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Mensaje por aranzhitha Dom 09 Mar 2014, 10:49 am

Awww pobre de mi Joe!
Todos lo traicionan!
Síguela!
aranzhitha
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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 27 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por chelis Dom 09 Mar 2014, 1:44 pm

;) ;) ;) 
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Mensaje por issadanger Dom 09 Mar 2014, 7:34 pm

13 de Febrero, 9528 A.C.
 
Joseph pasó a través del centro del pueblo en su camino hacia el estadio para ver la última obra. Entrando al mercado, hizo una pausa, cuando vislumbró una sombra por la esquina de su ojo. Giró rápidamente hacia ello, sólo para ver nada. Inseguro de si era Artemisa siguiéndolo, se evadió detrás de un pequeño grupo de personas.
Se sintió tan hueco por dentro. Tan usado. Honestamente, no quería volverla a ver otra vez. El mero pensamiento de ella, asentaba su ira en fuego y, sin embargo, había también una tristeza tan profunda ante la pérdida de lo que pudo haber sido entre los dos, que casi lo hizo caer de rodillas.
No quería ser usado nunca más. Ni siquiera por amor.
¿Por qué no? Ya has sido utilizado por todo lo demás
Apretó los dientes ante la brutal verdad en la que no quería pensar.
—Abuela, nos está engañando.
La voz del niño atrajo su atención hacia la mesa cercana. Había una mujer de trenzado cabello encanecido, mezclado con negros mechones. Sus ojos eran de un blanco lechoso y estaba parada con una mano sobre el hombro del niño. No mayor de siete u ocho años, tenía cabello oscuro y un rostro tan inocente que era conmovedor. Aunque sus ropas estaban raídas, ambos iban bañados y limpios.
El vendedor levantó la mano hacia él como si fuera a golpearlo.
Retrocediendo, la cara del niño perdió todo color.
—¿Merus? —su abuela susurró. —¿Qué está sucediendo?
—N-nada, abuela. Estaba equivocado.
Joseph no supo por qué, pero el temor del niño lo atravesó como una daga. Cómo se atrevía el hombre a tomar ventaja de la anciana y su carga, cuando era obvio que ninguno de los dos tenía mucho en este mundo.
Antes de pensarlo mejor, dio un paso adelante.
—Tienes que darles por lo que han pagado.
El hombre empezó a discutir hasta que se fijó en la extrema altura de Joseph, quien era una cabeza más alto que él. Aunque Joseph era delgado, era lo suficientemente musculoso para intimidar. Afortunadamente, el vendedor no tenía idea que Joseph no sabía nada sobre lucha. Los ojos del hombre se ensancharon ante la calidad de la ropa que vestía-un chitón (Túnica) real que Ryssa había insistido que vistiera siempre que se aventurara hacia las Obras.
—No los estaba engañando, mi Señor.
Joseph miró abajo hacia el niño, quien lo miró boquiabierto ante su altura.
—¿Qué es lo que viste, niño?
Merus tragó antes de doblar su dedo a Joseph.
Suavizando su cara para no asustar al niño más de lo que ya estaba, Joseph se inclinó.
El niño susurró fuerte en su oído.
—Él tenía su pulgar en la balanza. Mi Ya Ya (Abuela) me dijo que siempre le dijera cuando hicieran eso. Dice que es hacer trampa.
—Así es —Joseph lo acarició en el brazo antes de enderezarse a mirar al vendedor. — ¿Cuánta harina estabais comprando, Merus?
—Tres libras.
—Entonces observaré cómo son medidas de nuevo.
La cara del vendedor se tornó en un rojo vivo mientras vertía la harina y le mostraba que estaba en verdad por debajo de la marca. Maldiciendo por lo bajo, el vendedor añadió más hasta que alcanzó el peso correcto. Había malicia en su mirada hacia Merus una vez que reselló el saco y lo extendió al niño.
—¿Merus? —Dijo Joseph, manteniendo su mirada enlazada con la del vendedor, quien no podía ver su cara.
El niño miró hacia él.
—¿Sí, mi Señor?
—Si alguna vez descubres que han engañado a tu Ya Ya o te lastiman, quiero que vayas al palacio y preguntes por la Princesa Ryssa. Le dices que Joseph te envió y se asegurará que te traten justamente y así, quien sea, que te haga daño, será castigado por ello.
Sus ojos se iluminaron mientras los del vendedor se oscurecieron.
—Gracias, mi Señor.
