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Colorless (Harry Styles)
O W N :: Fanfiction :: Fanfiction :: One Shot's
Página 1 de 1. • Comparte
Colorless (Harry Styles)
Título: Colorless.
Autor: Mariella Salazar.
Adaptación: No.
Género: Romance y drama.
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: No.
Autor: Mariella Salazar.
Adaptación: No.
Género: Romance y drama.
Advertencias: Ninguna.
Otras páginas: No.
Extrañarlo era lo más cercano a la muerte para mí.
No sentir el aroma de su piel por las mañanas o el suave aliento de su colonia impregnada en mi ropa, no escuchar las carcajadas que reverberaban por todo su pecho; inundándome de una sensación de plenitud y alegría con tan solo percibir el resoplido de una risa o el esplendor de una sonrisa. Los hoyuelos en sus mejillas, la sonrisa torcida, sus largas manos… Las uñas mordisqueadas o la mirada llena de sentimentalismo que me dedicaba sólo a mí. Una mirada llena de brillo y amor que era mía y sólo mía. No tenerlo tornó todo lo de alrededor incoloro.
Encontrarlo había sido lo más bello.
Y enamorarme de él fue como tener un pie en el infierno y otro en el cielo.
Pero perderlo… Perderlo había sido el fin.
El fin de mi razón de vivir. El fin de mis ganas de ser feliz. El fin de querer ser mejor. El fin de la persona que había sido antes de él. Antes de lo nuestro… De nuestra bella y trágica historia de amor.
Perder al único hombre que había amado fue el sinónimo de largas noches en vela, recordando viejos tiempos a su lado, recordando cuán feliz y dichosa había sido. Fue tan fatídico como esperar a abrir los regalos de Navidad y encontrarte con el juguete que no habías pedido. Perder al chico de los bellos ojos verdes, llenos de vida e ilusión, fue el final de mis esperanzas. Perdí la fe y deposité mi querer en un cesto de basura. Porque era mejor ignorar el amor tan profundo hacia su persona que seguir en el perpetuo martirio de estarlo soñando y recordando.
Porque perdiéndolo a él, me perdí a mí misma.
Aún recuerdo sus brazos alrededor de mi cuerpo, abrigándome de todo el mal. Porque a su lado no había más que felicidad. Cierro los ojos e imagino su mano cálida y sedosa en la mía, esa mano que encajaba como una pieza de rompecabezas entre mis dedos. Cierro los ojos y puedo sentir el sabor de sus labios en los míos, la calidez embriagadora que me dejaba con los cabellos de punta. Cierro los ojos e imagino su bello rostro sonriéndome de esa manera única. Cierro los ojos y puedo escuchar su voz melodiosa cantando nuestra canción en mi oído, siento su aliento despeinar los rebeles cabellos de mi melena y su nariz rozando contra la sensibilidad de mi cuello. Cierro los ojos, lo veo allí, y mis ojos se inundan como si de una tormenta se tratara. Una tormenta a punto de desatarse y arrasar con todo a su paso.
Cierro los ojos y sueño conque todo es una pesadilla y que él y yo seguimos juntos.
Fantaseo con nuestro felices por siempre; nuestro porvenir, y me quedo allí… Deseando lo que nunca se podrá. Deseando lo que arruiné.
Escucho el traqueteo de las ruedas contra los rieles y el movimiento constante del vagón. El clima es tan frío que se siente igual que mi estado habitual de ánimo. Con los casquillos de los auriculares en los oídos, escuchando nuestra canción, siento el acelerado palpitar de mi corazón; arañando mis costillas. Estar de regreso a casa, donde él vive y donde lo nuestro dio inicio, provoca que mis rodillas flaqueen y mis dientes castañeen. Observo a través de la ventanilla, con el paisaje nevado, el cielo azul grisáceo y los pájaros volando en parvada, dando vueltas y formas, rezagando a unos y continuando con las volteretas, me hace sentir un poco de esperanza. Quizá no me odie tanto como yo me odio a mí.
De pronto las ruedas del tren chillan y llegamos a la terminal ferroviaria. Hay gente con sacos anchos y una gran cantidad de accesorios de todos los estilos, colores, cortes y formas. Bufandas, guantes, gorros… Pesada ropa de lana, narices rojas… Encuentros, reencuentros, abrazos, besos, risas, lágrimas… Un millar de maletas y muchas personas atareadas.
La campanilla indica que es hora de bajar y mi corazón tropieza, brusco, y siento que se me va el aliento. Cojo mi bolsa de viaje y hago mi camino rumbo al bonche de gente esperando su equipaje. Cuando el asa de plástico está entre mis dedos, largo un prolongado suspiro y me abro paso entre el gentío y el bullicio. Dando empujones, disculpándome y escuchando a gente blasfemar en distintos idiomas y acentos.
Llego a la escalinata de la terminal y saco el teléfono celular del bolsillo de mi gabardina. Y entonces la siento. Una de esas sensaciones extrañas cuando sabes que alguien te está observando detenidamente mientras tú no prestas atención. Con los dedos temblorosos, pongo el aparato en mi oreja y, al momento en que el primer timbrazo rompe el silencio, alzo el mentón y lo veo.
Lo veo y mi corazón se detiene. El cacharro cae al suelo, haciéndose añicos quizá, y mi boca cae abierta.
