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El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
ᴍᴀʀ. escribió:Adoré el capítulo!
Ojalá Julia acepte!
¡¡Si!! Yo quiero maratón!
Seguilaaaa! :D
:bye:
Me alegro que si te haya gustado
Ya mismo la sigo
Y tal vez sea maratón :P
Besos
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Niallerismybb escribió:Seguiiiiiiiiiiila ah plz amo esta novela plz plz plz
Ya la sigooooo
Amo que la ames :(L):
Besos
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Rachel116 escribió:Capiii capiiii queremos capiiiiiiiiiiii
Ya subo :chkt:
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
laurectioner escribió:Maratooon! MAratooon! Que adiccion de novela en serio...
Tal vez suba el maratón :)
Besos
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
chelsy escribió:siguela pronto!!!!!!!!
Ahora la sigo :)
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
hola estoy soy nueva fiel lectora y pues me eancanto el titulo pero no la he leido por eso no te comento nada acerca del capitulo pero me encanta enserio mi pasion es louis y me pongo hot
:fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch:
:fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch:
daniss tomo
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Dieciocho
»кιтту ѕукєѕ
MARATÓN 1/3
Hola, Paul. Lo siento. No oí el timbre. ¿Se habrá roto? Tomlinson me abroncó, pero no tengo que dejar el curso (uff). Tengo que encontrar nuevo director. Estoy en ello. Hablamos luego. Gracias.
Julia.
Paul contempló extrañado el mensaje de texto que le acababa de enviar Julia. ¿Un timbre roto? Qué oportuno. No sabía si estaba tratando de librarse de él porque se sentía avergonzada por su altercado con el profesor Tomlinson o por alguna otra razón. En cualquier caso, no tenía tiempo de seguir persiguiéndola. Tomlinson le había enviado un correo electrónico pidiéndole un listado de libros que quería que sacara de la biblioteca y le dejara en su despacho antes de la una.
Tras enviarle a Julia un breve texto diciéndole que se alegraba de que estuviera bien, salió de su apartamento y, un poco desconcertado, se dirigió a la biblioteca Robarts.
*
Julia estaba de rodillas en el sofá de piel, mirando por encima del respaldo, con la barbilla apoyada en los brazos cruzados. La vista desde los ventanales del salón de Louis era espectacular. Desde su situación privilegiada veía buena parte del centro de la ciudad y un trozo del lago Ontario. Los árboles ya habían empezado a cambiar de color y se veían muchas manchas doradas, amarillas, naranja y rojas entre el verde. La visión le recordó los paisajes canadienses que Paul la había llevado a ver en la Galería de Arte de Ontario.
Se había ofrecido a ayudar a Louis a recoger las cosas del desayuno, pero él no había querido ni oír hablar de ello. Le había dado un beso en la frente y le había dicho que se relajara, como si fuera tan fácil. Contemplar el panorama le daba la oportunidad de mirar algo bonito mientras en su mente repasaba una y otra vez la conversación que habían mantenido, comparándola con sus encuentros anteriores.
¿Cómo había podido estar tan ciega? ¿Y por qué le habían escondido los Clark su adicción? Siempre la habían tratado como si fuera un miembro de la familia, pero ni siquiera Rachel le había comentado nada al respecto, a menos que se pudiera considerar como tal su reciente referencia a la oscuridad de Louis. ¿Es que todos los miembros de la familia Clark hablaban siempre con metáforas, como si fueran poetas metafísicos? Iba a tener que apuntarse a una clase de crítica literaria para poder entender sus alusiones.
Louis se apoyó en la chimenea y la observó. Parecía cómoda, de rodillas en el sofá, mirando por la ventana como si fuera un gato. Pero la tensión en sus hombros delataba que estaba preocupada. Se sentó a su lado, asegurándose de dejar una distancia segura entre ellos. Cuando Julia no hizo amago de acercarse, ni siquiera de mirarlo, él alargó la mano.
—Por favor —le pidió con una sonrisa.
Ella le dio la mano, no muy convencida, y Louis tiró hasta tenerla a su lado. Abrazándola, le dio un beso en la cabeza.
—Mucho mejor —dijo él.
