In the shadow of the unknown.

He pasado dos semanas en Detroit y todavía no he conseguido nada; ni un nombre o una dirección. Llegué a meterme en el departamento de Policía de Detroit con el fin de encontrar mis expedientes pero no pude encontrar nada, como si no existieran papeles. Si pudiera encontrarlos tendría la dirección de donde me hallaba cautivo.

En estos días estuve buscando cualquier rastro que pueda recordar de donde crecí o en qué lugar vivía. No tuve éxito en nada. Ni la suerte estaba de mi lado.

Resignado entre en un bar. El lugar no parecía tan amistoso pero no me interesaba si lo era, sólo quería y necesitaba beber.
El hombre canoso que estaba del otro lado de la barra me vio y me pregunto qué bebería.

—Sólo cerveza.—respondí y él asintió.

Me sentía estúpido, miserable, un completo idiota al creer que viajar hasta aquí iba traerme alguna solución. Perdí dos semanas en esta estúpida ciudad. Quizá yo era el imbécil que no sé en dónde buscar respuestas.
Estoy enojado. Me siento furioso conmigo mismo.

El hombre sirve un vaso de cerveza en frente mío y enseguida lo bebo.

Ahora debo pensar en otro lugar en donde empezar a buscar. Ni siquiera estaré empezando de cero porque nunca salí de ese estúpido "cero". Nunca pude hallar algo más que recuerdos inconclusos que sólo me confunden aún más. Cuando pude escapar del laboratorio me encontraron unos agentes de la Policía y estuvieron en mi caso unas semanas para dejarlo a un lado cuando no podían encontrar nada sobre mi. Estuve en un orfanato desde entonces, hasta que escapé de allí también para vivir en las calles.

Miró a las personas a mi alrededor: se ven miserables. Este lugar es aún más deprimente que yo mismo.
Termino mi cerveza y dejó dinero sobre la barra dando media vuelta para irme. La puerta se abre y entran dos hombres; uno de ellos con grandes músculos y barba de algunas semanas, mientras que el otro es alto y flacucho pero su expresión sólo era de ira. El barbudo me da un empujón al pasar al lado mío que me hace tambalear. Cuando reaccionó lo miró con enojo siguiendo su paso.

—¡Robert, dime donde esta!

Se acercaron a un hombre afroamericano y el flacucho golpeó su mesa al gritar. El afro levantó la mirada y dijo con tranquilidad:

—No sé de qué hablas.

Detuve mi paso mirando la escena. El afro sonreía de lado con arrogancia, pero lo divertido era ver como el flacucho enloqueció de ira al ver la reacción de él que ni se asustó. El idiota ni lo intimido.

—Tu trabajo era mantenerla escondida no dejarla escapar. ¡Ella se ha ido por tu culpa!
—No la dejé ir—El afro se levantó—, ella me derribó.
—No mientas—Habló por primera vez el barbudo—. ¡Es una niña! Ella no puede derribarte.
—Crean lo que quieran.

El afro, llamado Robert, trato de irse no sin antes noquear a los otros dos hombres que trataron de detenerlo. Fue como si él lo había previsto. Pero lo más raro fue con la rapidez que lo hizo. Fue casi imposible, fue sobrenatural.

Todos los presentes quedaron sorprendidos. Salí rápidamente para tratar de alcanzarlo. Miré por los alrededores y no pude encontrarlo. Se había ido.