Cupido.

Cupido

La veía caminar con su ritmo tan silencioso y tímido, con su largo cabello negro peinado en una trenza que se deslizaba por el lado derecho de su cuerpo. Ellos le miraban, observaban a la chica con miradas no muy disimuladas. Lo primero que veías de aquella niña eran sus ojos, lo digo por experiencia propia. Sus ojos te trasmitían todo el calor que alguna vez hizo falta en un invierno; su mirada era tan cálida y acogedora que deseabas quedarte con ella todo el tiempo posible.

Me parece increíble ver como una adolescente te puede robar el corazón con una mirada. Créanme, jamás supe lo que era realmente el amor, hasta que la vi a ella. Cuando le escuché hablar, me prometí a mí mismo no olvidar nunca aquella voz tan melodiosa como el cantar de las aves por las mañanas. Cuando vi la manera en que reía, lloraba, gritaba, o sólo la forma en la que tocaba algo, pensé que jamás podría olvidarle.

Pero no fue eso lo que me hizo seguir sus pasos; al contrario, fue su mirada. Fueron años en los que estuve siguiendo cada movimiento que efectuaba; fueron años en los que estuve allí, a su lado, evitando que alguien quebrara su corazón y robara su linda sonrisa.

Y ahora, sigo estando allí. Sigo estando a su lado, viendo su andar. No obstante, esta vez sus pies se movían de una manera distinta. Ella parecía querer llegar a algún lugar rápidamente, sin embargo yo no podía saber a donde se dirigía; lo único que podía hacer era seguirla, cuidarla para que nadie robara su mirada. Sus manos se escondían en los bolsillos de aquel abrigo tan rojo como sus mejillas en ese instante, que parecían estar congeladas por el frío que se esparcía en el aire.

Parecía volar, ahora sus pasos se habían vuelto más fuertes, rápidos, y seguros. Algunas personas pasaban a empujarla, y ella parecía saltar; con un toque podía quebrarse. Me adelanté, y observé su nariz ahora roja. Pero no fue eso lo que me llamó la atención; fue su mirada. Había algo distinto en ella, no obstante, era algo bueno. Sus ojos brillaban, coloreando todo su rostro de una forma tan hermosa que sentía mi corazón estallar en miles de pedacitos.

¿Qué significaba esa mirada? Podría ser aquel sentimiento tan temido por los humanos, pero no lo creía. Era imposible que lo sintiera, a menos que una de mis flechas haya volado rebeldemente, pero no lo creía. Entonces, ¿qué era aquello?

Se detuvo lentamente, mirando hacia el frente. Volteé mi cabeza, y vi a un muchacho caminando, con las mismas expresiones de la chica. Pude sentir ambos corazones saltar, ambas miradas se conectaban, y nadie podía quebrar aquella conexión.

La joven juntó sus manos delante suyo, y bajó su cabeza; sus mejillas parecían estar más rojas, sin embargo una sonrisa de emoción se escondía allí. El muchacho, por su parte, caminó lentamente hacia ella, como si tuviera miedo de que ésta saliera corriendo hacia algún lugar. Pero ella no lo haría, jamás lo haría.

Llegó a su lado, y tocó la mano de la joven. Ella pareció estremecerse, y yo también lo hice. No había soltado ninguna flecha hacia ella, y estaba seguro de que jamás había visto a aquel muchacho. Es más, guardaba una de mis flechas para ella, la guardaba para el día en el que encontrara a alguien que la hiciera reír, no llorar.

No obstante, ellos no requerían de ninguna flecha. No necesitaban de mi ayuda, ellos estaban completamente locos de amor. Observé como el muchacho se acercaba a ella, y me pregunté cuando había sucedido todo.

Debería de preocuparme, claro, pero no, no estaba preocupado. Estaba seguro de que ellos eran perfectos juntos, de que ellos durarían, y de que él no dañaría a mi pequeña.

Se besaron, se abrazaron, y se retiraron, lejos del lugar en el que me encontraba, caminando con aquel paso tan tímido y silencioso que compartían, pero ahora con una pizca de amor en ellos.

Ellos no habían necesitado mi ayuda, ellos jamás la habían necesitado; ellos habían encontrado el amor verdadero.

Porque el amor verdadero no requiere de mis flechas, no requiere de mis juegos sucios y a veces malos. El amor verdadero llega cuando menos te lo esperas.

Puedes estar sentado, en tu aula, en tu casa, puedes encontrarte en cualquier lugar, y éste te encontrará.

No busques al amor. No busques tu cuento de hadas. No busques a tu media naranja. Sólo espera, él llegará cuando quiera, no entres en desesperación.

Y si, de lo contrario, entras en desesperación, espera allí, porque iré con una de mis flechas y mis juegos sucios. Te robarán aquella sonrisa, aquella mirada, sólo porque no esperaste a que el amor llegara. Sufrirás, porque buscas el amor como loca o loco.

El amor llega solo, al igual que yo; sin embargo, al amor le gusta ser lindo, a mi, me gusta jugar sucio.

holap: