Double Rainbow

QUE, YA ME VA A TOCAR, QUE

¿Alguna vez han perdido algo tan importante que… algo como que vuestras vidas dependían de ello y sin este algo no sería la misma? Espero comprendan a lo que me refiero, Zeevth lo entiende porque ha pasado por esto muchas veces. Este vacío que se siente en el corazón, como si te faltara una pieza que te hace extrañar aquella punzada en el estómago que te llegaba al estar feliz. No violenta ni dolorosa, de hecho muy reconfortante y que te hacía sonreír por simple inercia, mezclada con la emoción y ansiedad.
En fin, es bastante patético explicarlo ahora.

Desde lo sucedido con Faith pasaba seguido por el ciclo de emociones como el enfado, recriminación, nostalgia, esperanza, desesperación, nostalgia, enfado, recriminación. Lo curioso de que se deshagan de ti generalmente, y que se deshicieran de él las mujeres con las que más se encariñaba en particular, era lo tremendamente monótono que resultaba.

Si alguna vez han visitado a un psicólogo sabrán que estos intentan, desesperadamente, conectar los problemas del paciente con la raíz de este: los padres, la familia o entorno en que crecieron. Varios asesinos en serie resultaron de tal forma por problemas desde el nacimiento, por ejemplo: Charles Manson fue hijo ilegítimo de una joven adolescente de diecisiete años. Nunca supo quién era su padre biológico por lo que Manson solía referirse a su madre como “una prostituta de diecisiete años”. Su madre pasó cinco años en la cárcel y al salir se volvió alcohólica. Infancia terrible. Asesino y cabeza de una secta igualmente terrible. Ed Gein, hijo de granjeros, con un padre alcohólico y madre religiosa. Cuando sus padres discutían, que solían hacerlo con frecuencia, el hombre se emborrachaba y maltrataba a sus dos hijos. Desde el primer momento, la vida de Ed estuvo completamente dominada por su madre, quien se había prometido a sí misma que su hijo no sería nunca como esos hombres lascivos, ateos y alcoholizados que veía a su alrededor. Resultado: un terrible psicópata que convirtió su granja en un matadero humano. Ted Bundy, hijo de una joven soltera que provenía de una familia puritana. Rechazado por ella durante los primeros años de su vida por ser hijo ilegítimo, fue considerado como una vergüenza para la familia. Terminó asesinando a catorce personas. ¿Qué tienen todos ellos en común? Madres terribles. Justo como Zeevth.

No la culpaba, incluso cuando se lo mereciese, intentaba no hacerlo porque a fin de cuentas era su madre. Lo trajo al mundo, aunque él no se lo haya pedido; lo conservó, inclusive cuando él hubiera preferido ser abandonado; lo crió, y sé que no hizo un buen trabajo, pero por lo menos trató.

Cinco intentos de suicidio, drogas (medicadas y no medicadas), múltiples cortadas, problemas psicológicos y completo desinterés por su hijo, así es Lyla Zdunich y es eso lo que está registrado en su historial dentro de ese hospital de paredes blancas.

Entonces Zeevth, o como prefiere que le digan, Zeth (porque no le ve necesidad a la “e” demás y a la “v”) no tuvo los mejores inicios, pero ¡hey! por lo menos no es un delincuente. Muy lejano a serlo. Su tía Solange solía decirle que “una actitud positiva puede arreglarlo todo.” Al principio supo que era una mentira más por parte de la mujer, como esa vez que a su madre le dio la primera sobredosis. Él tenía siete años. “Tu madre está muy cansada, Zeth. Pero estas personas la harán despertar.” había dicho entre sollozos cuando él veía como unos paramédicos se la llevaban a la ambulancia. Sin embargo, creer en las mentiras de Solange resultaba mejor a que le dijeran “Tu madre ha tenido una sobredosis y posiblemente no despierte, debes saber que esto es culpa tuya y de nadie más.”

Sonreír y preocuparse por los problemas ajenos en lugar de los propios era su escape, intentar salvar a los demás le reconfortaba de cierta forma… y es por esto que sus parejas sentimentales eran las chicas con problemas más deprimentes que pudieses encontrar. Abusadas, deprimidas, alcohólicas, etc. Zeth sentía que si no pudo ayudar a su madre, por lo menos podía hacer algo con esas chicas y evitarles tan terrible y predecible final.

Así llegamos a Faith, su próximamente ex esposa. “Ex”, era doloroso incluso pensar en aquella palabra, intentaba constantemente evitarlo, pero no siempre puedes huir de lo inevitable. Muchas cosas le advirtieron que tratar a la rubia, en un principio, era tremendo error; enamorarse de ella fue terrible; casarse a los diecinueve años resultó aún peor; creer en todo lo que le decía y prometía fue igualmente malo. Es decir, si te ha sido infiel dos veces ¿qué te asegura que no volverá a pasar una tercera? Pero el amor que creía tenerle le había cegado, confiaba fervientemente en todo lo que le dijera. Tenía fe en Faith.

“Ella realmente lo siente, es débil… todos lo somos.” Intentaba convencerse más a sí mismo que a los demás. Lo curioso es que a pesar de todo eso (las infidelidades, las crisis de su madre, los seis meses en los que estuvo negándose a firmar los papeles de divorcio), Zeth no había llorado, ni una sola vez, en cinco años. Comenzaba a creer que a lo mejor algo andaba mal con sus conductos lacrimales, pero no. Realmente no entendía el punto de llorar. De hecho, sentía que el llanto era casi −aparte de las muertes de parientes o lo que sea –evitable si seguía dos simples reglas: 1. Que no le importase demasiado. 2. Debía callar. Todas las desgracias que le sucedieron son menos comparadas a las de otros.