Veo el atisbo de una sonrisa burlona, los hoyuelos surcando sus mejillas y un brillo cegador en sus bellos ojos verdes. Se me entrecorta la respiración cuando camina hacia mi, con las manos hundidas en los bolsillos de sus vaqueros y el cabello meciéndose al ritmo del viento.
—Harry… —susurro.
Y todo se vuelve a color.
No sentir el aroma de su piel por las mañanas o el suave aliento de su colonia impregnada en mi ropa, no escuchar las carcajadas que reverberaban por todo su pecho; inundándome de una sensación de plenitud y alegría con tan solo percibir el resoplido de una risa o el esplendor de una sonrisa. Los hoyuelos en sus mejillas, la sonrisa torcida, sus largas manos… Las uñas mordisqueadas o la mirada llena de sentimentalismo que me dedicaba sólo a mí. Una mirada llena de brillo y amor que era mía y sólo mía. No tenerlo tornó todo lo de alrededor incoloro.
Encontrarlo había sido lo más bello.
Y enamorarme de él fue como tener un pie en el infierno y otro en el cielo.
Pero perderlo… Perderlo había sido el fin.
El fin de mi razón de vivir. El fin de mis ganas de ser feliz. El fin de querer ser mejor. El fin de la persona que había sido antes de él. Antes de lo nuestro… De nuestra bella y trágica historia de amor.
Perder al único hombre que había amado fue el sinónimo de largas noches en vela, recordando viejos tiempos a su lado, recordando cuán feliz y dichosa había sido. Fue tan fatídico como esperar a abrir los regalos de Navidad y encontrarte con el juguete que no habías pedido. Perder al chico de los bellos ojos verdes, llenos de vida e ilusión, fue el final de mis esperanzas. Perdí la fe y deposité mi querer en un cesto de basura. Porque era mejor ignorar el amor tan profundo hacia su persona que seguir en el perpetuo martirio de estarlo soñando y recordando.
Porque perdiéndolo a él, me perdí a mí misma.
Aún recuerdo sus brazos alrededor de mi cuerpo, abrigándome de todo el mal. Porque a su lado no había más que felicidad. Cierro los ojos e imagino su mano cálida y sedosa en la mía, esa mano que encajaba como una pieza de rompecabezas entre mis dedos. Cierro los ojos y puedo sentir el sabor de sus labios en los míos, la calidez embriagadora que me dejaba con los cabellos de punta. Cierro los ojos e imagino su bello rostro sonriéndome de esa manera única. Cierro los ojos y puedo escuchar su voz melodiosa cantando nuestra canción en mi oído, siento su aliento despeinar los rebeles cabellos de mi melena y su nariz rozando contra la sensibilidad de mi cuello. Cierro los ojos, lo veo allí, y mis ojos se inundan como si de una tormenta se tratara. Una tormenta a punto de desatarse y arrasar con todo a su paso.
Cierro los ojos y sueño conque todo es una pesadilla y que él y yo seguimos juntos.
Fantaseo con nuestro felices por siempre; nuestro porvenir, y me quedo allí… Deseando lo que nunca se podrá. Deseando lo que arruiné.
Escucho el traqueteo de las ruedas contra los rieles y el movimiento constante del vagón. El clima es tan frío que se siente igual que mi estado habitual de ánimo. Con los casquillos de los auriculares en los oídos, escuchando nuestra canción, siento el acelerado palpitar de mi corazón; arañando mis costillas. Estar de regreso a casa, donde él vive y donde lo nuestro dio inicio, provoca que mis rodillas flaqueen y mis dientes castañeen. Observo a través de la ventanilla, con el paisaje nevado, el cielo azul grisáceo y los pájaros volando en parvada, dando vueltas y formas, rezagando a unos y continuando con las volteretas, me hace sentir un poco de esperanza. Quizá no me odie tanto como yo me odio a mí.
De pronto las ruedas del tren chillan y llegamos a la terminal ferroviaria. Hay gente con sacos anchos y una gran cantidad de accesorios de todos los estilos, colores, cortes y formas. Bufandas, guantes, gorros… Pesada ropa de lana, narices rojas… Encuentros, reencuentros, abrazos, besos, risas, lágrimas… Un millar de maletas y muchas personas atareadas.
La campanilla indica que es hora de bajar y mi corazón tropieza, brusco, y siento que se me va el aliento. Cojo mi bolsa de viaje y hago mi camino rumbo al bonche de gente esperando su equipaje. Cuando el asa de plástico está entre mis dedos, largo un prolongado suspiro y me abro paso entre el gentío y el bullicio. Dando empujones, disculpándome y escuchando a gente blasfemar en distintos idiomas y acentos.
Llego a la escalinata de la terminal y saco el teléfono celular del bolsillo de mi gabardina. Y entonces la siento. Una de esas sensaciones extrañas cuando sabes que alguien te está observando detenidamente mientras tú no prestas atención. Con los dedos temblorosos, pongo el aparato en mi oreja y, al momento en que el primer timbrazo rompe el silencio, alzo el mentón y lo veo.
Lo veo y mi corazón se detiene. El cacharro cae al suelo, haciéndose añicos quizá, y mi boca cae abierta.
Veo el atisbo de una sonrisa burlona, los hoyuelos surcando sus mejillas y un brillo cegador en sus bellos ojos verdes. Se me entrecorta la respiración cuando camina hacia mi, con las manos hundidas en los bolsillos de sus vaqueros y el cabello meciéndose al ritmo del viento.
—Harry… —susurro.
Y todo se vuelve a color.
wanweird
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