Things that are (not) Meant to Be.

Cuando Ryder cierra los ojos, ella está ahí.
Nunca puede verla - De todas maneras, a ella no me gustaba que él la mirase. Decía que odiaba la forma en la que sus ojos recorrían todo su ser, tragándola sin dejar sobras - pero si puede sentirla. El aroma de su cigarrillo haciendo impacto contra su mejilla derecha cuando le escucha hablar. Su presencia, más fría que el hielo desde que la enterraron. Sus respiraciones erráticas, sus pasos, sus manos frías acariciando sus brazos. Las noches que Ryder se permitía verla, eran las noches más felices de su vida. Su triste y miserable vida.
Pero, a pesar de no poder verla, puede imaginársela, en toda su gloria. Con la camisa de Ryder, que cubría sus hermosas piernas hasta las rodillas, con su cabello enmarañado y sus ojos azules bailando en a oscuridad. O secando sus lágrimas con la manga de su jersey rosado favorito. O simplemente la figura de su cuerpo durmiendo en su cama, con su negro cabello desparramado en la suave almohada. Ryder inhala - Pero no exhala porque su voz le interrumpe.
— Ryder — Dice. Él tiembla, y sostiene la jeringa más fuerte en su mano derecha. Puede sentir como se clava en la palma de su mano, un pequeño pinchazo que hace que tiemble un poco más, y luego siente la sangre gotear hasta perderse. No le importa en lo más mínimo, porque ella está allí. Con él. Y lo único que puede hacer es cerrar los ojos y oír su voz desvanecerse —. Te he estado esperando.
— Y-yo... — Intenta decir, de verdad, lo intenta. Pero las palabras se derriten en su boca. Se deslizan y se pierden en sus cuerdas vocales, por donde vinieron. Parece algo tan tonto, tener a tu amada frente a ti después de su muerte, y que las palabras simplemente no te salgan.
— Es tan cruel, ¿no crees? — Habla, y Ryder puede oír - No, sentir, como se acerca más a él. La jeringa en su mano se clava cada vez más con cada temblor. Sus zapatos hacen eco cuando camina, y resuena por todo el lugar —, la única forma que tienes de verme, y no puedes ni abrir los ojos.
Lo dice de una manera tan dulce, tan oscura que es casi doloroso. Él extiende su mano intentando tomar sus fríos dedos, desesperado por sentirla realmente, por saber que todavía está allí, esperándole, en algún lugar. Ella se ríe de sus intentos; No es algo cruel (aunque fácilmente podría serlo), porque ella realmente no es así. Escuchar su risa hace que algo se despierte en él, porque quiere verla. Por una vez. Así que Ryder rompe su promesa y el hechizo se rompe, también.
No hay más obscuridad, si no que la tenue luz del día baña el cielo de un color celeste claro. A su alrededor, solo existe la nieve, un poco de basura y algunos moribundos, como él, fumando o con jeringas apretadas contra la palma de sus manos. No hay muchos, por supuesto, porque esto es Alaska, y es una mierda. Pero es una mierda feliz, y nadie siente la necesidad de drogarse para olvidar. O para recordar, como Ryder. Hay sangre en su derecha, que contrasta con la nieve y la jeringa no se encuentra demasiado lejos. Su espalda es mantenida por una pared de ladrillos - Hogar. El callejón de la Calle Seis.
Ella no esta ahí cuando mira, así que vuelve a desplomarse en la nieve esperando soñar con ella una vez más. No lo hace. Por suerte, unas sirenas lo urgen a levantarse y correr antes de que alguien en esta ciudad se entere de lo que realmente le sucede a sus habitantes. Skagway era el sitio más tranquilo en toda Alaska. Nada sucedía que pudiese perturbar la paz durante mucho tiempo, y si lo hacía, los habitantes de esta ciudad hacían lo posible para olvidarlo o, simplemente, ignorarlo. Así de fácil.