Hattie, su única amiga –probablemente, después de lo ocurrido con Faith le había enumerado varias razones por las cuáles él no tenía la culpa de su fallida relación:

1) Ella era, es y siempre será una puta.
2) Tenía problemas emocionales incluso antes de conocerte.
3) Dejó la preparatoria porque ser alcohólica y drogadicta le parecían un mejor pasatiempo.
4) Sin ofender, pero era un poco obvio que mientras tú te matabas estudiando y trabajando, ella hacía lo que se le viniese en gana. Si necesitaba algo, pues solo debía pedírtelo.
5) Finalmente, no puedes salvar a todos, Zeth. Así como no debes estar siempre al pendiente de los demás, necesitas pensar en ti de vez en cuando.

Batió por enésima aquel café que Hattie le había traído hace un cuarto de hora. Pensar en lo que hizo mal, últimamente, era una forma de pasar el tiempo mientras ordenaba todo lo que debía hacer en el día. Tenía clases desde las siete treinta de la mañana, una hora de descanso (que debía ser para almorzar, pero en realidad lo usaba para batir café y culparse a sí mismo), a la una de la tarde debía presentarse para las clases de asesoría que daba en la universidad, luego a eso de las cuatro treinta debía estar en el hospital para sus horas de trabajo dirigido, a las siete de la noche ayudaba a su tía con los quehaceres restantes en la tienda de música (los fines de semana se pasaba la mañana y media tarde en la tienda) y finalmente llegaba a ese enorme departamento que se ingeniaba para pagar, como a eso de las diez cuarenta y cinco; terminaba los deberes de la universidad casi a la una de la madrugada y dormía como máximo cuatro horas entre pensar y el insomnio. A pesar de todo eso, Zeth siempre se presentaba con una sonrisa y el mejor ánimo posible al día siguiente.

“Dios, debes detenerte.” Le reclamó su subconsciente imitando el tono que Faith solía usar al exigirle que dejara de ser tan… entregado. Entonces desvió su atención al lugar en el que se encontraba. La cafetería estaba a un par de calles de su casa. Se llamaba Ragsdale Sweet Corner, se servía el mejor café de Chicago solo porque Hattie trabajaba ahí, pero eso era algo que no le importaba para nada a Zeth, porque no le gustaba el café. Le gustaba la idea del café –una bebida caliente que te da energía, que se ha asociado durante siglos a gente sofisticada e intelectual. Pero el café en sí le sabía a bilis cafeinada estomacal. Esto no tiene importancia de no ser porque Faith bebe café solo. A ella le gustaba el sabor del café como le gustaba hacer sentir a Zeth: amargo.

—Sabes que batirlo tantas veces no hará que se convierta en otra cosa, ¿verdad? —La dulce voz de su pelirroja amiga hizo que detuviera tan molesto hábito.
—No lo sé, intentaba probar si realmente tenía poderes sobrenaturales. —Respondió el peli-negro encogiéndose en su asiento.
—Así que poderes sobrenaturales. —Repitió inocentemente.
—Sí, eso mismo, Hattie. Creo que debo tenerlos si he logrado un mínimo avance con Caprice.
—¿Caprice? —Preguntó la pálida chica sentada frente a él.
—Cierto, no te he contado de ella. Bueno, no es gran cosa realmente, solo una chica más a la que ayudo en la universidad.
—Creo que si fuera una chica más, como dices, ni te molestarías en hablar de ella. —Comentó ella sonriendo sin mostrar los dientes.

Y tenía razón, por lo general, Zeth no hablaría de sus asesorías con Hattie, sus conversaciones se limitaban a platicar de cómo se sentía ella o sobre problemas ajenos, pero nunca las asesorías.

—Oh no, no es nada más. —Se apresuró a responder. —Aunque admito que cuesta tratarla.
—Vamos, Zeth. Han pasado seis meses, debes superarlo. Si Faith ha seguido con su vida, igual puedes hacerlo tú.

Pero no, uno no simplemente “supera” cosas así. Este tipo de situaciones son las que te marcan de por vida. Superarlo implicaba olvidar y por más que doliera, Zeth no quería hacerlo.

—Así que… ¿cuándo debes reunirte con ella para firmar los papeles? —Decía Hattie jugando con sus manos y evitando el contacto visual a toda costa, entonces Zeth supo que le tenía lástima.
—En una semana. —Decía poniéndose de pie y sacando un billete arrugado de cinco dólares del bolsillo de su enorme chaqueta negra. —Y sí, Hattie, estaré bien. —Dejó el billete sobre la mesa y adelantándose a la pregunta obvia se marchó sin esperar el cambio.
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Por lo general no solía sentir culpa, de hecho le importaba poco. Pero desde que Ayrton se había mudado a Chicago, no podía evitar sentirse como un deshecho humano, posiblemente debería detenerse, pero estas ganas de importarle a los demás eran más fuertes que su propio sentido de moral.

“Importar”. Lo que más quería Amara era importarle a los demás. No ser famosa como su madre quiso, ni ser reconocida como su padre había intentado que fuera. Simplemente deseaba importar. Ser recordada, sentimentalmente. Y aunque Ayrton la hacía sentir especial y que era la única, lastimosamente aún le faltaba algo.

