Se arrepintió en cuanto las palabras abandonaron sus labios. Casi visualizaba a Irene sonriendo, cerró los ojos y apretó los dientes, aguardando.
—Con que a tu espalda… —inquirió con voz meditabunda.
—Que está en el sofá y yo en el suelo, eso quería decir. No empieces a desvariar —respondió de forma atropellada, con el corazón taconeando.
Irene tenía la costumbre de decir que Stephen y Jody eran la única pareja que conocía que eran novios sin ellos darse cuenta. Y aquellas afirmaciones ponían a Jody de los nervios, acelerada y torpe.
—Ya, por supuesto —combatió, en tono resabido. Jody dejó caer la cabeza contra las rodillas.
—¿Vendrás esta noche al karaoke? —preguntó, dando así el tema por zanjado. Comenzó a marearse y se incorporó de nuevo, emergiendo de su pequeño escondite.
—Sí, te llamo cuando esté fuera para que me cueles.
—Qué morro tienes.
Irene rio. Hasta riendo su voz era bonita. Cantaba tan bien que Jody ni siquiera se atrevía a cantar con ella cuando hacían las tareas de la casa.
—Te quiero, guárdame unos dumplings. —Irene colgó antes de que pudiera responder.
Suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en el omoplato de Stephen, con el móvil aún aferrado en su mano. Como no llevaba camiseta, el calor que emanaba su piel la rodeó y su cabeza subía y bajaba al compás de la respiración del chico. Cerró los ojos, deleitándose en la tranquilidad. Perdió la noción del tiempo, ni siquiera el hambre la molestó.
—Hey.
Jody giró la cabeza hacia la izquierda, se encontró con los ojos legañosos de Stephen, llenos de sueños. Brillaban en la semioscuridad del apartamento. El pelo rubio cenizo le caía desordenado sobre la frente. La mitad inferior de su rostro se encontraba escondida tras el cojín. Pero Jody seguía advirtiendo la proximidad de sus caras, separadas por un estrecho tramo.
—¿Cuánto rato llevas despierto?
—Bastante. —Su voz sonaba distorsionada al chocar contra el cojín, aun así Jody vio la cúspide de su sonrisa asomar tras él—. Huele a comida.
—Mi comida —matizó Jody.
A Jody le costaba catalogar a la relación que mantenían. Amigos sonaba extraño en su lengua, con demasiada frivolidad. Porque eran mucho más que eso. Mucho más que no sabía expresar con certeza… eran ellos, Stephen y Jody. Pasaban las horas juntos: armando alboroto en todos los sitios a los que iban, las noches en el karaoke, en casa, en cualquier parte. Incluso había veces en las que Stephen abandonaba el sofá, con una tarrina de helado bajo para ir a la torre de la reina —como llamaba a la habitación de Jody—, donde pasaban horas divagando sobre tonterías. Para después, ya con el helado derretido, caían dormidos de puro agotamiento.
Todo aquello había llevado a Irene a creer que sentían cosas el uno por el otro. Jody rehusaba de creerlo y tomar en serio sus palabras. Nunca pensaba en lo que sentía por Stephen. Por su parte, él simplemente rompía en carcajadas cuando su hermana pequeña soltaba uno de sus comentarios.
Cuanto podía afirmar era que Stephen era una parte muy importante de su día a día. Y que le gustaba que en todas las fotos que le hacía estando en el karaoke, la mirase y sonriera. Solo a Jody. A veces le daba la sensación de que Stephen la miraba como nunca nadie lo había hecho.
Pero no, claro que no sentía cosas por él…
—Te reto a que la compartas conmigo. —Stephen aplastó el cojín hasta que apoyó la barbilla sobre él, descubriendo por completo su rostro. Poseía una belleza peculiar, que resaltaba sobretodo en su personalidad y no tanto en su apariencia física.
Jody miró al techo, haciendo una mueca.
—Te odio.
Retarse era un juego que habían adquirido hacía poco. Surgido de una noche en el karaoke en la que Stephen la había retado a beberse un arcoíris de chupitos ella sola. Desde entonces, lo usaban todo el tiempo. Sus respectivas personalidades les impedían declinar cualquiera de los retos.
Jody se despegó del suelo para ir a calentar la comida en el microondas. Mientras tanto, Stephen se desperezó y se dio una ducha. Cuando regresó ella ya había separado todos los ingredientes en su plato para comerlos según un orden de preferencia. Se había puesto una camiseta y cambiado el pantalón de chándal por uno de deporte, más corto. Stephen era largo como un junco y cuando hablaba con él tenía que estirar el cuello tanto que se le entumecía.
—¿Las Kardashian? —cuestionó Stephen al ver lo que había puesto en la televisión.
Ella se encogió de hombros, con la boca llena de arroz. Había vuelto a sentarse en el suelo y tenía el plato apoyado en las rodillas.
—Me hacen sentir inteligente.
Stephen se inclinó para coger uno de los recipientes que le había dejado Jody.
—No las necesitas —rebatió Stephen, todavía inclinado, le dedicó una cálida sonrisa—. Y gracias por la comida.
Antes de sentarse en el sofá, depositó un beso en la mejilla de Jody. Ella sonrió, con el corazón taconeando de nuevo. Le latía de una manera diferente con Stephen. Porque su órgano vital sabía antes que ella que ese mucho más, significaba muchísimo más.
Keara Yoon se levantó del banco con pesar, sin posibilidad de alargar el retorno a casa más tiempo. Hacía cosa de una hora que había abandonado la tienda de antigüedades de su tío. Refrenada por sus inexistentes ganas de regresar al austero castillo de mármol y reproches que era su hogar había comprado un refresco y se había sentado en un banco. Pero los comercios comenzaban a echar sus rejas y las sombras del anochecer se alargaban ya sobre ella. No le gustaba estar en la calle de noche, ni siquiera en un barrio como el del SoHo. La oscuridad le crispaba los nervios y cada persona parecía un potencial acosador ante sus aterrados ojos.
Sus piernas se movían pesadas contra el asfalto, negándose a caminar. Regresar a casa siempre era un ejercicio de voluntad. Pues sabía de sobra lo que le esperaba nada más cruzar por el quicio de la puerta. Una avalancha de reproches entonados con la gélida voz de su madre, seguida de un terremoto de obligaciones que debía cumplir. Eventos sociales, entrevistas para alguna revista, sesiones fotográficas donde tendría que sostener por horas la farsa de que eran una familia unida.
A menudo, Keara deseaba haber nacido en otra familia. Una en la que su madre no fuese una modelo de renombre, hija de una familia que pertenecía a la élite más sofisticada de la Gran Manzana. Keara soñaba con una progenitora que la obligase a comer en lugar de contarle las calorías que ingería, con la que tener peleas por no haber recogido su habitación y con la que ver películas los domingos. No ese híbrido entre Maléfica y la Reina Malvada que le había tocado.
Por esa razón, tras terminar su jornada de clases en el Royal Ballet de Nueva York se marchaba a la tienda de su tío Reggie y allí pasaba las tardes con él. Era el único miembro de su familia que se había alejado de la austeridad y la vida de rico heredero. Reggie era cálido como la brisa en primavera, amable, divertido y, la mejor de sus cualidades; permitía a Keara mostrarse como era. A su lado sabía que nunca diría nada equivocado, que no se reiría de ella por alguna de sus reflexiones y que podía parlotear sin cesar acerca de sus clases en la academia.
Ojalá viviera con el tío Reggie.
Keara soltó un hondo suspiro antes de descender por las escaleras de la estación del metro. Al llegar abajo, la mezcla de olores entre alcantarilla y humedad le revolvió las tripas. En múltiples ocasiones, su madre había tratado de que utilizara a uno de los chóferes para moverse por la ciudad. Pero la sola idea de ir por ahí en limusina le revolvía las tripas incluso más que el hedor subterráneo. Además, le gustaba utilizar el metro. Observar a las personas e imaginar sus vidas y sus destinos. Incluso se imaginaba a sí misma, en un tren hacia la estación más lejana, donde no hubiera cámaras indiscretas listas para sacarla en alguna portada o la entrada de un blog.
Cuando estaba a punto de cruzar uno de los tornos, el móvil le vibró varias veces con insistencia. Estuvo a punto de ignorarlo, por si se trataba de su madre. Keara no tenía personas que le enviaran mensajes. Así que solo podía tratarse de ella o de Jayden, fue por él por quien desbloqueó el teléfono.
«¿Salimos?», rezaba el mensaje de su mejor y único amigo.
Estuvo a punto de teclear un no por respuesta, pero otro mensaje llegó antes de darle la oportunidad.
«He discutido con mis padres…», decía este.
Keara apretó los labios. No podía negarse a salir después de aquel mensaje. Una de las razones por la que eran amigos era por sus respectivas situaciones familiares. Jayden sabía de sobra que no le gustaba salir de noche, así que si se lo había pedido era importante. Por lo que tecleó una respuesta afirmativa y Jayden le envió la ubicación con un emoticono sonriente acompañando la dirección. Keara vio que el lugar estaba al otro lado de la ciudad. Tendría que hacer dos transbordos para llegar hasta allí.
Mientras se dirigía al andén correspondiente, escribió a su madre para avisarla de que dormiría en casa de una amiga de la academia. Como ella solo se preocupaba por Keara cuando hacía algo mal o debía arrastrarla a algún evento social, sabía que no le pondría trabas. Así de triste era su relación…
Llegó a Chinatown tras casi dos horas de trayecto. Ya era noche cerrada, pero en el bullicioso barrio la actividad no había minado lo más mínimo. Aun así, los pasos de Keara eran prestos e inquietos. Se pegó a un grupo de personas que caminaban por delante de ella para no quedarse sola. Por fortuna, el Magical Mystery Tour, el lugar donde Jayden la había citado; solo estaba a cinco minutos andando desde la boca de metro por la que salió.
Debido a la rápida caminata, las gotas de sudor le recorrían la espalda bajo el abrigo, pero el viento helado de mediados de diciembre le cortaba la piel de la nariz y los labios. Recorrió la fila de personas que se había formado para acceder al local en busca de Jayden. Lo encontró hacia el final, comiendo con palillos de una caja de cartón para llevar.
—Hola —lo saludó, uniéndose a él, ganándose una mirada aviesa de un grupo de chicas que estaban detrás de ellos.
Keara enrojeció y se escondió entre los pliegues de su bufanda.
Jayden tragó la comida antes de dedicarle una deslumbrante sonrisa. Era un chico alto y esbelto, con facciones marcadas y penetrantes ojos verdes. El pelo, de color rubio, siempre lo llevaba de punta, apuntando hacia el cielo.
—Te he comprado la cena —dijo Jayden, tendiéndole una bolsa.
Keara no se percató del hambre que tenía hasta ese momento. Dentro de la caja había una ración de pollo con almendras. Y, por fortuna, un tenedor de plástico. Pues el arte de los palillos se le resistía a Keara desde siempre. A veces se sorprendía de cuánto la conocía Jayden. Su amistad había nacido como un estado forzado. Cuando aún iban al jardín de infancia, era los niños que solían quedarse sentados en un rincón del patio, los que siempre escogían los últimos a la hora de formar equipos y a los que el resto de sus compañeros ignoraban.
Al principio se limitaban a sentarse el uno junto al otro. En el más completo y absoluto silencio. Hasta que un recreo Jayden decidió compartir un trozo de chocolatina con Keara. Al día siguiente, fue Keara quien compartió su manzana —ya entonces su madre controlaba su alimentación—. Su amistad fue lenta, un paso cada vez. Keara no recordaba cuándo se habían convertido en mejores amigos. Pero su desbordante inseguridad a menudo la llevaba a creer que Jayden era su amigo porque no le quedaba más remedio.
Detalles como pedir un tenedor en lugar de palillos para ella le hacían comprender que sus pensamientos erraban de la realidad.
—Gracias. —Las ocasiones en las que podía disfrutar de la comida basura eran bien escasas. En la academia, la comida consistía en proteínas y verduras, en su casa no distaba mucho tampoco—. ¿Qué es este sitio? —quiso saber, justo antes de empezar a comer.
—Un karaoke —comentó sin mucho ánimo, encogiéndose de hombros—. Tenía curiosidad por saber cómo era.
Notaba el ánimo de Jayden más bajo de lo normal, pero se guardó de preguntar por la discusión con sus padres que lo había conducido hasta allí. Mientras esperaban, Keara le contó cómo iban sus clases en la academia. Aunque ya habían transcurrido casi tres meses desde que diera comienzo el primer semestre, a Keara le estaba costando lo suyo adaptarse. No solo al ritmo agotador de las clases, ni a la exigencia de los profesores. Sobre todo a las personas, la mayoría de sus compañeros le hacían el vacío y la minoría se dedicaba a susurrar a sus espaldas y entonar comentarios despectivos. Todos los años de ballet que había cursado Keara con un profesor particular parecían haber sido en vano; pues no era capaz de desempeñar con pulcritud ni el movimiento más sencillo.
Por otro lado, echaba de menos a Jayden. Varias veces había sentido la necesidad de abandonar la academia y regresar a su anterior instituto con él. Allí las personas también se reían de Keara, pero con la compañía de su mejor amigo sabía evadirlas.
—Tienes que dejarte de tonterías y mostrar al mundo lo que vales, Kee —la regañó Jayden tras escucharla. Utilizó un tono duro y cortante. Pero no le afectó.
No pudo hacer otra cosa que evadir su mirada. Llevaba toda una vida escondiéndose dentro de sus huesos para lograr ser la persona que deseaba su madre. Quizá Keara se había olvidado de que tenía algo que mostrar al mundo. Quizá, no tenía la más remota idea de quién era.
Cuando por fin lograron acceder al local, aún lo hicieron a tiempo para encontrar una mesa vacía donde sentarse. Ni ella ni Jayden disfrutaban atrapados entre las grandes multitudes. Y aunque Keara era una gran bailarina, nunca se atrevía a hacerlo en medio de una masa de personas, sin una coreografía establecida. Siempre le daba la sensación de que todos se reirían de sus pasos, que la señalarían con el dedo y pensarían que era ridícula.
Así que tras pedir dos bebidas, sin alcohol, pues los puertas les habían plantado un sello de color verde en la superficie de la mano con el logo del local. Que servía para que los camareros supieran quiénes eran mayores de edad o no. En ellos era innecesario, ninguno de los dos bebía.
Se pusieron a reconocer el local. Keara nunca había estado en un lugar como aquel. Parecía una mezcla entre discoteca y galería de arte, entre la modernidad y un club de los años sesenta. En los clientes también estaba presente la heterogeneidad. Acostumbrada a la alta sociedad, donde la variedad iba a morir, Keara había olvidado lo diferentes que eran las personas entre sí. Allí cada uno estaba a lo suyo, no tenían que aparentar, ni forzar sonrisas.
Desde su mesa, tenían una panorámica completa del local, que se iba llenando más y más a cada minuto. Jayden le había dicho que los viernes era el mejor día para acudir allí. Pues había conciertos gratuitos de artistas desconocidos. Era una directa, probablemente el viernes la arrastraría hasta allí de nuevo.
Le costó, pero a medida que transcurrían los minutos los hombros de Keara se destensaron. Descruzó las piernas y comenzó a sonreír, delegando su expresión de altivez al cajón—que cómo no, su madre siempre le obligaba a adoptar en los eventos sociales—, mientras ella y Jayden hablaban del último capítulo de su serie preferida.
Mientras lo hacían, Keara se fijó en que una chica, sentada en la mesa contigua, no le quitaba los ojos de encima a Jayden. Sin embargo, él o la ignoraba a propósito o no se daba cuenta. Nunca parecía hacerlo cuando las chicas se fijaban en él. Tampoco había tenido una novia hasta el momento. Jayden no parecía interesado.
Sin embargo, Keara se fijó en que cada cierto tiempo, posaba sus ojos verdes en uno de los camareros que recorrían las mesas en busca de los vasos vacíos. En aquello también se fijaba Keara; que tanto como ignoraba a las chicas, su atención si se centraba en los chicos. Pero no decía nada. Ni lo haría. No al menos hasta que Jayden mencionase algo al respecto. Todo el mundo comentaba cosas acerca de Keara sin su permiso, así como daban cosas por hecho que distaban por completo de la realidad. Como la vez que una revista aseguró que se realizaba un tratamiento en la piel con placenta de oveja. No sería ella, de entre todas las personas que rodeaban a Jayden; quien le forzara a hablar.
Pronto, el ruido en el Magical Mystery Tour les impidió continuar con la conversación. Todo cuanto se oía era la música que pinchaba la dj. Los cuerpos se mimetizaban en la pista de baile, cada uno desempeñando una coreografía personal, sin orden ni concierto, sin importarles quién miraba y quién no. Si lo hacían bien o no tenían ningún tipo de habilidad para la danza.
El ánimo de Jayden desmejoró, una sombra se impuso en sus ojos entre las luces de varios colores que también bailaban por la sala. Debía de haber recordado el motivo por el que estaba allí aquella noche; la discusión con sus padres. Ella suspiró. Quería hacer algo por animarlo.
Miró a las personas que reían y gritaban a su lado. Sin pensar en lo que estaba haciendo, se incorporó de su silla e hizo que Jayden se levantara también, tirándole por la muñeca.
—¿Qué haces? —preguntó este, desconcertado.
—Bailar —respondió ella, alargando los brazos hasta su cuello y obligando que se moviera con ella.
Era un leve bamboleo, a penas sin ritmo, tímido. Quedaba mucho para que Keara Yoon se atreviera a bailar entre una marea de personas sin que le diera igual quién pudiera mirarla. Pero era todo un avance. La energía de aquel lugar, ya fuera por la novedad o por la lejanía que la separaba del Upper East Side y de todos sus ojos impíos, se había colado por los poros de su piel. Y consiguió lo que se había propuesto; una sonrisa de Jayden.
Keara no supo entonces que el Magical Mystery Tour aguardaba inmensurables sorpresas para ella.
Sus piernas se movían pesadas contra el asfalto, negándose a caminar. Regresar a casa siempre era un ejercicio de voluntad. Pues sabía de sobra lo que le esperaba nada más cruzar por el quicio de la puerta. Una avalancha de reproches entonados con la gélida voz de su madre, seguida de un terremoto de obligaciones que debía cumplir. Eventos sociales, entrevistas para alguna revista, sesiones fotográficas donde tendría que sostener por horas la farsa de que eran una familia unida.
A menudo, Keara deseaba haber nacido en otra familia. Una en la que su madre no fuese una modelo de renombre, hija de una familia que pertenecía a la élite más sofisticada de la Gran Manzana. Keara soñaba con una progenitora que la obligase a comer en lugar de contarle las calorías que ingería, con la que tener peleas por no haber recogido su habitación y con la que ver películas los domingos. No ese híbrido entre Maléfica y la Reina Malvada que le había tocado.
Por esa razón, tras terminar su jornada de clases en el Royal Ballet de Nueva York se marchaba a la tienda de su tío Reggie y allí pasaba las tardes con él. Era el único miembro de su familia que se había alejado de la austeridad y la vida de rico heredero. Reggie era cálido como la brisa en primavera, amable, divertido y, la mejor de sus cualidades; permitía a Keara mostrarse como era. A su lado sabía que nunca diría nada equivocado, que no se reiría de ella por alguna de sus reflexiones y que podía parlotear sin cesar acerca de sus clases en la academia.
Ojalá viviera con el tío Reggie.
Keara soltó un hondo suspiro antes de descender por las escaleras de la estación del metro. Al llegar abajo, la mezcla de olores entre alcantarilla y humedad le revolvió las tripas. En múltiples ocasiones, su madre había tratado de que utilizara a uno de los chóferes para moverse por la ciudad. Pero la sola idea de ir por ahí en limusina le revolvía las tripas incluso más que el hedor subterráneo. Además, le gustaba utilizar el metro. Observar a las personas e imaginar sus vidas y sus destinos. Incluso se imaginaba a sí misma, en un tren hacia la estación más lejana, donde no hubiera cámaras indiscretas listas para sacarla en alguna portada o la entrada de un blog.
Cuando estaba a punto de cruzar uno de los tornos, el móvil le vibró varias veces con insistencia. Estuvo a punto de ignorarlo, por si se trataba de su madre. Keara no tenía personas que le enviaran mensajes. Así que solo podía tratarse de ella o de Jayden, fue por él por quien desbloqueó el teléfono.
«¿Salimos?», rezaba el mensaje de su mejor y único amigo.
Estuvo a punto de teclear un no por respuesta, pero otro mensaje llegó antes de darle la oportunidad.
«He discutido con mis padres…», decía este.
Keara apretó los labios. No podía negarse a salir después de aquel mensaje. Una de las razones por la que eran amigos era por sus respectivas situaciones familiares. Jayden sabía de sobra que no le gustaba salir de noche, así que si se lo había pedido era importante. Por lo que tecleó una respuesta afirmativa y Jayden le envió la ubicación con un emoticono sonriente acompañando la dirección. Keara vio que el lugar estaba al otro lado de la ciudad. Tendría que hacer dos transbordos para llegar hasta allí.