La abuela posó una suave mano sobre el antebrazo de Joseph.
—Que los dioses te bendigan por tu amabilidad, mi Señor. Verdaderamente, eres invaluable para este mundo. Muchas gracias.
Sus palabras tocaron su corazón y le hicieron un nudo en la garganta. Si sólo fueran verdad. Pero no lo eran, y la anciana retrocedería con horror si supiera el brazo de quién estaba tocando.
—Que los dioses os acompañen —susurró tranquilamente antes que empezara a alejarse de ellos.
No había pasado mucho cuando Merus llegó hasta él.
—¿Mi Señor?
Era tan extraño que alguien lo llamara así.
—¿Sí?
—Yo sé que estamos por debajo de ti, mi Señor, pero mi Ya Ya me envió a preguntarte si compartirías el pan con nosotros, así ella puede agradecer tu bondad. Sé que es ciega pero es una cocinera maravillosa. Nosotros horneamos el pan que el panadero vende al Rey y su corte.
Joseph  miró atrás hacia donde estaba la anciana de pie orgullosamente, aunque ella no pudiera ver la bulliciosa actividad que la rodeaba. Por debajo de ellos... si el niño supiera quién era él realmente, lo habría evitado como todos los demás.
Ambos lo harían.
Aún así, Joseph  vaciló. Él debería irse antes que ellos conocieran la verdad sobre él, pero no quería insultarlos y hacerlos sentir menos como la gente lo hacía sentir a él.
Así que, en vez de eso, asintió.
—Eso me gustaría mucho, Merus. Gracias por preguntar.
El niño sonrió, y lo condujo hasta donde estaba su abuela esperando en las afueras del mercado.
—Él está conmigo, Ya Ya.
Los amables rasgos de su rostro se arrugaron cuando sonrió y habló en dirección opuesta a donde estaba.
—Gracias, mi Señor. Tal vez no será tan elegante como a lo que estás acostumbrado, pero te prometo que nunca has probado algo mejor.
—Estamos aquí, Ya Ya.
Sus mejillas se sonrojaron.
—Perdóname, mi Señor. Me temo que soy un poco inepta con la orientación.
—No me importa. —Tomó los paquetes de Merus, el niño sostenía. —Yo llevaré éstos, si quieres ayudar a tu Ya Ya llegar a casa—. Estaba asombrado de cuan pesada era la carga para el niño.
Radiante, Merus tomó la mano de su abuela y la dirigió a través de la multitud.
—Mi nombre es Eleni, mi Señor.
—Por favor, llámame Joseph . Vivo en el palacio, pero no soy alguien de importancia.
—Él se ve importante, Ya Ya. Tiene muy buenos zapatos y ropa, y es realmente, realmente alto.
Ella chasqueó con desaprobación hacia su nieto.
—No es agradable contradecir a las personas, Merus. Recuerda lo que te he dicho. Las apariencias a menudo te engañan. Un hombre pobre puede vestir las túnicas de un príncipe y un príncipe puede estar descalzo en la calle. Podemos juzgar a las personas por sus acciones y no por la ropa que llevan. —Su sonrisa era una de completa serenidad. —Y por las acciones de Lord Joseph  hoy, sabemos que es noble y amable.
Joseph  se detuvo cuando sus palabras lo tocaron profundamente. Nunca en su vida se había sentido como nada más que una puta, y sin embargo, con estas dos personas, quienes vestían con harapos, se sentía como un Rey. Fue tal la extraña sensación que él, en realidad, levantó su barbilla un grado.
Merus abrió la puerta de una pequeña casa que estaba asentada entre una hilera de ellas. Joseph  tuvo casi inclinarse el doble para caber en la corta entrada, mientras los seguía a los dos dentro. La habitación principal era pequeña y apiñada, pero se sentía como en casa. Había una energía en el lugar que le dejaba saber que Merus y Eleni eran muy felices juntos.
Sin embargo, eso le permitió apreciar cuánto espacio necesitaba para moverse. Las vigas eran muy bajas, que casi se había dado a sí mismo una contusión dos segundos después de entrar.
—¿Estás bien, Lord Joseph ? —preguntó Merus.
Joseph  asintió sin apartar la mano de su frente, que palpitaba por la colisión con la madera.
—¿Qué sucedió? —preguntó Eleni con un tono de pánico.
—Como dije, Lord Joseph  es extremadamente alto. Se golpeó la cabeza en el techo.
Los ojos de Eleni se ensancharon. Se aproximó a él ondeando una mano frente a ella.
Joseph  tomó su mano en la de él y la puso sobre su hombro así ella podría saber cuán alto él era.
—¡Oh, mi gracia! —exclamó ella. —Eres enorme. Como uno de los dioses.
