|| I'm not a Disney Princess ♔ ♕ ||

Revistas, reportajes, CNN, más reportajes, ¿E News! ?, todo esto era una locura, ¿que era acaso? ¿Una Kardashian?
Tenía que hacer algo y rápido, una persona no puede dictar la felicidad de otras, además soy completamente capaz de vivir y cuidarme sola.

—Señorita  Dingwall— me sobresalté. Y giré mi vista hacia donde me llamaban. Dándome cuenta que ya había llegado a mi destino y que el  valet parking, un hombre vestido de rojo, con una amplia sonrisa, abría la puerta del auto donde me encontraba y me  tendía su mano.

Acepté con una sonrisa y salí del automóvil. Contemplé el lugar por fuera, no quería ni hacerme la idea de lo que sucedería allí dentro. Con paso lento me acerque hasta la puerta, donde fui recibida por los empleados de protocolo.

¡Era ahora o nunca!, suspiré y entré. Todo estaba hermoso, no he de negarlo. El salón rebozaba de gente, gran parte del mismo estaba lleno de mesas redondas, en las que yacían sentados unas diez personas por cada una, al final del salón una banda tocaba melodías de jazz, mesoneros iban de allá para acá con sus bandejas repletas de copas, imaginé que servían champagne.
Buscaba con la mirada al causante de todo esto. Mi padre.

— ¡Dav!— la voz de mi madre era sin duda la más alegre que pude alguna vez escuchar de sus labios, venía directo hacia mí. Su vestido color verde esmeralda que resaltaba su figura,  caía de forma libre hasta el piso.  Su cabello estaba recogido en un moño alto. Y digamos que su maquillaje era discreto. En serio los años no parecían pasar para ella.
—No ando de fiestas mamá— corte en seco cuando ya estaba junto a mí.  Desdibuje la sonrisa de su rostro, esta vez adquirió una mirada hosca
—Ya hablamos de esto Davina, disfruta tu fiesta de compromiso, piensa que estás haciendo algo bueno por aumentar las ganancias de una empresa que muy pronto dirigirás tú— aseveró, tomando un sorbo de su copa. Rodé los ojos.
—Señora Dingwall— saludó un señor alto, no muy delgado, pero sí muy elegante, tomando la mano de mi madre y depositando un beso en su mano.
— ¡Oh George! Ya hablamos de cero formalidades llámame Julie—pidió con una gran sonrisa mi madre haciendo que el hombre riera, cuando pareció notar mi presencia se giró hacia mí y su sonrisa se amplió más.
— Mi futura nuera—pronunció alegremente.
—Señor Guillan—murmuré forzando una sonrisa, pues tener la mirada de mi madre encima no facilitaba las cosas.
—Dijimos que cero formalidades, eres en serio un encanto—rió George.
—Si lo soy—afirmé con desgana. El señor Guillan iba a decir algo más pero fue interrumpido por la llegada del que parecía ser  Jeremy Guillan, alto muy apuesto, como de mi edad, cabellos oscuros y ojos verdes.
—Papá…yo—empezó a hablar pero calló al vernos a mi madre y a mí allí— Un placer conocerte Davina.

Mi sonrisa no podía ser más falsa, sin embargo tendí mi mano y el hizo lo propio del típico saludo a las damas, el beso en la mano.

—Lo mismo digo ehh…
—Jeremy—agregó vacilante
—Es que vamos a casarnos, estamos en todos los noticieros y revistas y ni nos conocemos—dije mirándolo, y a la verdad era muy guapo.
— ¡Ya nos veo como una familia completamente unida!—decía mi padre llegando al pequeño círculo de conversación que habíamos armado.
—Genial—susurré al verlo.
—Y no sólo como una familia, arrasáremos en los negocios, dos megas compañías unidas, la cima de la economía en Escocia será completamente nuestra—habló George chocando su copa con mi padre.
Jeremy carraspeó un poco.
— ¿Bailas? —preguntó dirigiéndose a mí.