Mientras se dirigía al andén correspondiente, escribió a su madre para avisarla de que dormiría en casa de una amiga de la academia. Como ella solo se preocupaba por Keara cuando hacía algo mal o debía arrastrarla a algún evento social, sabía que no le pondría trabas. Así de triste era su relación…
Llegó a Chinatown tras casi dos horas de trayecto. Ya era noche cerrada, pero en el bullicioso barrio la actividad no había minado lo más mínimo. Aun así, los pasos de Keara eran prestos e inquietos. Se pegó a un grupo de personas que caminaban por delante de ella para no quedarse sola. Por fortuna, el Magical Mystery Tour, el lugar donde Jayden la había citado; solo estaba a cinco minutos andando desde la boca de metro por la que salió.
Debido a la rápida caminata, las gotas de sudor le recorrían la espalda bajo el abrigo, pero el viento helado de mediados de diciembre le cortaba la piel de la nariz y los labios. Recorrió la fila de personas que se había formado para acceder al local en busca de Jayden. Lo encontró hacia el final, comiendo con palillos de una caja de cartón para llevar.
—Hola —lo saludó, uniéndose a él, ganándose una mirada aviesa de un grupo de chicas que estaban detrás de ellos.
Keara enrojeció y se escondió entre los pliegues de su bufanda.
Jayden tragó la comida antes de dedicarle una deslumbrante sonrisa. Era un chico alto y esbelto, con facciones marcadas y penetrantes ojos verdes. El pelo, de color rubio, siempre lo llevaba de punta, apuntando hacia el cielo.
—Te he comprado la cena —dijo Jayden, tendiéndole una bolsa.
Keara no se percató del hambre que tenía hasta ese momento. Dentro de la caja había una ración de pollo con almendras. Y, por fortuna, un tenedor de plástico. Pues el arte de los palillos se le resistía a Keara desde siempre. A veces se sorprendía de cuánto la conocía Jayden. Su amistad había nacido como un estado forzado. Cuando aún iban al jardín de infancia, era los niños que solían quedarse sentados en un rincón del patio, los que siempre escogían los últimos a la hora de formar equipos y a los que el resto de sus compañeros ignoraban.
Al principio se limitaban a sentarse el uno junto al otro. En el más completo y absoluto silencio. Hasta que un recreo Jayden decidió compartir un trozo de chocolatina con Keara. Al día siguiente, fue Keara quien compartió su manzana —ya entonces su madre controlaba su alimentación—. Su amistad fue lenta, un paso cada vez. Keara no recordaba cuándo se habían convertido en mejores amigos. Pero su desbordante inseguridad a menudo la llevaba a creer que Jayden era su amigo porque no le quedaba más remedio.
Detalles como pedir un tenedor en lugar de palillos para ella le hacían comprender que sus pensamientos erraban de la realidad.
—Gracias. —Las ocasiones en las que podía disfrutar de la comida basura eran bien escasas. En la academia, la comida consistía en proteínas y verduras, en su casa no distaba mucho tampoco—. ¿Qué es este sitio? —quiso saber, justo antes de empezar a comer.
—Un karaoke —comentó sin mucho ánimo, encogiéndose de hombros—. Tenía curiosidad por saber cómo era.
Notaba el ánimo de Jayden más bajo de lo normal, pero se guardó de preguntar por la discusión con sus padres que lo había conducido hasta allí. Mientras esperaban, Keara le contó cómo iban sus clases en la academia. Aunque ya habían transcurrido casi tres meses desde que diera comienzo el primer semestre, a Keara le estaba costando lo suyo adaptarse. No solo al ritmo agotador de las clases, ni a la exigencia de los profesores. Sobre todo a las personas, la mayoría de sus compañeros le hacían el vacío y la minoría se dedicaba a susurrar a sus espaldas y entonar comentarios despectivos. Todos los años de ballet que había cursado Keara con un profesor particular parecían haber sido en vano; pues no era capaz de desempeñar con pulcritud ni el movimiento más sencillo.
Por otro lado, echaba de menos a Jayden. Varias veces había sentido la necesidad de abandonar la academia y regresar a su anterior instituto con él. Allí las personas también se reían de Keara, pero con la compañía de su mejor amigo sabía evadirlas.
—Tienes que dejarte de tonterías y mostrar al mundo lo que vales, Kee —la regañó Jayden tras escucharla. Utilizó un tono duro y cortante. Pero no le afectó.
No pudo hacer otra cosa que evadir su mirada. Llevaba toda una vida escondiéndose dentro de sus huesos para lograr ser la persona que deseaba su madre. Quizá Keara se había olvidado de que tenía algo que mostrar al mundo. Quizá, no tenía la más remota idea de quién era.
Cuando por fin lograron acceder al local, aún lo hicieron a tiempo para encontrar una mesa vacía donde sentarse. Ni ella ni Jayden disfrutaban atrapados entre las grandes multitudes. Y aunque Keara era una gran bailarina, nunca se atrevía a hacerlo en medio de una masa de personas, sin una coreografía establecida. Siempre le daba la sensación de que todos se reirían de sus pasos, que la señalarían con el dedo y pensarían que era ridícula.
Así que tras pedir dos bebidas, sin alcohol, pues los puertas les habían plantado un sello de color verde en la superficie de la mano con el logo del local. Que servía para que los camareros supieran quiénes eran mayores de edad o no. En ellos era innecesario, ninguno de los dos bebía.
Se pusieron a reconocer el local. Keara nunca había estado en un lugar como aquel. Parecía una mezcla entre discoteca y galería de arte, entre la modernidad y un club de los años sesenta. En los clientes también estaba presente la heterogeneidad. Acostumbrada a la alta sociedad, donde la variedad iba a morir, Keara había olvidado lo diferentes que eran las personas entre sí. Allí cada uno estaba a lo suyo, no tenían que aparentar, ni forzar sonrisas.
Desde su mesa, tenían una panorámica completa del local, que se iba llenando más y más a cada minuto. Jayden le había dicho que los viernes era el mejor día para acudir allí. Pues había conciertos gratuitos de artistas desconocidos. Era una directa, probablemente el viernes la arrastraría hasta allí de nuevo.
Le costó, pero a medida que transcurrían los minutos los hombros de Keara se destensaron. Descruzó las piernas y comenzó a sonreír, delegando su expresión de altivez al cajón—que cómo no, su madre siempre le obligaba a adoptar en los eventos sociales—, mientras ella y Jayden hablaban del último capítulo de su serie preferida.
Mientras lo hacían, Keara se fijó en que una chica, sentada en la mesa contigua, no le quitaba los ojos de encima a Jayden. Sin embargo, él o la ignoraba a propósito o no se daba cuenta. Nunca parecía hacerlo cuando las chicas se fijaban en él. Tampoco había tenido una novia hasta el momento. Jayden no parecía interesado.
Sin embargo, Keara se fijó en que cada cierto tiempo, posaba sus ojos verdes en uno de los camareros que recorrían las mesas en busca de los vasos vacíos. En aquello también se fijaba Keara; que tanto como ignoraba a las chicas, su atención si se centraba en los chicos. Pero no decía nada. Ni lo haría. No al menos hasta que Jayden mencionase algo al respecto. Todo el mundo comentaba cosas acerca de Keara sin su permiso, así como daban cosas por hecho que distaban por completo de la realidad. Como la vez que una revista aseguró que se realizaba un tratamiento en la piel con placenta de oveja. No sería ella, de entre todas las personas que rodeaban a Jayden; quien le forzara a hablar.
Pronto, el ruido en el Magical Mystery Tour les impidió continuar con la conversación. Todo cuanto se oía era la música que pinchaba la dj. Los cuerpos se mimetizaban en la pista de baile, cada uno desempeñando una coreografía personal, sin orden ni concierto, sin importarles quién miraba y quién no. Si lo hacían bien o no tenían ningún tipo de habilidad para la danza.
El ánimo de Jayden desmejoró, una sombra se impuso en sus ojos entre las luces de varios colores que también bailaban por la sala. Debía de haber recordado el motivo por el que estaba allí aquella noche; la discusión con sus padres. Ella suspiró. Quería hacer algo por animarlo.
Miró a las personas que reían y gritaban a su lado. Sin pensar en lo que estaba haciendo, se incorporó de su silla e hizo que Jayden se levantara también, tirándole por la muñeca.
—¿Qué haces? —preguntó este, desconcertado.
—Bailar —respondió ella, alargando los brazos hasta su cuello y obligando que se moviera con ella.
Era un leve bamboleo, a penas sin ritmo, tímido. Quedaba mucho para que Keara Yoon se atreviera a bailar entre una marea de personas sin que le diera igual quién pudiera mirarla. Pero era todo un avance. La energía de aquel lugar, ya fuera por la novedad o por la lejanía que la separaba del Upper East Side y de todos sus ojos impíos, se había colado por los poros de su piel. Y consiguió lo que se había propuesto; una sonrisa de Jayden.
Keara no supo entonces que el Magical Mystery Tour aguardaba inmensurables sorpresas para ella.
Última edición por hypatia. el Jue 05 Oct 2017, 8:47 am, editado 1 vez
indigo.
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Re: All you need is love.
Capítulo 01, parte 02.
No tenemos el control de nuestra vida. Damos pasos en falso con la esperanza de que a la vuelta de la esquina haya aciertos y, no desaciertos. Sin embargo, podemos decidir qué hacer con esos aciertos y desaciertos. Qué batallas librar y, como librarlas.
Alex Kauffman lo tenía claro. Después de más de un año entre idas y venidas a la sucursal de Cancerlandia. No se iba a quedar sentado, entre vómitos, defecaciones y fiebres. Como dijo Shakespeare: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos». Aunque su baraja estuviese trucada, todavía podía poner la partida a su favor.
El cáncer persistía —se ve que era un huésped de primera—, dormitaba en su interior a intervalos hasta que reunía la fuerza necesaria para atacarlo de nuevo: fortalecido tras la batalla anterior. Se encontraban en el tercer asalto, Alex perdía: 40% a 60%. En cada recaía sus posibilidades se estrechaban. No necesitaba un porcentaje para deducirlo, lo notaba en su cuerpo, cada vez más deteriorado.
Pero los médicos eran optimistas, tenían que serlo, por supuesto. Seguro que algún juramento les impedía aconsejarle que fuese escogiendo una bonita parcela en el cementerio.
Alex creía haberlo asumido, tras la primera recaída comprendió que podía olvidarse de una recuperación a largo plazo. Sentarse a esperar un cambio de los acontecimientos o un desenlace trágico no servía de nada. La vida avanzaría con o sin Alex abordo. Prefería estar abordo mientras tuviese oportunidad.
Pero, por supuesto, su familia no iba a ceder sin plantar pelea. Ya que se habían convertido en la Brigada Esto No Es Bueno Para Ti Alex. No aceptarían que llevase una vida normal. O una vida, sin más. Con cada recaída, los ojos de sus padres lo miraban como si ya estuviese muerto. No era muy alentador, pero sobretodo, resultaba molesto. Lo vigilaban las veinticuatro horas del día, le decían qué comer, cuándo y cuánto dormir… Alex lo aceptaba porque era todo lo que podía hacer, aparte de soportar las sesiones de quimioterapia como un campeón y fingir que no estaba hecho una mierda cuando estaba hecho una mierda.
Debido a todos aquellos factores, Alex se escabulló de su habitación cuando pensaban que dormía, como cuando era un adolescente y se escapaba a alguna fiesta. Al principio se sintió culpable, sobre todo por Clara. Su hermana mayor libraba cien mil batallas contra sus padres cada día, para que no tratasen a Alex como un trozo de pergamino que se resquebrajaría al mínimo soplo de aire. No le gustaba mentirla, pero sabía que incluso Clara pondría en el grito en el cielo.
Había salido sin un rumbo fijo. Su principal objetivo había sido salir a la calle sin que su madre lo escoltara obligándolo a ponerse una mascarilla de papel. Pero tras una hora dando vueltas como un tonto por el Upper East Side, se había cansado. Pensó en hacer una visita a Vanshni, pero su casa sería el primer lugar al que llamarían sus padres cuando se enterasen de que se había marchado. Su otra opción era Angus, miró su reloj de muñeca; todavía quedaba una hora para que saliese del trabajo. Pero era su mejor opción.
Poco después estaba montado en un taxi con rumbo a Chinatown. Cuando se decidió a mirar el teléfono, vio que tenía treinta llamadas perdidas de su madre, otras cuantas de su padre y muchos whatsapps de Clara amenazándolo de muerte. Apagó le teléfono.
Necesitaba aquello. Necesitaba dejar de ser el «pobre chico enfermo, ¡qué pena!» y no mirar los rostros adoloridos de su familia por un rato. Era su último día de descanso antes de tener que confinarse en el hospital durante una semana para un nuevo ciclo de quimioterapia. Quería aprovecharlo.
Una vez en su destino, pagó al taxista y se introdujo en el Magical Mystery Tour, donde Angus trabajaba como cocinero. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo allí, poco antes de volver a recaer.
Como solo eran las nueve y media, el local se encontraba vacío. Salvo por las personas que cenaban. Alex se sentó en uno de los taburetes cerca de la puerta de acceso de la cocina.
Pidió a un camarero una cerveza y una hamburguesa. Los efectos de la última sesión habían desaparecido casi por completo de su cuerpo. Lo que peor llevaba Alex era no poder comer. Dentro de nada volvería a ser un saco de huesos. Por frívolo que resultara, a veces era peor para él que los demás notasen que estaba enfermo, a sentirse enfermo.
Mientras esperaba, agarró una servilleta y se puso a dibujar. Siempre llevaba un bolígrafo en el bolsillo de la sudadera. Alex era dibujante, trabajaba en una editorial haciendo las portadas y las ilustraciones de los libros. Gracias a la autonomía de su trabajo, podía seguir desempeñándolo incluso desde su confinamiento en el hospital. Era una de las cosas que habían impedido que perdiese la cabeza.
—¿Alex? ¿Qué haces aquí?
Escuchó que decía alguien a su espalda. Reconoció la voz de inmediato, llevaba escuchándola quejarse desde que tenía diez años.
—Hola a ti también —dio un mordisco a la hamburguesa, ya fría tras casi media hora. Desgraciadamente, tenía el habitual sabor a metal. Poco importaba si comía unos espaguetis o bebía pis de gato; todo le sabía a metal.
Angus se sentó en el taburete contiguo al suyo. Ya vestía la ropa de calle, aunque desprendía cierto olor a una mezcla de muchas comidas que le revolvió el estómago. Tiró la hamburguesa en el plato.
—Tío, no creo que eso te siente bien.
Puso los ojos en blanco. Estaba hasta las narices de que todo el mundo le dijera lo que era o no bueno para él. Lanzó una mirada rabiosa a Angus.
—¿Sabes qué he comido hoy? Zumo de alcachofas —anunció. Su madre siempre le hacía comer cosas asquerosas, como si atiborrarlo a ellas fuese a expulsar el cáncer de su cuerpo. Bebió de su segunda cerveza.
Notó cómo Angus lo miraba con reprobación, de nuevo.
—Ni se te ocurra decir nada —lo amenazó.
—Menudo humor —reprochó Angus, incapaz de callarse—. Me dejas preguntar al menos qué haces aquí. Miró a las
personas que los rodeaban con recelo, todos ellos eran potenciales portadores de infecciones.
—Quería salir un rato, llevo cuatro días encerrado.
—Pero no hace falta que te emborraches.
Alex apretó los puños y miró a su mejor amigo con aire amenazante. También estaba hasta las narices de que lo cuestionasen todo el tiempo. Como si él no fuese capaz de tomar sus propias decisiones, por cuestionables que fueran.
—Angus, te emborrachas conmigo o te vas a tomar por culo —masculló.
Se arrepintió de sus palabras de inmediato. Angus lo miraba con expresión afectada, sus ojos: uno azul y otro marrón, adquirieron el mismo matiz de rabia que navegaba por el cuerpo de Alex.
—Lo siento —rectificó.
La preocupación excesiva de sus seres queridos no le daba derecho a tratarlos mal. Pero en muchas ocasiones le costaba controlar su temperamento. Ya estaba bastante irascible cuando nadie le molestaba…
—Creo que me voy a emborrachar contigo —anunció Angus, ignorando su último comentario—. Pero cuando alguien
venga a matarte, diré que me coaccionaste.
Alex destensó los músculos. Eso era todo lo que pedía, un poco de la normalidad que tenía antes de caer enfermo. Nada más.
Estuvieron bebiendo un buen rato. El karaoke se llenaba más y más a cada rato que pasaba. Se vieron rodeados por una horda de seres sedientos que los empujaban para llamar la atención de los camareros. Alex estuvo tentado unas cuantas veces de dar un puñetazo a varias personas, pero se contuvo. En una pelea, seguramente él llevaba las de perder.
Mientras Angus parloteaba con un cliente que lo conocía, Alex se puso a observar a los camareros. Una de las chicas llamó su atención sobre el resto. Bailaba alrededor de un muchacho muy parecido a ella, que trataba de sacársela de encima con fastidio, aunque luchaba por no reírse.
Alex se acordó de Clara entonces y no pudo evitar sentirse culpable. Se había dado cuenta que todo lo que le hacía feliz a Alex, era un disgusto para su familia. Evitó pensar en ello, ya se sentiría culpable por la mañana.
Continuó observando a la chica, que había dejado de bailar y ahora se encontraba sentada sobre una de las cámaras refrigeradoras. Angus le había contado que desde hacía unas semanas los hijos de los que eran sus jefes, habían tomado el mando del establecimiento. Aquella muchacha debía ser uno de ellos.
No podía dejar de mirarla. El pelo le caía liso hasta la espalda, de un intenso color cobrizo. Dos enormes ojos azules recorrían el lugar con aire exhaustivo. Eran cálidos, pero se mostraban abatidos, casi tristes. Sus facciones eran preciosas, piel blanca y tersa, nariz pequeña.
Propinó un codazo a Angus, sin dejar de mirarla. Cuando su amigo se inclinó para ver qué quería, dijo en su oído:
—¿Quién es?
Angus buscó el objetivo de su mirada. Una sonrisa socarrona se le dibujó en los labios, Alex puso los ojos en blanco.
—Es Charlie Brown, mi jefa —explicó—. Guapa, ¿verdad? Puedo presentártela, algo me dice que eres su tipo.
Alex se puso de malhumor de pronto.
—No quiero que me la presentes —declamó la oferta, tragando saliva.
—Pero…
—He dicho que no.
Un tiempo atrás, hubiese ido a presentarse él mismo. No le costaba ligar, sabía lo atractivo que les resultaba a las chicas —e incluso a algunos chicos—, así que se aprovechaba de ello. Pero no desde la leucemia. Había renunciado a las chicas de forma drástica. No sabía qué rollos de una noche podían convertirse en algo más. Y no quería que nadie entrase en su vida en aquel momento. Sería egoísta por su parte. «Claro, salgamos juntos. Por cierto, lo mismo me muero…».
—A veces eres peor que Jekyll y Míster Hyde —le recriminó Angus, dándole un puñetazo suave en el brazo.
—Eso es porque tú eres el doctor y yo el monstruo.
—No, Alex, solo eres gilipollas —dijo para picarlo.
En esa ocasión fue Alex quien le dio un puñetazo, sin ningún tipo de suavidad.
Volvió a mirar a la chica una vez más. Y, sin pensarlo mucho, se puso a dibujarla en una servilleta. Sin saber que Angus se la presentaría de todos modos, que Ed Sheeran los atraparía en un baño y que aquella servilleta mojada, sería el comienzo de su historia con Charlie.
Alex Kauffman lo tenía claro. Después de más de un año entre idas y venidas a la sucursal de Cancerlandia. No se iba a quedar sentado, entre vómitos, defecaciones y fiebres. Como dijo Shakespeare: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos». Aunque su baraja estuviese trucada, todavía podía poner la partida a su favor.
El cáncer persistía —se ve que era un huésped de primera—, dormitaba en su interior a intervalos hasta que reunía la fuerza necesaria para atacarlo de nuevo: fortalecido tras la batalla anterior. Se encontraban en el tercer asalto, Alex perdía: 40% a 60%. En cada recaía sus posibilidades se estrechaban. No necesitaba un porcentaje para deducirlo, lo notaba en su cuerpo, cada vez más deteriorado.
Pero los médicos eran optimistas, tenían que serlo, por supuesto. Seguro que algún juramento les impedía aconsejarle que fuese escogiendo una bonita parcela en el cementerio.
Alex creía haberlo asumido, tras la primera recaída comprendió que podía olvidarse de una recuperación a largo plazo. Sentarse a esperar un cambio de los acontecimientos o un desenlace trágico no servía de nada. La vida avanzaría con o sin Alex abordo. Prefería estar abordo mientras tuviese oportunidad.
Pero, por supuesto, su familia no iba a ceder sin plantar pelea. Ya que se habían convertido en la Brigada Esto No Es Bueno Para Ti Alex. No aceptarían que llevase una vida normal. O una vida, sin más. Con cada recaída, los ojos de sus padres lo miraban como si ya estuviese muerto. No era muy alentador, pero sobretodo, resultaba molesto. Lo vigilaban las veinticuatro horas del día, le decían qué comer, cuándo y cuánto dormir… Alex lo aceptaba porque era todo lo que podía hacer, aparte de soportar las sesiones de quimioterapia como un campeón y fingir que no estaba hecho una mierda cuando estaba hecho una mierda.