Aunque era otra cosa más que lo hacía un fenómeno ante la gente normal, también hacía que Estes y Catera ganaran buen dinero con aquellos de tamaño bajo que les gustaba la sensación de poder que tenían sobre alguien de su altura.
Moviéndose con una gracia que parecía insondable para él, Eleni cruzó el piso como si viera cada cosa que había y sacó una silla para él.
—Mejor te sientas, mi Señor. Sólo puedo imaginar cuán asfixiante debe ser para ti nuestra pequeña casa.
—Para nada —dijo él honestamente. Aunque estaba temeroso de chocar con algo más, más bien le gustaba su pacífico hogar.
—Tráenos algo de leche, Merus.
El niño salió corriendo hacia la puerta.
Joseph  observó mientras ella se dirigía hacia la estufa y atizaba el fuego sin esfuerzo. Se asombraba de cómo sabía dónde estaba todo. No había errores o quemaduras.
—¿Mi Señor? —preguntó ella, mientras sacaba un cuchillo del cajón. —¿Puedo hacerte una pregunta entrometida?
—Si así lo deseas.
—¿Por qué estás tan triste?
Él comenzó a negarlo, pero ¿por qué? Ella no lo conocía, ni él la conocía a ella. Francamente, estaba sorprendido de cómo ella podía reconocer su humor sin ningún tipo de pista visual.
—¿Cómo puedes notarlo?
—El sonido de tu voz cuando hablas. Oigo el peso de tu tristeza en ella y un fuerte acento Atlante.
Ella era infaliblemente astuta mientras cortaba, colocaba a calentar el pan sobre un tajo de piedra.
—¿Es la pérdida de una persona lo que te entristece?
Sus entrañas se anudaron ante el pensamiento de Artemisa.
—Una amiga
—Entonces lloro contigo —dijo ella en tono reconfortante. —Yo he perdido muchos amigos a través de los años, y a mis hijos. La pérdida es siempre dura. Pero tengo a Merus y tomo tanto orgullo de su crecimiento. Él es tan buen niño. No tienes idea de cuánto un hijo significa para sus padres. Estoy segura que los tuyos deben sonreír cada vez que te ven.
Incapaz de soportar las heridas que ella abrió, Joseph  se levantó.
—Probablemente debería irme.
Ella se vio asolada.
—¿Dije algo que no debía?
—No. —Él no quiso que se sintiera mal cuando su intención había sido consolarlo. No era su culpa que la única persona que lo amara fuera su hermana y que sus padres lo habían maldecido desde el momento en que nació. —Me estaba dirigiendo hacia el estadio para una obra cuando me detuve en el mercado. Debería irme antes de perderme más de ella.
Ella tomó su mano en la suya, y se paralizó cuando sus dedos tocaron su marca de esclavo. Su agarre se apretó.
—¿Eres un esclavo?
Sintió su cara arder mientras la humillación arrasaba sobre él. Quiso maldecir el descubrimiento accidental.
—Lo era. Lo siento. No debería haber venido aquí.
Pero ella no lo soltó. Cubrió sus manos con la suyas y le ofreció una sonrisa de amistad.     
—Sácate el manto y siéntate, Joseph . No has hecho nada por lo que debas disculparte. Te admiro por haberte detenido a ayudarnos. No es algo que un noble hiciera, aunque rara vez ellos se molestan en ayudar a los menos afortunados. Para un hombre liberado hablar en defensa de otro toma bastante coraje y carácter. Lo que hiciste es lo más noble y amable y yo me sentiría honrada si tú te sentaras a la mesa con nosotros.
Joseph  no podía respirar cuando las emociones se juntaron y cerraron su garganta. No estaba habituado a que nadie le dijera cumplidos fuera de una cama.
—Gracias.
Sonriendo, ella acarició su mano antes que ella lo dejara ir.
—Sabes, mi padre solía decirme todo el tiempo cuando era niña que cuando conocemos a alguien por primera vez no recodamos qué fue dicho o qué vestía. Lo que más recordamos es cómo esa persona nos hizo sentir. Tú hiciste sentir a mi nieto importante al defenderlo y me has hecho eternamente agradecida por tan desinteresada acción. Gracias a ti, muchacho.
Y los dos le habían dado dignidad. Ella tenía razón. Él siempre recordaría eso.
Merus retornó con una jarra de arcilla, sin aliento.
—Tengo mucha leche, Ya Ya. ¿Está el pan listo?
—Casi, mi querido—. Ella tomó la leche y la vertió en las tazas para ellos.
Merus llevó una taza a Joseph y la asentó frente a él.
issadanger
issadanger


