dear mommy {one-shot.

dear mommy.

Cinco de septiembre, 2005.
Estoy cansado, mamá, cansado y asustado. No he podido conciliar el sueño en estas dos semanas, y el apetito y hambre ya no parecen querer venir por mí.
Me siento fatigado y famélico, pero cada vez que quiero llevar un trozo mínimo de comida a mi boca o cerrar los ojos para, al menos, descansar mi vista, todo lo que puedo ver es a papá.
A papá, sosteniendo una navaja en dirección hacia ti. Al hombre más importante en nuestras vidas, aquel que nos amó por más tiempo del que puedo recordar, con ojos desorbitados y perdidos, llenos de furia y terror. Todavía puedo oír sus gritos, mamá. Me es imposible acallarlos, son demasiado fuertes, demasiado horribles.
Todavía no entiendo que hice mal, que daño causé, para que esto pasara.
Sé que es mi culpa, no trates de negarlo. Mi psiquiatra, la tía Audrey, mi mejor amigo, todos ellos repiten siempre el mismo discurso aburrido: que él estaba enfermo, que nada podía hacerse, que no era culpa de nadie. Pero yo sé más que ellos.
Sigo sin saber, sin embargo, a qué se refieren todos cuando me hablan sobre su enfermedad (esquizofrenia, al parecer); al fin y al cabo, no dejo de tener once cortos años y, por más hechos traumáticos que hayan ocurrido en mi vida, todavía carezco de información sobre enfermedades mentales.
Quisiera ser más fuerte, ¿sabes? Quisiera ser una de esas personas que no se dejan afectar tan fácilmente por las cosas; quiero decir, existe gente en peores situaciones que la mía, y sin embargo siguen adelante con la cabeza en alto.
Yo no soy así. Nunca lo fui.
 ¿Recuerdas cuándo tomé el auto, el año pasado? Salí corriendo por la puerta, y en un impulso tonto, tomé las llaves de tu auto y tuve la brillante idea de conducirlo, ¿lo recuerdas?
Si no lo haces, estoy seguro de que te acuerdas el ruido del motor encendiéndose, las ruedas chirriando en el asfalto por mi falta de conocimiento en coches y un estadillo que indicaba que había chocado contra un árbol.
El dolor de ese momento, mamá, no lo había sentido nunca. Dolía, dolía como nunca había dolido nada; mis brazos, piernas y cabeza estallaban en agonía, pero no tanto como mi pecho, el cuál ardía con cada respiración. Estaba sufriendo, quería que todo terminara.
Al salir del hospital, luego de que me llevaran de urgencia, juré nunca más hacer algo tan tonto como eso, porque no quería volver a experimentar esa clase de dolor.
Desde ese momento, fui precavido, cuidando siempre de mí.
Pero puedo jurar, por la peluca de la abuela Marvel, que eso no fue nada comparado con la agonía de aquella interminable noche.
Nada, mamá.
Los gritos desenfrenados de papá, y luego los tuyos… la sangre cubriendo tu abdomen, manchando el cuchillo clavado allí; la sangre en la cabeza de mi progenitor, en el momento en que la policía le disparó… y yo, cubierto en algo rojo y espeso que no podría decir bien que era, ya que estaba ahogándome en mi propia culpa y dolor y agonía.
Todo mi culpa, todo. Si no hubiese insistido en ir hacia la cocina, para descubrir la razón de aquellos sonidos extraños…
Lo siento. Lo siento tanto. Nunca quise que esto pasara. Lo siento.
Sé que eso no traerá de vuelta a papá, o a ti, pero es lo único que puedo decirte.
Te amo, mami, te amo tanto. Y no me importa que ya no estés conmigo, porque sé que ahora te encuentras con papá, sano y feliz. Me los imagino tomados de las manos, bromeando sobre quién se quedaría con Brad Pitt (quién quiera que sea él) si lo vieran, como solían hacerlo… y yo estaré allí pronto; lo prometo.
Nath. 
Posdata: Por si no les ha quedado claro… los amo, los extraño; estaré allí con ustedes pronto.


Nathaniel leyó aquella carta en voz alta, por segunda vez, frente a las tumbas de sus padres (las cuales habían sido ubicadas una al lado de la otra). Las lágrimas, antes acumuladas en sus ojos, caían lentamente por sus mejillas.
No se molestó en quitarlas de allí, él las dejó correr por su rostro hasta que llegaban al papel arrugado y amarillento, manchándolo aún más.
Habían pasado diez años, pero el tiempo no borraba el dolor que sentía cada vez que volvía allí, claro que no.
Se levantó lentamente del piso, en el cual estaba arrodillado, y susurró las mismas palabras de siempre: “los amo, los extraño; pero no planeo verlos en un largo tiempo”.
Sonrió levemente luego de decir esto, y dio media vuelta, alejándose.
Y al ver su auto, estacionado en el cementerio, con su prometida y sus mejores amigos dentro de él, no pudo evitar pensar cuán agradecido estaba de que su tía Audrey hubiera tirado a la basura la pistola del tío Brett, diez años y dos semanas atrás.