Everyone's out to get me.

Sus manos se movían gentilmente sobre las teclas del piano, produciendo la melodía más hermosa que Soraru podría haber escuchado. Ese día se había escabullido en la clase de Mafu, y ahora que él estaba solo, podía presenciar melodías que nunca tocaría frente a alguien; melodías que nadie escucharía, más que él.
Lo que le sorprendió fue cuando Mafu comenzó a cantar. Su suave voz, acompañada del piano, estaba haciendo que su corazón palpitara sin parar. Una sensación de melancolía lo llenó, llevándolo al borde de las lágrimas. Un sollozo escapó de su boca por accidente, haciendo que Mafu parara.
—¿Hay alguien aquí? —preguntaba Mafu, levantándose del banquillo para caminar en la blanca habitación, más y más cerca de donde Soraru estaba.
Tapó su boca y aguantó su respiración; sentía que su corazón latía con locura, delatando su ubicación.
—¿Soraru?
Podía sentir a Mafu acercándose más y más. Su corazón paró en el momento en el que lo vio frente a él, arrodillándose para quedar a su altura, con su rostro tan calmo como nunca lo había visto.
—Así que sí eras tú. —Mafu sonrió; la comisuras de sus labios apenas levantándose, pero una sonrisa al fin y al cabo.
Soraru quitó sus temblorosas manos de su boca. Miró a Mafu directo a los ojos, perdiéndose en ellos en lo que un segundo basta para caer a los pies del amor.
—¿Cómo sabías que era yo?
La sonrisa de Mafu se ensanchó.
—Tonto; ¿quién más si no? —Mafu pasó una mano por su cabello, más blanco que siempre, Soraru notaba—. La verdad es que sabía que estabas aquí: eres el único que logra entrar en las clases sin que nadie se dé cuenta.
—¿Entonces por qué no dijiste nada?
—No es que me molestara. —Hubo una pausa en la que, con su mano, sostuvo el rostro de Soraru—. Tampoco esperara que lloraras; me hace un poco feliz, me temo.
Soraru se dejó acariciar por la tibia mano del albino, disfrutando el tacto cual gato siendo mimado.
—Eso es porque las melodías de Mafu son las mejores —afirmó.
Mafu se detuvo un momento para admirar a Soraru. Su rostro caliente y sonrosado; sus ojos cerrados, escondiendo dos joyas azules; su cabello negro, alborotado; sus labios, tentadores...
Se acercó hacia él y deslizó su mano desde su mejilla hasta su barbilla, levantándola, uniendo sus labios en un beso tan gentil; tan anhelado sin que ellos lo supieran.
Antes de que el aire se volviera una molestia y sus corazones saltaran de sus pechos, se separaron.
Mafu sonrió, acariciando el cabello de Soraru.
—Ya no hay necesidad de esconderse —susurró—. La próxima clase, tocaré una canción sólo para ti. Así que no te vayas, ¿sí? No de nuevo.
Soraru sonrió, moviendo su cabeza con un dulce «¡mm!».
En ese momento, Soraru comenzó a despedazarse. Su recuerdo desvaneciéndose en el aire. Y Mafu quedó solo de nuevo, como lo había estado siempre.