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"Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 2 de 4. • 1, 2, 3, 4
¿Cómo calificarían esta nove?
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
pero que fue lo que le paso???
la querian matar???
quien??..por que????
siguela pronto por favor!!!!!!!
la querian matar???
quien??..por que????
siguela pronto por favor!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Woooooow!
Ayer lei los caps!
pero se me fue el internet y no pude comentar 77
ahora estoy donde mi abue y le robo el internet a mi vecino xD
Pero centrandome!
siguela!
esta buena! :D
Ayer lei los caps!
pero se me fue el internet y no pude comentar 77
ahora estoy donde mi abue y le robo el internet a mi vecino xD
Pero centrandome!
siguela!
esta buena! :D
Feer :)x.
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Dayi_JonasLove!* escribió:NickJonas escribió:esta ES LA NOVELA
se las recomiendo 100%
que bueno que la publicaste!
Jjajajajaja que bellaaaa :love:
TE CAMBIASTE EL NOMBREEEE :O!!!!
Te amoooo sorella!
Es para cuando Nick quiera publicar por aqui tu sabes hahahaha
TE AMO MAS AMORE!
Creadora
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Hola chicaaas :D Muchas gracias por su apoyo! Estoy muy contenta hoy porque mi iPod tenía 2 meses sin agarrar el Internet pero hoy por fin solucione y estoy que salto de alegría. Les voy a colocar dos caps porque aquí es en donde empieza lo bueno! ;) ENJOY!
Había pocos clientes y Linda-Gail se ocupaba de la barra. Colocó un trozo de tarta de manzana delante de Cas y terminó de llenar su café.
—Estas dos últimas semanas se te ve mucho por aquí.
—El café es bueno y la tarta es mejor —dijo esbozando una sonrisa mientras pinchaba un gran bocado—. La vista no está mal.
Linda-Gail echó un vistazo por encima del hombro hacia la parrilla, donde trabajaba _________.
—Me han dicho que ahí has dado con hueso, machote.
—Aún es pronto —dijo antes de probar la tarta. Nadie hacía los pasteles como su madre—. ¿Sabes algo más de ella?
—Eso forma parte de la vida privada.
El joven soltó un bufido.
—Vamos, Linda-Gail.
Ella intentó mantenerse distante, pero lo cierto era que a ella y a Cas les encantaba contarse chismes desde que eran niños. En realidad, no había nadie con quien le gustase hablar más que con Cas.
—Es reservada, no rehúye el trabajo, entra puntual y se queda hasta que termina o hasta que Joanie la manda a casa. —Linda-Gail se apoyó en la barra y se encogió de hombros—. No recibe correo, por lo que me han dicho, Pero se ha puesto teléfono arriba. Y...
Cas se inclinó hacia delante para acercar su rostro al de la muchacha.
—Continúa.
—Bueno, Brenda, la del hotel, me dijo que mientras ________ se alojaba allí puso el tocador delante de la puerta de la habitación contigua. Yo creo que tiene miedo de algo o de alguien. No pagó con tarjeta de crédito ni una sola vez, y nunca utilizó el teléfono del hotel excepto para enviar correo electrónico, una vez al día. La habitación tenía acceso de alta velocidad, pero cuesta diez dólares al día; el teléfono de recepción sale más barato. Eso es todo.
—Parece que le vendría bien alguna distracción.
—Eso es un eufemismo, Cas —dijo Linda-Gail, disgustada. Se echó hacia atrás, molesta consigo misma por haberse dejado arrastrar a un antiguo hábito—. Te diré lo que no le hace falta. No le hace falta ningún tío salido que la persiga con la esperanza de llevársela a la cama. Lo que le vendría bien es un amigo.
—Yo puedo ser un amigo. Tú y yo somos amigos.
—¿Eso es lo que somos?
Algo cambió en los ojos y en el rostro de él. Deslizó la mano sobre la barra hacia ella.
—Linda-Gail...
Pero ella apartó la mirada, retrocedió y exhibió su sonrisa de camarera.
—Hola, sheriff.
—Buenos días, Linda-Gail y compañía.
El sheriff Richard Mardson se acomodó en un taburete. Era un hombre corpulento, de brazos largos, que caminaba con paso pausado y mantenía el orden con la razón y el compromiso cuando podía, y con la fuerza y una mirada dura cuando no podía. Le gustaba el café dulce y ligero, y ya alargaba el brazo para coger el azúcar cuando Linda-Gail le sirvió una taza.
—¿Estáis riñendo otra vez?
—Solo hablamos —dijo Cas—. De la nueva cocinera de mi madre.
—Desde luego, sabe manejar esa parrilla. Linda-Gail, ¿le dices que me prepare una pechuga de pollo frita?
Se echó el azúcar en el café. Tenía los ojos de color azul claro y el cabello rubio cortado a cepillo. Su fuerte mandíbula estaba bien afeitada; durante catorce años su esposa había insistido, hasta casi volverle loco, para que se librase de la barba que se había dejado crecer durante el invierno.
—¿Vas detrás de esa chica flaca, Cas?
—He hecho algunos movimientos de tanteo en esa dirección.
Rick sacudió la cabeza.
—Tendrías que sentar la cabeza con el amor de una buena mujer.
—Lo haré en cuanto pueda. La nueva cocinera tiene un aire de misterio —comentó Cas antes de hacer girar su taburete con la intención de charlar—. Hay quien piensa que huye de algo.
—Si es así, no es de la policía. Yo sé hacer mi trabajo —dijo Rick cuando Cas enarcó las cejas—. No tiene antecedentes ni órdenes de detención pendientes. Y prepara una carne genial.
—Supongo que sabe que ahora vive arriba. Linda-Gail acaba de decirme que Brenda le contó que ________ dejaba el tocador contra la puerta de la habitación contigua mientras se alojó allí. A mí me parece que está asustada.
—Tal vez tenga motivos —dijo el sheriff dirigiendo su penetrante mirada hacia la cocina—. Seguramente ha dejado a un marido, o a un novio, que la zurraba de lo lindo.
—Nunca he entendido esas cosas. Un hombre que le pega a una mujer no es hombre.
Rick se tomó su café.
—Hay toda clase de hombres en el mundo.
Cuando acabó su turno, _________ se instaló arriba con su diario. Había dejado la calefacción a unos moderados dieciocho grados y llevaba un jersey y dos pares de calcetines. Calculaba que el ahorro por ese concepto compensaría las luces que mantenía encendidas día y noche.
Estaba cansada, pero era una sensación agradable. El apartamento tenía un efecto positivo en ella; era seguro, amplio y ordenado. Aún más seguro cuando apuntalaba debajo del pomo de la puerta uno de los dos taburetes que Joanie le había dado. Algo que hacía siempre que estaba en la habitación.
Hoy también ha sido un día tranquilo. Casi todos los clientes eran del pueblo. Es demasiado tarde para esquiar o hacer snowboard, aunque me han dicho que algunos puertos de montaña no estarán abiertos hasta dentro de unas semanas. Es extraño pensar que debe de haber mucha nieve en las alturas, mientras aquí abajo todo es fango y hierba marrón.
La gente es muy rara. Me pregunto si de verdad no saben que me doy cuenta cuando hablan de mí, o si creen que es natural. Supongo que es natural, sobre todo en un pueblo tan pequeño. Mientras estoy ante la parrilla o los fogones noto que las palabras me presionan la nuca.
Todos sienten mucha curiosidad, pero no preguntan. Imagino que eso sería un signo de mala educación, así que hacen conjeturas.
Mañana tengo el día libre. Todo un día libre. El último que tuve estaba tan ocupada limpiando esto y colocando las cosas que se me pasó volando. Pero esta vez, en cuanto vi el horario, casi me da un ataque de pánico. ¿Qué haría? ¿Cómo pasaría un día y una noche enteros sin trabajar?
Entonces decidí hacer una excursión cañón arriba, tal como planeé cuando llegué aquí. Tomaré uno de los senderos fáciles, iré tan lejos como pueda y contemplaré el rió, Tal vez las rocas aún hagan ruido, como Cas me dijo. Quiero ver el agua blanca, las morrenas, los prados y pantanos. Puede que alguien haga rafting en el río. Prepararé un pequeño almuerzo y me tomaré mi tiempo.
Hay mucha distancia desde la bahía Back hasta el río Snake.
La cocina estaba muy bien iluminada. _______ canturreaba con Sheryl Crow mientras fregaba los fogones. «La cocina —pensó—, queda oficialmente cerrada. »
Era su última noche en Maneo's —el fin de una era para ella—, por lo que pretendía dejar reluciente su puesto de trabajo.
Tenía toda la semana libre y luego iniciaría el empleo de sus sueños como jefa de cocina de Oasis. «Jefa de cocina —pensó, bailoteando mientras trabajaba— para uno de los mejores restaurantes de Boston. » Supervisaría a un equipo de quince personas, diseñaría sus propios platos de firma y su trabajo estaría a la altura de lo mejor del negocio.
Los horarios serían atroces; la presión, terrible.
No podía esperar.
Ella misma había contribuido a formar a Marco, y entre él y Tony Maneo lo harían muy bien. Tony y su esposa, Lisa, se alegraban por ella. En realidad, sabía de buena fuente —su pinche, Donna, era incapaz de guardar un secreto— que le habían preparado una fiesta para celebrar su nuevo puesto y para decirle adiós.
Supuso que Tony ya debía de haber despedido a los últimos clientes, salvo a un puñado de asiduos invitados a su fiesta de despedida.
Echaría de menos aquel sitio, a la gente, pero había llegado el momento de dar el paso. Había trabajado, estudiado y hecho planes para ello, y ahora estaba a punto de suceder.
Se apartó de los fogones, asintió con un gesto de satisfacción y se llevó los artículos de limpieza al pequeño trastero.
Al oír el estrépito procedente del comedor puso los ojos en blanco. Pero los gritos que siguieron la marearon. Cuando estallaron los disparos, se quedó helada. Mientras se sacaba del bolsillo el teléfono móvil con dedos temblorosos, la puerta de batiente se abrió de golpe. Hubo un movimiento confuso y un instante de miedo. Vio la pistola, vio solo la pistola. Tan negra, tan grande.
Entonces cayó hacia atrás, contra el trastero; un dolor ardiente e inexpresable le golpeó en el pecho.
El grito que nunca llegó a emerger brotó de _______ en aquel momento mientras se incorporaba tambaleándose en la cama y se llevaba una mano a la parte superior del pecho. Podía notar aquel dolor en el punto donde se había hundido la bala. El fuego, el choque. Pero cuando se miró la mano, no vio sangre; cuando se frotó la piel, solo palpó la cicatriz.
—No pasa nada. Estoy bien. Es solo un sueño. Estaba soñando, eso es todo.
Pero temblaba de pies a cabeza al agarrar su linterna y levantarse para comprobar la puerta y las ventanas.
No había nadie allí, ni un alma se movía en la calle, en el lago. Las cabañas y las casas estaban a oscuras. Nadie llegaría para acabar lo que empezaron dos años antes. No les importaba ni si seguía viva ni dónde estaba.
Estaba viva. «Solo fue un accidente del destino, la lotería», pensó mientras se frotaba con los dedos la cicatriz que la bala había dejado.
Estaba viva, y casi amanecía un nuevo día. «Y mira, mira allí, un... un alce baja al lago a beber.»
—Eso no lo ve uno todos los días —dijo en voz alta—. Al menos en Boston. No si pasas cada minuto empujando para subir y avanzar. No ves la luz que se suaviza al este y un alce de rodillas nudosas que sale del bosque para beber.
Observó que la niebla cubría el suelo, fina como papel de seda; el lago durmiente parecía un espejo. Entonces se encendió la luz en la cabaña de Joe. Tal vez tampoco pudiese dormir. Tal vez se levantase temprano para escribir y así poder pasar la tarde tumbado en la hamaca leyendo.
Ver la luz, saber que alguien estaba despierto como ella, suponía un curioso consuelo.
Había tenido el sueño —o la mayor parte de él— pero no se había desmoronado. Eso era un avance, ¿no? Y alguien había encendido una luz al otro lado del lago. Tal vez ese alguien mirase por su ventana como ella miraba por la suya y viese su propio resplandor. De aquella extraña forma, compartirían el amanecer.
Se puso en pie contemplando la luz que al este veteaba el cielo de rosa y oro y que a continuación se extendió sobre el espejo del lago hasta que el agua resplandeció como un callado fuego.
Cuando tuvo la mochila equipada de acuerdo con la lista recomendada por su guía para una excursión, le pareció que pesaba veinticinco kilos. Solo eran unos trece kilómetros entre ida y vuelta, pero pensó que era mejor ser prudente y basarse en la lista para excursiones de más de dieciséis kilómetros.
Tal vez decidiese ir más lejos, o tal vez diese un rodeo. O... daba igual, ya había llenado la mochila y no iba a vaciarla otra vez. Se recordó que podía detenerse cuando quisiera, tantas veces como quisiera, dejar la mochila en el suelo y descansar. Hacía buen día, un día claro —libre— y estaba decidida a aprovecharlo a fondo.
Apenas había recorrido tres metros cuando la saludaron.
—¿Vas a explorar un poco? —le preguntó Mac.
Llevaba una de sus camisas de franela preferidas metida dentro de los vaqueros, y una gorra de vigilante encasquetada en la cabeza.
—He pensado recorrer un poquito el sendero de Little Ángel.
El hombre frunció el ceño.
—¿Vas sola?
—Según la guía, es un camino fácil. Hace buen día, y quiero ver el río. Llevo un mapa —continuó—. Brújula, agua, todo lo que necesito, según la guía —repitió con una sonrisa—. En realidad, más de lo que podría necesitar.
—Pero el camino todavía estará cubierto de fango. Y estoy seguro de que en esa guía pone que es mejor salir de excursión en pareja, y mejor aún en grupo.
Así era, pero a ella no le iban los grupos. Siempre estaba mejor sola.
—No voy muy lejos. He hecho algunas excursiones en los Smokies y en los Black Hills. No se preocupe por mí, señor Drubber.
—Yo también me tomo hoy un poco de tiempo libre. Tengo al joven León en el mostrador de la tienda, y también se encarga de los comestibles. Podría acompañarte durante una hora.
—Estoy bien, y eso no es lo que usted quería hacer con su día libre. De verdad, no se preocupe. No iré lejos.
—Si no has vuelto a las seis, enviaré a un equipo de salvamento.
—A las seis, no solo habré vuelto, sino que tendré en remojo mis cansados pies. Se lo prometo.
Cambió de posición la mochila y se dispuso a bordear el lago y tomar el sendero que atravesaba el bosque hacia la pared del cañón.
Caminaba con paso lento, disfrutando de la luz moteada que se filtraba a través de los árboles. Con el aire fresco en la cara y el olor de los pinos y de la tierra que despertaba, los restos del sueño se desvanecieron.
Se prometió hacer aquello más a menudo. Escoger un camino distinto y explorarlo en su día libre, o al menos en días libres alternos. Más adelante iría con el coche hasta el parque y haría lo mismo, antes de que los veraneantes lo invadiesen todo. El ejercicio saludable le abriría el apetito y volvería a ponerse en forma.
Y para mejorar su salud mental, aprendería a identificar las flores silvestres de las que hablaba la guía y que cubrirían en verano el bosque y el borde de los caminos, los campos de salvia y los prados de montaña. Poder ver la floración era un aliciente para quedarse allí.
Cuando el sendero se bifurcó, balanceó los hombros para acomodarse la mochila y tomó la senda que llevaba hacia el cañón de Little Ángel. La pendiente ascendía suave pero constantemente a través del aire húmedo resguardado por las coníferas, en cuyas ramas más altas vio nidos. Había grandes piedras entre los charcos de la nieve fundida y ríos de fango donde su guía afirmaba que en pocas semanas brotarían abundantes flores silvestres.
Pero por el momento a ________ casi le parecía estar en otro planeta, verde apagado, marrón y silencioso.
El sendero subía morrena arriba, al principio con suavidad, siguiendo la cuesta a través de un bosque de abetos y bajando al otro lado del borde hasta un barranco profundo e inesperado. Las cimas nevadas de las montañas, brillantes a la intensa luz del sol, atravesaban el cielo. Cuando el sendero se hizo más pronunciado se acordó de que debía cambiar el ritmo y bloqueó brevemente la rodilla con cada paso. «Pasos cortos», recordó.
Sin prisas, sin agobios.
Después de recorrer el primer kilómetro y medio, se detuvo a descansar, beber y respirar.
Aún se veía el destello del lago Ángel al sudeste. Ya no había niebla, pues el sol intenso en el cielo claro la había disipado. «El turno del desayuno debe de estar a tope», pensó. En el restaurante resonarían las conversaciones y el olor a panceta y café llenaría la cocina. Pero el ambiente que la rodeaba era silencioso, abierto y olía a pino.
Y estaba sola, completamente sola, el único sonido que la acompañaba era el de la brisa que soplaba a través de los árboles y se abría camino entre las hierbas de un pantano donde los patos se ocupaban de sus asuntos, y el golpeteo distante e insistente de un pájaro carpintero que desayunaba en el bosque.
Continuó subiendo por la pendiente, lo bastante empinada para que le doliesen las pantorrillas. «Antes de que me hiriesen —pensó, disgustada—, podría haber recorrido este sendero corriendo.» No es que estuviese acostumbrada a hacer excursiones, pero ¿qué diferencia había en regular la cinta de andar en el gimnasio a una pendiente de ocho kilómetros?
—Una diferencia enorme —murmuró—. Enorme. Pero puedo hacerlo.
El sendero atravesaba los prados aún dormidos y recorría en zigzag las cuestas más empinadas. Junto a la pendiente soleada donde volvió a hacer una pausa para recuperar el aliento, vio una pequeña poza pantanosa, de la que alzó el vuelo entre las espadañas una garza con un pez que se agitaba en el pico.
Se maldijo por haber echado mano de la cámara fotográfica demasiado tarde y siguió avanzando penosamente en zigzag hasta que oyó el retumbar del río. Cuando el embarrado sendero volvió a bifurcarse, miró pensativa el pequeño poste indicador de Big Ángel. Aquel camino subía cañón arriba; sin duda requería buena resistencia y habilidades básicas de escalada.
Ella no contaba ni con una cosa ni con otra, debía reconocer que tenía los músculos de las piernas doloridos y los pies lastimados. Volvió a pararse, volvió a beber, y consideró si en aquella primera salida debía conformarse con las vistas de los pantanos y las praderas. Podía sentarse en una roca, allí tomar el sol y tal vez tener la suerte de ver algún animal. Pero aquel retumbar la reclamaba. Había salido con la intención de llegar a Little Ángel, y eso haría.
Le dolían los hombros. De acuerdo, seguramente se había excedido en mucho con las provisiones. Pero se recordó que estaba a medio camino y que incluso a esa marcha lenta podía alcanzar su objetivo antes de mediodía.
Acortó por la pradera y luego subió por la pendiente embarrada. Cuando llegó arriba y rodeó el siguiente zigzag, vio por primera vez la larga y brillante cinta del río.
Se abría camino por el cañón acompañada por un constante y enérgico murmullo. Aquí y allá, en sus orillas, había montones de rocas y piedras apiladas como si el río hubiese decidido desprenderse de ellas. Sin embargo, el lugar era apacible, casi de ensueño; el curso del río serpenteaba hacia el oeste entre paredes verticales cortadas a pico.
Sacó la cámara a sabiendas de que una instantánea no captaría aquella amplitud. Una foto no reproduciría los sonidos, el contacto del aire, los asombrosos precipicios y las salvajes alturas.
Entonces vio un par de kayaks de un azul brillante y, fascinada, los encuadró para utilizarlos como escala. Contempló cómo sus ocupantes remaban y daban vueltas; oyó el sonido apagado de unas voces que debían de ser gritos.
Seguramente alguien estaba recibiendo una clase; _______ sacó sus prismáticos para acercar la imagen. Un hombre y un niño, seguramente un preadolescente. La cara del niño era de concentración e ilusión. Le vio sonreír y asentir, y su boca se movió cuando le gritó algo a su compañero. ¿Un instructor?
Siguieron remando, avanzando por el río, el uno junto al otro hacia el oeste.
_________ se colgó los prismáticos alrededor del cuello y continuó.
La altura era cautivadora. Mientras su cuerpo avanzaba notó el ardor de los músculos, el vértigo de la aventura, y ni rastro de preocupación o ansiedad. Se sentía muy humana. Pequeña, mortal y llena de asombro. Solo tenía que echar hacia atrás la cabeza para que el cielo entero le perteneciese. A ella y a aquellas montañas que brillaban azules a la luz del sol.
Incluso con el frío en el rostro, el sudor del esfuerzo le bañaba la espalda. Decidió que no tardaría en hacer otra pausa para quitarse la cazadora y beber medio litro de agua.
Subió más y más, con dificultad, jadeando.
Y se detuvo en seco, patinando un poco, cuando vio a Joe encaramado en un amplio saliente rocoso.
Él apenas le dedicó una mirada.
—Tenía que haber sabido que eras tú. Haces ruido suficiente para desencadenar un alud. —Cuando ella levantó una mirada cautelosa, él sacudió la cabeza—. Puede que no tanto —rectificó—. De todos modos, el ruido suele mantener alejados a los depredadores. Al menos a los de cuatro patas.
Si a _______ se le había olvidado la posibilidad de encontrar osos —y así era—, desde luego no contaba con la posibilidad de encontrar a seres humanos.
