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El espíritu de Robin

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El espíritu de Robin Empty El espíritu de Robin

Mensaje por hange. Mar 09 Feb 2016, 9:40 pm

Ficha
‣ Título: El espíritu de Robin
‣ Autor: Megara. (Emily)
‣ Adaptación: No.
‣ Género: Comedia-Romance.
‣ Contenido: Las exageraciones acerca del amor de una chica que es la personificación de torpeza social; y el chico al que no le importa nada de eso.
‣ Advertencias: Lenuaje vulgar, violencia menor. Leer bajo su propio riesgo. No tomar los códigos o conocerás a Hulk.
‣ Otras páginas: No.






El espíritu de Robin



Para Robin, no había nada que la volviera tan loca y frustrada (en el mal sentido), como lo hacían las relaciones románticas reales. Para ella era algo tan desconocido como el espacio y la ponía tan ansiosa como dar un discurso en frente de más de cincuenta personas.

Le gustaba vivir su vida soltera. Tenía buenos amigos y familiares con que pasar el tiempo. Y gracias a sus años en el colegio y los que llevaba en la universidad, había aprendido a pre-determinarse con una enorme carga de comentarios sarcásticos, cínicos y ultra feministas para cualquier idiota que viniera a joderla con el: “¿Y por qué no tienes novio?”.

Cada vez que algún chico, amigo o conocido, le daba indicios de que sentía algo más que una pura amistad, ella salía corriendo. Nunca supo el origen de aquello —tampoco le gustaba hablarlo con nadie. Desde siempre fue así. Se le metía un espíritu dentro que le decía: “¡corre como el demonio ya, ya, ya!” y ella, tan obediente, le hacía caso. Siempre estuvo sola —nunca le dijo que sí a nadie. No era por ser mala —era por el espíritu.

Cuando se le acercaban demasiado, ella soltaba trompones o galletas. Cuando la abrazaban por detrás, soltaba codazos. Cuando le acariciaban el cabello y no era su mamá, se despegaba como se despegaban los perros del agua.

Pero no era ella —era el espíritu.

Y todos los catorce de febrero, la pasaba con sus amigos comiendo chocolate hasta que le dieran náuseas.  Hasta éste san Valentín, donde fue lo demasiado estúpida para romper una de sus Auto reglas y aceptó una apuesta con Damian —un chico que había conocido el año pasado en clases de Natación.

Luego de las prácticas sabatinas, su grupo de amigos nadadores había decidido ir a comer helado antes de partir cada quien a su casa. En el camino a la heladería, Robin se quedó detrás porque la habían llamado al celular de su casa y al terminar la llamada, ahí estaba él. De cabello castaño y ojos brillantes, repletos de picardía. Hablaban fuera de la práctica en ocasiones y él había querido invitarla salir en otras, aunque Robin siempre encontraba la forma de desviar el tema sin decirle que no directamente (la práctica servía de algo, después de todo).

Y ella había creído fielmente, tanto como creía en Iron Man, que él entendería las indirectas y dejaría de insistir. Hasta que abrió la boca.

—¿Cuándo me vas a decir que sí? —preguntó de la nada, sin despegar sus ojos de los de ella ni un segundo.

Robin, por otro lado, abrió sus orbes cafés, sorprendida por la repentina pregunta.

—Um, ¿qué?

Claro, ella sabía de qué estaba hablando. Pero si las indirectas no funcionaban, iba al paso dos: Hacerse la loca. Comenzó a caminar, esperando llegar hasta los demás o a la heladería lo suficientemente rápido para escaparse de aquellos ojos oscuros que no la dejaban en paz.

—¿A salir contigo? —volvió a preguntar, como si nada.

Eso la ponía con los nervios de punta. Le daban ganas de arrancarse los cabellos, que ya de por sí eran lo bastante cortos —llevaba un corte estilo pixie— y gritar al cielo. Damian se percató de como ella se tensó y desvió la mirada en un dos por tres. Le encantaba ponerla nerviosa —aunque ella tratara de ocultarlo.

—Estamos saliendo ahora —contestó la chica y se felicitó a sí misma por ser tan inteligente.
—No hablo de salir en grupo —y ahora se maldijo por haberle dado la oportunidad para enfatizar algo así.

Lo primero que sonó en su cabeza fue un “¡Nunca!”, pero aquel era el espíritu hablando, claro. Él también quería que lo pateara en las bolas para despistarlo y largarse de allí. Pero ella no podría hacer eso así por así…

—¿Cuándo dejarás de preguntarme eso? —tomó otro camino, al ver que hacerse la loca no funcionaba.
—Cuando me digas que sí.

Lo miró de soslayo, la irritación saliéndole por los ojos y Damian le sonrió torcidamente.

—¿Y si no te digo que sí?
—¿Y si hacemos una apuesta? —se inclinó hacia ella, quedando peligrosamente cerca.