Debido a todos aquellos factores, Alex se escabulló de su habitación cuando pensaban que dormía, como cuando era un adolescente y se escapaba a alguna fiesta. Al principio se sintió culpable, sobre todo por Clara. Su hermana mayor libraba cien mil batallas contra sus padres cada día, para que no tratasen a Alex como un trozo de pergamino que se resquebrajaría al mínimo soplo de aire. No le gustaba mentirla, pero sabía que incluso Clara pondría en el grito en el cielo.
Había salido sin un rumbo fijo. Su principal objetivo había sido salir a la calle sin que su madre lo escoltara obligándolo a ponerse una mascarilla de papel. Pero tras una hora dando vueltas como un tonto por el Upper East Side, se había cansado. Pensó en hacer una visita a Vanshni, pero su casa sería el primer lugar al que llamarían sus padres cuando se enterasen de que se había marchado. Su otra opción era Angus, miró su reloj de muñeca; todavía quedaba una hora para que saliese del trabajo. Pero era su mejor opción.
Poco después estaba montado en un taxi con rumbo a Chinatown. Cuando se decidió a mirar el teléfono, vio que tenía treinta llamadas perdidas de su madre, otras cuantas de su padre y muchos whatsapps de Clara amenazándolo de muerte. Apagó le teléfono.
Necesitaba aquello. Necesitaba dejar de ser el «pobre chico enfermo, ¡qué pena!» y no mirar los rostros adoloridos de su familia por un rato. Era su último día de descanso antes de tener que confinarse en el hospital durante una semana para un nuevo ciclo de quimioterapia. Quería aprovecharlo.
Una vez en su destino, pagó al taxista y se introdujo en el Magical Mystery Tour, donde Angus trabajaba como cocinero. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo allí, poco antes de volver a recaer.
Como solo eran las nueve y media, el local se encontraba vacío. Salvo por las personas que cenaban. Alex se sentó en uno de los taburetes cerca de la puerta de acceso de la cocina.
Pidió a un camarero una cerveza y una hamburguesa. Los efectos de la última sesión habían desaparecido casi por completo de su cuerpo. Lo que peor llevaba Alex era no poder comer. Dentro de nada volvería a ser un saco de huesos. Por frívolo que resultara, a veces era peor para él que los demás notasen que estaba enfermo, a sentirse enfermo.
Mientras esperaba, agarró una servilleta y se puso a dibujar. Siempre llevaba un bolígrafo en el bolsillo de la sudadera. Alex era dibujante, trabajaba en una editorial haciendo las portadas y las ilustraciones de los libros. Gracias a la autonomía de su trabajo, podía seguir desempeñándolo incluso desde su confinamiento en el hospital. Era una de las cosas que habían impedido que perdiese la cabeza.
—¿Alex? ¿Qué haces aquí?
Escuchó que decía alguien a su espalda. Reconoció la voz de inmediato, llevaba escuchándola quejarse desde que tenía diez años.
—Hola a ti también —dio un mordisco a la hamburguesa, ya fría tras casi media hora. Desgraciadamente, tenía el habitual sabor a metal. Poco importaba si comía unos espaguetis o bebía pis de gato; todo le sabía a metal.
Angus se sentó en el taburete contiguo al suyo. Ya vestía la ropa de calle, aunque desprendía cierto olor a una mezcla de muchas comidas que le revolvió el estómago. Tiró la hamburguesa en el plato.
—Tío, no creo que eso te siente bien.
Puso los ojos en blanco. Estaba hasta las narices de que todo el mundo le dijera lo que era o no bueno para él. Lanzó una mirada rabiosa a Angus.
—¿Sabes qué he comido hoy? Zumo de alcachofas —anunció. Su madre siempre le hacía comer cosas asquerosas, como si atiborrarlo a ellas fuese a expulsar el cáncer de su cuerpo. Bebió de su segunda cerveza.
Notó cómo Angus lo miraba con reprobación, de nuevo.
—Ni se te ocurra decir nada —lo amenazó.
—Menudo humor —reprochó Angus, incapaz de callarse—. Me dejas preguntar al menos qué haces aquí. Miró a las
personas que los rodeaban con recelo, todos ellos eran potenciales portadores de infecciones.
—Quería salir un rato, llevo cuatro días encerrado.
—Pero no hace falta que te emborraches.
Alex apretó los puños y miró a su mejor amigo con aire amenazante. También estaba hasta las narices de que lo cuestionasen todo el tiempo. Como si él no fuese capaz de tomar sus propias decisiones, por cuestionables que fueran.
—Angus, te emborrachas conmigo o te vas a tomar por culo —masculló.
Se arrepintió de sus palabras de inmediato. Angus lo miraba con expresión afectada, sus ojos: uno azul y otro marrón, adquirieron el mismo matiz de rabia que navegaba por el cuerpo de Alex.
—Lo siento —rectificó.
La preocupación excesiva de sus seres queridos no le daba derecho a tratarlos mal. Pero en muchas ocasiones le costaba controlar su temperamento. Ya estaba bastante irascible cuando nadie le molestaba…
—Creo que me voy a emborrachar contigo —anunció Angus, ignorando su último comentario—. Pero cuando alguien
venga a matarte, diré que me coaccionaste.
Alex destensó los músculos. Eso era todo lo que pedía, un poco de la normalidad que tenía antes de caer enfermo. Nada más.
Estuvieron bebiendo un buen rato. El karaoke se llenaba más y más a cada rato que pasaba. Se vieron rodeados por una horda de seres sedientos que los empujaban para llamar la atención de los camareros. Alex estuvo tentado unas cuantas veces de dar un puñetazo a varias personas, pero se contuvo. En una pelea, seguramente él llevaba las de perder.
Mientras Angus parloteaba con un cliente que lo conocía, Alex se puso a observar a los camareros. Una de las chicas llamó su atención sobre el resto. Bailaba alrededor de un muchacho muy parecido a ella, que trataba de sacársela de encima con fastidio, aunque luchaba por no reírse.
Alex se acordó de Clara entonces y no pudo evitar sentirse culpable. Se había dado cuenta que todo lo que le hacía feliz a Alex, era un disgusto para su familia. Evitó pensar en ello, ya se sentiría culpable por la mañana.
Continuó observando a la chica, que había dejado de bailar y ahora se encontraba sentada sobre una de las cámaras refrigeradoras. Angus le había contado que desde hacía unas semanas los hijos de los que eran sus jefes, habían tomado el mando del establecimiento. Aquella muchacha debía ser uno de ellos.
No podía dejar de mirarla. El pelo le caía liso hasta la espalda, de un intenso color cobrizo. Dos enormes ojos azules recorrían el lugar con aire exhaustivo. Eran cálidos, pero se mostraban abatidos, casi tristes. Sus facciones eran preciosas, piel blanca y tersa, nariz pequeña.
Propinó un codazo a Angus, sin dejar de mirarla. Cuando su amigo se inclinó para ver qué quería, dijo en su oído:
—¿Quién es?
Angus buscó el objetivo de su mirada. Una sonrisa socarrona se le dibujó en los labios, Alex puso los ojos en blanco.
—Es Charlie Brown, mi jefa —explicó—. Guapa, ¿verdad? Puedo presentártela, algo me dice que eres su tipo.
Alex se puso de malhumor de pronto.
—No quiero que me la presentes —declamó la oferta, tragando saliva.
—Pero…
—He dicho que no.
Un tiempo atrás, hubiese ido a presentarse él mismo. No le costaba ligar, sabía lo atractivo que les resultaba a las chicas —e incluso a algunos chicos—, así que se aprovechaba de ello. Pero no desde la leucemia. Había renunciado a las chicas de forma drástica. No sabía qué rollos de una noche podían convertirse en algo más. Y no quería que nadie entrase en su vida en aquel momento. Sería egoísta por su parte. «Claro, salgamos juntos. Por cierto, lo mismo me muero…».
—A veces eres peor que Jekyll y Míster Hyde —le recriminó Angus, dándole un puñetazo suave en el brazo.
—Eso es porque tú eres el doctor y yo el monstruo.
—No, Alex, solo eres gilipollas —dijo para picarlo.
En esa ocasión fue Alex quien le dio un puñetazo, sin ningún tipo de suavidad.
Volvió a mirar a la chica una vez más. Y, sin pensarlo mucho, se puso a dibujarla en una servilleta. Sin saber que Angus se la presentaría de todos modos, que Ed Sheeran los atraparía en un baño y que aquella servilleta mojada, sería el comienzo de su historia con Charlie.
Estaba siendo una noche tranquila, dentro de lo posible. Todavía no había acontecido ninguna pelea estúpida entre los clientes y Xavier solo se había quejado dos veces en lo que llevaban de jornada. Teniendo en cuenta sus antecedentes, se trataba de un auténtico logro.
La cocina estaba ya cerrada, así que Charlie entró en ella para darle un trago a la taza de café con hielo que Angus había escondido para ella en el último estante de la nevera, la que Gideon nunca abría porque solo contenía vegetales. Así no corría el riesgo de que se lo tirase por el desagüe. Bebió el café sentada en una de las encimeras, las piernas le hormigueaban a causa del cansancio. Llevaba en el karaoke toda la tarde, tras la comida con Ziara y Arnold, no tuvo la oportunidad de marcharse. Siempre había algo que hacer en el karaoke y, la culpabilidad la azotaba si dejaba a Xavier, Ziara y Gideon con tanto trabajo, aunque fuese su día libre. Así que allí se había quedado, perdiéndose su clase boxeo. Aunque Charlie ya sabía que pasaría, porque todos los días de su vida eran iguales, sin cambios notorios.
Daba gracias por la vida que le había tocado, tenía una familia y amigos magníficos. Pero en ocasiones, especialmente en los momentos de soledad, no podía evitar sentirse invadida por una especie de carencia, con nombre propio: vacío. Se veía a sí misma precipitándose hacia él, sin la fuerza suficiente para impedirse caer. Todo lo bueno de su vida se empapaba con él. A veces, incluso, le costaba respirar. Era entonces cuando comprendía la diferencia entre vivir y estar viva. Su vida era una función de teatro que se repetía cada día, en la que Charlie desempeñaba su papel sin salirse del guion. Por ese motivo Charlie parecía tan feliz; porque no lo era, no la mayoría de las veces. Combatía contra la tristeza con ahínco, pues sabía que no tenía derecho a estar triste. Si todo era perfecto…
Un ruido la sobresaltó y escondió la taza de café —junto con su vacío—a la espalda. Ziara acababa de entrar a la cocina, su cabellera castaña oscura estaba apresada en un moño. Tenía las mejillas sonrosadas y la mandíbula crispada por el estrés. Depositó una bandeja repleta de vasos en la encimera, antes de percatarse de la presencia de Charlie, quien saludó a su mejor amiga con un movimiento de mano.
—Yo combatiendo en las trincheras y tú aquí sentada —se quejó Ziara, con las manos sobre las caderas.
La segunda semana del mes suponía la más estresante para Ziara. Pues tenía que encargarse de los camareros en la barra y de los djs por igual. Lo que implicaba tener que cruzar el mar de personas cada poco tiempo para vigilarlos. Charlie y Gideon se habían ofrecido a llevar la barra para que no tuviese que estar de aquí para allá todo el rato, al menos por esa noche.
—Recuerdas que es mi día libre, ¿no? —alegó Charlie, sonriendo. Llevaba tanto tiempo escondiendo su verdadero estado de ánimo, que se había convertido en una experta. Ni siquiera Ziara, que guardaba la capacidad de leerle el pensamiento; se había dado cuenta.
—Bobadas —bromeó.
Ziara caminó hasta situarse a su lado, apoyada contra el borde de la encimera de metal. La superficie vibraba debido a la música que provenía del exterior. Se abanicó con las manos, tratando de darse aire. Charlie se miró las zapatillas negras mientras balanceaba los pies.
—¿Qué haces aquí, por cierto? —preguntó Ziara.
Se encogió de hombros, frunciendo los labios.
—Gideon está coqueteando con Jody en la barra, me he marchado antes de que ella le soltara un puñetazo.
Ziara se carcajeó mientras se subía hasta las costillas la camiseta del trabajo, igual a la de los empleados, para conseguir refrescarse. En el karaoke, el calor se te pegaba en la piel como pegamento extrafuerte, a pesar de los conductos de aire acondicionado.
—Hablando de coqueteos, ¿sabes quién está aquí? —inquirió, sonriendo de lado. Ziara parecía realmente perversa cuando sacaba a relucir esa sonrisa. Cada vez que relucía en su rostro, terminaban metidas en líos.
Aguardó su respuesta con las cejas arqueadas.
—Harlow.
Charlie sabía que debía sentirse exultante, que el corazón se le acelerara y se le encogiera el estómago. Sonreír que como si acabasen de decirle a un niño que pasaría todo el verano en un parque de atracciones. Porque le gustaba Harlow, ¿no?. Habían tenido varias citas y era agradable, bueno y perfecto. Quizá demasiado perfecto…
—Pero es lunes —comentó.
Harlow era uno de los artistas asiduos que participaban en los conciertos de los viernes, rara era la vez que se pasase por allí en un día distinto. Era así como se habían conocido. Unas cuantas caídas de ojos desde el escenario, sonrisas cuando pasaba por su lado… y se dieron los números de teléfono. Charlie no descubría aún si le gustaba o, simplemente quedaba con él porque era algo distinto de lo que solía hacer.
—No seas tan entusiasta… —dijo con sarcasmo Zia. Aunque de inmediato comenzó a escrutarla con sus ojos marrones.
—Es que no me he arreglado como debería para ver a mi enamorado, ¿crees que si me ve con estas pintas querrá volver a salir conmigo? Yo creo que no —parloteó Charlie para evadir su mirada. Subió la pierna a la encimera y se agachó para volver a remangar sus mom por encima de los tobillos.
—¡Venga ya! —exclamó Ziara, sin creérselo. Igual no era tan experta como creía en el arte del engaño.
—Voy a comprobar si Gideon sigue con vida. Tómate un descanso, yo te cubro —respondió apresuradamente.
Saltó de la encimera y casi corrió hasta la puerta que conducía a la estancia principal. Ziara se quedó quieta a su espalda, observándola confusa. No le gustaba dejar a su mejor amiga de aquella manera, pero si Ziara indagaba más acabaría por confirmarle que la única razón por la que quedaba con Harlow se debía a que trataba de sentir algo desesperadamente. Aquella confesión desembocaba en otras que Charlie no estaba dispuesta a compartir.
Aterrizó en un universo distinto en cuanto traspasó la puerta. Atrás dejó el inoportuno malestar e impuso una sonrisa a sus labios. El cuerpo entero le vibraba con la música, destellos de luces teñían la oscuridad de color y opacaban la luz del centenar de bombillas del techo. Todavía era relativamente temprano y se podía respirar allí dentro. La mayoría de los asistentes permanecían sentados en las mesas y aún era capaz de ver el suelo de la pista, donde unos pocos bailaban.
Divisó a Harlow con un grupo de personas en la zona de los pufs, pero no disimuló ni el amago de ir a verlo. Antes de que él se percatara de su presencia, se abrió camino entre los clientes que aguardaban en la barra para poder cobijarse dentro. Se coló por el hueco de acceso con tanta rapidez que se dio contra la espalda de un chico que estaba sentado en la barra.
—Perdón —bisbiseó sin siquiera mirarlo.
Sin embargo, una vez dentro, un cordón invisible la obligó a girar el cuello. Esa fue la primera vez que vio a Alexander Kauffman y, en los meses venideros; aquella imagen perduraría en su recuerdo con tinta imborrable. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. En aquel momento, solo era un guapo desconocido que la había dejado clavada en el sitio:
Aunque estaba sentado en uno de los taburetes, podía apreciarse que era un chico alto, con las espaldas anchas y los brazos fuertes; llenos de tatuajes. Casi sin un centímetro de piel sin decorar. Su pelo era castaño y corto, un poco más largo en la parte alta de la cabeza, con los mechones de pelo apartados de la frente, en un tupé despeinado y sin orden. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de él eran sus ojos, de un intenso verde esmeralda, remarcado por las ojeras que adornaban las comisuras de estos.
Mientras lo observaba, el ajetreo cesó y la música murió antes de llegar a sus oídos. Rodeaba únicamente por los latidos de su corazón. No podía dejar de mirarlo y, por suerte, él no se percataba de que lo observaba, pues tenía los ojos perdidos en algún lugar lejano.
Por suerte, Ronan se puso delante de ella para servir unas bebidas y fue capaz de aterrizar de nuevo en el mundo estridente que la rodeaba. Charlie esperó que la mandíbula no se le hubiese estrellado contra el suelo. Parpadeó repetidas veces, con las retinas resecas.
Buscó a su hermano, que se encontraba en el centro de la barra, recogiendo los vasos vacíos para apilarlos en los recipientes que irían al lavavajillas. Se acercó a él.
—¡Por todo el café del universo! —exclamó Charlie, llevándose una mano al corazón cuando estuvo junto a Gideon
—. Creo que me he enamorado —dramatizó. Para entonces, había conseguido olvidarse de su inoportuna carencia y
volvía a ser la de siempre.
Gideon rodó los ojos, sin darle la mayor importancia. Prosiguió con su tarea, el tiempo que pasaba un trapo por la superficie. Charlie se enganchó a su brazo, clamando su atención.
—¿Es qué no me has oído? —gritó en su oído, para hacerse escuchar por encima de la música.
—Me has destrozado el tímpano.
—Estoy enamorada —repitió Charlie, zarandeando a Gideon como un muñeco.
El chico se rindió, sabiendo que jamás saldría vivo de allí sino le seguía el juego. Apoyó el brazo en el hombro de su hermana, como si fuese un mueble.
—A ver, ¿quién es el desgraciado? —preguntó, oteando las inmediaciones.
Charlie se deshizo del contacto y señaló con la barbilla a la multitud acoplada a lo largo de la barra. El chico seguía allí, en la esquina opuesta. Encorvado sobre la barra, garabateando algo en varias servilletas. Charlie se fijó en su acompañante por primera vez, que no era otro que Angus. Quien parloteaba sin parangón, al tiempo que el guapo desconocido asentía de vez en cuando. Las luces que lo rodeaban le conferían mayor atractivo. Gideon siguió la trayectoria, sin alterar la expresión de su rostro.
—¿Y bien? —quiso saber Charlie, tras el reconocimiento.
Su hermano estiró el asunto unos segundos más de lo necesario, solo para hacerla de rabiar. El jueguecito de «creo que me he enamorado», se repetía constantemente. Charlie Brown se enamoraba de casi cualquier chico atractivo.
—Esconde algo —declamó, encogiéndose de hombros. Sin más se dio la vuelta para seguir con sus tareas. Charlie lo siguió dando fuertes zancadas.
—Qué sabrás tú —contradijo.
—Tiene la mirada evasiva y no para de dar golpes con el puño —explicó, lanzándole una mirada elocuente—. Esconde algo.
Fue el turno de Charlie para rodar los ojos.
—Gracias por tus observaciones, Sherlock.
—De nada, Watson. Mantente alejada de ese tío. —En esa ocasión dejó que se marchara sin presentar batalla.
Charlie nunca atendía a las advertencias de su hermano y, ese no era el momento para comenzar a hacerlo. Acometida por uno de sus impulsos, sirvió dos copas y con paso firme se acercó a donde estaba Angus.
—Invita la casa —informó, depositando las bebidas frente a ambos.
El chico a penas la miró, se limitó a coger el vaso y dar un largo trago, vigilado por una mirada reprobatoria de Angus. Charlie observó cómo se le marcaba la línea de la mandíbula y se le tensaban los músculos del cuello.
—¿Seguro que no me lo descontarás del sueldo? —ironizó Angus, con una sonrisa traviesa.
Angus era uno de los cocineros del Magical Mystery Tour. Guardaba un gran cariño por él, no solo porque los platos que preparaba tenían la capacidad de transportarla hasta el Nirvana, ni porque fuese su contrabandista de café; sino porque resultaba encantador y regalaba sonrisas por doquier a todo el que quisiera recibirlas.
—Tengo que seguir siendo tu jefa favorita —bromeó por encima del ruido, que cada vez era más alto, al tiempo que le guiñaba un ojo.
—Salud. —Angus alzó su copa en su dirección antes de beber.
Charlie miró de reojo a su acompañante, que volvía a estar encorvado garabateando en las servilletas. Se percató que no eran garabatos, sino dibujos. Pero antes de que pudiera apreciar alguno lo suficiente el chico alzó la vista, como si hubiese notado su mirada clavada en él.
El chico la miró y las comisuras de sus labios parece que se curvaron ligeramente hacia arriba, aunque sus ojos destellaban con incomodidad y reproche. Charlie no apartó los ojos, ni se amedrentó, sino quería que lo mirasen que se fuese a dibujar a otro lugar.
Angus pareció advertir la tensión, así que tras un carraspeo, anunció:
—Este es Alex, mi mejor amigo. Alex, ella es Charlie, una de mis jefas —los presentó, alternando la mirada entre ambos.
—¿Es la primera vez que vienes al karaoke, Alex? —se interesó Charlie, con la profesionalidad latente en su voz. Como si solo estuviese siendo cordial con un cliente.
