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MI HOMBRE |LIAM PAYNE & TU|
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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MI HOMBRE |LIAM PAYNE & TU|
-Prólogo:
_____ es una joven decoradora que conoce a su cliente Liam Payne, un hombre muy atractivo, rico, que sabe lo que quiere y que es el reflejo del éxito. _____ intenta luchar contra la atracción que siente por él sin poder controlar el arrollador deseo que le hace sentir. Él sabe que la quiere, y hará todo lo que este es su mano por conseguirla. Se verá seducida, atrapada y conquistada por la presencia del exitoso Liam, un hombre autoritario, peligroso, misterioso, encantador, enigmatico, provocador... quien la llevara a la locura de la pasión, convirtiendo todo de él en una droga que no podrá dejar luego de provarla.
-Sólo dime una cosa antes de salir, ____ -su voz atraviesa mis sentidos ... su rostro es serio, pero aún así es impresionante-. ¿Qué tan fuerte crees que gritaras cuando te follé?
Tres... Sé que él no me conviene.
Dos... Mi instinto me grita que salga corriendo.
Uno... Pero si sigue mirándome así...
¿Qué haré cuando llegue a cero?
Indomable, controlador, autoritario, implacable, dulce, provocador...Es peligroso. Es enigmático. Es absolutamente adictivo.Es... MI Hombre.
Espero que la disfruten....
Última edición por AlineMickaela1D el Jue 30 Oct 2014, 2:35 pm, editado 1 vez
AlineMickaela1D
Re: MI HOMBRE |LIAM PAYNE & TU|
Primera y fiel lectora
Me llamo Leslie*-* Soy de México. Bueno eso no importa.
Asdfghjkls amo esa novela♥
Amo toda la triologia de "Mi Hombre"
Seducción
Obsesión
Confesión
Asdfghjkls amo a Jesse Ward. Es Tannnnnnn Sexy
Amo el. Tres,Dos,Uno, Cero. ¡Disfruta!
En finnnn. Tienes que comenzarla!♥ Podfis
Besos
Me llamo Leslie*-* Soy de México. Bueno eso no importa.
Asdfghjkls amo esa novela♥
Amo toda la triologia de "Mi Hombre"
Seducción
Obsesión
Confesión
Asdfghjkls amo a Jesse Ward. Es Tannnnnnn Sexy
Amo el. Tres,Dos,Uno, Cero. ¡Disfruta!
En finnnn. Tienes que comenzarla!♥ Podfis
Besos
Leslie Tomlinson
Capítulo 1
Rebusco entre las montañas y montañas de objetos esparcidos por el suelo de mi dormitorio. Voy a llegar tarde. El viernes, después de haber sido puntual toda la semana, voy a llegar tarde.
—¡Kate! —grito desesperada. ¿Dónde rayos están? Salgo corriendo al descansillo y me inclino sobre la barandilla—. ¡Kate!
Oigo el familiar sonido de una cuchara de madera que golpea los bordes de un cuenco de cerámica y Kate aparece al final de la escalera. Me mira con expresión de cansancio. Es un mohín al que me he acostumbrado últimamente.
—¡Las llaves! ¿Has visto las llaves de mi coche? —pregunto a toda velocidad.
—Están en la mesita de café, donde las dejaste anoche. —Pone los ojos en blanco y ella y la masa para tartas vuelven a meterse en el taller.
Cruzo el descansillo como una flecha y encuentro las llaves de mi coche bajo una pila de revistas del corazón.
—Otra vez jugando al escondite —murmuro para mí misma. Cojo mi cinturón marrón tostado, los tacones y el portátil. Bajo la escalera y encuentro a Kate en el taller echando cucharadas de masa en varios moldes.
—Tienes que ordenar tu habitación, ____. Es un maldito desastre —protesta.
Sí, mi organización personal es chocante, sobre todo teniendo en cuenta que soy diseñadora de interiores y que me paso el día coordinando y organizando. Recojo el teléfono de la robusta mesa de madera y meto el dedo en la masa para tartas de Kate.
—No puedo ser buena en todo.
—¡Fuera de aquí! —Aparta mi mano con la cuchara de madera—. Además, ¿para qué necesitas el coche? —me pregunta mientras se inclina para alisar la masa. Mantiene la lengua apoyada sobre el labio inferior en un gesto de concentración.
—Tengo una primera reunión en Surrey Hills, una mansión en el campo. —Meto el cinturón por las trabillas de mi vestido azul marino con falda lápiz, los pies en los tacones marrón tostado y me miro en el espejo de pared.
—¿No ibas a limitarte a la ciudad? —pregunta detrás de mí.
Me atuso la melena larga y oscura unos segundos y la paso de un lado al otro, pero desisto y opto por recogérmela con unas horquillas. Mis ojos castaño oscuro parecen cansados, les falta su chispa habitual. Sin duda es el resultado de tanto madrugar y trasnochar.
Sólo hace un mes que me vine a vivir con Kate, después de haber roto con Matt. Nos estamos comportando como un par de universitarias. Mi hígado pide un descanso a gritos.
—Sí. El campo es territorio de Patrick, no sé por qué me han encargado esto a mí. —Me aplico brillo en los labios con un pincel, los junto y los despego con un chasquido—. Servidora no es partidaria del estilo inglés antiguo y de hacer siempre lo apropiado. —Le doy a Kate un beso en la mejilla—. Esto va a dolerme, lo sé. ¡Te quiero!
—Ídem. Hasta luego. —Kate se ríe sin levantar la cara de su zona de trabajo.
—¡No olvides tus modales!
A pesar de que llego tarde, conduzco mi pequeño Mini hasta mi oficina en Bruton Street con el cuidado de siempre. Me acuerdo de por qué cojo el metro todos los días cuando tardo diez minutos en encontrar aparcamiento.
Entro en la oficina como una exhalación y miro el reloj. Las ocho y cuarenta. Vale. Sólo llego diez minutos tarde, no es tan terrible como pensaba. Paso ante las mesas vacías de Tom y de Victoria de camino a la mía, y espío a Patrick en su despacho mientras me siento. Saco el portátil y veo que hay un paquete para mí.
—Buenos días, flor. —El grave bramido de Patrick me saluda cuando se acomoda en el borde de mi mesa, que cruje, como siempre, bajo su peso—. ¿Qué tienes ahí?
—Buenos días. Es la nueva gama de Miller. ¿Te gusta? —Acaricio la lujosa tela.
—Qué maravilla. —Finge interés—. No dejes que Irene lo vea. Acabo de liquidar casi todos mis bienes para pagar los nuevos textiles de casa.
—Vaya. —Pongo cara comprensiva—. ¿Dónde está todo el mundo? —Victoria tiene el día libre y Tom está en plena pesadilla con el señor y la señora Baines. Hoy sólo estamos tú, Sal y yo, flor. —Saca su peine del bolsillo interior y se lo pasa por el casquete plateado.
—A mediodía tengo una cita en La Mansión —le recuerdo. No puede haberlo olvidado. Se supone que las casas de campo son su territorio—. ¿Por qué yo, Patrick? —Tengo que preguntarlo. Nunca he trabajado en una finca rural y no estoy segura de poseer el toque necesario para lo antiguo y lo tradicional.
Trabajo en Rococo Union desde hace cuatro años, y me dejaron bien claro que me contrataban para expandir el negocio hacia el sector más moderno. En Londres no paraban de construirse apartamentos de lujo, y Patrick y Tom, especialistas en diseño tradicional, estaban perdidos. Cuando el negocio despegó y empezó a haber demasiado trabajo para mí sola, contrataron a Victoria.
—Será porque preguntaron por ti, flor. —Se pone de pie y mi mesa vuelve a protestar con un crujido. Patrick hace caso omiso, pero yo esbozo una mueca de dolor. Tiene que perder peso o dejar de sentarse en mi mesa. No podrá soportarlo mucho más tiempo.
Entonces ¿preguntaron por mí? ¿Por qué iban a hacerlo? En mi portafolio no hay nada relacionado con diseño tradicional, nada en absoluto. No puedo evitar pensar que esto es una total pérdida de tiempo. Deberían ir Patrick o Tom.
—Ah, la inauguración del Lusso. —Patrick se guarda el peine—El promotor está tirando la casa por la ventana para la fiesta en el ático. Has hecho un trabajo asombroso, ____. —Las cejas de Patrick asienten junto con su cabeza. Me sonrojo.
