When we collide. (Calum Hood)

Vivir cerca de las playas y el sol no era algo que me gustase demasiado. Todo el mundo decía que estaba loco por no amar el verano, pero simplemente lo veía innecesario. Nunca antes había amado más el calor que el año en que la conocí, recuerdo que hacía tanto sol aquel día que apenas nadie podía sostenerse y la mitad de la población australiana parecían zombis o algo por el estilo. Recuerdo que ella llevaba el bañador negro con margaritas. Recuerdo su ceño fruncido ante las páginas de aquel libro, y recuerdo, más que nada, la mueca de enojo que puso cuando le llené la toalla de arena.
— ¿Eres idiota? — Exclamó, levantándose. Su sonrisa torcida había desaparecido, no mostraba ningún signo amistoso, y, a mi parecer, incluso eso le sentaba bien. La miré, sus gafas de sol oscuras impedían que viera sus ojos, pero en cierto modo ése era un bonito favor; de lo contrario, me hubiese quedado paralizado ante ella como lo había hecho la primera vez que se los había visto. No lucía para nada bronceada, lo que significaba que no era de por aquí. Supuse que era británica, pues el acento la había delatado.
— No es mi culpa. — Dije, sintiendo que las palabras salían de mi boca antes de que decidiera aprobarlas. — Ni siquiera te vi. Además, no lo hice adrede. Perdí el equilibro cuando me lanzaron la pelota, no es como si quisiera echarte arena por diversión.
Ella me miró. Y suponiendo que sus ojos estaban llenos de curiosidad en mi dirección, decidí encogerme de hombros mientras le dedicaba una sonrisa de medio lado. Suspiró, dejando caer los brazos que antes había colocado en su cintura. Observé su estructura, debía medir un metro ochentaicinco más o menos, tenía unas caderas amplias pero no en exceso, unas piernas largas quizá un poco rellenitas y unos pechos de infarto. Debía admitir que no era Katy Perry. Pero, cielos, era hermosa.
— Puedes, — Dijo vacilando, supongo que no estaba muy segura de lo que iba a decir. Y yo, personalmente, no sabía cómo actuar ante eso. — Puedes al menos ayudarme con la toalla.
— Por supuesto. — Murmuré, desconcertado. Me doblé sobre mí mismo en un intento de coger la toalla y sacudirla cuando divisé un libro (o más bien un cuaderno) en medio de la arena. Lo agarré. — Cómo aprender a surfear. — Leí.
— Sí, eso...
— No es por ofender, — Dije interrumpiéndola mientras ella levantaba una ceja sorprendida. — Pero si quieres aprender a surfear, no lo vas a conseguir leyendo. Debes practicar. Y con el tiempo aprenderás. Yo puedo enseñarte si quieres.
— Sabias palabras, chico de la pelota.  — Sonrió, a lo que me vi obligado a fruncir el ceño. — Pero eso ya lo sabía.
— Entonces, ¿quieres que te enseñe?
— Hace apenas cinco minutos estabas echándole arena a mi toalla por tu “falta de equilibrio”. — Dijo, haciendo comillas con los dedos. — ¿Enserio crees que puedes enseñarme a hacer surf cuando apenas te sostienes en tierra?
Ladeé la cabeza. — ¿Porqué sigues enfadada por lo de la toalla? — Ella rió moviendo la cabeza disimuladamente. Tenía una risa preciosa.
— Has cambiado de tema. — Me señaló, divertida.
— No es cierto. — Me vi obligado a contestarle, burlón.
— Sí, lo es. — Dijo, agarrando la toalla del suelo y sacudiéndola. Arena golpeó mi cara y protesté mientras ella seguía moviéndola en mi dirección.
— Bueno, de todos modos, tú cambiaste de tema antes. — Le advertí, ayudándola a colocar la toalla en el suelo.
— Eso es una gran y enorme mentira. — Respondió, sin mirarme.
Sonreí.
Podía escuchar a los chicos llamarme desde el otro lado de la playa, y me volteé para ver a Michael hacer un movimiento de caderas del mismo modo que si estuviera teniendo sexo, acompañándose de los brazos en el gesto. Reí, probablemente Mike creyera que me la estaba ligando. Aunque si no lo hacía, ¿qué estaba haciendo ahí parado?
— Es una gran y enorme verdad. — La imité. — No respondiste a mi pregunta. ¿Quieres que te enseñe?
Oí a Ashton gritar algo y luego echarse a reír, pero gracias a Dios no lo entendí.
— Deberías irte con tus amigos. — Dijo ella, devolviéndome a la realidad mientras se sentaba. — Están haciendo gestos groseros en tu dirección y creo que necesitan ayuda.
— Lo tomaré como un “sí, oh, ¿cómo voy a negarme a tener clases de surf contigo? Pareces tan fuerte y guapo.”— Imité su voz, o eso intenté, poniéndola más aguda y femenina de lo que debería. Ella rió.
— Bueno, definitivamente es un sí si dejas de intentar imitar mi voz.  — Dijo, a lo que le sonreí aliviado. — ¿Cómo te llamas?
— Calum. — Respondí, sonriente, apunto de brindarle una reverencia.
— Por favor, dime que tienes apellido y no eres como esas chicas de los bares que dicen cosas como “Jennifer”, “sólo Jennifer”.  — Dijo, haciendo una vaga imitación de alguien en particular o simplemente aleatorio.
— Dios mío, me pillaste. — Reí, volviendo a poner esa voz aguda de chica. Ella sonrió apenas con casi todos los dientes. — No, eh, Hood. — Respondí, rascándome la parte trasera de mi cuello. — Soy Calum Thomas Hood. Quiero decir, Calum Hood.
— Está bien, Calum Thomas Hood. Alias chico de la pelota. — Dijo, sonriente. — Voy a correr el riesgo de que quizá seas un asesino en serie que quiere matarme, pero voy a tomar clases contigo.
— ¿Y no debería saber yo tú nombre?  
— ¿Porqué? — Dijo, encogiéndose de hombros mientras sonreía. — ¿Crees que sea una ladrona?
Bueno, definitivamente lo era. Me había robado el corazón.