“Amara, una mujer debe saber cómo dejar una marca en el corazón de los hombres. No importa cómo lo consigas… pero recuerda que eres una dama y mientras los demás lo crean, puedes hacer lo que se te plazca.” Solía decirle su madre. La castaña tenía clase, por supuesto, pero eso no le quitaba lo puta… y está mal referirse a una mujer así, pero lo era y lo sabía a la perfección.

Pensó que al estar con Ayrton dejaría de buscar afecto, y funcionó por unas semanas, pero las relaciones a distancia son complicadas y por mucho que quisiera al chico, necesitaba sentirse querida por otros. Por supuesto que le importaba y se preocupaba por él, había llegado a agarrarle un tremendo cariño y no quería dejarlo ir… pero eso no significaba que haría algo para que él siguiera amándola. Forma de evasión número uno: que se aburran de ella. A lo mejor y así no se sentiría tan culpable cuando él la cortara… y lo dejaría hacerlo porque se lo merecía, nunca antes le había dado el placer a un chico de terminar con ella así que Ayrton debía ser muy importante como para permitirle eso. Como fuera el asunto, no quería preocuparse por sus problemas, de momento.

Dejó su abrigo en el perchero y subió las escaleras de dos en dos. Se detuvo en el pasillo cuando otra punzada de culpa la invadió. Se fijó en el reloj frente a ella, más de un día sin haberle hablado. Suspiró cansada y con el teléfono celular en mano buscó entre sus contactos y le mandó un texto rápido.

“Espero que hayas tenido un buen día. Te he extrañado.”

—Conejita, te invitaré a cenar. —Dijo la castaña entrando a la habitación.
—Por amor a… ¡Amara! —Exclamó la rubia girándose sobre su silla.
—Vamos, muero de hambre. —Abrió el closet y empezó a rebuscar.
—Estoy pensando seriamente en poner una alarma, por lo menos así sabría cuando llegas.
—Admítelo, adoras que entre a tu casa sin preguntar. —Indicó sacando un sweater rojo vino del armario. —Por cierto, deberías cambiar de lugar la llave que está bajo el macetero, es muy predecible. —Se inclinó buscando un par de botas para luego dejarlas sobre la cama.
—Lo tomaré en cuenta. —Contestó poniendo los ojos en blanco. —Y gracias por la oferta, pero no tengo hambre.
—Oh, vamos Bunny. Sabes que no me gusta comer sola. —Suplicó, en cierta forma, la oji-verde. —Anda, yo invito.
—Que dulce, pero ¿por qué no vas con Ayrton o Dante?; además, son casi las once de la noche.
—No he hablado con Ayrton desde ayer. —Confesó mordiéndose el dedo pulgar. —Sentimiento de culpa… y Dante no es la mejor opción, intento dejarlo descansar.
—Así que lo volviste a hacer.
—Tengo poca fuerza de voluntad. —Se encogió de hombros.
—Mucho cuidado, mujer. Algún día podría enterarse. —Bunny usaba el tono de regaño. —A todo esto, detente. Lo que haces está mal y lo sabes.
—Mi padre solía decir que uno puede ser tan infiel como quiera, siempre y cuando no lo descubran. Ah, siempre quiso que fuera más astuta y es lo que intento.
—Tu padre creía que las mujeres solo servían para el sexo y el hogar. —Le recriminó mientras tomaba la ropa y se sentaba junto a ella.
—Un hombre con errores, como todos.
—Siempre con excusas ¿eh?
—Venga Bunny, basta de regaños. —La codeó torpemente. —De regreso te compro caramelos.
—Está bien. —La rubia suspiró cansada mientras se dirigía al baño. —Por cierto, ¿cómo vas con el tema de Dante?
—Maravilloso.
—Entonces todo mal. —Dijo condescendiente saliendo del baño.
—Hago mi mayor esfuerzo y como sabrás, no es mucho.
—Amara, en algún momento tendrás que superar ese enamoramiento. —Comentó mirándola por el espejo. —Tienes novio y decenas de “amigos.” —Enfatizó.
—Te lo conté porque eres mi amiga, no para que me recrimines cada que puedes.
—¿Cuánto llevas con eso? ¿Diez años?
—Doce, de hecho.
—Vaya. Y él ni cuenta se ha dado.
—Intento ser astuta, qué puedo decir. —Asintió complacida.
—En fin, estoy muy cansada como para discutir. ¿Nos vamos?
—Genial. —Se incorporó de un respingo. —Me gustas más así, conejita. —Dijo enganchándose del brazo de la rubia.
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Desde que tiene memoria, siempre fue un chico muy listo. No de esos genios o niños prodigios, simplemente listo. Tenía facilidad para algunas cosas, así como también tenía dificultades en otras (aunque estas últimas eran muy escasas). Si surgían dudas con algo o necesitabas respuestas, solo debías acudir a Lennox Newton. Quizá por esta manía de mr-know-it-all, sus relaciones no duraban… y no era solo por eso, también tenemos su lado fatalista-realista.

Estaba convencido de que el comportamiento romántico era básicamente monótono y predecible, y que por lo tanto uno podía deducir lo que pasaría en la historia de cualquier pareja. Tenía experiencia. Esta chica, Sarah. Muy bonita, cuerpo increíble, bastante sensible para su gusto, aficionada con los animales y vegetariana acérrima. Desde la primera cita, Lenny se planteó razones por las cuales terminarían:

1) Él no es del tipo de personas que son abiertas respecto a sentimientos así que quizá algún día, Sarah estaría deprimida y él intentaría animarla, y sería un fracaso rotundo; entonces, ella le pediría que fuera más sensible. Él le daría varias explicaciones de por qué ser sensible es signo de debilidad, ella se molestaría y terminaría con él argumentando que necesita más y que hasta que él se encuentre a sí mismo, lo de ellos no podría funcionar.
2) Tarde o temprano descubriría que él es alérgico a cierto tipo de animales, pero ella lo tomaría como un insulto y lo acusaría de insensible con la madre naturaleza y su creación. Lenny le explicaría su situación médica y que no era culpa suya, sino de la genética. Ella lo llamaría esclavo de la ciencia y terminaría con él objetando que necesita a alguien que logre conectarse con la naturaleza y no solo piense en datos científicos.