—Gracias. —Estoy más que orgullosa de mí misma y de mi trabajo en el Lusso, es el mayor logro de mi corta carrera.
Está situado en los muelles de Santa Catalina, y los precios van desde los tres millones por un apartamento básico hasta los diez por el ático. Es el mundo de los superricos.
Las especificaciones del diseño son justo lo que el nombre sugiere: lujo italiano. Busqué todos los materiales, los muebles y las obras de arte en Italia y disfruté de una semana allí organizando las fechas de embarque. El viernes que viene es la fiesta de inauguración, pero sé que ya han vendido el ático y seis apartamentos, así que la fiesta es más bien para presumir.
—He despejado mi agenda para poder dar los últimos retoques en cuanto los de la limpieza hayan terminado. —Paso las páginas de la agenda hasta la del viernes siguiente y vuelvo a garabatear en ella.
—Buena chica. Le he dicho a Victoria que esté allí a las cinco. Es su primera inauguración, así que tendrás que explicarle de qué va. Yo llegaré a las siete, con Tom. —De acuerdo.
Patrick regresa a su despacho y yo abro mi correo electrónico. Leo los mensajes por encima, y los voy borrando o respondiendo.
A las once en punto guardo el portátil y asomo la cabeza por la puerta del despacho de Patrick. Está absorto en algo con el ordenador.
—Me voy —le digo, pero se limita a mover la mano indicando que me ha oído. Cruzo la oficina y veo a Sally peleándose con la fotocopiadora—. Hasta luego, Sal.
—Adiós, ____ —me responde, pero está demasiado ocupada sacando el papel atascado como para mirarme. La chica es un desastre.
Salgo a la luz del sol de mayo y camino hacia mi coche. Los viernes a media mañana el tráfico es una pesadilla pero, en cuanto salgo de la ciudad, la carretera está bastante despejada. Llevo la capota bajada, Adele me hace compañía y es viernes. Un pequeño paseo en coche por el campo es una bonita forma de terminar la semana laboral.
El GPS me dice que salga de la carretera principal y me meta por un camino angosto, donde me encuentro ante las puertas más enormes que haya visto jamás.
En una placa de oro de uno de los pilares se lee: «La Mansión.» «¡Madre mía!» Me quito las gafas de sol y miro más allá de las puertas, hacia el camino de grava que parece prolongarse a lo largo de varios kilómetros. No hay ni rastro de la casa, sólo un sendero bordeado de árboles que no parece tener fin. Salgo del coche y camino hacia las puertas. Les doy una pequeña sacudida pero no ceden. Me quedo de pie un momento, preguntándome qué hacer.
—Tiene que apretar el botón del portero automático. —Casi doy un salto del susto cuando la vibración de una voz grave me llega de ninguna parte y rompe el silencio del campo.
Miro a mi alrededor, pero no hay duda de que estoy sola. —¿Hola? —Aquí. Doy un giro de trescientos sesenta grados y veo el portero automático un poco más atrás, en el sendero angosto. Lo he pasado de largo cuando iba conduciendo. Corro hacia él, aprieto el botón y me presento:
—____ O’Shea, de Rococo Union. —Lo sé.
¿Lo sabe? ¿Y cómo? Echo un vistazo en torno a mí y veo una cámara instalada en la puerta; luego, el chirrido del metal rompe la paz del entorno rural. Las puertas comienzan a abrirse.
—Dame un respiro —murmuro mientras corro hacia mi coche. Salto al interior del Mini y avanzo lentamente hacia las puertas sin dejar de preguntarme cómo voy a sacarle la copa de oporto y el puro que, claramente, ese cretino tiene metidos por el culo. Cada minuto que pasa me apetece menos la cita. La gente pija de campo y sus mansiones de pijos de campo no son mi especialidad.
Una vez las puertas se abren del todo, las cruzo y continúo por el sendero de grava bordeado de árboles que parece no tener fin. Los olmos adultos a ambos lados del camino, a intervalos regulares y equidistantes, dan la impresión de haber sido colocados estratégicamente para ocultar lo que hay detrás. Tras unos dos kilómetros de conducción a la sombra, entro en un patio perfectamente circular. Me quito las gafas y admiro boquiabierta la enorme casa que se yergue en el centro que reclama toda la atención. Es espléndida, pero ahora siento todavía más aprensión. Cada minuto que pasa me entusiasma menos esta reunión.
Las puertas negras —con adornos de oro pulido— están flanqueadas por cuatro miradores gigantes protegidos por pilares tallados en piedra. La estructura de la mansión está formada por bloques gigantes de piedra caliza, y unos frondosos laureles cubren la fachada. La fuente del centro del patio suelta chorros de agua iluminada y le pone la guinda al pastel. Es todo muy imponente.
Me detengo, paro el motor y me peleo con el seguro de la puerta para salir del coche. De pie y agarrándome a la parte superior de la puerta del Mini, alzo la vista hacia el magnífico edificio e inmediatamente pienso que tiene que haber un error. Todo el lugar está en muy buen estado.
El césped está más verde que el verde, el exterior de la casa tiene aspecto de recibir una limpieza diaria y parece que hasta a la grava le pasan la aspiradora todos los días. A juzgar por el exterior, es imposible imaginar que el interior necesite trabajo alguno. Miro las decenas de ventanas correderas en voladizo y las lujosas cortinas que cuelgan de todas ellas. Me siento tentada a llamar a Patrick para comprobar que me ha dado la dirección correcta, pero en las puertas ponía La Mansión. Y es obvio que el cretino miserable del otro lado del portero automático me estaba esperando.
Mientras sopeso el siguiente movimiento, las puertas se abren y aparece el hombre negro más grande que he visto en mi vida. Camina tranquilamente hacia lo alto de la escalera. Parpadeo al verlo y doy un pequeño paso atrás. Lleva un traje negro —seguro que hecho a medida, porque no tiene una talla normal—, camisa negra y corbata negra. Da la sensación de que le hayan sacado brillo a su cabeza afeitada y las gafas de sol le ocultan el rostro. Si hubiese podido hacerme una imagen mental de quién esperaba que saliera de detrás de aquellas puertas, seguro que nunca me lo habría imaginado así. El tío es una montaña, y sé que estoy aquí de pie mirándolo con la boca abierta y cara de tonta. De repente me preocupa haber acabado en una especie de centro de control de la mafia y busco en mi cerebro, intentando recordar si he metido la alarma antiviolación en el bolso nuevo. —¿La señorita O’Shea? —pregunta arrastrando las palabras. Me encojo ante su presencia imponente y levanto la mano a modo de saludo nervioso.
—Hola —susurro. Mi voz se tiñe del recelo que siento en realidad. —Por aquí —dice con voz profunda y atronadora. Hace un movimiento limpio con la cabeza, se da la vuelta y regresa al interior de la mansión.
Pienso seriamente en largarme sin más, aunque mi lado atrevido y amante del peligro siente curiosidad por lo que hay al otro lado de las puertas. Cojo el bolso, cierro la puerta del coche y busco mi alarma antiviolación mientras me dirijo hacia la casa, pero descubro que me la he dejado en el otro bolso. Sigo adelante de todos modos. Por pura curiosidad, subo los escalones y cruzo el umbral hasta llegar a un recibidor enorme. Observo con detenimiento el amplio espacio y de inmediato quedo impresionada por la grandiosa escalera curvada que ocupa el centro de la estancia y lleva al primer piso. Mis miedos se confirman: el lugar está inmaculado. La decoración es opulenta, lujosa, e intimida mucho. Los azules profundos, los grises topo con toques de dorado y la ebanistería original, junto con el suelo de parquet caoba oscuro, hacen que el lugar resulte impresionante y extravagante en extremo. Es justo como esperaba que fuera, y nada parecido al estilo de mis diseños. Pero, mirando a mi alrededor, cada vez entiendo menos qué hace allí una diseñadora de interiores. Patrick me comentó que pidieron que viniera yo en persona, así que me había inclinado a pensar que querían modernizar el lugar, pero eso fue antes de haberle echado un vistazo al exterior y ahora al interior. La decoración encaja con la época de construcción. Está en perfecto estado. ¿Qué diablos hago yo aquí?
El grandullón gira a la derecha y tengo que seguirlo como puedo. Mis tacones marrón tostado resuenan contra el suelo de parquet mientras me conduce más allá de la escalera central, hacia la parte de atrás de La Mansión.