—¿Qué estás haciendo aquí arriba?
—Ocuparme de mis asuntos —contestó ________ antes de beber un trago de su botella de agua—. ¿Y tú? ¿Qué haces, aparte de caminar jadeando y cantando «Ain't no mountain high enough»?
—No cantaba.
«Oh, por favor, que no estuviese cantando.»
—Vale, no la cantabas. Más bien la recitabas con voz entrecortada.
—He salido de excursión. Es mi día libre.
—¡Yupi! —exclamó él mientras cogía la libreta que tenía sobre las rodillas.
Ya que se había detenido, necesitaba concederse un minuto para recobrar el aliento antes de seguir subiendo. Podía disimular su necesidad de descansar conversando durante uno o dos minutos.
—¿Estás escribiendo? ¿Aquí arriba?
—Me estoy documentando. Dentro de un rato voy a matar a alguien aquí arriba. En la ficción —añadió con cierto deleite cuando se desvaneció el color que el esfuerzo había llevado a las mejillas de ________—. Es un buen sitio, sobre todo en esta época del año. A principios de la primavera no hay nadie en los caminos... o casi nadie. La convence para que suba hasta aquí y la empuja. —Joe se asomó un poco y miró hacia abajo. Ya se había quitado la cazadora, como _______ anhelaba hacer—. Una caída larga y horrible. Un terrible accidente, una terrible tragedia.
A su pesar, _______ se sentía intrigada.
—¿Por qué lo hace?
El se limitó a encogerse de hombros, unos hombros anchos dentro de una camisa vaquera.
—Sobre todo porque tiene la posibilidad de hacerlo.
—Había kayaks en el río. Los ocupantes podrían verlo.
—Por eso lo llaman ficción. Kayaks —masculló mientras garabateaba algo en su libreta—. Puede ser. Tal vez así sea mejor. ¿Qué verían? El cuerpo cayendo. El eco de un grito. El choque del cuerpo contra el suelo.
—En fin, te dejo con tu trabajo.
Como su respuesta fue solo un gruñido ausente, ________ continuó. «Es un poco irritante, la verdad», pensó. El hombre había encontrado un buen sitio para descansar y disfrutar de la vista. Un sitio que habría sido el de ella si él no hubiese estado allí. Pero encontraría otro, el suyo. Solo que un poco más arriba.
De todos modos, se mantuvo bien alejada del borde mientras caminaba y trató de borrar la imagen de un cuerpo volando desde el fin del mundo y hasta las rocas y el agua, abajo.
Supo que rozaba el muro de su resistencia cuando volvió a oír el trueno. Se detuvo, se apoyó las manos en los muslos y recobró el aliento. Antes de que pudiese decidir si aquel era su sitio, oyó el chillido prolongado e intenso de un halcón. Al levantar la mirada, vio que volaba majestuoso hacia el oeste.
Quiso seguirlo, como una señal. Decidió que, después de un último zigzag, solo uno más, se sentaría en esplendida soledad, sacaría el almuerzo de la mochila y disfrutaría de una hora con la única compañía del río.
Su recompensa por aquel último esfuerzo fue una vista de agua blanca que se agitaba y rompía contra las rocas, se lanzaba contra torres de ellas y luego caía sobre sí misma en una breve catarata espumosa. Su rugido llenaba el cañón y retumbó sobre su propia risa de júbilo.
Después de todo, lo había conseguido.
Aliviada, se quitó la mochila de los hombros antes de dejarse caer sobre una piedra marcada por la erosión. Sacó su almuerzo y comió con voracidad.
En la cima del mundo, así se sentía. Tranquila y al tiempo llena de energía, y absolutamente feliz. Mordió una manzana tan crujiente que sus sentidos se sobresaltaron, mientras el halcón volvía a chillar y planeaba por encima de su cabeza.
«Es perfecto —pensó—. Absolutamente perfecto.»
________ levantó los prismáticos para seguir el vuelo del halcón y luego fue bajándolos para rastrear el poderoso arranque del río. Esperanzada, exploró las rocas, los bosques de sauces, álamos y pinos en busca de animales. Quizá un oso se acercase a pescar, o tal vez divisase a otro alce que se acercase a beber.
Quería ver castores, ver cómo jugaban las nutrias, estar justo donde estaba, con los altos picos, el sol brillante y el agua como un retumbar constante allá abajo.
Si no hubiese estado escrutando la áspera orilla, no los habría visto.
Estaban entre los árboles y las rocas. El hombre —al menos le pareció que era un hombre— se hallaba de espaldas a ella, y la mujer, de cara al río, con las manos en las caderas.
Pese a los prismáticos, la altura y la distancia le impedían verlos con claridad, pero distinguió la melena oscura sobre una chaqueta roja, bajo una gorra roja.
_________ se preguntó qué hacían. Supuso que estaban considerando dónde acamparían o buscando un punto por el que entrar en el río. Pero al mover los prismáticos de un lado a otro no distinguió ninguna canoa o kayak. Eso significaba que se disponían a acampar, aunque no distinguía nada de lo necesario para ello.
Encogiéndose de hombros, volvió a observarles. Era una indiscreción, pero tenía que reconocer que resultaba emocionante. No podían saber que estaba allí, en las alturas, al otro lado del río, estudiándolos como podía haber observado a un par de cachorros de oso o a una manada de ciervos.
—Están discutiendo —masculló—. O eso parece.
Había algo agresivo e irritado en la postura de la mujer, y cuando señaló al hombre con el dedo,_____ soltó un silbido.
—Oh, sí, estás furiosa. Seguro que querías alojarte en un buen hotel con cuarto de baño y servicio de habitaciones, y él te ha arrastrado de acampada.
El hombre hizo un gesto, como un árbitro que proclama a un bateador seguro en la base, y esta vez la mujer le abofeteó.
—¡Ay! —exclamó _______ con una mueca, y se ordenó a sí misma bajar los prismáticos.
No estaba bien espiarles. Pero no pudo resistir el pequeño drama privado y mantuvo los prismáticos enfocados.
La mujer golpeó con ambas manos el pecho del hombre y luego volvió a abofetearle. _________ empezó a bajar los prismáticos, la repugnante violencia empezaba a marearla.
Pero la mano se le congeló y el corazón le dio un vuelco cuando vio que el brazo del hombre retrocedía. No pudo distinguir si fue un puñetazo, un bofetón o un revés, pero la mujer cayó cuan larga era.
—No, no, no sigáis —murmuró _______—. No sigáis. Tenéis que parar ahora mismo. Parad.
En lugar de eso, la mujer se levantó de un salto y se abalanzó contra el hombre. Antes de que pudiese descargar el golpe, se vio lanzada de nuevo hacia atrás, resbaló en la tierra fangosa y sufrió una violenta caída.
El hombre se acercó y se paró encima de ella mientras el corazón de _______ latía con fuerza contra sus costillas. Le pareció que alargaba el brazo como para ayudarla a levantarse; la mujer se apoyó en los codos. Le sangraba la boca, y tal vez la nariz, pero sus labios se movían deprisa. «Le grita —pensó ________—. Deja de gritar, solo empeorarás las cosas.»
Las cosas empeoraron, empeoraron horriblemente cuando él se sentó a horcajadas sobre la mujer, cuando le levantó de un tirón la cabeza por el cabello y la golpeó contra el suelo. Sin darse cuenta de que ella misma se había puesto en pie de un salto y de que los pulmones le ardían con sus propios gritos, _________ permaneció observando a través de los prismáticos cuando las manos del hombre se cerraron sobre la garganta de la mujer.
Las botas golpearon el suelo; el cuerpo se retorció y se arqueó. Y cuando se quedó inmóvil, se oyó el rugido del río y los ásperos sollozos que brotaban del pecho de ________.
Se volvió, tropezó, resbaló y se desplomó sobre las rodillas. Luego se puso en pie y echó a correr.
Lo veía todo borroso. Sus botas resbalaron en el camino cuando se precipitó cuesta abajo a una velocidad de locos. Le pareció que el corazón iba a salírsele por la garganta como una bola giratoria de terror mientras tropezaba y resbalaba en los agudos zigzag. La cara de la mujer del abrigo rojo se convirtió en otra cara, un rostro de bonitos ojos azules que la miraban.
Ginny. No era Ginny. No era Boston. No era un sueño.
Sin embargo, todo se mezcló y se fundió en su mente hasta que oyó los gritos y las carcajadas, los disparos. Hasta que el pecho empezó a darle punzadas y el mundo comenzó a girar.
Chocó con fuerza contra Joe y luchó frenéticamente para evitar que la sujetase.
—Para. ¿Estás loca? ¿Te quieres suicidar? —exclamó él mientras la empujaba contra la pared de roca y la sujetaba cuando las rodillas de ella cedieron—. ¡Cálmate ahora mismo! La histeria no sirve de nada. ¿Qué ha sido? ¿Un oso?
—La ha matado, la ha matado. Lo he visto, lo he visto todo. —Porque Joe estaba allí, se lanzó contra él y enterró su rostro en su hombro—. Lo he visto. No era Gin. No era un sueño. La ha matado, al otro lado del río.
—Respira —dijo él mientras retrocedía y la agarraba por los hombros. Inclinó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron—. He dicho que respires. Muy bien, otra vez. Una vez más.
—Vale, vale. Estoy bien —contestó ________, inspirando con fuerza y expulsando el aire—. Por favor, ayúdame. Por favor. Estaban al otro lado del río, y les he visto con esto —añadió mientras levantaba los prismáticos con mano temblorosa—. La ha matado, y yo lo he visto.
—Enséñamelo.
_________ cerró los ojos. «Esta vez no estoy sola», pensó. Alguien estaba allí, alguien podía ayudarla.
—Camino arriba. No sé cuánto he retrocedido, pero es camino arriba.
Aunque no quería retroceder y volver a verlo, él la tenía cogida del brazo y dirigía sus pasos.
—He parado a comer —dijo más tranquila—. A contemplar el agua y las cascadas. Había un halcón.
—Sí, lo he visto.
—Era precioso. He sacado los prismáticos. Pensaba que podía ver un oso o un alce. Esta mañana he visto un alce en el lago. Pensaba... —Se dio cuenta de que estaba desvariando y trató de concentrarse—. Estaba echando un vistazo a los árboles, a las rocas, y he visto a dos personas.
—¿Qué aspecto tenían?
—No... no he podido verlo muy bien. —________ se cruzó de brazos. Se había quitado la cazadora y la había extendido sobre la roca donde había almorzado. Para tomar el sol.
Ahora tenía mucho frío. Estaba helada.
—Pero ella tenía el pelo largo y oscuro, y llevaba una gorra y un abrigo de color rojo, y gafas de sol. Estaba de espaldas a mí.
—¿Qué llevaba él?
—Mmm... Una cazadora oscura y una gorra naranja. Como las de los cazadores. Me parece que llevaba... Me parece que también llevaba gafas de sol. No le he visto la cara. Ahí, ahí está mi mochila. Lo he dejado todo y he salido corriendo. Allá, era allá —dijo señalando y apretando el paso—. Estaban allí, delante de los árboles. Ya no están, pero estaban allí, allí abajo. Los he visto. Tengo que sentarme.
Cuando se dejó caer en la roca, él no dijo nada, pero le cogió los prismáticos de alrededor del cuello. Los enfocó hacia abajo. No vio a nadie, ni rastro.
—¿Qué has visto exactamente?
—Estaban discutiendo. Me he dado cuenta de que ella estaba furiosa por su postura. Tenía las manos en las caderas. Agresiva. —Tuvo que tragar saliva y concentrarse porque tenía los nervios en el estómago. Tiritando, cogió su cazadora, se la puso y se envolvió con ella—. La mujer le ha abofeteado, luego le ha empujado hacia atrás y ha vuelto a abofetearle. Él le ha pegado y la ha tirado al suelo, pero ella se ha levantado y ha ido por él. Entonces el hombre ha vuelto a pegarle. Le he visto sangre en la cara. Creo que le he visto sangre en la cara. Oh, Dios mío, oh, Dios mío.
Joe se limitó a echarle una ojeada.
—No vayas a ponerte histérica otra vez. Acaba de contarme lo que has visto.
—El se ha agachado, la ha agarrado por el cabello y le ha golpeado la cabeza contra el suelo. Me ha parecido que... la estrangulaba. —Al recordarlo, _______ se frotó la boca con el revés de la mano, rogando para no vomitar—. La ha estrangulado —continuó—. Los pies de ella golpeaban el suelo y luego han dejado de hacerlo. Entonces he echado a correr. Creo que he gritado, pero los rápidos hacen tanto ruido...
—Es mucha distancia, incluso con los prismáticos, ¿Estás segura de que has visto todo eso?
_______ levantó la mirada, tenía los ojos hinchados y agolados.
—¿Has visto alguna vez matar a alguien?
—No.
_______ se levantó con esfuerzo y cogió su mochila.
—Yo sí. Se la ha llevado a algún sitio, se ha llevado el cadáver. Lo ha arrastrado. No sé. Pero la ha matado y ha conseguido escapar. Tenemos que ir a buscar ayuda.
—Dame tu mochila.
—Puedo llevarla yo.
El se la quitó de un tirón y le dedicó una mirada de compasión.
—Lleva la mía; pesa menos. —Se la quitó con un gesto de los hombros y se la tendió—. Podemos quedarnos aquí discutiendo —prosiguió—. Ganaré de todos modos, pero perderemos tiempo.
_______ se colgó la mochila de él y, por supuesto, tenía razón. Pesaba mucho menos. Ella había cargado la suya demasiado, pero solo quería estar segura...
—¡El teléfono móvil! Soy una imbécil —dijo mientras se metía la mano en el bolsillo.
—Puede que sí —replicó él—. Pero el móvil no te servirá de nada aquí. No hay cobertura.
Mientras caminaba, ________ lo intentó de todos modos.
—Puede que demos con un punto donde haya comunicación. Tardaremos mucho en regresar. Irías más deprisa tú solo. Deberías adelantarte.
—No.
—Pero...
—¿A quién viste matar antes de esto?
—No puedo hablar de eso. ¿Cuánto tardaremos en regresar?
—Lo que haga falta. Y no empieces a darme la lata preguntando sin parar si ya queda poco.
_________ estuvo a punto de sonreír. Aquel hombre era tan brusco, tan enérgico, que dejaba su miedo de lado. Tenía razón. Tardarían lo que tardasen. Y harían lo que tuviesen que hacer cuando llegasen.
Y al ritmo al que los pasos de él devoraban el terreno, estarían allí en la mitad de tiempo que ella había necesitado para recorrer el camino por primera vez. Eso si conseguía seguirle, claro.
—¿Puedes hablarme, por favor? De otra cosa. De cualquier otra cosa. De tu libro.
—No. No hablo de las obras que no he terminado.
—Temperamento artístico.
—No, es aburrido.
—Yo no me aburriría.
Él le lanzó una ojeada.
—Para mí.
—¡Vaya! —exclamó ella. Quería palabras, de él o de ella misma—. De acuerdo, ¿por qué Angel's Fist?
—Seguramente por la misma razón que tú. Quería un cambio.
—Porque en Chicago te echaron a la calle.
—A mí no me echaron a la calle.
—¿No le diste un puñetazo a tu jefe y te despidieron del Tribune? Eso he oído.
—El puñetazo se lo di a lo que podría llamarse vagamente un colega por copiar mis notas sobre un artículo, y como el redactor jefe, que resultaba ser el tío del cabrón, le creyó a él y no a mí, me marché.
—Para escribir libros. ¿Es divertido?
—Me parece que sí.
—Seguro que mataste al cabrón en el primero que escribiste.
Él le echó otra ojeada. Había una chispa de regocijo en sus ojos. Ojos de un verde muy interesante.
—Has acertado. Le maté a golpes con una pala. Fue muy satisfactorio.
—Antes me gustaba leer novela negra y de misterio. No he vuelto a hacerlo... desde hace un tiempo.
________ ignoró las protestas de los músculos de sus piernas mientras continuaban descendiendo.
Se suponía que al bajar por una pendiente debía caminar de forma distinta. Echar el peso hacia delante, caminar sobre los dedos de los pies y no sobre los talones. Como hacía Joe.
—Puede que pruebe con uno de los tuyos.
Él volvió a encogerse de hombros con indiferencia.
—Los hay peores.
Capítulo 5
Había pocos clientes y Linda-Gail se ocupaba de la barra. Colocó un trozo de tarta de manzana delante de Cas y terminó de llenar su café.
—Estas dos últimas semanas se te ve mucho por aquí.
—El café es bueno y la tarta es mejor —dijo esbozando una sonrisa mientras pinchaba un gran bocado—. La vista no está mal.
Linda-Gail echó un vistazo por encima del hombro hacia la parrilla, donde trabajaba _________.
—Me han dicho que ahí has dado con hueso, machote.
—Aún es pronto —dijo antes de probar la tarta. Nadie hacía los pasteles como su madre—. ¿Sabes algo más de ella?
—Eso forma parte de la vida privada.
El joven soltó un bufido.
—Vamos, Linda-Gail.
Ella intentó mantenerse distante, pero lo cierto era que a ella y a Cas les encantaba contarse chismes desde que eran niños. En realidad, no había nadie con quien le gustase hablar más que con Cas.
—Es reservada, no rehúye el trabajo, entra puntual y se queda hasta que termina o hasta que Joanie la manda a casa. —Linda-Gail se apoyó en la barra y se encogió de hombros—. No recibe correo, por lo que me han dicho, Pero se ha puesto teléfono arriba. Y...
Cas se inclinó hacia delante para acercar su rostro al de la muchacha.
—Continúa.
—Bueno, Brenda, la del hotel, me dijo que mientras ________ se alojaba allí puso el tocador delante de la puerta de la habitación contigua. Yo creo que tiene miedo de algo o de alguien. No pagó con tarjeta de crédito ni una sola vez, y nunca utilizó el teléfono del hotel excepto para enviar correo electrónico, una vez al día. La habitación tenía acceso de alta velocidad, pero cuesta diez dólares al día; el teléfono de recepción sale más barato. Eso es todo.
—Parece que le vendría bien alguna distracción.
—Eso es un eufemismo, Cas —dijo Linda-Gail, disgustada. Se echó hacia atrás, molesta consigo misma por haberse dejado arrastrar a un antiguo hábito—. Te diré lo que no le hace falta. No le hace falta ningún tío salido que la persiga con la esperanza de llevársela a la cama. Lo que le vendría bien es un amigo.
—Yo puedo ser un amigo. Tú y yo somos amigos.
—¿Eso es lo que somos?
Algo cambió en los ojos y en el rostro de él. Deslizó la mano sobre la barra hacia ella.
—Linda-Gail...
Pero ella apartó la mirada, retrocedió y exhibió su sonrisa de camarera.
—Hola, sheriff.
—Buenos días, Linda-Gail y compañía.
El sheriff Richard Mardson se acomodó en un taburete. Era un hombre corpulento, de brazos largos, que caminaba con paso pausado y mantenía el orden con la razón y el compromiso cuando podía, y con la fuerza y una mirada dura cuando no podía. Le gustaba el café dulce y ligero, y ya alargaba el brazo para coger el azúcar cuando Linda-Gail le sirvió una taza.
—¿Estáis riñendo otra vez?
—Solo hablamos —dijo Cas—. De la nueva cocinera de mi madre.
—Desde luego, sabe manejar esa parrilla. Linda-Gail, ¿le dices que me prepare una pechuga de pollo frita?
Se echó el azúcar en el café. Tenía los ojos de color azul claro y el cabello rubio cortado a cepillo. Su fuerte mandíbula estaba bien afeitada; durante catorce años su esposa había insistido, hasta casi volverle loco, para que se librase de la barba que se había dejado crecer durante el invierno.
—¿Vas detrás de esa chica flaca, Cas?
—He hecho algunos movimientos de tanteo en esa dirección.
Rick sacudió la cabeza.
—Tendrías que sentar la cabeza con el amor de una buena mujer.
—Lo haré en cuanto pueda. La nueva cocinera tiene un aire de misterio —comentó Cas antes de hacer girar su taburete con la intención de charlar—. Hay quien piensa que huye de algo.
—Si es así, no es de la policía. Yo sé hacer mi trabajo —dijo Rick cuando Cas enarcó las cejas—. No tiene antecedentes ni órdenes de detención pendientes. Y prepara una carne genial.
—Supongo que sabe que ahora vive arriba. Linda-Gail acaba de decirme que Brenda le contó que ________ dejaba el tocador contra la puerta de la habitación contigua mientras se alojó allí. A mí me parece que está asustada.
—Tal vez tenga motivos —dijo el sheriff dirigiendo su penetrante mirada hacia la cocina—. Seguramente ha dejado a un marido, o a un novio, que la zurraba de lo lindo.
—Nunca he entendido esas cosas. Un hombre que le pega a una mujer no es hombre.
Rick se tomó su café.
—Hay toda clase de hombres en el mundo.
Cuando acabó su turno, _________ se instaló arriba con su diario. Había dejado la calefacción a unos moderados dieciocho grados y llevaba un jersey y dos pares de calcetines. Calculaba que el ahorro por ese concepto compensaría las luces que mantenía encendidas día y noche.
Estaba cansada, pero era una sensación agradable. El apartamento tenía un efecto positivo en ella; era seguro, amplio y ordenado. Aún más seguro cuando apuntalaba debajo del pomo de la puerta uno de los dos taburetes que Joanie le había dado. Algo que hacía siempre que estaba en la habitación.
