Supernatural {Resultados| N.C

La noche se cernía, serenamente, sobre aquél misántropo y desconocido pueblo, y la impetuosa fiesta seguía su curso, aún cuando eran las cuatro de la madrugada. Afortunadamente, el gran evento no había sido llevado a cabo en mi hogar, sino que en el gran recinto donde los Tomlinson organizaban fiestas tan grandes, como ésta.
Miles de adolescentes bailaban al compás de la música, mientras las coloridas luces proporcionaban la suficiente iluminación, como para tener la certeza de que hablabas con la persona correcta.

—Zayn—dijo una dulce voz, llamándome con nerviosismo—, hola—pestañeé un par de veces antes de mirarle a los ojos.

Apenas podía lograr mantener la estabilidad gracias a las innumerables copas de vodka que había bebido a lo largo de la noche, y la cantidad inmensa de chicos en el lugar hacía que me desorientara como nunca antes lo había hecho. Sin embargo, pude reconocer a aquellos hermosos ojos azules, y el castaño cabello de la propietaria. Se trataba, fehacientemente, de mi perfecta y única Alexandra.

—Ho-hola—tartamudeé y sonreí como un idiota—. Hoy luces simplemente sermosa—balbuceé, queriendo decir hermosa, después de todo.

Posé mis manos en su frágil y minúscula cintura, e hice el intento de acercarla a mí con cuidado. Lo más extraño era que, mi dulce Alexanda, era reacia a que le demostrara cariño esa noche, y la comprendía. Yo tampoco querría que un chico ebrio se acercara a mí. La abracé, aún cuando el vulgar aroma del alcohol impregnaba cada poro de mi cuerpo.

—Ven conmigo—susurré en su oído, y un escalofrío recorrió deliciosamente su espina dorsal. Pude sentirlo gracias a la cercanía que mantenían ambos cuerpos—. Ven, por favor—supliqué una vez más.

Entonces se removió, y yo supe que era un sí. Tomé su mano, y su piel era tan suave, que quise besarla hasta desfallecer; no obstante, me limité a guiarla erráticamente hacia la salida. Con dificultad nos dirigimos hacia mi vieja camioneta. Sólo pude reconocerla porque visualicé aquél característico tono grisáceo, sin mencionar al óxido que no hacía más que hacerle ver anticuada.

—Zayn, yo…
—Esta noche será sólo para nosotros—sonreí, y nos introdujimos con cuidado a la camioneta anti romance.

Y, definitivamente, sería sólo para ambos. Esa fue la penúltima noche que me quedé en el pueblo, porque al expirar los dos días que me quedaban de estadía en la localidad, me iría a buscar nuevas aventuras a lugares desconocidos, sin que nadie tuviera conocimiento acerca de mis futuros planes. Debía disfrutar el tiempo que me quedaba junto a ella.
La besé como nunca lo había hecho, y sus labios se movieron acorde a los míos, en una danza tan maravillosa, que me hubiera gustado nunca dejarla ir. Aún en mi estado de suma ebriedad podía darme cuenta de que ese momento no volvería a repetirse, y era más especial, que ningún otro en mi vida entera.
Y nos amamos. Aquella noche la amé como nunca había amado a otra mujer, con tanto afecto y respeto en todos y cada uno de mis actos, que supe que ella era el amor de mi vida. Ella recibió mi amor, y me entregó del suyo de forma primorosa. Alexandra era hermosa en todos los sentidos, y lo sabía.

—Te amo, Alexandra—susurré, y escuché un sollozo proveniente de su parte.

Tomé su rostro entre mis manos con delicadeza, y sentí que una lágrima corría deliberadamente sobre su mejilla. Entonces me apartó de su lado y salió corriendo del lugar.
Nunca más volví a verla.