Oigo el murmullo de una conversación y miro a mi derecha. Veo mucha gente sentada a varias mesas, comiendo, bebiendo y charlando. Hay camareros sirviendo comida y bebida y las voces inconfundibles de The Rat Pack ronronean de fondo. Frunzo el entrecejo, pero entonces lo pillo. Es un hotel, un hotel de campo pijo. El alivio me relaja ligeramente los hombros cuando llego a tal conclusión, pero eso sigue sin explicar qué hago yo aquí. Pasamos por delante de unos baños y luego dejamos atrás un bar. Hay unos cuantos hombres sentados en los taburetes de la barra, contando chistes y metiéndose con una joven que, por lo que parece, ha vuelto de los servicios con un trozo de papel higiénico pegado en el tacón. Le da una palmada en el hombro al más bromista, y lo riñe medio en broma mientras todos se ríen juntos a carcajadas.
Esto empieza a tener sentido. Quiero decirle algo a la montaña que me hace de guía y me lleva sólo Dios sabe adónde, pero no ha vuelto la vista atrás ni una vez para comprobar que lo sigo. Aunque el taconeo de mis zapatos se lo confirma. No dice gran cosa y sospecho que no me contestaría ni aunque le hablara.
Pasamos ante otras dos puertas cerradas. A juzgar por el tintineo de las ollas, imagino que dan a la cocina. Luego me lleva a un salón de verano: un espacio amplio, luminoso y espléndido, dividido en zonas de descanso individuales mediante la colocación de los sofás, los sillones y las mesas. Unas puertas dobles que van del suelo al techo completan el cuadro de la estancia.
Desembocan en un patio de piedra arenisca de Yorkshire y una vasta zona de césped. Es verdaderamente impresionante. Trago saliva con dificultad cuando veo una estructura de cristal que alberga una piscina. Me estremezco al pensar en el precio por noche de una habitación. Tiene que ser de cinco estrellas, probablemente más.
Dejamos atrás el salón de verano y el grandullón me conduce por un pasillo hasta detenerse ante una puerta de paneles de madera.
—El despacho del Señor Payne —dice como un trueno, y llama a la puerta con una delicadeza sorprendente, dado su tamaño de mastodonte.
—¿El encargado? —pregunto.
—El dueño —responde, y abre la puerta y entra de una zancada— Pase.
Titubeo en el umbral y observo cómo el grandullón entra en la habitación que tengo delante. Al final, obligo a mis pies a ponerse en acción, a avanzar hacia la habitación, mientras miro con fijeza el lujoso despacho del Señor Payne.
-Liam, la señorita O'Shea, Rococo Union -anuncia el grandullón. -Perfecto. Gracias, John.
Me sacan de mi estado de admiración y paso directamente al de alerta. Mi espalda se tensa.
No puedo verlo, el inmenso cuerpo del grandullón lo tapa, pero esa voz áspera y suave hace que me quede helada en el sitio y sin duda no parece provenir de un «señor de La Mansión» fumador, obeso y que lleva gabardina.
El grandullón, o John, ahora que sé cómo se llama, se aparta y me deja echarle un primer vistazo al Señor Liam Payne.
Ay, Dios mío. El corazón me golpea el esternón y mi respiración alcanza velocidades peligrosas. De repente me siento mareada y mi boca ignora las instrucciones de mi cerebro para que, al menos, diga algo. Me quedo ahí parada, sin más, mirando a ese hombre mientras él, a su vez, me mira a mí. Su voz ronca me ha dejado de piedra, pero verlo... En fin, me he quedado estupefacta, temblorosa e incapaz de dar señales de inteligencia.
Se levanta de la silla, y mi mirada lo sigue hasta que se pone completamente en pie.
Es muy alto. Lleva las mangas de la camisa blanca recogidas, pero conserva la corbata negra, aflojada, colgando delante del ancho tórax.
Rodea el enorme escritorio y camina despacio hacia mí. Es entonces cuando recibo el verdadero impacto. Trago saliva. Este hombre es tan perfecto que casi me resulta doloroso. Tiene el pelo rubio oscuro y da la sensación de que haya intentado arreglárselo de alguna manera pero haya desistido. Sus ojos son verde pardusco, pero brillantes y demasiado intensos, y la sombra que le cubre la mandíbula cuadrada no logra ocultar los hermosos rasgos que hay debajo. Está ligeramente bronceado y tiene el punto justo de... Ay, Dios mío, es devastador. ¿El señor de La Mansión?
-Señorita O'Shea. -Su mano viene hacia mí, pero no consigo que mi brazo se levante y la estreche. Es guapísimo.
Cuando no le ofrezco la mano, se acerca y me pone las suyas sobre los hombros; luego se inclina para besarme y sus labios rozan ligeramente mi mejilla ardiente. Me tenso de pies a cabeza. Noto los latidos de mi corazón en los oídos y, aunque es del todo inapropiado para una reunión de negocios, no hago nada para detenerlo. No doy una.
-Es un placer -me susurra al oído, lo cual sólo sirve para hacerme emitir un pequeño gemido.
Sé que nota lo tensa que estoy -no es difícil, me he quedado rígida-,porque afloja las manos y baja el rostro para ponerlo a mi altura. Me mira directamente a los ojos.
-¿Se encuentra bien? -pregunta con una de las comisuras de los labios levantada en una especie de sonrisa. Veo que una sola arruga le cruza la frente.
Salgo de mi ridículo estado inerte y de repente me doy cuenta de que todavía no he dicho nada. ¿Ha notado mi reacción ante él? ¿Y el grandullón? Miro alrededor y lo veo inmóvil, con las gafas todavía puestas, pero sé que me está mirando a los ojos. Me doy un empujón mental y retrocedo un paso, lejos de Payne y de su potente abrazo. Deja caer las manos a los costados.
-Hola -carraspeo para aclararme la garganta- ____. Me llamo ____ -Le tiendo la mano, pero no se da prisa en aceptarla; es como si no tuviera claro si es seguro o no, pero la estrecha... Al final.
Tiene la mano algo sudada y le tiembla un poco cuando aprieta la mía con firmeza. Saltan chispas y una mirada curiosa revolotea por su increíble rostro. Ambos retiramos las manos, sorprendidos.
-____.-Prueba mi nombre entre sus labios y tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no volver a gemir. Debería dejar de hablar, de inmediato.
-Sí, ____ -le confirmo. Ahora es él quien parece haberse retirado a su Nirvana particular, mientras que yo soy cada vez más consciente de que me está subiendo la temperatura.
De pronto, parece recobrar la compostura, se mete las manos en los bolsillos del pantalón, mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.
-Gracias, John. -Hace un gesto con la cabeza al grandullón, que le devuelve una pequeña sonrisa que suaviza sus rasgos duros. Luego se marcha.
Estoy a solas con este hombre que me ha dejado sin habla, inmóvil y prácticamente inútil.
Señala hacia dos sillones de cuero marrón situados uno frente a otro en el mirador, con una mesita de café entre ambos.
-Por favor, toma asiento. ¿Puedo ofrecerte algo para beber? -Aparta la mirada de la mía y camina hacia un mueble con varias botellas de licor alineadas encima. Seguro que no se refiere a algo con alcohol. Es mediodía. Es demasiado pronto incluso para mí. Observo que se queda junto al mueble durante unos segundos antes de volver el rostro hacia mí y mirarme expectante.
-No, gracias. -Niego con la cabeza mientras hablo, por si acaso no me salen las palabras.
-¿Agua? -pregunta con esa sonrisa jugando en las comisuras de su boca.
«Por Dios, no me mires.»
-Por favor. -Me sale una sonrisa nerviosa. Tengo la boca seca. Coge dos botellas de agua de la nevera integrada y regresa hacia mí. Es entonces cuando logro convencer a mis piernas temblorosas de que me lleven al otro lado del despacho, al sofá.
-¿____? -Su voz me atraviesa y me hace titubear a mitad de camino.
Me doy la vuelta para mirarlo. Probablemente sea una mala idea. -¿Sí?
Sostiene un vaso de tubo. -¿Vaso?