Hoy también ha sido un día tranquilo. Casi todos los clientes eran del pueblo. Es demasiado tarde para esquiar o hacer snowboard, aunque me han dicho que algunos puertos de montaña no estarán abiertos hasta dentro de unas semanas. Es extraño pensar que debe de haber mucha nieve en las alturas, mientras aquí abajo todo es fango y hierba marrón.
La gente es muy rara. Me pregunto si de verdad no saben que me doy cuenta cuando hablan de mí, o si creen que es natural. Supongo que es natural, sobre todo en un pueblo tan pequeño. Mientras estoy ante la parrilla o los fogones noto que las palabras me presionan la nuca.
Todos sienten mucha curiosidad, pero no preguntan. Imagino que eso sería un signo de mala educación, así que hacen conjeturas.
Mañana tengo el día libre. Todo un día libre. El último que tuve estaba tan ocupada limpiando esto y colocando las cosas que se me pasó volando. Pero esta vez, en cuanto vi el horario, casi me da un ataque de pánico. ¿Qué haría? ¿Cómo pasaría un día y una noche enteros sin trabajar?
Entonces decidí hacer una excursión cañón arriba, tal como planeé cuando llegué aquí. Tomaré uno de los senderos fáciles, iré tan lejos como pueda y contemplaré el rió, Tal vez las rocas aún hagan ruido, como Cas me dijo. Quiero ver el agua blanca, las morrenas, los prados y pantanos. Puede que alguien haga rafting en el río. Prepararé un pequeño almuerzo y me tomaré mi tiempo.
Hay mucha distancia desde la bahía Back hasta el río Snake.
La cocina estaba muy bien iluminada. _______ canturreaba con Sheryl Crow mientras fregaba los fogones. «La cocina —pensó—, queda oficialmente cerrada. »
Era su última noche en Maneo's —el fin de una era para ella—, por lo que pretendía dejar reluciente su puesto de trabajo.
Tenía toda la semana libre y luego iniciaría el empleo de sus sueños como jefa de cocina de Oasis. «Jefa de cocina —pensó, bailoteando mientras trabajaba— para uno de los mejores restaurantes de Boston. » Supervisaría a un equipo de quince personas, diseñaría sus propios platos de firma y su trabajo estaría a la altura de lo mejor del negocio.
Los horarios serían atroces; la presión, terrible.
No podía esperar.
Ella misma había contribuido a formar a Marco, y entre él y Tony Maneo lo harían muy bien. Tony y su esposa, Lisa, se alegraban por ella. En realidad, sabía de buena fuente —su pinche, Donna, era incapaz de guardar un secreto— que le habían preparado una fiesta para celebrar su nuevo puesto y para decirle adiós.
Supuso que Tony ya debía de haber despedido a los últimos clientes, salvo a un puñado de asiduos invitados a su fiesta de despedida.
Echaría de menos aquel sitio, a la gente, pero había llegado el momento de dar el paso. Había trabajado, estudiado y hecho planes para ello, y ahora estaba a punto de suceder.
Se apartó de los fogones, asintió con un gesto de satisfacción y se llevó los artículos de limpieza al pequeño trastero.
Al oír el estrépito procedente del comedor puso los ojos en blanco. Pero los gritos que siguieron la marearon. Cuando estallaron los disparos, se quedó helada. Mientras se sacaba del bolsillo el teléfono móvil con dedos temblorosos, la puerta de batiente se abrió de golpe. Hubo un movimiento confuso y un instante de miedo. Vio la pistola, vio solo la pistola. Tan negra, tan grande.
Entonces cayó hacia atrás, contra el trastero; un dolor ardiente e inexpresable le golpeó en el pecho.
El grito que nunca llegó a emerger brotó de _______ en aquel momento mientras se incorporaba tambaleándose en la cama y se llevaba una mano a la parte superior del pecho. Podía notar aquel dolor en el punto donde se había hundido la bala. El fuego, el choque. Pero cuando se miró la mano, no vio sangre; cuando se frotó la piel, solo palpó la cicatriz.
—No pasa nada. Estoy bien. Es solo un sueño. Estaba soñando, eso es todo.
Pero temblaba de pies a cabeza al agarrar su linterna y levantarse para comprobar la puerta y las ventanas.
No había nadie allí, ni un alma se movía en la calle, en el lago. Las cabañas y las casas estaban a oscuras. Nadie llegaría para acabar lo que empezaron dos años antes. No les importaba ni si seguía viva ni dónde estaba.
Estaba viva. «Solo fue un accidente del destino, la lotería», pensó mientras se frotaba con los dedos la cicatriz que la bala había dejado.
Estaba viva, y casi amanecía un nuevo día. «Y mira, mira allí, un... un alce baja al lago a beber.»
—Eso no lo ve uno todos los días —dijo en voz alta—. Al menos en Boston. No si pasas cada minuto empujando para subir y avanzar. No ves la luz que se suaviza al este y un alce de rodillas nudosas que sale del bosque para beber.
Observó que la niebla cubría el suelo, fina como papel de seda; el lago durmiente parecía un espejo. Entonces se encendió la luz en la cabaña de Joe. Tal vez tampoco pudiese dormir. Tal vez se levantase temprano para escribir y así poder pasar la tarde tumbado en la hamaca leyendo.
Ver la luz, saber que alguien estaba despierto como ella, suponía un curioso consuelo.
Había tenido el sueño —o la mayor parte de él— pero no se había desmoronado. Eso era un avance, ¿no? Y alguien había encendido una luz al otro lado del lago. Tal vez ese alguien mirase por su ventana como ella miraba por la suya y viese su propio resplandor. De aquella extraña forma, compartirían el amanecer.
Se puso en pie contemplando la luz que al este veteaba el cielo de rosa y oro y que a continuación se extendió sobre el espejo del lago hasta que el agua resplandeció como un callado fuego.
Cuando tuvo la mochila equipada de acuerdo con la lista recomendada por su guía para una excursión, le pareció que pesaba veinticinco kilos. Solo eran unos trece kilómetros entre ida y vuelta, pero pensó que era mejor ser prudente y basarse en la lista para excursiones de más de dieciséis kilómetros.
Tal vez decidiese ir más lejos, o tal vez diese un rodeo. O... daba igual, ya había llenado la mochila y no iba a vaciarla otra vez. Se recordó que podía detenerse cuando quisiera, tantas veces como quisiera, dejar la mochila en el suelo y descansar. Hacía buen día, un día claro —libre— y estaba decidida a aprovecharlo a fondo.
Apenas había recorrido tres metros cuando la saludaron.
—¿Vas a explorar un poco? —le preguntó Mac.
Llevaba una de sus camisas de franela preferidas metida dentro de los vaqueros, y una gorra de vigilante encasquetada en la cabeza.
—He pensado recorrer un poquito el sendero de Little Ángel.
El hombre frunció el ceño.
—¿Vas sola?
—Según la guía, es un camino fácil. Hace buen día, y quiero ver el río. Llevo un mapa —continuó—. Brújula, agua, todo lo que necesito, según la guía —repitió con una sonrisa—. En realidad, más de lo que podría necesitar.
—Pero el camino todavía estará cubierto de fango. Y estoy seguro de que en esa guía pone que es mejor salir de excursión en pareja, y mejor aún en grupo.
Así era, pero a ella no le iban los grupos. Siempre estaba mejor sola.
—No voy muy lejos. He hecho algunas excursiones en los Smokies y en los Black Hills. No se preocupe por mí, señor Drubber.
—Yo también me tomo hoy un poco de tiempo libre. Tengo al joven León en el mostrador de la tienda, y también se encarga de los comestibles. Podría acompañarte durante una hora.
—Estoy bien, y eso no es lo que usted quería hacer con su día libre. De verdad, no se preocupe. No iré lejos.
—Si no has vuelto a las seis, enviaré a un equipo de salvamento.
—A las seis, no solo habré vuelto, sino que tendré en remojo mis cansados pies. Se lo prometo.
Cambió de posición la mochila y se dispuso a bordear el lago y tomar el sendero que atravesaba el bosque hacia la pared del cañón.
Caminaba con paso lento, disfrutando de la luz moteada que se filtraba a través de los árboles. Con el aire fresco en la cara y el olor de los pinos y de la tierra que despertaba, los restos del sueño se desvanecieron.
Se prometió hacer aquello más a menudo. Escoger un camino distinto y explorarlo en su día libre, o al menos en días libres alternos. Más adelante iría con el coche hasta el parque y haría lo mismo, antes de que los veraneantes lo invadiesen todo. El ejercicio saludable le abriría el apetito y volvería a ponerse en forma.
Y para mejorar su salud mental, aprendería a identificar las flores silvestres de las que hablaba la guía y que cubrirían en verano el bosque y el borde de los caminos, los campos de salvia y los prados de montaña. Poder ver la floración era un aliciente para quedarse allí.
Cuando el sendero se bifurcó, balanceó los hombros para acomodarse la mochila y tomó la senda que llevaba hacia el cañón de Little Ángel. La pendiente ascendía suave pero constantemente a través del aire húmedo resguardado por las coníferas, en cuyas ramas más altas vio nidos. Había grandes piedras entre los charcos de la nieve fundida y ríos de fango donde su guía afirmaba que en pocas semanas brotarían abundantes flores silvestres.
Pero por el momento a ________ casi le parecía estar en otro planeta, verde apagado, marrón y silencioso.
El sendero subía morrena arriba, al principio con suavidad, siguiendo la cuesta a través de un bosque de abetos y bajando al otro lado del borde hasta un barranco profundo e inesperado. Las cimas nevadas de las montañas, brillantes a la intensa luz del sol, atravesaban el cielo. Cuando el sendero se hizo más pronunciado se acordó de que debía cambiar el ritmo y bloqueó brevemente la rodilla con cada paso. «Pasos cortos», recordó.
Sin prisas, sin agobios.
Después de recorrer el primer kilómetro y medio, se detuvo a descansar, beber y respirar.
Aún se veía el destello del lago Ángel al sudeste. Ya no había niebla, pues el sol intenso en el cielo claro la había disipado. «El turno del desayuno debe de estar a tope», pensó. En el restaurante resonarían las conversaciones y el olor a panceta y café llenaría la cocina. Pero el ambiente que la rodeaba era silencioso, abierto y olía a pino.
Y estaba sola, completamente sola, el único sonido que la acompañaba era el de la brisa que soplaba a través de los árboles y se abría camino entre las hierbas de un pantano donde los patos se ocupaban de sus asuntos, y el golpeteo distante e insistente de un pájaro carpintero que desayunaba en el bosque.
Continuó subiendo por la pendiente, lo bastante empinada para que le doliesen las pantorrillas. «Antes de que me hiriesen —pensó, disgustada—, podría haber recorrido este sendero corriendo.» No es que estuviese acostumbrada a hacer excursiones, pero ¿qué diferencia había en regular la cinta de andar en el gimnasio a una pendiente de ocho kilómetros?
—Una diferencia enorme —murmuró—. Enorme. Pero puedo hacerlo.
El sendero atravesaba los prados aún dormidos y recorría en zigzag las cuestas más empinadas. Junto a la pendiente soleada donde volvió a hacer una pausa para recuperar el aliento, vio una pequeña poza pantanosa, de la que alzó el vuelo entre las espadañas una garza con un pez que se agitaba en el pico.
Se maldijo por haber echado mano de la cámara fotográfica demasiado tarde y siguió avanzando penosamente en zigzag hasta que oyó el retumbar del río. Cuando el embarrado sendero volvió a bifurcarse, miró pensativa el pequeño poste indicador de Big Ángel. Aquel camino subía cañón arriba; sin duda requería buena resistencia y habilidades básicas de escalada.
Ella no contaba ni con una cosa ni con otra, debía reconocer que tenía los músculos de las piernas doloridos y los pies lastimados. Volvió a pararse, volvió a beber, y consideró si en aquella primera salida debía conformarse con las vistas de los pantanos y las praderas. Podía sentarse en una roca, allí tomar el sol y tal vez tener la suerte de ver algún animal. Pero aquel retumbar la reclamaba. Había salido con la intención de llegar a Little Ángel, y eso haría.
Le dolían los hombros. De acuerdo, seguramente se había excedido en mucho con las provisiones. Pero se recordó que estaba a medio camino y que incluso a esa marcha lenta podía alcanzar su objetivo antes de mediodía.
Acortó por la pradera y luego subió por la pendiente embarrada. Cuando llegó arriba y rodeó el siguiente zigzag, vio por primera vez la larga y brillante cinta del río.
Se abría camino por el cañón acompañada por un constante y enérgico murmullo. Aquí y allá, en sus orillas, había montones de rocas y piedras apiladas como si el río hubiese decidido desprenderse de ellas. Sin embargo, el lugar era apacible, casi de ensueño; el curso del río serpenteaba hacia el oeste entre paredes verticales cortadas a pico.
Sacó la cámara a sabiendas de que una instantánea no captaría aquella amplitud. Una foto no reproduciría los sonidos, el contacto del aire, los asombrosos precipicios y las salvajes alturas.
Entonces vio un par de kayaks de un azul brillante y, fascinada, los encuadró para utilizarlos como escala. Contempló cómo sus ocupantes remaban y daban vueltas; oyó el sonido apagado de unas voces que debían de ser gritos.
Seguramente alguien estaba recibiendo una clase; _______ sacó sus prismáticos para acercar la imagen. Un hombre y un niño, seguramente un preadolescente. La cara del niño era de concentración e ilusión. Le vio sonreír y asentir, y su boca se movió cuando le gritó algo a su compañero. ¿Un instructor?
Siguieron remando, avanzando por el río, el uno junto al otro hacia el oeste.
_________ se colgó los prismáticos alrededor del cuello y continuó.
La altura era cautivadora. Mientras su cuerpo avanzaba notó el ardor de los músculos, el vértigo de la aventura, y ni rastro de preocupación o ansiedad. Se sentía muy humana. Pequeña, mortal y llena de asombro. Solo tenía que echar hacia atrás la cabeza para que el cielo entero le perteneciese. A ella y a aquellas montañas que brillaban azules a la luz del sol.
Incluso con el frío en el rostro, el sudor del esfuerzo le bañaba la espalda. Decidió que no tardaría en hacer otra pausa para quitarse la cazadora y beber medio litro de agua.
Subió más y más, con dificultad, jadeando.
Y se detuvo en seco, patinando un poco, cuando vio a Joe encaramado en un amplio saliente rocoso.
Él apenas le dedicó una mirada.
—Tenía que haber sabido que eras tú. Haces ruido suficiente para desencadenar un alud. —Cuando ella levantó una mirada cautelosa, él sacudió la cabeza—. Puede que no tanto —rectificó—. De todos modos, el ruido suele mantener alejados a los depredadores. Al menos a los de cuatro patas.
Si a _______ se le había olvidado la posibilidad de encontrar osos —y así era—, desde luego no contaba con la posibilidad de encontrar a seres humanos.
—¿Qué estás haciendo aquí arriba?
—Ocuparme de mis asuntos —contestó ________ antes de beber un trago de su botella de agua—. ¿Y tú? ¿Qué haces, aparte de caminar jadeando y cantando «Ain't no mountain high enough»?
—No cantaba.
«Oh, por favor, que no estuviese cantando.»
—Vale, no la cantabas. Más bien la recitabas con voz entrecortada.
—He salido de excursión. Es mi día libre.
—¡Yupi! —exclamó él mientras cogía la libreta que tenía sobre las rodillas.
Ya que se había detenido, necesitaba concederse un minuto para recobrar el aliento antes de seguir subiendo. Podía disimular su necesidad de descansar conversando durante uno o dos minutos.
—¿Estás escribiendo? ¿Aquí arriba?
—Me estoy documentando. Dentro de un rato voy a matar a alguien aquí arriba. En la ficción —añadió con cierto deleite cuando se desvaneció el color que el esfuerzo había llevado a las mejillas de ________—. Es un buen sitio, sobre todo en esta época del año. A principios de la primavera no hay nadie en los caminos... o casi nadie. La convence para que suba hasta aquí y la empuja. —Joe se asomó un poco y miró hacia abajo. Ya se había quitado la cazadora, como _______ anhelaba hacer—. Una caída larga y horrible. Un terrible accidente, una terrible tragedia.
A su pesar, _______ se sentía intrigada.
—¿Por qué lo hace?
El se limitó a encogerse de hombros, unos hombros anchos dentro de una camisa vaquera.
—Sobre todo porque tiene la posibilidad de hacerlo.
—Había kayaks en el río. Los ocupantes podrían verlo.
—Por eso lo llaman ficción. Kayaks —masculló mientras garabateaba algo en su libreta—. Puede ser. Tal vez así sea mejor. ¿Qué verían? El cuerpo cayendo. El eco de un grito. El choque del cuerpo contra el suelo.
—En fin, te dejo con tu trabajo.
Como su respuesta fue solo un gruñido ausente, ________ continuó. «Es un poco irritante, la verdad», pensó. El hombre había encontrado un buen sitio para descansar y disfrutar de la vista. Un sitio que habría sido el de ella si él no hubiese estado allí. Pero encontraría otro, el suyo. Solo que un poco más arriba.
De todos modos, se mantuvo bien alejada del borde mientras caminaba y trató de borrar la imagen de un cuerpo volando desde el fin del mundo y hasta las rocas y el agua, abajo.
Supo que rozaba el muro de su resistencia cuando volvió a oír el trueno. Se detuvo, se apoyó las manos en los muslos y recobró el aliento. Antes de que pudiese decidir si aquel era su sitio, oyó el chillido prolongado e intenso de un halcón. Al levantar la mirada, vio que volaba majestuoso hacia el oeste.
Quiso seguirlo, como una señal. Decidió que, después de un último zigzag, solo uno más, se sentaría en esplendida soledad, sacaría el almuerzo de la mochila y disfrutaría de una hora con la única compañía del río.
Su recompensa por aquel último esfuerzo fue una vista de agua blanca que se agitaba y rompía contra las rocas, se lanzaba contra torres de ellas y luego caía sobre sí misma en una breve catarata espumosa. Su rugido llenaba el cañón y retumbó sobre su propia risa de júbilo.
Después de todo, lo había conseguido.
Aliviada, se quitó la mochila de los hombros antes de dejarse caer sobre una piedra marcada por la erosión. Sacó su almuerzo y comió con voracidad.
En la cima del mundo, así se sentía. Tranquila y al tiempo llena de energía, y absolutamente feliz. Mordió una manzana tan crujiente que sus sentidos se sobresaltaron, mientras el halcón volvía a chillar y planeaba por encima de su cabeza.
«Es perfecto —pensó—. Absolutamente perfecto.»
________ levantó los prismáticos para seguir el vuelo del halcón y luego fue bajándolos para rastrear el poderoso arranque del río. Esperanzada, exploró las rocas, los bosques de sauces, álamos y pinos en busca de animales. Quizá un oso se acercase a pescar, o tal vez divisase a otro alce que se acercase a beber.
Quería ver castores, ver cómo jugaban las nutrias, estar justo donde estaba, con los altos picos, el sol brillante y el agua como un retumbar constante allá abajo.
Si no hubiese estado escrutando la áspera orilla, no los habría visto.
Estaban entre los árboles y las rocas. El hombre —al menos le pareció que era un hombre— se hallaba de espaldas a ella, y la mujer, de cara al río, con las manos en las caderas.
Pese a los prismáticos, la altura y la distancia le impedían verlos con claridad, pero distinguió la melena oscura sobre una chaqueta roja, bajo una gorra roja.
_________ se preguntó qué hacían. Supuso que estaban considerando dónde acamparían o buscando un punto por el que entrar en el río. Pero al mover los prismáticos de un lado a otro no distinguió ninguna canoa o kayak. Eso significaba que se disponían a acampar, aunque no distinguía nada de lo necesario para ello.
Encogiéndose de hombros, volvió a observarles. Era una indiscreción, pero tenía que reconocer que resultaba emocionante. No podían saber que estaba allí, en las alturas, al otro lado del río, estudiándolos como podía haber observado a un par de cachorros de oso o a una manada de ciervos.
—Están discutiendo —masculló—. O eso parece.
Había algo agresivo e irritado en la postura de la mujer, y cuando señaló al hombre con el dedo,_____ soltó un silbido.
—Oh, sí, estás furiosa. Seguro que querías alojarte en un buen hotel con cuarto de baño y servicio de habitaciones, y él te ha arrastrado de acampada.
El hombre hizo un gesto, como un árbitro que proclama a un bateador seguro en la base, y esta vez la mujer le abofeteó.
—¡Ay! —exclamó _______ con una mueca, y se ordenó a sí misma bajar los prismáticos.
No estaba bien espiarles. Pero no pudo resistir el pequeño drama privado y mantuvo los prismáticos enfocados.
La mujer golpeó con ambas manos el pecho del hombre y luego volvió a abofetearle. _________ empezó a bajar los prismáticos, la repugnante violencia empezaba a marearla.
Pero la mano se le congeló y el corazón le dio un vuelco cuando vio que el brazo del hombre retrocedía. No pudo distinguir si fue un puñetazo, un bofetón o un revés, pero la mujer cayó cuan larga era.
—No, no, no sigáis —murmuró _______—. No sigáis. Tenéis que parar ahora mismo. Parad.
En lugar de eso, la mujer se levantó de un salto y se abalanzó contra el hombre. Antes de que pudiese descargar el golpe, se vio lanzada de nuevo hacia atrás, resbaló en la tierra fangosa y sufrió una violenta caída.
