The Other ||N.C||

El ambiente invadido de egos elevados y trajes de etiqueta solo lograban que mi mueca de disgusto los acompañara durante toda la velada. No importaba si los miraba de arriba,abajo, de un costado o del otro, todos ellos habían perdido la virtud de la humildad, comprensión ¡y hasta incluso la de los modales! Yo no podría ser la reina de ésta última, pero cada uno de estos me superaban.

Esta mañana había despertado con una gran sonrisa sobre mi rostro, si tan solo hubiera sabido que aquella felicidad duraría tan solo un par de horas probablemente hubiese continuado acunada en los brazos de Morfeo y alejada de toda esta mierda que me abrumaba constantemente.

—Colleman, el cliente de la mesa cinco aún espera por su bebida— comentó Janice con su inusual voz nasal. Si supiera que el chef del que presume tener una prohibida relación amorosa se burla de ella a sus espaldas, esa sonrisa socarrona que tanto adora regalarme no estaría en su lugar de siempre.

—No estoy de humor para tus idioteces, aquel hombre te corresponde a ti atender — mi brusquedad no logró callarla sino más bien que una insoportable risa emergiera desde lo más profundo de su garganta. Aquella garganta que más de una vez he querido estrangular pero me he reprimido al intentarlo. — ¿Qué te resulta tan divertido? No he contado ningún chiste.

—¡Oh cielo! pero si eres mi payaso personalizado — rodeé mi ojos como acostumbraba a hacer cada vez que me dirigía la palabra— ¡Mírate! Aún tienes el descaro de faltarle el respeto a tu superior. —rió sin gracia esta vez, manteniendo ese tono de voz que mi nana utilizaba al explicarle a un niño pequeño que no debía correr con tijeras sin importar la prisa—Dulzura, ¿cuál es el nombre de este restaurante?

—No tengo cuatro años, sé leer perfectamente el apellido de tu padre en el cartel y, por favor, evita llamarme dulzura, no comprendo cómo haces para hacerlo ver tan vulgar cuando sale de tu boca—  mi tribuna mental alentaba al comentario que había emitido, cada uno de ellos coreaban en conjunto un "UH" continuo, añadiendo leña al fuego.

—Que tenga puesto este asqueroso delantal sobre esta ropa de baja categoría no significa que esté a tu nivel, dulzura. Un solo llanto y mi padre te echará cual perro de patitas a la calle. — el marcador estaba a su favor, ¿quién se hubiese imaginado que aquella platinada de cerebro diminuto tuviera varias neuronas para relacionarlo todo? Creo que la he subestimado.

— ¿Estar a tu altura significa despilfarrar el dinero de tu padre en un auto que veinte minutos después estrellaste contra un árbol? ¡Diablos, Janice! Dime dónde firmar— no merecía gastar mi tiempo en ella, pero en este momento quería descargar mi ira en alguien, y la rubia parecía gritar “¡Yo, yo yo!” desde que entré por la puerta principal.

Su expresión connotaba maldad, la muy desgraciada iba a despedirme en ese momento, lo sabía muy bien. Ella misma lo dijo, un grito de capricho y me vería obligada a decirle adiós a mi empleo. Sin embargo, fui sorprendida ante su cambio repentino de postura, las líneas que antes curvaban su frente desaparecieron y su boca fruncida fue reemplazada por una sonrisa algo ¿coqueta?

Sus ojos de arpía no me tenían como objetivo, y por la forma en que arreglaba su busto y relamía su rosa chillón de los labios deduje que tenía a un hombre como presa. Pobre infeliz. Sería memorable el día que alguien ignorara a esta chica, porque a pesar de ser desagradable era muy bella…una manzana podrida por dentro.

—Yo me encargaré de él, ve y atiende al de la mesa cinco, no va a esperar toda la vida— sin más se salió del mostrador para mover sus caderas de forma llamativa, no la veía, ya que estaba a espaldas, pero Janice era muy predecible.

Tomé mi orgullo junto con la bandeja de plata y me adentré a la inmensa y lujosa cocina situada detrás de mí. Los cocineros parecían disfrutar de su oficio: saltear las verduras, deshuesar la carne y toda clase de acciones en las que yo era un fracaso como mujer. Mi mayor logro fueron unas pastas quemadas acompañadas de una salsa incomible, cumplíamos cinco meses con Louis y quería hacerle algo hogareño; esa noche él comió hasta el último mostachol tan solo para hacerme sentir mejor. Con simples gestos como esos me demostraba que me amaba, y eso me enfurecía aún más. Tan solo con recordar su propuesta de esta tarde mi corazón se comprimía haciéndolo débil y frágil.

—Anne yo te amo, pero este es mi sueño y la disquera nos obliga a hacerlo. Serán un par de meses, te lo aseguro, confía en mí.