Por eso la gente crece cansada de escuchar a chicos como Lenny, obsesionados con sus problemas: que se deshagan de ti es predecible, repetitivo y aburrido. Quieren seguir siendo amigos; se sienten agobiados; siempre son ellos y nunca tú; ha terminado para ellos y solo acaba de empezar para ti. Y en la mente de Lenny, al menos, había una profunda repetición: cada vez, él se deshacía de las chicas antes de dejar de gustarles. Con cada una sacaba la misma conclusión. No era lo suficientemente guay o atractivo o inteligente como de seguro ellas esperaban–en definitiva, no era lo suficientemente importante. Y eso le pasaba una vez y otra y otra, hasta que se aburrió. Pero la monotonía no promueve la ausencia de dolor, lo incrementa.

Entonces ¿qué le quedaba? ¿debía tener citas eternamente sin ninguna esperanza de una relación estable? De simple pasada, esa no era mala idea. Era bueno atrayendo a los especímenes femeninos, de eso no había duda. Pero ninguna resultaba interesarle en particular, además de Breenya Sunday, claro. Así que la situación sentimental de Lennox Newton requería de un análisis más profundo.

Así llegamos al siguiente punto, Breenya Sunday. Su eterno crush. Ava lo había llamado “acosador” al descubrir más de treinta y seis fotos de la castaño-rojiza hermana de Emmet, en una de las muchas cámaras del peli-negro. Lenny solo atinó a mirarla divertido y le inventó que se trataba de un proyecto de su clase de fotografía. “Así como tú debes aprender a hacer un suflé sin que se desinfle, yo debo retratar la angustia. Créeme, fuiste mi primera opción, pero creo que ya te he usado en muchos proyectos.” Se ganó un buen golpe por parte de su hermana, pero esta no volvió a tocar el tema.

Seis años. Llevaba seis años con aquella mezcla de sentimientos que le ocasionaba su día soleado (no era domingo porque los domingos lo deprimían, no solo a él, sino a Ava también. Los domingos, sin duda, eran de esos días en los que debías permanecer, por lo menos, a un radio de veinte metros de los hermanos Newton.)

La vio por primera vez el día que cumplió quince años, pensó que a lo mejor era un regalo de las deidades. Ava y él llegaban tarde por tercera vez en el mes así que no los dejaron entrar al salón; entonces, se sentaron en la entrada del instituto esperando que el tío Brendon llegara para hablar con el director. Ava culpaba al taxista, Lenny a la señora delante de ellos que conducía como si estuviera teniendo un ataque de epilepsia… de repente, de una camioneta negra, bajó esta chica que, a diferencia de las demás adolescentes de esa edad, no llevaba maquillaje. Nadie parecía más hermosa sin maquillar que Breenya. Nunca llevó, y nunca lo necesitó.

La dulce muñeca de piel como la porcelana se les acercaba y el corazón de Lenny apresuraba su ritmo. “Es un lindo día, ¿no lo creen?” Había ironizado ya que el cielo de Chicago no podía lucir más gris. Ava soltó una carcajada y él solo la siguió con la mirada. Dios, la forma en la que mechones castaño rojizos tocaban su rostro cuando el viento soplaba mientras caminaba con el muchacho que, luego supo, era su hermano, resultaba encantadora. Entonces lo supo, todos los caminos que tomase lo llevarían a ella. Era el nexo de todas las conexiones que su cerebro hacía.

Y el tiempo trascurrió… y Lenny no intentó ni una sola vez ser más cercano a ella porque más tarde ese día se llevó la sorpresa de que Bree no estaba sola, se había mudado con su hermano y con su novio hace un par de días. Aquí era cuando su teoría sobre las parejas entraba en su margen de error, Xavier y Breenya llevaban varios años juntos y ni una sola vez los vio con intenciones de terminar, exceptuando, por supuesto, la reciente enfermedad que aquejaba al chico. Posiblemente esa teoría solo se aplicaba a sujetos llamados “Lennox”.

Se dejó caer sobre la silla agotado por no haber dormido lo necesario, cosa que tuvo su recompensa porque fue de los primeros en terminar la prueba. Pero bien, estaba en segunda clase y aún le quedaban dos horas más antes de irse a las clases de fotografía. Reprimiendo un bostezo sacó de su maletín aquel libro con el que el señor Hitchcock había estado torturándolos por ya dos semanas.

―Romeo sacrificó su vida por una chica a la que apenas conocía. Patético. ―Señaló el Sr. Hitchcock.
―No podría estar más en desacuerdo. ―Comentó Lenny levantando la mano. ―Romeo la amaba, sin importar lo poco que supiera de ella. ―Hizo un ademán con la mano. ―Aun así él hubiera dado su vida porque no quería que vivir en un mundo sin ella. ―Calló unos segundos. ―Quizá ambos tenían problemas psicológicos que nadie, excepto ambos, entendían. Pero no es patético, en absoluto. Se llama estar enamorado y eso, señor Hitchcock, es trágico y hermoso.
―No esperaba menos de usted, señor Newton. ―Respondió complacido el hombre canoso.