El hombre se acercó y se paró encima de ella mientras el corazón de _______ latía con fuerza contra sus costillas. Le pareció que alargaba el brazo como para ayudarla a levantarse; la mujer se apoyó en los codos. Le sangraba la boca, y tal vez la nariz, pero sus labios se movían deprisa. «Le grita —pensó ________—. Deja de gritar, solo empeorarás las cosas.»
Las cosas empeoraron, empeoraron horriblemente cuando él se sentó a horcajadas sobre la mujer, cuando le levantó de un tirón la cabeza por el cabello y la golpeó contra el suelo. Sin darse cuenta de que ella misma se había puesto en pie de un salto y de que los pulmones le ardían con sus propios gritos, _________ permaneció observando a través de los prismáticos cuando las manos del hombre se cerraron sobre la garganta de la mujer.
Las botas golpearon el suelo; el cuerpo se retorció y se arqueó. Y cuando se quedó inmóvil, se oyó el rugido del río y los ásperos sollozos que brotaban del pecho de ________.
Se volvió, tropezó, resbaló y se desplomó sobre las rodillas. Luego se puso en pie y echó a correr.
Lo veía todo borroso. Sus botas resbalaron en el camino cuando se precipitó cuesta abajo a una velocidad de locos. Le pareció que el corazón iba a salírsele por la garganta como una bola giratoria de terror mientras tropezaba y resbalaba en los agudos zigzag. La cara de la mujer del abrigo rojo se convirtió en otra cara, un rostro de bonitos ojos azules que la miraban.
Ginny. No era Ginny. No era Boston. No era un sueño.
Sin embargo, todo se mezcló y se fundió en su mente hasta que oyó los gritos y las carcajadas, los disparos. Hasta que el pecho empezó a darle punzadas y el mundo comenzó a girar.
Chocó con fuerza contra Joe y luchó frenéticamente para evitar que la sujetase.
—Para. ¿Estás loca? ¿Te quieres suicidar? —exclamó él mientras la empujaba contra la pared de roca y la sujetaba cuando las rodillas de ella cedieron—. ¡Cálmate ahora mismo! La histeria no sirve de nada. ¿Qué ha sido? ¿Un oso?
—La ha matado, la ha matado. Lo he visto, lo he visto todo. —Porque Joe estaba allí, se lanzó contra él y enterró su rostro en su hombro—. Lo he visto. No era Gin. No era un sueño. La ha matado, al otro lado del río.
—Respira —dijo él mientras retrocedía y la agarraba por los hombros. Inclinó la cabeza hasta que sus ojos se encontraron—. He dicho que respires. Muy bien, otra vez. Una vez más.
—Vale, vale. Estoy bien —contestó ________, inspirando con fuerza y expulsando el aire—. Por favor, ayúdame. Por favor. Estaban al otro lado del río, y les he visto con esto —añadió mientras levantaba los prismáticos con mano temblorosa—. La ha matado, y yo lo he visto.
—Enséñamelo.
_________ cerró los ojos. «Esta vez no estoy sola», pensó. Alguien estaba allí, alguien podía ayudarla.
—Camino arriba. No sé cuánto he retrocedido, pero es camino arriba.
Aunque no quería retroceder y volver a verlo, él la tenía cogida del brazo y dirigía sus pasos.
—He parado a comer —dijo más tranquila—. A contemplar el agua y las cascadas. Había un halcón.
—Sí, lo he visto.
—Era precioso. He sacado los prismáticos. Pensaba que podía ver un oso o un alce. Esta mañana he visto un alce en el lago. Pensaba... —Se dio cuenta de que estaba desvariando y trató de concentrarse—. Estaba echando un vistazo a los árboles, a las rocas, y he visto a dos personas.
—¿Qué aspecto tenían?
—No... no he podido verlo muy bien. —________ se cruzó de brazos. Se había quitado la cazadora y la había extendido sobre la roca donde había almorzado. Para tomar el sol.
Ahora tenía mucho frío. Estaba helada.
—Pero ella tenía el pelo largo y oscuro, y llevaba una gorra y un abrigo de color rojo, y gafas de sol. Estaba de espaldas a mí.
—¿Qué llevaba él?
—Mmm... Una cazadora oscura y una gorra naranja. Como las de los cazadores. Me parece que llevaba... Me parece que también llevaba gafas de sol. No le he visto la cara. Ahí, ahí está mi mochila. Lo he dejado todo y he salido corriendo. Allá, era allá —dijo señalando y apretando el paso—. Estaban allí, delante de los árboles. Ya no están, pero estaban allí, allí abajo. Los he visto. Tengo que sentarme.
Cuando se dejó caer en la roca, él no dijo nada, pero le cogió los prismáticos de alrededor del cuello. Los enfocó hacia abajo. No vio a nadie, ni rastro.
—¿Qué has visto exactamente?
—Estaban discutiendo. Me he dado cuenta de que ella estaba furiosa por su postura. Tenía las manos en las caderas. Agresiva. —Tuvo que tragar saliva y concentrarse porque tenía los nervios en el estómago. Tiritando, cogió su cazadora, se la puso y se envolvió con ella—. La mujer le ha abofeteado, luego le ha empujado hacia atrás y ha vuelto a abofetearle. Él le ha pegado y la ha tirado al suelo, pero ella se ha levantado y ha ido por él. Entonces el hombre ha vuelto a pegarle. Le he visto sangre en la cara. Creo que le he visto sangre en la cara. Oh, Dios mío, oh, Dios mío.
Joe se limitó a echarle una ojeada.
—No vayas a ponerte histérica otra vez. Acaba de contarme lo que has visto.
—El se ha agachado, la ha agarrado por el cabello y le ha golpeado la cabeza contra el suelo. Me ha parecido que... la estrangulaba. —Al recordarlo, _______ se frotó la boca con el revés de la mano, rogando para no vomitar—. La ha estrangulado —continuó—. Los pies de ella golpeaban el suelo y luego han dejado de hacerlo. Entonces he echado a correr. Creo que he gritado, pero los rápidos hacen tanto ruido...
—Es mucha distancia, incluso con los prismáticos, ¿Estás segura de que has visto todo eso?
_______ levantó la mirada, tenía los ojos hinchados y agolados.
—¿Has visto alguna vez matar a alguien?
—No.
_______ se levantó con esfuerzo y cogió su mochila.
—Yo sí. Se la ha llevado a algún sitio, se ha llevado el cadáver. Lo ha arrastrado. No sé. Pero la ha matado y ha conseguido escapar. Tenemos que ir a buscar ayuda.
—Dame tu mochila.
—Puedo llevarla yo.
El se la quitó de un tirón y le dedicó una mirada de compasión.
—Lleva la mía; pesa menos. —Se la quitó con un gesto de los hombros y se la tendió—. Podemos quedarnos aquí discutiendo —prosiguió—. Ganaré de todos modos, pero perderemos tiempo.
_______ se colgó la mochila de él y, por supuesto, tenía razón. Pesaba mucho menos. Ella había cargado la suya demasiado, pero solo quería estar segura...
—¡El teléfono móvil! Soy una imbécil —dijo mientras se metía la mano en el bolsillo.
—Puede que sí —replicó él—. Pero el móvil no te servirá de nada aquí. No hay cobertura.
Mientras caminaba, ________ lo intentó de todos modos.
—Puede que demos con un punto donde haya comunicación. Tardaremos mucho en regresar. Irías más deprisa tú solo. Deberías adelantarte.
—No.
—Pero...
—¿A quién viste matar antes de esto?
—No puedo hablar de eso. ¿Cuánto tardaremos en regresar?
—Lo que haga falta. Y no empieces a darme la lata preguntando sin parar si ya queda poco.
_________ estuvo a punto de sonreír. Aquel hombre era tan brusco, tan enérgico, que dejaba su miedo de lado. Tenía razón. Tardarían lo que tardasen. Y harían lo que tuviesen que hacer cuando llegasen.
Y al ritmo al que los pasos de él devoraban el terreno, estarían allí en la mitad de tiempo que ella había necesitado para recorrer el camino por primera vez. Eso si conseguía seguirle, claro.
—¿Puedes hablarme, por favor? De otra cosa. De cualquier otra cosa. De tu libro.
—No. No hablo de las obras que no he terminado.
—Temperamento artístico.
—No, es aburrido.
—Yo no me aburriría.
Él le lanzó una ojeada.
—Para mí.
—¡Vaya! —exclamó ella. Quería palabras, de él o de ella misma—. De acuerdo, ¿por qué Angel's Fist?
—Seguramente por la misma razón que tú. Quería un cambio.
—Porque en Chicago te echaron a la calle.
—A mí no me echaron a la calle.
—¿No le diste un puñetazo a tu jefe y te despidieron del Tribune? Eso he oído.
—El puñetazo se lo di a lo que podría llamarse vagamente un colega por copiar mis notas sobre un artículo, y como el redactor jefe, que resultaba ser el tío del cabrón, le creyó a él y no a mí, me marché.
—Para escribir libros. ¿Es divertido?
—Me parece que sí.
—Seguro que mataste al cabrón en el primero que escribiste.
Él le echó otra ojeada. Había una chispa de regocijo en sus ojos. Ojos de un verde muy interesante.
—Has acertado. Le maté a golpes con una pala. Fue muy satisfactorio.
—Antes me gustaba leer novela negra y de misterio. No he vuelto a hacerlo... desde hace un tiempo.
________ ignoró las protestas de los músculos de sus piernas mientras continuaban descendiendo.
Se suponía que al bajar por una pendiente debía caminar de forma distinta. Echar el peso hacia delante, caminar sobre los dedos de los pies y no sobre los talones. Como hacía Joe.
—Puede que pruebe con uno de los tuyos.
Él volvió a encogerse de hombros con indiferencia.
—Los hay peores.
Dayi_JonasLove!*
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Capítulo 6
Caminaron en silencio, por la pradera, rodeando la poza pantanosa. _______ recordó haber visto patos y una garza. Y el pobre pez condenado. Se sentía entumecida y confusa.
—¿Joe?
—Sigo aquí.
— ¿Me acompañarás a la policía?
Él se detuvo para beber y luego le ofreció la botella de agua. La miró con ojos serenos. Ojos verdes. Oscuros, como las hojas al final del verano,
—Llamaremos desde mi casa. Está más cerca, para llegar hasta el pueblo hay que rodear todo el lago.
—Gracias.
Aliviada y agradecida, _______ siguió colocando un pie delante del otro en dirección a Angel's Fist.
Para mantener la concentración, se puso a repasar recetas en su mente y se imaginó a sí misma midiendo los ingredientes y preparándolas.
—Suena bien —comentó Joe, sacándola bruscamente de su ensoñación.
—¿Qué?
—Lo que estás cocinando ahí—respondió mientras se llevaba un dedo a la sien—, sea lo que sea. ¿Gambas asadas?
_______ decidió que no tenía sentido avergonzarse. Estaba muy por encima de eso.
—Gambas asadas en salmuera. No me he dado cuenta ele que hablaba en voz alta —contestó mirando hacia delante—. Es un problema que tengo.
—Yo no veo ningún problema, salvo que ahora tengo hambre y no muchas gambas por aquí.
—Necesito pensar en otra cosa, en lo que sea. Necesito... Vaya, qué mierda.
Sentía una opresión en el pecho y empezó a sofocarse. El ataque de ansiedad alargó una mano para apretarle la garganta. Se mareó y se inclinó desde la cintura, jadeando.
—No puedo respirar. No puedo.
—Sí que puedes. Lo estás haciendo. Pero si sigues respirando así te desmayarás. No pienso llevarte a cuestas, así que basta ya —dijo Joe en tono uniforme y práctico mientras la ayudaba a enderezarse. Se miraron a los ojos—. Basta ya.
—Está bien.
Había cercos dorados alrededor de sus pupilas, alrededor del margen exterior del iris. Tal vez fuese aquello lo que daba tanta intensidad a sus ojos.
—Termina de guisar las gambas.
—¿Cómo dices?
—Termina de guisar las gambas.
—Ah, sí. Añado la mitad del aceite de freír los ajos al cuenco de gambas asadas, remuevo. Las coloco en una fuente, las decoro con limón y hojas de laurel, y sirvo con chapata tostada y el resto del aceite.
—Si consigo unas gambas, podrías compensarme por esto y prepararme un buen plato.
—Desde luego.
—¿Qué demonios es la chapata?
Sin saber por qué, aquella pregunta le hizo reír y su cabeza se despejó mientras caminaban.
—Es un pan italiano muy bueno. Te gustará.
—Seguramente. ¿Piensas darle más categoría a Joanie's?
—No es mi restaurante.
—¿Tenías tu propio restaurante? Tal como te manejas en la cocina, es evidente que ya has tenido una antes.
—Trabajé en un restaurante. Nunca tuve el mío propio. Nunca lo quise.
—¿Por qué? ¿No es el sueño americano? Me refiero a tener tu propia empresa.
—Cocinar es un arte. Si el local es tuyo, además tienes que ocuparte del negocio. Yo solo quería... —Estuvo a punto de decir «crear», pero le pareció que sonaba demasiado pretencioso— cocinar.
—¿Querías?
—Quiero. Tal vez. No sé lo que quiero. —Pero sí lo sabía, y mientras atravesaban el frío bosque decidió decirlo—. Quiero volver a ser normal, dejar de tener miedo. Quiero ser quien era hace dos años, pero nunca lo seré, así que intento averiguar quién voy a ser durante el resto de mi vida.
—El resto es mucho tiempo. Tal vez deberías tratar de comprender quién vas a ser durante las próximas dos semanas.
_________ le miró y luego desvió la vista.
—Quizá debería empezar con las próximas dos horas.
El se limitó a encogerse de hombros mientras sacaba el teléfono móvil. Aquella mujer era un manojo de misterios envuelto en nervios. Quizá fuese interesante retirar algunas capas y llegar al centro. No le parecía tan frágil como ella creía ser. Poca gente habría sido capaz de recorrer todo aquel camino sin derrumbarse después de ver lo que ella había visto.
—Aquí debería haber cobertura —dijo mientras marcaba varios números—. Soy Joe. Ponme con el sheriff... No, ahora.
_______ pensó que no le gustaría discutir con él. Su tono tenía una autoridad inflexible sencillamente porque no contenía urgencia, desesperación. Se preguntó si alguna vez recuperaría una mínima porción de ese tipo de control y confianza.
—Rick, estoy con _______ Gilmore a medio kilómetro más o menos de mi casa, en el sendero de Little Ángel. Reúnete con nosotros en mi cabaña. Sí, hay problemas. Ha presenciado un asesinato. Eso he dicho. Ya te lo contará. Nos falta poco para llegar.
Cerró el teléfono y volvió a metérselo en el bolsillo.
—Voy a darte un consejo. Me revientan los consejos, tanto dados como recibidos.
—¿Pero?
—Pero vas a tener que mantener la calma. Si quieres volver a ponerte histérica, llorar, gritar o desmayarte, espera a que él acabe de tomarte declaración. Mejor aún, espera a salir de mi cabaña porque no quiero verme en la obligación de aguantarlo. Sé minuciosa, sé clara y termina.
—Si empiezo a perder los nervios, ¿me harás el favor de pararme? —Percibió con claridad su ceño antes de levantar la mirada y verlo—. Quiero decir que me interrumpas o que tires una lámpara. No te preocupes, te la pagaré. Lo que sea para darme un minuto y recuperarme.
—Tal vez.
—Huelo el lago. Se ve a través de los árboles. Me siento mejor cuando veo agua. Tal vez debería vivir en una isla, aunque me parece que eso quizá sería demasiada agua. Tengo que parlotear durante un minuto. No tienes por qué escucharme.
—Tengo oídos —le recordó él antes de cambiar de dirección para tomar el camino más fácil hasta su cabaña.
Se acercó por la parte de atrás, donde estaba arropada por los árboles y las matas de salvia. ________ supuso que el círculo de montañas se vería desde cualquier ventana.
—Es un sitio bonito. Tienes un sitio bonito.
Pero se le secó la boca cuando él abrió la puerta trasera. No había cerrado con llave. Cualquiera hubiera podido entrar.
Al ver que ella no le seguía hasta el interior, Joe se volvió.
—¿Quieres quedarte ahí fuera para hablar con Rick, el sheriff?
—No.
Se armó de valor y cruzó el umbral.
Llegaron a la cocina. Observó que a pesar de su reducido tamaño estaba bastante bien distribuida. Joe limpiaba como un hombre. «Una generalización terrible», pensó, pero la mayoría de los hombres que conocía y no eran del negocio se limitaban a fregar los platos, pasar un trapo por las encimeras y listo.
Sobre la encimera de piedra gris, había un par de manzanas y un plátano demasiado maduro en un cuenco blanco, una cafetera, una tostadora que parecía más vieja que ella y un bloc de notas.
Joe se dirigió de inmediato a la cafetera, la llenó de agua y midió el café antes de quitarse la chaqueta. _________ se quedó junto a la puerta mientras él la ponía en el fuego y sacaba de un armario un trío de tazas blancas de loza.
—Mmm, ¿tienes té?
Él le lanzó por encima del hombro una mirada seca y divertida al tiempo.
—Oh, claro. Espera, tengo que buscar mi tetera.
—Lo tomaré como un no. No bebo café; me provoca temblores. Más temblores —rectificó cuando él la miró levantando una ceja—. Agua. Un poco de agua me vendrá muy bien. ¿Tampoco cierras con llave la puerta principal?
—Aquí no tiene sentido cerrar con llave. Si alguien quisiera entrar, derribaría la puerta de una patada o rompería una ventana.
Al observar que ________ palidecía, Joe ladeó la cabeza.
—¿Qué? ¿Quieres que vaya a mirar dentro del armario y debajo de la cama?
Ella se limitó a volverse para desprenderse de la mochila.
—Está claro que nunca en tu vida has pasado miedo.
«La he provocado», pensó él, y prefirió el matiz de insulto e irritación de su tono a los estremecimientos y escalofríos.
—Michael Myers.
______ se volvió, confusa.
—¿Quién? ¿Shrek?
—Diablos, Flaca, ese es Mike Myers. Michael Myers. El tipo horripilante de la máscara. ¿Conoces La noche de Halloween? La vi en vídeo cuando tenía unos diez años. Me cagué de miedo. Después de eso, Michael Myers se pasó años viviendo en mi dormitorio.
Los hombros de ella se relajaron un poco cuando se quitó la chaqueta.
—¿Cómo te libraste de él? ¿No siguió volviendo en las películas?
—Cuando tenía dieciséis años metí a una chica a escondidas en mi habitación. Jennifer Ridgeway. Una pelirroja muy mona con un montón de... energía. Después de pasar un par de horas con ella en la oscuridad, nunca volví a acordarme de Michael Myers.
—¿El sexo como exorcismo?
—A mí me funcionó —respondió él mientras sacaba una botella de agua del frigorífico—. Si quieres probar, ya me lo dirás.
—Lo haré.
Solo los reflejos le permitieron coger la botella de agua que él le lanzó alegremente. Pero estuvo a punto de dejarla caer, y los hombros se le volvieron a petrificar al oír el enérgico toque en la puerta principal.
—Debe de ser el sheriff. Michael Myers no llama a la puerta. ¿Quieres hacerlo aquí?
_______ miró la pequeña mesa de la cocina.
—Aquí está bien.
—Espera un momento.
Cuando él fue a abrir, ________ destapó la botella y bebió un poco de agua muy fría. Oyó los suaves murmullos, los andares pesados de unas botas masculinas. «Tranquila —se recordó—. Tranquila, breve y clara.»
Rick entró y la saludó con un gesto de la cabeza. Sus ojos eran serenos e inexpresivos.
—Hola, ______. Parece que has tenido problemas.
—Sí.
—Vamos a sentarnos aquí para que puedas contármelo todo.
________ se sentó y empezó; se esforzó en relatar los detalles sin atascarse ni pasar por alto nada relevante. En silencio, Joe sirvió el café y puso una taza delante de Rick.
Mientras hablaba, _______ acariciaba la botella de arriba abajo, una y otra vez, mientras el sheriff tomaba notas y la observaba. Joe se apoyó en la encimera gris; bebía su café en silencio.
—De acuerdo. Dime, ¿crees que podrías identificar a alguna de esas dos personas?
—Tal vez a ella. Tal vez. Pero a él no llegué a verlo. Me refiero a su cara. Estaba de espaldas a mí y llevaba una gorra. Me parece que los dos llevaban gafas de sol. Ella seguro, al principio. Tenía el pelo castaño o negro. Castaño, creo. Pelo largo y castaño. Ondulado. Y llevaba una chaqueta roja y una gorra.
Rick se volvió hacia atrás para mirar a Joe.
—¿Tú qué viste?
—A _______. —Se acercó a la cafetera para volver a llenar su taza—. Estaba más o menos a medio kilómetro de mí, camino arriba, cuando se detuvo. Desde donde estaba sentado no podría haber visto lo que sucedió aunque hubiese estado mirando hacia allí.
Mardson se estiró el labio inferior.
—Entonces no estabais juntos.
—No. Como ha dicho ________, pasó por donde yo estaba trabajando, hablamos un poco y siguió adelante. Al cabo de una hora más o menos, me dirigí hacia arriba y tropecé con ella, bajaba corriendo. Me contó lo que había pasado y subí hasta donde ella había estado.
—¿Viste algo entonces?
