i don't believe in books. {finnick odair}

—Cassandra, ¿quieres por favor dejar de estar tan estresada?
—Cállate, Susan, estoy intentando hacer las cuentas de mamá. —Respondió la pelirroja sumida en una libreta escribiendo sin parar los números que resultaban en la calculadora.
—Cassie, por favor, estás paranoica. ¡Tienes catorce años! Las chicas de tu edad, en vacaciones, salen a tomar el sol, de compras; no la pasan toda la tarde haciendo cuentas que pertenecen a sus padres.
—Susie, sabes cómo es mamá.
—Lo sé, Cassie, pero deberías relajarte.

Cassandra negó con la cabeza y siguió sumando números y más números. En parte sabía que su hermana estaba en lo correcto, pero su elevadísimo orgullo le impedía admitirlo. Además si ella no hacia las cuentas, ¿quién las haría entonces? Su madre estaba destrozada desde que su padre las había abandonado. La pasaba fuera todas las noches, apostando en algún club nocturno. Sus hijas la vivían solas en casa, Cassandra ocupándose de ser una madre a su joven edad y Susan leyendo libros como si no hubiera un mañana.

—¿Sabes? Deberías considerar leer los Juegos del Hambre.
—Ya te lo dije, Susie, considero muy malo ese libro. ¿A qué clase de maniático se le ocurre escribir sobre unos juegos donde obligan a los niños a matarse?
—Primero que nada, la escritora es mujer, así que quisiste decir maniática. Y es una gran trilogía. Además Finnick es todo un amor, aunque termina muriendo en el tercer libro, ¿sabes? Esa mujer quiere matar a todo aquél…
—Lo sé, lo sé, me lo has dicho millones de veces. Además ese tal Finnick que tanto dices no me parece atractivo, es demasiado vanidoso.
—Eso es lo que lo hace atractivo —dijo Susan con un enorme suspiro imaginándose a Finnick. Su cabello rubio despeinando y moviéndose junto con el viento, su tez bronceada, su cuerpo fuerte, sus ojos como el océano, su forma de hablar y de ser tan coqueto. Verlo comer azucarillos. Ese hombre era un sueño.

Cassandra sonrió ligeramente y continuó anotando en la libreta con la mejor letra que pudo —ya que su madre no le entendía muy bien a lo que ella escribía— las cuentas de su madre. Sí que estaban en deuda, seguramente su madre debería dejar de apostar todo lo que consigue de su trabajo como mesera y sirvienta. Pero Cassie sentía que no podía culparla, después de todo lo que le había dicho su padre a su pobre madre, sentía que simplemente no podía hacerla sentir peor de lo que ya se sentía. Además criar a dos hijas completamente sola y sin apoyo, debería ser muy difícil. Pero prefería no hablar de ese tema, su madre jamás estaba en casa así que no las criaba del todo bien.

Cassie era el sustento de la familia, siempre lo había sido, trabajaba vendiendo cosas en la calle, algunas veces pedía dinero y aunque le daban muy poco, conseguía alimentar a su familia. Trataba de ocultárselo todo a Susan, su pequeña hermana, que no era del todo pequeña, tenía doce años, quizá debería pedirle ayuda con la comida y el trabajo. Pero cuando su padre se había ido, se prometió a sí misma que su hermana jamás sufriría, que jamás pasaría hambre aunque tuviera que dar un ojo por eso.

Siguió anotando en la libreta y dándole indicaciones a su madre de cómo debía preparar el desayuno, qué debía hacer. Tenía que hacer todo por ella, debido a que la mujer estaba completamente perdida. A penas recordaba que tenía hijas. Había caído en el alcohol, la drogadicción, no era una mujer buena ni un gran ejemplo para sus hijas. Pero ellas trataban de amarla por sobre todo, la apoyaban aunque sus decisiones fueran erróneas.

Cuando terminó eran alrededor de las dos de la madrugada, decidió que era hora de dormir, pero la curiosidad le ganó y tomó el libro que su hermana tanto le había recomendado, Los Juegos del Hambre. Capítulo uno. Suspiró. Amaba leer, pero jamás había leído nada como eso. Comenzó a leer tranquilamente y se sintió bastante identificada con la protagonista, Katniss Everdeen, al igual que ella era el sustento de su familia. Eran tan parecidas en muchísimos aspectos.

El sueño terminó por vencerla y se quedó profundamente dormida con la cabeza recargada sobre el libro. Su cuerpo estaba incómodo y agotado, pero no exigió moverse, se quedó donde estaba descansando todo lo que había echo en el día.