Había hecho su aportación diaria a la clase, ya podía desconectarse del resto por lo que quedase del periodo.

Caminando por el campus divisó a Bree que, con paso apurado, se dirigía a la camioneta negra de su hermano. Iba a ver a Xavier, era seguro. Probablemente debería ofrecerse a acompañarla un día de estos… pero recordó que sus conversaciones-no-existentes se basaban en un intercambio de miradas y sonrisas fugases que la chica de ojos color avellana le regalaba. Sacó su cámara intentando enfocarla antes de que subiese al automóvil.

―¿Capturando al día soleado? ―Lenny sabía muy bien a lo que se refería. Vaya, después de tanto tiempo el tema salía a relucir.
―Te he dicho, decenas de veces, que no debes interrumpirme cuando tomo una fotografía. ―Se giró a verla suspirando frustrado.
―Lo siento, solo intentaba…
―Alegrarme, lo sé. Perdona. ―Despeinó su cabello agradeciendo ser más alto.
―Así que… se te escapó otra vez, para variar. ―Señaló observando al auto desaparecer al doblar la esquina.
―Ava, no estas ayudando. ―Se cruzó de brazos mientras negaba levemente con la cabeza.
―Lenny, no tienes sentido del humor. ―Dijo imitando la posición de su hermano. Lenny no pudo evitar sonreír ante esto.
―Como sea, ¿te parece si Calor, tú y yo vamos a comer algo? ―Ava aceptó gustosa. ―Por cierto, no quiero que pidan agua de nuevo.
―¿Por qué?
―Es un mito. ―Señaló. ―¿Sabías que lo de los ocho vasos al día es una tontería y que no tienen ninguna base científica? Muchas cosas son así.
―¿Entonces lo asumen y ya?
―Exacto. ―Pasó un brazo por sobre los hombros de su hermana y siguió hablando mientras caminaban. ―Todo el mundo asume directamente que cosas así son ciertas, porque la gente es básicamente perezosa e incuriosa, que por cierto es una de esas palabras que suena como si no fuera una palabra, pero lo es. No hay razón alguna para beber ocho pasos de agua al día a menos que, por cualquier razón, te guste particularmente el sabor del agua.
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Llegaba tarde. Por primera vez en sus veintidós años de existencia, este chico Dzvezda llegaba tarde. Puede que esté dramatice, pero con padres así es comprensible que sus hijos estén tan dañados. Ya escuchaba la molesta voz de su padre echándole en cara que no era lo suficientemente cuidadoso como Ayrton, o que no se preocupaba como Heath. Pero Grayson no había salido tarde de casa, lo que lo entretuvo fue haberse reunido con Paige antes de entrar a clases. Siempre era lo mismo: se encontraban, besos, risas, malas bromas, exigencias, problemas, palabras duras, gritos, más gritos y ambos se iban molestos. A veces, muchas de hecho, se cuestionaba la razón por la que seguían juntos… para empezar ¿por qué eran pareja?

Respiraba agitadamente buscando el salón que tuviera el número que se mostraba en su horario. Cuando por fin lo encontró sintió ansiedad al ver que estaba lleno, rogaba porque no hubiera empezado la clase.

— ¿Me puedo sentar? —Preguntó porque sólo el puesto junto a esta chica estaba libre. La muchacha de pelo negro y corto ni siquiera lo miró.
— ¿Acaso es mío el puesto? —Maravilloso, Grayson no podía estar más complacido con aquella actitud. Justo lo que necesitaba después del sermón de Paige. Confío en que noten el sarcasmo.
—No lo sé. —Comentó. —Dime tú. Es decir, parece que tienes estas ganas de tenerlo todo así que no me sorprendería que lo hayas comprado. —Bromeó.
—Quizás hasta lo compre, si eso evita que alguien como tú se siente junto a mí. —Ante esto solo viró los ojos.
—Podría hacerte una muy buena contra-oferta, si eso me permite comprarte ambos asientos.
— ¿Y perderme la clase como casi hiciste tú? Ni por todo el dinero del mundo.
—Hey. En mi defensa, aún no me acostumbro al cambio de hora. Por otro lado, solo pon un precio. —Explicó.
—No te pregunté la historia de tu vida, gracias. —Comenzaban a atraer la mirada de los demás. —Por otro lado, se nota de sobremanera que eres un típico adolescente que raya del molde y además retrasado, porque no entiendes que no te vendo mi jodido puesto.
—Honestamente, saber la historia de mi vida es mejor que seguir discutiendo sobre un simple puesto. —Se descolgó el maletín y lo puso sobre el pupitre. —Y si empiezas a analizarme... de verdad, no creo que te alcance el tiempo.
—Si ambos ya han terminado de discutir, ¿podemos dar inicio a la clase? —La gruesa voz de quien supuso era el maestro calló a ambos.

Grayson se sentó apenado. Su, ahora, compañera lo miró por primera vez en toda la conversación. Escuchó un suspiro amplificado.

—Tú tenías qué responder en primer lugar. Pudiste haberte sentado resignado y evitarnos esta escena.

