The heroines {Novela Colectiva

 

***

La chica trata de concentrarse en sus pensamientos originales; salvar lo que tenga que salvar. No es fácil y le cuesta trabajo ya que los últimos días su cabeza ha estado en diferentes lugares y no ayuda el hecho que pudiera encontrarse con su padre. Las chicas siguen al Dios de la Guerra en su “emocionante” explicación de donde se quedaran, pero la hija de Hermes tiene otros planes. Se separa del resto sin ser notada, con la natural agilidad que tiene un miembro de la cabaña once.  Comienza a admirar el Olimpo con atención, quizás pudiera tomar algo y llevarlo al campamento, no tenía que ser algo muy grande, quizás una cosa pequeña que nadie notaria que faltaría, llega a una especie de sala de fiestas, en esta puede observar varias cosas como escudos, espadas y joyas preciosas. La chica nota un espejo de mano dejado en una mesa pequeña, ágilmente se acerca a este y cuando está a punto de tomarla escucha una voz.

―Yo que tu no hago eso ―la voz para un segundo y Luna se congela, nunca nadie la había atapado con las manos en la masa―. Es el espejo favorito de Afrodita.

La rubia lentamente se voltea, deseando ver quien la ha atrapada cuando se encuentra con la mirada atenta de un hombre rubio, vestido al estilo griego y en especial unas sandalia aladas; frente a ella está su padre. En ese momento siente que deja de respirar, que lo vuelve a hacer y que no puede de nuevo, el Dios frente a ella parece estar en la misma situación, Luna nota el caduceo colgado en su cinturón donde dos serpiente se mueven.

“¡Que grande ya estas, mi niña!” La voz de una mujer se escucha en su cabeza, tiene un cierto retoque en las ese justo como hablaría una serpiente, se da cuenta que son las serpientes del caduceo quienes están hablando, la joven las recuerda como George y Martha.

“Has matado el momento” La regaño George para enfrascarse en una especie de discusión.

―George, Martha. Basta ―la voz de su padre se escuchó en todo el lugar―, Luna… ¿Quisieras acompañarme?

La muchacha asintió y comenzó a caminar junto a su padre por los senderos del Olimpo, al principio solamente hubo un silencio bastante incomodo que roto por Hermes.

―Así que ya vas a robarle a los grandes ―el tono del Dios no mostraba molestia, al contrario parecía tener orgullo―. Solo recuerda que a la próxima no robes algo cuando yo esté cerca, tal vez sea el único en poder atraparte.

La chica asintió con la cabeza, sin decir una sola palabra. No sabía de qué hablar con el hombre que tenía frente a ella.

―Sé que tocas el piano, me agrada que lo aprendieras de tu madre.

― ¿Algunas vez la escuchaste tocar?

―Muchas veces, siempre estaba en sus conciertos.

Luna sonríe, los conciertos de su madre eran algo que nunca olvida y muchas veces había querido poder llenar un estadio como ella lo había hecho en algún momento.

―Se muchas cosas sobre ti ―comenta Hermes―, tu color favorito es el verde, guardas una colección de cosas prohibidas bajo tu cama, y tengo que admitir que estoy orgulloso de ello, tocas el piano como tu madre lo hacía y aun guardas la pulsera.

Luna no supo que decir ante las palabras de su padre, al instante que menciono ese artilugio alzo la mano izquierda para mostrarlo, una pulsera de bronce celestial con el colgante de un caduceo, uno de los regalos de su padre cuando apenas era una niña. Aun recordaba cuando descubrió que la pulsera se transformaba en una espada.

―También hay un chico…

―No hay ningún chico ―interrumpió asustada ¿Hermes la espiaba?

―No tienes que avergonzarte, como tu madre no está yo tengo que hacer esto.

―¡Espera! Tengo muchas hermanas mayores que me pueden hacer eso ―la chica estaba alarmada y trataba de todas las formas de callar a su padre―. Chicos, ayúdenme.

Las serpientes comenzaron a hablar con Hermes, en especial Martha, diciendo que sería una total vergüenza para la pobre semidiosa.

―Siento haberte cayado pero no quiero que… pues mi padre mede “la plática” ―la rubia trato de suspirar―, en casa tengo hermanos y hermanas que pueden ayudarme, en especial los chicos que son muy sobreprotectores.

―Más les vale ser protectores ―hablo Hermes ―, no confió en el hijo de Apolo.

Luna no dijo nada más y comenzó a notar por su reloj que hacia tarde, cuando se volteó decirle a su padre ya no estaba.

―Perfecto.