-Sí, por favor. -Sonrío. Debe de pensar que no soy nada profesional. Me acomodo en el sofá de cuero, saco mi carpeta y mi teléfono del bolso y los coloco en la mesa que tengo delante. Me doy cuenta de que me tiemblan las manos. Venga, mujer, ¡tranquilízate! Finjo tomar notas cuando se acerca y coloca una botella de agua y un vaso para mí en la mesita. Se sienta en el otro sofá y cruza una pierna por encima de la otra, de manera que un tobillo descansa sobre el muslo. Se recuesta contra el respaldo. Se está poniendo cómodo, y el silencio que se impone entre los dos grita mientras escribo cualquier cosa con tal de no mirarlo. Sé que tengo que mirar a aquel hombre y decir algo en algún momento, pero todas las preguntas habituales han huido, gritando y chillando, de mi cerebro.
-¿Por dónde empezamos? -pregunta. Eso me obliga a levantar la vista y dar señales de que he oído sus palabras. Sonríe. Me derrito.
Me está observando por encima de la botella mientras la levanta para acercársela a esos labios tan adorables. Rompo el contacto visual para inclinarme y servirme un poco más de agua en el vaso. Me está costando dominar los nervios y todavía puedo sentir su mirada. Esto es muy raro. Nunca me había afectado tanto un hombre.
-Supongo que debería contarme por qué estoy aquí. -¡Puedo hablar! Le devuelvo la mirada mientras cojo el vaso de la mesita.
-Ah -dice en voz baja. Ahí está la arruga en la frente. Aun así, sigue siendo guapísimo.
-¿Pidió que viniera yo en concreto? -lo presiono.
-Sí -se limita a responder. Vuelve a sonreír. Tengo que apartar la mirada.
Bebo un sorbo de agua para humedecerme la boca seca y me aclaro la garganta antes de volver a enfrentarme a su poderosa mirada. -¿Puedo preguntar por qué?
-Puedes. -Descruza la pierna, se inclina para dejar la botella en la mesita y apoya los antebrazos en las rodillas, pero no dice nada más. ¿No va a continuar la frase?
-Vale. -Me cuesta mantener el contacto visual-. ¿Por qué? -He oído hablar muy bien de ti. Noto que la cara se me pone roja. -Gracias. ¿Por qué estoy aquí? -Pues para diseñar. -Se echa a reír y me siento estúpida y también algo molesta. ¿Se está burlando de mí?
-¿Diseñar el qué? -pregunto-. Por lo que he visto, todo está más bien perfecto. -Estoy segura de que no quiere que modernice este lugar tan encantador. Quizá no sea mi fuerte, pero reconozco las cosas con clase cuando las veo.
-Gracias -dice con suavidad-. ¿Has traído tu portafolio? -Por supuesto -contesto mientras alcanzo mi bolso. Por qué quiere verlo es algo que no entiendo. No contiene nada que se pareca a este lugar.
Lo pongo sobre la mesita, delante de él, y espero que lo arrastre hacia sí, pero -¡horror!- se levanta con un movimiento fluido, me rodea y sienta su adorable y esbelto cuerpo en el sofá que hay a mi lado. Jesús. Huele a gloria bendita (a agua fresca y mentolada). Contengo la respiración.
-Eres muy joven para ser una diseñadora consumada -reflexiona mientras pasa lentamente las páginas de mi portafolio.
Tiene razón, lo soy. Es todo gracias a que Patrick me dio vía libre en la expansión de su negocio. En cuatro años he dejado la universidad, he conseguido trabajo en una empresa de diseño de interiores consolidada -que tenía estabilidad económica, pero que carecía de un enfoque fresco en nuevas tendencias- y además me he labrado un nombre en la profesión. He tenido suerte y agradezco la confianza de Patrick en mis habilidades. Eso, sumado a mi trabajo en el Lusso, es por lo que estoy donde estoy a los veintiséis años.
Bajo la mirada hacia su encantadora mano. Un precioso Rolex de oro y grafito le adorna la muñeca.
-¿Qué edad tiene? -digo sin pensar. Madre mía. Mi cerebro es un huevo revuelto y sé que acabo de sonrojarme hasta adquirir un tono rojo chillón. Debería mantener la boca cerrada. ¿De dónde diablos ha salido eso?
—¡Kate! —grito desesperada. ¿Dónde rayos están? Salgo corriendo al descansillo y me inclino sobre la barandilla—. ¡Kate!
Oigo el familiar sonido de una cuchara de madera que golpea los bordes de un cuenco de cerámica y Kate aparece al final de la escalera. Me mira con expresión de cansancio. Es un mohín al que me he acostumbrado últimamente.
—¡Las llaves! ¿Has visto las llaves de mi coche? —pregunto a toda velocidad.
—Están en la mesita de café, donde las dejaste anoche. —Pone los ojos en blanco y ella y la masa para tartas vuelven a meterse en el taller.
Cruzo el descansillo como una flecha y encuentro las llaves de mi coche bajo una pila de revistas del corazón.
—Otra vez jugando al escondite —murmuro para mí misma. Cojo mi cinturón marrón tostado, los tacones y el portátil. Bajo la escalera y encuentro a Kate en el taller echando cucharadas de masa en varios moldes.
—Tienes que ordenar tu habitación, ____. Es un maldito desastre —protesta.
Sí, mi organización personal es chocante, sobre todo teniendo en cuenta que soy diseñadora de interiores y que me paso el día coordinando y organizando. Recojo el teléfono de la robusta mesa de madera y meto el dedo en la masa para tartas de Kate.
—No puedo ser buena en todo.
—¡Fuera de aquí! —Aparta mi mano con la cuchara de madera—. Además, ¿para qué necesitas el coche? —me pregunta mientras se inclina para alisar la masa. Mantiene la lengua apoyada sobre el labio inferior en un gesto de concentración.
—Tengo una primera reunión en Surrey Hills, una mansión en el campo. —Meto el cinturón por las trabillas de mi vestido azul marino con falda lápiz, los pies en los tacones marrón tostado y me miro en el espejo de pared.
—¿No ibas a limitarte a la ciudad? —pregunta detrás de mí.
Me atuso la melena larga y oscura unos segundos y la paso de un lado al otro, pero desisto y opto por recogérmela con unas horquillas. Mis ojos castaño oscuro parecen cansados, les falta su chispa habitual. Sin duda es el resultado de tanto madrugar y trasnochar.
Sólo hace un mes que me vine a vivir con Kate, después de haber roto con Matt. Nos estamos comportando como un par de universitarias. Mi hígado pide un descanso a gritos.
—Sí. El campo es territorio de Patrick, no sé por qué me han encargado esto a mí. —Me aplico brillo en los labios con un pincel, los junto y los despego con un chasquido—. Servidora no es partidaria del estilo inglés antiguo y de hacer siempre lo apropiado. —Le doy a Kate un beso en la mejilla—. Esto va a dolerme, lo sé. ¡Te quiero!
—Ídem. Hasta luego. —Kate se ríe sin levantar la cara de su zona de trabajo.
—¡No olvides tus modales!
A pesar de que llego tarde, conduzco mi pequeño Mini hasta mi oficina en Bruton Street con el cuidado de siempre. Me acuerdo de por qué cojo el metro todos los días cuando tardo diez minutos en encontrar aparcamiento.
Entro en la oficina como una exhalación y miro el reloj. Las ocho y cuarenta. Vale. Sólo llego diez minutos tarde, no es tan terrible como pensaba. Paso ante las mesas vacías de Tom y de Victoria de camino a la mía, y espío a Patrick en su despacho mientras me siento. Saco el portátil y veo que hay un paquete para mí.
—Buenos días, flor. —El grave bramido de Patrick me saluda cuando se acomoda en el borde de mi mesa, que cruje, como siempre, bajo su peso—. ¿Qué tienes ahí?
—Buenos días. Es la nueva gama de Miller. ¿Te gusta? —Acaricio la lujosa tela.
—Qué maravilla. —Finge interés—. No dejes que Irene lo vea. Acabo de liquidar casi todos mis bienes para pagar los nuevos textiles de casa.
—Vaya. —Pongo cara comprensiva—. ¿Dónde está todo el mundo? —Victoria tiene el día libre y Tom está en plena pesadilla con el señor y la señora Baines. Hoy sólo estamos tú, Sal y yo, flor. —Saca su peine del bolsillo interior y se lo pasa por el casquete plateado.
—A mediodía tengo una cita en La Mansión —le recuerdo. No puede haberlo olvidado. Se supone que las casas de campo son su territorio—. ¿Por qué yo, Patrick? —Tengo que preguntarlo. Nunca he trabajado en una finca rural y no estoy segura de poseer el toque necesario para lo antiguo y lo tradicional.