Yo no estaba para nada de acuerdo con este matrimonio, pero él, él parecía emocionado con la idea, iba a rehusarme pero los penetrantes ojos cafés de mi madre parecían querer matarme si decía que no.

—Claro—respondí aceptando su invitación.

Tomé su mano y nos encaminamos hasta la pista de baile, observé a muchas parejas moverse al ritmo de la suave balada que estaban tocando. Ahora sólo me faltaba recordar cómo se bailaba, creo que habrá muchas pisadas de pies.


— ¡Un brindis por la futura pareja! —celebraba el encargado de animar todo aquel evento. Todos parecían muy animados, levantaron sus copas alegremente. Mi copa era la única que se mantenía abajo.
—Parece que la heredera de los Dingwall, tiene algo que compartir—comentó el animador mirándome.
—De hecho sí—solté impulsivamente

Pronto murmullos empezaron a escucharse, la sonrisa de mi padre se tornó seria, y ni hablar de la cara de mi mamá, el único que parecía sonreír era el señor Guillan.

—Quiero a agradecerles a todos, el apoyo, toda la atención por parte de los medios, y poder haber apartado un espacio de su tiempo al venir aquí—comencé hablar y mirar a todos los invitados que se mantenían de pie en sus mesas, adoptando una sonrisa de complacidos.
—Sin embargo me temo que no podré seguir acompañándolos en su innecesaria celebración—a medida que iba hablando muchos eran los sorprendidos, la confusión en sus rostros se hacían notar —Podrá ser un matrimonio, pero no es más que una unión entre dos empresas cuyos dueños no ven más allá de su avaricia, codicia y soberbia.

Mi padre por un momento soltó la copa, conocía esa mirada estaba furioso, los invitados estallaron en murmullos inclusive el encargado de animar el evento, me sentía un poco mal por Jeremy, se encontraba en silencio de pie junto a mí.

—Jeremy—dije volviéndome hacia él—De verdad lo siento, los treinta y cinco minutos que llevo conociéndote me di cuenta de la gran persona que eres, pero no puedo casarme con alguien que no amo y que no conozco.

No sé si parecían comprenderme, pero no di tiempo a seguir viéndolo, sabia en lo que me estaba metiendo, sin más me fui corriendo. Sin importarme las personas que estaban allí, ni siquiera el Primer Ministro.

El viento silbaba en mis oídos al igual que el murmullo de las personas, la música había dejado de sonar. Mi respiración era agitada. ¿Pero a donde podría irme? Aunque me lamentare, tengo que volver a casa.


La intensa y fúrica  mirada de mi padre sobre mí, me hacía estremecer. Si estaba allí me lo había ganado. Mi madre no hacía nada sólo callaba.

Desviaba mi mirada de vez en cuando al suelo. Tanto que había contado las líneas de unión de la cerámica del piso.

—Davina—resopló mi progenitor caminando por todo el lugar. Últimamente estaba viendo su oficina más pequeña.
Iba a decir algo pero el volvió a tomar la palabra
—Esto que hiciste no tiene nombre. Es incomprensible ¡Por Dios no eres una niña pequeña!—Espetó—Hemos perdido una cantidad de dinero muy grande, el respeto de la familia, y… el Primer Ministro, ¡oh no el Primer Ministro!.
—En primer lugar no debiste ponerme como un negocio más—grité reprimiendo unas cuantas lágrimas.
—Lo sabias, sabias que este negocio se llevaría a cabo. Dos grandes empresas dominantes del mercado Escoces, ¿Por qué no te negaste, e hiciste semejante espectáculo? —preguntó elevando su tono de voz. Mi boca se abrió de par en par ante lo que dijo.
— ¿Por qué no me negué?, ¿Por qué no me negué? —Repetí irónica —Lo hice y a ti no te importó. No soy un negocio más de tu empresa, ni una figura pública para estar en todas esas revistas y canales. Y lo más importante, se valerme por mi misma.
—¿Por ti misma?, acabas de hacer el ridículo delante de la prensa, mis socios, el padre de tu futuro, bueno de tu ex futuro esposo y el Primer Ministro de Escocia—se escandalizó. Mi madre parecía disfrutar la escena porque se sentó en la silla de papá, tras el escritorio.
— ¡Ya olvida el Primer Ministro! —Exigí harta—Ponme a prueba, eso, ponme a prueba te prometo que…
— ¿¡Qué!? —soltó una risa. Al menos ya no estaba tan furioso.
—Sí, emmm si puedo valerme por mí misma, me das mi libertad y si no puedo, prometo casarme—propuse
—Una cosa no tiene que ver con la otra. Valerte por ti misma, no tiene nada que ver con el espectáculo que armaste—sentenció