Julia suspiró y cerró los ojos.
—¿Estás cómoda?
—Sí.
Louis notó que ella se relajaba. Después de todo lo que habían discutido, le extrañó que fuera capaz de sentirse tranquila a su lado.
—¿Cuándo fue la última vez que alguien te abrazó así? —le preguntó, acariciándole el pelo como si fuera lo más normal.
—Anoche.
Él se echó a reír.
—¿Y antes?
—No me acuerdo —respondió ella a la defensiva, por lo que Louis prefirió no presionarla.
«Probablemente la haya faltado cariño y contacto físico. Las madres alcohólicas no suelen cuidar bien de sus hijos. Y ese Simon no creo que la abrazara mucho... a no ser que estuviera tratando de quitarle la ropa.»
Pensar que alguien pudiera tratarla con tan poco cuidado lo ponía furioso. Vio que su contacto la estaba tranquilizando y eso le hacía pensar que no tenía mucha experiencia con el contacto físico positivo.
—¿Te molesta que te abrace? —susurró, con la boca pegada a su pelo.
—No, está bien.
—Estupendo. — Louis le acarició la línea del nacimiento del pelo alrededor de toda la cara, apartando algún mechón que se interponía en su camino—. Tan hermosa... —susurró—. Preciosa.
Permanecieron así un rato, hasta que Julia se decidió a hacerle la pregunta que le rondaba la cabeza.
—La foto que tenías sobre la cabecera de la cama, la del hombre que le besaba el hombro a una mujer, ¿dónde la encontraste?
Louis apretó los labios antes de responder:
—No la encontré.
—Entonces, ¿de dónde...?
—¿Acaso importa?
—Si no quieres decírmelo, no pasa nada. Cuando fui a buscar un jersey, vi que la habías guardado en el armario. Me parece una foto muy bonita.
Julia trató de alejarse, pero él se lo impidió.
—¿De verdad te lo parece? —preguntó Louis suavemente, levantándole la barbilla para mirarla a los ojos.
—Sí —susurró ella.
—¿Y las demás?
—No tanto.
Él la miró con arrogancia.
—Las hice yo.
—¿Las hiciste tú? —Julia se alejó, sorprendida.
—Sí.
—Pero son...
—¿Eróticas?
—Sí.
Louis sonrió irónicamente.
—¿Tan difícil es creer que sea capaz de hacer fotografías eróticas y hermosas, señorita Mitchell?
—No sabía que fueras fotógrafo. Esas fotos son muy buenas.
—Sólo soy un aficionado. La verdad es que ésas no salieron mal. Tengo más.
Julia se quedó con la boca abierta.
—¿Otras? ¿Y las mujeres?
Louis se acercó a ella.
—Las mujeres son o, mejor dicho, eran amigas mías.
—¿Modelos?
—No.
Julia, confusa, hizo una serie de muecas hasta que se le apareció la respuesta. Entonces, alzando las cejas, lo miró sorprendida.
Louis suspiró y se frotó los ojos.
—Sí, estoy seguro de que era de mal gusto tenerlas expuestas en la habitación. Y, desde luego, me parecería de muy mal gusto obligarte a verlas. Son demasiado personales. Por eso las retiré antes de llevarte a mi habitación. Eso sí, todas fueron tomadas con consentimiento. De hecho, algunas de esas mujeres me rogaron que las fotografiara. Te debiste de dar cuenta de que salgo en más de una, así que no me limitaba a ser un mirón lascivo.
Julia se olvidó de que estaba a punto de preguntarle cuál de ellas era Paulina y lo miró completamente atónita.
—¿Ése eras tú?
—¿Sí?
—¿El de la foto grande también?
—¿Por qué te sorprendes tanto? Pensaba que me encontrabas atractivo.
—Pero en esa foto estás desnudo.
Sofocada, se abanicó furiosamente con una mano. Louis se echó a reír con ganas y la acercó a él.
—Estoy desnudo en todas ellas —le susurró al oído, con una voz que rezumaba sexo—. Esa foto que te gusta también era mi favorita, aunque al final esa mujer y yo no acabamos demasiado bien. —Le besó la coronilla y, con una sonrisa incitante, añadió—: Me encantaría fotografiarte a ti.