Continuó mirándola con el rostro inexpresivo. Angus se revolvió en su asiento y pudo ver cómo le propinaba una patada a su amigo con disimulo. Alex apretó los dientes y le dirigió una mirada aviesa.
—No —murmuró al fin. Enseguida, regresó a las servilletas.
Guapo y gilipollas… el arquetipo preferido de Charlie. ¿Por qué siempre acababa fijándose en los gilipollas?
—Gracias por las bebidas —intervino de nuevo Angus, fulminando a su amigo.
Charlie brindó su sonrisa más espléndida antes de marcharse. Negándose a perder más el tiempo. Esta vez, no se giró para volver a mirarlo.
Las siguientes horas se convirtieron en un caos absoluto. El karaoke alcanzó su máxima capacidad y, apenas tuvo tiempo para respirar. Sin embargo, contra su voluntad, se encontró a sí misma buscando a Alex de cuando en cuando. Como si una fuerza la incitase a ello, sin darle la oportunidad de oponerse. No entendía por qué, había cantidad de chicos. Mucho más amables, que dejaron claras sus intenciones de querer ligar con ella de inmediato. Y también estaba Harlow; que era agradable, bueno y perfecto —y había dejado claras sus intenciones de querer tener algo con ella—. ¿Por qué lo complicaba todo tanto? ¿Por qué no podía sentir mariposas en el estómago cuando lo veía? ¿Por qué no era capaz de sentir, sin más? Charlie se sentía un carroñero, acechando en torno a personas en busca de sentimientos que morían antes de alcanzar su cuerpo.
En una de las ocasiones que se sorprendió buscando a Alex, lo encontró en el lateral opuesto de la barra en el que antes estaba sentado. No había rastro de Angus. Lo vio discutiendo con una chica acaloradamente, el uno muy cerca del otro. Claro que sí. Tenía novia. Guapos, gilipollas y con novia, siempre su tipo.
Resopló, estaba siendo ridícula. Probablemente no volvería a ver a aquel chico más.
—Hey, guapa —chilló alguien contra su cara. Un fuerte olor a alcohol y tabaco le inundó las fosas nasales. Tuvo que contenerse para no vomitar.
Casi colgando de la barra, había un hombre de unos treinta y muchos, con las pupilas dilatadas y una sonrisa lasciva. Charlie encajó los hombros.
—¿Qué le pongo? —preguntó, haciendo caso omiso a la repulsión.
—Un vodka con hielo… y tu número de teléfono.
Arrugó la nariz con repulsión. Pero antes de tener la oportunidad de meterle por el culo sus palabras, Gideon apareció a su lado. Con movimientos rápidos, sirvió la bebida que había pedido.
—Cinco dólares. —Se inclinó sobre él con aire amenazante—. Y como no te vayas, también te doy un puñetazo.
El hombre le tendió el dinero con el rabo entre las piernas y se abrió paso entre las otras personas que se peleaban por ser atendidos.
—¡Mi héroe! —exclamó Charlie, llevándose las manos al pecho cual damisela conmocionada.
Pero Gideon ya no le prestaba atención, había encontrado a una chica con la que coquetear. Se le daba genial, un arte que dominaba; todo lo contrario que ella.
Aprovechó para ir al baño a refrescarse un poco. Para no tener que dar toda la vuelta, se aupó por encima de la superficie y saltó al otro lado. A empujones se abrió paso entre los clientes, como un enano entre la maleza. Se tiró contra la puerta del baño y se precipitó dentro. Con tan mala suerte que chocó contra alguien. Antes de poder asirse a algo para no caer contra el suelo, dos manos fuertes la agarraron por encima de los codos.
—Qué torpe soy, gracias —dijo.
Cuando alzó la vista se chocó con los ojos verdes que rato atrás la habían anclado al suelo. Los de Alex. Se percató de lo frías que tenía las manos, que presionaban con firmeza su piel caliente. Toda la piel se le erizó y se vio invadida por una emoción desbordante, fuerte e intensa. Y, por fin, llegaron las mariposas a su estómago. Mientras Charlie seguía paralizada en esos ojos verdes verdes, en la semioscuridad de los baños.
Alex sonrió, despertando dos hoyuelos a los lados. Para entonces, Charlie creía que le iba a estallar el pecho.
And I thinking ‘bout how people fall in love in mysterious ways. Maybe it’s all part of a plan…
Cantaba alguien en el escenario. Justo en ese momento. Cuando miraba embobada al guapo, gilipollas y muy probablemente, en una relación.
And we found love right where we are…
La melodía continuaba. Ellos se miraban.
Alex la soltó por fin, matando el torrente de emociones que la mantenían cautiva en su mirada. Charlie carraspeó cohibida. Debía parecer una estúpida. Así que pasó por su lado y se encerró en el baño reservado para los trabajadores. Una vez dentro, se apoyó contra la puerta. Jadeante y temblorosa. ¿Qué demonios acababa de suceder?
Tiempo más tarde, de vuelta a su puesto de trabajo. Todavía rodeada embotada por una nube de aturdimiento, limpiaba la barra. Allí fue donde encontró una servilleta, atrapada por un vaso para que no se cayese. Charlie estuvo a punto arrugarla sin siquiera mirarla —no hay nada interesante en las servilletas de papel—. Pero entonces se encontró mirándose a sí misma. Un calco exacto, con todo lujo de detalles. Podía ver hasta el pendiente de Mike Wazowski que llevaba en el lóbulo izquierdo.
Aunque no fue eso lo que la dejó sin palabras. Sino que la Charlie que le devolvía la mirada no era un espejismo de sí misma. Era ella, Charlie Brown, despojada de su a veces felicidad impuesta y de su perpetua sonrisa mentirosa. En la esquina inferior izquierda, había algo escrito. Una firma; «—Alex».
Guardó la servilleta en el bolsillo del pantalón. Después de todo, aquella no había sido una noche cualquiera en la monotonía de su vida.
Como he dicho, solo era una chica. Pero llegó Alex, con sus dragones y sus brujas y su magia. Y, lo cambió todo...
La cocina estaba ya cerrada, así que Charlie entró en ella para darle un trago a la taza de café con hielo que Angus había escondido para ella en el último estante de la nevera, la que Gideon nunca abría porque solo contenía vegetales. Así no corría el riesgo de que se lo tirase por el desagüe. Bebió el café sentada en una de las encimeras, las piernas le hormigueaban a causa del cansancio. Llevaba en el karaoke toda la tarde, tras la comida con Ziara y Arnold, no tuvo la oportunidad de marcharse. Siempre había algo que hacer en el karaoke y, la culpabilidad la azotaba si dejaba a Xavier, Ziara y Gideon con tanto trabajo, aunque fuese su día libre. Así que allí se había quedado, perdiéndose su clase boxeo. Aunque Charlie ya sabía que pasaría, porque todos los días de su vida eran iguales, sin cambios notorios.
Daba gracias por la vida que le había tocado, tenía una familia y amigos magníficos. Pero en ocasiones, especialmente en los momentos de soledad, no podía evitar sentirse invadida por una especie de carencia, con nombre propio: vacío. Se veía a sí misma precipitándose hacia él, sin la fuerza suficiente para impedirse caer. Todo lo bueno de su vida se empapaba con él. A veces, incluso, le costaba respirar. Era entonces cuando comprendía la diferencia entre vivir y estar viva. Su vida era una función de teatro que se repetía cada día, en la que Charlie desempeñaba su papel sin salirse del guion. Por ese motivo Charlie parecía tan feliz; porque no lo era, no la mayoría de las veces. Combatía contra la tristeza con ahínco, pues sabía que no tenía derecho a estar triste. Si todo era perfecto…
Un ruido la sobresaltó y escondió la taza de café —junto con su vacío—a la espalda. Ziara acababa de entrar a la cocina, su cabellera castaña oscura estaba apresada en un moño. Tenía las mejillas sonrosadas y la mandíbula crispada por el estrés. Depositó una bandeja repleta de vasos en la encimera, antes de percatarse de la presencia de Charlie, quien saludó a su mejor amiga con un movimiento de mano.
—Yo combatiendo en las trincheras y tú aquí sentada —se quejó Ziara, con las manos sobre las caderas.
La segunda semana del mes suponía la más estresante para Ziara. Pues tenía que encargarse de los camareros en la barra y de los djs por igual. Lo que implicaba tener que cruzar el mar de personas cada poco tiempo para vigilarlos. Charlie y Gideon se habían ofrecido a llevar la barra para que no tuviese que estar de aquí para allá todo el rato, al menos por esa noche.
—Recuerdas que es mi día libre, ¿no? —alegó Charlie, sonriendo. Llevaba tanto tiempo escondiendo su verdadero estado de ánimo, que se había convertido en una experta. Ni siquiera Ziara, que guardaba la capacidad de leerle el pensamiento; se había dado cuenta.
—Bobadas —bromeó.
Ziara caminó hasta situarse a su lado, apoyada contra el borde de la encimera de metal. La superficie vibraba debido a la música que provenía del exterior. Se abanicó con las manos, tratando de darse aire. Charlie se miró las zapatillas negras mientras balanceaba los pies.
—¿Qué haces aquí, por cierto? —preguntó Ziara.
Se encogió de hombros, frunciendo los labios.
—Gideon está coqueteando con Jody en la barra, me he marchado antes de que ella le soltara un puñetazo.
Ziara se carcajeó mientras se subía hasta las costillas la camiseta del trabajo, igual a la de los empleados, para conseguir refrescarse. En el karaoke, el calor se te pegaba en la piel como pegamento extrafuerte, a pesar de los conductos de aire acondicionado.
—Hablando de coqueteos, ¿sabes quién está aquí? —inquirió, sonriendo de lado. Ziara parecía realmente perversa cuando sacaba a relucir esa sonrisa. Cada vez que relucía en su rostro, terminaban metidas en líos.
Aguardó su respuesta con las cejas arqueadas.
—Harlow.
Charlie sabía que debía sentirse exultante, que el corazón se le acelerara y se le encogiera el estómago. Sonreír que como si acabasen de decirle a un niño que pasaría todo el verano en un parque de atracciones. Porque le gustaba Harlow, ¿no?. Habían tenido varias citas y era agradable, bueno y perfecto. Quizá demasiado perfecto…
—Pero es lunes —comentó.
Harlow era uno de los artistas asiduos que participaban en los conciertos de los viernes, rara era la vez que se pasase por allí en un día distinto. Era así como se habían conocido. Unas cuantas caídas de ojos desde el escenario, sonrisas cuando pasaba por su lado… y se dieron los números de teléfono. Charlie no descubría aún si le gustaba o, simplemente quedaba con él porque era algo distinto de lo que solía hacer.
—No seas tan entusiasta… —dijo con sarcasmo Zia. Aunque de inmediato comenzó a escrutarla con sus ojos marrones.
—Es que no me he arreglado como debería para ver a mi enamorado, ¿crees que si me ve con estas pintas querrá volver a salir conmigo? Yo creo que no —parloteó Charlie para evadir su mirada. Subió la pierna a la encimera y se agachó para volver a remangar sus mom por encima de los tobillos.
—¡Venga ya! —exclamó Ziara, sin creérselo. Igual no era tan experta como creía en el arte del engaño.
—Voy a comprobar si Gideon sigue con vida. Tómate un descanso, yo te cubro —respondió apresuradamente.
Saltó de la encimera y casi corrió hasta la puerta que conducía a la estancia principal. Ziara se quedó quieta a su espalda, observándola confusa. No le gustaba dejar a su mejor amiga de aquella manera, pero si Ziara indagaba más acabaría por confirmarle que la única razón por la que quedaba con Harlow se debía a que trataba de sentir algo desesperadamente. Aquella confesión desembocaba en otras que Charlie no estaba dispuesta a compartir.
Aterrizó en un universo distinto en cuanto traspasó la puerta. Atrás dejó el inoportuno malestar e impuso una sonrisa a sus labios. El cuerpo entero le vibraba con la música, destellos de luces teñían la oscuridad de color y opacaban la luz del centenar de bombillas del techo. Todavía era relativamente temprano y se podía respirar allí dentro. La mayoría de los asistentes permanecían sentados en las mesas y aún era capaz de ver el suelo de la pista, donde unos pocos bailaban.
Divisó a Harlow con un grupo de personas en la zona de los pufs, pero no disimuló ni el amago de ir a verlo. Antes de que él se percatara de su presencia, se abrió camino entre los clientes que aguardaban en la barra para poder cobijarse dentro. Se coló por el hueco de acceso con tanta rapidez que se dio contra la espalda de un chico que estaba sentado en la barra.
—Perdón —bisbiseó sin siquiera mirarlo.
Sin embargo, una vez dentro, un cordón invisible la obligó a girar el cuello. Esa fue la primera vez que vio a Alexander Kauffman y, en los meses venideros; aquella imagen perduraría en su recuerdo con tinta imborrable. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. En aquel momento, solo era un guapo desconocido que la había dejado clavada en el sitio:
Aunque estaba sentado en uno de los taburetes, podía apreciarse que era un chico alto, con las espaldas anchas y los brazos fuertes; llenos de tatuajes. Casi sin un centímetro de piel sin decorar. Su pelo era castaño y corto, un poco más largo en la parte alta de la cabeza, con los mechones de pelo apartados de la frente, en un tupé despeinado y sin orden. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de él eran sus ojos, de un intenso verde esmeralda, remarcado por las ojeras que adornaban las comisuras de estos.
Mientras lo observaba, el ajetreo cesó y la música murió antes de llegar a sus oídos. Rodeaba únicamente por los latidos de su corazón. No podía dejar de mirarlo y, por suerte, él no se percataba de que lo observaba, pues tenía los ojos perdidos en algún lugar lejano.
Por suerte, Ronan se puso delante de ella para servir unas bebidas y fue capaz de aterrizar de nuevo en el mundo estridente que la rodeaba. Charlie esperó que la mandíbula no se le hubiese estrellado contra el suelo. Parpadeó repetidas veces, con las retinas resecas.
Buscó a su hermano, que se encontraba en el centro de la barra, recogiendo los vasos vacíos para apilarlos en los recipientes que irían al lavavajillas. Se acercó a él.
—¡Por todo el café del universo! —exclamó Charlie, llevándose una mano al corazón cuando estuvo junto a Gideon
—. Creo que me he enamorado —dramatizó. Para entonces, había conseguido olvidarse de su inoportuna carencia y
volvía a ser la de siempre.
Gideon rodó los ojos, sin darle la mayor importancia. Prosiguió con su tarea, el tiempo que pasaba un trapo por la superficie. Charlie se enganchó a su brazo, clamando su atención.
—¿Es qué no me has oído? —gritó en su oído, para hacerse escuchar por encima de la música.
—Me has destrozado el tímpano.
—Estoy enamorada —repitió Charlie, zarandeando a Gideon como un muñeco.
El chico se rindió, sabiendo que jamás saldría vivo de allí sino le seguía el juego. Apoyó el brazo en el hombro de su hermana, como si fuese un mueble.
—A ver, ¿quién es el desgraciado? —preguntó, oteando las inmediaciones.
Charlie se deshizo del contacto y señaló con la barbilla a la multitud acoplada a lo largo de la barra. El chico seguía allí, en la esquina opuesta. Encorvado sobre la barra, garabateando algo en varias servilletas. Charlie se fijó en su acompañante por primera vez, que no era otro que Angus. Quien parloteaba sin parangón, al tiempo que el guapo desconocido asentía de vez en cuando. Las luces que lo rodeaban le conferían mayor atractivo. Gideon siguió la trayectoria, sin alterar la expresión de su rostro.
—¿Y bien? —quiso saber Charlie, tras el reconocimiento.
Su hermano estiró el asunto unos segundos más de lo necesario, solo para hacerla de rabiar. El jueguecito de «creo que me he enamorado», se repetía constantemente. Charlie Brown se enamoraba de casi cualquier chico atractivo.
—Esconde algo —declamó, encogiéndose de hombros. Sin más se dio la vuelta para seguir con sus tareas. Charlie lo siguió dando fuertes zancadas.
—Qué sabrás tú —contradijo.
—Tiene la mirada evasiva y no para de dar golpes con el puño —explicó, lanzándole una mirada elocuente—. Esconde algo.
Fue el turno de Charlie para rodar los ojos.
—Gracias por tus observaciones, Sherlock.
—De nada, Watson. Mantente alejada de ese tío. —En esa ocasión dejó que se marchara sin presentar batalla.
Charlie nunca atendía a las advertencias de su hermano y, ese no era el momento para comenzar a hacerlo. Acometida por uno de sus impulsos, sirvió dos copas y con paso firme se acercó a donde estaba Angus.
—Invita la casa —informó, depositando las bebidas frente a ambos.
El chico a penas la miró, se limitó a coger el vaso y dar un largo trago, vigilado por una mirada reprobatoria de Angus. Charlie observó cómo se le marcaba la línea de la mandíbula y se le tensaban los músculos del cuello.
—¿Seguro que no me lo descontarás del sueldo? —ironizó Angus, con una sonrisa traviesa.
Angus era uno de los cocineros del Magical Mystery Tour. Guardaba un gran cariño por él, no solo porque los platos que preparaba tenían la capacidad de transportarla hasta el Nirvana, ni porque fuese su contrabandista de café; sino porque resultaba encantador y regalaba sonrisas por doquier a todo el que quisiera recibirlas.
—Tengo que seguir siendo tu jefa favorita —bromeó por encima del ruido, que cada vez era más alto, al tiempo que le guiñaba un ojo.
—Salud. —Angus alzó su copa en su dirección antes de beber.
Charlie miró de reojo a su acompañante, que volvía a estar encorvado garabateando en las servilletas. Se percató que no eran garabatos, sino dibujos. Pero antes de que pudiera apreciar alguno lo suficiente el chico alzó la vista, como si hubiese notado su mirada clavada en él.
El chico la miró y las comisuras de sus labios parece que se curvaron ligeramente hacia arriba, aunque sus ojos destellaban con incomodidad y reproche. Charlie no apartó los ojos, ni se amedrentó, sino quería que lo mirasen que se fuese a dibujar a otro lugar.
Angus pareció advertir la tensión, así que tras un carraspeo, anunció:
—Este es Alex, mi mejor amigo. Alex, ella es Charlie, una de mis jefas —los presentó, alternando la mirada entre ambos.
—¿Es la primera vez que vienes al karaoke, Alex? —se interesó Charlie, con la profesionalidad latente en su voz. Como si solo estuviese siendo cordial con un cliente.
Continuó mirándola con el rostro inexpresivo. Angus se revolvió en su asiento y pudo ver cómo le propinaba una patada a su amigo con disimulo. Alex apretó los dientes y le dirigió una mirada aviesa.
—No —murmuró al fin. Enseguida, regresó a las servilletas.
Guapo y gilipollas… el arquetipo preferido de Charlie. ¿Por qué siempre acababa fijándose en los gilipollas?
—Gracias por las bebidas —intervino de nuevo Angus, fulminando a su amigo.
Charlie brindó su sonrisa más espléndida antes de marcharse. Negándose a perder más el tiempo. Esta vez, no se giró para volver a mirarlo.
Las siguientes horas se convirtieron en un caos absoluto. El karaoke alcanzó su máxima capacidad y, apenas tuvo tiempo para respirar. Sin embargo, contra su voluntad, se encontró a sí misma buscando a Alex de cuando en cuando. Como si una fuerza la incitase a ello, sin darle la oportunidad de oponerse. No entendía por qué, había cantidad de chicos. Mucho más amables, que dejaron claras sus intenciones de querer ligar con ella de inmediato. Y también estaba Harlow; que era agradable, bueno y perfecto —y había dejado claras sus intenciones de querer tener algo con ella—. ¿Por qué lo complicaba todo tanto? ¿Por qué no podía sentir mariposas en el estómago cuando lo veía? ¿Por qué no era capaz de sentir, sin más? Charlie se sentía un carroñero, acechando en torno a personas en busca de sentimientos que morían antes de alcanzar su cuerpo.
En una de las ocasiones que se sorprendió buscando a Alex, lo encontró en el lateral opuesto de la barra en el que antes estaba sentado. No había rastro de Angus. Lo vio discutiendo con una chica acaloradamente, el uno muy cerca del otro. Claro que sí. Tenía novia. Guapos, gilipollas y con novia, siempre su tipo.
Resopló, estaba siendo ridícula. Probablemente no volvería a ver a aquel chico más.
—Hey, guapa —chilló alguien contra su cara. Un fuerte olor a alcohol y tabaco le inundó las fosas nasales. Tuvo que contenerse para no vomitar.
Casi colgando de la barra, había un hombre de unos treinta y muchos, con las pupilas dilatadas y una sonrisa lasciva. Charlie encajó los hombros.
—¿Qué le pongo? —preguntó, haciendo caso omiso a la repulsión.
—Un vodka con hielo… y tu número de teléfono.
Arrugó la nariz con repulsión. Pero antes de tener la oportunidad de meterle por el culo sus palabras, Gideon apareció a su lado. Con movimientos rápidos, sirvió la bebida que había pedido.
—Cinco dólares. —Se inclinó sobre él con aire amenazante—. Y como no te vayas, también te doy un puñetazo.
El hombre le tendió el dinero con el rabo entre las piernas y se abrió paso entre las otras personas que se peleaban por ser atendidos.