Trabajo en Rococo Union desde hace cuatro años, y me dejaron bien claro que me contrataban para expandir el negocio hacia el sector más moderno. En Londres no paraban de construirse apartamentos de lujo, y Patrick y Tom, especialistas en diseño tradicional, estaban perdidos. Cuando el negocio despegó y empezó a haber demasiado trabajo para mí sola, contrataron a Victoria.
—Será porque preguntaron por ti, flor. —Se pone de pie y mi mesa vuelve a protestar con un crujido. Patrick hace caso omiso, pero yo esbozo una mueca de dolor. Tiene que perder peso o dejar de sentarse en mi mesa. No podrá soportarlo mucho más tiempo.
Entonces ¿preguntaron por mí? ¿Por qué iban a hacerlo? En mi portafolio no hay nada relacionado con diseño tradicional, nada en absoluto. No puedo evitar pensar que esto es una total pérdida de tiempo. Deberían ir Patrick o Tom.
—Ah, la inauguración del Lusso. —Patrick se guarda el peine—El promotor está tirando la casa por la ventana para la fiesta en el ático. Has hecho un trabajo asombroso, ____. —Las cejas de Patrick asienten junto con su cabeza. Me sonrojo.
—Gracias. —Estoy más que orgullosa de mí misma y de mi trabajo en el Lusso, es el mayor logro de mi corta carrera.
Está situado en los muelles de Santa Catalina, y los precios van desde los tres millones por un apartamento básico hasta los diez por el ático. Es el mundo de los superricos.
Las especificaciones del diseño son justo lo que el nombre sugiere: lujo italiano. Busqué todos los materiales, los muebles y las obras de arte en Italia y disfruté de una semana allí organizando las fechas de embarque. El viernes que viene es la fiesta de inauguración, pero sé que ya han vendido el ático y seis apartamentos, así que la fiesta es más bien para presumir.
—He despejado mi agenda para poder dar los últimos retoques en cuanto los de la limpieza hayan terminado. —Paso las páginas de la agenda hasta la del viernes siguiente y vuelvo a garabatear en ella.
—Buena chica. Le he dicho a Victoria que esté allí a las cinco. Es su primera inauguración, así que tendrás que explicarle de qué va. Yo llegaré a las siete, con Tom. —De acuerdo.
Patrick regresa a su despacho y yo abro mi correo electrónico. Leo los mensajes por encima, y los voy borrando o respondiendo.
A las once en punto guardo el portátil y asomo la cabeza por la puerta del despacho de Patrick. Está absorto en algo con el ordenador.
—Me voy —le digo, pero se limita a mover la mano indicando que me ha oído. Cruzo la oficina y veo a Sally peleándose con la fotocopiadora—. Hasta luego, Sal.
—Adiós, ____ —me responde, pero está demasiado ocupada sacando el papel atascado como para mirarme. La chica es un desastre.
Salgo a la luz del sol de mayo y camino hacia mi coche. Los viernes a media mañana el tráfico es una pesadilla pero, en cuanto salgo de la ciudad, la carretera está bastante despejada. Llevo la capota bajada, Adele me hace compañía y es viernes. Un pequeño paseo en coche por el campo es una bonita forma de terminar la semana laboral.
El GPS me dice que salga de la carretera principal y me meta por un camino angosto, donde me encuentro ante las puertas más enormes que haya visto jamás.
En una placa de oro de uno de los pilares se lee: «La Mansión.» «¡Madre mía!» Me quito las gafas de sol y miro más allá de las puertas, hacia el camino de grava que parece prolongarse a lo largo de varios kilómetros. No hay ni rastro de la casa, sólo un sendero bordeado de árboles que no parece tener fin. Salgo del coche y camino hacia las puertas. Les doy una pequeña sacudida pero no ceden. Me quedo de pie un momento, preguntándome qué hacer.
—Tiene que apretar el botón del portero automático. —Casi doy un salto del susto cuando la vibración de una voz grave me llega de ninguna parte y rompe el silencio del campo.
Miro a mi alrededor, pero no hay duda de que estoy sola. —¿Hola? —Aquí. Doy un giro de trescientos sesenta grados y veo el portero automático un poco más atrás, en el sendero angosto. Lo he pasado de largo cuando iba conduciendo. Corro hacia él, aprieto el botón y me presento:
—____ O’Shea, de Rococo Union. —Lo sé.
¿Lo sabe? ¿Y cómo? Echo un vistazo en torno a mí y veo una cámara instalada en la puerta; luego, el chirrido del metal rompe la paz del entorno rural. Las puertas comienzan a abrirse.
—Dame un respiro —murmuro mientras corro hacia mi coche. Salto al interior del Mini y avanzo lentamente hacia las puertas sin dejar de preguntarme cómo voy a sacarle la copa de oporto y el puro que, claramente, ese cretino tiene metidos por el culo. Cada minuto que pasa me apetece menos la cita. La gente pija de campo y sus mansiones de pijos de campo no son mi especialidad.
Una vez las puertas se abren del todo, las cruzo y continúo por el sendero de grava bordeado de árboles que parece no tener fin. Los olmos adultos a ambos lados del camino, a intervalos regulares y equidistantes, dan la impresión de haber sido colocados estratégicamente para ocultar lo que hay detrás. Tras unos dos kilómetros de conducción a la sombra, entro en un patio perfectamente circular. Me quito las gafas y admiro boquiabierta la enorme casa que se yergue en el centro que reclama toda la atención. Es espléndida, pero ahora siento todavía más aprensión. Cada minuto que pasa me entusiasma menos esta reunión.
Las puertas negras —con adornos de oro pulido— están flanqueadas por cuatro miradores gigantes protegidos por pilares tallados en piedra. La estructura de la mansión está formada por bloques gigantes de piedra caliza, y unos frondosos laureles cubren la fachada. La fuente del centro del patio suelta chorros de agua iluminada y le pone la guinda al pastel. Es todo muy imponente.
Me detengo, paro el motor y me peleo con el seguro de la puerta para salir del coche. De pie y agarrándome a la parte superior de la puerta del Mini, alzo la vista hacia el magnífico edificio e inmediatamente pienso que tiene que haber un error. Todo el lugar está en muy buen estado.
El césped está más verde que el verde, el exterior de la casa tiene aspecto de recibir una limpieza diaria y parece que hasta a la grava le pasan la aspiradora todos los días. A juzgar por el exterior, es imposible imaginar que el interior necesite trabajo alguno. Miro las decenas de ventanas correderas en voladizo y las lujosas cortinas que cuelgan de todas ellas. Me siento tentada a llamar a Patrick para comprobar que me ha dado la dirección correcta, pero en las puertas ponía La Mansión. Y es obvio que el cretino miserable del otro lado del portero automático me estaba esperando.
Mientras sopeso el siguiente movimiento, las puertas se abren y aparece el hombre negro más grande que he visto en mi vida. Camina tranquilamente hacia lo alto de la escalera. Parpadeo al verlo y doy un pequeño paso atrás. Lleva un traje negro —seguro que hecho a medida, porque no tiene una talla normal—, camisa negra y corbata negra. Da la sensación de que le hayan sacado brillo a su cabeza afeitada y las gafas de sol le ocultan el rostro. Si hubiese podido hacerme una imagen mental de quién esperaba que saliera de detrás de aquellas puertas, seguro que nunca me lo habría imaginado así. El tío es una montaña, y sé que estoy aquí de pie mirándolo con la boca abierta y cara de tonta. De repente me preocupa haber acabado en una especie de centro de control de la mafia y busco en mi cerebro, intentando recordar si he metido la alarma antiviolación en el bolso nuevo. —¿La señorita O’Shea? —pregunta arrastrando las palabras. Me encojo ante su presencia imponente y levanto la mano a modo de saludo nervioso.
—Hola —susurro. Mi voz se tiñe del recelo que siento en realidad. —Por aquí —dice con voz profunda y atronadora. Hace un movimiento limpio con la cabeza, se da la vuelta y regresa al interior de la mansión.