—Pues espera sentado.
—Eres preciosa, Julianne. Una foto tuya, de tu perfil, de tu sonrisa, o de tu elegante cuello sería más hermosa que cualquiera de las obras de arte que poseo, incluido el cuadro de Holiday.
Ella negó con la cabeza.
—Te lo volveré a pedir más adelante. De momento, ¿qué me dices de ir a cenar al Scaramouche? Es uno de mis restaurantes favoritos.
—No creo que sea muy buena idea cenar fuera.
Julia aún estaba intentando recuperarse de la impresión.
—¿Por qué no?
—¿No dijiste que no deberían vernos en público?
Louis frunció al cejo.
—Conozco al dueño —dijo—. Puedo reservar la mesa del chef, donde estaremos a salvo de miradas indiscretas. A menos que prefieras ir al HarbourSixty a ver a Antonio. No deja de incordiarme para que te lleve otro día.
—¿En serio?
—Oh, sí. Me contó que habías ido a comer con él y su familia al club italocanadiense.
—Fue muy amable conmigo.
Louis asintió e hizo amago de besarla, pero Julia le puso una mano en el pecho.
—No puedo ir a cenar contigo esta noche. Tengo una reunión con Katherine Picton mañana y no me la he preparado.
—¿Mañana?
—Me invitó a tomar el té en su casa. Me da un poco de miedo.
—Pues ya verás cuando la conozcas. Tiene el aspecto de una entrañable abuelita, pero no dejes que eso te engañe. Es una mujer brillante que no tolera tonterías. Llámala profesora Picton y no te molestes en charlar de nimiedades con ella para romper el hielo. Ve directa al grano y no le hagas preguntas personales.
—Sólo los presuntuosos oxonienses quieren que se los llame profesor —murmuró Julia.
Él frunció el cejo hasta que ella le guiñó un ojo.
—Es muy formal, pero es una excelente académica. Si consigues trabajar con ella será muy bueno para ti. Compórtate con corrección y seguro que se encariñará contigo. En la medida de sus posibilidades, claro.
Julia se estremeció y Louis la abrazó con más fuerza.
—No te preocupes. Ya verás como le interesa tu idea. Estoy convencido de que tratará de hacer que la cambies. Yo que tú aceptaría sus indicaciones sin discutir. Sabe lo que se trae entre manos.
—Estoy segura de que tiene cosas mejores que hacer durante su retiro que supervisar a estudiantes de doctorado.
—Me debía un favor. Le dije que tenía una estudiante muy brillante, pero que no me sentía cómodo siendo su director de tesis, porque era amiga de la familia y en seguida aceptó reunirse contigo. Aunque te advierto que es bastante escéptica con la juventud actual. Cree que los jóvenes de hoy no tienen tanto talento ni se esfuerzan tanto como cuando ella estudiaba. Así que no me prometió nada.
—No tenías por qué hacerlo.
Louis se enroscó un mechón de pelo de ella en el dedo.
—Quería hacer una buena acción. Lamenté mucho que no pudieras ir a Harvard.
Julia bajó la mirada.
—Pero gracias a eso me he reencontrado contigo.
Louis sonrió con los ojos brillantes.
—Así es.
Tras observarla intensamente durante unos instantes, cambió de postura para mirar la hora en su Rolex y gruñó.
—¿Qué pasa? —preguntó Julia.
—He de irme. Tengo una reunión.
—Yo también tendría que marcharme —replicó ella, levantándose rápidamente del sofá. Se colgó la mochila al hombro y fue a por su abrigo.
Cruzando la habitación en tres zancadas, Louis la detuvo poniéndole las manos en los hombros.
—Quédate. No tardaré mucho y volveré directamente aquí.
Julia se mordió el labio inferior mientras lo pensaba.
—No hagas eso —le pidió él, liberándole el labio con el pulgar—. Me preocupa que hagas eso.
Retiró el pulgar rápidamente para que ella no malinterpretara su intención, pero no antes de que éste entrara en contacto con la lengua de Julia por accidente. No habría sabido decir de quién había sido el descuido.