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Mensaje por aranzhitha Dom 09 Mar 2014, 7:57 pm

Awwww que linda la abuelita!
Hizo sentir a Joe importante!
Síguela!
aranzhitha
aranzhitha


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JOSEPH - JOE Y _____ - Página 27 Empty Re: JOSEPH - JOE Y _____

Mensaje por issadanger Dom 09 Mar 2014, 7:59 pm

                                        13 de Febrero, 9528 A.C. Parte 2
—¿Has luchado muchas batallas, mi Señor?
Él bajó su capucha para sonreír ante la inocente pregunta.
—No, Merus. Ninguna, y por favor, sólo llámame Joseph.
—Está bien, akribos —dijo Eleni con gentileza. —A Joseph no le gustan los títulos.
Merus agarró su propia taza y regresó a la mesa con ella. Trepó a la silla junto a Joseph.  
—¿Puedes pelear con una espada?
—No del todo.
—Oh… —se veía decepcionado por eso. —Entonces, ¿qué es lo que haces?
—Merus —lo regañó su abuela. —Nosotros no interrogamos a nuestros invitados—. Ella sacudió su cabeza. —Perdónalo, Joseph. Sólo tiene siete años y aún está aprendiendo.
—No me molesta. Yo tengo diecinueve y aún estoy aprendiendo.
Merus chilló de risa.
Eleni trajo el pan a la mesa y lo puso ante Joseph junto con una jarra de miel y mantequilla.
—Tienes un espíritu de lo más generoso. Eso es muy raro en estos días y edad.
Merus se rascó la oreja como si estuviera confuso por las palabras de su abuela.
—¿Pero qué si él no fuera lo que parece? Tú siempre me dices que a veces las personas se ponen máscaras y no podemos saber qué hay dentro de ellos.
Eleni revolvió su cabello.
—Tienes razón, pícaro. No podemos ver realmente lo que hay en los corazones de los otros. Cuando no era mucho mayor que tú, mi padre solía cobrar a mis hermanos por su alojamiento y sustento. Todo el mundo pensó que él era malvado por hacer eso a sus propios hijos. Mis hermanos lo odiaban por ello.
—¿Por ser pobre? —preguntó Joseph.
Ella sacudió su cabeza.
—No. Mi familia, de hecho, tenía bastante dinero porque mi padre era un avaro con cada moneda. La gente lo odió por eso también, aunque lo ellos no habían entendido es que, cuando era niño, él y su familia fueron expulsados de su hogar por falta de dinero. Su hermana, un bebé, a quien amaba más que a nadie, se enfermó al quedarse sin casa. Murió de hambre en sus brazos y él juró entonces que ninguno a quien amara moriría a causa de la pobreza otra vez.
Joseph lo sintió por el pobre hombre. Habiendo conocido tal pobreza en él mismo, podía entender el razonamiento del hombre. No había nada peor que el hambre. Nada peor que vivir en la calle sin ninguna protección de los elementos… o de otras personas.
Merus enderezó su cabeza
—Pero, ¿por qué él cobró a tus hermanos si tenía mucho dinero?
Sus rasgos se suavizaron mientras acunaba su rostro regordete.
—Él estaba poniendo todo el dinero en un lado para cuando mis hermanos estuvieran listos para casarse.
—¿Por qué, Ya Ya?
Ella aún no perdía la paciencia con él.
—Porque tú no puedes casarte hasta que puedas costearte el precio de una novia y debes tener un hogar para tomar esposa. Cuando mis hermanos las encontraron, mi padre sacó todo el dinero que ellos habían pagado a lo largo de los años. Él lo había dejado de lado en forma de ahorro de modo que cada uno mis hermanos tuvieran una pequeña fortuna para establecer una casa cuando fueran lo bastante viejos. Al final, no era la persona tan mala que todos pensaban que era. Lo que él hizo fue para su beneficio, ya que era dinero, y ellos lo hubieran malgastado sin sensatez. Esto nos enseña que nunca sabemos qué hay en el corazón de las personas cuando las juzgamos. Acciones que a veces parecen significar lo que no son. Más bien se realizan por los que amamos con el fin de protegernos sin nosotros saberlo.
Merus ofreció el plato de pan a Joseph.
—Yaya dice que las visitas tienen siempre la primera elección.
Joseph sonrió antes de tomar un pedazo de pan y untarlo.
—Gracias, Merus.
A continuación se sirvió a sí mismo y luego su abuela. La normalidad de todo se cerró de golpe en Joseph. Aquí él se sentó, con la cabeza descubierta y ninguno de los dos reaccionó en absoluto. No había furtivas ni lujuriosas miradas que ellos trataran de esconder. No movimientos nerviosos.
Él era sólo otra persona para ellos. Dioses, cuánto significaba eso para él.
—Tienes razón —dijo él después de comer el pan—. Este es el mejor que alguna vez he comido.
Eleni elevó su barbilla con orgullo.
—Gracias. Aprendí este arte de mi madre. Ella era la panadera más habilidosa de toda Grecia.
Joseph sonrió.
—Seguramente de todo el mundo. No puedo imaginar algo mejor que esto.
—Su repostería —dijo Merus con la boca llena de comida—. Podría hacerte llorar.
Joseph rió.
—Imagino que un hombre se vería más bien raro llorando sobre su comida.
Merus saboreó sus labios.
—Créeme, vale la humillación.
Eleni revolvió sus cabellos.
—Come, muchacho. Necesitas crecer fuerte y alto, como Joseph.
Joseph no habló mientras terminaba el pan. Se demoró lo que más pudo, pero demasiado pronto ya había terminado y era hora de irse.
—Gracias otra vez —les dijo.
Eleni se levantó con él.
—Un placer, Joseph. Siéntete libre de regresar cuando quieras probar alguno de mis pasteles.
Merus le sonrió abiertamente.
—Tendré un mantelito listo.