Pienso seriamente en largarme sin más, aunque mi lado atrevido y amante del peligro siente curiosidad por lo que hay al otro lado de las puertas. Cojo el bolso, cierro la puerta del coche y busco mi alarma antiviolación mientras me dirijo hacia la casa, pero descubro que me la he dejado en el otro bolso. Sigo adelante de todos modos. Por pura curiosidad, subo los escalones y cruzo el umbral hasta llegar a un recibidor enorme. Observo con detenimiento el amplio espacio y de inmediato quedo impresionada por la grandiosa escalera curvada que ocupa el centro de la estancia y lleva al primer piso. Mis miedos se confirman: el lugar está inmaculado. La decoración es opulenta, lujosa, e intimida mucho. Los azules profundos, los grises topo con toques de dorado y la ebanistería original, junto con el suelo de parquet caoba oscuro, hacen que el lugar resulte impresionante y extravagante en extremo. Es justo como esperaba que fuera, y nada parecido al estilo de mis diseños. Pero, mirando a mi alrededor, cada vez entiendo menos qué hace allí una diseñadora de interiores. Patrick me comentó que pidieron que viniera yo en persona, así que me había inclinado a pensar que querían modernizar el lugar, pero eso fue antes de haberle echado un vistazo al exterior y ahora al interior. La decoración encaja con la época de construcción. Está en perfecto estado. ¿Qué diablos hago yo aquí?
El grandullón gira a la derecha y tengo que seguirlo como puedo. Mis tacones marrón tostado resuenan contra el suelo de parquet mientras me conduce más allá de la escalera central, hacia la parte de atrás de La Mansión.
Oigo el murmullo de una conversación y miro a mi derecha. Veo mucha gente sentada a varias mesas, comiendo, bebiendo y charlando. Hay camareros sirviendo comida y bebida y las voces inconfundibles de The Rat Pack ronronean de fondo. Frunzo el entrecejo, pero entonces lo pillo. Es un hotel, un hotel de campo pijo. El alivio me relaja ligeramente los hombros cuando llego a tal conclusión, pero eso sigue sin explicar qué hago yo aquí. Pasamos por delante de unos baños y luego dejamos atrás un bar. Hay unos cuantos hombres sentados en los taburetes de la barra, contando chistes y metiéndose con una joven que, por lo que parece, ha vuelto de los servicios con un trozo de papel higiénico pegado en el tacón. Le da una palmada en el hombro al más bromista, y lo riñe medio en broma mientras todos se ríen juntos a carcajadas.
Esto empieza a tener sentido. Quiero decirle algo a la montaña que me hace de guía y me lleva sólo Dios sabe adónde, pero no ha vuelto la vista atrás ni una vez para comprobar que lo sigo. Aunque el taconeo de mis zapatos se lo confirma. No dice gran cosa y sospecho que no me contestaría ni aunque le hablara.
Pasamos ante otras dos puertas cerradas. A juzgar por el tintineo de las ollas, imagino que dan a la cocina. Luego me lleva a un salón de verano: un espacio amplio, luminoso y espléndido, dividido en zonas de descanso individuales mediante la colocación de los sofás, los sillones y las mesas. Unas puertas dobles que van del suelo al techo completan el cuadro de la estancia.
Desembocan en un patio de piedra arenisca de Yorkshire y una vasta zona de césped. Es verdaderamente impresionante. Trago saliva con dificultad cuando veo una estructura de cristal que alberga una piscina. Me estremezco al pensar en el precio por noche de una habitación. Tiene que ser de cinco estrellas, probablemente más.
Dejamos atrás el salón de verano y el grandullón me conduce por un pasillo hasta detenerse ante una puerta de paneles de madera.
—El despacho del Señor Payne —dice como un trueno, y llama a la puerta con una delicadeza sorprendente, dado su tamaño de mastodonte.
—¿El encargado? —pregunto.
—El dueño —responde, y abre la puerta y entra de una zancada— Pase.
Titubeo en el umbral y observo cómo el grandullón entra en la habitación que tengo delante. Al final, obligo a mis pies a ponerse en acción, a avanzar hacia la habitación, mientras miro con fijeza el lujoso despacho del Señor Payne.
-Liam, la señorita O'Shea, Rococo Union -anuncia el grandullón. -Perfecto. Gracias, John.
Me sacan de mi estado de admiración y paso directamente al de alerta. Mi espalda se tensa.
No puedo verlo, el inmenso cuerpo del grandullón lo tapa, pero esa voz áspera y suave hace que me quede helada en el sitio y sin duda no parece provenir de un «señor de La Mansión» fumador, obeso y que lleva gabardina.
El grandullón, o John, ahora que sé cómo se llama, se aparta y me deja echarle un primer vistazo al Señor Liam Payne.
Ay, Dios mío. El corazón me golpea el esternón y mi respiración alcanza velocidades peligrosas. De repente me siento mareada y mi boca ignora las instrucciones de mi cerebro para que, al menos, diga algo. Me quedo ahí parada, sin más, mirando a ese hombre mientras él, a su vez, me mira a mí. Su voz ronca me ha dejado de piedra, pero verlo... En fin, me he quedado estupefacta, temblorosa e incapaz de dar señales de inteligencia.
Se levanta de la silla, y mi mirada lo sigue hasta que se pone completamente en pie.
Es muy alto. Lleva las mangas de la camisa blanca recogidas, pero conserva la corbata negra, aflojada, colgando delante del ancho tórax.
Rodea el enorme escritorio y camina despacio hacia mí. Es entonces cuando recibo el verdadero impacto. Trago saliva. Este hombre es tan perfecto que casi me resulta doloroso. Tiene el pelo rubio oscuro y da la sensación de que haya intentado arreglárselo de alguna manera pero haya desistido. Sus ojos son verde pardusco, pero brillantes y demasiado intensos, y la sombra que le cubre la mandíbula cuadrada no logra ocultar los hermosos rasgos que hay debajo. Está ligeramente bronceado y tiene el punto justo de... Ay, Dios mío, es devastador. ¿El señor de La Mansión?
-Señorita O'Shea. -Su mano viene hacia mí, pero no consigo que mi brazo se levante y la estreche. Es guapísimo.
Cuando no le ofrezco la mano, se acerca y me pone las suyas sobre los hombros; luego se inclina para besarme y sus labios rozan ligeramente mi mejilla ardiente. Me tenso de pies a cabeza. Noto los latidos de mi corazón en los oídos y, aunque es del todo inapropiado para una reunión de negocios, no hago nada para detenerlo. No doy una.
-Es un placer -me susurra al oído, lo cual sólo sirve para hacerme emitir un pequeño gemido.
Sé que nota lo tensa que estoy -no es difícil, me he quedado rígida-,porque afloja las manos y baja el rostro para ponerlo a mi altura. Me mira directamente a los ojos.
-¿Se encuentra bien? -pregunta con una de las comisuras de los labios levantada en una especie de sonrisa. Veo que una sola arruga le cruza la frente.
Salgo de mi ridículo estado inerte y de repente me doy cuenta de que todavía no he dicho nada. ¿Ha notado mi reacción ante él? ¿Y el grandullón? Miro alrededor y lo veo inmóvil, con las gafas todavía puestas, pero sé que me está mirando a los ojos. Me doy un empujón mental y retrocedo un paso, lejos de Payne y de su potente abrazo. Deja caer las manos a los costados.
-Hola -carraspeo para aclararme la garganta- ____. Me llamo ____ -Le tiendo la mano, pero no se da prisa en aceptarla; es como si no tuviera claro si es seguro o no, pero la estrecha... Al final.
Tiene la mano algo sudada y le tiembla un poco cuando aprieta la mía con firmeza. Saltan chispas y una mirada curiosa revolotea por su increíble rostro. Ambos retiramos las manos, sorprendidos.
-____.-Prueba mi nombre entre sus labios y tengo que recurrir a todas mis fuerzas para no volver a gemir. Debería dejar de hablar, de inmediato.
-Sí, ____ -le confirmo. Ahora es él quien parece haberse retirado a su Nirvana particular, mientras que yo soy cada vez más consciente de que me está subiendo la temperatura.
De pronto, parece recobrar la compostura, se mete las manos en los bolsillos del pantalón, mueve ligeramente la cabeza y se retira hacia atrás.
-Gracias, John. -Hace un gesto con la cabeza al grandullón, que le devuelve una pequeña sonrisa que suaviza sus rasgos duros. Luego se marcha.
Estoy a solas con este hombre que me ha dejado sin habla, inmóvil y prácticamente inútil.
Señala hacia dos sillones de cuero marrón situados uno frente a otro en el mirador, con una mesita de café entre ambos.
-Por favor, toma asiento. ¿Puedo ofrecerte algo para beber? -Aparta la mirada de la mía y camina hacia un mueble con varias botellas de licor alineadas encima. Seguro que no se refiere a algo con alcohol. Es mediodía. Es demasiado pronto incluso para mí. Observo que se queda junto al mueble durante unos segundos antes de volver el rostro hacia mí y mirarme expectante.