—¿De qué va la reunión?
—He quedado con Christa —respondió Louis mirándola a los ojos—. Va a ser desagradable. Pero será mucho más soportable si sé que, cuando acabe, estarás aquí esperándome.
—Tengo muchas cosas que hacer y además debo llamar a Paul. Al parecer, anoche fue a mi apartamento para asegurarse de que estaba bien —explicó ella, hablando muy de prisa—. Le mandé un mensaje diciéndole que estaba bien, que no tendría que dejar el curso, pero que iba a tener que buscar un nuevo director de tesis. No sé cómo voy a explicarle lo de Katherine.
—No tienes por qué darle explicaciones —refunfuñó Louis —. Dile que se meta en sus asuntos.
—Es mi amigo.
—Entonces dile que lo has conseguido gracias a la solicitud que enviaste a Harvard. Katherine es amiga de Greg Matthews.
Julia asintió mientras se abrochaba el abrigo.
—Un momento.
Él desapareció en su estudio durante unos momentos y luego regresó con un viejo libro que le puso entre las manos. Ella leyó el título: La figura de Beatriz: Un estudio sobre Dante, de Charles Williams.
—Quiero que te lo quedes.
— Louis, tienes que dejar de regalarme cosas —dijo, devolviéndoselo.
—Si estás familiarizada con este libro, impresionarás a Katherine. Es una gran admiradora de Dorothy L. Sayers, y Sayers obtuvo muchos de sus conocimientos sobre La Divina Comedia de la obra de Williams. —Se aclaró la garganta—. No espero nada a cambio, así que no te preocupe aceptarlo.
Ella pasó una mano sobre la vieja cubierta, contemplándola con devoción.
—Julianne, quédatelo al menos hasta que Katherine acepte ser tu tutora.
—Gracias.
—De nada. Tenemos que comentar una cosa más.
Ella levantó la vista hacia él, nerviosa.
—Todo sería mucho más fácil si no fueras mi alumna, pero lo eres, al menos de momento.
Ella ahogó un grito. Louis la miró a los ojos.
—Disculpa. No era eso lo que quería decir. Me refiero a que, aunque solucionemos el tema de la dirección de tu tesis, seguimos teniendo el problema del seminario.
—Si lo dejo, no podré graduarme en mayo. En tus mensajes decías que me buscarías un curso para suplir éste, pero no es una buena solución. Necesito hacer el seminario sobre Dante, tanto para mi especialización como para la tesis.
—La política de no confraternización se aplica tanto a estudiantes de doctorado como a todos los demás alumnos. Mientras estés en mi seminario, no podemos mantener una relación. El semestre que viene será distinto, claro. Ya no serás mi alumna.
Julia ya sabía todo esto. La Declaración de Derechos y Deberes de los Estudiantes Universitarios lo decía claramente. El profesorado no podía acostarse con los alumnos. Los alumnos no podían acostarse con los profesores. Si lo hacían, debían atenerse a las consecuencias. Por supuesto, Julia no estaba previendo acostarse con Louis.
Se preguntó si él se acordaría de ese detalle.
—No pienso perderte —susurró él—, pero tampoco voy a apartarte de tus objetivos. Vamos a tener que planear algo. Mientras tanto, hablaré con mi abogado.
—¿Tu abogado?
—Una conversación preventiva sobre lo que podría pasar si me acostara con una de mis alumnas.
Julia le apoyó una mano temblorosa en la manga.
—¿Quieres perder tu empleo?
—Claro que no —respondió él bruscamente.
—Ya he puesto en peligro tu carrera una vez. No pienso volver a hacerlo —aseveró ella—. Tenemos que mantenernos apartados hasta que acabe el semestre. Luego, si quieres, volveremos a hablar del tema. Tal vez durante ese tiempo cambies de opinión y te des cuenta de que en realidad no te intereso.
Bajó la vista hacia sus zapatillas deportivas y movió los dedos de los pies, inquieta.
—Eso no va a pasar, Julianne.
—Todavía nos estamos conociendo. Tal vez cinco semanas sólo de amistad sea justo lo que necesitamos.
—Los amigos cenan juntos. ¿Mañana por la noche?