—¡Mi héroe! —exclamó Charlie, llevándose las manos al pecho cual damisela conmocionada.
Pero Gideon ya no le prestaba atención, había encontrado a una chica con la que coquetear. Se le daba genial, un arte que dominaba; todo lo contrario que ella.
Aprovechó para ir al baño a refrescarse un poco. Para no tener que dar toda la vuelta, se aupó por encima de la superficie y saltó al otro lado. A empujones se abrió paso entre los clientes, como un enano entre la maleza. Se tiró contra la puerta del baño y se precipitó dentro. Con tan mala suerte que chocó contra alguien. Antes de poder asirse a algo para no caer contra el suelo, dos manos fuertes la agarraron por encima de los codos.
—Qué torpe soy, gracias —dijo.
Cuando alzó la vista se chocó con los ojos verdes que rato atrás la habían anclado al suelo. Los de Alex. Se percató de lo frías que tenía las manos, que presionaban con firmeza su piel caliente. Toda la piel se le erizó y se vio invadida por una emoción desbordante, fuerte e intensa. Y, por fin, llegaron las mariposas a su estómago. Mientras Charlie seguía paralizada en esos ojos verdes verdes, en la semioscuridad de los baños.
Alex sonrió, despertando dos hoyuelos a los lados. Para entonces, Charlie creía que le iba a estallar el pecho.
And I thinking ‘bout how people fall in love in mysterious ways. Maybe it’s all part of a plan…
Cantaba alguien en el escenario. Justo en ese momento. Cuando miraba embobada al guapo, gilipollas y muy probablemente, en una relación.
And we found love right where we are…
La melodía continuaba. Ellos se miraban.
Alex la soltó por fin, matando el torrente de emociones que la mantenían cautiva en su mirada. Charlie carraspeó cohibida. Debía parecer una estúpida. Así que pasó por su lado y se encerró en el baño reservado para los trabajadores. Una vez dentro, se apoyó contra la puerta. Jadeante y temblorosa. ¿Qué demonios acababa de suceder?
Tiempo más tarde, de vuelta a su puesto de trabajo. Todavía rodeada embotada por una nube de aturdimiento, limpiaba la barra. Allí fue donde encontró una servilleta, atrapada por un vaso para que no se cayese. Charlie estuvo a punto arrugarla sin siquiera mirarla —no hay nada interesante en las servilletas de papel—. Pero entonces se encontró mirándose a sí misma. Un calco exacto, con todo lujo de detalles. Podía ver hasta el pendiente de Mike Wazowski que llevaba en el lóbulo izquierdo.
Aunque no fue eso lo que la dejó sin palabras. Sino que la Charlie que le devolvía la mirada no era un espejismo de sí misma. Era ella, Charlie Brown, despojada de su a veces felicidad impuesta y de su perpetua sonrisa mentirosa. En la esquina inferior izquierda, había algo escrito. Una firma; «—Alex».
Guardó la servilleta en el bolsillo del pantalón. Después de todo, aquella no había sido una noche cualquiera en la monotonía de su vida.
Como he dicho, solo era una chica. Pero llegó Alex, con sus dragones y sus brujas y su magia. Y, lo cambió todo...
Existían pocas cosa en el mundo, si bien ninguna, que Max no estuviera dispuesto a hacer por Clara. Incluso abandonar un maratón de Doctor Who.
—Más rápido —lo instó Clara desde el asiento del copiloto.
—Díselo al semáforo —rebatió Max con calma, mirando a través de la luna delantera hacia las luces que tenían que cederle el paso.
—¡Pues sáltatelo!
Por suerte, la luz cambió de roja a verde en ese momento, por lo que pisó el acelerador sin riesgo de incumplir las normas de tráfico. Mientras el coche recorría la larga avenida, Max observaba a Clara de reojo en pequeño intervalos.
Un moño desecho y apresurado coronaba su cabeza, por el tono cobrizo de su melena viajaban las sombras y luces de los edificios que los circundaban. Iba vestida con una chaqueta azul de su hermano, en la que su pequeño cuerpo se perdía. Max se aventuró a pensar que aquellas mayas desgastadas le servían de pijama aquel. Ni si quiera había perdido tiempo en arreglarse. Pero lo más remarcable en ella eran sus enormes ojos verdes, inundados de angustia y preocupación. Conferían a sus alabastrinas facciones un aire de fragilidad, una que su espíritu fuerte no poseía.
Max detestaba verla en aquel estado: al borde del abismo emocional. Ya estaba acostumbrado a ello e incluso había
aprendido unas cuantas técnicas para rescatarla de él. Sin embargo, en esa ocasión, era consciente de que ninguna de sus artimañas servirían para animarla.
Alex se había lucido.
—Seguro que está bien —la animó, a pesar de sus certezas. También le dio un leve apretón en la rodilla.
—¿Tú crees? Pues dejara de estarlo en cuanto lo pille —masculló rechinante, mordisqueándose una uña.
Max guardó silencio unos momentos. No tenía por costumbre meterse en los temas referentes a Alex, el hermano pequeño de Clara. Quien era el motivo por el que su mejor amigo lo había llamado en mitad de la noche, a punto de perder de los nervios.
—No te enfades conmigo, ¿vale? —pidió Max tras volver a hablar, al tiempo que tomaba el desvío que los llevaba a Chinatown—. Pero Alex se merece un poco de diversión, para variar. Y, ya es mayor de edad.
Clara chistó, meneando la cabeza de lado a lado.
—Entonces, como es mayor de edad, le voy a regalar una pistola para que se meta un tiro la próxima vez que se le fundan los fusibles.
Max estaba tan acostumbrado a la Clara amable, al tono conciliador asiduo en sus acciones, que no pudo evitar mirarla con horror. Por otro lado, no soportaba estar cerca de una persona alterada, acababa por perder los nervios también. Max era un joven sensible, a menudo, si una persona le hablaba mal, tendía a creer que su enfado era personal hacia él, aunque luego no lo fuese. Menos mal que sabía que Clara no estaba enfadada con él y que era la preocupación la que le había conducido a la frase anterior.
Enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir. Sus ojos se abrieron más de lo normal, centelleantes en la semioscuridad del vehículo. Cruzó los brazos sobre las costillas y juntó su mirada con la de Max.
—Lo siento —murmuró. Apoyó una mano en la pierna de Max, profesando con los ojos lo que sus palabras acababan de afirmar. El chico se estremeció hasta la médula debido al contacto.
—Tranquila —la incitó atragantado con su propia saliva. El más mínimo roce que le brindaba provocaba terremotos en su interior.
Max Parveen conocía a Clara desde que eran unos párvulos. La madre de Max y el señor Kauffman eran dos escritores de éxito, colegas de profesión que cada cierto tiempo colaboraban en la escritura de algún libro. Sus caminos se cruzaron gracias a la unión profesional y personal de sus padres.
Solían entretenerse juntos durante las firmas de libros. Max incluso había dejado, en diversas ocasiones, que Clara hiciera coletas con sus indomables rizos morenos. Todavía recordaba con exactitud el momento en el que Clara decidió que serían amigos.
—He decidido que tú y yo vamos a ser amigos para siempre jamás.
Había anunciado una diminuta Clara de cuatro años, sentada en el suelo del auditorio en el que tendría lugar la firma de libros de aquel día. Llevaba dos coletas altas diminutas y un vestido azul de Los Teleñecos. Max se sacó el dedo de la boca para responder.
—Mi tío dice que los niños y las niñas mayores no pueden ser amigos.
Por aquel entonces, Max no entendía nada de lo que su tío Danny le decía. Aquello tampoco cambió con el tiempo, el tío Danny era difícil de entender.
Clara se llevó el dedo a la sien, para demostrar que estaba pensando.
—Entonces cuando seamos mayores nos casaremos.
Max ya sabía que llevarle la contraria a Clara Kauffman era una idea terrible. Pero no puedo evitar arrugar la nariz con aprensión.
—Yo no voy a casarme nunca.
—Cambiarás de idea —afirmó la pequeña Clara—. Ahora vamos a jugar con mi Action Man. Tú serás Barbie.
—Jo, siempre me toca ser Barbie.
Clara no se equivocó al decir que Max cambiaría de opinión. A medida que fueron creciendo, dejó de ser su compañera de juegos, la niña que le defendía en el patio de los mayores. Pronto, pasó a ser la adolescente que le sacaba la lengua en clase cuando el profesor se daba la vuelta, quien le enviaba notas de protesta firmadas con corazones. Era la chica que de madrugada lo visitaba a hurtadillas para compartir sus sueños y quejarse de las cosas que aborrecía. Era su mejor amiga, pero también era la chica de la que llevaba enamorado casi toda la vida.
Sí, Max estaba enamorado de Clara de tantas maneras distintas que le eran imposibles contarlas. El problema era que nunca se había atrevido a confesárselo. Ninguno parecía el momento oportuno y el miedo terminaba por refrenarlo. Clara ya no parecía tan decidida a casarse con él y, si no sentía lo mismo, nada volvería a ser como antes para ellos.
No podía perder a su mejor amiga. Por ello, de cuando en cuando, Max le mandaba señales que pretendían mostrar sus sentimientos. Pero o bien ella las eludía como una campeona de la evasión o bien no las captaba.
El drama personal de Max estaba a la orden del día en su familia. Van, su hermana pequeña, solía decirle que no gastara más energías. Tío Danny alegaba que como el joven apuesto que era tenía que dejarse de tonterías y probar camas nuevas siempre que le fuera posible. Su madre, en cambio, se limitaba a mirarlo como si fuese uno de sus personajes: decidiendo si moría o sobrevivía al final del libro. La abuela todo cuanto hacía era agarrarle de las mejillas.
Pero en general, solían reírse de él y su basta iniciativa.
—¿Qué haces? —preguntó a Clara rato después.
—Escribo a Angus para comprobar que sigue allí —explicó con la voz ida, la luz que desprendía la pantalla del aparato infería a su rostro un tono fantasmagórico.
—A lo mejor solo están pasando el rato.
Clara soltó una carcajada escéptica.
—Conozco al cenutrio de mi hermano —comenzó a argumentar—, se ha ido sin decir nada, así que está haciendo algo malo. Tenlo por seguro.
Max aferró el volante con fuerza. Aunque ya sabía que sería una misión imposible que se relajara, no resultaba menos frustrante.
—No será peor que lo que hace cuando está con Van. —Pero siguió decidido a intentarlo.
Miró a Clara una vez más, ella le sonrió con afecto y hundió los hombros en las infinidades de la chaqueta.
—Tengo mucha suerte de tenerte —suspiró tocándose el cuello en un gesto mecánico—. Todavía no te he dado las gracias por acompañarme.
—Bueno, tiene que haber algún testigo para cuando asesines a Alex —bromeó.
Y, por fin, tras tantos intentos fallidos: Clara sonrió. Un triunfo para Max, no había mayor satisfacción para él que ser quien hacía sentir mejor a Clara en sus malos momentos. Por cosas como esa merecía la pena abandonar un maratón de Doctor Who.
—Ya hemos llegado —anunció Clara, inclinándose contra el salpicadero.
Unos cuantos metros por delante, las brillantes letras de neón rojas en la fachada anunciaban el Magical Mystery Tour. La avenida principal del barrio chino rebosaba actividad. Las tiras de farolillos ondeaban al viento a causa de la leve ventisca. Los distintos locales iluminaban la colorida fachada y las personas abarrotaban los alrededores, en una mezcla de distintos idiomas que traspasaban los cristales del coche.
Max aparcó en el callejón anodino en el que siempre solía hacerlo. Clara se apeó del coche cuando aún no había apagado el motor, aunque todavía tuvo tiempo de colocar la palanca antirrobos. Tío Danny lo mataría si le pasaba algo a su preciado coche. De vuelta en la calle principal se abrieron paso a empujones entre los transeúntes, con Clara precediendo la marcha. Tuvieron que esquivar a los habituales vendedores ambulantes de camino al karaoke.
Al alcanzarlo, se percataron de la extensa cola para acceder al local. Clara propinó un fuerte pisotón al asfalto. Ambos habían olvidado momentáneamente lo difícil que era acceder al karaoke a medianoche. La popularidad del local jugaba en su contra.
—¿Y si llamamos a Angus? —propuso Max en un momento de lucidez.
Por respuesta, Clara rescató el teléfono del bolsillo para marcar y se alejó unos cuantos metros del gentío. Regresó un minuto más tarde. Max la miró con interrogativa.
—Ahora sale.
Y así fue, poco después una cabeza rubia asomó por las dobles puertas rojas. Se hizo a un lado sujetando la puerta para que pasaran, entre los gritos de protesta de los que, seguro: llevaban horas aguardando para entrar. Se detuvieron en el vestíbulo, cuyas paredes retumbaban por la música que provenía del interior. A mano izquierda se encontraba el guardarropa. Hacia la derecha se apostaban las puertas definitivas de entrada, flanqueadas por Ross y Redus: los puertas. Ambos gigantes, morenos y con cara de malas pulgas.
—Hola —dijo Angus.
Clara y él se regalaron un leve abrazo. Mientras que a Max le estrechó la mano con formalidad, aunque era uno de los mejores amigos de su hermana Van.
—¿Cómo está? —preguntó Clara, sin perder el tiempo.
Angus se rascó el cuero cabelludo emulando una expresión de culpabilidad.
—Demasiado bien, diría yo.
Por un segundo Max creyó que del pelo de Clara comenzarían a salir llamas, en una versión de Hades femenina y mucho más guapa. Se abrió paso entre los chicos como un terremoto y accedió a la sala principal del karaoke sin que los puertas presentaran impedimento alguno. Habían ido tantas veces a aquel lugar que Remus y Ross se limitaban a saludarlos, en lugar de ponerles el sello que los acreditaba para beber alcohol.
Angus y Max siguieron sus pasos. La actividad bullía en el karaoke, casi no se podía respirar y de inmediato los oídos de Max se inundaron de voces y música, como de costumbre. En aquel momento el escenario se hallaba vacío, por la que la mayoría de los asistentes utilizaba el centro de la sala para mostrar sus mejores movimientos de baile. Los que no colgaban de la barra mendigando bebida o sentados en las mesas apostadas en los laterales. Max se percató de que su sitio preferido, el que se situaba cerca del escenario, bajo una fotografía de Jimmy Hendrix, se hallaba ocupado por un grupo de chicas.
Oteó la estancia en busca de Clara. La encontró en el lado opuesto de la barra, abriéndose camino hacia Alex, que junto con otras personas —que probablemente no conocía—, acababa con uno de los famosos arcoíris de chupitos del Magical Mystery Tour. Tanto Max como Angus permanecieron estáticos entre la multitud observando la escena:
Clara empujó a uno de los acompañantes de Alex con el codo, provocando así que parte del contenido verde iridiscente del vaso se derramase sobre su camiseta. El chico le dirigió una mirada asesina, Max apretó los puños, dispuesto a dar un salto mortal por encima de la barra si se atrevía a decirle algo. Pero la mirada que Clara le devolvió era mucho más temible. Sin perder más tiempo, alargó el brazo y agarró a su hermano pequeño de la oreja antes de que tuviera ocasión de agarrar otro chupito y lo arrastró con ella fuera de la multitud. Alex trató de zafarse, pero ella no cedió.
—Empieza el espectáculo —anunció Angus junto a su oreja, casi sonriendo.
Max emuló una mueca de disgusto. Los vi gritarse el uno al otro, gesticular con los brazos y de nuevo, a Clara agarrándole del brazo. Pero Alex se zafó y tras inclinarse para decirle algo, volvió a su lugar en la barra.
Clara llegó hasta ellos poco después, tenías las mejillas acaloradas y sus ojos verdes centelleaban de radia.
—No piensa moverse de aquí hasta que no le apetezca —chilló sobre el gentío.
—Me aseguraré de que no hace ninguna tontería —gritó a su vez Angus, después ladeó la cabeza—. Quiero decir,
más tonterías.
Clara asintió en su dirección a modo de agradecimiento. Acto seguido, apoyó las manos en el hombro de Max usándolo como punto de apoyo para ponerse de puntillas. Acercó el rostro a su oído, el aliento de Clara le hizo cosquillas y se le erizó del vello de todo el cuerpo.
—¿Te importa si nos quedamos? —la voz le llegó distorsionada a causa del jaleo y de la perturbación que le
provocaba tenerla tan cerca. Pero logró asentir.
—Gracias.
Max condujo a su mejor amiga hacia el lateral derecho de la barra, el menos abarrotado, puesto que se encontraba la puerta que daba a las cocinas, de las que emergían de cuando en cuando personal con cargamento nuevo para la barra.
Se apostaron contra ella, a la espera que alguno de los camareros les atendiera. Tuvieron que esperar bastante, pues no daban abasto. A pesar de que dos de los jefes, los que Max sabía que eran hijos de uno de los dueños, les echaban una mano. Clara mantenía la vista trabada en su hermano, que cada vez se tambaleaba más sobre sus pies. A modo de consuelo, Max le regaló un ligero apretón en el antebrazo. Clara lo miró de reojo, obligándose a sonreír.
—Había pensado en matarlo —comenzó a decir—, pero ya querrá matarse él mañana.
Max sonrió. Por lo menos estaba lo suficientemente relajada para bromear.
Por fin, una de las camareras se acercó a ellos. Llevaba el pelo corto a ras de la barbilla, rizado, casi rubio por el efecto de la luz. Los ojos verdes le brillaban por el cansancio y el estrés. Todos los trabajadores llevaban el mismo uniforme de trabajo: camiseta de manga corta negra con el logo del karaoke en el centro en letras rojas, unos pantalones del mismo color y un delantal corto que les llegaba a la mitad de los muslos superiores.
—¿Lo de siempre? —preguntó en su dirección. Max ya la conocía, se llamaba Samantha.
Asintió con una sonrisa cálida. Displicente y profesional, Samantha sirvió dos Coca Colas en menos de diez segundos. Max ya tenía el dinero preparado en la mano para ahorrarle trabajo. Samantha le guiñó un ojo a modo de agradecimiento y se marchó para atender a los otros clientes. Max tendió uno de los vasos a Clara, quien dio un largo trago. A continuación procedió a librarse de la chaqueta.
Justo en ese momento, la música se detuvo. El augurio que indicaba que alguien había decidido subirse al escenario a interpretar una canción. Estiró el cuello en dirección al escenario, sobre él, había una chica menuda, con el pelo rubio aprisionado en una alta coleta y envuelta en un vestido recto de color verde. La conocida melodía de Woman comenzó a propagarse por el lugar. La muchacha, temblorosa, acercó los labios al micrófono.
—Quiero dedicar esta canción a mi novia —sonrió a una persona que se encontraba entre el público, la multitud aplaudió con emoción.
Entonces empezó a cantar, quizá no llegaría nunca a ganar un concurso de canto, pero estaba ahí arriba, rodeada de gente; dispuesta a exponerse ante ellos para expresar con una canción lo que sentía por alguien amado.
Max no pudo evitar mirar a Clara, quien se bambolea levemente al son del desafinado canto de la chica.
Woman, I can hardly express, my mixed emotion at my thoughtlessness…
John Lennon no podría haberlo explicado mejor. Max era incapaz de expresar a Clara lo que sentía. Volvió a mirar hacia el escenario y, otra vez a Clara. Una idea tomó forma en sus pensamientos.
Puede que fuese incapaz de expresarse con palabras, Dios sabía que no eran su fuerte. Pero sí podía cantarle lo que sentía. Tenía todo un repertorio de canciones escondidas en el cajón solo para ella. Algunas de su autoría y otras prestadas. Pero todas ellas eran Clara y, su amor por ella.
Tal vez así, Clara Kauffman se daría cuenta de una vez que estaba enamorado de ella hasta las trancas.
—Más rápido —lo instó Clara desde el asiento del copiloto.
—Díselo al semáforo —rebatió Max con calma, mirando a través de la luna delantera hacia las luces que tenían que cederle el paso.
—¡Pues sáltatelo!
Por suerte, la luz cambió de roja a verde en ese momento, por lo que pisó el acelerador sin riesgo de incumplir las normas de tráfico. Mientras el coche recorría la larga avenida, Max observaba a Clara de reojo en pequeño intervalos.
Un moño desecho y apresurado coronaba su cabeza, por el tono cobrizo de su melena viajaban las sombras y luces de los edificios que los circundaban. Iba vestida con una chaqueta azul de su hermano, en la que su pequeño cuerpo se perdía. Max se aventuró a pensar que aquellas mayas desgastadas le servían de pijama aquel. Ni si quiera había perdido tiempo en arreglarse. Pero lo más remarcable en ella eran sus enormes ojos verdes, inundados de angustia y preocupación. Conferían a sus alabastrinas facciones un aire de fragilidad, una que su espíritu fuerte no poseía.
Max detestaba verla en aquel estado: al borde del abismo emocional. Ya estaba acostumbrado a ello e incluso había
aprendido unas cuantas técnicas para rescatarla de él. Sin embargo, en esa ocasión, era consciente de que ninguna de sus artimañas servirían para animarla.
Alex se había lucido.
—Seguro que está bien —la animó, a pesar de sus certezas. También le dio un leve apretón en la rodilla.
—¿Tú crees? Pues dejara de estarlo en cuanto lo pille —masculló rechinante, mordisqueándose una uña.
