When you're gone.

―Juntos, por siempre y para siempre. ―toca mi mejilla, sonriéndome con pocas fuerzas.
―Juntos, por siempre y para siempre. ―susurro y acaricio su mano, para luego ver como ella finalmente duerme en paz.

Desperté, triste, con los débiles rayos de sol entrando por mi ventana; hacía tanto que no soñaba con ese momento. Me senté en la cama, y refregué bruscamente mis aguados ojos, miré hacia mi mesita de noche y vi nuestra foto juntos, ella tan sonriente como siempre y yo admirándola cómo, hasta ahora lo hago. La tomé, y una lágrima cayó, haciendo que mojara la fotografía. La limpié suavemente, contemplándola.

―Te extraño demasiado. ―pronuncié en un suspiro ahogado.

Si bien había pasado un año desde su muerte,  jamás la superaría y olvidaría; hasta el día de hoy la amo con todo mi alma. Yo ya estoy viejo, con ochenta y seis años de edad, pero desde que Ellie murió... mi corazón también lo hizo.
Me levanté de la cama con pesar, y caminé hasta el armario, donde todavía conservaba sus espléndidas prendas de vestir. Deslicé suavemente mis dedos por todos ellas, y saqué su vestido favorito; el de flores azules y rojas. Lo coloqué sobre la cama y lo admiré, recordando lo bien que lo lucía.
Hoy era nuestro aniversario número cincuenta y cinco, y el primero que no pasábamos juntos. Me sentía tan solo, y triste, que podría recordar momentos junto a ella todo el día, arreglando nuestro jardín como solíamos hacerlo en tardes tan soleadas como estas.
Tomé el fino vestido y lo abracé, seguía teniendo su aroma tan peculiar. Agarré una manga, y la cintura, comenzando a danzar, como si ella también lo estuviera haciendo. Si Ellie aún siguiera aquí, estaríamos bailando en nuestro patio con nuestros nietos corriendo a nuestro alrededor, como en los viejos tiempos.
Sollocé inspirando ese dulce perfume por última vez, y lo puse en su lugar con suma delicadeza; nunca más iba a verla con ese hermoso vestido, y dolía demasiado saberlo. Observé los vestidos por última vez, y sonreí recordando infinitos momentos juntos a ella, tantas risas, tantas promesas, tanto amor; amor sincero y puro.
Cerré ese viejo armario de madera, y me senté sobre la cama, hundiendo en mis arrugadas manos la cara.
Luego de unos minutos inmóvil, decidí ir a visitarla al cementerio. Me paré, inhalando fuertemente,  y me vestí, colocándome el traje que a ella le encantaba junto el sombrero negro que me había obsequiado. Fui hasta el patio y arranqué unas flores, que las había plantado especialmente para cuando fuera a visitarla. Acto seguido, salí de casa y caminé lentamente con mi bastón en una mano y las flores en la otra, hasta llegar al cementerio, que solo estaba a dos cuadras y media.
Llegué hasta su lápida y me senté a la derecha, tocando las letras marcadas en ella.

Lágrimas calientes caían por mis mejillas, recordando el duro día que hice hacer esa lápida, sentía que mi corazón no podía estar más deshecho, no podía aceptar que ella ya no estaba junto a mí.
Coloqué el sombrero negro a mi izquierda, y dejé las flores en un pequeño recipiente con agua que estaba a un costado de la lápida, inhalé y me dispuse a hablarle.

―Hola, Ellie. Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vine, pero ahora lo haré más seguido, lo prometo. ―sonreí como si ella estuviera allí, mirándome, con su sincera sonrisa. Hice una pausa, y continué― No es fácil vivir ahora que tu no estás conmigo, pero sigo adelante, por ti... sin olvidarte en lo más mínimo.―callé nuevamente, tratando de que mi voz siguiera firme―Hoy es nuestro aniversario número cincuenta y cinco ¿lo recuerdas? Hoy se cumplen cincuenta y cinco años desde que nos casamos... y sigo amándote igual que el primer día.―mi voz se quebró, y mis sollozos se hicieron audibles, impidiendo que siguiera― Te extraño tanto, Ellie, ya no es lo mismo sin tí y tampoco lo será. Quisiera tenerte aquí, a mi lado, haciendo de mis días los más felices... pero no me arrepiento de nada, pasé toda mi vida con la mujer que amo y eso es lo que importa. Espero verte pronto y que me abraces, como en los viejos tiempos, y riamos de los chistes del viejo Louis... él nunca cambia.―dije, y continué mi charla, sintiendo que ella verdaderamente estaba allí.

Podría parecer estúpido ver a un anciano hablándole a una lápida, como si estuviera loco, llorando y riendo, pero en estos momentos nada me importaba. Me sentía feliz y liberado, de veras sentía que ella podía escucharme, y lo hacía muy atenta.
Luego de decirle todo lo que tenía que decir, deposité un beso en mi dedos y los coloqué en su lápida, cerrando fuertemente mis ojos.

―Tú no estás muerta, Ellie, sólo estás en un lugar mejor. ―pronuncié, y mis últimas lágrimas cayeron lentamente por mi envejecido rostro.

Me puse de pie, y di media vuelta, encontrándome con lo último que me daba razones para seguir viviendo. Mi hija Elizabeth, Ellie, con mi nieto Max. Éste corrió hacia mí y una vez que llegó, me abrazó las piernas sonriente, mientras su madre caminaba hasta donde estábamos.

―Yo también la extraño, papá.―susurró en mi oído, consolidó un abrazo y sollozó.

Lloró unos segundos en mi hombro, mientras yo pasaba suavemente la mano por su espalda, en gesto contenedor. Estuvimos un rato más en la tumba del amor de mi vida, y nos despedimos. Tomé la mano izquierda de Max, y mi hija la derecha, caminando a los tres en concordancia.
Eché un último vistazo a donde su cuerpo yacía, sonreí imaginando que ella agitaba su mano feliz, orgullosa de lo que habíamos creado y proseguí mi caminata, junto a esas dos personas que me daban todo el amor que Ellie ya no podía darme.