-No, gracias. -Niego con la cabeza mientras hablo, por si acaso no me salen las palabras.
-¿Agua? -pregunta con esa sonrisa jugando en las comisuras de su boca.
«Por Dios, no me mires.»
-Por favor. -Me sale una sonrisa nerviosa. Tengo la boca seca. Coge dos botellas de agua de la nevera integrada y regresa hacia mí. Es entonces cuando logro convencer a mis piernas temblorosas de que me lleven al otro lado del despacho, al sofá.
-¿____? -Su voz me atraviesa y me hace titubear a mitad de camino.
Me doy la vuelta para mirarlo. Probablemente sea una mala idea. -¿Sí?
Sostiene un vaso de tubo. -¿Vaso?
-Sí, por favor. -Sonrío. Debe de pensar que no soy nada profesional. Me acomodo en el sofá de cuero, saco mi carpeta y mi teléfono del bolso y los coloco en la mesa que tengo delante. Me doy cuenta de que me tiemblan las manos. Venga, mujer, ¡tranquilízate! Finjo tomar notas cuando se acerca y coloca una botella de agua y un vaso para mí en la mesita. Se sienta en el otro sofá y cruza una pierna por encima de la otra, de manera que un tobillo descansa sobre el muslo. Se recuesta contra el respaldo. Se está poniendo cómodo, y el silencio que se impone entre los dos grita mientras escribo cualquier cosa con tal de no mirarlo. Sé que tengo que mirar a aquel hombre y decir algo en algún momento, pero todas las preguntas habituales han huido, gritando y chillando, de mi cerebro.
-¿Por dónde empezamos? -pregunta. Eso me obliga a levantar la vista y dar señales de que he oído sus palabras. Sonríe. Me derrito.
Me está observando por encima de la botella mientras la levanta para acercársela a esos labios tan adorables. Rompo el contacto visual para inclinarme y servirme un poco más de agua en el vaso. Me está costando dominar los nervios y todavía puedo sentir su mirada. Esto es muy raro. Nunca me había afectado tanto un hombre.
-Supongo que debería contarme por qué estoy aquí. -¡Puedo hablar! Le devuelvo la mirada mientras cojo el vaso de la mesita.
-Ah -dice en voz baja. Ahí está la arruga en la frente. Aun así, sigue siendo guapísimo.
-¿Pidió que viniera yo en concreto? -lo presiono.
-Sí -se limita a responder. Vuelve a sonreír. Tengo que apartar la mirada.
Bebo un sorbo de agua para humedecerme la boca seca y me aclaro la garganta antes de volver a enfrentarme a su poderosa mirada. -¿Puedo preguntar por qué?
-Puedes. -Descruza la pierna, se inclina para dejar la botella en la mesita y apoya los antebrazos en las rodillas, pero no dice nada más. ¿No va a continuar la frase?
-Vale. -Me cuesta mantener el contacto visual-. ¿Por qué? -He oído hablar muy bien de ti. Noto que la cara se me pone roja. -Gracias. ¿Por qué estoy aquí? -Pues para diseñar. -Se echa a reír y me siento estúpida y también algo molesta. ¿Se está burlando de mí?
-¿Diseñar el qué? -pregunto-. Por lo que he visto, todo está más bien perfecto. -Estoy segura de que no quiere que modernice este lugar tan encantador. Quizá no sea mi fuerte, pero reconozco las cosas con clase cuando las veo.
-Gracias -dice con suavidad-. ¿Has traído tu portafolio? -Por supuesto -contesto mientras alcanzo mi bolso. Por qué quiere verlo es algo que no entiendo. No contiene nada que se pareca a este lugar.
Lo pongo sobre la mesita, delante de él, y espero que lo arrastre hacia sí, pero -¡horror!- se levanta con un movimiento fluido, me rodea y sienta su adorable y esbelto cuerpo en el sofá que hay a mi lado. Jesús. Huele a gloria bendita (a agua fresca y mentolada). Contengo la respiración.
-Eres muy joven para ser una diseñadora consumada -reflexiona mientras pasa lentamente las páginas de mi portafolio.
Tiene razón, lo soy. Es todo gracias a que Patrick me dio vía libre en la expansión de su negocio. En cuatro años he dejado la universidad, he conseguido trabajo en una empresa de diseño de interiores consolidada -que tenía estabilidad económica, pero que carecía de un enfoque fresco en nuevas tendencias- y además me he labrado un nombre en la profesión. He tenido suerte y agradezco la confianza de Patrick en mis habilidades. Eso, sumado a mi trabajo en el Lusso, es por lo que estoy donde estoy a los veintiséis años.
Bajo la mirada hacia su encantadora mano. Un precioso Rolex de oro y grafito le adorna la muñeca.
-¿Qué edad tiene? -digo sin pensar. Madre mía. Mi cerebro es un huevo revuelto y sé que acabo de sonrojarme hasta adquirir un tono rojo chillón. Debería mantener la boca cerrada. ¿De dónde diablos ha salido eso?
AlineMickaela1D
Re: MI HOMBRE |LIAM PAYNE & TU|
Deos! Tienes que seguirla.
Asdfghjkls que le dirá Liam. ¿Le dirá que tiene 21?
Me encanta esta novela. Síguela. Si Jesse es sexy. Liam es mucho más. Si esta novela es perfecta con el Ward. Ahora con el Payne será más:3
Asdfghjkls que le dirá Liam. ¿Le dirá que tiene 21?
Me encanta esta novela. Síguela. Si Jesse es sexy. Liam es mucho más. Si esta novela es perfecta con el Ward. Ahora con el Payne será más:3
Leslie Tomlinson
Capítulo 2
Me mira fijamente, sus ojos verdes abrasan los míos. -Veintiuno -responde con cara de póquer.
Me río burlona y él arquea unas cejas inquisitivas.
-Lo siento -murmuro, y vuelvo a mirar a la mesa. Me pone nerviosa. Lo oigo exhalar profundamente y su adorable mano se acerca de nuevo al portafolio y empieza a pasar las páginas otra vez. Mantiene la mano izquierda apoyada sobre el borde de la mesa.
No veo ningún anillo. ¿No está casado? ¿Cómo es posible? -Esto me gusta mucho -dice al tiempo que señala una fotografía del Lusso.
-No estoy segura de que lo que hice en el Lusso funcione aquí -digo con calma. Es demasiado moderno; muy lujoso, pero demasiado moderno.
Alza la vista hacia mí.
-Tienes razón, sólo digo... que me gusta mucho.
-Gracias. -Siento que me suben los colores mientras me estudia atentamente antes de volver a mi portafolio.
Cojo el agua y resisto la tentación de ponerme el vaso en la frente para calmarme, pero casi lo hago cuando su muslo, embutido en los pantalones, roza mi rodilla desnuda. Cambio de postura rápidamente para romper el contacto y, con el rabillo del ojo, veo que en las comisuras de sus labios se está dibujando una pequeña sonrisa de satisfacción. Lo está haciendo a propósito. Esto es demasiado.
-¿Dónde está el servicio? -pregunto al volver a dejar el vaso encima de la mesa.
Necesito ir y recomponerme. Estoy hecha un manojo de nervios. Se levanta rápidamente del sofá y retrocede para dejarme pasar. -Cruzando el salón de verano a la izquierda -dice con una sonrisa. Sabe el efecto que está teniendo sobre mí. El modo en que me sonríe me dice que es consciente de ello. Apuesto a que las mujeres siempre reaccionan así con él.
-Gracias. -Me pongo de lado para poder pasar por el hueco que hay entre el sofá y la mesita, pero se convierte en el más difícil todavía cuando él no hace el más mínimo esfuerzo para dejarme más espacio. Tengo que rozarlo para pasar, y eso me hace contener la respiración hasta que estoy lejos de su cuerpo.
Avanzo hacia la puerta. Tiene la mirada clavada en mí; me siento como si me agujerease el vestido con su fuego. Giro el cuello a un lado y a otro para intentar controlar la piel de gallina que me eriza la nuca.
Salgo a trompicones del despacho y avanzo por el pasillo antes de cruzar el salón de verano y tropezar con unos baños ridículamente pijos. Me abrazo frente al lavabo y me miro al espejo. -Por Dios, _____, ¡contrólate! -le gruño a mi reflejo. -Ha conocido al señor, ¿verdad?
