La Estación 《 Larry Stylinson 》

4° Capítulo 

—Por fin llegaste, ¿dónde estabas? —le reproché a Elizabeth que entraba a la casa como si nada.


—Oh... Hola Harold, lo siento, ayer salí a tomar con una amiga y- la interumpi.


—¡Elizabeth! ¡Deja de hacer eso! ¡Me tenías preocupado!


—Lo... lo siento, no era mi intención preocuparte. —Me acerqué a ella y la rodeé con mis brazos. Pude percibir un ligero aroma a colonia de hombre pero no dije nada, ¿Quién era yo para reclamarle cuando yo también me acostaba con cualquiera? Nadie, no era nadie. Permanecimos unos minutos así hasta que Elizabeth se soltó de mi agarre.


—¿Doy pena ajena, verdad? Parezco tú hija... qué ridícula me veo—Iba a decirle algo pero ella siguió hablando— Iré a bañarme y buscaré trabajo—volteó a verme y me sonrió—.Ya no pongas esa cara de angustia Harry, que me siento mal—Forcé una sonrisa y la dejé ir a bañarse.

 
No sabía cómo ayudarla, me sentía impotente e idiota. Sólo le reprochaba sus acciones pero tampoco hacía nada por ayudarla.Aproximadamente una hora después, Elizabeth salió muy arreglada para buscar trabajo, yo sabía que las posibilidades de que le dieran algo eran nulas, pero verla tan linda y entusiasmada como hace mucho no le veía, simplemente no podía decirle mi letanía de pesimismos. Le deseé suerte y ella impulsivamente me besó en los labios. Mientras yo, empecé a juntar la ropa sucia para llevarla a la pequeña lavanderia que estaba a unas cuadras de la casa. Una vez junta toda la ropa, me encaminé hacia la puerta dispuesto a salir pero cuando estaba serrando con llave, se me cayó una que otra prenda, por lo que tuve que levantarla.

   
—¿Si viste a Elizabeth ahorita? Iba bien arreglada y hasta me saludó muy contenta.


—Sí, sí la vi, pero mi hija me dijo que apenas había llegado a su casa hace como una hora,  ¿puedes creerlo?

 
Esas eran las voces de dos de las vecinas de la calle donde vivia, ellas dos siempre eran las que inventaban y corrían la voz por toda la cuadra. No tenían nada que hacer más que molestar la vida de los demás. Decidí quedarme donde estaba para escuchar sus tonterías, total, ahí no me verían pues del lado donde estaban me tapaba unos arbustos que llegaban como a dos metros. Y ellas estaban del otro lado.

 
—Enserio, yo sí la he visto llegar en la madrugada o si no muy tempranito a su casa ¿tú crees que trabaje de prostituta? Ya sabes, sólo esas andan en las noches fuera y llegan en la madrugada a sus casas.


—La verdad quién sabe, yo creo que sí, pobre de Harry que tiene que convivir con ella.


—Sí, pobre muchacho, aunque la otra vez también lo vi saliendo en la noche de su casa. No vaya a ser que ande en malos pasos.


—Ojala y no.


Después de haber oído aquella conversación, más que enojado, quería estallar de la risa. No podía creer que tuvieran tanta imaginación para inventar una sarta de estupideces sólo porque me habían visto salir de noche. "Bueno, creo que tendré que ser más precavido" pense. Esperé unos minutos para después aparecer junto con las vecinas y saludarlas forzando una sonrisa amable. Eran hipócritas e insoportables. En cuanto me vieron no dudaron en preguntarme a dónde iba Elizabeth tan arreglada.

   
—Fue a visitar a un familiar —mentí. Total, si ellas inventaban cosas, ¿por qué yo no? Unos minutos después de interrogarme un poco más, terminaron con su parte y se fueron. Yo solté un largo suspiro de alivio.