Bajé la cabeza, tenía razón. Eso era lo peor, ahora no sé qué pasará conmigo.

—Sin embargo—se apresuró a agregar—Te ayudará a madurar, y a saber que tienes que obedecerme. Tienes permitido viajar a los Estados Unidos, y mantenerte allá, si logras por un año estar allá, quedas libre de todo esto.
— ¡Sí! —exclamé con una gran sonrisa—California, dime que será California.

Pero a juzgar por su expresión no era todo había más.

—Un momento. El trato se rompe si llegas a enamorarte. Cero chicos—dijo con una sonrisa maliciosa.
— ¿Qué? , mamá, él no puede hacerme esto—me volví hacia ella, que seguía sentada en el sillón, pero no hubo respuesta — ¿Mamá?
—Lo siento cariño, totalmente de acuerdo con tu padre, mereces algún castigo por lo que hiciste, así que te estaremos vigilando—aseveró la mujer que me había dado la vida.
—En cuanto a eso, llamaré a George, le imploraré un arregló, le contaré la situación, volveré hacer el negocio y en un año te estarás casando con el joven Jeremy, si rompes el trato claro—añadió, mirándonos a mamá ya  mí
—Tranquilo, un año. ¿Quién necesita el amor? —dije—¿Cuándo me voy?
—Mañana mismo—concluyó con la conversación.


California. Todo lo que una joven de diecinueve años puede aspirar. Sol, arena, arquitectura, fotos, chicos, bueno en mi caso esa última no. El vuelo había sido relajante, cosa extraña porque no me agrada mucho abordar aviones, pero particularmente éste me agradó.
Mientras caminaba con mis maletas, observaba desde lejos ya casi saliendo del aeropuerto las enormes letras de LAX, era increíble, era libre, bueno casi libre. Sólo un año.  

No sé porque a mi padre se le ocurrió la brillante idea de que tomara una ruta en tren. Y esa fue mi principal pregunta ¿en California habia trenes?, pues parece que la agencia Amtrak  con más de 90 destinos por todo el Golden State me llevaría de Los Ángeles a San Diego.

Nunca había viajado en tren, me sentía extraña sentada en un compartimiento viendo por la ventanilla, la lejanía de la playa. Aunque la experiencia era algo tosca, ya me sentía mareada.

No era como mi hermano mayor Alex, el hizo un trato parecido con mi padre hace uno tres años, ganó, ahora se residencia en Latinoamérica, para ser precisos Argentina. Yo me quedaría aquí, estoy segura que ganaré estas. Nunca he perdido y esta no será la excepción.

Miré el reloj algo insistente, era hora del almuerzo, pero no tenía hambre, sólo unas terribles ganas de bajarme ya del tren.
Salí de mi compartimiento, el número dieciséis, por cierto. Y caminé hacia los delanteros por si había alguno de milagro vacío adelante, me instalaría allí.

La travesía apenas comenzaba, caminaba lento por los pasillos del tren. Nota mental, viajar en un avión. Mis mente se despejó al ver una maquina dispensadora de dulces en una esquina. Nunca me imaginé algo así en un tren, pero ¿por qué no?, mi estómago puede aguantar con una donut hasta llegar a San Diego.

Tanteé en mi bolso, tratando de localizar mi monedero. Pero no tenía éxito, ¡No estaba!, bien tendría serios problemas si no lo encontraba. 