Fue tan brusco que Robin casi se parte el cuello, porque se estiró hacia detrás tan rápido como le permitieron sus músculos. Se le había subido el ritmo cardíaco y la ansiedad a una velocidad que la dejó sorprendida. Sin embargo, trató de actuar normal. Con un chasqueo de su lengua, miró hacia adelante y sintió alivio al ver a los demás esperándolos a unos metros. Luchó por dar zancadas más largas, pero sus piernas estaban cansadas de la práctica. El espíritu seguía alentándola a cometer violencia pública contra Damian.

—De acuerdo —soltó sin pensarlo y no se percató de la sonrisa triunfante del castaño a su lado— ¿Qué apuesta?
—El que coma más helado gana. Si gano, sales conmigo el otro domingo. ¿Hecho?

Robin estaba concentrada mirando a sus amigos; específicamente, a su alta amiga Angélica, pidiéndole con los ojos que se acercara a rescatarla. Pero Angélica estaba ocupada mirando un flyer de la heladería. Al final, Damian le cogió la mano para sellar la apuesta y la única razón por la que la soltó fue porque Robin jaló la suya como si se hubiera quemado.

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Después de diez conos de dos bolas de helados, Robin tuvo que salir a vomitar al baño de la heladería. Y los heladeros, posterior a eso, les dejaron saber muy indirectamente que por favor no volvieran a hacer un desastre así. Damian se había comido doce conos —y no continuó porque quería dejar espacio para comer en su casa. De eso, ya había transcurrido cinco días y Robin estaba teniendo problemas para aceptar que había perdido la apuesta. Y que, con eso, había aceptado pasar San Valentín con Damian.

Ya había pasado varias etapas para aceptar el hecho. Todas ocurrieron fuera de orden, porque según el artículo que leyó una vez en internet, la primera era negación. Su primera reacción fue ira: maldijo todo el camino hacia su casa; cada vez que recordaba el asunto entre clases; cada vez que veía el nombre de Damian en su lista de chats recientes en whatsapp; en el desayuno…

Luego, vino la negación. Se sentó en frente de la laptop el viernes por la tarde a hablar consigo misma. “No te preocupes, solo vendrá y verán una película”, “Haz visto películas con tus amigos antes”, “No hay ningún problema con ver películas con tu amigo en San Valentín”. Sin embargo, esa noche Damian le había mandado un mensaje que terminaba con emojis de ojos de corazones y casi arrojó el celular en el suelo. En realidad, la ponía demasiado nerviosa. Y eso era un problema.

Y aunque no quisiera aceptarlo, estaba comenzando a sentir algo por él. No iba a llamarlo mariposas, porque lo que ella sentía eran más ganas de vomitar y salir corriendo que otra cosa.

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Su mantra del domingo era “No te preocupes, haz visto películas con tus amigos antes, no hay problema con eso” y lo había repetido en su cabeza por lo menos doscientas veces hasta que sonó el timbre de su casa. Ella vivía sola desde los dieciocho, aunque tenía pensado buscar una compañera de piso lo más pronto posible. Se acercó a la puerta y tras confirmar por el visor que era Damian, dejó de pararse de puntillas y quitó los seguros para abrir. El muchacho la saludó con esa sonrisa torcida y traviesa de siempre; y, de pronto, comenzó a inclinarse hacia ella.
Robin se paralizó. Nunca fue fanática de que rompieran su burbuja personal. Así que, de reflejo, le soltó un puñetazo en la nariz. Y hasta después de hacerlo fue que se dio cuenta de que Damian había traído gomitas agridulces y un vodka.

¡Joder, ahora me quedaré sin vodka!

—¿Qué diablos? —exclamó Damian, con su mano desocupada cubriendo su nariz y los ojos cristalizados por el golpe.
—¡Lo siento! ¡Te acercase muy rápido y el espí…no me gusta eso! —soltó con rapidez, casi se pegaba por casi haber dicho el espíritu en voz alta.
—Solo iba a —hizo una pausa para acomodar su nariz— a darte un beso en la frente. Dios, qué brusca.

Su primer impulso fue cerrarle la puerta en la cara por llamarle brusca, pero, ¿cómo hacía eso y se quedaba con el vodka?

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Luego de haberla hecho disculparse (solo así le dio el vodka) y (era horrible tener que aceptarlo) darle un beso en la nariz —¿Quién hacía eso, en serio? — habían puesto el maratón de películas de Marvel en su sala. Comenzaron por Iron Man 3 —porque Iron Man era su hombre. Y ahora se encontraban viendo El Sorprendente Hombre Araña. El Peter Parker de esta película le parecía demasiado tierno —porque era la personificación de torpeza social. Se podría decir que se identificada casi al 100%. Estaba riendo y disfrutando de que aquello era como ver una película con Angélica…hasta que sintió un brazo posarse en sus hombros.

Maldito seas.

Las ganas de vomitar la golpearon tan de súbito que no pudo tragarse las palomitas que tenía entre los dientes a una velocidad normal. Pero no quería atragantarse y que Damian se diera cuenta, así que tomó un trago de su vodka con jugo de naranja y trató de respirar con normalidad. Damian pareció tomar aquello como que estaba cómoda y la estrechó un poco más a su costado. Robin se estresó más. No pasaba tanto estrés ni en clases de Estadística.

