Asleep || A Nigthmare

Capítulo 2

Brianna solía esconderse en el aroma de las rosas recién florecidas, correr por el amplio patio real del castillo y entretejer conversaciones por toda una noche. Muchos nobles la describían cómo la doncella más sutil y sencilla de la corte, rebosante de alegría y elegancia. A Dimitri le gustaba todo esto, y su gran corazón, de aquel que se pule con servicio comunitario y es tan trasparente cómo un cristal diamantado.    Tanta prosperidad le venía a su nombre que es casi imposible de creer que su padre, el duque Mernagh, haya sido tragado por la “injustificable enfermedad” que ha estado acosando a los pobladores y arrancando a algunas de su vigilia cómo sus víctimas.


Al heredero al trono le daba igual si la enfermedad se había llevado con ella a veinte o cien personas, no permitiría que se llevara a Brianna…y aquella se encontraba muy cerca del peligro.


Tenía los ojos cerrados.

Cualquiera que sea la enfermedad y tan horrible cómo se escuchara, incluso las palabras estaban pegadas a su cabeza y su imaginación daba rienda suelta y se plasmaba en su mente cadáveres en putrefacción, totalmente pálidos e irreconocibles, haciendo que el polvo los cubra y la naturaleza se prenda de su ser. Él no dejaría que a Brianna le pasara eso. No podía dejar que se expusiera al contagio aún si se tratase de su propio padre.


Sus signos vitales eran ausentes.

Por eso no le importó, salió lo más deprisa del cuarto y se dirigió a la mansión de Los Mernagh. Atravesó las grandes puertas de madera y piedra pulida de la entrada principal, y se montó en un caballo negro, la noche estaría totalmente en las tinieblas si no fuera por esa luz blanca que iluminaba todo el pueblo débilmente.
El viento le azotaba la cara con fuerza debido a la velocidad en que su corcel corría. Para la mala suerte de Dimitri, la casa del duque quedaba casi a las afueras del pueblo, arrinconada entre rejas que se alzaban impetuosas, cercando toda la mansión. Era una familia noble.


Logró distinguir los ciclamores característicos del Jardín de los Mernagh, aún a la luz de la luna el color llamativo de sus flores se alzaban brillantes, desentonando con el ambiente lóbrego de la antigua casa. Detuvo al caballo de golpe asiendo las riendas con fuerza, haciendo que este alzara en dos patas, relinchando en  protesta. Dimitri desmontó rápidamente y se acercó a la verja de la entrada. La corrió un poco y entró presurosamente.


Conocía ya el camino: uno hecho de piedra que serpenteaba hasta la puerta principal, chocando con una fuente simple justo a la mitad. Cada vez que la visitaba solía detenerse a admirar la claridad del agua, pero en ese momento su corazón estaba muy acelerado abrigando la esperanza de que Brianna se encuentre bien. Tal vez podría llevársela; una idea tan descabellada cómo esa sólo cabía en su cabeza en momentos de presión.  Y sólo cruzó hasta la puerta, con pasos firmes y manos temblorosas.
Sujetó la aldaba de la puerta y golpeó tres veces. Una vez más. Más fuerte. Nada.


Seguro habían pasado dos segundos entre un golpe y otro, pero la desesperación ya se había apoderado del joven príncipe.
La puerta se abrió justo cuando iba a dar otro golpe, y se asomó la cabeza de una señora ya anciana, el ama de llaves.


—No avise de mi visita—dijo este presurosamente al entrar. Se dirigió por las escaleras al cuarto de Brianna. No encontró a nadie. Luego, fue al cuarto de su padre, temiendo un poco interiormente. A lo lejos podía escuchar las mismas campanas del atardecer, graves y fúnebres. Indicaba que la reunión del Consejo ya había acabado.


La puerta tallada en madera fina estaba entreabierta. Con pasos temblorosos esa vez, temiendo lo que pueda ver, la empujó de a poco y finalmente entró.


No respiraba pero estaba vivo.

En la cama, estaba recostado un hombre de alrededor de unos cincuenta años, con algunos pocos cabellos plateados y cubierto con una manta hasta el pecho, con ambas manos reposando en él. El ambiente era absolutamente deprimente. Junto al catre, se hallaba una mesita de noche con unas rosas marchitas. El joven no quería acercarse, pero en el cuarto sólo escuchaba el propio latir de su corazón y su apresurada respiración. La vista se le nubló un poco con algunas lágrimas involuntarias y al no poder sostener esta imagen, volteó hacia la ventana. Estaba cerrada, pero logró ver a alguien en el Jardín. Brianna.


Salió sin mirar atrás y bajo las escaleras haciéndolas rechinar. Salió al aire libre y a la oscuridad de la noche. Creyó verla a ella.


—No. No… ¡No!—la voz del príncipe salió con un sollozo. Delante de él no estaba la hermosa Brianna. Delante de él había una persona…no, no era una persona. Su rostro estaba completamente desfigurado: cicatrices alrededor de los ojos, ellos con ausencia de pupilas, totalmente calvo. Llevaba una túnica negra, y la capucha estaba descorrida. Dimitri creyó ver una mueca de sonrisa en aquel horrible rostro. Todo era tan confuso. Pero la enfermedad no era sino…. ¿magia negra? Y luego lo entendió, la descripción según las antiguas leyendas sobre alguien que buscaba…buscaba...

— ¿Crees que lo has averiguado?—la voz de la criatura salió grave y tenebrosa. Una risa macabra retumbó en sus labios. Luego, alzó la mano huesuda  con unas garras enormes. De ella salió un destello negro, un pequeño hilo de humo oscuro, que envolvió a Dimitri. Lentamente sintió un dolor desgarrador en todo su cuerpo. Apoderándose de él, y sólo sus gritos ahogados lo socorrían mientras sus párpados caían de golpe.

—A dormir, pequeño príncipe.




Eras tú. Escoria desterrada.