La chica camino hasta la casa donde se quedarían, la sala estaba vacía por lo que imagino que las demás estarían en sus cuartos. Camino hasta el que imagino que sería el suyo, porque el caduceo no representa a Hermes, al entrar quedo asombrada, era bastante grande, con una cama King size solo para ella y varios ventanales que le daban una vista espectacular del cielo. El closet se alzaba a un lado y al abrirlo se encontró con varias togas griegas, tomo la primera que estaba y se cambió dejando su cabello suelto. Salió camino a la sala sin antes pasar a la habitación de Ariadne que de seguro no había salido. Al llegar toma asiento en un rincón alejado.

—¿Y ahora qué? –resopló finalmente Alex.

—Esperaremos la Asamblea con los dioses en la sala de tronos –contestó Cassie, acercándose.

—Esto debe ser muy importante, no nos llaman al Olimpo porque sí –hablo Ariadne

—Como si les importáramos mucho – murmuró Alex, con su típica actitud de no me importa nada.

—Aun así, no es conveniente hacer enojar a los dioses –dijo Kissha.

—Lo que sea que este pasan… –comenzó Annabeth, alguien paso demasiado rápido distrayendo a todas.

—¿Esa no era Clarissa? –preguntó Luna, sin quitar la vista de donde había pasado la chica

—Solo espero que no se haya metido en algún problema –dijo Annabeth.

—Bueno, voy por algo de comer –comentó la hija de Ares.


Entro a una gran sala en el Olimpo, muy diferente a donde había estado antes, en ella estaban los grandes Dioses Olímpicos, hablaban sobre algo pero Luna simplemente ignoraba sus palabras trataba de no mirarlos mucho.

—Justo a tiempo –dijo Atenea, la Diosa de la Sabiduría.

—¡Heroínas! –Gritó Zeus.

Al escuchar la voz de, aunque no lo veía posible, su abuelo se arrodillo ante él, como muchas de las chicas hicieron menos Alex y Cassie, que se mantuvieron  de pie, retando al rey del olimpo.

—Sobrinas, no me gustaría fulminaros. –volvió a decir el dios.

—Es un honor conocerlo, queridísimo tío. –Dijo Cassie–, pero no mancharé mis rodillas.

Trato de no caerse de los dolores que la daban por mantener la risa dentro de ella, pero agradeció cuando Kissha se dedicó a jalar los vestidos de las demás. Los Dioses comenzaron a acercarse a ellas, Luna sintió muchos nervios.

—Kissha Monroe, hija de Zeus, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo –Zeus hablo, bendiciendo a su hija mientras aprecia un rayo.

—Alexandra Williams, hija de Poseidón, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo. –Hablo el Rey de los Mares

—Cassandra Mindway, hija de Hades, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo. –continuó el Señor del inframundo

—Ariadne Von Hausen, hija de Ares, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo. –siguió Ares.

—Clarissa Foster, hija de Apolo, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo. –Apolo se acercó y la chica no pudo evitar en pensar en Henry, aunque estos no se parecían en nada.

—Luna Cooper, hija de Hermes, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo. –Hermes le dedico una sonrisa cómplice para bendecirla a ella también, en su mente George y Martha no dejaban de decir lo orgullosos que estaban.

—Annabeth Chase, hija de Atenea, bendecida por los Dioses, líder de las heroínas del Olimpo. ―menciono orgullosa Atenea.

Ahora solo tenían que salvar al Olimpo y no morir en el intento. Y si mal no recordaba tenía una presentación las próximas semanas, sería un mes atareado.

El suave canto de los pajarillos me despertó en conjunto con el sol que se asomaba en el horizonte de la ciudad celestial, haciendo que sus débiles rayos asomaran por entré las finas cortinas blancas. Debí haber cerrado las pesadas cortinas de seda azulada. Me tapé la cabeza con la almohada encima maldiciendo mi mala suerte por haber despertado en este lugar nuevamente"- se supone que es un sueño-" pensé. ¡Así es! Esto era un sueño y sólo tenía que despertarme. Me levanté de la cama y busque algún elemento que me causar algo de dolor par poder despertar, pero no halle nada interesante. De pronto la ampolleta se encendió sobre mi cabeza - sentido figurado - y mi mirada se fijó en la muralla que tenía en frente. Retrocedí lo mas que pude, hasta que mi estrecha espalda chocara con la pared opuesta. Me detuve a meditar lo que estaba haciendo y me di cuenta que era completamente estúpido ya que probablemente, nadie tenía sueños tan largos. Aún así, comencé a correr a todo lo que mis piernas me dieran y me estampe contra la pared haciendo que la cabeza me diera tantas vueltas para que me asaltarán unas locas ganas de vomitar y el sentimiento de estupidez me hiciera cuestionar el nivel de desesperación que debía tener para hacer semejante tontería. Me quede tirada en el piso resignada, esto no era un sueño

- Clary - me llamo una voz desde la puerta - oh, veo que te haz quedado dormida en el piso - se rió la chica rubia... ¿krishna? Dios, el dolor de cabeza ni siquiera me permitía pensar con claridad - ¿o es que te has estampado contra la muralla? - pregunto riéndose mientras yo me ponía de pie acariciando mi frente rogando por que no quedarán marcas.