Max guardó silencio unos momentos. No tenía por costumbre meterse en los temas referentes a Alex, el hermano pequeño de Clara. Quien era el motivo por el que su mejor amigo lo había llamado en mitad de la noche, a punto de perder de los nervios.
—No te enfades conmigo, ¿vale? —pidió Max tras volver a hablar, al tiempo que tomaba el desvío que los llevaba a Chinatown—. Pero Alex se merece un poco de diversión, para variar. Y, ya es mayor de edad.
Clara chistó, meneando la cabeza de lado a lado.
—Entonces, como es mayor de edad, le voy a regalar una pistola para que se meta un tiro la próxima vez que se le fundan los fusibles.
Max estaba tan acostumbrado a la Clara amable, al tono conciliador asiduo en sus acciones, que no pudo evitar mirarla con horror. Por otro lado, no soportaba estar cerca de una persona alterada, acababa por perder los nervios también. Max era un joven sensible, a menudo, si una persona le hablaba mal, tendía a creer que su enfado era personal hacia él, aunque luego no lo fuese. Menos mal que sabía que Clara no estaba enfadada con él y que era la preocupación la que le había conducido a la frase anterior.
Enseguida se dio cuenta de lo que acababa de decir. Sus ojos se abrieron más de lo normal, centelleantes en la semioscuridad del vehículo. Cruzó los brazos sobre las costillas y juntó su mirada con la de Max.
—Lo siento —murmuró. Apoyó una mano en la pierna de Max, profesando con los ojos lo que sus palabras acababan de afirmar. El chico se estremeció hasta la médula debido al contacto.
—Tranquila —la incitó atragantado con su propia saliva. El más mínimo roce que le brindaba provocaba terremotos en su interior.
Max Parveen conocía a Clara desde que eran unos párvulos. La madre de Max y el señor Kauffman eran dos escritores de éxito, colegas de profesión que cada cierto tiempo colaboraban en la escritura de algún libro. Sus caminos se cruzaron gracias a la unión profesional y personal de sus padres.
Solían entretenerse juntos durante las firmas de libros. Max incluso había dejado, en diversas ocasiones, que Clara hiciera coletas con sus indomables rizos morenos. Todavía recordaba con exactitud el momento en el que Clara decidió que serían amigos.
—He decidido que tú y yo vamos a ser amigos para siempre jamás.
Había anunciado una diminuta Clara de cuatro años, sentada en el suelo del auditorio en el que tendría lugar la firma de libros de aquel día. Llevaba dos coletas altas diminutas y un vestido azul de Los Teleñecos. Max se sacó el dedo de la boca para responder.
—Mi tío dice que los niños y las niñas mayores no pueden ser amigos.
Por aquel entonces, Max no entendía nada de lo que su tío Danny le decía. Aquello tampoco cambió con el tiempo, el tío Danny era difícil de entender.
Clara se llevó el dedo a la sien, para demostrar que estaba pensando.
—Entonces cuando seamos mayores nos casaremos.
Max ya sabía que llevarle la contraria a Clara Kauffman era una idea terrible. Pero no puedo evitar arrugar la nariz con aprensión.
—Yo no voy a casarme nunca.
—Cambiarás de idea —afirmó la pequeña Clara—. Ahora vamos a jugar con mi Action Man. Tú serás Barbie.
—Jo, siempre me toca ser Barbie.
Clara no se equivocó al decir que Max cambiaría de opinión. A medida que fueron creciendo, dejó de ser su compañera de juegos, la niña que le defendía en el patio de los mayores. Pronto, pasó a ser la adolescente que le sacaba la lengua en clase cuando el profesor se daba la vuelta, quien le enviaba notas de protesta firmadas con corazones. Era la chica que de madrugada lo visitaba a hurtadillas para compartir sus sueños y quejarse de las cosas que aborrecía. Era su mejor amiga, pero también era la chica de la que llevaba enamorado casi toda la vida.
Sí, Max estaba enamorado de Clara de tantas maneras distintas que le eran imposibles contarlas. El problema era que nunca se había atrevido a confesárselo. Ninguno parecía el momento oportuno y el miedo terminaba por refrenarlo. Clara ya no parecía tan decidida a casarse con él y, si no sentía lo mismo, nada volvería a ser como antes para ellos.
No podía perder a su mejor amiga. Por ello, de cuando en cuando, Max le mandaba señales que pretendían mostrar sus sentimientos. Pero o bien ella las eludía como una campeona de la evasión o bien no las captaba.
El drama personal de Max estaba a la orden del día en su familia. Van, su hermana pequeña, solía decirle que no gastara más energías. Tío Danny alegaba que como el joven apuesto que era tenía que dejarse de tonterías y probar camas nuevas siempre que le fuera posible. Su madre, en cambio, se limitaba a mirarlo como si fuese uno de sus personajes: decidiendo si moría o sobrevivía al final del libro. La abuela todo cuanto hacía era agarrarle de las mejillas.
Pero en general, solían reírse de él y su basta iniciativa.
—¿Qué haces? —preguntó a Clara rato después.
—Escribo a Angus para comprobar que sigue allí —explicó con la voz ida, la luz que desprendía la pantalla del aparato infería a su rostro un tono fantasmagórico.
—A lo mejor solo están pasando el rato.
Clara soltó una carcajada escéptica.
—Conozco al cenutrio de mi hermano —comenzó a argumentar—, se ha ido sin decir nada, así que está haciendo algo malo. Tenlo por seguro.
Max aferró el volante con fuerza. Aunque ya sabía que sería una misión imposible que se relajara, no resultaba menos frustrante.
—No será peor que lo que hace cuando está con Van. —Pero siguió decidido a intentarlo.
Miró a Clara una vez más, ella le sonrió con afecto y hundió los hombros en las infinidades de la chaqueta.
—Tengo mucha suerte de tenerte —suspiró tocándose el cuello en un gesto mecánico—. Todavía no te he dado las gracias por acompañarme.
—Bueno, tiene que haber algún testigo para cuando asesines a Alex —bromeó.
Y, por fin, tras tantos intentos fallidos: Clara sonrió. Un triunfo para Max, no había mayor satisfacción para él que ser quien hacía sentir mejor a Clara en sus malos momentos. Por cosas como esa merecía la pena abandonar un maratón de Doctor Who.
—Ya hemos llegado —anunció Clara, inclinándose contra el salpicadero.
Unos cuantos metros por delante, las brillantes letras de neón rojas en la fachada anunciaban el Magical Mystery Tour. La avenida principal del barrio chino rebosaba actividad. Las tiras de farolillos ondeaban al viento a causa de la leve ventisca. Los distintos locales iluminaban la colorida fachada y las personas abarrotaban los alrededores, en una mezcla de distintos idiomas que traspasaban los cristales del coche.
Max aparcó en el callejón anodino en el que siempre solía hacerlo. Clara se apeó del coche cuando aún no había apagado el motor, aunque todavía tuvo tiempo de colocar la palanca antirrobos. Tío Danny lo mataría si le pasaba algo a su preciado coche. De vuelta en la calle principal se abrieron paso a empujones entre los transeúntes, con Clara precediendo la marcha. Tuvieron que esquivar a los habituales vendedores ambulantes de camino al karaoke.
Al alcanzarlo, se percataron de la extensa cola para acceder al local. Clara propinó un fuerte pisotón al asfalto. Ambos habían olvidado momentáneamente lo difícil que era acceder al karaoke a medianoche. La popularidad del local jugaba en su contra.
—¿Y si llamamos a Angus? —propuso Max en un momento de lucidez.
Por respuesta, Clara rescató el teléfono del bolsillo para marcar y se alejó unos cuantos metros del gentío. Regresó un minuto más tarde. Max la miró con interrogativa.
—Ahora sale.
Y así fue, poco después una cabeza rubia asomó por las dobles puertas rojas. Se hizo a un lado sujetando la puerta para que pasaran, entre los gritos de protesta de los que, seguro: llevaban horas aguardando para entrar. Se detuvieron en el vestíbulo, cuyas paredes retumbaban por la música que provenía del interior. A mano izquierda se encontraba el guardarropa. Hacia la derecha se apostaban las puertas definitivas de entrada, flanqueadas por Ross y Redus: los puertas. Ambos gigantes, morenos y con cara de malas pulgas.
—Hola —dijo Angus.
Clara y él se regalaron un leve abrazo. Mientras que a Max le estrechó la mano con formalidad, aunque era uno de los mejores amigos de su hermana Van.
—¿Cómo está? —preguntó Clara, sin perder el tiempo.
Angus se rascó el cuero cabelludo emulando una expresión de culpabilidad.
—Demasiado bien, diría yo.
Por un segundo Max creyó que del pelo de Clara comenzarían a salir llamas, en una versión de Hades femenina y mucho más guapa. Se abrió paso entre los chicos como un terremoto y accedió a la sala principal del karaoke sin que los puertas presentaran impedimento alguno. Habían ido tantas veces a aquel lugar que Remus y Ross se limitaban a saludarlos, en lugar de ponerles el sello que los acreditaba para beber alcohol.
Angus y Max siguieron sus pasos. La actividad bullía en el karaoke, casi no se podía respirar y de inmediato los oídos de Max se inundaron de voces y música, como de costumbre. En aquel momento el escenario se hallaba vacío, por la que la mayoría de los asistentes utilizaba el centro de la sala para mostrar sus mejores movimientos de baile. Los que no colgaban de la barra mendigando bebida o sentados en las mesas apostadas en los laterales. Max se percató de que su sitio preferido, el que se situaba cerca del escenario, bajo una fotografía de Jimmy Hendrix, se hallaba ocupado por un grupo de chicas.
Oteó la estancia en busca de Clara. La encontró en el lado opuesto de la barra, abriéndose camino hacia Alex, que junto con otras personas —que probablemente no conocía—, acababa con uno de los famosos arcoíris de chupitos del Magical Mystery Tour. Tanto Max como Angus permanecieron estáticos entre la multitud observando la escena:
Clara empujó a uno de los acompañantes de Alex con el codo, provocando así que parte del contenido verde iridiscente del vaso se derramase sobre su camiseta. El chico le dirigió una mirada asesina, Max apretó los puños, dispuesto a dar un salto mortal por encima de la barra si se atrevía a decirle algo. Pero la mirada que Clara le devolvió era mucho más temible. Sin perder más tiempo, alargó el brazo y agarró a su hermano pequeño de la oreja antes de que tuviera ocasión de agarrar otro chupito y lo arrastró con ella fuera de la multitud. Alex trató de zafarse, pero ella no cedió.
—Empieza el espectáculo —anunció Angus junto a su oreja, casi sonriendo.
Max emuló una mueca de disgusto. Los vi gritarse el uno al otro, gesticular con los brazos y de nuevo, a Clara agarrándole del brazo. Pero Alex se zafó y tras inclinarse para decirle algo, volvió a su lugar en la barra.
Clara llegó hasta ellos poco después, tenías las mejillas acaloradas y sus ojos verdes centelleaban de radia.
—No piensa moverse de aquí hasta que no le apetezca —chilló sobre el gentío.
—Me aseguraré de que no hace ninguna tontería —gritó a su vez Angus, después ladeó la cabeza—. Quiero decir,
más tonterías.
Clara asintió en su dirección a modo de agradecimiento. Acto seguido, apoyó las manos en el hombro de Max usándolo como punto de apoyo para ponerse de puntillas. Acercó el rostro a su oído, el aliento de Clara le hizo cosquillas y se le erizó del vello de todo el cuerpo.
—¿Te importa si nos quedamos? —la voz le llegó distorsionada a causa del jaleo y de la perturbación que le
provocaba tenerla tan cerca. Pero logró asentir.
—Gracias.
Max condujo a su mejor amiga hacia el lateral derecho de la barra, el menos abarrotado, puesto que se encontraba la puerta que daba a las cocinas, de las que emergían de cuando en cuando personal con cargamento nuevo para la barra.
Se apostaron contra ella, a la espera que alguno de los camareros les atendiera. Tuvieron que esperar bastante, pues no daban abasto. A pesar de que dos de los jefes, los que Max sabía que eran hijos de uno de los dueños, les echaban una mano. Clara mantenía la vista trabada en su hermano, que cada vez se tambaleaba más sobre sus pies. A modo de consuelo, Max le regaló un ligero apretón en el antebrazo. Clara lo miró de reojo, obligándose a sonreír.
—Había pensado en matarlo —comenzó a decir—, pero ya querrá matarse él mañana.
Max sonrió. Por lo menos estaba lo suficientemente relajada para bromear.
Por fin, una de las camareras se acercó a ellos. Llevaba el pelo corto a ras de la barbilla, rizado, casi rubio por el efecto de la luz. Los ojos verdes le brillaban por el cansancio y el estrés. Todos los trabajadores llevaban el mismo uniforme de trabajo: camiseta de manga corta negra con el logo del karaoke en el centro en letras rojas, unos pantalones del mismo color y un delantal corto que les llegaba a la mitad de los muslos superiores.
—¿Lo de siempre? —preguntó en su dirección. Max ya la conocía, se llamaba Samantha.
Asintió con una sonrisa cálida. Displicente y profesional, Samantha sirvió dos Coca Colas en menos de diez segundos. Max ya tenía el dinero preparado en la mano para ahorrarle trabajo. Samantha le guiñó un ojo a modo de agradecimiento y se marchó para atender a los otros clientes. Max tendió uno de los vasos a Clara, quien dio un largo trago. A continuación procedió a librarse de la chaqueta.
Justo en ese momento, la música se detuvo. El augurio que indicaba que alguien había decidido subirse al escenario a interpretar una canción. Estiró el cuello en dirección al escenario, sobre él, había una chica menuda, con el pelo rubio aprisionado en una alta coleta y envuelta en un vestido recto de color verde. La conocida melodía de Woman comenzó a propagarse por el lugar. La muchacha, temblorosa, acercó los labios al micrófono.
—Quiero dedicar esta canción a mi novia —sonrió a una persona que se encontraba entre el público, la multitud aplaudió con emoción.
Entonces empezó a cantar, quizá no llegaría nunca a ganar un concurso de canto, pero estaba ahí arriba, rodeada de gente; dispuesta a exponerse ante ellos para expresar con una canción lo que sentía por alguien amado.
Max no pudo evitar mirar a Clara, quien se bambolea levemente al son del desafinado canto de la chica.
Woman, I can hardly express, my mixed emotion at my thoughtlessness…
John Lennon no podría haberlo explicado mejor. Max era incapaz de expresar a Clara lo que sentía. Volvió a mirar hacia el escenario y, otra vez a Clara. Una idea tomó forma en sus pensamientos.
Puede que fuese incapaz de expresarse con palabras, Dios sabía que no eran su fuerte. Pero sí podía cantarle lo que sentía. Tenía todo un repertorio de canciones escondidas en el cajón solo para ella. Algunas de su autoría y otras prestadas. Pero todas ellas eran Clara y, su amor por ella.
Tal vez así, Clara Kauffman se daría cuenta de una vez que estaba enamorado de ella hasta las trancas.
indigo.
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Re: All you need is love.
OMGG subiste, ahora leeré
✦ ausente.✦
pixie.
Re: All you need is love.
- Spoiler:
- Ya sabes que amo a Charlie, es la mejor, el hecho de que se haya pasado a la habitación de Gideon fue, omg y Gideon dormido tal y como es él loool. La forma de despertarlo clavandole un dedo en la mejilla me parece maravilloso, se despertará del mejor humor hahaha, igual ni se despertó por es Gideon Brown y duerme mucho)?—Me ha llamado Paul McCartney y quiere llevarte de gira con él —dijo en el oído de Gideon, consciente de cuanto le molestaba y de las cosquillas que le provocaba.
—¿Y no quiere llevarse a la pesada de mi hermana pequeña mejor? —gruñó con la voz llena de sueño.
La respuesta de Gideon fue savageeeeee, y literal se la sacó de encima, así no tratas a tú hermanita xddd y él trasnochado y Charlie preguntando si le hacía comida, es lo más, es hermosa—¡Deja de maltratarme! —exclamó, mordiéndole un dedo.
—Mejor te mato…
Es decir que la quiere matar pero más abajo le refuta a Charlie que no pueden matar al gato, dÓNDE ESTÁ TÚ LÓGICA GIDEON
—… y así puedes dormir sin que te moleste —acotó Charlie, sentándose—. Que sepas que sin mí nunca llegarías a tiempo a clase y te aburrirías mucho, muchísimo.
No puedo creer que no hayan destruido la casa aún.Sus padres los llamaban constantemente para comprobar que Charlie y Gideon seguían con vida, conscientes del peligro que podían suponer los chicos.
HAHAHAHAH Si Gideon y charlie hablan más de lo que dicen, eso los define)? mentira, si que hacen las cosas pero son inocentes)? okey tampoco, pero...
Todo el esfuerzo que hace Charlie con la música es hermoso, omg.
la ama demasiado *cries* Sonrió por el detalle. Créme Brûlée deja a los hermanos ya):, aunque amo que los torture solo a ellos xdGideon incluso había dibujado una cara sonriente con nata en la tortita que presidía la montaña.
Además le deshizo las tortas a Charlie, merece muerte el gato diabólico)? además la alergia que les produce, en parte amo mucho al gato. Y Gideon salió para salvar peroel gato solo se aburrió de ellos y los dejo ahí.—¿Qué posibilidades hay de que nuestros padres nos maten si Créme Brûlée desaparece mientras no están? —conjeturó Charlie, mirando con los labios fruncidos su desayuno aplastado y peludo.
—No vamos a matar al gato —objetó Gideon, agarrando el plato para ir a tirar los restos a la basura. Mientras tanto, Charlie se sentó en la superficie de la barra del desayuno, dando un sorbo a su café, todavía caliente.
Pero antes si quiso matar a su hermana, no te entiendo Gideon, no te entiendo. Y LE DIO MÁS TORTITAS Y LUEGO ACTUÓ COMO PAPÁ JAJAJ
Los Brown tiene como segundo apellido Savage.—Pero sigo siendo el mayor.
—Desde luego no por madurez… —masculló, frotándose allí donde le había estirado la piel.
Ella tiene la razón igual xd.
amo el ehcho de que todos se la pasan en el karaoke incluso cuando no trabajan xd.La chica extendió los brazos tanto como el peso del chelo y es casco se lo permitieron. Gideon se acercó y le regaló un abrazo asesino que hizo crujir todos los huesos de Charlie. Se lo devolvió con la misma fuerza. Cuando se soltaron, ambos tardaron unos minutos en respirar con normalidad. Pero así eran sus abrazos, se demostraban afecto con la misma intensidad con la que peleaban.
IM A PROUD MOM.—Te dije que estaría a tiempo —aseguró una vez más, satisfecho de sí mismo. Cruzó lo brazos por encima de la cabeza y se reclinó contra el respaldo de la silla.
—Por un margen de dos segundos —quiso recordarle Jody mirando la entrada que acababa de publicar Kearn en el blog del karaoke.En su camino hacia la salida, Jody se llevó la cámara a la cara y empezó a echar fotografías por doquier. Una detrás de otra. Click. Click. Click. Ni siquiera prestaba atención adónde apuntaba el objetivo. Lanzaba sin ton ni son, de manera compulsiva. Jody Smythe era una drogodependiente. Necesitaba estar haciendo fotos todo el rato, porque si no le daba la sensación de estar perdiendo la posibilidad de eternizar un momento memorable.
Jody es yo. Yo soy Jody xd.—Hola, preciosa—Robin Buen Chico —respondió Jody, arremetiéndose un mechón de pelo tras la oreja—. Te hacía ya en la corte de los duendes.
ROBIN BUEN CHICO OMG HAHAHAHA
Wow, tan popular es Arnold que gente duerme fuera de su casa xd.—Aprovecha para dar una vuelta en tu moto. O, mejor, no plantes a esa chica.
Buen consejo Jody parece que todas las chicas son las preferidas de Arnold—Se supone que es tu día libre —expuso Jody—. ¿Por qué a todos os gusta venir a trabajar cuando no tenéis que trabajar?
es como si fuese yo ni estaría ahí para trabajar)? lol. Y estaba muerta con Arnold tratando de ir a donde pudiese para gastar su tiempo libre.—Claro que sí.
—Tú sí que me quieres —objetó regalando a Jody su mirada más rencorosa al tiempo que abrazaba a Charlie, quien le devolvió el gesto con las mismas ganas.
Eso fue rápido, y él haciendo drama porque Jody lo rechazó xd. Los apodos que pone Jody me dan vida.Su apartamento se encontraba encima de Pellegrino’s un café restaurante regentado por Sofía, una anciana que solía divagar sobre su telenovela preferida si le dabas la oportunidad, por lo que siempre estaba inundado de olor a comida. Tal vez la causa de que el apetito de Jody e Irene fuese tan voraz.
Que decisión tan sabía de ellas mudarse arriba de un café restaurante, ya están seguro comiendo todos los días ahí xd. Es muy triste lo de su abuelo
Me muero con Stephen literalmente viviendo con ellas, no ayudando a pagar el alquiler y acabando la comida además la casa es una taza de té, me muero, casi ni entran ellas dos, cómo será con un extra...ehmmm...StephenSe desnudó y se puso unos shorts y una camiseta de Stephen que había dejado olvidado un día, de la que Jody se había apropiado.