—Esto es tuyo—

Volví mí vista hacia la persona que había hablado, era un chico, de unos veintiún años, de cabellos rubio dorado, ojos avellana verdoso, y una sonrisa totalmente perfecta. Extendía su mano ofreciéndome un pequeño bolsito rectangular de colores. ¡Mi monedero!
— ¡Oh vaya! —exclamé atónita, sin dejar de verle
—Vi cómo se te cayó cuando salías de tu vagón y te seguí para poder dártelo. Me costó alcanzarte, ibas muy deprisa—expuso el chico sin dejar de sonreír
—Gracias, de verdad, gracias—dije algo avergonzada
—Debes tener más cuidado, otra persona no te lo habría devuelto. Tienes mucho dinero dentro—volvió a decir el chico frente a mí
Sin dudar tomé mi monedero y miré agradecida al rubio.
—En serio, gracias, si mi padre se llega a enterar no quiero ni pensar que…
—Por suerte, no pienso contarle nada—bromeó, provocando que también riera—Tengo que regresar, cuidado donde dejas caer tus cosas—agregó sin más para luego hacer un gesto con la mano e irse.

Suspiré y giré mi vista a la maquina dispensadora. Ese chico había recorrido desde el vagón donde hace unos momentos me encontraba cerca del dieciséis y quince hasta el vagón seis, que era algo así como un sitio de comida express, sólo para regresarme mi monedero.  
Pronto me di cuenta de dos cosas, la primera, mi padre no podría enterarse de que por poco pierdo algo tan simple como un monedero (obviando la parte de que tiene casi un millón de dólares dentro) y la segunda, no me había presentado con ese chico, que descortés de mi parte, si mi maestro de etiqueta y amigo personal de mi madre, Eddië, fuera sabido de esto de seguro me fuera dado todo un discurso de los modales. Aunque después de un revuelo de prensa estando en tantas tapas y cabezales de revistas y noticieros me sorprendió que no me reconociera, pero al fin al cabo esto es California.

—Mejor así. Mientras menos contactos con cualquier chico mejor—pensé en voz alta. Para luego dirigirme a la maquina por mi tan preciada donut. Sólo faltaban unos diez minutos para llegar. Pero está va en serio, no más trenes.

La alarma del reloj sonó, este me avisaba que era tiempo de ir a trabajar. Mi padre aun se aferraba con fuerza a sus sueños, no le culpo, yo tambien haría lo mismo. Pero necesitamos ingresos, mi padre me había prohibido hacer cualquier trabajo. Sabia que si no hacia algo no llegaríamos a fin de mes.

Había encontrado un trabajo como “sirvienta” en una casa a las afueras de la ciudad. Trabajaría 6 horas y a veces tendría que dormir allí. Era la única en aquella casa, con lo que se me iba a hacer muy difícil. Gracias a Lucy, mi mejor amiga, engañe a mi padre para que pensara que me quedaría allí algunos días.

Cerré mi libro y lo metí en la maleta, mire por la ventana, era otoño, las hojas empezaban a caer de los árboles. Sonreí a la ventana, como si la figura calida de las hojas me envolviera y me llevaba a un lugar perfecto, en el que ni en sueños podría conseguir.

Baje las escaleras, mi padre no se encontraba en la casa, con lo que cuando llegara y supiera que no estaba se supondría que había ido con Lucy, o al menos eso espero. Saque la bicicleta del garaje, me subí en ella, pero antes de comenzar mi viaje me puse unos auriculares para ir escuchando música por el largo camino.


Al cabo de una media hora, llegue a la gran casa en la que trabajaría, no se quien me daría la bienvenida o que me ordenaría. Había hablado con un tal Kyle para conseguir el trabajo. Deje la bicicleta apoyada en la pared, fui hacia la puerta. La casa debía ser antigua, al lado de la doble puerta había un gran rosal.

Mi instinto me incito a coger una de las hermosas rosas que había en él. Pero en cuanto estuve apunto de tocarlas la puerta se abrió. Al ver la persona que había ahí, pensé en que mi estancia no seria tan mala, pero su porte serio y frío hacia que por mi columna pasaran grandes escalofríos.

