lost family.

  Éste es el momento. Respiro profundamente y doy vuelta en "u" por la carretera, regresando por el lugar donde venía, directo a donde estaba aterrada de llegar.

Frunzo mis labios, apretándolos en una línea recta, buscando una casa que mis ojos y mente desconocían. Estaciono el auto que había comprado con mi salario de un año  y medio, para después bajar del mismo, apagandolo antes y tomando valor para tocar el timbre y ver a una mujer saliendo al instante, con una enorme sonrisa en el rostro.

— Estoy buscando a Alan Hook. – digo simplemente, con voz temblorosa y un tanto aguda. Juego al mismo tiempo con el borde de mi blusa negra de botones, que me obligaban a llevar en el buffet de abogados, nerviosa, en espera de su respuesta.

— Vive tres cuadras para allá. – señala su izquierda y yo decido sonreírle y comenzar a caminar por la banqueta asimétrica, teniendo cuidado de que los tacones negros que llevaba, no se atascaran en ninguna parte.

Una, dos, tres casas a la izquierda y finalmente llego a mi destino. El corazón me late a mil por hora y siento que la sangre se acumula en la planta de mis pies. De pronto, me siento más pesada y el castañeo de mis dientes, comprueba mi nerviosismo. ¿Y qué si me rechazaba?.
Toco el timbre una, dos, tres veces y una mujer hermosa, de no más de cincuenta años, me sonríe con la misma amplitud que la mujer anterior.

— Estoy en busca de Alan Hook. – repito con el mismo nerviosismo, respirando después con profundidad y tratando de tranquilizarme.

Su semblante enseria y corre a abrir el barandal que nos separaba.

— ¿Quién lo busca? – pregunta con el entrecejo fruncido, pero sin perder la amabilidad en su tono de voz.

Tengo un nudo en la garganta, así que sólo me queda tragar saliva con fuerza, mirando al suelo y segundos después, a ella.

— Soy Olive Hook. Su hija.

hi:

  Enero.

Estábamos reunidos en casa, mi esposo, mis tres hijos y yo, esperando por la llegada de mi madre a celebrar mi cumpleaños número treinta y cinco.

Daniel, mi esposo, había comprado un pastel de chocolate pequeño para los niños y uno de vainilla con fresas para mí. Mis hijos odiaban la fresa, por lo que procurábamos comprarles un pastel para ellos, sólo para que formaran parte del momento de pastel compartido.
Dos de mis hijos, solo tenían a Daniel como padre. El mayor, Murielle, es hijo de mi fallecido esposo, Michael.

Cuando Murielle tenía cinco años, Michael falleció y nos dejó solos. Sin compañía. Éramos mi hijo y yo contra el mundo. Mi madre me ayudaba a cuidarle, pues aún tenía que trabajar para mantenernos; fue cuando conocí a Daniel. 
Entonces, al año de haberle conocido, nos casamos y tuvimos a nuestro primer hijo juntos; Maurice.

Rogué por que a Daniel no le pasara algo, o nos dejase de repente. Él sabía que mi padre nos había abandonado a mi madre y a mí, también sabía del padre de Murielle y no quería que algo le pasara o nos abandonara. Necesitaba un padre para mi hijo y, eventualmente, Maurice también necesitaría de uno.

Aquí estábamos, tiempo después. Murielle tenía quince años, Maurice trece y el pequeño, Morgan, había cumplido nueve años en Agosto del año pasado. Éramos una familia feliz y no tenía nada de que quejarme.

Mamá llegó minutos después, con un regalo en manos y lágrimas en sus ojos, porque mi niña está creciendo y ambas envejecemos. Te amo.

No pude evitar sonreír al abrazarle, pero tuve que borrar aquél gesto y deshacerme de su abrazo cuando le ví entrar.

Mis ojos se llenaron de lágrimas al ver a mi padre, parado en el umbral de la puerta de entrada, con una mujer y una chica a su lado. No supe como reaccionar, no sabía si lanzarme a llorar a su brazos, o regañarlo por haber venido a un lugar al que no había sido invitado. No estaba segura de si éste, mi cumpleaños, era el momento correcto para charlar, porque quería pasarla bien, no llorar y comer pastel.

— Olive... – habla con seguridad y un pequeño temblor se hace notar en sus hombros. No estoy segura de si eso ha sido un escalofrío, pero estoy muy segura de haberlo visto antes en alguno de mis hijos.

— Daniel. – llamo a mi esposo, quién inmediatamente se posiciona a mi lado, sosteniendo mi mano.

Mi madre, ha susurrado que le ha invitado junto a su esposa e hija y que cree que sería un buen momento para iniciar una nueva relación padre-hija. 
Mi esposo está de acuerdo y mis hijos, completamente confundidos, porque esperan la hora de cantar el Feliz cumpleaños.

Mi padre se acerca a mí, estrecho su mano y, finalmente, logro tomar la mano de su esposa, Marie y saludar a su hija, Marlenne. Él me cuenta que, después del divorcio de mi madre y él, quería conocerme. Mamá comentó que mandaba regalos todas las navidades, pero al parecer, nunca quise recibirlos.

Reímos cuando Marlenne comentó que siempre quiso una hermana, pero a partir de los veinte años –ahora tenía veintitrés–, ese deseo se había esfumado.
Al parecer, teníamos más hermanos; Marlenne los conocía, sin embargo, yo era prácticamente nueva en la familia.

Papá extendió una cajita hasta mí y descubrí que había un lindo collar, con un dije de "O". No pude evitar soltar más lágrimas, finalmente abrazarle y escuchar otro par de quejidos de mis hijos, porque al parecer, los tres ansiaban el pastel.

Los nueve presentes, cantamos el Feliz Cumpleaños para mí, partí el pastel y compartí el de chocolate con mis hijos y mi padre, pues, al parecer, él también aborrecía la fresa.

Lloré de felicidad todo el día, incluso, cuando mi esposo me abrazó por los hombros, mientras veíamos a la familia de mi padre convivir con mis hijos y al pequeño Morgan en el regazo de mi padre, preguntándole si él era su abuelo. Mi padre asintió y mi hijo le abrazó con fuerza, casi llorando de la misma manera en la que yo lo estaba haciendo.

Y es que no podía estar más feliz, porque había pasado mi primer cumpleaños en su compañía.

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