…

El sonido del mar y las gotas de agua que le caían en el rostro la despertaron. Cuando abrió los ojos vio que no estaba en casa, que no estaba sobre el escritorio dormida. Estaba en otro lugar completamente desconocido para ella. ¡Una playa! Jamás había visto el océano en persona pero en ese momento supo que estaba junto a él, las olas eran fuertes y le mojaban las zapatillas. El mar era precioso, tenía un color azul intenso y el sol se reflejaba en él.

Se paró de golpe y observó a su alrededor, ¿dónde estaba? La desesperación comenzó a invadir su mente y su cuerpo. Quizá era un sueño, debía ser un sueño; parecía poco probable que la hubieran secuestrado mientras dormía y la hubieran abandonado en la playa. Respiró profundamente y se convenció de que era un sueño, sólo estaba soñando, pronto despertaría y regresaría a su horrible realidad.

—¿Estás perdida? —preguntó una voz masculina a sus espaldas, seguramente algún producto de sus sueños. Y sí que era un producto atractivo, tenía el cabello rubio y húmedo, el cual le caía por los ojos que eran color verdosos o azules, no los distinguía bien. Era mucho más alto que ella, aunque se veía joven, debía tener su edad o un año mayor que ella.
—Sí. Creo.
—¿Cómo que crees? No puedes creer que estás perdida, es decir, debes saber si te perdiste o no.
—No estoy segura… Creo que esto es un sueño.

El chico frunció el ceño, ¿un sueño? ¿en serio? Posiblemente la chica estaba completamente loca, tal vez era un producto del Capitolio o la habían trastornado porque él estaba muy seguro de haber despertado aquella mañana y haber dejado de dormir, aquello que sucedía no era un sueño.

—¿Te sientes bien? ¿El Capitolio hizo algo contigo?
—No, por supuesto que no.
—Eres rara —confesó encogiéndose de hombros y sonriendo ligeramente.
—Gracias, lo que toda chica quiere oír —respondió irónicamente. Finnick Odair era mucho más molesto en persona.
—No lo decía para burlarme de ti, de hecho me agradas, casi nadie nuevo llega al Distrito.

Cassie asintió, la verdad era que no sabía mucho sobre los distritos, sólo conocía bien al 12 y sabía que los profesionales pertenecían al 1, 2 y 4. Estaba en el Distrito 4, de eso no tenía duda alguna, el océano, Finnick Odair, aunque no lo pareciera le ponía mucha atención a su hermana, siempre.

—Creo que debería llevarte con mi madre, ella sabrá que hacer —sugirió Finnick y Cassie no tuvo nada que decir, no podía quedarse ahí para siempre.

El chico la tomó por la mano y la jaló entre las personas que caminaban por el Distrito. A su parecer, el Distrito 4 era muy bonito, tenía varias cabañas donde seguramente habitaba la gente del Distrito, las calles eran de roca que posiblemente habían venido del océano. Algunas tiendas que eran más lujosas que el resto del lugar ya que estaban hechas de piedra.

La mayoría de los habitantes se les quedaban viendo mientras corrían por las calles del lugar. De hecho algunos los miraban y se reían, incluso saludaban a Finnick como si fuera el chico más conocido del distrito.

Cuando llegaron a casa de Finnick la cual era como las cabañas del distrito, la madre de éste los recibió con alegría, aunque no conociera a Cassie la trato como si ella fuera una vieja amiga o conocida. Él era idéntico a su madre, ambos tenían el cabello rubio y ondulado, los mismos
ojos verdes con motas azules, tez bronceada. Ambos eran muy parecidos salvo porque Finnick era más alto que ella.

—Hola, soy la madre de Finnick, Alicia, ¿tú eres?
—Cassandra Rottmayer.

Alicia frunció el ceño, no sabía que en el Distrito 4 hubiera alguien con el apellido Rottmayer. Mucho menos alguien llamada Cassandra, de hecho ni parecía que fuera del Distrito. Su cabello castaño oscuro y los ojos marrones la delataban, además de que era muy delgada y no estaba bronceada. Seguramente era de algún otro distrito, la mayoría en el cuatro tenía los ojos de color y la tez bronceada por el sol. Cassandra en cambio era muy blanca.

—No eres de por aquí, ¿cierto?
—Sí soy de aquí pero estoy un poco perdida.
—No te preocupes, Cassandra, hablaré con el gobernador para que te deje quedarte con nosotros. Ahora, Finnick, vete a entrenar, llegarás tarde. Y lleva a Cassandra contigo. —Dice señalándola—. Cassandra, te presaré algo de ropa aunque quizá te quede grande.

La castaña asiente y va tras Alicia quien le presta unos pantalones largos y blancos algo ajustados. Después le da una remera azul claro y unas zapatillas deportivas. Las zapatillas le quedan algo grandes, pero prefiere esas ya que las suyas están sucias y Alicia las lavará después.