I need you.

Su cuerpo yacía en la camilla de hospital, su piel tan pálida como el papel;  su respiración era tan lenta y débil que se me hacía difícil no pensar que estaba muerta. Respiré profundo y  observé cómo doctores y enfermeras la rodeaban. Gritando cosas de aquí para allá. Moviéndose de un lugar a otro. Todo parecía lejano, sentía que nada era cierto, que todo era una pesadilla de la que quería despertar. No podía creerlo, no tenía sentido que una chica como ella, tan sonriente y servicial pudiese intentar algo así. No tenía sentido hasta que lo recordé.

Aquella tarde en el salón de artes cuando me confesó todo lo que sentía con lágrimas en los ojos. Me decía lo mucho que le gustaba y, lo más importante, que la había salvado de hundirse. En ese momento no entendía a qué se refería y, mucho menos, le di importancia; al fin y al cabo no era más que una chica cualquiera.

Recordé su mirada, como su corazón se rompió justo frente a mí; todo por mi estupidez y mi miedo. Un asentimiento de cabeza y un “entiendo” susurrado fue lo último que supe de ella. Sentí que mi corazón se estrujaba dentro de mi pecho, nunca debí haber hecho eso. Nunca debí dejar que se fuera, debí haberle respondido con sinceridad, no con esas estúpidas palabras.

Sequé mis lágrimas con rabia. No merecía llorar por ella cuando yo era el culpable. Ni siquiera merecía estar aquí, todo era mi culpa.

Di media vuelta con brusquedad. Debía salir de allí, necesitaba aire, un buen cigarrillo y estar solo. Nunca en mi vida me había sentido así. No estaba bien, no estaba bien que sufriera tanto por una chica cuando en el mundo había tantas.

Entonces recordé su risa. La manera en que sus ojos se achicaban cuando sonría. Cómo me miraba a la hora de reprocharme algo mal hecho. La primera vez que me sacó de un bar, la vez que me pidió que no fumara más o que dejara de beber. Después de que entró a mi vida, todo dio un giro de 360 grados.

La necesitaba. Por más que lo negara necesitaba su risa, sus bromas, sus chistes sin gracia. Lo necesitaba todo de ella, era la única que había visto cada faceta en mí y las había amado sin importarle. No le dio importancia a mis padres, a mis continuas quejas. Nunca les dio importancia… ¡Era un maldito un imbécil! ¡Era un estúpido, un idiota que no supo aprovechar las cosas cuando las tuvo!

Grité. Grité de impotencia, de dolor. Grité sin que me importara que todos me miraran de esa manera. La necesitaba conmigo. Necesitaba que alguien viniera y me dijera que estaba bien. Que la volvería a sostener entre mis brazos, por favor, la quería aquí conmigo.

Golpee un pote de coca cola que había en el suelo, luego un bote de basura y por último mi coche. Lo golpee, dos, tres, cuatro veces, lo seguí golpeando hasta que no pude más. Hasta que las lágrimas comenzaron a rodear mis mejillas y un “Te necesito” salió de mis labios.

—Prometo dejar que me llames chino, que me  llames chiquillo y que me grites cosas en un idioma que ni tu misma comprendes— Susurré mientras me deslizaba por la puerta de mi auto —Prometo que cada día te recordaré lo mucho que te amo y te necesito. Pero, por favor, te lo ruego, despierta—.

—Hermano— Hoseok apareció en mi campo de vista. El castaño me miró en silencio durante unos largos segundos. La duda y la tristeza se reflejaban en su mirada.—Tae…

—Termina de hablar— dije, odiaba cuando la gente hablaba con rodeos.

—Tae… no lo logró— Lo miré con el ceño fruncido. Me levanté sin quitar la mirada de él. —Jane, no… perdió mucha sangre. No sobrevivió—. Entonces todo mi mundo se derrumbó. Sentí como todo me daba vueltas y mis piernas perdían la fuerza. Mi mejor amigo me sostuvo. Mi corazón se estaba haciendo pedazos, todo dolía.

Llegué al piso y solo sentí el grito desgarrando mi garganta. Me dejó. No le importó lo que sería de mí si ella se iba. Se fue lejos de mí para siempre. Ya no la abrazaría, no tendría su risa alegrándome el día, no tendría nada ella.

—¡Eres una insensible! ¡Me dejaste! ¡Me dejaste para siempre! ¡¿Por qué me haces esto?! — Sentí otros dos brazos rodeándome y la voz de Yoongi diciéndome que debía calmarme, pero me era imposible. Había perdido lo más importante para mí. Me había dejado y todo por ser un imbécil. —¡Te amo! ¿No entiendes que te necesito? ¡¿Acaso no lo entiendes?! — Mi garganta dolía a causa de mis gritos.

Hundí mi rostro en el pecho de Yoongi. Quería calmarme, pero mi corazón latía a mil por horas. Habían tantas cosas que quería decirle y ya no podía. La había perdido  y, lo peor de todo, era que no había una segunda oportunidad para remediar lo que hice.