 
Después de haber labado la ropa, esperar, pasarla a una secadora y acomodarla en el canasto regresé a nuestra pequeña casa y casi, casi involuntariamente me dirigí hacia donde estaba una pequeña caja de madera en donde guardaba cosas importantes. Empecé a sacar cada una de las cosas (no muchas), casi todas regalos de Caro, de Elizabeth y uno que otro objeto de mi madre. Sólo conservaba un dije blanco en forma de corazón, un anillo de fantasía y un par de fotos. Ignoré lo demás para centrarme en las fotos. Una era cuando ella tenía unos quince años, y la otra, cuando tenía veinte, se la habían tomado unas semanas antes de que muriera. Mi madre era hermosa, tenía una sonrisa muy radiante y el cabello largo y lacio. Lo que más me gustaba de ella eran sus ojos, azules, de un azul extraño, a veces se veían tan claros, y otras tantas no se podía saber a ciencia cierta de qué color eran. Observé detenidamente aquellos ojos de la fotografía, se veían tan vivos, tan reales, que por un momento pensé que la foto había cobrado vida. Y de repente pasó por mi mente aquel hombre."Louis". También tenía unos ojos azules, muy hermosos, un tono más bajo que los que había tenido mi madre.


Había pensado que no iba a verlo nunca más después de aquel incidente en el metro, pero verlo un día anterior y que me hubiera dado su nombre, me ponía muy contento. No sé, supongo que desde el primer momento me atrajo mucho, con ese traje tan pulcro y semblante sereno. Su nariz recta y un poco afilada, esos labios tan sensuales, su cabello castaño, su cuerpo delgado, sano y por supuesto, ese par de ojos azul. Todos esos últimos días había ido al metro, teniendo la esperanza de volver a verlo, para qué, no sabía exactamente, sólo que quería verlo. Quería volver a hablarle y a incitarle a hacer cosas "sucias" en el vagón del metro, que me diera su teléfono y así cuando necesitara saciar sus deseos carnales, lo hiciera conmigo. Eso era lo que pasaba por mi mente todos esos días que había ido al metro a ver si lo encontraba de pura casualidad. No fue hasta el día anterior que por fin lo vi de nuevo, y aunque me hubiera gustado que hubiésemos hablado más, logré tranquilizar aquella ansiedad que tenía por volver a mirarlo. Pero ahora quería volver a encontrarlo, volver a hablarle, volver a ver sus ojos. Ni siquiera había cruzado con él más de diez palabras,bueno tal vez sí, no nos habíamos dicho gran cosa, y aun así añoraba con tantas ganas volver a verlo.

 
Unas horas después llegó Elizabeth extendiéndome los brazos para que fuera a su encuentro.


—¿Cómo te ha ido? — pregunté interesado.


—Muy bien Harry. —dijo un tanto contenta. Me soltó y me dio un beso en cada mejilla.


—¿En serio? —pregunté un tanto incrédulo.


—Sí. En un pequeño restaurante que está un poco cerca de aquí necesitaban a una mesera con urgencia, así que me han dado el puesto. Empiezo mañana.


—Eso me parece estupendo Eli. Me alegra mucho. —le di unas palmaditas en el hombro y ella me respondió con una sonrisa.


—Bueno, iré a comprar algunas cosas que faltan.


—Yo voy contigo —dijo Eli, aunque su rostro me decía que no tenía ganas de salir.


—No, tú quédate, yo voy.

 


Siguiente semana, viernes. Aproximadamente las 10:45 p.m. Estaba esperando a que pasara el metro, pues era hora de trabajar. Mi método era muy sencillo, cuando sólo había una o dos personas en el vagón me acercaba a una de ellas y hacía lo que con Louis, miradas, insinuaciones, y después lo que surgiera. Pero, si había más gente dentro del vagón, entonces empleaba otro método.

Bastaba con que prendiera el bluetooth con nombres sugerentes tipo:  «Hago sexo oral por $$ » o «Sexo a cambio de dinero » , entre otras cosas. La mayoría de las veces era así como salían los clientes. Respondían a mi llamado y entonces le decía a la persona interesada que hiciera señas para reconocerlo mientras yo hacía lo mismo, una vez identificados, una, nos cambiábamos de vagón o dos, bajamos del tren para hacerlo en el andén o en cualquier otro lado. A veces lo hacía en el vagón y mientras, los demás observaban lujuriosos el espectáculo mientras se tocaban sus partes o disimulaban que no veían nada. Así era la jornada, todos los jueves y viernes.


Esa noche tras prender el bluetooth de mi teléfono y mandar los mensajes, sólo un hombre respondió a mi llamado, y al parecer era un hombre hetero que sólo buscaba a alguien que se la chupara. Lo hice ahí mismo en el vagón pues sólo había otro tipo más en éste, que por cierto, miraba extasiado como introducía aquel desconocido miembro en mi boca una y otra vez. Terminé mi trabajo y el hombre descendió del vagón como si nada, y yo aparte de agradecer el dinero, me sentí útil. Después recorrí de nuevo casi toda la línea del metro esperando ver a aquel hombre, que, era de suponerse, no dio señales de vida.