Le puede agarrar todas las camisetas que quiera *cries*, y lo que hizo con la foto de su abuelo, lloraré, my poor bby TT, es tan triste cuando una persona comienza a olvidarse de uno, lo peor.El abuelo seguía con ella y no desaparecería nunca, mientras tuviese una fotografía cerca.
Yo amo el nombre de la firma de Heath y Jody, me da vida.
Definitivamente adoro, adoro la amistad de Irene y Jody.—¿Por qué hablas como si te estuvieras escondiendo de un acosador? —preguntó Irene, también a susurros, por lo
que casi no distinguió sus palabras.
—Tú hermano está roncando en mi espalda —explicó.
Morí, porque Jody sabía que Irene la iba a molestar por eso.Irene tenía la costumbre de decir que Stephen y Jody eran la única pareja que conocía que eran novios sin ellos darse cuenta. Y aquellas afirmaciones ponían a Jody de los nervios, acelerada y torpe.
ES PORQUE ES VERDAD #STODY.Suspiró. Echó la cabeza hacia atrás, apoyándose en el omoplato de Stephen, con el móvil aún aferrado en su mano. Como no llevaba camiseta, el calor que emanaba su piel la rodeó y su cabeza subía y bajaba al compás de la respiración del chico. Cerró los ojos, deleitándose en la tranquilidad. Perdió la noción del tiempo, ni siquiera el hambre la molestó.
ESTOY LLORANDO OMG. Me encantan
ES QUE SOLO ME IMAGINO A JODY ACOMODADA AHÍ HABLANDO CON 'EL Y STEPHEN SONRIENDO PORQUE HUELE A LA COMIDA DE JODY. no puedo.A Jody le costaba catalogar a la relación que mantenían. Amigos sonaba extraño en su lengua, con demasiada frivolidad. Porque eran mucho más que eso. Mucho más que no sabía expresar con certeza… eran ellos, Stephen y Jody. Pasaban las horas juntos: armando alboroto en todos los sitios a los que iban, las noches en el karaoke, en casa, en cualquier parte. Incluso había veces en las que Stephen abandonaba el sofá, con una tarrina de helado bajo para ir a la torre de la reina —como llamaba a la habitación de Jody—, donde pasaban horas divagando sobre tonterías. Para después, ya con el helado derretido, caían dormidos de puro agotamiento.
Los amo demasiado, son El hecho de que se reten es hermoso, porque ninguno se puede negaaar—No las necesitas —rebatió Stephen, todavía inclinado, le dedicó una cálida sonrisa—. Y gracias por la comida.
Antes de sentarse en el sofá, depositó un beso en la mejilla de Jody. Ella sonrió, con el corazón taconeando de nuevo. Le latía de una manera diferente con Stephen. Porque su órgano vital sabía antes que ella que ese mucho más, significaba muchísimo más.
KATE AMÉ DEMASIADO ESTA PARTE, NO IMPORTA QUE DIGAS QUE FUE SIN INSPIRACIóN PORQUE ESTUVO HERMOSO.
No me agrada la madre de Keara, además de que la obliga a hacer un montón de cosas que no debería TTKeara soñaba con una progenitora que la obligase a comer en lugar de contarle las calorías que ingería, con la que tener peleas por no haber recogido su habitación y con la que ver películas los domingos. No ese híbrido entre Maléfica y la Reina Malvada que le había tocado.
Es un demonio, wtf. Pero definitivamente amé mucho al tío Reggie, por lo poco que leí, se nota que la quiere Keara es una bebé y le toca pasar por todo eso que injusto. Omg y justo Jayden también lleva mal las cosas en casa T-T why. Keara es yo caminando por la noche xd.
—Te he comprado la cena —dijo Jayden, tendiéndole una bolsa.
Es hermoso TT, y omg, la forma en la que se hicieron amigos, compartiendo cosas y omg ;-; los amo ya)? Igual si que odio a los compañeros de la academia de Keara son lo peor.Se pusieron a reconocer el local. Keara nunca había estado en un lugar como aquel. Parecía una mezcla entre discoteca y galería de arte, entre la modernidad y un club de los años sesenta.
Tiene que ver a los dueños entonces xd. Amé el final donde ella se relajo y decidió bailar y además hizo sonreír a Jayden, omg.No tenemos el control de nuestra vida. Damos pasos en falso con la esperanza de que a la vuelta de la esquina haya aciertos y, no desaciertos. Sin embargo, podemos decidir qué hacer con esos aciertos y desaciertos. Qué batallas librar y, como librarlas.
Estoy segura de que ya lo sabes y de que lo he repetido un montón de veces, pero yo amo a Alex y es omg. Y odio que esté enfermo
y también amo que él piense así aunque a veces sea un idiota. Y odio que cada vez se vea más enfermo, no lo merece es un bebé, merece ser felizAunque su baraja estuviese trucada, todavía podía poner la partida a su favor.Pero los médicos eran optimistas, tenían que serlo, por supuesto. Seguro que algún juramento les impedía aconsejarle que fuese escogiendo una bonita parcela en el cementerio.
MY BBY yo necesito que se recupere ya T-T, en parte odio que la familia de Alex no lo dejen ser un poco, que lo traten como si fuese especial, obviamente es importante que lo cuiden, pero no que lo traten como si debiese estar dentro de una burbuja.fingir que no estaba hecho una mierda cuando estaba hecho una mierda.
por qué me haces esto, Kate TT
Y el hecho de que se escapaba de su habitación i can'tPoco después estaba montado en un taxi con rumbo a Chinatown. Cuando se decidió a mirar el teléfono, vio que tenía treinta llamadas perdidas de su madre, otras cuantas de su padre y muchos whatsapps de Clara amenazándolo de muerte. Apagó le teléfono.
Yo también lo hubiese apagado)?
Come Alex bebé, todo lo que quieras TT Alex es amor, omg, que ande con un bolígrafo siempre es omg *está llorando* Y OMG LLEVA MUCHO TIEMPO CONOCIENDO A ANGUS
Zumo de alcachofas cosa que suena bien al 0%, Alex está mal, pero Angus déjalo, déjalo.—Quería salir un rato, llevo cuatro días encerrado.
¿Qué le están haciendo al pobre muchacho? Om y cuando insulto a Angus, y luego se disculpó y el pobre Angus ni siquiera sabía que tenía—Creo que me voy a emborrachar contigo —anunció Angus, ignorando su último comentario—. Pero cuando alguien venga a matarte, diré que me coaccionaste.
Aceptable. Al menos se relajó un poco, lo merece ):, y omg el humor de alex es increíble quería golpear a cualquier persona que le pasaba por el lado xdd. Ya me imagino que la chica que estaba bailando era Charlie, lo sé estoy segura *ya lo sabía de antes porque ya había leído el capítulo, pero who cares*
Alex conócela y ya._____.Un tiempo atrás, hubiese ido a presentarse él mismo. No le costaba ligar, sabía lo atractivo que les resultaba a las chicas —e incluso a algunos chicos—, así que se aprovechaba de ello. Pero no desde la leucemia. Había renunciado a las chicas de forma drástica. No sabía qué rollos de una noche podían convertirse en algo más. Y no quería que nadie entrase en su vida en aquel momento. Sería egoísta por su parte. «Claro, salgamos juntos. Por cierto, lo mismo me muero…».
No es justo que tenga que renunciar a muchas cosas de su vida solamente porque está enfermo, no es justo que este enfermo TT—No, Alex, solo eres gilipollas —dijo para picarlo.
Tampoco es que esté diciendo algo que no sea cierto Agnus. Y LA DIBUJO EN UNA SERVILLETA *cries again*Estaba siendo una noche tranquila, dentro de lo posible. Todavía no había acontecido ninguna pelea estúpida entre los clientes y Xavier solo se había quejado dos veces en lo que llevaban de jornada. Teniendo en cuenta sus antecedentes, se trataba de un auténtico logro.
Estoy orgullosa de XavierLa cocina estaba ya cerrada, así que Charlie entró en ella para darle un trago a la taza de café con hielo que Angus había escondido para ella en el último estante de la nevera, la que Gideon nunca abría porque solo contenía vegetales.
La verdad es que no espero nada más de Gideon xddd *disappointed but not surprised*
Es que todos se la pasan en el karaoke en sus días libres.Daba gracias por la vida que le había tocado, tenía una familia y amigos magníficos. Pero en ocasiones, especialmente en los momentos de soledad, no podía evitar sentirse invadida por una especie de carencia, con nombre propio: vacío.
OMG, MY BABY, NO, WHY.Por ese motivo Charlie parecía tan feliz; porque no lo era, no la mayoría de las veces. Combatía contra la tristeza con ahínco, pues sabía que no tenía derecho a estar triste. Si todo era perfecto…
Y nadie ni siquiera lo sospecha, pobre Charlie TT—Yo combatiendo en las trincheras y tú aquí sentada —se quejó Ziara, con las manos sobre las caderas.
Pero...es su día libre...))?—Gideon está coqueteando con Jody en la barra, me he marchado antes de que ella le soltara un puñetazo.
Gideon es un idiota, pero pero idiota igual xd.
Así que Harlow y Charlie, Charlie y Harlow no lo sé :v—Es que no me he arreglado como debería para ver a mi enamorado, ¿crees que si me ve con estas pintas querrá volver a salir conmigo? Yo creo que no —parloteó Charlie para evadir su mirada. Subió la pierna a la encimera y se agachó para volver a remangar sus mom por encima de los tobillos.
LA AMO xd, arreglándose para verlo y todo (aunque, repito, no me cuadro, yo quiero Charlex ya)?)—Voy a comprobar si Gideon sigue con vida. Tómate un descanso, yo te cubro —respondió apresuradamente.
Con Jody seguro sí
Omg así que es por eso que se ve con Harlow no lo esperaba)?, no me imagino como será el karaoke cuando no es respirable y no se pueda ver el suelo xd. Solo no no me imagino a los pobres de Ziara, Charlie, xavier y Gideon tratando de trabajar xdd.
Y OMG CUANDO SE CHOCÓ CON ALEX I'M ON TEARS, y ella tan atenta observando cada detalle de él *suspira* y me imagino a Charlie mirándolo, que es tan disimulada y prudente xd. Gracias Ronan)?—¡Por todo el café del universo! —exclamó Charlie, llevándose una mano al corazón cuando estuvo junto a Gideon
—. Creo que me he enamorado —dramatizó. Para entonces, había conseguido olvidarse de su inoportuna carencia y volvía a ser la de siempre.
Es que de verdad la adoro, y Gideon de *no me importa* pero igual mirando quién era porque obviamente debe proteger a su hermana si o si, además que uso el termino "desgraciado" lmaooo—Esconde algo —declamó, encogiéndose de hombros. Sin más se dio la vuelta para seguir con sus tareas. Charlie lo siguió dando fuertes zancadas.
—Qué sabrás tú —contradijo.
—Tiene la mirada evasiva y no para de dar golpes con el puño —explicó, lanzándole una mirada elocuente—. Esconde algo.
Gideon cállate, aunque sí es cierto, peroCharlie nunca atendía a las advertencias de su hermano y, ese no era el momento para comenzar a hacerlo.
Además está usando al pobre Angus para acercarse a Alex. Ay la forma en la que Charlie ve Angus es adorable omg. Angus tardando mil años en presentarlos, algo lento, just sayin' xd.Guapo y gilipollas… el arquetipo preferido de Charlie. ¿Por qué siempre acababa fijándose en los gilipollas?
ACCURATE. Omg se rindió pronto Charlie)? mentira, buscó a Alex con la mirada, no se rindió.¿Por qué lo complicaba todo tanto? ¿Por qué no podía sentir mariposas en el estómago cuando lo veía? ¿Por qué no era capaz de sentir, sin más? Charlie se sentía un carroñero, acechando en torno a personas en busca de sentimientos que morían antes de alcanzar su cuerpo.
Omg Charlie, pobre Y-Y
Y cuando vio a Charlie discutiendo con una chica y la chica seguro que es Clara lmao.
Y luego el tipo que llegó a coquetearle, hell no. Y luego gideon de hermano defensor como "LARGO DE AQUí", lso amo xd.
Esa noche Charlei se chocó con todos)? ahq, por todos me refiero Alex, uk. Y LE SONRIÓ ESTOY LLORANDO.Toda la piel se le erizó y se vio invadida por una emoción desbordante, fuerte e intensa. Y, por fin, llegaron las mariposas a su estómago. Mientras Charlie seguía paralizada en esos ojos verdes verdes, en la semioscuridad de los baños.
Alex sonrió, despertando dos hoyuelos a los lados. Para entonces, Charlie creía que le iba a estallar el pecho.
Cantaba alguien en el escenario. Justo en ese momento. Cuando miraba embobada al guapo, gilipollas y muy probablemente, en una relación.
Solo para aclarar, muy probablemente en ninguna relación *ni siquiera es su personaje*, y literalmente huyo de él, Charlie es lo más, en serio.
OMG ENCONTrÓ LA SERVILLETA DONDE ALEX LA DIBUJO; Y ADEMÁS TEnÍA PENDIENTES DE MIKE WAZOWSKI, ADEMÁS ERA SU FIRMA.Como he dicho, solo era una chica. Pero llegó Alex, con sus dragones y sus brujas y su magia. Y, lo cambió todo...
CHARLEX.
De verdad que yo amo a Clara y Max, son mis bbys T-T, es él único que la aguanta en los peores momentos,
como el semáforo)?—No te enfades conmigo, ¿vale? —pidió Max tras volver a hablar, al tiempo que tomaba el desvío que los llevaba a Chinatown—. Pero Alex se merece un poco de diversión, para variar. Y, ya es mayor de edad.
Clara chistó, meneando la cabeza de lado a lado.
—Entonces, como es mayor de edad, le voy a regalar una pistola para que se meta un tiro la próxima vez que se le fundan los fusibles.
Clara tranquila)?
YA SE QUE ME LO HAbÍAS MOSTRADO ANTES PERO AMO TANTO ESA PARTE. Es que la amistad de Clara y Max es hermosa y omg—He decidido que tú y yo vamos a ser amigos para siempre jamás.
Había anunciado una diminuta Clara de cuatro años, sentada en el suelo del auditorio en el que tendría lugar la firma de libros de aquel día. Llevaba dos coletas altas diminutas y un vestido azul de Los Teleñecos. Max se sacó el dedo de la boca para responder.
—Mi tío dice que los niños y las niñas mayores no pueden ser amigos.
Por aquel entonces, Max no entendía nada de lo que su tío Danny le decía. Aquello tampoco cambió con el tiempo, el tío Danny era difícil de entender.
Clara se llevó el dedo a la sien, para demostrar que estaba pensando.
—Entonces cuando seamos mayores nos casaremos.
Max ya sabía que llevarle la contraria a Clara Kauffman era una idea terrible. Pero no puedo evitar arrugar la nariz con aprensión.
—Yo no voy a casarme nunca.
—Cambiarás de idea —afirmó la pequeña Clara—. Ahora vamos a jugar con mi Action Man. Tú serás Barbie.
—Jo, siempre me toca ser Barbie.Sí, Max estaba enamorado de Clara de tantas maneras distintas que le eran imposibles contarlas. El problema era que nunca se había atrevido a confesárselo. Ninguno parecía el momento oportuno y el miedo terminaba por refrenarlo. Clara ya no parecía tan decidida a casarse con él y, si no sentía lo mismo, nada volvería a ser como antes para ellos.
No podía perder a su mejor amiga. Por ello, de cuando en cuando, Max le mandaba señales que pretendían mostrar sus sentimientos. Pero o bien ella las eludía como una campeona de la evasión o bien no las captaba.
MEJOR QUE SIENTA LO MISMO YA)?—No piensa moverse de aquí hasta que no le apetezca —chilló sobre el gentío.
—Me aseguraré de que no hace ninguna tontería —gritó a su vez Angus, después ladeó la cabeza—. Quiero decir,
más tonterías.
El pobre angus tratando de remendar lo que dijo xdPuede que fuese incapaz de expresarse con palabras, Dios sabía que no eran su fuerte. Pero sí podía cantarle lo que sentía. Tenía todo un repertorio de canciones escondidas en el cajón solo para ella. Algunas de su autoría y otras prestadas. Pero todas ellas eran Clara y, su amor por ella.
Tal vez así, Clara Kauffman se daría cuenta de una vez que estaba enamorado de ella hasta las trancas
no estoy llorando Y-Y
Última edición por Supertramp. el Jue 24 Ago 2017, 1:27 pm, editado 1 vez
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Re: All you need is love.
Muchas gracias por el comentario, Lau NO SABES CÓMO LO AMÉ #Stody es vida
indigo.
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Re: All you need is love.
Cuando puedas, Ems
Por cierto, Gino no podrá dejar su capítulo, así que el turno pasó a Lau
Por cierto, Gino no podrá dejar su capítulo, así que el turno pasó a Lau
indigo.
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Re: All you need is love.
- kateee:
- Primero que nada, no comencé a leer el capítulo cuando dije que lo haría pero tengo una razón aceptable, y es que decidí leerlo para comentar al mismo tiempo y no pude en el fin de semana estoy intentando dejar de acumular comentarios, suficiente es con las ncs xd
así que, aquí voy
El comienzo me pareció genial, no me voy a cansar de decirte que amo mucho la manera en que escribes, Kate en serio la narración, descripciones, asdfkahdks todo Y Charlie se terminó de ganar mi corazón, que también tiene un montón de ropa tirada por la habitación es inevitable (?)- Spoiler:
- Se revolvió para sacársela de la espalda. Charlie se chocó contra el cabecero de la cama. Quedó tendida sobre el colchón boca arriba, con las extremidades extendidas.
—Jopé —sollozó.
Gideon se tapó la cabeza con la almohada. Era todo un ejercicio de fuerza de voluntad despertarle cada mañana, pero Charlie presentía que ese día sería aún más difícil. La noche anterior, aprovechando que no abrían el karaoke, Gideon había invitado a unos amigos de la universidad y se habían quedado despiertos hasta horas intempestivas.
—¿Me haces tortitas? —le pidió Charlie.
Gruñido.
—Con chocolate y nata, por favor.
Su hermano sacó la cabeza de las profundidades de la almohada, con un ojo abierto y el otro cerrado, le envió su mirada más furibunda. Charlie sacó a relucir su lengua viperina, a lo que Gideon levantó el brazo y dejó caer la mano abierta sobre la cara de la chica, apretándola contra el colchón.
—¡Deja de maltratarme! —exclamó, mordiéndole un dedo.
—Mejor te mato…
—… y así puedes dormir sin que te moleste —acotó Charlie, sentándose—. Que sepas que sin mí nunca llegarías a tiempo a clase y te aburrirías mucho, muchísimo.
Tras varias semanas de ausencia paternal, era todo un milagro que los hermanos Brown no hubiesen reducido la casa a escombros. Aunque en teoría eran los suficientemente mayores para sobrevivir por su cuenta, en la práctica era como observar a dos niños pequeños en un campo plagado de minas. Sus peleas tenían complejo de aleteo de mariposa, con la capacidad de crear un terremoto al otro lado del mundo. Sus padres los llamaban constantemente para comprobar que Charlie y Gideon seguían con vida, conscientes del peligro que podían suponer los chicos.
—Gracias por recordarme que tengo clase, eres de gran ayuda —masculló Gideon, restregándose los ojos.
—Para eso estamos. Ahora mueve el culo y hazme tortitas.
Salió de la habitación como un torbellino para ir a la ducha.
Charlie y Gideon me encantan su relación de hermanos es tan genial, morí cuando ella se le tiró encima toda gentil y luego le pide que le haga el desayuno como si nada Los adoro y sus padres, llamando a cada tanto para asegurarse de que no hayan quemado la casa o no se hayan matado entre sí
Debieron confiar mucho en ellos y encima, necesitar un verdadero respiro, para irse los dos y dejarlos solos. Charlie y Gideon deberían agradecer que no les dejaron a la tía chismosa (?Gideon incluso había dibujado una cara sonriente con nata en la tortita que presidía la montaña. Sonrió por el detalle. Charlie se acercó a la isla de los fuegos para sacar del cajón unos cubiertos, cuando se dio la vuelta, poco le faltó para proferir un grito de guerra.
Sobre sus tortitas, estaba sentada la reencarnación gatuna del demonio; Créme Brûlée. Un gato persa de color crema que se dedicaba a torturar a los hermanos Brown desde que llegó a la vivienda cinco años atrás. Se escondía debajo de la mesa de café y les lanzaba zarpazos cada vez que se sentaban en el sofá, tiraba cosas preciadas para ellos desde alturas vertiginosas, aparecía en el pasillo a mitad de la noche para espantarlos y muy a menudo saltaba sobre ellos para arañarles las piernas. Charlie y Gideon sabían que su maldad era algo personal porque con el resto del universo era el gato más cariñoso, educado y adorable del mundo.
—¡Bola de pelo asquerosa, fuera de mis tortitas! —chilló Charlie lanzándole el tenedor a la cara, pues no se atrevía a acercarse a él. Créme esquivó el proyectil tumbándose sobre las tortitas, cada vez más aplastadas y llenas de pelos—. ¡Larg…!
Charlie comenzó a estornudar con intensidad. Porque para colmo de males, el gato le daba alergia. Ya no recordaba un día en el que no tuviera los ojos rojos y la nariz moqueándole cada dos por tres.