Ella negó con la cabeza con fuerza y dijo:
—¿Por qué no me llamas? Te prometo que responderé al teléfono.
Louis frunció el cejo.
-Entonces, ¿cuándo volveré a verte?
—La semana que viene, en tu seminario.
—Falta mucho para eso.
—Es lo que hay, profesor.
Julia esbozó una media sonrisa y se dirigió hacia la puerta.
—¿No te dejas nada?
Ella comprobó que llevaba las llaves en la mochila.
—No, creo que no.
Él se le acercó con una mirada insinuante.
—¿No hay un beso para el pobre y solitario Louis? —musitó en tono seductor.
Julia tragó saliva.
—Los amigos no se besan como lo haces tú.
Louis siguió avanzando hasta que ella notó la puerta contra su espalda.
—Sólo un beso de amigos. Palabra de boy scout.
—¿Fuiste boy scout?
—No.
Levantando la mano muy lentamente para no asustarla, le acarició la mejilla con delicadeza y le sonrió. Desarmada, Julia le devolvió la sonrisa. Louis entonces la besó, con un beso suave pero firme.
Ella esperaba que continuara seduciéndola, abriendo la boca, o moviendo el cuerpo, pero no lo hizo. Se mantuvo inmóvil, con los labios pegados a los suyos hasta que se apartó sonriente.
—No ha sido tan grave, ¿no? —preguntó, pasándole un dedo por la mandíbula y echándose a reír.
Ella negó con la cabeza.
—Adiós, Louis.
Cuando Julia se hubo marchado, él se apoyó en la puerta y se frotó los ojos, refunfuñando.
Última edición por karencita__mb el Vie 30 Mayo 2014, 3:50 pm, editado 2 veces
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
»кιтту ѕукєѕ
MARATÓN 2/3
Cuando Louis regresó a casa, después de una reunión desagradable y bastante pintoresca con Christa, sacó una agua Perrier de la nevera y marcó el número de John Green, su abogado.
Hacía bastante tiempo que no necesitaba sus servicios y no lo había echado de menos. John tenía algunos clientes de dudosa reputación, pero era el mejor en su campo y Louis lo sabía. Era especialista en derecho penal de Canadá, tema que tenía poco que ver con el derecho laboral, como John se ocupó de recordarle varias veces a lo largo de la media hora que duró su conversación.
—Te advierto que si la política de no confraternización es uno de los puntos de tu contrato, violarla pone en peligro tu empleo. Así que deja que te lo pregunte directamente: ¿te estás acostando con ella?
—No —respondió Louis lacónicamente.
—Bien. Pues sigue así. De hecho, mi consejo profesional es que te mantengas lejos de esa chica hasta que volvamos a hablar. ¿Cuántos años tiene?
—¿Disculpa?
—La chica, Louis, la putita.
—Vuelve a llamarla así y dejaré de ser tu cliente.
El abogado hizo una pausa. Su cliente era un tipo duro, un cabronazo sin miedo a nada y John no tenía energías para un altercado telefónico.
—Déjame intentarlo de nuevo. ¿Qué edad tiene la jovencita?
—Veintitrés.
John suspiró aliviado.
—Bueno, al menos no estamos hablando de una menor.
—Fingiré no haber oído eso.
—Escucha, Tomlinson, soy tu abogado. Déjame hacer mi trabajo. No puedo darte una opinión profesional sobre tu situación hasta que no conozca todos los detalles. Una de mis socias demandó a la Universidad de Toronto el año pasado. Le pediré que me pase el informe. Pero de momento, repito, mantente alejado de ella. Hagas lo que hagas, no te acuestes con ella. ¿Está claro?
—Sí.
—Para que no haya malentendidos, no mantengas ningún tipo de actividad sexual con ella. No me gustaría que nos viéramos metidos en un debate clintoniano sobre qué es una relación sexual y qué no lo es. No hagas nada con ella, aunque sea sexo consentido.
—¿Y si tuviéramos una relación romántica pero no sexual?
John reflexionó durante unos momentos, mientras se limpiaba la oreja con el dedo meñique.
—No acabo de entenderlo.