—No. Si quieres saber dónde era, traeré un mapa y te lo mostraré.
—Te lo agradezco. _______ —continuó Rick cuando Joe salió de la cocina—, ¿has visto algún barco, coche o camioneta? ¿Algo así?
—No. Creo que busqué una barca o algo parecido, pero no vi ninguna. Pensé que debían de estar acampados, pero tampoco vi ningún equipo ni tienda. Solo los vi a ellos. Solo le vi a él estrangulándola.
—Cuéntame todo lo que puedas del hombre. Lo que te venga a la mente —insistió—. Nunca se sabe lo que vas a sacar, lo que vas a recordar.
—No le presté demasiada atención. Era blanco... Estoy bastante segura. Le vi las manos, pero llevaba guantes. Negros o marrones. Pero su perfil... Estoy segura de que era blanco. Supongo que podía ser hispano o indio. Estaba muy lejos, incluso con los prismáticos, y al principio yo simplemente mataba el rato. Entonces ella le abofeteó. Dos veces. La segunda vez. Él la empujó o le pegó. Ella se cayó al suelo. Todo ocurrió muy deprisa. Él llevaba una chaqueta negra. Una chaqueta oscura y una de esas gorras de caza de color naranja o rojizo.
—Vale, es un buen comienzo. ¿Y el pelo?
—Me parece que no me fijé —respondió ella conteniendo un estremecimiento. Ya había pasado por aquello. Las preguntas que no podía contestar—. Se lo debían tapar la gorra y la chaqueta. No creo que lo llevase largo. Grité, tal vez chillé. Pero no podían oírme. Llevaba la cámara en la mochila, pero no se me ocurrió hacer fotos. Solo me quedé paralizada y luego eché a correr.
—Podías haber saltado al río, intentar atravesarlo a nado y después llevarle a rastras ante las autoridades con el poder de tu voluntad —comento Joe en tono despreocupado cuando regresó con un mapa de la zona; lo colocó sobre la mesa—. Es aquí—añadió señalando un punto.
—¿Estás seguro?
—Desde luego.
—Muy bien. —Rick asintió y se puso en pie—. Voy para allá ahora mismo, a ver lo que haya que ver. No te preocupes, _______, vamos a ocuparnos de esto. Volveremos a hablar. Mientras tanto, quiero que lo repases todo. Si recuerdas algo, lo que sea, aunque no te parezca importante, quiero saberlo. ¿De acuerdo?
—Sí. Sí, de acuerdo. Gracias.
Rick se despidió de Joe con un gesto, cogió su gorra y salió.
—Bueno. —________ dejó escapar un largo suspiro—. ¿Crees que puede...? ¿Es competente?
—No he visto nada que me haga pensar otra cosa. Por aquí los problemas suelen ser borracheras y alteraciones del orden público, peleas domésticas, críos que roban en las tiendas, riñas... Pero sabe tratarlos. Cuando vienen los turistas también hay excursionistas, remeros y escaladores perdidos o heridos, líos de tráfico y demás. Al parecer, hace su trabajo. Tiene... dedicación sería la palabra.
—Pero un asesinato... Un asesinato es diferente.
—Puede, pero él es quien está al cargo aquí. Como ha sucedido fuera de los límites del pueblo, tendrá que llamar a la policía del condado o del estado. Has visto lo que has visto, lo has denunciado y has hecho tu declaración. No puedes hacer nada más.
—No, nada más. —«Cómo antes, no puedo hacer nada más», pensó—. Me parece que voy a marcharme. Gracias por... todo —dijo mientras se levantaba.
—Yo tampoco tengo nada más que hacer. Te acompañaré a casa con el coche.
—No hace falta que te molestes. Puedo ir caminando.
—No seas tonta.
Joe cogió la mochila de ella y salió de la cocina en dirección a la puerta principal.
Como se sentía tonta, _______ se llevó a rastras su chaqueta y le siguió. Él salió de la casa a grandes zancadas, sin darle el tiempo que tal vez le habría gustado tener para estudiar y calibrar su hogar. Tuvo una rápida impresión de sencillez, desorden informal y lo que le pareció el hábitat propio del hombre soltero.
Nada de flores, adornos, cojines ni toques que suavizasen la sala de estar. Un sofá, una silla, un par de mesas y una acogedora chimenea de piedra que dominaba la pared más lejana.
Tuvo una impresión de tonos tierra, líneas rectas y funcionalidad antes de salir al exterior.
—Hoy te he causado muchos problemas —empezó.
—Desde luego que sí. Sube.
_________ se detuvo, y la gratitud luchó contra el insulto, el agravio y el agotamiento. La gratitud perdió.
—Eres un hijo de puta grosero, insensible e insultante.
Joe se apoyó en el coche.
—¿A qué viene eso?
—Hoy han asesinado a una mujer. La han estrangulado. ¿Lo entiendes? Estaba viva y ahora está muerta, y nadie ha podido ayudarla. Yo no he podido ayudarla. He tenido que quedarme allí mirando. Sin hacer nada, como la otra vez. He visto cómo él la mataba, y tú has sido el único a quien he podido decírselo. En lugar de mostrarte implicado, preocupado y compasivo, has sido seco, insolente y distante. Pues vete al infierno. Prefiero volver a subir diez kilómetros por ese sendero que recorrer tres kilómetros contigo en tu estúpida furgoneta. Dame mi maldita mochila.
Él se quedó donde estaba, pero ya no parecía aburrido.
—Ya era hora. Empezaba a pensar que no sabías lo que era el mal genio. ¿Te sientes mejor?
Detestaba reconocer que así era. Le ponía furiosa que la indiferencia de él la hubiese alterado hasta vomitar gran parte de su ansiedad y terror.
—Vete al infierno —repitió.
—Espero que me guste. Pero mientras tanto, sube. Has tenido un día horrible. —Abrió la puerta—. Y, para tu información —continuó—, los tíos no pueden ser insolentes. Somos fisiológicamente incapaces de mostrar insolencia. La próxima vez utiliza la palabra «arrogante». Eso queda bien.
—Eres un hombre exasperante, desconcertante.
Pero subió al coche.
—Eso también queda bien.
Joe dio un portazo y luego rodeó el coche a grandes zancadas hasta el asiento del conductor. Después de lanzar la mochila al asiento trasero, se puso al volante.
—¿Tenías amigos en Chicago —le preguntó _______—, o solo gente que te encontraba exasperante, desconcertante y arrogante?
—Supongo que las dos cosas.
—¿No se supone que los reporteros tienen que ser más o menos agradables para conseguir que la gente les cuente cosas?
—No lo sé, pero además ya no soy reportero.
—Y los escritores de ficción tienen derecho a ser ariscos, solitarios y excéntricos.
—Tal vez. De todos modos, a mí me gusta.
—Desde luego que sí —respondió ella, y él se echó a reír.
El sonido de su risa la sorprendió lo suficiente para levantar la vista. Joe aún sonreía mientras rodeaban el lago.
—¡Vaya, Flaca, ahora que ya sé que tienes temple, me alegra saber que también tienes dientes!
Pero cuando Joe aparcó delante de Ángel Food y ella miró por la ventanilla, sintió que su temple menguaba y sus dientes estaban a punto de castañetear. De todos modos bajó del coche, y habría cogido su mochila si él no la hubiese sacado antes desde su asiento.
Se quedo en la acera, dudando entre el orgullo y el pánico.
—¿Algún problema?
—No. Sí. Maldita sea. Oye, ya que has venido hasta aquí, ¿podrías subir conmigo un momento?
—¿Para asegurarnos de que no te está esperando Michael Myers?
—Algo parecido. Eres libre de retirar el cumplido, si lo era, sobre mi temple.
El se echó la mochila al hombro y se encaminó hacia el otro lado del edificio. Una vez que _________ introdujo la llave en la cerradura, Joe empujó la puerta para entrar delante de ella.
__________ se corrigió. Aquel hombre no era tan insensible. No había sonreído con desprecio ni había hablado de más; solo había entrado el primero.
—¿Qué demonios haces aquí?
—¿Disculpa?
—No hay tele —señaló—, ni cadena de música.
—La verdad, acabo de mudarme. No paso mucho tiempo aquí.
Joe se puso a curiosear y ella no le detuvo. No había gran cosa que ver.
El diván bien arreglado, el sofá, los taburetes de la barra. Olía a mujer. Sin embargo, no vio ninguno de los signos hogareños que uno espera ver en la casa de una mujer. Nada de cosas bonitas e inútiles, nada de recuerdos del hogar o de sus viajes.
—Bonito portátil —dijo dándole un golpecito con el dedo.
—Has dicho que tenías hambre.
Joe levantó la vista del ordenador y le sorprendió que la habitación casi vacía la hiciese parecer tan sola.
—¿Sí?
—Antes. Si tienes hambre, puedo preparar algo para comer. Podemos considerarlo un pago por lo de hoy, y quedamos en paz.
Lo dijo con tono alegre, pero Joe tenía habilidad para interpretar a las personas, y aquella no estaba preparada para quedarse sola. De todos modos, tenía hambre, y sabía de primera mano lo bien que cocinaba ________.
—¿Qué clase de comida?
Ella se pasó una mano por el cabello y miró hacia la cocina. Era evidente que estaba haciendo un inventario mental de sus existencias.
—Podría preparar rápidamente un poco de pollo con arroz. ¿Veinte minutos?
—Perfecto. ¿Tienes cerveza?
________ se volvió hacia la cocina.
—No, lo siento. En la nevera tengo un vino blanco muy bueno.
—Perfecto. ¿Tienes frío?
—¿Frío?
—Si no, quítate el abrigo.
_______ fue por el vino y un sacacorchos. Luego sacó del diminuto congelador un paquete de dos pechugas de pollo sin piel. Tendría que descongelarlas, al menos parcialmente, en el también diminuto microondas, pero no había más remedio.
Mientras se quitaba el abrigo y recogía el que él había tirado sobre un taburete para dejarlos sobre el diván, Joe descorchó el vino.
—Solamente tengo vasos normales —dijo ________ mientras abría un armario—. En realidad, el vino era más que nada para guisar.
—Así que me sirves vino para guisar. Bien, sláinte.
—Es un buen vino —dijo ella, un tanto irritada—. Nunca cocinaría con un vino que no fuese capaz de beberme. Es un Pinot Grigio delicioso, así que salute resulta más apropiado.
Joe sirvió un poco en el vaso que ________ le dio; luego alargó el brazo por encima de la cabeza de ella para coger otro y le añadió vino. Lo probó y asintió.
—Vale, añadiremos a tu curriculum que entiendes de vinos. ¿Dónde estudiaste cocina?
Ella se alejó para ponerse manos a la obra.
—En un par de sitios.
—Y uno de ellos es París.
________ sacó ajos y cebollas tiernas.
—¿Por qué lo preguntas si el doctor Wallace te lo ha dicho ya?
—En realidad fue Mac, y él lo supo por el doctor. Aún no has captado el ritmo provinciano.
—Me parece que no.
Sacó un cazo para hervir agua para el arroz.
Joe cogió su vino, se instaló en un taburete y se puso a observarla.
«Profesionalidad —pensó—. Control con cierto toque de poesía.» Los nervios que parecían zumbar a su alrededor en otros momentos no se percibían cuando estaba en su elemento.
Necesitaba comer más de lo que ella misma preparaba, hasta ganar como mínimo cinco kilos. Los que debió de perder después del acontecimiento que la llevó a huir de Boston.
De nuevo se preguntó a quién habría visto matar. Y por qué. Y cómo.
_______ preparó algo rápido y sencillo con unas galletas saladas, queso cremoso, aceitunas y una pizca de algo que le pareció pimentón. A continuación lo puso en un platito delante de él.
—Primer plato.
Le brindó un amago de sonrisa antes de empezar a cortar el pollo en filetes y picar los ajos.
Joe había devorado la mitad de los deliciosos crackers cuando ______ tuvo el arroz en marcha. Un intenso aroma a ajo perfumaba el aire.
Mientras él permanecía sentado en silencio, ella manejaba tres ollas, una con el pollo, otra con el arroz y la tercera con el salteado de pimientos, champiñones y brécol.
—¿Cómo sabes guisarlo todo y tenerlo listo al mismo tiempo?
Ella le miró por encima del hombro. Tenía el rostro relajado y rosado por el calor.
—¿Cómo sabes cuándo terminar un capítulo y empezar el siguiente?
—Eso ha tenido gracia. Tienes buen aspecto cuando cocinas.
—Mi cocina es mejor que mi aspecto. —Removió las verdura y agitó la sartén con el pollo.
Apagó el fuego y empezó a servir la comida en los platos. Colocó el de él en su sitio. Joe levantó una ceja.
—Veinte minutos. Y huele muchísimo mejor que la lata de sopa que pensaba abrir esta noche.
—Te lo has ganado.
_______ se sirvió su plato, con porciones mucho más pequeñas que las de Joe, antes de dar la vuelta a la barra para sentarse junto a él. Y, por fin, cogió su vaso de vino.
Hizo amago de brindar y lo probó.
—Bueno, ¿cómo está?
Joe probó el primer bocado y se echó hacia atrás como para reflexionar.
—Tienes una cara interesante —empezó—. Fascinante a su estilo, sobre todo por esos ojazos oscuros. Absorben a un hombre y lo ahogan si no se anda con cuidado. Sin embargo —continuó mientras ella parecía apartarse de él, solo un poco—, puede que tu cocina sea mejor que tu aspecto.
La sonrisa agradecida de ______ le hizo cambiar de opinión, pero siguió comiendo y disfrutando de la comida, y también de su compañía, más de lo que había esperado.
—Bueno, ¿sabes qué rumor corre ahí abajo en este momento? —preguntó él.
—¿En Joanie's?
—Eso es. La gente ve mi coche enfrente y no me ve a mí dentro. Uno comenta algo al respecto, otro dice: «Le he visto subir con _______ o con la nueva cocinera de Joanie, ya llevan un rato arriba».
—¡Oh, bueno, no importa! —Exclamo _______, resoplando y enderezándose en el asiento—. ¿O sí? ¿Te importa lo que digan?
—Me da lo mismo. ¿A ti te preocupa lo que piensen o digan de ti?
—Algunas veces sí, demasiado. Otras, no me preocupa en absoluto. Desde luego, no me preocupa para nada que perdieses una apuesta con Mac Drubber porque no me fui a la cama con Cas.
La mirada de Joe se iluminó, divertida, mientras seguía comiendo.
—Sobrestimé a Cas y te subestimé a ti.
—Eso parece. Si la gente piensa que estamos liados durante un tiempo, tal vez Cas deje de tratar de convencerme para que salga con él.
—¿Te está molestando?
—No, tanto como molestar no. Todo va mejor desde que le dejé las cosas claras. Pero esto no me vendrá mal, así que me parece que te debo otra.
—Creo que sí. ¿Me merezco otra cena?
—Pues... claro, supongo —dijo frunciendo el ceño, confusa—. Si tú quieres.
—¿Cuándo tienes otra noche libre?
—Ah... —Dios, ¿cómo había conseguido meterse ella sola en aquella encerrona?—. El martes. Me toca el primer turno, salgo a las tres.
—Estupendo. Vendré a las siete. ¿Te va bien?
—A las siete. Claro, claro. En fin, ¿hay algo que no comas, que no te guste, que te cause alergia?
—Si preparas vísceras no esperes que me las coma.
—Nada de mollejas; entendido.
«¿Y ahora qué?», se preguntó. No se le ocurría ningún tema de conversación intrascendente. «Antes tenía habilidad para este cosas, pensó. Le gustaba quedar, le gustaba sentarse con un hombre ante un plato de comida y hablar, reír. Pero su cerebro no quería bajar por aquel camino.
—Llegará cuando llegue.
Miró a Joe a los ojos.
—Si soy tan transparente, voy a tener que instalar unas persianas.
—Es natural que lo tengas metido en la cabeza. Te has relajado un poco mientras cocinabas.
—Ya debe de haberla encontrado. Cualquiera que sea el que lo ha hecho, no puede habérsela llevado lejos, y si la ha enterrado...
—Es más fácil lastrarla con rocas y tirarla al río.
—¡Oh, Dios! Muchas gracias por esa imagen; seguro que vuelve a mi cabeza más tarde.
—Es probable que, el cuerpo, con la corriente, no permanezca hundido. Acabará aflorando en algún punto río abajo. Algún tipo que haya salido a pescar tropezará con ella, o algún excursionista, remero o turista de Omaha, lo que más te guste. Alguien se llevará una gran sorpresa cuando la encuentre.
—¿Puedes parar? —pidió _______ frunciendo el ceño—. Aunque hubiese hecho algo así, habrá algún indicio, alguna prueba de lo que ha pasado. Sangre. Le ha golpeado en la cabeza bastante fuerte, la maleza debe de haber quedado aplastada, o... pisadas. ¿No las habría?
—Seguramente. No sabía que alguien le estaba viendo, así que ¿por qué molestarse en borrar las huellas? Supongo que se preocupó sobre todo por librarse del cadáver y alejarse.
—Sí. Así que el sheriff encontrará algo.
_______ se sobresaltó al oír pasos en el exterior.
—Debe de ser él —dijo Joe en tono sereno, y se levantó del taburete para abrir la puerta él mismo.
Dayi_JonasLove!*
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Wuaaaaaaaa!!!!
._.
Ya se viene el amor? xd
espero que si! :D
Siguela!
._.
Ya se viene el amor? xd
espero que si! :D
Siguela!
Feer :)x.
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
Gracias por el apoyo =)
Aquí les dejo el cap 7, si veo coments mañana subo otro.
ENJOY :D
—¿Qué tal, Joe? ¿________? —Rick se quitó el sombrero al entrar y pasó la mirada por la barra de la cocina—. Siento interrumpir vuestra cena.
—No importa, hemos terminado —contestó ________ poniéndose en pie; las rodillas le temblaban—. ¿La ha encontrado?
—¿Os importa que me siente?
¿Cómo podía haber olvidado el ritual propio de las visitas de los policías? Pedirles que entren, que se sienten, ofrecerles café. Aquellos días había hecho acopio de café para los amigos. Y para la policía.
—Lo siento. —________ hizo un gesto hacia el sofá—. Por favor. ¿Puedo traerle algo?
—Estoy bien, gracias.
Después de acomodarse en el sofá, Rick se colocó el sombrero sobre las rodillas y esperó a que _______ se sentase. Como había hecho antes en su propia cabaña, Joe se quedó apoyado en la barra.
La muchacha lo supo antes de que hablase, lo vio en su rostro. Había aprendido a leer la expresión cuidadosamente neutra que mostraba la policía.
—No he encontrado nada.
Sin embargo, ______ sacudió la cabeza.
—Pero...
—Vamos a tomárnoslo con calma—la interrumpió Rick—. ¿Por qué no vuelves a contarme lo que viste?
—Oh, Dios mío. —_______ se pasó las manos por la cara, se apretó los ojos con los dedos y dejó caer las manos en su regazo. Sí, claro. Volver a contarlo. Otra parte del ritual—. De acuerdo.
Recitó de nuevo todo lo que recordaba.
—Habrá echado el cadáver en el río, o lo habrá enterrado, o... —añadió.
—Ya comprobaremos eso. ¿Estás seguro del sitio, Joe?
—Te he mostrado en el mapa el lugar donde ______ me dijo que lo vio. Muy cerca de los pequeños rápidos.
—Al otro lado del río —le dijo Rick a _______, en un tono tan neutro como su rostro—. A tanta distancia, puedes haberte confundido. Y mucho.
—No. Los árboles, las rocas, el agua blanca... No me he confundido.
—No había ninguna señal de lucha en esa zona. No he encontrado ninguna cuando he examinado el entorno.
—Debió de borrar sus huellas.
—Podría ser —dijo en un tono en el que se percibía la duda; una ligera salida de la neutralidad—. Volveré allí por la mañana, cuando haya luz. Joe, tal vez quieras venir conmigo para asegurarnos de que es la zona correcta. Mientras tanto, haré algunas llamadas para ver si ha desaparecido alguna turista o residente.
—Hay varias cabañas por esa zona —comentó Joe mientras cogía el vino que había dejado sobre la barra.
—He pasado por un par de las más cercanas. Está la mía, y Joanie tiene un par. Por allí son de alquiler, y en esta época del año no hacen mucho negocio. No he visto a nadie, ni ninguna señal de que estén ocupadas. También estoy comprobando eso. Llegaremos al fondo de esto, _______. No quiero que te preocupes. Joe, ¿quieres venir conmigo mañana por la mañana?
—Desde luego, no hay problema.
—Puedo pedirle a Joanie la mañana libre e ir yo también —empezó _______.
—Joe ha estado allí. Creo que con que me acompañe uno de vosotros es suficiente. Y te agradecería que de momento no comentases nada de esto con nadie. Examinaremos el lugar antes de que corra el rumor. —Rick se puso en pie—. Joe, ¿qué te parece si paso a recogerte por tu casa más o menos a las siete y media?
—Allí estaré.
—Intentad disfrutar del resto de la velada. _______, quítate esto de la cabeza durante un rato. No puedes hacer nada más.
—No, claro, nada más.
_______ se quedó sentada mientras Rick se ponía el sombrero y salía.
—No me cree.
—Yo no he oído que dijera eso.
—Sí que lo has oído —replicó _______, sin poder reprimir la ira—. Los dos lo hemos oído, por debajo de sus palabras.
_______ volvió a dejar el vino y se le acercó.
—¿Por qué no iba a creerte?
