Everblue.

Nunca creí que sobreviviría en aquella ciudad de las luces cegadoras. Donde los que tenían la oportunidad dormían ya sabiendo que iban a despertar. Donde algunos rezaban y otros robaban. Donde yo madrugaba siempre, esperando a que el cielo se volviera azul otra vez con el detestable gato negro a mi lado.

Y sin embargo, ahora escribo sobre cada una de las cosas que amé y odié, madrugando otra vez.

olis como les va gente (?) bueno, soy re pija con las presentaciones además de que todos me conocen (nadie me juna), perO NO IMPORTA YO ME VOY A PRESENTAR IGUAL. soy mía, mucho gusto y escribo así porque estoy desde el celular así que charles xavier me perdone  mis fieles seguidoras (qué) saben que subí una fic sobre un tal raphael que amaba a sienna en secreto (mentira, sienna lo amaba a él) pero sentí que la perspectiva de sienna no era para mí porque ella era muy buena y eso, así que ahora vengo con otra fic solo que esta vez la narra raphael, pero no el mismo raphael, sino que otro (?) este es más piola ahre y bueno no se que mas decir lean y comenten besitos en la cola, bai

Sarah tenía 15 años cuando probó su primer cigarrillo. Admirando como el pequeño y largo filtro de nicotina entre sus dedos se iba desintegrando poco a poco, no pude evitar sonreír. Por supuesto que sabía que estaba mal. Por supuesto que le había dicho que el tabaco era una de las peores cosas que el hombre había creado. Pero ya no podía detenerla, desde ese momento en adelante, la cuenta la pagaba ella.

Las noches de llanto de mi madre me habían enseñado que tarde o temprano, todos se volvían adictos a algo. Algunos corazones rotos beben, otras almas perdidas fuman y los afortunados se enamoran, todos mueren en una forma diferente.
Sin embargo, ninguna de aquellas tres cosas mató a mi hermana. Me gustaría decir que fueron los 50 metros de un edificio amarillo. Me gustaría decir que fueron sus torpes pies y su mente distraída. Incluso hasta me gustaría decir que fue un psicópata asesino quien la empujó hacia al abismo, pero eso sería mentirme a mí mismo y ya estoy cansado de hacerlo.

Sarah. Sarah fue lo que mató a Sarah. Confuso, ¿cierto? Porque, ¿cómo era posible que la chica más querida y afortunada en todo el vecindario, escuela y si me atrevo a decir, mundo, se suicidara? "Imposible", diría el viejo Bill si no se habría mudado a New Orleans.

Fue algo curioso el saber que una de las supuestas personas más importantes de tu vida se haya ido. No puedo explicarlo con palabras y tampoco con gestos, pero cuando la familia entera lloró por ella, yo sólo me removí incomodo en el banco de la iglesia ya que estaba haciéndome mierda el culo. Kalea me llamó "el insensible Raphael" una vez bromeando con Alfie hace mucho tiempo y al recordar sus palabras, dejé a mi familia y la iglesia atrás para volver respirar.

¿Saben lo que significa ese nudo en la garganta que no te deja respirar? Porque busqué la respuesta en internet, pero no encontré nada concreto. ¿Así se siente la culpa?

Si así se siente, confieso que nunca la había sentido hasta ese momento. Esperé como un idiota a que ese sentimiento se fuera para siempre, pero volvía a aparecer cada vez que Kalea me miraba con sus ojos llenos de rencor a la hora de la cena, cuando Alfie no aceptaba las galletas que robaba del tarro de la abuela que siempre tanto le gustaron o cuando escuchaba a mis padres pelear por el futuro de nuestra familia, si es que seguíamos siendo una.

No obstante, y aprovechando para hablar más sobre el tabaco, nunca me sentí tan culpable como la vez en la fumé en el jardín trasero de mis vecinas sin que nadie se diera cuenta de mi presencia. Nadie menos Tara Hudson, la chica inconformista de los calcetines hasta la rodilla y cierta fascinación por los monstruos que cumplía sus 17 años esa misma tarde.

No me percaté de su presencia hasta que se aclaró la garganta. Noté como enredaba sus dedos nos con otros y le ligero movimiento que hacía su cuerpo de chica mientras se balanceaba sobre sus pies. Estaba nerviosa.

Y yo, el insensible Raphael, un humano insignificante, había puesto nervioso al ser más maravilloso que haya pisado este planeta -aunque, claro, hasta ese momento no tenía idea.

¿Debí sentirme culpable también cuando mi pecho se hinchó de orgullo? Lo lamento por ti, querida Tate, pero no pude evitarlo.

—¿Desde cuándo?

No hacía falta mirarla con confusión, ya que sabía exactamente a donde quería llegar.

—Desde hoy.

—Raphael...

Y deje de escuchar. No sé si fue porque dejo de hablar o porque mi nombre en sus labios hizo que me perdiera, pero sus ojos hablaban por su boca, su mirada lo decía todo.

—Sí, sé que lo sientes. Todo el mundo lo hace.

Nos contaminé con una calada más y, viéndose obligada, tomó el cigarrillo y lo tiró al césped por mí. Pisé lo que quedó de él y me decidí por volver a mi habitación, saltando la cerca que separaba el terreno de su casa y la mía, sin decir adiós. Y por más que aún me duela, puedo asegurarles que esa noche no logré conciliar el sueño.

Recuerdo que un número 15 de un mes con nada en particular, pesqué una de las peores gripes de toda mi vida. No dejaba de estornudar —no me digas, Raphael— y sufría constantes dolores de cabeza acompañados de unas buenas subidas de temperatura. También recuerdo no saber salido de mi habitación por una semana.

Si me preguntan, pues sí, me enfermé por voluntad propia, si es que eso es posible. No fue porque salí a dar un paseo a la mitad de la noche sin un abrigo y tampoco porque alguien me contagió, simplemente me enfermé porque quería estar enfermo. Quería sentirme mal.

Fue algo así como una orden para mí mismo. “Insensible Raphael, enférmate”, “insensible Raphael, deja que salga el ojeroso y vulnerable enfermo que eres”. Y de alguna forma, mi cuerpo obedeció. De alguna forma, mi cuerpo demostró lo que yo no podía decir. Curioso.

Esa semana, llegué a darme cuenta de muchas cosas.

Una de ellas, fue el hecho de que me parecía mucho a mi madre. Se había tomado un par días para “descansar” después de la muerte de Sarah, pero el famoso “par” se convirtió en más de una semana. Horas y horas de verla prender un cigarrillo mientras dejaba caer el otro. Una manera tan habitual de las personas en darle dinero a una gran y estúpida fábrica.

Casi todas las tardes la señora Peters venía a casa y mamá fumaba delante de ella. Entonces la señora Peters se convertía en una católica privilegiada y comenzaba a decirle que estaba mal mientras mi madre reía despreocupada antes de dar otra calada. Sin embargo, cuando las madres –sí, madres- de Tara Hudson venían, las tres llenaban la cocina de humo. A veces reían, a veces lloraban y a veces ni siquiera se dirigían la palabra.

A lo que voy es que, cada vez que veía a mi madre, me veía a mí. Éramos algo parecido a las almas gemelas.

Siempre tuve ganas de decirle que la amaba, que la amaba de verdad y que no estaba tan sola como creía, pero nunca tuve el valor. Sigo creyendo que fui egoísta y cobarde, pero también sigo creyendo que ella hubiera hecho exactamente lo mismo.

Por otro lado, caí en la cuenta de que odiaba a la muerte, porque a pesar de que mi hermana se había ido, la vida no se detuvo por ella ni por nadie.

Poco a poco, Alfie volvía a levantarse con una sonrisa en su rostro y ya no me dejaba tocar su colección de hojas; Kalea comenzó a cantar mientras se daba una ducha otra vez y dejó de vestirse de negro; mi padre abandono el sofá para volver a dormir con mi madre y ésta última retomó sus clases de pintura.

Todo volvió a la normalidad, incluso en la escuela.

El pequeño santuario en el casillero de Sarah empezó a desaparecer. Las fotos se fueron deteriorando, las flores marchitando, las velas consumiendo por completo, y al cabo de un mes, todo terminó en la basura.

Y yo odiaba a todas aquellas personas que en aquel entonces decían que Sarah había sido una buena persona cuando siempre hablaron a sus espaldas. Odiaba a Harriet Dawson por haber ocupado su lugar en el acto de Romeo y Julieta. Odiaba a Blake por haber besado a otra chica al frente de todos cuando mi hermana estaba en un maldito ataúd. Pero sobretodo me odiaba a mí, por no haber llorado ni una vez por ella. La chica que rompía corazones y no era lo que el mundo necesitaba se había ido, definitivamente.

Pensé en todos sus planes, sus promesas y sus sueños. Sabía que Sarah era alguien ambiciosa, y entonces, ¿a dónde se había ido todo lo que construyó y lo que le faltaba por construir?

Es gracioso porque, yo nunca me preocupe por ella. Nunca pensé en Sarah como una verdadera hermana, sólo una extraña más con la cual compartía la casa. No sabía su color favorito, ni la música que le gustaba, sólo sabía que quería ser famosa, pero, ¿quién no sabía eso?
Todos en esta maldita zona de la ciudad sabíamos quién era Sarah Di Lorenzo había nacido para los reflectores y cámaras, sólo que ella ya no estaba ahí para sonreírles. Ojalá supiera lo mucho que me había destruido cuando se fue y lo muy poco que le importó a los demás.

Estaba cayendo. En picada. Hacia al fondo. Ahogándome.

No sé si era la culpa o el dolor lo que no me dejaba dormir bien. Supongo que las dos. Estaba tan cansado que no podía dormir como estaba tan triste que no podía llorar. Alfie no dejaba de repetir que parecía un muerto en vida y en cierto punto, tenía razón. Porque no sólo me había vuelto alguien de piel pálida, ojeras y notorias venas azules, sino que también había dejado de comer, hablar y sonreír.

Lo que me salvó de no caer en una depresión absoluta, fueron los calcetines de la singular Tara cada vez que bailaba al ritmo de la música. Todos los días, a través de la ventana, la observaba a ella para no aburrirme. Todos los días, ella saltaba arriba de la cama mientras yo tarareaba la canción de The Smiths que llegaba hasta mi habitación. Y todos los días, había visto a Tara entrar y salir por la puerta turquesa de su casa, exactamente, 569 veces y desde aquél último día de alucinaciones y estornudos, es mi número favorito.

Creo que de no haber sido por aquella niña malcriada, no estaría escribiendo esto ahora.