oopsy daisy ♡

Estaba a punto de llorar. No soportaba la idea de vida que le esperaba. Amaba a Gregg, pero no así… Él, siempre tan soberbio, con porte poderoso e intimidador. Ella, se sentía tan solo una cosa a su lado. Una mujer más de tantas que habían pasado por su vida. Él era apasionado, pero no era suficiente esa pasión para mantener el matrimonio. ¿Dónde quedaba el cariño? ¿La comprensión y las palabras que una mujer esperaba de su marido? Se consideraba una joven honesta y pura. Tenía un alma y un espíritu, pero al lado de Gregg se sometía. Sumisa, tímida, se contagiaba y se convertía en una cosa material.

En el umbral de la puerta del pabellón, lo vio recostado en el diván. Pensó en todas las amigas que él había llevado allí, y ahora ella se había convertido en una de ellas. Posiblemente la última, pero además de tener la alianza en el dedo ¿Qué la hacía diferente? Su vida había cambiado mucho desde que conoció a Gregg. Era prácticamente una criatura, que nada sabía de la vida, ni del amor, ni mucho menos de los hombres. Tom, era un ser enfermo. Ella sabía que él iba a morir, era una amiga de la caridad. Él nunca significó para ella como Gregg. Pero la vida de este había permanecido igual desde siempre, hasta el día de su casamiento y en adelante. ¿Pretendía que fuera así, siempre?

En sus labios, se posaba un cigarrillo. Con una media sonrisa, arrogante igual que siempre y una mirada cautivadora, que enmudecería a cualquiera. En lo profundo de sí, temía que para él, la mujer fuera como una chaqueta. Y que ella fuera otra como tantas que había vestido… desde que tuvo 15 años, y por primera vez conoció a la mujer en sí. Él solía fumar pipa, pero esta vez, llevaba un cigarrillo. Lo cual le hizo creer a Nicole que ya no sabía lo que hacía, debido tal vez a un nerviosismo del que intentaba huir.

—Buenas noches. —Le habló bajísimo, con voz ahogada como sucedía casi siempre.

Gregg la sintió llegar, pero no se inmutó.

—Pasa. —dijo él.

Recibió nuevamente la sensación de ser no más que una sirvienta para su marido. Dispuesta a cumplir sus órdenes y saciar todos sus deseos, como si por el hecho de estar casados, estos se hubieran convertido en uno solo.

—Creí… que no venías.

—Vine.

Así, sencilla como ella era. Se arrimó a donde se encontraba y se sentó en la punta del diván. Acomodose un mechón de pelo en la frete, tras la oreja y lo miró expectante.

—Me ha llamado Jim County.  Dijo que ayer te has pasado por el banco a retirar cuatro mil dólares, de tus ahorros de soltera. Dijo que olvidaste firmar un documento, y me dijo que debías pasarte más tarde a firmarlo…

Nicole no se movía.

Ni siquiera respiraba.

No era buena mintiendo, nunca lo fue. Pero la verdad, no era correcta decirla en ese momento, heriría a Gregg, a su ego. El corazón le palpitaba como loco, parecía que saldría de su pecho.

—¿No vas a decir nada?

No sabía que le diría respecto a ese dinero, ni para qué fue a extraerlo, o en qué lo usó. ¿Por qué tenía que inmiscuirse en algo tan personal? Era suyo. Dinero ahorrado, extraído de su cuenta.

—Nada.

Bajó del diván.

Comenzó a caminar por toda la habitación. No había demasiado espacio. Los muebles antiguos lo llenaban todo, pintados por la tenue luz de la lámpara en la mesilla. Desde la penumbra, los ojos grises de él brillaban, más intimidantes aún. Su miraba encendía, imposible mantenerla fija en sus ojos.

—Has extraído cuatro mil dólares.

—Sí. —Le dio simplemente la razón, mientras comenzaba a parpadear. —Me pediste que no pagara al hacer mis compras… —él había dicho: Tanto si vas a perfumerías, como a casas de modas… tienes todo pago. Porque claro, el Sr. Todopoderoso Millonario, le importaba un rábano sus costumbres o sus deseos.  —No estoy habituada a ello. Era la primera vez que no pago, debía hacerlo…

—¿Qué has comprado?

Se ponía nerviosa. Comenzaba a calentarse su rostro y un sudor frío recorría su frente. Gregg, se sentó a su lado mientras ella comenzaba a temblar, tan suavemente que ni él, con su cercanía se hubiera dado cuenta. Pero se estremecía por dentro, nunca había dicho mentiras y sin embargo, ahora comenzaba a decirlas.

—Cosas —Vaciló. —Cosas…

—¿Qué cosas?

Nicole estaba por perder toda su paciencia. Quería decirle que compró lo que le dio la gana, como cualquier otra mujer rica que iba de compras. ¿Por qué no se conformaba con ello? Claro, Gregg no iba a aceptar esa simple respuesta. Él, tan señor, debía saber cómo, dónde y cuándo.



Dobló más el abrigo en el pecho. Fue un gesto femenino, muy suyo, muy de mujer débil que se desconcierta. Algo debió de transmitirle a él, porque en unos momentos, se olvidó de su pregunta sin respuesta. Se notaba que la amaba y que la necesitaba más que nunca.
La tomó en sus brazos.
Empezó a besarla.