—Porque no ha encontrado nada. Porque nadie más lo ha visto. Porque solo llevo en el pueblo un par de semanas. Por un montón de razones.
—Yo también tengo toda esa información y te creo.
A la muchacha le escocían los ojos. El ansia de levantarse, apretar la cara contra su pecho y echarse a llorar era abrumadora. En lugar de eso, se quedó sentada, con las manos entrecruzadas con fuerza en el regazo.
—Gracias.
—Me voy a casa. Intenta seguir el consejo del sheriff y olvídate de eso durante unas horas. Tómate una pastilla y acuéstate.
—¿Cómo sabes que tengo pastillas para dormir?
Los labios de Joe se curvaron, solo un poco.
—Tómate un somnífero y desconecta. Mañana te diré lo que hay.
—De acuerdo, gracias.
Se levantó para acercarse a la puerta y abrirla ella misma.
—Buenas noches.
Satisfecho por dejarla más enfadada que deprimida, Joe salió sin decir nada más.
La muchacha cerró la puerta, la comprobó y comprobó las ventanas. El hábito hizo que se dirigiese hacia la cocina para fregar los platos y cazuelas, pero a medio camino se volvió y conectó el ordenador portátil.
Lo escribiría todo en su diario.
Mientras ________ se sentaba ante el teclado, Rick entraba en su oficina y encendía las luces. Colgó el sombrero y el abrigo, y luego volvió a la pequeña habitación de descanso para preparar un poco de café.
Mientras tanto, llamó a su casa. Tal como esperaba, su hija mayor cogió el teléfono a la primera llamada.
—¡Hola, papá! ¿Puedo ponerme rimel para ir al baile de primavera? Solo un poco. Todas las chicas lo llevan. Por favor.
Se apretó los ojos con los dedos. Aún no tenía trece años y ya hablaba de rimel y bailes.
—¿Qué ha dicho tu madre?
—Ha dicho que lo pensará. Papá...
—Entonces yo también lo pensaré. Pásame a mamá, cariño.
—¿No puedes venir a casa? Podríamos hablarlo.
«¡Dios me libre!», pensó Rick.
—Esta noche tengo que trabajar hasta tarde, pero hablaremos de ello mañana. Ahora pásame a mamá.
—¡Mamá! Papá está al teléfono. Tiene que trabajar hasta tarde, y mañana hablaremos de si puedo ponerme rimel como una persona normal.
—Gracias por la información. —Debbie Mardson se echó a reír en el auricular, más divertida que agobiada. Rick se preguntó cómo lo conseguía—. Esperaba que estuvieses de camino a casa.
—Tengo que quedarme en la oficina un rato, no sé cuánto. ¿Por qué demonios tiene que ponerse rimel esa chica? Tiene los mismos ojos que tú, las pestañas más largas de Wyoming.
Era como si las estuviera viendo, largas y curvadas, sobre los ojos azules.
—Por las mismas razones que yo unas pestañas demasiado finas. Además, es un instrumento femenino básico.
—¿Se lo vas a permitir?
—Lo estoy considerando.
Rick se frotó la nuca. Era un hombre lamentablemente excedido en número por las mujeres.
—Primero fue el pintalabios.
—Brillo —corrigió Debbie—. Brillo de labios.
—Lo que sea. Ahora es el rimel. Luego querrá un tatuaje. Hasta ahí podíamos llegar.
—Me parece que podemos dejar el tatuaje para más adelante. ¿Por qué no llamas antes de salir? Así te tendré la cena caliente.
—Quizá salga tarde. Me he traído un bocadillo de lomo de Joanie's. No te preocupes. Dales un beso a las chicas de mi parte.
—Lo haré. No te canses demasiado, lo justo para que al volver a casa puedas darme un beso.
—Claro que sí. Te quiero, Deb.
—Yo también te quiero. Adiós.
Se quedó un rato sentado en silencio, bebiendo el café, comiendo el bocadillo, pensando en su esposa y en sus tres hijas. No quería que su niña se pusiera maquillaje, pero ya sabía que acabaría convenciéndolo. Su hija mayor poseía la tenacidad de la madre.
Con un suspiro, metió la servilleta de papel en la bolsa de la comida y lo tiró todo a la basura. Mientras se servía una segunda taza de café, repasó mentalmente la declaración de _______, revisó de nuevo los detalles, el tiempo. Sacudió la cabeza, añadió leche en polvo al café y se lo llevó a su oficina.
El también conectó el ordenador. Había llegado el momento de averiguar algo más sobre ______ Gilmore, aparte de que no estaba lidiada y procedía de Boston.
Pasó varias horas buscando, leyendo, haciendo llamadas y tomando notas. Cuando acabó, tenía un archivo y, tras vacilar un poco, lo guardó en el último cajón de su escritorio.
Era tarde cuando salió de la oficina para volver a casa preguntándose si su esposa le habría esperado despierta.
Cuando pasó junto a Ángel Food, observó que la luz seguía encendida en el apartamento de arriba.
A las siete y media de la mañana, mientras _______ se esforzaba por concentrarse en las tortitas de leche y los huevos revueltos, Joe subía al coche de Rick armado con un termo de café.
—Buenos días. Te agradezco que me acompañes, Joe.
—No hay problema. Lo consideraré un trabajo de documentación.
Rick sonrió brevemente.
—Supongo que podríamos decir que tenemos un misterio entre manos. ¿Cuánto tiempo dijiste que pasó desde que _______ te dijo que lo vio hasta que volviste allí con ella?
—No sé cuánto tardó en llegar hasta donde yo estaba. Ella bajaba corriendo, y yo ya subía por el sendero. Supongo que menos de diez minutos. Diría que cinco antes de que empezásemos a subir, y quizá diez minutos o un cuarto de hora más hasta que llegamos al punto en el que ella se había detenido.
—¿Y su estado de ánimo cuando la viste?
Joe se sintió irritado.
—El que cabría esperar en una mujer que ha visto que estrangulaban a otra.
—Tranquilo, Joe, no vayas a pensar que no comprendo la situación, la cuestión es que tengo que considerar esto de forma diferente. Quiero saber si se mostraba coherente, si tenía la mente clara.
—Al cabo de un par de minutos, sí. Ten en cuenta que se encontraba a kilómetros de cualquier medio para conseguir ayuda, aparte de mí. Era la primera vez que recorría ese sendero. Se sintió sola, conmocionada, asustada e impotente mientras presenciaba la escena.
—A través de unos prismáticos, al otro lado del río Snake. —Rick levantó una mano—. Tal vez todo pasó tal como ella dijo, pero tengo que tomar en consideración las circunstancias y la falta de pruebas. ¿Puedes afirmar que estás seguro del todo de que no se equivocó? Quizá viese a un par de personas discutiendo, que incluso viese a un hombre golpear a una mujer.
Había pensado mucho en ello la noche anterior. Él mismo había repasado los detalles, punto por punto. Y recordaba la cara de ella, fría y húmeda, pálida, con los ojos muy abiertos, vidriosos y hundidos.
Una mujer no mostraba semejante terror por presenciar una discusión entre extraños.
—Creo que vio exactamente lo que dijo. Lo que me contó en el camino y lo que te contó tres veces en sus declaraciones. No cambió los detalles ni una sola vez.
Rick soltó un bufido.
—En eso tienes razón. ¿Estáis liados?
—¿En qué?
Rick soltó una carcajada.
—Me tienes que caer bien por fuerza, Joe. Eres un cabrón. ¿Estáis personalmente liados el uno con el otro?
—¿Eso qué tiene que ver?
—La información siempre tiene que ver en una investigación.
—Entonces, ¿por qué no me preguntas si me acuesto con ella y ya está?
—Bueno, he intentado mostrarme sensible y sutil —dijo Rick con una ligera sonrisa—. Pero de acuerdo. ¿Te acuestas con ella?
—No.
—Está bien —repitió.
—¿Y si hubiese dicho que sí?
—Entonces tendría en cuenta esa información, como un buen funcionario de policía. Tus asuntos son tuyos, Joe. Aunque, por supuesto, ese tipo de asuntos corre por el pueblo como un reguero de pólvora. No hay nada tan interesante como el sexo, tanto si es uno mismo el que lo practica como si hablas de otros que lo practican.
—Yo prefiero practicarlo que hablar de él.
—Tú eres así —dijo Rick volviendo a sonreír brevemente—. Y, la verdad, yo también.
Circularon un rato en silencio hasta que Rick abandonó la carretera.
—Este es el mejor sitio para acortar camino y llegar al lugar junto al río que me mostraste en el mapa.
Joe se colgó una pequeña mochila del hombro. Incluso para una excursión tan corta, no era prudente salir sin los utensilios esenciales. Atravesaron campos de salvia y bosque, donde el barro blando conservaba unas huellas que Joe reconoció. Eran de ciervo, de oso y, supuso, de las botas de Rick del día anterior.
—No hay huellas humanas que se dirijan al río —señaló Rick—. Estas son las mías de ayer. Por supuesto, pudieron llegar desde otro lugar, pero eché un buen vistazo por los alrededores. Si tienes un cadáver, debes librarte de él. Echarlo al río podría ser el gesto instintivo, la primera reacción de pánico. —Caminaba despacio, observando el suelo y los árboles—. O lo enterrarías. Desde luego, habría señales de eso. No tiene sentido arrastrar lejos un cadáver, y cavar una tumba es mucho más difícil de lo que parece. —Se puso en jarras, con una muñeca apoyada distraídamente en la culata de su arma reglamentaria—. Se notaría, y los animales de por aquí la encontrarían enseguida. Tú mismo puedes ver que no hay señales de que nadie entrase o saliese de esta zona ayer. Te lo preguntaré de nuevo: ¿podrías haberte equivocado en el sitio?
—No.
A través de los pinos, los arándanos y los sauces, avanzaron hacia el norte, en dirección al río. Joe observó que la tierra estaba húmeda por el deshielo. Debería haber conservado las huellas humanas igual que conservaba las huellas de ciervos y alces. Aunque vio señales del paso de animales, no había huellas humanas. Rodearon un bosquecillo y, mientras Joe se paraba a mirar y se agachaba para buscar señales, Rick esperó.
—Supongo que ya hiciste esto ayer.
—Desde luego —reconoció Rick—. Por aquí hay buenas bayas en temporada —añadió en tono informal—. Tenemos arándanos, gayubas... —Hizo una pausa y miró en la dirección donde se encontraba el río, que ya se presentía—. Si un hombre hubiese tratado de esconder un cuerpo ahí, habría señales de ello. Y creo que a estas alturas los animales habrían captado el olor y habrían venido a explorar.
—Sí. —Joe volvió a ponerse en pie—. Sí, tienes razón. Incluso un urbanita como yo sabe eso.
A pesar de las circunstancias, Rick sonrió.
—Te manejas bastante bien en el campo para ser un urbanita.
—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí para perder la etiqueta de urbanita?
—Puede que se te desgaste un poco cuando lleves diez o quince años muerto.
—Eso suponía —dijo Joe mientras reanudaba la marcha—. Tú tampoco naciste aquí —recordó—. Recluta.
—Mi madre se instaló en Cheyenne antes de que yo cumpliese doce años, así que te llevo una buena ventaja. Soy de por aquí. Ya se oyen los rápidos.
El grave retumbar llegaba a través de los álamos temblones, los chopos americanos y los sauces colorados. La luz del sol se hizo más intensa hasta que Joe pudo verla reflejada en el agua. Más allá estaba el cañón y, al otro lado, el punto alto donde había estado con ______.
—Estaba sentada allí cuando lo vio.
Protegiéndose los ojos con la palma de la mano, Joe señaló hacia las rocas.
«Aquí hace más fresco —pensó Joe—, más fresco junto al agua, con el viento susurrando entre los árboles.» Pero el día era lo bastante claro para que sacase sus gafas de sol de la mochila.
—Tengo que decir, Joe, que eso está a mucha distancia. —Rick sacó sus gemelos y siguió la dirección indicada por Joe—. A mucha distancia —repitió—. Además, a esa hora el reflejo del sol en el agua te deslumbra.
—Rick, somos amigos desde hace un año.
—Desde luego.
—Por eso voy a preguntártelo sin rodeos. ¿Por qué no crees a la chica?
—Vayamos paso a paso. Ella está allí arriba, ve lo que pasa aquí abajo, baja corriendo por el sendero y tropieza contigo. Mientras tanto, ¿qué está haciendo ese tipo con el cadáver de la mujer? Si lo tiró al río, saldrá a flote. Y probablemente ya tendría que haberlo encontrado alguien. Por aquí no hay gran cosa para lastrar el cuerpo y, según el tiempo que me has indicado, solo tuvo una media hora para hacerlo. Si ese era el plan, habría tardado... En mi opinión más de lo que tardasteis vosotros dos en volver al punto desde donde se ve este sitio.
—Podría haberla arrastrado detrás de aquellas rocas o entre los árboles. Desde el otro lado del río no la habríamos visto. Tal vez fue a buscar una pala o una cuerda. Vete a saber.
Rick suspiró.
—¿Has visto alguna señal de que alguien haya entrado o salido de aquí arrastrando o enterrando un cuerpo?
—No, no la he visto. Todavía no.
—Ahora tú y yo vamos a dar una vuelta, como ya hice ayer. No hay ni una sola señal de una tumba reciente. Eso deja la posibilidad de llevarse a rastras el cadáver hasta un coche o una cabaña. Es mucha distancia para acarrear un peso muerto, mucha distancia para no dejar una sola señal que ninguno de nosotros pueda ver. —Se volvió hacia Joe—. Me estás diciendo que estás seguro de que fue aquí donde lo vio, y yo te digo que no veo nada que indique que alguien estuviese aquí, y mucho menos que golpease a una mujer contra el suelo y la estrangulase.
La lógica de la argumentación era indiscutible.
—Borró sus huellas —insistió Joe.
—Es posible, es posible. Pero ¿cuándo demonios lo hizo? Se llevó el cuerpo, lo arrastró donde nadie pudiera verlo, volvió, borró sus huellas aquí... y eso sin saber que alguien le había visto matar a otra persona.
—Suponiendo que no viese a ______ allí arriba.
Rick se quitó las gafas de sol y a través de ellas miró al otro lado del agua, camino arriba.
—Muy bien, démosle la vuelta y digamos que la vio. De todos modos consiguió largarse en los treinta minutos que dices que pasaron. Aunque fuesen cuarenta, en mi opinión sigue sin sostenerse.
—¿Crees que miente, que se lo ha inventado? ¿Qué sentido tiene?
—No creo que mienta. —Rick se echó el sombrero hacia atrás y se frotó la frente, preocupado—. Hay algo más, Joe. Al veros juntos ayer, primero en tu casa y luego en la de ella, supuse que os traíais algo entre manos. Que tal vez supieses más de ella.
—¿Más de qué?
—Te lo contaré mientras damos ese paseo. Espero que puedas guardarte lo que voy a decirte. Supongo que eres una de las pocas personas del pueblo que es capaz de hacerlo.
Mientras caminaban, Joe clavaba la mirada en el suelo u observaba la vegetación. Quería encontrar algo que demostrase que Rick estaba equivocado, y se daba cuenta.
Eso significaba que prefería demostrar que una mujer estaba muerta a que Rick creyera que _______ se equivocaba.
Pero recordó el aspecto que tenía cuando la encontró, cómo se había esforzado para no hundirse en el largo camino de regreso. Y lo sola que parecía en su piso casi vacío.
—He hecho algunas comprobaciones sobre ella.
Cuando Joe se detuvo y entrecerró los ojos, Rick sacudió la cabeza.
—Lo considero parte de mi trabajo —añadió—. Cuando llega alguien nuevo y se instala en el pueblo, quiero saber si está limpio. Hice lo mismo contigo.
—¿Y pasé la prueba?
—Tú y yo no hemos tenido palabras en otro sentido, ¿verdad? —Hizo una pausa y levantó la barbilla hacia la izquierda—. Esa es la parte trasera de una de las cabañas de Joanie. Esa es la más cercana, y hemos tardado unos diez minutos en llegar. A buen paso, y sin llevar peso muerto. Ninguna clase de vehículo puede llegar más cerca. En cualquier caso, habría huellas de neumáticos.
—¿Entraste en la cabaña?
—Llevar una placa no significa que pueda entrar en una propiedad privada. Pero miré por ahí, miré por las ventanas. Las puertas están cerradas con llave. Fui a las otras dos que están más cerca, entre las que se incluye la mía. Y ahí sí que entré. No había nada.
De todas formas continuaron, alcanzaron la cabaña y la rodearon.
—Reece está limpia, por si te interesa —continuó Rick cuando _______ atisbo por las ventanas de la cabaña—. Pero estuvo implicada en algo hace unos años.
Joe dio un paso atrás y midió sus palabras.
—¿Implicada en qué?
—Una matanza por diversión en el restaurante en el que trabajaba en Boston. Fue la única superviviente. Le pegaron dos tiros.
—Por el amor de Dios...
—Sí. La dieron por muerta y la dejaron en una especie de armario, un trastero. Me ha dado los detalles un policía de Boston que trabajó en el caso. Ella se hallaba en la cocina y todos los demás estaban en el comedor... Fue después de cerrar. Oyó gritos, disparos, y recuerda, o cree recordar, que cogió su teléfono móvil. Uno de los hombres entró y le disparó. No recuerda mucho más... o no lo recordaba. No pudo verle bien. Cayó contra el armario y se quedó allí hasta que la policía la encontró un par de horas más tarde. El policía con el que hablé me dijo que estuvo a punto de no contarlo. Estuvo casi una semana en coma después de que la operasen, y al despertar tenía la memoria afectada. Y su estado mental no era mucho mejor que el físico.
Nada, nada de lo que había imaginado se acercaba a aquello.
—¿Cómo habría podido serlo?
—Lo que digo es que tuvo una crisis. Pasó varios meses en un hospital psiquiátrico. Nunca fue capaz de darles a los policías detalles suficientes o una buena descripción. Nunca atraparon a quienes mataron a toda aquella gente, y luego ella desapareció del mapa. El detective que dirigía la investigación se puso en contacto con ella varias veces durante más o menos el primer año. La última vez que lo intentó, se había mudado sin dejar señas. Tiene familia, una abuela, pero esta solo pudo decirle que ______ se había marchado y no pensaba volver.
Rick se detuvo y recorrió los alrededores con una mirada lenta y prolongada. Luego cambió de dirección y volvió hacia atrás. Una curruca empezó a emitir su rápido y agudo canto.
—Recuerdo algo de aquello. La matanza salió en todos los periódicos y en la televisión. Me acuerdo de que pensé: «Gracias a Dios que vivimos aquí y no en la ciudad».
—Sí, claro, por aquí no hay armas.
Rick apretó la mandíbula.
—La gente de aquí valora su derecho constitucional a llevar armas. Y lo respetan, urbanita.
—Has olvidado de llamarme izquierdoso.
—Estaba siendo educado.
—Desde luego, lunático facha —dijo Joe en tono ligero.
Rick soltó una carcajada.
—No sé por qué tengo que ser amigo de un elitista de ciudad —dijo ladeando la cabeza—. Me sorprende que no te enterases de ese asunto siendo reportero de una gran ciudad.
Joe calculó el tiempo. Si sucedió justo después de que se fuese del periódico, debía de estar cociendo su amargura al sol y entre las olas de Aruba. No leyó un periódico en casi ocho semanas, y le hizo boicot a la CNN. Solo por principio.
—Cuando dejé el Trib, durante un par de meses me tomé lo que llamaremos una moratoria respecto a las noticias.
—Bueno, supongo que la atención de los medios de comunicación debió de agotarse en ese tiempo. Siempre hay algo nuevo con lo que bombardear al público.
—La Constitución de Estados Unidos garantiza la libertad de prensa.
—Y es una lástima. Pero, para volver a lo nuestro, lo que le pasó a ______ es una experiencia terrible para cualquiera, y cabe la posibilidad de que no se haya recuperado del todo.
—¿Qué quieres decir? ¿Que se imaginó un asesinato? Corta el rollo, Rick.
—Puede que se durmiese, que echase una cabezada de pocos minutos y tuviese una pesadilla. El policía que trabajó en el caso me contó que era propensa a sufrirlas. Esa subida es muy larga para alguien que no esté acostumbrado a las caminatas, y debía de estar cansada cuando llegó al lugar donde se detuvo. También podía estar mareada. Joanie dice que la chica solo come si le pone un plato delante de las narices. Además, está nerviosa.
Arrastró el tocador hasta delante de la puerta de la habitación contigua en el hotel y lo dejó así durante todo el tiempo que estuvo allí. No llegó a deshacer la maleta.
—Que sea demasiado prudente no significa que esté loca.
—Vamos, Joe, no he dicho que esté loca, pero creo que es probable que siga estando emocionalmente perturbada —dijo el sheriff, aunque levantó ambas manos de inmediato—. Retiraré lo de perturbada y diré frágil. Así lo veo yo, porque en realidad no hay nada más que ver. No es que no vaya a seguir investigando el asunto, pero tal como están las cosas no voy a llamar a la policía del estado. No tienen nada que hacer aquí. Investigaré en el registro de personas desaparecidas, a ver si encuentro a alguien que corresponda a la descripción que _______ me dijo de la mujer. No puedo hacer más que eso.
—¿Eso es lo que vas a decirle, que no puedes hacer nada más?