—Estoy seguro que lo tendrás. —Levantando su capucha, Joseph se aseguró de cubrirse completamente—. Que tengáis un buen día.
—Que los dioses te acompañen.
Si sólo ella supiera. Joseph, con cuidado, se evadió por la puerta, haciendo su camino de regreso hacia la colina donde estaba asentado el Palacio. Extraño, había intentado escaparse al mundo de fantasía a través de las tramas de las obras y en vez de eso, su espíritu se había elevado muy alto con un inesperado encuentro con gente real. Eleni y Merus le habían dado mucho más que un escape.
Le habían dado normalidad. Aunque fuera sólo por un rato. Y eso lo había significado todo para él. Se sentía mejor de lo que había estado en mucho tiempo.
Al menos hasta que regresara a casa.
Vaciló en el pasillo de entrada cuando vio la gran reunión de nobles y miembros del Senado acompañados de sus familias. No es que debiera ser una sorpresa, pero nadie le dijo que allí habría una fiesta.
De haberlo sabido, se habría encerrado en su habitación. Su experiencia con este tipo de eventos nunca habían ido bien. Por supuesto, en el pasado, había sido la atracción/fascinación para todos los invitados. Un escalofrío lo recorrió cuando recordó las veces que había sido expuesto en torno y maltratado antes que alguien en el grupo lo arrojara al suelo…
Tirando su capucha más abajo, se mantuvo en las sombras mientras hacía su camino hacia las escaleras. Con mucha suerte nadie se le aproximaría.
Sin embargo, mientas se alejaba del salón de baile, la voz de su padre lo paró en seco.
—Gracias a todos por celebrar conmigo. No es todos los días que un Rey se siente tan bendecido.
Joseph se arrastró más cerca de la puerta para ver a su padre sobre una tarima. Ryssa de pie a su izquierda con Apolo a su lado. El brazo del dios estaba posesivamente envuelto alrededor de sus hombros. Nick estaba a la derecha de su padre. Sus manos sostenían las de una alta y hermosa mujer de cabello oscuro.
—Levantemos nuestras copas en honor de mi única hija, la consorte humana del dios Apolo, quien está ahora esperando un niño, y de mi único hijo, quien contraerá matrimonio con Nefertari, Princesa de Egipto. Que los dioses los bendigan a ambos y que nuestras tierras por siempre florezcan.
Los amargos celos lo arrasaron mientras lo escuchaba. Lo golpeó tan fuerte en el corazón, que todo lo que podía hacer era no bajar su capucha y decir en alto a su padre que él en realidad tenía otro hijo. Pero, ¿con qué propósito?
Su padre sólo lo negaría y luego lo golpearía por su afrenta y vergüenza.
La ira barrió con los celos, besaba orgullosamente a Ryssa y luego a Nick.
—Por mis amados hijos —dijo él a la multitud una vez más—. Que vivan mucho tiempo.
Un grito ensordecedor se levantó de todo el mundo, excepto de Joseph, quien no podía respirar por el peso de la agonía y rechazo.
Yo soy el mayor…
—Eres una deformada puta y un esclavo —la voz de Estes hizo eco desde su pasado—. No hablarás a menos que te nombren. Nunca mires a nadie a la cara. Debes estar agradecido que te tolero en mi casa. Ahora ponte de rodillas y compláceme.
Joseph quería morir mientras la vergüenza lo llenaba. Su padre tenía razón. No había nada sobre él que valiera el que lo amaran y definitivamente nada que garantizara cualquier clase de orgullo. Agachando su cabeza, hizo su camino hacia las escaleras que llevaban a su habitación.
—¿Joseph?
Se congeló con el susurro detrás de él.
—¿Qué es lo que quieres, Artemisa?
—Quiero a mi amigo de regreso.
Joseph cerró sus ojos contra las lágrimas que escondía dentro de sí. Deseaba desesperadamente ser valorado por alguien. Cualquiera. No por lo que recibiría de ellos, sino porque ellos se preocuparían por él.
Artemisa se movió hasta pararse justo detrás de él. Tan cerca que podía sentir su presencia como si ellos se estuvieran tocando.
—Te he extrañado.
Él quería reclamarle. Gritarle lo mucho que había odiado lo que ella le había hecho.
Rogarle que nunca jamás lo lastimara otra vez.
Pero, ¿cuál era el fin? Los humanos no eran más que los juguetes de los dioses. Él sólo estaba más cerca de uno que los otros.
—¿Estoy perdonado entonces? —preguntó él, odiándose a sí mismo por la servil pregunta.
—Sí. —Ella se presionó contra su espalda y envolvió sus brazos a su alrededor.
Apretando sus dientes, se forzó a no endurecerse o apartarla lejos.
—Gracias.
Artemisa quiso llorar de la dicha que sintió. Tenía a su Joseph de vuelta… ella no podía creer lo mucho que lo había extrañado. Cuán temerosa estaba de su rechazo.
Más que todo, ella quería él que supiera cuán contenta estaba por tener su amistad de regreso.
—Te prometo, que nunca te lastimaré otra vez.
Joseph no creyó esto por un instante. Ella había destrozado su confianza en el momento en que lo había tomado por los cabellos, sabiendo lo mucho que él despreciaba eso. Sabiendo cuán degradante era esa acción para él.
Hubiera preferido que ella simplemente arrojara unas monedas y se hubiera alejado.
Artemisa tiró de él contra ella y lo besó como un amante. Él devolvió el beso con toda la pasión de alguien que ha sido pagado por ello. Qué triste que ella no pudiera ver la diferencia entre un beso que él sentía y un beso nacido de la obligación. Por eso, él era la mejor puta que el dinero podía comprar.
Cuando se movió hacia atrás, puedo ver la dicha en su mirada. Cómo quisiera sentirla él también.