El semi rubio evitó mirarla. Con la vista en el pizarrón acrílico, pero la mano garabateando quién sabe qué en una hoja que no recuerda haber sacado, sonrió para sí mismo. Ahora, lo de escribir mientras no mira la hoja es una de sus muchas habilidades. Cuando tenía once años sus padres se quejaban de la mala caligrafía del niño así que le impusieron un maestro para que lo ayudara con esto. Fue inútil al principio porque Grayson se sentía presionado y eso no ayudaba a que mejorase su letra. Así que una tarde al tutor se le ocurrió un nuevo método. Le pidió que lo mirara, pero igual tomara notas sobre la historia que iba a contarle. La regla de principal era nunca quitase la vista para mirar la hoja.

—¿Y evitarme esta preciosa primera charla? —Comentó sin despegar la vista del pizarrón. —No. Creo que fue bueno. Para ambos.

La chica se acercó confiada y garabateó algo en la esquina de su hoja.—Mucho gusto. —Desvió la mirada y regresó a su actitud fría.
Grayson revisó el cuaderno, decía: "Caprice Clifford." Sonrió ampliamente hasta que sus hoyuelos quedaron en total evidencia.

—Increíble. ―Sacó de la mochila un rotulador para precios de supermercado. Siempre llevaba uno con él. Al vivir con personas que jamás piden permiso, debe tener sus cosas bien marcadas. Tomó la mano de Caprice y le adhirió un pedazo de papel fosforescente. Claramente se podía leer"Propiedad de Grayson Dzvezda. No tocar." —Igualmente, C.C. —Viéndole el lado positivo, ya había hecho una nueva amiga.

Al salir de la clase, Caprice y Grayson caminaron juntos sin dirigirse la palabra. Ella se detuvo de golpe y Grayson la siguió, Caprice se quitó la etiqueta de la mano y la puso en su maletín. El semi-rubio arrugó la nariz, del mismo bolsillo que unas horas atrás volvió a sacar el rotulador y dejó otra etiqueta en la mano de Caprice reemplazando la que ahora estaba en su maletín.

—La siguiente va en la frente ¿entendido? —Le advirtió comenzando a caminar.
—Eres un idiota. —Caprice dejó escapar una risilla para luego seguirlo.
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Todos en la universidad parecen tener actividades extracurriculares.
La de Bree consistía en ir al hospital.

Desde lo de Xavier, cada día era lo mismo. Se levantaba a las seis y preparaba el desayuno, ordenaba sus planos o proyectos para la universidad en lo que se hacían las siete porque a esa hora comenzaban las visitas en el hospital. No tenía clases hasta las ocho treinta por lo que eso le dejaba tiempo para ir con Xavier y llevarle algunos pastelillos de la cafetería donde trabajaba Hattie. Para suerte suya, el hospital solo quedaba a quince minutos de la universidad. Tenía clases a hasta la una de la tarde, cuando estas terminaban salía apresurada al estacionamiento donde siempre la esperaba Emmet para llevarla al hospital. El horario de visitas solo los dejaba quedarse hasta las ocho de la noche por lo que saliendo del lugar iban a comer algo porque… atentos a esto, los Sunday nunca cenaban en casa, era de esas cosas que preferían evitar a toda costa. Fue en una cena cuando Xavier les había informado su situación.

Por lo general, al enterarse que un ser amado está viviendo sus últimos meses, las personas se vuelven más apegadas a este, eso no pasó con el muchacho, de hecho, todos evitaban verlo ya que era tan doloroso que alguien tan bueno como él estuviera atravesando esto que prefirieron dejarlo. “Todos manejan el dolor de forma diferente.” Había dicho Xavier al solo recibir la visita de tres compañeros en su primera semana en el hospital. “Está bien, Bree. De verdad lo está.” Pero no, por primera vez en veinte años, Breenya Sunday le había deseado el mal a los demás.

Los días pasaban y la salud de la persona que amaba se iba deteriorando de a poco. Unos días eran mejores que otros, sí; pero, otros días las cosas empeoraban. “No hay gloria en la enfermedad. No hay honor en morir de ello, Bree.” Xavier estaba sintiéndose deprimido últimamente. Lo único que le quedaba a la castaño-rojiza era pasar el mayor tiempo posible con quien le había dado los mejores y más felices años de su vida. Xavier había sido para ella de lo más hermoso y maravilloso que el universo pudo darle. Lo amaba con cada célula de su cuerpo y sentía que cuando llegase lo inevitable, no lograría concertar una vida sin él.

Las esquinas de sus ojos que se humedecieron la primera vez que él le dijo “Te quiero.”; la rapidez y suave seguridad con la que ella le respondió “Yo también te quiero.” hicieron que Xavier sonriera de una forma especial que Bree siempre atesorará.

—Sé que lo pregunto siempre y que de seguro está cansado de lo mismo, pero ¿hay alguna mejora? —Ante la negativa del doctor de Xavier, solo suspiró bajando la mirada. Regresó a la habitación fingiendo una sonrisa. —¿Cómo es que logras hacer que te ame cada día más? —Decía acariciando la pálida mano del chico.
—Así como tu logras verte más hermosa cada que sale el sol. —El tono de Xavier se escuchaba más debilitado.
—Cuando salgas de aquí debemos ir a de vacaciones a California, he oído que la cirugía plástica está mucho más barata así que podremos ir a ponerle un mejor rostro a Emmet. —Bromeó. Él soltó una carcajada reprimiendo el dolor que le ocasionaba reírse, pero no quería que Bree se diera cuenta.
—No creo que te guste llevar un ataúd a California.
—Xavier…
—Lo siento, hermosa. Solo… quiero que aceptes que pasará. —Decía acariciando la mejilla de Bree.
—Y yo no quiero que pienses en eso. —Contenía las ganas de llorar, eso lo preocuparía.
—Breenya Sunday. Eres la mujer con la que siempre quise pasar el resto de mi vida. Ahora que el tiempo se me ha reducido solo me queda atesorar cada momento. —Entonces no pudo más y lloró. En todos esos meses, había llorado cientos de veces y cada una se sentía peor que la anterior.