Rick se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Ves lo que veo yo aquí, o sea, nada? Si tienes tiempo me gustaría que vinieses conmigo a examinar las otras cabañas de las proximidades.
—Tengo tiempo. Pero ¿por qué yo en lugar de uno de tus ayudantes?
—Tú estabas con ella —contestó Rick mientras volvía a ponerse el sombrero sin cambiar de expresión—. Te consideraremos un testigo secundario.
—¿Quieres que te cubra las espaldas?
—Si lo prefieres, puedes llamarlo así —dijo Rick, sin rencor—. Mira, creo que ella piensa que vio algo, pero no hay pruebas que lo confirmen. Lo que pienso es que se durmió y tuvo una pesadilla, y tú tienes que admitir al menos la posibilidad de que fuese eso lo que ocurrió. No quiero agravar sus problemas, sean los que sean, y tengo que trabajar con hechos. El hecho es que aquí no hay ningún indicio de que haya pasado algo raro. Ni siquiera un indicio de que alguien haya estado aquí en las últimas veinticuatro horas. Daremos otra vuelta al regresar y examinaremos las cabañas de esta zona. Si encontramos algo, solo con que tropecemos con una puñetera pelusa, telefonearé a la policía del estado y le seguiremos la pista a este asunto. De lo contrario, lo único que puedo hacer es comprobar cada cierto tiempo el registro de personas desaparecidas.
—Simplemente no la crees.
—¿Tal como están las cosas, Joe? —Rick miró al otro lado del río, hacia las rocas—. No, desde luego que no.
Cuando la avalancha del desayuno terminó, _______ empezó a preparar la sopa del día. Puso a hervir judías, cortó sobras de jamón y picó cebollas. En Joanie's no se utilizaban hierbas frescas, así que se conformó con las secas.
Sería mejor con albahaca y romero fresco. La pimienta negra recién molida sería preferible al maldito polvo gris del bote del estante. Por el amor de Dios, ¿cómo se podía hacer un guiso con ajo molido? Ojala tuviese sal marina. ¿No había por allí ningún sitio donde conseguir tomates con algo de sabor en esa época del año?
—Desde luego, no paras de quejarte. —Joanie se acercó a la olla y la olió—. A mí me parece que tiene buena pinta.
Reece se dio cuenta de que había vuelto a hablar sola.
—Lo siento. Quedará muy buena. Es que estoy de mal humor.
—He podido verlo por mí misma durante toda la mañana. Y ahora, además, te he oído. Esto no es un restaurante fino. Si querías lujo, tenías que haber dirigido el coche hacia Jackson Hole.
—Está bien. Lo siento.
—No he pedido la primera disculpa, y la segunda ya es una pesadez. ¿No tienes carácter?
—Tenía. Sigue en el taller de reparaciones.
Cualquiera que fuese la causa del mal humor, la mirada de ________ y sus movimientos espasinódieos resultaban preocupantes.
—Te he dicho que preparases lo que quisieras para la sopa del día, ¿no? —dijo Joanie en tono enérgico—. Si quieres algo que no tengamos aquí, haz una lista. A lo mejor lo encargo. Si no tienes iniciativa para pedirlo, luego no murmures y protestes.
—De acuerdo.
—¡Sal marina...!
Con un bufido de burla, Joanie se alejó a grandes zancadas para servirse una taza de café. Desde el rincón, pudo contemplar a _______ a sus anchas. Observó que la muchacha estaba pálida y tenía ojeras.
—Diría que no te fue demasiado bien en tu día libre.
—No, no me fue bien.
—Mac me dijo que hiciste una excursión por el sendero de Little Ángel.
—Sí.
—Te vi volver con Joe.
—Sí... nos encontramos en el sendero.
Joanie bebió despacio un sorbo de café.
—Tal como te tiemblan las manos en lugar de filetear esas zanahorias vas a acabar cortándote los dedos en rodajas.
_______ dejó el cuchillo y se volvió.
—Joanie, vi... —empezó, pero se interrumpió cuando Joe entró en el local—. ¿Puedo tomarme un descanso?
«Algo pasa —pensó Joanie al ver a Joe, que se detuvo y esperó—. Estos se traen algo entre manos.»
—Adelante.
_______ no se echó a correr pero salió deprisa de detrás de la barra con los ojos fijos en Joe. El corazón le golpeaba las costillas. Y su mano se alargó para coger la de él cuando aún estaba a dos pasos.
—¿La habéis...?
—Vamos fuera.
La muchacha se limitó a asentir, un gesto innecesario porque Joe ya tiraba de ella hacia la puerta.
—¿La habéis encontrado? —repitió _______—. Dime, ¿sabemos quién es?
Él siguió caminando y agarrando con firmeza el brazo de ella hasta que estuvieron en el lateral del edificio, al pie de las escaleras que llevaban al piso de ________.
—No hemos encontrado nada.
—Pero... Debió de lanzarla al río. —Se había pasado la noche visualizando la escena—. ¡Oh, Dios mío! ¡Lanzó su cuerpo al río! —añadió.
—No he dicho a nadie, ________. He dicho nada.
—Debió... —Se contuvo y aspiró con fuerza—. No lo entiendo —dijo luego en tono prudente.
—Hemos ido al sitio donde dijiste que les habías visto. Hemos recorrido el terreno desde allí hasta la carretera y hacia atrás desde distintas direcciones. Hemos ido a las cinco cabañas más cercanas a la zona. Están vacías, y no hay señales de que hayan estado ocupadas.
El terror enfermizo surgió en el centro de su vientre.
—No tenían por qué alojarse en una cabaña.
—No, pero tuvieron que llegar al lugar donde tú les viste desde algún sitio. No había huellas, no había señales.
—Os habéis confundido de sitio.
—No nos hemos confundido.
________ cruzó los brazos contra el pecho, pero lo que le producía escalofríos no era la fría brisa de primavera.
—Eso es imposible. Estaban allí. Discutieron, se pelearon y él la mató. Lo vi con mis propios ojos.
—Yo no he dicho otra cosa. Lo que te digo es que allí no hay nada que lo confirme.
—Él quedará impune. Se marchará y vivirá su vida. —_______ se dejó caer sentada en los escalones—. Porque yo fui la única que lo vi, y no vi lo suficiente, no pude hacer nada.
—¿Siempre gira el mundo a tu alrededor?
________ alzó la mirada, dividida entre la conmoción y el dolor.
—¿Y cómo demonios te sentirías tú? Supongo que te limitarías a encogerte de hombros. Caray, hice lo que pude. Más vale que te vayas a tomar una cerveza y te tumbes en la hamaca.
—Aún es un poco pronto para una cerveza. El sheriff va a comprobar si ha desaparecido alguien. Irá al rancho para turistas, a la pensión, a algunas zonas y campings alejados. ¿Se te ocurre alguna forma mejor de llevar el caso?
—Eso no es cosa mía.
—Tampoco mía.
_______ se puso en pie de golpe.
—¿Por qué no ha vuelto para hablar conmigo? Porque no me cree —dijo antes de que él pudiese responder—. Piensa que me lo inventé.
—Si quieres saber lo que cree, pregúntaselo. Yo te digo lo que sé.
—Quiero ir allí y verlo por mí misma.
—Eso es cosa tuya.
—No sé cómo llegar allí. Y aunque tal vez seas la última persona a la que quiero pedirle un maldito favor, ¿sabes una cosa?, también eres la única persona que estoy absolutamente segura de que no mató a esa mujer. Salvo que, además de tus otras aptitudes, puedas echar alas y volar. Salgo a las tres. Puedes recogerme aquí.
—¿Puedo?
—Sí, puedes. Y lo harás. Porque estás tan intrigado con esto como yo. —Se metió la mano en el bolsillo, sacó un arrugado y descolorido billete de diez dólares y se lo puso en la mano con un gesto brusco—. Ahí tienes. Eso debería cubrir la gasolina.
Se marchó a grandes pasos y le dejó mirando el billete con una mezcla de diversión y enojo.
Aquí les dejo el cap 7, si veo coments mañana subo otro.
ENJOY :D
Capítulo 7
—¿Qué tal, Joe? ¿________? —Rick se quitó el sombrero al entrar y pasó la mirada por la barra de la cocina—. Siento interrumpir vuestra cena.
—No importa, hemos terminado —contestó ________ poniéndose en pie; las rodillas le temblaban—. ¿La ha encontrado?
—¿Os importa que me siente?
¿Cómo podía haber olvidado el ritual propio de las visitas de los policías? Pedirles que entren, que se sienten, ofrecerles café. Aquellos días había hecho acopio de café para los amigos. Y para la policía.
—Lo siento. —________ hizo un gesto hacia el sofá—. Por favor. ¿Puedo traerle algo?
—Estoy bien, gracias.
Después de acomodarse en el sofá, Rick se colocó el sombrero sobre las rodillas y esperó a que _______ se sentase. Como había hecho antes en su propia cabaña, Joe se quedó apoyado en la barra.
La muchacha lo supo antes de que hablase, lo vio en su rostro. Había aprendido a leer la expresión cuidadosamente neutra que mostraba la policía.
—No he encontrado nada.
Sin embargo, ______ sacudió la cabeza.
—Pero...
—Vamos a tomárnoslo con calma—la interrumpió Rick—. ¿Por qué no vuelves a contarme lo que viste?
—Oh, Dios mío. —_______ se pasó las manos por la cara, se apretó los ojos con los dedos y dejó caer las manos en su regazo. Sí, claro. Volver a contarlo. Otra parte del ritual—. De acuerdo.
Recitó de nuevo todo lo que recordaba.
—Habrá echado el cadáver en el río, o lo habrá enterrado, o... —añadió.
—Ya comprobaremos eso. ¿Estás seguro del sitio, Joe?
—Te he mostrado en el mapa el lugar donde ______ me dijo que lo vio. Muy cerca de los pequeños rápidos.
—Al otro lado del río —le dijo Rick a _______, en un tono tan neutro como su rostro—. A tanta distancia, puedes haberte confundido. Y mucho.
—No. Los árboles, las rocas, el agua blanca... No me he confundido.
—No había ninguna señal de lucha en esa zona. No he encontrado ninguna cuando he examinado el entorno.
—Debió de borrar sus huellas.
—Podría ser —dijo en un tono en el que se percibía la duda; una ligera salida de la neutralidad—. Volveré allí por la mañana, cuando haya luz. Joe, tal vez quieras venir conmigo para asegurarnos de que es la zona correcta. Mientras tanto, haré algunas llamadas para ver si ha desaparecido alguna turista o residente.
—Hay varias cabañas por esa zona —comentó Joe mientras cogía el vino que había dejado sobre la barra.
—He pasado por un par de las más cercanas. Está la mía, y Joanie tiene un par. Por allí son de alquiler, y en esta época del año no hacen mucho negocio. No he visto a nadie, ni ninguna señal de que estén ocupadas. También estoy comprobando eso. Llegaremos al fondo de esto, _______. No quiero que te preocupes. Joe, ¿quieres venir conmigo mañana por la mañana?
—Desde luego, no hay problema.
—Puedo pedirle a Joanie la mañana libre e ir yo también —empezó _______.
—Joe ha estado allí. Creo que con que me acompañe uno de vosotros es suficiente. Y te agradecería que de momento no comentases nada de esto con nadie. Examinaremos el lugar antes de que corra el rumor. —Rick se puso en pie—. Joe, ¿qué te parece si paso a recogerte por tu casa más o menos a las siete y media?
—Allí estaré.
—Intentad disfrutar del resto de la velada. _______, quítate esto de la cabeza durante un rato. No puedes hacer nada más.
—No, claro, nada más.
_______ se quedó sentada mientras Rick se ponía el sombrero y salía.
—No me cree.
—Yo no he oído que dijera eso.
—Sí que lo has oído —replicó _______, sin poder reprimir la ira—. Los dos lo hemos oído, por debajo de sus palabras.
_______ volvió a dejar el vino y se le acercó.
—¿Por qué no iba a creerte?
—Porque no ha encontrado nada. Porque nadie más lo ha visto. Porque solo llevo en el pueblo un par de semanas. Por un montón de razones.
—Yo también tengo toda esa información y te creo.
A la muchacha le escocían los ojos. El ansia de levantarse, apretar la cara contra su pecho y echarse a llorar era abrumadora. En lugar de eso, se quedó sentada, con las manos entrecruzadas con fuerza en el regazo.
—Gracias.
—Me voy a casa. Intenta seguir el consejo del sheriff y olvídate de eso durante unas horas. Tómate una pastilla y acuéstate.
—¿Cómo sabes que tengo pastillas para dormir?
Los labios de Joe se curvaron, solo un poco.
—Tómate un somnífero y desconecta. Mañana te diré lo que hay.
—De acuerdo, gracias.
Se levantó para acercarse a la puerta y abrirla ella misma.
—Buenas noches.
Satisfecho por dejarla más enfadada que deprimida, Joe salió sin decir nada más.
La muchacha cerró la puerta, la comprobó y comprobó las ventanas. El hábito hizo que se dirigiese hacia la cocina para fregar los platos y cazuelas, pero a medio camino se volvió y conectó el ordenador portátil.
Lo escribiría todo en su diario.
Mientras ________ se sentaba ante el teclado, Rick entraba en su oficina y encendía las luces. Colgó el sombrero y el abrigo, y luego volvió a la pequeña habitación de descanso para preparar un poco de café.
Mientras tanto, llamó a su casa. Tal como esperaba, su hija mayor cogió el teléfono a la primera llamada.
—¡Hola, papá! ¿Puedo ponerme rimel para ir al baile de primavera? Solo un poco. Todas las chicas lo llevan. Por favor.
Se apretó los ojos con los dedos. Aún no tenía trece años y ya hablaba de rimel y bailes.
—¿Qué ha dicho tu madre?
—Ha dicho que lo pensará. Papá...
—Entonces yo también lo pensaré. Pásame a mamá, cariño.
—¿No puedes venir a casa? Podríamos hablarlo.
«¡Dios me libre!», pensó Rick.
—Esta noche tengo que trabajar hasta tarde, pero hablaremos de ello mañana. Ahora pásame a mamá.
—¡Mamá! Papá está al teléfono. Tiene que trabajar hasta tarde, y mañana hablaremos de si puedo ponerme rimel como una persona normal.
—Gracias por la información. —Debbie Mardson se echó a reír en el auricular, más divertida que agobiada. Rick se preguntó cómo lo conseguía—. Esperaba que estuvieses de camino a casa.
—Tengo que quedarme en la oficina un rato, no sé cuánto. ¿Por qué demonios tiene que ponerse rimel esa chica? Tiene los mismos ojos que tú, las pestañas más largas de Wyoming.
Era como si las estuviera viendo, largas y curvadas, sobre los ojos azules.
—Por las mismas razones que yo unas pestañas demasiado finas. Además, es un instrumento femenino básico.
—¿Se lo vas a permitir?
—Lo estoy considerando.
Rick se frotó la nuca. Era un hombre lamentablemente excedido en número por las mujeres.
—Primero fue el pintalabios.
—Brillo —corrigió Debbie—. Brillo de labios.
—Lo que sea. Ahora es el rimel. Luego querrá un tatuaje. Hasta ahí podíamos llegar.
—Me parece que podemos dejar el tatuaje para más adelante. ¿Por qué no llamas antes de salir? Así te tendré la cena caliente.
—Quizá salga tarde. Me he traído un bocadillo de lomo de Joanie's. No te preocupes. Dales un beso a las chicas de mi parte.
—Lo haré. No te canses demasiado, lo justo para que al volver a casa puedas darme un beso.
—Claro que sí. Te quiero, Deb.
—Yo también te quiero. Adiós.
Se quedó un rato sentado en silencio, bebiendo el café, comiendo el bocadillo, pensando en su esposa y en sus tres hijas. No quería que su niña se pusiera maquillaje, pero ya sabía que acabaría convenciéndolo. Su hija mayor poseía la tenacidad de la madre.
Con un suspiro, metió la servilleta de papel en la bolsa de la comida y lo tiró todo a la basura. Mientras se servía una segunda taza de café, repasó mentalmente la declaración de _______, revisó de nuevo los detalles, el tiempo. Sacudió la cabeza, añadió leche en polvo al café y se lo llevó a su oficina.
El también conectó el ordenador. Había llegado el momento de averiguar algo más sobre ______ Gilmore, aparte de que no estaba lidiada y procedía de Boston.
Pasó varias horas buscando, leyendo, haciendo llamadas y tomando notas. Cuando acabó, tenía un archivo y, tras vacilar un poco, lo guardó en el último cajón de su escritorio.
Era tarde cuando salió de la oficina para volver a casa preguntándose si su esposa le habría esperado despierta.
Cuando pasó junto a Ángel Food, observó que la luz seguía encendida en el apartamento de arriba.
A las siete y media de la mañana, mientras _______ se esforzaba por concentrarse en las tortitas de leche y los huevos revueltos, Joe subía al coche de Rick armado con un termo de café.
—Buenos días. Te agradezco que me acompañes, Joe.
—No hay problema. Lo consideraré un trabajo de documentación.
Rick sonrió brevemente.
—Supongo que podríamos decir que tenemos un misterio entre manos. ¿Cuánto tiempo dijiste que pasó desde que _______ te dijo que lo vio hasta que volviste allí con ella?
—No sé cuánto tardó en llegar hasta donde yo estaba. Ella bajaba corriendo, y yo ya subía por el sendero. Supongo que menos de diez minutos. Diría que cinco antes de que empezásemos a subir, y quizá diez minutos o un cuarto de hora más hasta que llegamos al punto en el que ella se había detenido.
—¿Y su estado de ánimo cuando la viste?
Joe se sintió irritado.
—El que cabría esperar en una mujer que ha visto que estrangulaban a otra.
—Tranquilo, Joe, no vayas a pensar que no comprendo la situación, la cuestión es que tengo que considerar esto de forma diferente. Quiero saber si se mostraba coherente, si tenía la mente clara.
—Al cabo de un par de minutos, sí. Ten en cuenta que se encontraba a kilómetros de cualquier medio para conseguir ayuda, aparte de mí. Era la primera vez que recorría ese sendero. Se sintió sola, conmocionada, asustada e impotente mientras presenciaba la escena.
—A través de unos prismáticos, al otro lado del río Snake. —Rick levantó una mano—. Tal vez todo pasó tal como ella dijo, pero tengo que tomar en consideración las circunstancias y la falta de pruebas. ¿Puedes afirmar que estás seguro del todo de que no se equivocó? Quizá viese a un par de personas discutiendo, que incluso viese a un hombre golpear a una mujer.
Había pensado mucho en ello la noche anterior. Él mismo había repasado los detalles, punto por punto. Y recordaba la cara de ella, fría y húmeda, pálida, con los ojos muy abiertos, vidriosos y hundidos.
Una mujer no mostraba semejante terror por presenciar una discusión entre extraños.
—Creo que vio exactamente lo que dijo. Lo que me contó en el camino y lo que te contó tres veces en sus declaraciones. No cambió los detalles ni una sola vez.
Rick soltó un bufido.
—En eso tienes razón. ¿Estáis liados?
—¿En qué?
Rick soltó una carcajada.
—Me tienes que caer bien por fuerza, Joe. Eres un cabrón. ¿Estáis personalmente liados el uno con el otro?
—¿Eso qué tiene que ver?
—La información siempre tiene que ver en una investigación.
—Entonces, ¿por qué no me preguntas si me acuesto con ella y ya está?
—Bueno, he intentado mostrarme sensible y sutil —dijo Rick con una ligera sonrisa—. Pero de acuerdo. ¿Te acuestas con ella?
—No.
—Está bien —repitió.
—¿Y si hubiese dicho que sí?
—Entonces tendría en cuenta esa información, como un buen funcionario de policía. Tus asuntos son tuyos, Joe. Aunque, por supuesto, ese tipo de asuntos corre por el pueblo como un reguero de pólvora. No hay nada tan interesante como el sexo, tanto si es uno mismo el que lo practica como si hablas de otros que lo practican.
—Yo prefiero practicarlo que hablar de él.
—Tú eres así —dijo Rick volviendo a sonreír brevemente—. Y, la verdad, yo también.
Circularon un rato en silencio hasta que Rick abandonó la carretera.
—Este es el mejor sitio para acortar camino y llegar al lugar junto al río que me mostraste en el mapa.
Joe se colgó una pequeña mochila del hombro. Incluso para una excursión tan corta, no era prudente salir sin los utensilios esenciales. Atravesaron campos de salvia y bosque, donde el barro blando conservaba unas huellas que Joe reconoció. Eran de ciervo, de oso y, supuso, de las botas de Rick del día anterior.
—No hay huellas humanas que se dirijan al río —señaló Rick—. Estas son las mías de ayer. Por supuesto, pudieron llegar desde otro lugar, pero eché un buen vistazo por los alrededores. Si tienes un cadáver, debes librarte de él. Echarlo al río podría ser el gesto instintivo, la primera reacción de pánico. —Caminaba despacio, observando el suelo y los árboles—. O lo enterrarías. Desde luego, habría señales de eso. No tiene sentido arrastrar lejos un cadáver, y cavar una tumba es mucho más difícil de lo que parece. —Se puso en jarras, con una muñeca apoyada distraídamente en la culata de su arma reglamentaria—. Se notaría, y los animales de por aquí la encontrarían enseguida. Tú mismo puedes ver que no hay señales de que nadie entrase o saliese de esta zona ayer. Te lo preguntaré de nuevo: ¿podrías haberte equivocado en el sitio?
—No.