Las voces del recuerdo cada vez se hacían mas claras y las imagenes mas nitidas en su mente y derrepente recordo.

—¿Tú sí me vas a ayudar verdad? Por favor... ayúdame, no sé que haré si me alejo de ti, tú eres el único que puede hacerlos entrar en razón.


—N... no puedo —dije con voz titubeante, apunto de soltar las lágrimas.


—¡Louis! ¿Me odias ahora? —No dije nada.


Tenía los puños cerrados porque en cualquier momento estaba dispuesto a golpear la pared que estaba tras de mí. Ella comenzó a llorar, y me miraba suplicante. Quería que la perdonara, pero no iba a hacerlo. Me había traicionado.

  
—Por favor Louis no sé qué haré si me voy de aquí, ¿qué voy a hacer sola?


—¡Eso hubieras pensado antes!

 
Entonces tuve que volver a tierra pues el teléfono sonaba. Últimamente los recuerdos me eran más claros, y pasaban por mi cabeza como una serie a la que tenías que darle seguimiento si no querías perder el hilo de la historia. Contesté el teléfono y era mi esposa que me decía, llegaría más tarde a casa. Claro, ya lo sabía, siempre hacía lo mismo, cuando no iba a trabajar salía para no tener que pasar momentos incómodos con mi compañía. A mí me daba igual lo que fuera a hacer en todo el maldito día, si me engañaba, no era de sorprenderse, y tampoco algo que me importase mucho.


—¿Qué haces papi?


—Oh, nada hija, termino cosas del trabajo.

 
Mi hija Susan, me miraba alegremente mientras tomaba la otra silla del escritorio para sentarse junto a mí. Ese día estaba vestida de rosa con su cabello suelto cayéndole en los hombros. Es una niña preciosa, de grande sin duda tendrá el atractivo de su madre, aunque en cuanto a carácter se parecía a ambos.


—¿A qué hora llega mi mamá? — pregunto con su voz dulce.


—En la noche Susan —Ella refunfuñó e hizo pucheros.


—No me gusta que se vaya los domingos, hoy es el único día que pueden estar todos aquí.

 
No le dije nada, ¿qué podía decirle? ¿Decirle que su madre y yo ya no nos queríamos y era incómodo estar aquí juntos todo el día? En esos momentos me sentía fatal viendo a mi hija añorando ver a la familia unida como en tiempos lejanos, sabía que aunque era muy chica de edad, sospechaba que algo fallaba entre nosotros pues constantemente me preguntaba si yo quería a su mamá y qué tanto la quería. Estuvo un rato más sentada junto a mí mientras preguntaba interesada en todo lo que hacía. Unos minutos después, como vio puros números, se aburrió y se fue a buscar a su medio-hermano.

 

Apenas el día de ayer había ido a la dirección que tanto trabajo me había costado conseguir, pero nadie me abrió la puerta. Lo más seguro era que ya no viviera ahí, y eso me decepcionaba terriblemente. Aun así no iba rendirme, iría esa tarde de nuevo, aunque me muriera del miedo y de los nervios. Ya en la tarde, les avisé a mis hijos que saldría un momento. Volví a llegar a aquel lugar que había visitado el día anterior. Era una pequeña casa, en muy mal estado en una zona tampoco nada agradable. A pesar de que lo más seguro fuera que ya no residiera en ese lugar, no dejaba de saltarme el corazón y de sentir una horrible sensación en el estómago, me sentía peor que el día anterior. Toqué la puerta y esperé pacientemente. Nadie abría. Volví a tocar teniendo la esperanza de que alguien me abriera la puerta. Por fin después de una larga espera, alguien la abrió.

  
—¿Sí? —dijo una señora de avanzada edad y con un tono muy malhumorado.


—Buenas tardes. Estoy buscando a una persona, y tengo entendido que vive o vivió aquí. —explique 


—¿Quién?


—Se llama Diana Tomlinson — Aquella señora me miraba con ceño fruncido mientras trataba de hacer memoria.

 
—Diana — murmuro tan bajo que tube que adibinar lo que dijo


—Más o menos tendría esta edad cuando vino a vivir por aquí—saqué una vieja foto de mi cartera y se la mostré. La vio detenidamente.


 —Ah... sí, sí la recuerdo. Era una niña cuando me pidió que le rentara mi cuarto, pero no duró mucho tiempo, como unos cinco meses.