Alguien que le de a Gideon el premio por el mejor hermano mayor de la vida no importa que a veces se pase de brusco, porque sus desayunos con caras sonrientes valen la pena :posoc:
JAJAJAJAJAJAJAJ EL GATO, MORÍ CON EL GATO, KATE AJAJAJAJAJAJAJA ES QUE TODO LO QUE HACE PARA HACERLES LA VIDA IMPOSIBLE, DIOS,
entonces, ya de por sí tengo la creencia de que los gatos son del diablo. Son lindos, pero del diablo, y muy antipáticos. ENTONCES CHARLIE INSULTÁNDOLO PERO NI SE LE ACERCABA yo lo saco como arrojar la basura, nadie se mete con mi comida—No hablaba de asesinato —explicó, poniendo los ojos en blanco—. Solo hipotetizaba su desaparición. Ya sabes lo despistados que somos, quién dice que no se nos quedará la ventana abierta y dejemos olvidado un enorme trozo de queso en el alféizar en un día ventoso.
Gideon suspiró con fuerza, a veces le asustaba la inventiva conspirativa de su hermana.
—Entonces regresará con sus seis vidas restantes y hará de la única que tenemos nosotros un infierno.
EMS DICE QUE ESO ES UN BUEN PLAN que lo planee bien, o que esté preparada para planear 6 coincidentales asesinatos, porque el gato tiene mas de una vidaEl Magical Mystery Tour no era un simple local de moda, era un pequeño censo de sueños y de historias de las que Charlie agradecía ser espectadora.
amé esto—Te dije que estaría a tiempo —aseguró una vez más, satisfecho de sí mismo. Cruzó lo brazos por encima de la cabeza y se reclinó contra el respaldo de la silla.
—Por un margen de dos segundos —quiso recordarle Jody mirando la entrada que acababa de publicar Kearn en el blog del karaoke.
Amo nuestras tramas entre estos dos Kearn todo calmado publicando en el último segundo mientras Jody dividida entre arrancarle la laptop de la mano o arrancarse los cabellos
Me la imagino atacando a Kearn cada vez que hay que preparar una nueva publicación Amé la sala donde se reunen los chicos, me parece genial eso y el planificador de la semana para capturar las emociones del público antes y después de escuchar canciones :') amo este karaokeLanzaba sin ton ni son, de manera compulsiva. Jody Smythe era una drogodependiente. Necesitaba estar haciendo fotos todo el rato, porque si no le daba la sensación de estar perdiendo la posibilidad de eternizar un momento memorable.
La forma de Jody de tomar fotos es como si quisiera capturar todo lo que sus ojos no pueden ver, porque uno no puede verlo todo al mismo tiempo. Solo lo que está dentro de nuestra vista limitada; los límites periféricos (?) Vamos a inventar una cámara que pueda tomar fotos a 360 grados al mismo tiempo (?
—No —expuso tajante—. No puedes esconderte en mi apartamento cada vez que metes la pata.
—Pero todavía quedan muchas horas hasta que empiece mi turno.
—Aprovecha para dar una vuelta en tu moto. O, mejor, no plantes a esa chica.
No sé si Arnold es bueno o malo (?) porque bien, coquetea y toda la cosa; pero también no es lo suficientemente duro para decirle que no a chicas que no conoce pero después las deja plantadas, y eso es malo este chico necesita autoreflexionar mucho (???? y dejar de hacer esas cosasSe adaptaba a la manera de ser de cada quién sin intentar cambiarlos. Todo lo contrario a Jody, que aunque respetaba la manera de ser de cada quién, en ocasiones trataba de cambiarlos. Como si estuviese retocando una fotografía que no acababa de cuadrarle del todo. Y sabía que aquello podía ser tanto una virtud como un defecto.
Me encantó esto como sutilmente comparaste las dos formas de ser de Jody y Charlie Creo que ambas son geniales, por ciertoPero extraoficialmente se pasaba la mayor parte del tiempo allí, comiéndose sus cereales preferidos.
No sé tú pero yo me enojaría nadie se come mi cereal de chocolate
No pudo disfrutar de su abuelo tanto como hubiera deseado. Pero siempre la acompañaba, las paredes de su dormitorio estaban inundadas con las fotografía de su abuelo. Una película visual de quién había sido él. Todas las noches hablaba con él y siempre que tenía que tomar una decisión se sentaba en silencio, con los ojos navegando en las fotografías. El abuelo seguía con ella y no desaparecería nunca, mientras tuviese una fotografía cerca.
No voy a citarlo todo PERO CRÉEME QUE GANAS NO ME FALTAN Desde la descripción del pequeño y acogedor departamento (ya lo amo ). Hasta la parte donde comienza a pensar en su abuelo Tom. DIOS, me habría gustado conocerlo. Kate, casi me pongo a llorar con eso sus viajes, su vida, como la enfermedad fue acabando con el y como Jody se empeña en creer que estará con él mientras tenga sus fotos alguien que me de un abrazoIrene tenía la costumbre de decir que Stephen y Jody eran la única pareja que conocía que eran novios sin ellos darse cuenta. Y aquellas afirmaciones ponían a Jody de los nervios, acelerada y torpe.
Con que así estamos ya quiero que Stephen se levante a ver qué onda con ellos dos y si empiezo a shippearlos con toda mi alma chocolatosa- Spoiler:
- —Hey.
Jody giró la cabeza hacia la izquierda, se encontró con los ojos legañosos de Stephen, llenos de sueños. Brillaban en la semioscuridad del apartamento. El pelo rubio cenizo le caía desordenado sobre la frente. La mitad inferior de su rostro se encontraba escondida tras el cojín. Pero Jody seguía advirtiendo la proximidad de sus caras, separadas por un estrecho tramo.
—¿Cuánto rato llevas despierto?
—Bastante. —Su voz sonaba distorsionada al chocar contra el cojín, aun así Jody vio la cúspide de su sonrisa asomar tras él—. Huele a comida.
—Mi comida —matizó Jody.
A Jody le costaba catalogar a la relación que mantenían. Amigos sonaba extraño en su lengua, con demasiada frivolidad. Porque eran mucho más que eso. Mucho más que no sabía expresar con certeza… eran ellos, Stephen y Jody. Pasaban las horas juntos: armando alboroto en todos los sitios a los que iban, las noches en el karaoke, en casa, en cualquier parte. Incluso había veces en las que Stephen abandonaba el sofá, con una tarrina de helado bajo para ir a la torre de la reina —como llamaba a la habitación de Jody—, donde pasaban horas divagando sobre tonterías. Para después, ya con el helado derretido, caían dormidos de puro agotamiento.
ESTA BIEN, ESO ES SUFICIENTE PARA MÍ. los shippeo Kate, voy a empezar a buscar nombre para estos dos quiero verlos socializar más y mÁS Y MÁS hasta que se den cuenta de que está juntos sin estarlo oficialmente y akdhakdjakdjajdhad
Jodhen, Stedy, Stejo, Josphen (? dan asco todos, voy a seguir pensandoSolo a Jody. A veces le daba la sensación de que Stephen la miraba como nunca nadie lo había hecho.
Pero no, claro que no sentía cosas por él…
quieres que te lo pinte en la cara para que te des cuenta, Jody querida?Le latía de una manera diferente con Stephen. Porque su órgano vital sabía antes que ella que ese mucho más, significaba muchísimo más.
ya es el primer capítulo y me tienes mal, MAL KATE, no puedo con ellos dos- Spoiler:
- A menudo, Keara deseaba haber nacido en otra familia. Una en la que su madre no fuese una modelo de renombre, hija de una familia que pertenecía a la élite más sofisticada de la Gran Manzana. Keara soñaba con una progenitora que la obligase a comer en lugar de contarle las calorías que ingería, con la que tener peleas por no haber recogido su habitación y con la que ver películas los domingos. No ese híbrido entre Maléfica y la Reina Malvada que le había tocado.
Por esa razón, tras terminar su jornada de clases en el Royal Ballet de Nueva York se marchaba a la tienda de su tío Reggie y allí pasaba las tardes con él. Era el único miembro de su familia que se había alejado de la austeridad y la vida de rico heredero. Reggie era cálido como la brisa en primavera, amable, divertido y, la mejor de sus cualidades; permitía a Keara mostrarse como era. A su lado sabía que nunca diría nada equivocado, que no se reiría de ella por alguna de sus reflexiones y que podía parlotear sin cesar acerca de sus clases en la academia.
Ojalá viviera con el tío Reggie.
Odio esto Que la situación con tu familia sea tan difícil que en vez de hacerte sentir protegido, te hagan desear muchísimo vivir con otra persona, o renacer en una familia diferente ojalá los padres entendieran eso Keara no quiere un montón de comodidades superficiales, solo quiere una mama con la cual chismear en la noche y ver pelis los domingosAl principio se limitaban a sentarse el uno junto al otro. En el más completo y absoluto silencio. Hasta que un recreo Jayden decidió compartir un trozo de chocolatina con Keara. Al día siguiente, fue Keara quien compartió su manzana —ya entonces su madre controlaba su alimentación—. Su amistad fue lenta, un paso cada vez. Keara no recordaba cuándo se habían convertido en mejores amigos. Pero su desbordante inseguridad a menudo la llevaba a creer que Jayden era su amigo porque no le quedaba más remedio.
¿SOLO UNA MANZANA DE MERIENDA?????? ¿A ESA EDAD? que le pida perdón a todos los dioses eso es deprimente
pasando de eso, dejo el drama (? para decir que amo tanto las relaciones de tus pjs con otros pjs porque son tan lindos y tienen historia y me encanta tantoQuizá Keara se había olvidado de que tenía algo que mostrar al mundo. Quizá, no tenía la más remota idea de quién era.
VES LO QUE PROVOCA QUE SEAS UNA MAMA PUPÚ, MAMÁ-DE-KEARA??
—¿Qué haces? —preguntó este, desconcertado.
—Bailar —respondió ella, alargando los brazos hasta su cuello y obligando que se moviera con ella.
Era un leve bamboleo, a penas sin ritmo, tímido. Quedaba mucho para que Keara Yoon se atreviera a bailar entre una marea de personas sin que le diera igual quién pudiera mirarla. Pero era todo un avance. La energía de aquel lugar, ya fuera por la novedad o por la lejanía que la separaba del Upper East Side y de todos sus ojos impíos, se había colado por los poros de su piel. Y consiguió lo que se había propuesto; una sonrisa de Jayden.
JAYDEN Y KEARA SON TAN LINDOS DIOS Se quieren muchísimo ella que es tan...no sé, estuvo dispuesta a pararse a bailar en el karaoke solo para hacerlo sonreír y que se distraiga de lo que sea que este pasando y ni siquiera le preguntó, va a esperar a que el le diga o estaría bien si no lo hace solo lo apoya no sé, estoy muriendo con las amistades de esta nc, adkakfjakdaddjAlex Kauffman lo tenía claro. Después de más de un año entre idas y venidas a la sucursal de Cancerlandia. No se iba a quedar sentado, entre vómitos, defecaciones y fiebres. Como dijo Shakespeare: «El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos». Aunque su baraja estuviese trucada, todavía podía poner la partida a su favor.
MORÍ, CON TODO EL PEDAZO DE ALEX. NO SÉ QUÉ TE PASA, KATE. ¿POR QUÉ ME HACES ESTO? ES EL PRIMER CAPÍTULO Y YA QUIERO LLORAR PORQUE LAS POSIBILIDADES SON AKDJAKDKAKDKDK
Pero ya, hablando en serio, amé como narraste todo, Kate No me canso de decir que amo mucho tu forma de escribir. Y meter el Cáncer de Alex sin ser muy dramática ni muy "bleh" (no sé si me doy a entender); el caso es que te quedó genialPero, por supuesto, su familia no iba a ceder sin plantar pelea. Ya que se habían convertido en la Brigada Esto No Es Bueno Para Ti Alex. No aceptarían que llevase una vida normal. O una vida, sin más. Con cada recaída, los ojos de sus padres lo miraban como si ya estuviese muerto.
Se me estrujó el corazón es que, imagino que Alex quiere seguir disfrutando todo lo que pueda disfrutar (lo que es lógico). Pero su familia estaría en esa racha de "SI LO DEJAMOS SALIR PUEDE EMPEORAR" y bien, lo hacen porque quieren lo mejor para él. Pero...bueno, si lo encierran, se deprime y ahí es peorHabía pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo allí, poco antes de volver a recaer.
tengo fe en que volverá a salir de eso y no volverá a recaer nunca más—Hola a ti también —dio un mordisco a la hamburguesa, ya fría tras casi media hora. Desgraciadamente, tenía el habitual sabor a metal. Poco importaba si comía unos espaguetis o bebía pis de gato; todo le sabía a metal.- Spoiler:
- —Tío, no creo que eso te siente bien.
Puso los ojos en blanco. Estaba hasta las narices de que todo el mundo le dijera lo que era o no bueno para él. Lanzó una mirada rabiosa a Angus.
—¿Sabes qué he comido hoy? Zumo de alcachofas —anunció. Su madre siempre le hacía comer cosas asquerosas, como si atiborrarlo a ellas fuese a expulsar el cáncer de su cuerpo. Bebió de su segunda cerveza.
Notó cómo Angus lo miraba con reprobación, de nuevo.
—Ni se te ocurra decir nada —lo amenazó.
—Menudo humor —reprochó Angus, incapaz de callarse—. Me dejas preguntar al menos qué haces aquí. Miró a las
personas que los rodeaban con recelo, todos ellos eran potenciales portadores de infecciones.
—Quería salir un rato, llevo cuatro días encerrado.
—Pero no hace falta que te emborraches.
Alex apretó los puños y miró a su mejor amigo con aire amenazante. También estaba hasta las narices de que lo cuestionasen todo el tiempo. Como si él no fuese capaz de tomar sus propias decisiones, por cuestionables que fueran.
quiero darle 1882003 abrazos a Alex
lo bueno es que no deja que lo dominen y ni que quieran tratarlo como un pedazo de rosa de cristal que acaba de romperse y pegarse por tercera vez (aunque lo sea)
A veces se le van las ganas de luchar si los tratan de esa forma...como el mismo dijo, que si ya estuviera muerto.No podía dejar de mirarla. El pelo le caía liso hasta la espalda, de un intenso color cobrizo. Dos enormes ojos azules recorrían el lugar con aire exhaustivo. Eran cálidos, pero se mostraban abatidos, casi tristes. Sus facciones eran preciosas, piel blanca y tersa, nariz pequeña.
Propinó un codazo a Angus, sin dejar de mirarla. Cuando su amigo se inclinó para ver qué quería, dijo en su oído:
—¿Quién es?
Angus buscó el objetivo de su mirada. Una sonrisa socarrona se le dibujó en los labios, Alex puso los ojos en blanco.
—Es Charlie Brown, mi jefa —explicó—. Guapa, ¿verdad? Puedo presentártela, algo me dice que eres su tipo.
Alex se puso de malhumor de pronto.
—No quiero que me la presentes —declamó la oferta, tragando saliva.
—Pero…
—He dicho que no.
Esto es FELIZ Y TRISTE AL MISMO TIEMPO porque, jelou, es atracción a primera vista pero SU ENFERMERDAD, yisus. Alex la pasa demasiado difícil, y aún así le quedan ganas para salir de su habitación y emborracharse con su mejor amigo en un karaoke. ¿Qué mas se puede pedir?
AH SÍ, ¡¡¡QUE SE LE QUITE LA LEUCEMIA!!! esto me trae flashbacks de A walk to remember, discúlpame mientras voy a sacarme los ojos de tantas lágrimas
tengo fe, Kate, no voy a dejar de tener fe
Sin embargo, una vez dentro, un cordón invisible la obligó a girar el cuello. Esa fue la primera vez que vio a Alexander Kauffman y, en los meses venideros; aquella imagen perduraría en su recuerdo con tinta imborrable. Pero nos estamos adelantando a los acontecimientos. En aquel momento, solo era un guapo desconocido que la había dejado clavada en el sitio:
Aunque estaba sentado en uno de los taburetes, podía apreciarse que era un chico alto, con las espaldas anchas y los brazos fuertes; llenos de tatuajes. Casi sin un centímetro de piel sin decorar. Su pelo era castaño y corto, un poco más largo en la parte alta de la cabeza, con los mechones de pelo apartados de la frente, en un tupé despeinado y sin orden. Sin embargo, lo que más llamaba la atención de él eran sus ojos, de un intenso verde esmeralda, remarcado por las ojeras que adornaban las comisuras de estos.
La segunda parte del capítulo, me mataste. No sé, no pude dejar de leer para hacer comentarios al mismo tiempo. Lo leí todo y ahora estoy volviendo para comentarlo, porque es que, ME ENGANCHÓ DE TAL FORMA. No sé, Kate, te va el romance porque askfjadkakd de verdad, estoy muriendo. Ya quiero que todos tus personajes se relacionen y desarrollen más.
Como Alex y Charlie reaccionaron cuando vieron al otro por primera vez. Alex se contentó con dibujarla y más nada, pero dibujándola, observó esa Charlie que ella quiere mantener en un cajón con paredes a prueba de balas que esconde de todos y Charlie quedó tan colgada, se hizo la mala idea de que tiene novia, pero aún así sintió mariposas Y DIOS DIOS DIOS, yo no sé. Sus interacciones, porque eran mucho a través de poco, me matarón las tengo grabadas en el corazón
Charlie es tan drama queen, Dios me mata "creo que me he enamorado!" Pero bueno, mejor que le vaya haciedo caso a Charlie aunque sea un coqueto de primera, sabe observar (?)
Y yo sé, que aunque Alex no se mostró de lo más simpático con Charlie, es porque estaba demasiado embobado como para actuar "normal" nadie puede decirme que no, yo sé la verdadAnd I thinking ‘bout how people fall in love in mysterious ways. Maybe it’s all part of a plan…
Cantaba alguien en el escenario. Justo en ese momento. Cuando miraba embobada al guapo, gilipollas y muy probablemente, en una relación.
And we found love right where we are…
La melodía continuaba. Ellos se miraban.
POR DIOSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSSS
morí
Charlex, Arlie, Chalex, Alerlie.... NO SÉ PERO LOS SHIPPEO OK? OK—Entonces cuando seamos mayores nos casaremos.
Max ya sabía que llevarle la contraria a Clara Kauffman era una idea terrible. Pero no puedo evitar arrugar la nariz con aprensión.
—Yo no voy a casarme nunca.
—Cambiarás de idea —afirmó la pequeña Clara—. Ahora vamos a jugar con mi Action Man. Tú serás Barbie.
No tengo descanso, ahora me matas con Clara y Max Clara es la culpable, ella dijo que se casarían y ahora Max no puede pensar en estar con alguien que no sea ella y no sé, el es tan calmado y sensible y ella es tan carroñera (?) usando tu palabra ME ENCANTAN
Ya va, que Alex es un idiota pero no va a matarse a sí mismo, ¿o sí? ese chico se está sintiendo asfixiado por toda la presión que le echan arriba déjenlo vivir un pocoSí, Max estaba enamorado de Clara de tantas maneras distintas que le eran imposibles contarlas. El problema era que nunca se había atrevido a confesárselo. Ninguno parecía el momento oportuno y el miedo terminaba por refrenarlo. Clara ya no parecía tan decidida a casarse con él y, si no sentía lo mismo, nada volvería a ser como antes para ellos.
No podía perder a su mejor amiga. Por ello, de cuando en cuando, Max le mandaba señales que pretendían mostrar sus sentimientos. Pero o bien ella las eludía como una campeona de la evasión o bien no las captaba.
Tengo fe en ti, hijo mío CLAX, MARA, NO SÉ, SERÁ REAL
me vas a hacer shippear a todos tus pjs, esto es un delito contra mi sensibilidadWoman, I can hardly express, my mixed emotion at my thoughtlessness…
John Lennon no podría haberlo explicado mejor. Max era incapaz de expresar a Clara lo que sentía. Volvió a mirar hacia el escenario y, otra vez a Clara. Una idea tomó forma en sus pensamientos.
Puede que fuese incapaz de expresarse con palabras, Dios sabía que no eran su fuerte. Pero sí podía cantarle lo que sentía. Tenía todo un repertorio de canciones escondidas en el cajón solo para ella. Algunas de su autoría y otras prestadas. Pero todas ellas eran Clara y, su amor por ella.
Tal vez así, Clara Kauffman se daría cuenta de una vez que estaba enamorado de ella hasta las trancas.
KATE, MUEROOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
No, pero en serio, tu capítulo me mató. Es tan lindo, tan bello, como todos se conocen y como las tramas de los personajes se van desarrollando. Y el karaoke, por siempre centro del inicio de sueños y romances y de realizaciones como esta última de Max con las canciones y Clara. No sé, el lugar sí es mágico. Y me encanta mucho. Amé el capítulo y me inspiraste mucho para escribir aquí Te quedó genial
Perdón por la tardanza del comentario
hange.
Re: All you need is love.
Perdonen porque ya no pude escribir mi cap
pero espero el cap de lau
y Mora, espero pronto dejar el comentario de tu cap
pero espero el cap de lau
y Mora, espero pronto dejar el comentario de tu cap
Atenea.
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