A través de los pinos, los arándanos y los sauces, avanzaron hacia el norte, en dirección al río. Joe observó que la tierra estaba húmeda por el deshielo. Debería haber conservado las huellas humanas igual que conservaba las huellas de ciervos y alces. Aunque vio señales del paso de animales, no había huellas humanas. Rodearon un bosquecillo y, mientras Joe se paraba a mirar y se agachaba para buscar señales, Rick esperó.
—Supongo que ya hiciste esto ayer.
—Desde luego —reconoció Rick—. Por aquí hay buenas bayas en temporada —añadió en tono informal—. Tenemos arándanos, gayubas... —Hizo una pausa y miró en la dirección donde se encontraba el río, que ya se presentía—. Si un hombre hubiese tratado de esconder un cuerpo ahí, habría señales de ello. Y creo que a estas alturas los animales habrían captado el olor y habrían venido a explorar.
—Sí. —Joe volvió a ponerse en pie—. Sí, tienes razón. Incluso un urbanita como yo sabe eso.
A pesar de las circunstancias, Rick sonrió.
—Te manejas bastante bien en el campo para ser un urbanita.
—¿Cuánto tiempo tengo que vivir aquí para perder la etiqueta de urbanita?
—Puede que se te desgaste un poco cuando lleves diez o quince años muerto.
—Eso suponía —dijo Joe mientras reanudaba la marcha—. Tú tampoco naciste aquí —recordó—. Recluta.
—Mi madre se instaló en Cheyenne antes de que yo cumpliese doce años, así que te llevo una buena ventaja. Soy de por aquí. Ya se oyen los rápidos.
El grave retumbar llegaba a través de los álamos temblones, los chopos americanos y los sauces colorados. La luz del sol se hizo más intensa hasta que Joe pudo verla reflejada en el agua. Más allá estaba el cañón y, al otro lado, el punto alto donde había estado con ______.
—Estaba sentada allí cuando lo vio.
Protegiéndose los ojos con la palma de la mano, Joe señaló hacia las rocas.
«Aquí hace más fresco —pensó Joe—, más fresco junto al agua, con el viento susurrando entre los árboles.» Pero el día era lo bastante claro para que sacase sus gafas de sol de la mochila.
—Tengo que decir, Joe, que eso está a mucha distancia. —Rick sacó sus gemelos y siguió la dirección indicada por Joe—. A mucha distancia —repitió—. Además, a esa hora el reflejo del sol en el agua te deslumbra.
—Rick, somos amigos desde hace un año.
—Desde luego.
—Por eso voy a preguntártelo sin rodeos. ¿Por qué no crees a la chica?
—Vayamos paso a paso. Ella está allí arriba, ve lo que pasa aquí abajo, baja corriendo por el sendero y tropieza contigo. Mientras tanto, ¿qué está haciendo ese tipo con el cadáver de la mujer? Si lo tiró al río, saldrá a flote. Y probablemente ya tendría que haberlo encontrado alguien. Por aquí no hay gran cosa para lastrar el cuerpo y, según el tiempo que me has indicado, solo tuvo una media hora para hacerlo. Si ese era el plan, habría tardado... En mi opinión más de lo que tardasteis vosotros dos en volver al punto desde donde se ve este sitio.
—Podría haberla arrastrado detrás de aquellas rocas o entre los árboles. Desde el otro lado del río no la habríamos visto. Tal vez fue a buscar una pala o una cuerda. Vete a saber.
Rick suspiró.
—¿Has visto alguna señal de que alguien haya entrado o salido de aquí arrastrando o enterrando un cuerpo?
—No, no la he visto. Todavía no.
—Ahora tú y yo vamos a dar una vuelta, como ya hice ayer. No hay ni una sola señal de una tumba reciente. Eso deja la posibilidad de llevarse a rastras el cadáver hasta un coche o una cabaña. Es mucha distancia para acarrear un peso muerto, mucha distancia para no dejar una sola señal que ninguno de nosotros pueda ver. —Se volvió hacia Joe—. Me estás diciendo que estás seguro de que fue aquí donde lo vio, y yo te digo que no veo nada que indique que alguien estuviese aquí, y mucho menos que golpease a una mujer contra el suelo y la estrangulase.
La lógica de la argumentación era indiscutible.
—Borró sus huellas —insistió Joe.
—Es posible, es posible. Pero ¿cuándo demonios lo hizo? Se llevó el cuerpo, lo arrastró donde nadie pudiera verlo, volvió, borró sus huellas aquí... y eso sin saber que alguien le había visto matar a otra persona.
—Suponiendo que no viese a ______ allí arriba.
Rick se quitó las gafas de sol y a través de ellas miró al otro lado del agua, camino arriba.
—Muy bien, démosle la vuelta y digamos que la vio. De todos modos consiguió largarse en los treinta minutos que dices que pasaron. Aunque fuesen cuarenta, en mi opinión sigue sin sostenerse.
—¿Crees que miente, que se lo ha inventado? ¿Qué sentido tiene?
—No creo que mienta. —Rick se echó el sombrero hacia atrás y se frotó la frente, preocupado—. Hay algo más, Joe. Al veros juntos ayer, primero en tu casa y luego en la de ella, supuse que os traíais algo entre manos. Que tal vez supieses más de ella.
—¿Más de qué?
—Te lo contaré mientras damos ese paseo. Espero que puedas guardarte lo que voy a decirte. Supongo que eres una de las pocas personas del pueblo que es capaz de hacerlo.
Mientras caminaban, Joe clavaba la mirada en el suelo u observaba la vegetación. Quería encontrar algo que demostrase que Rick estaba equivocado, y se daba cuenta.
Eso significaba que prefería demostrar que una mujer estaba muerta a que Rick creyera que _______ se equivocaba.
Pero recordó el aspecto que tenía cuando la encontró, cómo se había esforzado para no hundirse en el largo camino de regreso. Y lo sola que parecía en su piso casi vacío.
—He hecho algunas comprobaciones sobre ella.
Cuando Joe se detuvo y entrecerró los ojos, Rick sacudió la cabeza.
—Lo considero parte de mi trabajo —añadió—. Cuando llega alguien nuevo y se instala en el pueblo, quiero saber si está limpio. Hice lo mismo contigo.
—¿Y pasé la prueba?
—Tú y yo no hemos tenido palabras en otro sentido, ¿verdad? —Hizo una pausa y levantó la barbilla hacia la izquierda—. Esa es la parte trasera de una de las cabañas de Joanie. Esa es la más cercana, y hemos tardado unos diez minutos en llegar. A buen paso, y sin llevar peso muerto. Ninguna clase de vehículo puede llegar más cerca. En cualquier caso, habría huellas de neumáticos.
—¿Entraste en la cabaña?
—Llevar una placa no significa que pueda entrar en una propiedad privada. Pero miré por ahí, miré por las ventanas. Las puertas están cerradas con llave. Fui a las otras dos que están más cerca, entre las que se incluye la mía. Y ahí sí que entré. No había nada.
De todas formas continuaron, alcanzaron la cabaña y la rodearon.
—Reece está limpia, por si te interesa —continuó Rick cuando _______ atisbo por las ventanas de la cabaña—. Pero estuvo implicada en algo hace unos años.
Joe dio un paso atrás y midió sus palabras.
—¿Implicada en qué?
—Una matanza por diversión en el restaurante en el que trabajaba en Boston. Fue la única superviviente. Le pegaron dos tiros.
—Por el amor de Dios...
—Sí. La dieron por muerta y la dejaron en una especie de armario, un trastero. Me ha dado los detalles un policía de Boston que trabajó en el caso. Ella se hallaba en la cocina y todos los demás estaban en el comedor... Fue después de cerrar. Oyó gritos, disparos, y recuerda, o cree recordar, que cogió su teléfono móvil. Uno de los hombres entró y le disparó. No recuerda mucho más... o no lo recordaba. No pudo verle bien. Cayó contra el armario y se quedó allí hasta que la policía la encontró un par de horas más tarde. El policía con el que hablé me dijo que estuvo a punto de no contarlo. Estuvo casi una semana en coma después de que la operasen, y al despertar tenía la memoria afectada. Y su estado mental no era mucho mejor que el físico.
Nada, nada de lo que había imaginado se acercaba a aquello.
—¿Cómo habría podido serlo?
—Lo que digo es que tuvo una crisis. Pasó varios meses en un hospital psiquiátrico. Nunca fue capaz de darles a los policías detalles suficientes o una buena descripción. Nunca atraparon a quienes mataron a toda aquella gente, y luego ella desapareció del mapa. El detective que dirigía la investigación se puso en contacto con ella varias veces durante más o menos el primer año. La última vez que lo intentó, se había mudado sin dejar señas. Tiene familia, una abuela, pero esta solo pudo decirle que ______ se había marchado y no pensaba volver.
Rick se detuvo y recorrió los alrededores con una mirada lenta y prolongada. Luego cambió de dirección y volvió hacia atrás. Una curruca empezó a emitir su rápido y agudo canto.
—Recuerdo algo de aquello. La matanza salió en todos los periódicos y en la televisión. Me acuerdo de que pensé: «Gracias a Dios que vivimos aquí y no en la ciudad».
—Sí, claro, por aquí no hay armas.
Rick apretó la mandíbula.
—La gente de aquí valora su derecho constitucional a llevar armas. Y lo respetan, urbanita.
—Has olvidado de llamarme izquierdoso.
—Estaba siendo educado.
—Desde luego, lunático facha —dijo Joe en tono ligero.
Rick soltó una carcajada.
—No sé por qué tengo que ser amigo de un elitista de ciudad —dijo ladeando la cabeza—. Me sorprende que no te enterases de ese asunto siendo reportero de una gran ciudad.
Joe calculó el tiempo. Si sucedió justo después de que se fuese del periódico, debía de estar cociendo su amargura al sol y entre las olas de Aruba. No leyó un periódico en casi ocho semanas, y le hizo boicot a la CNN. Solo por principio.
—Cuando dejé el Trib, durante un par de meses me tomé lo que llamaremos una moratoria respecto a las noticias.
—Bueno, supongo que la atención de los medios de comunicación debió de agotarse en ese tiempo. Siempre hay algo nuevo con lo que bombardear al público.
—La Constitución de Estados Unidos garantiza la libertad de prensa.
—Y es una lástima. Pero, para volver a lo nuestro, lo que le pasó a ______ es una experiencia terrible para cualquiera, y cabe la posibilidad de que no se haya recuperado del todo.
—¿Qué quieres decir? ¿Que se imaginó un asesinato? Corta el rollo, Rick.
—Puede que se durmiese, que echase una cabezada de pocos minutos y tuviese una pesadilla. El policía que trabajó en el caso me contó que era propensa a sufrirlas. Esa subida es muy larga para alguien que no esté acostumbrado a las caminatas, y debía de estar cansada cuando llegó al lugar donde se detuvo. También podía estar mareada. Joanie dice que la chica solo come si le pone un plato delante de las narices. Además, está nerviosa.
Arrastró el tocador hasta delante de la puerta de la habitación contigua en el hotel y lo dejó así durante todo el tiempo que estuvo allí. No llegó a deshacer la maleta.
—Que sea demasiado prudente no significa que esté loca.
—Vamos, Joe, no he dicho que esté loca, pero creo que es probable que siga estando emocionalmente perturbada —dijo el sheriff, aunque levantó ambas manos de inmediato—. Retiraré lo de perturbada y diré frágil. Así lo veo yo, porque en realidad no hay nada más que ver. No es que no vaya a seguir investigando el asunto, pero tal como están las cosas no voy a llamar a la policía del estado. No tienen nada que hacer aquí. Investigaré en el registro de personas desaparecidas, a ver si encuentro a alguien que corresponda a la descripción que _______ me dijo de la mujer. No puedo hacer más que eso.
—¿Eso es lo que vas a decirle, que no puedes hacer nada más?
Rick se quitó el sombrero y se pasó los dedos por el pelo.
—¿Ves lo que veo yo aquí, o sea, nada? Si tienes tiempo me gustaría que vinieses conmigo a examinar las otras cabañas de las proximidades.
—Tengo tiempo. Pero ¿por qué yo en lugar de uno de tus ayudantes?
—Tú estabas con ella —contestó Rick mientras volvía a ponerse el sombrero sin cambiar de expresión—. Te consideraremos un testigo secundario.
—¿Quieres que te cubra las espaldas?
—Si lo prefieres, puedes llamarlo así —dijo Rick, sin rencor—. Mira, creo que ella piensa que vio algo, pero no hay pruebas que lo confirmen. Lo que pienso es que se durmió y tuvo una pesadilla, y tú tienes que admitir al menos la posibilidad de que fuese eso lo que ocurrió. No quiero agravar sus problemas, sean los que sean, y tengo que trabajar con hechos. El hecho es que aquí no hay ningún indicio de que haya pasado algo raro. Ni siquiera un indicio de que alguien haya estado aquí en las últimas veinticuatro horas. Daremos otra vuelta al regresar y examinaremos las cabañas de esta zona. Si encontramos algo, solo con que tropecemos con una puñetera pelusa, telefonearé a la policía del estado y le seguiremos la pista a este asunto. De lo contrario, lo único que puedo hacer es comprobar cada cierto tiempo el registro de personas desaparecidas.
—Simplemente no la crees.
—¿Tal como están las cosas, Joe? —Rick miró al otro lado del río, hacia las rocas—. No, desde luego que no.
Cuando la avalancha del desayuno terminó, _______ empezó a preparar la sopa del día. Puso a hervir judías, cortó sobras de jamón y picó cebollas. En Joanie's no se utilizaban hierbas frescas, así que se conformó con las secas.
Sería mejor con albahaca y romero fresco. La pimienta negra recién molida sería preferible al maldito polvo gris del bote del estante. Por el amor de Dios, ¿cómo se podía hacer un guiso con ajo molido? Ojala tuviese sal marina. ¿No había por allí ningún sitio donde conseguir tomates con algo de sabor en esa época del año?
—Desde luego, no paras de quejarte. —Joanie se acercó a la olla y la olió—. A mí me parece que tiene buena pinta.
Reece se dio cuenta de que había vuelto a hablar sola.
—Lo siento. Quedará muy buena. Es que estoy de mal humor.
—He podido verlo por mí misma durante toda la mañana. Y ahora, además, te he oído. Esto no es un restaurante fino. Si querías lujo, tenías que haber dirigido el coche hacia Jackson Hole.
—Está bien. Lo siento.
—No he pedido la primera disculpa, y la segunda ya es una pesadez. ¿No tienes carácter?
—Tenía. Sigue en el taller de reparaciones.
Cualquiera que fuese la causa del mal humor, la mirada de ________ y sus movimientos espasinódieos resultaban preocupantes.
—Te he dicho que preparases lo que quisieras para la sopa del día, ¿no? —dijo Joanie en tono enérgico—. Si quieres algo que no tengamos aquí, haz una lista. A lo mejor lo encargo. Si no tienes iniciativa para pedirlo, luego no murmures y protestes.
—De acuerdo.
—¡Sal marina...!
Con un bufido de burla, Joanie se alejó a grandes zancadas para servirse una taza de café. Desde el rincón, pudo contemplar a _______ a sus anchas. Observó que la muchacha estaba pálida y tenía ojeras.
—Diría que no te fue demasiado bien en tu día libre.
—No, no me fue bien.
—Mac me dijo que hiciste una excursión por el sendero de Little Ángel.
—Sí.
—Te vi volver con Joe.
—Sí... nos encontramos en el sendero.
Joanie bebió despacio un sorbo de café.
—Tal como te tiemblan las manos en lugar de filetear esas zanahorias vas a acabar cortándote los dedos en rodajas.
_______ dejó el cuchillo y se volvió.
—Joanie, vi... —empezó, pero se interrumpió cuando Joe entró en el local—. ¿Puedo tomarme un descanso?
«Algo pasa —pensó Joanie al ver a Joe, que se detuvo y esperó—. Estos se traen algo entre manos.»
—Adelante.
_______ no se echó a correr pero salió deprisa de detrás de la barra con los ojos fijos en Joe. El corazón le golpeaba las costillas. Y su mano se alargó para coger la de él cuando aún estaba a dos pasos.
—¿La habéis...?
—Vamos fuera.
La muchacha se limitó a asentir, un gesto innecesario porque Joe ya tiraba de ella hacia la puerta.
—¿La habéis encontrado? —repitió _______—. Dime, ¿sabemos quién es?
Él siguió caminando y agarrando con firmeza el brazo de ella hasta que estuvieron en el lateral del edificio, al pie de las escaleras que llevaban al piso de ________.
—No hemos encontrado nada.
—Pero... Debió de lanzarla al río. —Se había pasado la noche visualizando la escena—. ¡Oh, Dios mío! ¡Lanzó su cuerpo al río! —añadió.
—No he dicho a nadie, ________. He dicho nada.
—Debió... —Se contuvo y aspiró con fuerza—. No lo entiendo —dijo luego en tono prudente.
—Hemos ido al sitio donde dijiste que les habías visto. Hemos recorrido el terreno desde allí hasta la carretera y hacia atrás desde distintas direcciones. Hemos ido a las cinco cabañas más cercanas a la zona. Están vacías, y no hay señales de que hayan estado ocupadas.
El terror enfermizo surgió en el centro de su vientre.
—No tenían por qué alojarse en una cabaña.
—No, pero tuvieron que llegar al lugar donde tú les viste desde algún sitio. No había huellas, no había señales.
—Os habéis confundido de sitio.
—No nos hemos confundido.
________ cruzó los brazos contra el pecho, pero lo que le producía escalofríos no era la fría brisa de primavera.
—Eso es imposible. Estaban allí. Discutieron, se pelearon y él la mató. Lo vi con mis propios ojos.
—Yo no he dicho otra cosa. Lo que te digo es que allí no hay nada que lo confirme.
—Él quedará impune. Se marchará y vivirá su vida. —_______ se dejó caer sentada en los escalones—. Porque yo fui la única que lo vi, y no vi lo suficiente, no pude hacer nada.
—¿Siempre gira el mundo a tu alrededor?
________ alzó la mirada, dividida entre la conmoción y el dolor.
—¿Y cómo demonios te sentirías tú? Supongo que te limitarías a encogerte de hombros. Caray, hice lo que pude. Más vale que te vayas a tomar una cerveza y te tumbes en la hamaca.
—Aún es un poco pronto para una cerveza. El sheriff va a comprobar si ha desaparecido alguien. Irá al rancho para turistas, a la pensión, a algunas zonas y campings alejados. ¿Se te ocurre alguna forma mejor de llevar el caso?
—Eso no es cosa mía.
—Tampoco mía.
_______ se puso en pie de golpe.
—¿Por qué no ha vuelto para hablar conmigo? Porque no me cree —dijo antes de que él pudiese responder—. Piensa que me lo inventé.
—Si quieres saber lo que cree, pregúntaselo. Yo te digo lo que sé.
—Quiero ir allí y verlo por mí misma.
—Eso es cosa tuya.
—No sé cómo llegar allí. Y aunque tal vez seas la última persona a la que quiero pedirle un maldito favor, ¿sabes una cosa?, también eres la única persona que estoy absolutamente segura de que no mató a esa mujer. Salvo que, además de tus otras aptitudes, puedas echar alas y volar. Salgo a las tres. Puedes recogerme aquí.
—¿Puedo?
—Sí, puedes. Y lo harás. Porque estás tan intrigado con esto como yo. —Se metió la mano en el bolsillo, sacó un arrugado y descolorido billete de diez dólares y se lo puso en la mano con un gesto brusco—. Ahí tienes. Eso debería cubrir la gasolina.
Se marchó a grandes pasos y le dejó mirando el billete con una mezcla de diversión y enojo.
Dayi_JonasLove!*
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
por Dios me encata...ya Joe sabe la verdad de lo que le paso a la rayis!!!!!
pero en verdad s elo imagino???
o sera verdad que los vio!!!pero que paso con el cadaver???..ya quiero saber!!!!!!!!!!!
sube cap por favor por favor por favor!!!!!!!!!!!!!
pero en verdad s elo imagino???
o sera verdad que los vio!!!pero que paso con el cadaver???..ya quiero saber!!!!!!!!!!!
sube cap por favor por favor por favor!!!!!!!!!!!!!
Julieta♥
Re: "Ángeles Caídos" (Joe&Tú)
ahy nueva lectora y fiel claro esta ¬¬ ya estaba esperando k subieras noves esas de las tuyas k tu muy bien saves ♥ son tan lindas ♥ y unikas ♥
ahy bien a lo k iva ya no podia aguantar en decirte k me encanta lo k estoy leyendo es GUAUUU!! increible me falta algunos capitulos por leer pero ya me pongo en marcha nuevamente ahy k bien k me allas dixo k subiste noves por k bien saves me encanta toodo lo k subes y claro por eso te sigo en todos lados haha ♥ ahy
bueno ya me pongo a leer y en marcha k no me aguanto la curiosidad en seguir leyendo asik nos leemos en un ratiko haha xD
ahy bien a lo k iva ya no podia aguantar en decirte k me encanta lo k estoy leyendo es GUAUUU!! increible me falta algunos capitulos por leer pero ya me pongo en marcha nuevamente ahy k bien k me allas dixo k subiste noves por k bien saves me encanta toodo lo k subes y claro por eso te sigo en todos lados haha ♥ ahy
bueno ya me pongo a leer y en marcha k no me aguanto la curiosidad en seguir leyendo asik nos leemos en un ratiko haha xD
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