—¿Qué pasaría si nos viésemos, sin tener contacto sexual?
John se echó a reír a carcajadas.
—¿Me tomas el pelo, Tomlinson? Eso no me lo creo ni yo y soy tu abogado. Nadie más se lo creería.
—No es lo que te he preguntado. Lo que quiero saber es si mantener una relación en la que no haya actividad sexual violaría la política de no confraternización de la universidad.
—Nadie va a creerse que tengas relación con una estudiante sin sexo de por medio, especialmente con tu reputación. Por supuesto, le correspondería al empleador aportar pruebas, a no ser que tu chiquita presentara una demanda contra ti, o que alguien los descubriera en una situación comprometida. O que acabe embarazada.
—Eso no va a pasar.
—Eso es lo que dice todo el mundo, Tomlinson.
Louis se aclaró la garganta.
—Sí, pero en este caso es imposible. Por más de una razón.
John puso los ojos en blanco. No tenía ganas de darle una clase de biología al profesor.
—En cualquier caso, si los descubrieran y no hubiera habido contacto sexual, lo más probable es que sólo recibierais una reprimenda por relación inadecuada. Pero no puedo poner la mano en el fuego antes de leer la normativa y de informarme sobre los precedentes que haya habido en tu universidad.
—Gracias.
—Si la lías, es tu culo el que correrá peligro, no el mío. Ten cuidado. Yo cobraré igual, hagas lo que hagas. —Carraspeó—. Y, Louis...
—¿Sí?
—Trata de no meterte en líos durante una temporada. Nada de chicas, nada de peleas ni de dejarte ver borracho en público. Cualquier demanda judicial dejará al descubierto tu historia, no lo olvides. Dejemos el pasado en el pasado, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, John.
Y dicho eso, colgó el teléfono y cogió las llaves. La mejor solución para liberar tensiones sería una sesión en su club de esgrima.
*
Cuando Julia regresó a su apartamento, rebuscó entre los arbustos de delante de su puerta, pero lo único que encontró fueron unos cuantos trozos de la postal de Louis rotos y medio borrados. Era imposible recomponer el mensaje con ellos.
Pasó casi todo el día leyendo el libro de Charles Williams y tomando notas que esperaba que le fueran útiles para su entrevista con Katherine. Tuvo que admitir que la idea de Louis había sido providencial. El dominio de Dante que tenía Williams le aportó muchísimas ideas para su proyecto de tesis.
Antes de irse a dormir, se sentó en la cama escuchando el iPod y pensando en Louis. La segunda canción que éste le había descargado era Dante’sprayer, la oración de Dante, también de LoreenaMcKennitt. Era una pieza muy emotiva y, mientras la escuchaba, empezó a llorar. Esa noche, se acostó con la fotografía que había guardado en el cajón de la ropa interior otra vez bajo la almohada y reflexionando sobre un montón de cosas.
Louis era un adicto. Sabía que si alguna vez volvía a caer en las garras de la droga, la arrastraría a ella en su caída, hasta unas profundidades en las que no deseaba habitar.
Además, cualquier tipo de relación con él podía manchar tanto la carrera de Louis como la suya. Si su relación salía a la luz, él se convertiría en el centro de las conversaciones malintencionadas de todas las fiestas de la universidad. Sería el joven y prometedor profesor que se había tirado a una alumna a la que había conocido en su seminario. Y ella sería la fresca que se había abierto de piernas para conseguir aprobar el seminario, ya que no era lo bastante inteligente como para conseguirlo de otra manera. Que ambos esperaran al final del semestre no tenía importancia. Las habladurías los alcanzarían igualmente.
También se dedicó a recordar el pasado. Se había enamorado de Louis a los diecisiete años. Tal vez podía explicarse por la intensa conexión que había existido entre ellos, o por cómo él la había mirado, o por los sentimientos que le había despertado mientras estuvo entre sus brazos. Cualquiera que fuera la base de ese sentimiento, el caso era que se había enamorado de él perdidamente. Cuando Louis desapareció, trató de borrar sus sentimientos. Al ver que no lo conseguía, trató de ahogarlos enamorándose de otra persona.