—Tú nunca más dudarás de mi afecto —susurró ella contra sus labios.
Joseph no respondió cuando ella cayó sobre sus rodillas delante de él. Frunció el ceño en confusión hasta que ella corrió la mano por su pene antes de acercar la punta dentro de su boca. Jadeando de conmoción y placer, casi se tambaleó hacia atrás. Nunca nadie le había hecho esto antes a él.
Su trabajo era dar placer, No le tocaba a los otros, menos a una diosa, complacerlo a él. Toda la ira dentro de él se desvaneció bajo el asalto de su lengua en su cuerpo. No había sentido algo como eso antes… nunca soñó cuán bueno podría ser. Su mano acariciaba y acunaba su saco mientras su cálido aliento lo chamuscaba. El amor por ella que él había negado y enterrado volvió con una furia tan intensa que le envió un orgasmo inmediato.
Artemisa se retiró, escupiendo mientras rápidamente lo cubría con la falda de su chitón.
—Esto es tan desagradable. ¿Cómo puede alguien disfrutar esto?
Joseph no podía responder mientras se agarró a sí mismo para que su cuerpo terminara lo que ella había comenzado.
Ella levantó la vista hacia él con una sonrisa vacilante mientras se lamía los labios. —¿Tú disfrutaste esto, no es verdad?
—Sí —dijo él, con voz rasgada.
—¿Estoy perdonada?
Joseph corrió su pulgar sobre su labio superior donde un rastro de su semilla había quedado. Con su mirada firme, ella deslizó su lengua en la yema de su dedo para saborearlo. La visión de ella haciendo eso… la sensación de su lengua sobre su piel fue la cosa más increíble que él jamás haya experimentado.
Agotado y saciado, todo lo que él pudo hacer fue asentir.
Su sonrisa se amplió cuando ella se levantó y tiró de él para otro beso. La siguiente cosa que él supo, fue que estaban en su habitación del templo y él estaba completamente desnudo. Ella mordisqueó sus labios, frotando sus manos sobre su pecho. —Hazme el amor, Joseph.
Sus palabras enviaron una ola de frío a través de él. —No quiero ser golpeado hoy, Artie. He sufrido demasiada vergüenza esta tarde.
Riendo, ella tiró de su cabeza hacia debajo de modo que pudiera besarlo rudamente, mordiendo su piel hasta que él temió quedar magullado. —No te golpearé. Promesa. —Tomó su mano y lo dirigió hasta su cama. Rodó sobre su espalda y lo jaló sobre su cuerpo desnudo.
Joseph aún estaba indeciso. Artemisa lo derribó sobre su espalda. Ella era implacable en sus demandas y su cuerpo hizo exactamente para lo que había sido entrenado para hacer... se endureció para ella.
Cerrando sus ojos, deseó ser neutral como un niño. Su vida hubiera sido infinitamente más fácil.
Mientras ella misma se deslizaba sobre él, se preguntaba cómo una diosa no podía notar lo que había en su interior. No tenía idea de cuán poco quería él esto de ella en ese momento. Reservado y aterrorizado del abuso que ella le daría una vez que hubiera terminado, él la complació lo mejor que pudo.
Para el momento en que ella estuvo completamente saciada, su cuerpo estaba adolorido. Deslizándose de él, ella suspiró alegremente. Ella alcanzó su cara al tiempo que giraba su cabeza ante la expectativa de una bofetada.
—¿Qué está mal?
Él tragó mientras ella tiraba una almohada sobre él y luego la ponía debajo de su cabeza.
—Nada.
Se apoyó sobre sí misma de manera que pudiera trazar las líneas de su rostro con las yemas de sus dedos. —Creo que te mantendré conmigo esta noche.
Antes que pudiera contestar una esposa de oro se cerró sobre su tobillo. Una cadena al final se entrelazó en el poste de la cama.
—¿Para qué es esto?
—Para asegurarme que no vagarás alrededor mientras yo duermo.
Joseph tiró de su pie haciendo tintinear los eslabones. Era todo lo que podía hacer para enterrar su rabia y no gritar en frustración.
—Esto no me gusta, Artemisa. No soy un perro que debe ser encadenado fuera de tu casa porque temas que se orine en la alfombra.
Ella chasqueó con desaprobación hacia él.
—Por el contrario. Es para tu propia seguridad.
La brutalidad de la alimentación forzada también había sido por su bien. No podía soportar estar encadenado. Más que ninguna otra cosa, esto lo hizo sentirse una puta otra vez. —Por favor, no me hagas esto. Te prometo que no saldré de tu cama mientras duermes.
Artemisa vaciló. Ella no podía decir si él estaba lo suficientemente enojado para devolverle el golpe o no. Por lo que ella sabía, él podría marchar hasta el pasillo de los dioses sólo por malicia.
Los humanos eran traicioneros de esa manera.
Pero al final, decidió confiar en él. La cadena desapareció.
—Si me traicionas, Joseph
—Me harás sufrir por toda la eternidad. Lo sé. Escuché la amenaza la primera vez que la pronunciaste.
—Bien. Ahora sé un hombre bueno y dame tu cuello.
Él, diligentemente echó sus cabellos hacia atrás exponiendo la belleza de su piel bronceada y la curva deliciosa de su garganta.
Su boca se hizo agua, zambulló su cabeza para saborearlo y en ese momento no pudo evitar el placer de la mordida. Ella lo dejó sentirlo completamente. Acunando su cabeza contra ella, él llegó hasta sus brazos mientras ella se embriagaba de él.
Satisfecha, Artemisa observó sus ojos temblando se cerraron.
—Serás mío, Joseph. Por tanto tiempo cómo dure tu belleza. No te voy a compartir con nadie. Nunca.
Pronto ella lo vería muerto.