El chico era mucho más alto que yo, su tez era pálida, cual la nieve que cae del cielo. Su cabello lo llevaba largo, era de un color caoba, parecido al de sus ojos. Su aspecto desgarbado y su porte eran las dos cosas que hacían que quisieras retroceder.

—Perdone, soy Elizabeth Williams, estoy buscando al señor Welling —me presente apenas la voz salía de mi.
—Yo soy el señor Welling —me respondió él fríamente.
—No quisiera llevarle la contraria, pero ¿no será su padre Kyle Welling? —no creía que ese chico con aspecto desaliñado fuera a ser mi jefe.
—No quieres pero me la estas llevando, yo soy Kyle Welling, y soy tu jefe —me contesto con rabia.
—Lamento la confusión  —murmure cabizbaja.
—Entonces espero que no se vuelva a ocurrir  —me escupió con fiereza— Pasa a la casa

La casa no podía ser llamada así, si no que debía ser llamada mansión. Mi casa es una simple casa, pero esto, esto era una inmensidad.

—Tu cuarto es el segundo a la izquierda, tiene baño propio para que puedas asearte, te quedaras a dormir lunes, jueves, viernes y todo el fin de semana restante —me indico—La cena la quiero a las ocho y media, ni un minuto más ni un minuto menos. Cenaras y desayunaras conmigo, la comida la prepararas antes de irte al instituto. Y nunca, nunca entres a mi despacho. ¿Entendido?

Asentí con un simple movimiento de cabeza, él me hizo un pequeño tour por la mansión, apenas me enseño la cocina, el comedor, el cuarto de la limpieza, mi cuarto y el suyo. Me daría dos horas para hacer mis tareas, no más no menos. Cuando él me llamara para algo, pero estuviera en el despacho debería de esperar a fuera a que él saliera. Demasiadas obligaciones que cumplir,  nada más se despidió de mí se fue caminando hacia su despacho.

Deje mis pertenencias en mi habitación, en la cama había un traje de sirvienta que rápidamente me coloque. Baje a la cocina y  para poder preparar la cena. Apenas constaba de una hora con lo que me puse a cien. Coji la nota que tenía ahí.

Petición del Señor K. Welling para la cena:
• Ensalada de Rúcula
• Rissoto Vicenzo
• Madeleines de Miel.

Al menos tenia las recetas a manos, y algo de tiempo para que salieran bien. Aunque no es que yo fuera una maestra en la cocina.


A las ocho y veinte tenia todos los platos preparados en orden. Coji dos platos, dos vasos y dos pares de cuberterías. Me fui hacia el comedor donde coloque el gran mantel que seria una barbaridad para solo dos personas. Coloque la mesa y puse en el medio de ella un gran candelabro.

Y veinticinco, lleve el primer plato hacia la mesa y me quite el delantal. Solté mi pelo e hice que no me viera tan desordenada. Y veintiocho, subo los escaleras con tranquilidad. Y veintinueve, me coloco en la puerta del despacho preparada para picar. Y media, no me da tiempo a picar, la puerta se abre, como si hubiera sentido mi presencia. Me muerdo el labio, Kyle lleva la camisa desabrochada.

—La cena esta servida —le anuncio con una sonrisa.
—Puntual, me gusta tu servicio Elizabeth —me menciona Kyle mientras se abrocha la camiseta.

Me despedí con un movimiento de cabeza mientras me mordía el labio, no sabia que iba a tener un jefe tan apuesto. Kyle bajo las escaleras después de mí, le espere de pie a lado de mi silla. Él paso por mi lado.
—Permítame —sonrío, cojio la silla y la puso hacia atrás. Me puse delante de la silla para luego que él la acercara a mi— Ya has hecho mucho por hoy, Elizabeth.
—Es mi trabajo, señor —mencione.
—Un trabajo muy bueno, se ve fantástico —me sonrío, y me volví a morder el labio— Gracias