Pero acurrucada entre sus brazos la noche anterior, había sentido unas emociones tan intensas que las defensas que había construido tan cuidadosamente alrededor de su corazón se habían derrumbado como un castillo de arena abatido por la fuerza del océano. El amor que sentía por Louis seguía allí, como una llamita que ningún océano podía apagar.
Tal vez en ese momento no tenía elección porque ya la había hecho en el pasado. Había elegido cuando él le tendió la mano y ella se la cogió sin dudarlo un instante. En cuanto Louis la había tocado, Julia supo que era suya. Después, él había vivido siempre entre las sombras, como un fantasma que se negaba a desaparecer por completo. Y ahora ese fantasma había decidido que quería recuperarla.
Aunque Julia creía que él nunca sería capaz de amarla.
A la mañana siguiente, Julia comprobó los mensajes en el móvil y se sorprendió al encontrar uno de Louis. La había llamado cuando ya estaba dormida.
«Julianne, me prometiste que responderías al teléfono.
[Suspiro.]
Supongo que estás bien; que estarás en el baño o algo. Llámame cuando recibas el mensaje. Siento no haber podido llevarte a cenar esta noche, pero me gustaría cenar contigo mañana. ¿Podríamos al menos hablarlo?
[Pausa.]
Llámame, principessa. Por favor.»
Lo primero que hizo ella fue guardar su número, aunque en vez de su nombre, escribió Dante Alighieri. Luego lo llamó, pero le salió el buzón de voz.
«Hola, soy yo. Siento no haber respondido al teléfono anoche. Me quedé dormida. Claro que me gustaría verte, pero creo que ir a cenar fuera es muy arriesgado. Quiero conocerte mejor, Louis, y espero que encontremos una manera segura de hacerlo. Siento haberme perdido tu llamada. Hablamos luego.»
Julia pasó casi toda la mañana del viernes trabajando en su proyecto de tesis. Tuvo el teléfono a mano por si Louis la llamaba, pero no lo hizo. Quien sí la llamó fue Paul, aunque su conversación se interrumpió bruscamente cuando el profesor Tomlinson entró en su despacho de la biblioteca. Al parecer, Louis estaba de mucho mejor humor, así que a Paul no le costó demasiado creer que no había sido excesivamente duro con ella. Julia, por su parte, hizo todo lo que estaba en su mano para convencerlo. Crisis evitada.
Tras una reunión muy interesante con Katherine, regresó a casa y se preparó una cena ligera. Después de tomarse la sopa de tomate, se duchó y se cubrió con una toalla lila que apenas llegaba para cubrirle el pecho y el trasero. Frente al armario, estuvo dudando qué pijama ponerse. En vista de que el frío de finales de octubre no parecía tener intenciones de remitir y como homenaje a la proximidad de Halloween, eligió uno de calabazas.
Tap, tap, tap.
Sobresaltada, Julia soltó un gritito. Una voz llegaba amortiguada desde el otro lado de la ventana. Alguien volvió a golpear en el cristal con más urgencia. Fue hacia allí y, al descorrer la cortina, se encontró con la cara preocupada de Louis.
—¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó ella, quitando los seguros de la vieja ventana y levantándola con una mano, mientras se sujetaba la toalla con la otra.
—No respondías al teléfono, ni al timbre de la puerta. Temía que te hubiera pasado algo. He dado la vuelta al edificio y he visto luz en esta habitación.
Al darse cuenta de que le costaba sujetar la ventana, dijo:
—Déjame a mí.
Con un solo movimiento, la levantó hasta arriba y le dio dos bolsas de papel.
—¿Qué es esto? —preguntó Julia.
—La cena. Ahora apártate y déjame entrar. Aquí fuera hace frío.
—¿Qué estás haciendo?
—¿A ti qué te parece? Estoy entrando en tu apartamento por la ventana.
—Te habría dejado entrar por la puerta como una persona normal —replicó ella, colocando las bolsas sobre la mesa.
Louis le dirigió una mirada hambrienta mientras pasaba las piernas por encima del alféizar de la ventana.
—Vestida así, mejor que no abras la puerta. —Cerró la ventana, pasó el seguro y corrió las cortinas—. Deberías ponerte algo encima.