 
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Mensaje por issadanger Dom 09 Mar 2014, 8:07 pm

3 de Abril, 9528 A.C
Joseph estaba aprendiendo lentamente a confiar de nuevo en Artemisa. Eso o se estaba convirtiendo en una mascota más obediente. Había momentos en que no estaba seguro en qué categoría había caído.
Acudía a él cuando se encontraba aburrida y hambrienta y lo ignoraba cuando tenía otras obligaciones.
Pero al menos mantenía su palabra de no golpearlo más. De hecho, no había sido lastimado en semanas desde que Artemisa lo mantenía también fuera del camino de su padre.
En ese momento estaba sentado en su templo, en un carruaje blanco estacionado en medio de la sala de recepción. Una de las doncellas la había llamado para que saliera y ella lo había dejado encerrado antes de irse. Aburrido hasta el cansancio, dejó vagar la mirada por el cuarto hasta que encontró una cítara dorada recostada sobre un cojín en una esquina del suelo.
Fascinado, tomó el instrumento y lo sostuvo reverentemente en sus manos. No había tocado música desde que había dejado Atlántida. La música era una de las cosas para las que lo habían entrenado y tenía aptitud natural.
Algo que siempre le había gustado era cómo lo hacía sentir. Como en las obras, podía perderse en las canciones y notas.
Rasgueó las cuerdas y se abatió ante lo desafinadas que estaban. Pero después de un minuto, las había retornado a la perfección. Alegre por una vez, comenzó a tocar.
 Artemisa se detuvo luego de materializarse nuevamente en su templo. Al principio, pensó que era su sobrina Satara tocando la cítara con la que acostumbraba entretenerla a ella y a sus koris. Hasta que escuchó la profunda y hermosa voz masculina cantando en un perfecto tono bajo. La canción, tan tierna y sincera, trajo lágrimas a sus ojos.
Nunca sospechó que Joseph poseyera tal talento. Ni siquiera las musas podían competir.
Solidificándose en el cuarto, lo escuchó mientras él permanecía de espaldas a ella.       
—¡Eres asombroso! —exclamó, yendo a sentarse detrás de él.
Él se detuvo instantáneamente.
Cuando comenzó a dejarla a un lado, lo interrumpió.
—Por favor, continúa tocando.
—Sólo me gusta tocar cuando estoy a solas.
—¿Por qué?
—Porque hace que la gente quiera follarme.
Artemisa chasqueó ante su obstinación.
—No deberías usar ese vocabulario frente a mí, Joseph. Soy una diosa. Tienes que mostrarme más respeto.
—Perdóname, akra.
Se recostó y suspiró ante su sumisión. Odiaba cada momento en que adoptaba ese tono. Era el fuego y el desafío en él el que ella ansiaba. Siempre que estuviera relajado, ese era el lado que le mostraba. Pero en el instante en que lo corregía, inmediatamente caía en ese rol de puta, como ahora.
Y ella lo despreciaba.
Empujó el instrumento hacia él.
—¿Podrías tocar para mí?  Sólo estamos los dos y me gustaría escuchar tu voz.
Él regresó la cítara a su regazo y ociosamente la rasgueó.
Se inclinó hacia su espalda y lo sostuvo mientras tocaba.
—¿Qué otros talentos tienes que has mantenido escondidos para mí?
—Soy un experto en lo que sea que entretenga a los demás.
—¿Cómo qué?
—Instrumentos musicales, canciones, masajes, danza y follando.
—¡Joseph!—. Escondió su sonrisa en su hombro. Así que no era tan sumiso después de todo.
—Sólo estaba contestando tu pregunta.
Seguro que sí… su Joseph podía ser un tanto manejable y en más de una forma.       —¿Puedes bailar tan bien como tocas?
—Mejor.
Encontró eso imposible de creer.
—Enséñame.
—Pero no habrá música si me detengo para bailar.
Le quitó la cítara de las manos.
—La habrá —. Usó sus poderes para continuar la canción—. Ahora muéstrame lo que puedes hacer.
Se puso de pie y giró la cara hacia ella. Extendiendo la mano, esperó hasta que la tomara antes de jalarla sobre sus pies. Haciendo honor a sus palabras, era un elegante bailarín. Se movía con una belleza llena de gracia que parecía casi divina.
Mientras más bailaban más deseaba ella saborearlo. Con el cuerpo en llamas, saltó a sus brazos, intentando desnudarlo.
—¡Artemisa! —la llamada de Apolo la sacudió.
Joseph vio las puertas del templo abrirse. Lo siguiente que supo, es que estaba tirado en el suelo de su propia habitación. La piedra se estrelló dolorosamente contra su cuerpo mientras caía de golpe sobre la espalda. El aire salió precipitadamente de él con un ruidoso oof.
—Pudiste dejarme en pie o en la cama —dijo entre dientes.
Una luz brillante centelló en la habitación un momento antes que la cítara aterrizara sobre su estómago. Joseph maldijo de dolor. Había sido un buen gesto de su parte pero maldición… para ser una renombrada diosa por su puntería en la caza, su puntería en esto dejaba mucho que desear.
Apenas se estaba poniendo de pie cuando sus propias puertas se abrieron para dar paso a Ryssa.
—¿Dónde has estado? —demandó en un tono que pocas veces había escuchado que utilizara para dirigirse a él. Era una mezcla de rabia y preocupación—. Te he estado buscando. Te marchaste durante horas.
Era extraño como el tiempo en el Olimpo pasaba de diferente forma que aquí. Para él, sólo habían pasado unos minutos.
—No estaba en ningún lugar importante.
Estrechó la mirada sobre él mientras se acercaba. Era una mirada fija de sondeo como si tratara de desentrañar algún misterio.
—Hay algo diferente en ti.
—No hay nada diferente.
—Sí, lo hay. Ya no te encoges como lo hacías. Me miras cuando te hablo. Hay una confianza y paz que antes no había. ¿Qué ha causado este cambio?
—No tengo idea de lo que estás hablando.