Pero Ryder Havysham no podía olvidar tan fácilmente como los demás, y lo único que podía hacer era intentar ayudar a otros que tenían la opción de hacerlo.
Cuando al fin el moribundo llega a su hogar, tambaleándose, llamando la atención de varios vecinos, y cubriendo sus pinchazos con la mano que no estaba sangrando, cerró las puertas rápidamente y se encerró en su pequeño bungaló. Tomó el papel higiénico de su baño, y cubrió los pinchazos con el mismo. De estos brotaba un poco de sangre, que rápidamente cicatrizarían para dejar nada más que un punto rojo en la piel pálida del pobre hombre. Ryder, con la cabeza dándole vueltas, corrió a su habitación y se desplomó en su cama, no sin antes darle un sorbo a la botella en su mesa de luz.
El efecto de la jeringa seguía dando vueltas en su cabeza, mareándolo con facilidad. Las paredes parecían moverse sin dificultad alguna, y el suelo de madera temblaba sin piedad, haciendo que Ryder sintiese una increíble necesidad de vomitar. Pero este no les hizo caso alguno, y cerró sus ojos con fuerza, desando soñar con ojos azules y piel pálida.


Después de varios minutos de esperar a que el tipo llegase, Lavinia ya estaba fulminando a todo mundo con la mirada.
No era que esta gente le molestara en lo más mínimo – En lo contrario, ella sentía bastante lastima por gente como esta. Perder al ser que aman, y luego ser obligados a asistir a un grupo de auto-ayuda sonaba y parecía como un Infierno. Pero a Lavinia no le importaba demasiado, porque se estaba congelando el culo. ¿Qué demonios sucedía con Alaska? ¿Por qué tan fría? ¿Por qué tan solitariamente perfecta?
Su jefe, sentado a su lado, se dedicaba a fulminar con la mirada a solamente ella. Vale, no era como si él quisiese estar aquí, tampoco, pero no tenía mucha opción. Lavinia, algo enojada (Ella estaba aún más obligada que él de estar aquí) se dedicó a observar a la gente que la rodeaba. Habían un poco menos de veinte personas, y todas parecían bastante extrañas. Había un chico, apoyado contra el marco de la puerta de entrada (Lavinia lo fulminó un poco más con la mirada - ¡Hacía un frío de muerte! - y se dedicó a intentar leer el nombre en su papelito anaranjado, pegado a su pecho, justo en el corazón. Algo parecido a ‘Kyel’ o incluso ‘Kelly’). El chico daba un aire de misterioso, pero en sus ojos, se veía reflejada una tristeza conmovedora.
Paso a observar a otros. Encontró a una pelirroja, más cerca esta vez. La pelirroja bebía de una taza de café, y había decidido no pegar el papelito amarillo en su pecho, sino que esta había pensado que pegarlo en su cintura sería, por alguna razón, una mejor idea. En el, se podía leer las letras “SIENNA”, en negro, probablemente, indeleble. Sus ojos eran tan fríos como la tormenta de nieve fuera. No tan lejos, había un hombre mayor, que temblaba al hablar. Parecía no encajar – era el único que sonreía en la habitación. El nombre ‘Eddie’, escrito con letras temblorosas en su papelito verde,  podía leerse a millas de distancia. A su lado, se encontraba una chica, de cabello marrón y ropas caras. Parecía una típica chica superficial. En su papelito rosado, pegado lo más lejos de su corazón, se leía un nombre de lo más extraño, escrito con letra cursiva y bonita.
De repente, su jefe bufa y eso llama su atención. Shiloh tiene la mirada pegada en la puerta, donde el chico solía estar. Lavinia dirige su mirada allí, también. En la puerta, se encuentra un hombre, con nieve de los pies a la cabeza, con una camiseta a medio poner, y unos pantalones holgados. Su barba indica que no le importa mucho como se ve, pero esta sonriendo como un maniático, y parece feliz.