—¿Y no sabe a dónde se fue después? —pregunté con un poco de esperanza.


—No —carraspeo un poco y prosiguió—.¿Por qué no la busca en los anuncios de la estación de policias o una de esas cosas?


—Pero no es que se haya perdido se fue de la casa — "O más bien la corrieron" — Y pues bueno, ya sabe fui a una que otra institución y me hicieron dar vueltas porque no quería soltar el dinero, entonces me hicieron esperar más de la cuenta y no me dieron muchos datos, prácticamente yo fui el que consiguió esta dirección investigando. La mujer me veía con semblante serio, como si desconfiara de mí. Una mujer pasó con un niño pequeño y saludó a la señora. Después de esto ella me dijo:

  

—¿Se puede saber para qué la busca? —seguía mirándome con semblante serio pero ahora resaltaba cierta inquietud.


—Es mi hermana.


—No se parece mucho a como yo recuerdo a Diana, pero algo me dice que está diciendo la verdad.


—¿Entonces sí sabe dónde vive ahora?

 
—Pues recuerdo que una vez vino a pagarme lo que me debía y me dijo que estaba viviendo en una pequña casa pero no recuerdo si me dijo dónde. Después de eso no volví a verla. Me daba un poco de tristeza la muchacha, tan joven y.


—Sí, sí ya sé —dije interrumpiéndola.

 
Guardé la foto de nuevo en mi cartera y esperé a que aquella señora pudiera proporcionarme más información.Me dijo que pasara mañana a ver si podía hacer memoria. Le di las gracias y regresé a mi casa. Era mi hermana y la dejé ir, me sentía terriblemente culpable, pero en ese entonces yo me sentía terriblemente usado, engañado y traicionado.

 
Otro recuerdo golpeo mi cabeza al recordar cuando ese tipo llego a nuestras vidas y cuando ella me rompio solo un poco mi corazón.


—¿No estás enojado, verdad?


—No—contesté serio.


—¿Sabes que lo hice porque mis amigas empezaban a molestarme de que no tenía novio, verdad?


—Sí.


—Entonces ¿por qué te enojas? Yo no lo quiero.


—¡Ya lo sé! Pero lo besarás, lo tomarás de la mano, ¡y harás todo eso que haces conmigo! —Ella se sobresaltó y se sonrojó demasiado cuando me contestó.


—Sólo le daré unos cuantos besos y ya yo no haría eso con él y lo sabes.


—Yo te quiero Diana.


—Yo también, pero esto... no está bien.


—Ya lo sé —se acercó a mi y me besó lentamente en los labios.

 

Yo era dos años menor que ella, pero aun así era ligeramente más alto. La tomé suavemente por los hombros y así permanecimos unos instantes, creyendo yo totalmente en su promesa.

 

Y así me la pasaba en esos días, de recuerdo en recuerdo, a veces en desorden, a veces en  forma lineal, pero daba lo mismo la forma en que volvieran, allí estaba ella recordándome que no debí dejarla sola cuando más me necesitaba.

 
Al día siguiente regresé a la casa de aquella señora, esperando que pudiera darme información relevante. La señora, ahora un tanto más amble, me dijo que fuera la siguiente semana, porque se tardaría en buscar una carta que alguna vez le envió mi hermana semanas después de que se hubiera ido de allí, y según me decía la señora, estaba escrita la dirección de su nuevo hogar, y si tenía suerte, tal vez seguiría viviendo en ese lugar. Yo estaba esperanzado en que así fuera, y rogué porque todavía tuviera en sus manos aquella carta que en ese momento, sentía que de ella mi vida dependía. Y después de ese día, tuve una semana del carajo. Trabajo y más trabajo. Estrés, sobre todo con mi esposa, que cada vez me reclamaba de todo, me culpaba de sus problemas, se quejaba de la búsqueda de mi hermana, claro porque le daba más importancia a ese asunto que la que le había dado a ella en años. Me dejó de hablar por dos días enteros, como si haciendo berrinches de adolescente me sentiría culpable. Tanto así era ya mi indiferencia hacia ella que ya no me importaban sus enojos y ni sus quejas, a veces hasta me entretenían, pero que hicieran que me sintiera mal, no. Y luego ahí estaba mi hija Susan que se percataba cada vez más de que nosotros ya no éramos los mismos, nos hablábamos como si de simples conocidos se tratara. Ya hasta había olvidado el aniversario de nuestro matrimonio, y a ella, a ella también ya le daba igual.