- ¿cómo...? - comencé a preguntar. Había entrado cuando yo ya estaba tirada en el piso.

- ¿ cómo lo supe ? - pregunto al ver que había dejado mi frase inconclusa - estabas tirada en el piso y definitivamente creo que alguien inteligente o con un poco de razón no se tiraría al piso teniendo una cama de semejante tamaño y comodidad - explico - punto dos, te estas sobando la frente y la tienes jodidamente roja - punto tres, el golpe se sintió por toda la casa, cariño - finalizo riéndose en mi casa. Definitivamente mi coeficiente de estupidez ha llegado a su punto máximo. QUE vergüenza. - no te preocupes, Clary, no se lo diré a nadie - sonrió y me fue inevitable responderle con una mueca de medio lado. - he venido a avisarte que la ninfa nos dio el mensaje que los Dioses están reunidos esperándonos - me anunció - debes vestirte con la ropa del armario que está allí - señalo el ropero antiguo pintado de blanco envejecido que estaba a mis espaldas.

- ¿ no puedo ir con lo que traigo puesto ? - pregunté - ¿ después de todo no estaremos porque mucho tiempo aquí, ¿no? - finalicé.

- no creo que a los Dioses le agradé nuestra forma de vestir - me sonrió.

- vale, gracias por avisar - le agradecí sonriéndole. La chica cerró la puerta y me quede sola en la habitación nuevamente. Krishna me agradaba.

Camine hasta el armario y en cuanto habría sus puertas, no podía creer lo que había ante mis ojos. ¡Yo no usaría cortinas! Corrí hasta la puerta y la abrí rápidamente, la rubia tocaba la puerta que estaba junto a la mía.

- Krishna - la llamé antes que entrara a la pieza. Ella se detuvo y me miro enarcando una de sus rubias cejas.

- Es Kissha - me corrigió.

- si, si, si, eso - le di la razón - mira yo... Yo no usare eso - le dije mientras señalaba dentro de la habitación con un mi dedo pulgar.

- lo siento cariño, son las reglas del Olimpo - río entrando a la habitación. Entré a la habitación resignada y camine hasta el armario aquel contenía la ropa ridícula. Tome las "cortinas" entre mis manos y las deposite en la cama. Ya me imagino lo ridícula que me veré. Me quité las converse negras, mis jeans oscuros apitillados, mi camiseta blanca y mi camisa a cuadros quedando sólo en ropa interior. Me metí dentro de la tela suave y trate de sujetar los dos tirantes que de seguro debían unirse en uno de mis hombros. Estuve largó rato intentando hacer un nudo en mi hombro izquierdo pero me resultaba imposible, algo faltaba... Tocaron la puerta y Kissha se asomó por la puerta.

- no puedo - hice una mueca.

- me lo imagine, déjame ayudarte - entro a la habitación cerrando la puerta tras ella y se encaminó hasta mi. Se veía hermosa, parecía una verdadera diosa Griega, en cambio yo parecería un palo envuelto en cortinas. Kissha se acercó al armario y sacó dos cajas de adentro, la grande contenía unos zapatos plateados parecidos a las zapatillas de Ballet que use por once años desde que tenía cuatro. Me calcé los zapatos con dificultad ya que sí me soltaba los tirantes, el vestido caería al piso.

- siéntate frente al peinador - me indico. Obedecí. Dejo la caja pequeña sobre el peinador, la abrió y sacó un broche igual al que tenía Apolo la noche pasada. Eso era lo que faltaba. Luego de haberla puesto, me dispuse a levantarme pero la chica me sentó empujando de los hombros hacia abajo. Tomó mi cabello entre sus manos y lo peino. Tomo dos finos mechones de cabello de cada lado de mi rostro y los unió atrás. Luego adornó mi cabeza con una serie de joyas griegas, lo bueno es que no resultaba sobrecargado, algo sencillo y ¿por qué no decirlo? Bonito.