Ella no era buena con el contacto físico. No era buena en esa clase de cosas. ¿Qué se supone que tenía que hacer? ¿Echarle el vodka encima y…? No, no desperdiciaría su preciado vodka. Y era solo un brazo —el espíritu podría vivir con eso. Así que se obligó a sí misma a atender cómo Peter lidiaba con sus nuevos poderes arácnidos en el tren.

Y estuvo todo bien hasta que el pulgar de Damian comenzó a trazarle círculos en el hombro. Al instante, su cabeza giró y fijó sus ojos en él, que, coincidentemente, miraba la pantalla de la tv con una pequeña sonrisa.

—Deja de hacer eso.
—¿Hacer qué? —giró su cabeza hacia ella y Robin maldijo su cercanía.

¿Cuál era su problema con él espacio personal?

—No te hagas el loco, por favor.
—Oh, ¿pero tú sí puedes? —replicó y se acercó un poco más a ella.

Robin apretó sin querer el puño lleno de palomitas que tenía en su mano izquierda. En vez de tirárselo encima, suspiró y se disculpó para ir al baño. Cuando se puso de pie, se dio cuenta de que había tomado más vodka del que pensaba —estaba algo mareada, aunque nada fuera de lo normal. Parpadeó rápidamente y sin mirar a Damian, caminó hacia el pequeño baño de visitas que estaba al doblar al pasillo. Entró al baño y se lavó la cara y se miró al espejo, tratando de descifrar qué era lo que le estaba pasando.

Pero uno no pensaba adecuadamente cuando tenía unos cinco vasos de vodka en el cerebro. En ese momento, estaba en conflicto con su espíritu enemigo de las relaciones y el lado que se ponía nerviosa pero que se sentía especial con Damian. No debí dejar que trajera vodka.

Al final, salió del baño antes de que el castaño fuera a pensar que estaba durmiendo borracha o algo por el estilo. Sin embargo, cuando cruzó el pasillo y dobló a la sala, se encontró de golpe con un muy cerca de sus límites invisibles Damian. Y su primera reacción fue soltar un grito y soltar el puño al aire.

—¿¡Qué es lo tuyo con siempre dar golpes!? —gritó Damian, luego de que el puñetazo le diera en el hombro en vez de la cara.
—¿¡Qué es lo tuyo con violar mi frontera personal!? —chilló Robin de vuelta y alzó los brazos al aire.

Damian parecía que iba a discutir de nuevo, hasta escuchar su respuesta. Parpadeó y la miró con el ceño fruncido.

—¿Tu…tu qué?
—Frontera. Personal —mientras lo decía lentamente, dibujaba una caja invisible que la cubría de pies a cabeza, mirándolo con una expresión muy seria— Siempre la violas. Te podría meter preso por eso.
—Tú siempre huyes de mí y no me dices por qué.

Robin estaba lista para discutir con muchos detalles de por qué su Frontera Personal no podía ser violada y las penalidades por ello, pero Damian no le preguntó que le explicara. Si no que le había dicho aquello, dejándola con la boca medio-abierta y con el espíritu en un lado de su conciencia gritándole que parara el carro en aquel momento.

—Así que dime —Damian se le pegó tan rápido que casi trastabilla y se cae de culo, pero la sujetó— ¿Por qué?

Robin quiso tener el cabello más largo para ponerlo en frente de su cara y hacer que estaba momentáneamente ciega. Quiso poder encontrar el habla para decirle que simplemente la dejara en paz…pero tampoco encontró la fuerza para alejarlo. Lo más que pudo hacer fue detenerlo de pegársele tanto porque sentía que la haría vomitar allí mismo. ¿Así se sentía uno cuando le gustaba alguien?

¿Gustar? ¡El vodka te hizo daño! ¡Quítalo y vete! ¡Ya, ya, ya!

Los ojos de Damian parecían ver más de lo que ella quería dejar ver. Así que comenzó a alejarse de él y a rodearlo para largarse de allí. Tenía que tomar agua y aclararse la cabeza, no pensar en lo rico que siempre olía su cabello cuando no olía al cloro de la piscina. Pero Damian no la dejó, la sujetó de la muñeca y la devolvió a su sitio cuando dio unos cuantos pasos. Robin frunció el ceño y abrió la boca para gritarle un par de insultos creativos como homosapiens subnormal, cuando de pronto Damian estampó sus labios contra los de ella. Y la voz del espíritu ultra amante de la soltería se apagó; las náuseas se transformaron en vómito de arcoíris, y se preguntó a si misma (cuando pudo pensar coherentemente), por qué dejó que la experiencia de intercambio de saliva con brackets con un niño de doce años la marcara para no volver a besar a más nadie. O a Damian…porque ahora se sentía tan bien.
hange.
hange.


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