La primera vez que la vio… nada volvió a ser igual. No había licor alguno que le hiciera olvidar su hermoso rostro. Cuando llegas a un nivel tan alto de dependencia al alcohol, no puedes evitar pensar en ese líquido cada minuto de tu miserable vida. Zayn había tratado muchas veces de dejar aquella adicción, pero cada noche despertaba sudando, con sus manos moviéndose erráticamente bajo la cama en busca de una botella de vino.
Sin embargo, cuando logró divisarla, no pudo dejar de pensar en su hermosa sonrisa. La forma en la que ella gesticulaba al hablar era algo digno de admirar, y ese par de brillantes ojos que poseía, hacían que todo lo demás se esfumara; inclusive el glorioso vaso de vodka que él sostenía entre sus manos.
Desde aquel instante, supo que debía hablarle. Fumó un cigarrillo para disimular la fragancia que el alcohol ya había dejado impregnada en su cuerpo, y se acercó con pasos firmes hacia ella. La invitó a salir, y aceptó. Ni siquiera él podía saber cuán feliz se encontraba en ese momento.
En su primera cita, Zayn había decidido no beber. Pasó más tiempo evitando cualquier tipo de contacto con el alcohol, que charlando con ella. Y aún cuando todos los intentos fueron en vano, ella no se enfadó con el pobre muchacho. Tomó una de sus manos, le miró a los ojos, y sonrió. Le dijo que le ayudaría a salir adelante, porque sabía que él era capaz de lograr eso, y muchas cosas más. Zayn le creyó, y la besó aún sabiendo que el aroma que sus labios le otorgaban no era su preferido.
El primer mes, cuando ambos se mudaron para convivir juntos, ella le dijo que era la mujer más feliz del mundo. ¿Y Zayn? Él era el hombre más dichoso y afortunado de todos los tiempos. Cada vez que la besaba, no podía evitar pensar en que la dulzura de sus labios era mil veces mejor que el alcohol. Ella era, sin dudas, la mejor adicción en la que nunca pudo haber caído.
A ella le encantaba que en las mañanas Zayn siempre le preparara el desayuno, y que el aroma a café y cigarrillos se hiciera presente en su habitación.
Una tarde, la joven le dijo que lo amaba, y sus ojos brillaron más que nunca. Sus hermosos labios color rosa pálido esbozaron una sonrisa perfecta, y él no podía creer que un ser tan divino como ella, perdiera el tiempo amando a un alcohólico como Zayn, que ni siquiera valía la pena.
Él podía recordar aún aquellas noches en las que ella le veía llegar ebrio, y le dejaba un espacio a su lado en la cama. Lo abrazaba y junto a su oído susurraba que tuviese unas buenas noches. ¿Y cómo no tenerlas si ella estaba a su lado? Para Zayn todo era malditamente perfecto.
Hasta el segundo mes. Una mañana rechazó el desayuno que él había preparado porque decía que llegaría tarde al trabajo. En las noches le decía que al llegar debía dormir en el sofá para no despertarla e interrumpir sus preciadas horas de sueño. Cuando decía que lo amaba, su boca era una línea recta. Le dijo que debía dejar de beber así, o se iría de casa.
Y Zayn lo intentó. Pero sudaba y temblaba como nunca antes lo había hecho. Seis horas. Ese fue el tiempo que duró sin tomar ni una gota de alcohol.
El tercer mes, ella comenzó a dormir en la casa de su madre. Le dijo a Zayn que todo había sido un error, y que no quería verlo ya más. ¿Pero cómo puede ser un error enamorarse de tal manera? El amor no es un error, y Zayn tenía miedo… miedo de que pudiese olvidarlo, cuando él no había dejado aún de pensar en ella.
Después de ello, beber era lo único que él tenía. Sentir que el líquido pasaba suavemente por su garganta, y minutos después, saber que lo dejaba casi inconsciente, era lo más bonito que le había sucedido desde que ella había decidido irse. Pero nada se le comparaba. Porque si es que Zayn hubiese tenido que elegir entre quedarse con ella y no beber nunca más, o seguir bebiendo pero no tenerla cerca, hubiera escogido, fehacientemente, la primera opción. No le importaba el sudor. Los tics. Las constantes imágenes en su cabeza de las botellas de alcohol que hubiese podido estar bebiendo en ese instante. Nada de eso tenía sentido sin ella.
Al quinto mes, la ausencia de la muchacha se había hecho una tortura. Zayn quería despertar todas las mañanas a su lado. Le hubiese encantado sentir sus caricias, y aquellos suaves labios sobre los suyos. Sólo podía pensar en quién más estaba besándola. No podía respirar, siquiera, porque sabía que los besos de aquel chico no tenían ese común aroma a alcohol que ella tanto despreciaba, pero que al fin y al cabo, soportaba sólo por él. Le frustraba saber que ese muchacho sí podía hacerla feliz.
La quiso de regreso tanto que… tiró la única botella de vodka que le quedaba por el lavabo, y esperó… esperó eternamente a que ella lograse encontrarlo bajo todas esas sábanas impregnadas en sudor, antes de que la falta de alcohol provocase que su cuerpo perdiera lo poco que tenía de vida.
Al sexto mes, Zayn ya no estaba.