Grayson debía recoger unos papeles que su padre, tan gentilmente, le había pedido y el pabellón de Psiquiatría estaba a tres pisos más arriba, en lo que llegaba se dedicó a hacer su ronda diaria por el pabellón de terminales que llamaba “donde la esperanza muere” Cada día había algún cambio, pero en la habitación 8B, siempre veía a las mismas personas y siempre se detenía a observar lo que pasaba por como diez minutos. Ahora estaba esta chica que le recordaba a un pastelillo.

Se le quedó viendo durante mucho tiempo y una lenta sonrisa se arrastró sobre el rostro de la muchacha. Su cara entera cambió al sonreír ―su ceja elevándose, sus perfectos dientes mostrándose, sus ojos arrugados, una sonrisa que nunca había visto o nunca notó. Se hizo bonita tan de repente que le resultó un truco de magia, ”pero no es como si me gustara o algo” pensó. “No quiero sonar como un idiota, pero ella no es realmente mi tipo. Ni la conozco.” Grayson tenía esta manía de hablar consigo mismo. “Su cabello es como desordenadamente ondulado y la mayoría del tiempo se la pasa con su novio enfermo.”

A pesar de todo eso, les tenía envidia… al chico en cama, en especial. Ambos representaban el amor del que solo había leído en viejas novelas. Ese amor que no sabes a ciencia cierta qué significa, que no sabes ni dónde empieza ni dónde termina. Te gusta verla, encontrarte y hablar con ella, te cae bien y, cuando pasas un poco de tiempo sin verla, la echas de menos. En fin, ese amor que no puede ser más bonito...porque es absurdo. Es amor en estado puro. Sin la sombra de una preocupación, todo felicidad y sonrisas. Deseaba algún día sentir lo mismo.
Pronto tuvo conciencia de sus actos cuando la chica se le acercó. Abrió los ojos enormemente al darse cuenta que sí era hermosa… muy hermosa.

—No pretendo ser descortés, pero si no estás aquí para informarme sobre una cura milagrosa, preferiría que te fueras. —Pretendía regresar a la habitación y cerrar la puerta.

Un montón de respuestas levanta-ánimos pasaron por la mente de Grayson…antes de que pudiera detenerse, su lado idiota salió a relucir: ―¿Debería compararte a un día de verano? ―Bree se dio la vuelta confundida. ―Porque eres tan caliente como agosto.
—Suerte con eso. —Dicho esto, Bree cerró la puerta.

Las visitas habían terminado y los Sunday conducían por las frías calles de Illinois buscando un lugar nuevo para comer. La calefacción convierte a la camioneta en un lugar difícil de abandonar. El locutor de la estación de radio que ambos pretendían escuchar captura la atención de Bree al mencionar esta canción de la banda preferida de Xavier. Así, la voz de Alex Turner hace que Emmet y Bree se miren preguntándose si deben cambiar de estación o simplemente escucharlo.

Chicago es el agua salobre del lago, el hollín, el viento, el sudor, el olor a comida grasosa… le encanta, y ama, particularmente, esta canción, y Emmet está diciendo “Amo esta canción.”, y tiene la sonrisa más grande que haya visto en los últimos meses. Por un breve momento, tan corto como un suspiro, ambos son felices, no sienten nada más que la alegría que les trae esa canción.
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Su madre siempre tuvo razón. Cuando una relación fracasa… una relación parecida a la de Killian y Zarina, siempre era culpa de la mujer. Es decir, estamos en el siglo XXI y la culpa sigue siendo de la mujer. “No supiste mantenerlo a tu lado. Has fracasado como mujer, esposa y madre. Qué vergüenza.” ¿Para qué nos esforzamos en insistir con la igualdad de géneros si, al parecer, seguimos pensando la misma mierda?

Si un hombre es infiel… claaaro, se lo deja en paz porque es hombre, es débil, debemos entenderlo. ”Tú puedes seguir con tu vida sin él. Eres una mujer fuerte.” Pero si una mujer es infiel... ”Oh, es una puta. Seguro se ha metido con media ciudad. Que vergüenza. Pobre hombre.” Basura, simplemente.

Se les enseña a las niñas a sentirse pequeñas frente al mundo. Se les dice que pueden tener ambiciones, pero no demasiadas. Se debe intentar tener éxito, pero no demasiado éxito; de lo contrario, representarían una amenaza al hombre. Porque una es mujer se espera que aspire al matrimonio. Podemos hacer nuestras elecciones en la vida siempre y cuando el matrimonio sea la más importante. Ahora, el matrimonio puede ser una fuente de alegría, de amor y apoyo mutuo. Pero ¿por qué no se les enseña lo mismo a los hombres? Se las cría para verse unas a otras como competidoras, no para empleos, sino para atraer la atención de los hombres.

-Chimamanda Ngozi Adiche.

”Recuerda, una dama no puede ser un objeto sexual como lo son los hombres. No te agobies, querida. Solo preocúpate por lucir linda, obedecer y servirle en todo a tu esposo.”. Le habían aconsejado al enterarse de que se iba a vivir con Killian.