Mark casi ya no estaba en la casa pues la universidad lo absorbía demasiado, así que él no le ponía la atención adecuada a nuestra relación, algo que agradecía mucho. Solamente en ocasiones nos comentaba que ahora enojarnos, era nuestro pan de cada día, pero no decía más. Lo peor de todo era que quería relajarme y no podía en esa casa con esa mujer que cada vez más desconocía.

 
El viernes había salido tarde del trabajo, pero no tenía ganas de volver aún a casa. Tenía muchas ganas de tener sexo, siempre me servía para el estrés, así que salí del trabajo con el propósito de encontrar a una sexo-servidora que quisiera satisfacer mis necesidades. Caminé por las calles aledañas a la oficina, pues una que otra vez había visto a algunas, pero nada. Ese día mi esposa se había llevado el carro así que caminé rumbo al metro, esperando tener un poco de suerte. No podía creer que no hubiera nadie, entonces algo frustrado, entré al metro.

Caminé hacia el andén recordando que el domingo iría de nuevo con aquella señora en busca de esa valiosa dirección. Mis pensamientos se quedaron en pausa cuando una vez en el andén recordé la famosa cajita feliz, donde podría ir y mi mente me decía ¡No vayas para allá! Pero mis pies eran atraídos como imanes hacia la parte trasera del andén. No pararon hasta llegar al final y esperar el convoy. Por fin llegó y me subí al vagón, en el cual había un poco más de gente, tres personas, supuse que era por la hora pues eran un poco más de las 10:30 p.m.

 
Me senté lentamente colocando mi portafolio en el suelo sin mucho cuidado y observando discretamente a las tres personas que viajaban conmigo en aquel vagón. Dos de ellos tenían la pinta de ser homosexuales, el tercero no tanto, pero me quedé en shock cuando vi que el tercer tipo se tocaba sus partes mientras que el segundo, sentado frente a él, hacía lo mismo y fingían que no veían lo que hacía el otro. Sentí un pequeño ardor recorrerme el cuerpo, y, por alguna extraña razón, no podía dejar de ver aquella escena.

 
Fue ahí cuando recordé lo que había hecho con aquel tipo, empecé a sentir mi cuerpo caliente y esa sensación de adrenalina correr en mis venas.  Aquel par seguía tocándose sus partes mientras que el primero los observaba "disimuladamente". Yo trataba de fijar mi mirada en otra parte, pero simplemente no podía hacerlo. Mi miembro comenzó a despertar y yo sentí vergüenza de mí mismo, ¿Cómo aquella escena podía excitarme? Quería tocarme y comenzar a masturbarme como uno de ellos había empezado hacerlo, pero estaba completamente pasmado, además de que estábamos en una nueva estación y gente podría entrar al vagón.


Ellos sólo se limitaron a tapar sus miembros erectos con lo que tuvieran a la mano, como nadie subió, siguieron haciéndolo tranquilamente. Me costaba trabajo creer que pudieran hacer eso sin ningún pudor.


Las estaciones pasaron y yo no podía controlar aquella erección que quería ser liberada. Traté de concentrarme en otras cosas y poco a poco fui calmándome un poco. Aquel par al parecer terminó pues una estación después (que también era la mía) el segundo tipo se bajó como si nada y a mí se me olvidó por completo abandonar el vagón. Pasaron otras dos o tres estaciones más en las que yo traté de calmarme, pero justo cuando ya lo estaba logrando él.

 
—Oh... linda sorpresa —sonrió y yo traté de evadir su mirada, porque sólo bastaba verle un poco para volver a pensar en aquel suceso, pero qué rayos, estaba totalmente extasiado, quería una mamada, quería que él me la chupara y me calmara la excitación en la que había quedado después de aquel espectáculo. No me importaba en ese momento que fuera un chico, que fuera mujer, que fuera lo que sea simplemente quería placer.

  
—Oye tú—dije. Él se acercó y yo tragué saliva.

 
Mis manos temblorosas buscaron en la bolsa de mi pantalón mi cartera para sacar un billete, pero justo cuando Harry estuvo frente a mí, reaccioné y guardé deprisa aquel billete en la bolsa de mi saco. Maldita sea, había estado a punto de hacer una tontería.


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Hola nuevo cap comente si les gusta y si no pues ya casi se viene lo mejor bueno besos.