- Ya estas, vamos, los dioses se impacientarán. - dijo la chica saliendo de la habitación. ¿ quién me imaginaria en estas condiciones ? Hasta Marianne se burlaría de mi viéndome así.
Hice los ejercicios de respiración que me había enseñado mi sicóloga cuando era pequeña para tranquilizarme antes de entrar en pánico y salí de la habitación. Baje las escaleras y allí estaban todas, Luna venía bajando justo a mis espaldas. Gracias a dios que todas estábamos vestidas así, sería horrible ser la única. Salimos todas guiadas por una mujer de características extrañas pero hermosa. Ella debía ser la ninfa que había venido por nosotras.
Me impresionaba el nivel de complejidad de la arquitectura griega y masm aún me impresionaba el hecho que estuviera construida sobre las nubes.

- justo a tiempo - exclamo una mujer sentada en una de las sillas en donde estaban todos los dioses formando una herradura. La mujer poseía una belleza sin igual y un cabello envidiable.

- ¡ Heroínas ! - despegue mis ojos de la hermosa mujer y los desvié a aquel hombre que portaba una rayo en sus manos y que ocupaba el asiento de en medio de la herradura. Estaba tan concentrada mirando el brillante artefacto el las manos de hombre que no me percate que todas se estaban arrodillando, excepto Alex y Cassandra. Una mano me tomo de mi muñeca izquierda y tiro de mi. Mire hacia abajo y Annabeth me hacia un gesto para que la imitara. Sin saber que hacer, le hice caso, seguramente se arrodillaban ante la figura de Zeus.

- sobrinas, no me gustaría fulminaros - hablo el hombre con voz sería.

- es un honor conocerlo, queridísimo tío, pero no manchare mis rodillas - levanté mi mirada y pude apreciar que Cassandra miraba al dios supremo de manera desafiante. De pronto, Krissha las tomo de las cortinas y las tiro hacia abajo, tal como Annie lo había hecho hace un rato conmigo. De pronto todas comenzaron a levantarse y yo las imité. Mi atención danzo por todos los presentes de la sala, apartando la mirada rápidamente al reconocer a Apolo, quien conversaba amistosamente con otro de los dioses. De pronto una rubia capto mi atención...

- Serena... - dije en voz alta pero no lo suficiente alto como para que todos escucharán.

- No es Serena, es su madre, Afrodita - me explico Annie. Afrodita... Eso quiere decir que también era la madre de Augustus...

- el parecido es impresionante - le susurre.

- así es - me sonrió la hija de Atenea.

De pronto, los dioses se levantaron de sus asientos y caminaron hacia adelante, en nuestra dirección, aquel hombre con el que me había encontrado la noche anterior, estaba frente a mi riéndose. Aparté la mirada nerviosa desviándola al piso. Mis manos sudaban sin parar, clásico, cuando estaba nerviosa eso solía suceder. Mis oídos dejaron de escuchar y comenzaron a pitar, sentía que en cualquier momento me una a desmayar, las manos y el cuerpo en sí me temblaban, me era imposible calmarme. Annabeth me tomó la mano izquierda, la mire, y pude apreciar que algo gesticulaba con sus labios, pero no fui capaz de descifrarlo. Le dedique una sonrisa que seguramente había sido más una mueca de dolor que una sonrisa y desvíe mi mirada hacia el piso nuevamente. Tendría que superar pronto este trauma del abandono paternal, sobre todo sí tendría que estar constantemente en contacto con él.

- ...issa Foster - de pronto mis oídos ya no estaban bloqueados y podía escuchar lo que mi... Padre, hablaba - hija de Apolo - no me digas... - bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo - me daban ganas de atravesarle la cara de niño bonito que tenía con una flecha para borrarle la sonrisa cínica que tenía pintada. Se acercó a unos escasos centímetros, toco mi cabeza con la palma de su mano, una caricia que había anhelado tantos años. Lo mire a los ojos tratando de descifrar que pensaba por su mente, pero no pude. De pronto hizo un gesto para que mirara hacia arriba, levanté mi mirada y vi que sobré ella había un sol dorado. Aquello me sacó una sonrisa, lo mire y misteriosamente, esa sonrisa no se borró. El hombre me sonrió.

- Annabeth Chase, hija de Atenea, bendecida por los Dioses, heroína del Olimpo - desvíe mi mirada hacia Annie que estaba a mi lado izquierdo, de cuya cabeza salía una... ¿Lechuza?

- ¿ listas para salvar el Olimpo, heroínas ? - pregunto el Dios supremo. Mire a aquel hombre que tenía en frente, a Apolo y este me guiñó un ojo. "- vaya, ¿ quién diría que apenas te conozco y ya tenga que salvarte el culo, papi" Pensé.