Y ahora, con las cosas como estaban, comentarios estúpidos no faltaban:

1) Ella se fue con el niño. De seguro estaba siéndole infiel y decidió abandonarlo por su amante. Qué puedes esperar de una mujer que se embaraza antes del matrimonio.
2) Ella se fue con el niño. Obviamente no lo amaba lo suficiente como siempre nos hizo creer. Esa mujer no tiene corazón. Y de paso se lleva al niño. ¿Qué clase de madre tiene Harlow?
3) Ella se fue con el niño. Oh, pobre Killian. Todos debemos apoyarlo y juzgar como una bruja de Salem a esa perra. Quemémosla viva, aquí no hay democracia y solo debemos escuchar a una de las partes y creer fervientemente en lo que nos diga.

Jamás era: Ella se fue con el niño. Seguramente tuvo sus razones. No lo sabemos. No vivimos con ellos. Deberíamos esperar a escuchar a ambas partes. Y a todo esto, no es asunto nuestro.

Pero por supuesto, buena parte de “sus amigos” (exceptuando a Josephine y a Ava) se habían puesto del lado de Killian. Para ellos, Zarina era una desalmada, una perra manipuladora, escoria humana que jamás amó a Killian y que por eso le resultó sencillo marcharse. Ellos no sabían la verdad, por supuesto, pero Zarina no estaba para preocuparse en lo que falsos amigos pensaran de ella, fue una forma de saber en quiénes realmente debía confiar. Lo cual resultaba triste ya que ella seguía teniéndoles cariño.

La vida sin Killian en cierta forma era mejor y terrible al mismo tiempo, lo necesitaba. Eso estaba claro, pero no quería volver a lo mismo. Ambos tuvieron la culpa, sí, pero ninguno intentó arreglarlo y eso resultaba lo más lamentable. Killian, por no decir menos, iba en camino a ser alcohólico, cada que llegaba a casa se desquitaba con Zarina. En ocasiones, las palabras pueden destruir más que los golpes y a la oji-azul, la dejaron destrozada. Así que Inna solo intentaba comprenderlo, pensó que tal vez era por tanto estrés reciente y lo dejó pasar porque al día siguiente era el mismo rizado que tanto amaba… pero se cansó ¿quién no lo haría?

Terminó de sacar los últimos muebles de la caja de mudanza. Era un hecho, estaba sin él y por más que se le estrujase el corazón, debía aceptarlo. Colocó el portarretratos en el estante junto a los demás juguetes de Harlow. Con la yema de los dedos recorrió el marco, sentía líquido acumulársele en los ojos. Ahí estaban, en un día soleado a orillas del lago Michigan, Killian y ella sosteniendo a Harlow. Fue tres semanas después del nacimiento del niño y a la mujer no se le notaba ni un rastro de haber estado embarazada. Se veían tan felices. Tragó duro desviando la mirada a la cuna del niño. Debía recogerlo ya.

Llamó a casa de los Beeler, solo esperaba que su seguramente futuro ex esposo no le respondiera. ”Para bien y para mal.” Dios, que mentira. Para suerte suya, Holly atendió.

―Estaré ahí en veinte minutos. ―Decía tomando las llaves de su camioneta.
―Sí, no es como si ahora Harlow fuera a dejarlos. ―Pero la broma no le resultó divertida. ―Es fácil para ti, de todos modos.
― ¡DEJA DE DECIR QUE PARA MÍ ES FÁCIL! ― Y explotó, Zarina estaba cansada de escuchar lo mismo. ―Holly, ¿tienes alguna idea de lo que estás diciendo? Porque soy una persona, como tú. Y tengo problemas también. Y aunque pueda que ellos no sean tus problemas, aun así son problemas y NO ES SENCILLO.

Optó por tomar la ruta larga de regreso a casa, solo quería que la dulce energía de Harlow la llenara para dejar de sentirse tan cansada. Ese pequeño significaba el mundo entero para Inna y nada le daba más ganas de superar lo sucedido que el hecho de darle una buena vida. Los hijos siempre deben ser lo principal.

―Pequeño, ¿puedo confiarte algo? ―Harlow dejó escapar un tierno balbuceo mientras jugaba con sus manos. ―Estoy convencida de que nadie pierde a nadie, porque nadie posee a nadie, pero lo tenía a él, a tu padre… me refiero a que, para mí, era lo más importante del mundo y lo tenía sin poseerlo. ―Zarina apretó más el agarre del volante. ―No sabes cuánto deseo que ya puedas hablar.

Anocheció sin que se diera cuenta, Josephine llegaría pronto y después de cenar y acostar a Harlow podría ponerse a estudiar para su prueba de mañana. ¿Estaba agotada? Por supuesto, pero era parte de ser madre.

Las horas pasaron, JJ le había informado que se quedaría hasta tarde terminando un trabajo. Harlow no dejaba de llorar e Inna no sabía qué más intentar. No quería comer, no estaba sucio o algo. Cuando le tomó la temperatura esta pasaba los cuarenta y dos grados. Corrió a la sala de estar. Tomó el teléfono temblando, no podía hacerlo sola. Ahora no. Sonó y sonó, estaba desesperada. Suspiró cansada cuando el buzón de voz atendió.

—Hola Killian, es Zarina. ―Dudó en seguir hablando, pero lo hizo. ―Ehm… sólo necesitaba hablarte. Yo... ¿siendo completamente honesta? Me pasé unos cinco minutos mirando la lista buscando a alguien a quien llamar, y eras la única persona a la que quería llamar, porque estoy asustada. ―Se limpió la lágrima que había logrado escapar con la manga de su sweater. ―Harlow tiene mucha fiebre, lo llevaré al Northwestern Memorial. Justo ahora… te necesito.