no more pain.

Todo acaba, tarde o temprano, siempre acaba. No hay nada que perdure, al fin y al cabo, terminará. Por más esperanzas y sueños, así es, y no hay nada que podamos hacer para evitarlo ¿Una mierda, no? Absolutamente todo por lo que se lucha a lo largo de la vida, acaba, porque así es la naturaleza y el curso que seguimos. Nuestro final es la muerte; nacemos, crecemos, nos reproducimos y morimos, ese siempre será el orden, no existen cambios. Quizás no se logra, no, la mitad de la población no lo logra, algunos hasta ni siquiera lo inician.
Así le sucedió a mi hijo, Matthew, de nueve años; él no lo logró. Murió de leucemia el año pasado, luchaba en vano desde los cinco años. Al igual que su madre, era un niño esperanzado y simpático, con sueños para el futuro, mas sabía que no tenía tal cosa. Solo quería ser un infante normal, que pudiera correr, y no cansarse hasta después de hora y media. Dolía no poder hacer nada al respecto. Y algo más doloroso que ver morir a tu hijo, es no poder evitarlo. La situación era inevitable, todo aquello era inevitable.
Recuerdo como cada tarde iba a visitarlo al hospital, lugar donde él residía y odiaba, y tenía siempre un cuento diferente para contarle. Recuerdo sus pocos ánimos de salir de la cama, y como sus ojos se iluminaban al verme llegar. Y si bien no era el mejor año de nuestras vidas, vivíamos completamente felices por el solo hecho de seguir allí, juntos.
Nunca esperé que tal cosa me pasara, no una, si no, dos veces. Mi esposa, Marie, lo heredó de su abuela, pero vivió hasta las treinta y seis años, cuando Matt apenas tenía siete primaveras. Ésta se sentía totalmente culpable, pero estaba muy equivocada, no merecía sentirse así de mal por algo que no tenía autor.
Él me dejó un tres de julio, alrededor de las siete de la tarde. El día yacía nublado, como si fuera a desatarse una enorme tormenta en cualquier momento, y no fue hasta que desperté cuando supe que aquel era el día. Matthew ya no estaría más a mi lado, me dejaría, al igual que lo hizo mi amada.
Aquel día, antes de una última despedida, algo me dejó completamente tranquilo. Luego de besar su frente y brindarle un fuerte abrazo acompañado con lágrimas incontrolables, un pensamiento atravesó mi cabeza.