— ¿Tienes idea de cuánto esperamos por ti, Ryder? — Murmura un hombre, acercándose a él, hablando entre respiraciones para evitar que alguien pueda oírlos. Lo cual era bastante inútil, debido a que toda la habitación había caído en un silencio casi lúgubre. En el papelito celeste que tenía pegado en el pecho, se leía el nombre de ‘Ryan’, debajo, se podía leer ‘Co-Líder’.
— Lo siento — Se disculpó el otro. Ambos eran guapos, pero Lavinia ya sentía resentimiento contra el último, y se mordió la lengua para evitar conflictos. Este no era su grupo de ayuda, después de todo. Era el de su jefe. Además, solo debía aguantar estar aquí por el resto del año. Genial, ¿no? —. Me he quedado dormido.
— Ya veo — Escupió un chico, el cual estaba ahora al lado de la chica del nombre extraño. Esta se cruzó de brazos, y miró al chico con una mirada asesina. ¿Amigos, tal vez? ¿Enemigos?
— Lo siento mucho — Se disculpó una vez más, pero la sonrisa en su rostro no se desvaneció. Cerró la puerta detrás de él, y se dedicó a pegarse un papelito rojo que el tal Ryan le había dado cuando estaban murmurando. En este se leía ‘Ryder, Fundador del S.A.’ Rápidamente, pidió que todos se sentarán en un círculo.
— ¿En el suelo? — Preguntó una muchacha, de ojos azules y cabello castaño. Su mirada solo expresaba cuanto le gustaba la idea. Al ver que nadie se oponía, la misma se rindió con un suspiro y finalmente cedió. Su papelito, de un color azul marino, leía ‘Celeste’, en letra elaborada.
— Estoy muy emocionado — Comentó casualmente Ryder, juntando sus manos con un sonido hueco —, ¡Hoy tenemos nuevos acompañantes!
Shiloh parecía de lo más desinteresado en lo que el tipo tenía que decir, y Lavinia se preguntó con cuántas de estas personas el pobre hombre tuvo que lidiar con. Decidiendo tomar el liderazgo, abrió la boca para hablar, pero fue rápidamente interrumpida.
— Ella no está aquí porque está deprimida o rota. Está aquí por el dinero que mi compañía le ofrece por acompañarme — Habló Shiloh. Lavinia intentó cerrar su boca, pero estaba en un estado de shock, ¡¿Cómo se atreve?!
— ¡No estoy aquí por el dinero! — Exclamó —, ¿Y dónde está todo el acting de ‘soy un caballero’ que ponéis en la tele?
— Se fue con mi esposa — Dijo simplemente, encogiéndose de hombros. Lavinia sintió una ola de empatía bañarla de los pies a la cabeza, y mantuvo la boca cerrada. La morocha no era de las chicas que callaban fácilmente – Menos cuando se trataba de hombres – Pero el tema de su esposa siempre lograba callarla. Después de todo, Lavinia le odiaba, pero no quería herirle.
— Woah — Exclamó el amigo de la muchacha. Seguían juntos, tomados de las manos. ¿Más que amigos? —, ¡Drama!
La chica a su lado llevo su mano derecha a su frente, suspirando en derrota.
— Bueno… Eh — Interrumpió Ryan, rascándose la nuca, obviamente algo incómodo con toda la situación —, ¿Les molestaría decirnos sus nombres y algo sobre vosotros? Es algo así como una iniciación.
Shiloh no perdió el tiempo, — Shiloh Gillenhal. Soy de Nueva York, y soy Conductor de tele. Me han obligado a venir luego de la muerte de mi esposa, y no puedo esperar a irme de esta pocilga — Y se calló. Que caballeroso de su parte.
— Hola, e-eh, soy secretaria de Shiloh, y me han dicho que si le acompaño en en este grupo durante un año, conseguiré trabajo como reportera—  Habló después de unos segundos de silencio, conteniendo su sonrisa —. Soy Lavinia Cook.

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