Una lágrima amenazaba con caer mientras tomaba una botella de la vinoteca. Mis labios pedían a gritos un sorbo de aquella sustancia, o alguna más fuerte, para que eliminaran cada escena de este día.

—La chicas de hoy en día son cada vez más locas, es solo un niño bonito— reía Javier al entrar por la puertas con sistema va-y-ven y recoger la bandeja con el plato del día— es una verdadera locura allí afuera, ¿lo han visto?

— ¿Por qué motivo? — preguntó Richard, el único Chef que ha logrado que coma vegetales en mi vida.

— ¿Es algún famoso? — cuestioné yo esta vez.

No era de las que le interesara la fama, por supuesto tenía alguna que otra persona a las cuales admiraba por su excelente don artístico, pero ellos eran tan simples como yo y el resto del mundo: simples humanos.

— Sí, sí. ¿Cómo era aquella banda que tanto adora mi sobrina? — tomó su mentón pensativo haciéndome sonreír por su mueca extraña— ¿One Way? ¿ Five Direction?

Mi sonrisa se esfumó instantáneamente.

— ¿One Direction? — no quería saber la respuesta por lo que no entendía por qué continuaba allí. Debía entregar la botella de vino que sostenía en mis manos al anciano con más dinero del que alguna vez soñé e ignorar el hecho de que mi novio podría encontrarse en el restaurante justo en este momento.

— ¡Ellos! ¡Ellos! — me apuntó como si le hubiese sacado la palabra de la boca— De todas maneras solo uno de los cinco, y acompañado de una chica realmente sexy— y por comentario como aquellos es que solo socializaba con Richard, él era decente, con una esposa adorable y dos hermosas niñas; jamás hubiese comentado tales cosas.

—¿Cuál de ellos? — continué con mi cuestionario.

—No lo sé, Anne. Todos parecen iguales para mí— le restó importancia mientras tomaba dos copas entre sus dedos— De todas maneras ya ha ocupando la mesa Janice, tendrás que admirarlo desde lejos— me guiñó el ojo antes de desaparecer y dejarme con la palabra en la boca.

Una vez mi madre me había relatado una hermosa historia en la que yo correteaba por el jardín de pequeña,  llenando mis mangas de polvo y mis rodillas de barro. Comentó que había parado mi alocado juego porque había oído un sonido. Dijo que corrí a las afueras del patio solo para saber de qué trataba aquel sonido, y que terminé volviendo a casa con un pequeño gatito color miel entre mis manos. Al final de la historia, mi madre comenta que mi curiosidad ha incrementado desde aquel día y que es algo que me ha acompañado desde siempre. Si no hubiese obedecido a mis instintos, probablemente aquel mimoso gatito no estaría ahora mismo durmiendo en la alfombra de mi apartamento.

Mi madre lo hacía ver como si fuese una característica positiva en mí, pero ahora desearía poder controlarlo y no salir a ver cuál era el famoso “niño bonito” que se encontraba sentado en una de las mesas allí afuera.Sin embargo, no pude oponerme demasiado, seguí mis instintos como aquella tarde, y el gatito que esperaba encontrar para remendar mi dolor no fue más que una cucaracha gigante a la cual deseaba asesinar.

Ella era hermosa, pelo ondulado y unos ojos chocolates muy llamativos. Labios rosados y carnosos, que tenían escrito “bésame” en cada lugar por donde la mirases, y una sonrisa que había dejado idiotizado a más de media población masculina a la redonda. Su mano estaba en el hombro de él. El chico que me había hecho creer en el amor con tan solo un “hola” de su parte. El chico que me había dado mi primer beso porque me creía la chica más perfecta de este planeta. El chico que no me había mencionado de su reciente fama debido a un concurso y que le alegraba ver que no lo tratara distinto por ello. El chico que esta tarde me había confesado que Sony Music quería una novia por contrato para él y así ganar más publicidad.

Abrí con delicadeza el vino que llevaba en manos y tomé la primera copa que encontré a mi alrededor. Llené hasta el tope ésta para luego caminar con ella hasta su mesa, tranquila y con el corazón a punto de explotar. Tal vez la tranquilidad estaba en segundo plano, pero eso no importaba ya.

Sus ojos azules se encontraron por un mili-segundo con los míos, pude ver arrepentimiento en ellos, pero eso no importaba ya.

Volqué todo el contenido de la copa por sobre su cabello, todos los comensales ya eran espectadores de mi reciente acto, en especial una de voz chillona y platinado cabello que gritaba lo despedida que estaba a los cuatro vientos.

Un simple movimiento de manos, y el dedo de en medio era todo lo que su rostro observaba ahora.

—Renuncio.

Mañana me arrepentiría, pero eso no importaba ya.