Ryssa dio un paso más, y entonces se congeló. La mirada se fijó en su cuello y antes que pudiera detenerla, lo alcanzó y le apartó el cabello hacia atrás. Jadeó.
—Has estado con Artemisa.
El terror lo llenó, pero se guardó de demostrarlo mientras maldecía en silencio.
—No he estado con nadie.
—No soy tonta, Joseph. Conozco las marcas que dejan los dioses —Miró la cítara—. Conozco sus regalos.
Maldición. Debió haber pensado en eso. Pero ya era demasiado tarde. Todo lo que podía hacer era mentir y esperar que le creyera.
—No he estado con nadie.
—¿Por qué no se lo dices a Padre? —giró para irse.
Joseph la agarró del brazo.
—Escucha Ryssa. No he estado con nadie. No sé nada de lo que me estás hablando. Si me quieres aunque sea un poco, olvidarás este momento y pretenderás que no has visto nada… por favor.
Posó una tierna mano en su mejilla.
—Te quiero, hermanito. Nunca te traicionaría. Si no quieres que se lo diga, entonces no lo haré.
Movió la mano hacia los labios para poder darle un beso de gratitud.
—Ahora, ¿para qué me has estado buscando todo el día?
—Quería ir al mercado, pero no quería ir con un sirviente. Pensé que disfrutarías de la excursión.
—¿Por qué no me preguntaste a mí?
Joseph miró por encima de ella y vio a Nick fuera de la puerta con una lívida expresión.
Ryssa giró para mirarlo con el ceño fruncido.
—No pensé que te gustaría. Es bastante común para ti, ¿no es verdad?
Nick torció el labio.
—¿Prefieres estar con una abominación que conmigo?
Joseph no es una abominación.
Nada escondió el dolor en los ojos de Nick y eso confundió a Joseph, que su hermano se sintiera de esa manera considerando toda la gente que lo amaba, respetaba y admiraba.
—¿Por qué siempre lo defiendes? —le preguntó, la voz cargada de dolor e ira—. Cada vez que miramos alrededor, ya estás escabuyéndote para estar con él.
Ryssa estaba horrorizada.
—Por los dioses, ¿estás celoso?
—¿De ese gusano? ¡Nunca!
Pero lo estaba. Joseph podía verlo claramente.
Nick enterró los talones y se alejó furiosamente. Ryssa corrió tras él y lo detuvo en el centro del pasillo. Joseph fue hasta la puerta para observarlos.
—Nick… ¿qué es lo que pasa contigo?
—¿Qué pasa? El hecho de que mi hermana desfile por los alrededores con una puta y se degrade a sí misma rogándole por consuelo cuando ni siquiera reconoce al hermano que la quiere.
—Tú nunca has querido estar conmigo. Todo lo que has hecho es ridiculizarme a mí y a mis acciones, como ahora.
Sacudió la cabeza.
—No lo recuerdas, ¿no es verdad?
—¿Recordar qué?
—Cualquier momento en que Joseph y yo nos cruzábamos, corrías a acunarlo mientras me ignorabas. Cada vez que te alcanzaba no podías si no molestarte conmigo. Joseph es todo lo que te ha importado.
Ryssa negaba con la cabeza con la misma incredulidad que Joseph compartía.
—No es posible que estés celoso de Joseph.
—¡No te atrevas a reírte de mí! —Sus ojos se entrecerraron peligrosamente—. Soy el príncipe y heredero. Puedo asesinarte, hermana o no.
Joseph vio las lágrimas en sus ojos mientras que aquella amenaza y furia lo envolvían. Dejó la puerta para defender a su hermana.
—¡No te atrevas a hablarle así!
Nick lo abofeteó tan fuerte, que los labios y nariz explotaron en sangre.
—No te atrevas a dirigirte a mí otra vez. Deseo que por los dioses sepas la humillación que me has causado. Siempre que entro en una habitación veo las sarcásticas miradas, escucho los comentarios susurrados e insultos sobre mi gemelo y sus habilidades sin igual. Por causa tuya no conocí a mi madre. Apenas conozco a mi hermana. Te odio con una pasión tan ferviente que no puedo imaginar mayor placer que asesinarte. Si sólo los dioses me concedieran ese deseo.
 —¡Nick! —exclamó Ryssa—. ¿Cómo te atreves?
Los labios se torcieron ante ella.
—No te atrevas a regañarme. Al final los dos no son más que putas. Por debajo de mí—. Y se marchó.
El corazón de Joseph sangró por su hermana mientras las lágrimas rodaban por el rostro. La jaló hacia sus brazos.
—No eres ninguna puta, Ryssa.
—¿No lo soy? Dime ¿cuál es la diferencia entre nosotros?
—Eres amada y reclamada por uno que te lleva a su cama. Créeme, hay una gran diferencia.
No, su hermana era amable y delicada de nacimiento. Era una dama. Nick era un imbécil. Y la única mierda en la familia era claramente, Joseph.


Niñas de aqui en adelante porfa no odien a Nick se los aseguro el no es malo simplemente cuando lean el libro de nick van a entender muchas cosa sobre Nick, joe y rissa asi que por el momento mantengan su mente abierta a nick yo se porq se los digo jiji
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issadanger
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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:22 pm

Y cuando aparecerá la rayis????
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:22 pm

Queremos a la rayis
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:23 pm

:/
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:23 pm

La rayis!!
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:23 pm

Siguelaaa
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:24 pm

D:
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:24 pm

Pobre rayis
mafer1996
mafer1996


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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:25 pm

Daleee
mafer1996
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Mensaje por mafer1996 Dom 09 Mar 2014, 8:26 pm

Nick tendrá el poder pero se siénte sólo y Joseph no tiene a nadie pero tiene a Ryssa
mafer1996
mafer1996


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