Me doy la vuelta y veo a una mujer de negocios muy atractiva que juguetea con su pelo en el otro extremo del baño. No sé qué decir, pero acaba de confirmar lo que yo ya sospechaba: produce este efecto en todas las mujeres. Cuando mi cerebro fracasa y no consigo decir nada apropiado, me limito a sonreír.
Me devuelve la sonrisa. Se está divirtiendo y sabe por qué estoy tan aturullada. Luego desaparece de los servicios. Si no tuviera tanto calor y no estuviese tan nerviosa, me sentiría avergonzada por lo evidente de mi estado. Pero tengo calor y estoy muy nerviosa, así que me olvido de la humillación, respiro hondo un par de veces y me lavo las manos sudadas con jabón Noble Isle. Debería haberme traído el bolso. Me vendría bien un poco de cacao para los labios. Sigo teniendo la boca seca y eso hace que mis labios se resientan.
Vale, tengo que volver a salir ahí fuera, que me den los detalles y largarme. El corazón me suplica que me relaje. Estoy muy avergonzada de mí misma. Vuelvo a recogerme el pelo, salgo de los servicios y regreso al despacho del señor Payne. No sé si voy a ser capaz de trabajar para este hombre; me afecta demasiado.
Llamo a la puerta antes de entrar y lo encuentro sentado en el sofá mirando mi portafolio.
Alza la vista y sonríe. Ahora sé que tengo que marcharme, de verdad. Me es imposible trabajar con este hombre. Todas las moléculas de mi inteligencia y mis facultades mentales se desvanecen súbitamente en su presencia. Y lo peor de todo es que él lo sabe.
Me arengo mentalmente para animarme y me acerco a la mesa ignorando el hecho de que Payne sigue cada uno de mis movimientos con la mirada. Se reclina hacia atrás en el sofá para que pase por delante de él, pero no lo hago. Me siento en el sofá de enfrente, justo en el borde.
Me lanza una mirada inquisitiva. -¿Te encuentras bien?
-Sí -respondo sin más. Lo sabe-. ¿Quiere mostrarme dónde se encuentra el futuro proyecto para que podamos hablar de los pormenores?
Obligo a mi voz a mostrar seguridad. Ahora sólo debo seguir el protocolo. No tengo la menor intención de aceptar este contrato, pero tampoco puedo marcharme así como así, por muy tentador que sea. Enarca las cejas, sorprendido por mi cambio de estrategia. -Claro.
Se levanta del sofá y da unas zancadas hacia el escritorio para coger el móvil. Recojo mis cosas, las meto en el bolso y sigo su gesto, que me indica el camino.
Me adelanta rápidamente, me abre la puerta y me hace una reverencia galante y exagerada mientras la mantiene abierta. Le sonrío con educación, a pesar de que sé que está jugando conmigo, y salgo al pasillo, hacia el salón de verano. Me tenso en cuanto me pone la mano en la cintura para guiarme.
¿A qué está jugando? Me esfuerzo cuanto puedo por ignorarlo, pero tendría que estar muerta para no percibir el efecto que este hombre tiene en mí. Sé que lo sabe. Tengo la piel ardiendo -seguro que le está calentando la mano a través del vestido-, no puedo controlar la respiración y andar me exige toda mi capacidad de coordinación y de todas mis fuerzas.
Soy patética, y es más que evidente que Payne está disfrutando con las reacciones que provoca en mí. Debo de ser la mar de entretenida.
Enfadada conmigo misma, camino un poco más de prisa para romper el contacto con la mano que mantiene en mi cintura. Me detengo al llegar a un punto en el que hay dos rutas posibles.
Me alcanza y señala el exterior, el césped de las canchas de tenis. -¿Sabes jugar?
Me entra la risa, pero es una risa incómoda.
-No. -Suelo correr y poco más. Dame un bate, una raqueta o una pelota y ya verás la que lío. Ante mi reacción, las comisuras de sus labios forman una sonrisa que resalta el verde de sus ojos y alarga sus generosas pestañas. Sonrío y sacudo la cabeza, admirada ante este hombre glorioso.
-¿Y usted? -pregunto.
Continúa por el recibidor y yo lo sigo.
-No me importa jugar de vez en cuando, pero me van más los deportes extremos.
Se detiene y yo con él. Tiene una forma física y un tono muscular que son demasiado.
-¿Qué clase de deportes extremos?
-Snowboard, sobre todo. Pero he probado el rafting en aguas rápidas, el puenting y el paracaidismo. Soy un poco adicto a la adrenalina. Me gusta sentir la sangre bombeando en las venas. -Me observa mientras habla y siento que me está analizando. Tendrían que anestesiarme para que yo me atreviese con esos pasatiempos que bombean sangre en las venas. Prefiero salir a correr de vez en cuando.
-Extremos -digo sin dejar de estudiar a ese hombre cuya edad desconozco.
-Muy extremos -confirma en voz baja. La respiración se me acelera de nuevo y cierro los ojos mientras me grito mentalmente por ser tan patética.
-¿Seguimos? -pregunta. Percibo la sorna que tiñe su voz. Abro los ojos y me encuentro con su penetrante mirada verde. -Sí, por favor.
Ojalá dejase de mirarme así. Medio sonríe otra vez y se encamina hacia el bar. Saluda a los hombres que he visto antes, dándoles palmaditas en los hombros. La mujer ya no está. Los dos clientes del bar son muy atractivos, jóvenes -probablemente aún no hayan cumplido los treinta- y están sentados en los taburetes mientras beben botellines de cerveza.
-Chicos, os presento a Ava. Ava, éstos son Sam Ketl y Drew Davies.
-Buenas tardes -dice Drew con voz cansada. Parece un poco triste. Su aspecto (es guapo si te gustan los tipos duros) y su carácter me dicen que es inteligente, seguro de sí mismo y probablemente un hombre de negocios. Lleva el pelo negro peinado a la perfección, el traje impoluto y hace gala de una mirada astuta. -Hola -sonrío educadamente. -Bienvenida a la catedral del placer -ríe Sam al tiempo que levanta el botellín-. ¿Puedo invitarte a una copa?
Veo que Payne sacude un poco la cabeza y pone los ojos en blanco. Sam sonríe. Es el polo opuesto a Drew: informal y relajado, con unos vaqueros viejos, una camiseta de Superdry y unas Converse. Tiene un rostro insolente con un hoyuelo en la mejilla izquierda que lo favorece. Sus ojos azules brillan, cosa que lo hace parecer aún más insolente, y lleva el pelo rubio ceniza a la altura de los hombros y hecho un desastre.
-No, gracias -contesto. Mueve la cabeza hacia Payne. -¿Liam?
-No, gracias. Le estoy enseñando a _____ la ampliación. Va a encargarse del interiorismo -dice sonriéndome.
Me río por dentro. No lo haré si puedo evitarlo. De todos modos, se está precipitando un poco, ¿no? Todavía no hemos hablado de las tarifas, de lo que quiere, ni de nada.
-Ya era hora. Nunca hay habitaciones libres -gruñe Drew pegado a su botellín. ¿Por qué nunca he oído hablar de este sitio?
-¿Qué tal el snowboard en Cortina, amigo mío? -pregunta Sam. Payne se sienta en un taburete.
-Alucinante. La forma de esquiar de los italianos se parece bastante a su estilo de vida relajado. -Esboza una gran sonrisa (la primera sonrisa de verdad desde que lo conozco), recta, blanca y exuberante. Este hombre es un dios-. Me levantaba tarde, encontraba una buena montaña, bajaba las laderas hasta que me cedían las piernas, echaba la siesta, comía tarde y, al día siguiente, vuelta a empezar. -Está hablando con todos pero me mira a mí. Su pasión por los descensos queda reflejada en su amplia sonrisa. No puedo evitar devolvérselo.
AlineMickaela1D
Re: MI HOMBRE |LIAM PAYNE & TU|
Asdfghjkls♥
21. Lo sabia. Tonta Rayita que piensa que es mas viejo xD
Tienes que seguirla<33
Mierda. Me encanta!
21. Lo sabia. Tonta Rayita que piensa que es mas viejo xD
Tienes que seguirla<33
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Leslie Tomlinson
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Lun 04 Nov 2024, 9:10 pm por Jigsaw
» outoflove.
Lun 04 Nov 2024, 11:42 am por indigo.
» witches of own
Dom 03 Nov 2024, 9:16 pm por hange.