Julia se estremeció cuando él le acarició el hombro desnudo con un dedo.
«Suave, tersa, húmeda y cálida», pensó Louis.
Ella se sujetó la toalla con más fuerza, mientras él apartaba la vista. Estaba prácticamente desnuda y aún húmeda de la ducha. La visión estaba causando efectos indeseados en su anatomía. Algo cobró vida dentro de sus pantalones y saludó. Más de una vez.
—Por favor, vístete, Julianne —le dijo con voz ronca.
Ella retrocedió ante lo que le pareció vergüenza e incomodidad por parte de Louis.
—Me cambiaré en el baño —dijo, mientras buscaba la ropa de yoga y sus zapatillas de borreguillo.
—¿Por qué no tienes encendida la calefacción? —preguntó él, mientras Julia se alejaba.
—Está encendida.
—No me digas... Si hace casi el mismo frío aquí que en la calle. Te pondrás enferma si te paseas vestida sólo con una toalla.
Ella cerró la puerta, poniendo fin a la conversación.
Louis se recolocó los pantalones y buscó un termostato, pero por supuesto, no había ninguno. Pronto estuvo de rodillas en el suelo, tratando de reparar el viejo radiador que era la única fuente de calor del apartamento.
«¿Cómo puede vivir así? Hace un frío que pela aquí dentro.»
Cuando Julia salió del baño, se lo encontró todavía con el abrigo puesto, arrodillado frente al radiador, como si éste fuera un altar.
—Pasas más tiempo de rodillas que cualquier otro profesor —le comentó riendo.
Él la miró por encima del hombro.
—Muy graciosa, Julianne. Este radiador no funciona. ¿Tienes alguna estufa eléctrica?
—Hay una de barra en el baño, pero no la uso.
Louis se levantó negando con la cabeza y se dirigió al aseo rápidamente. Encendió la barra eléctrica y dejó la puerta abierta.
—Deja que caliente un poco el apartamento. Tienes el pelo mojado y puedes coger frío. Te prepararé una taza de té —se ofreció, colgando el abrigo detrás de la puerta de la calle.
—Puedo hacerlo yo.
—Permíteme —pidió, dándole un beso en la frente.
A continuación, cogió la tetera eléctrica, la llenó con agua del lavabo y volvió a ponerse de rodillas para enchufarla debajo del armario.
Julia trató de no quedarse mirando cómo los pantalones de lana negra se amoldaban a su bien formado trasero mientras lo hacía. Para distraerse, comparó su comportamiento con el de la primera visita que hizo a su agujero de hobbit. Era como si existieran dos Louis y ese día había tocado que la visitara el amable.
«Este otro es igual de guapo, pero mucho más atractivo.»
—Bien —dijo Louis, levantándose y mirando a su alrededor—. Y ahora te haré entrar en calor. —Clavando la mirada en ella, se le acercó y la abrazó, frotándole la espalda—. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Y por qué no contestas al teléfono?
—Contesto al teléfono, a no ser que esté durmiendo o en la ducha.
—Estaba preocupado. No me respondiste ayer por la noche, ni hace una hora.
—Me estaba lavando el pelo.
Louis le hundió la cara en el cuello y aspiró su aroma. «Vainilla.»
—Julianne —empezó a decir, acariciándole la cara.
Ella parpadeó.
—¿Sí?
Él guardó silencio.
Al alzar la vista, Julia vio que se le habían oscurecido los ojos y que la estaba mirando intensamente.
Louis se inclinó sobre ella y le rozó el cuello con los labios con suavidad, empezando por debajo de la oreja izquierda y terminando en el comienzo de la clavícula. Un fogonazo de deseo se encendió en el estómago de Julia y fue bajando. Aunque los labios de él reseguían su piel casi sin tocarla, la sangre de ella respondía a su llamada y circulaba más de prisa. El contacto de Louis nunca le había parecido tan erótico, tan afectuoso.
Una y otra vez, recorrió la columna de su cuello, sacando la lengua de vez en cuando para probar el sabor de su piel. Y también de vez en cuando cambiando los labios por la nariz o la barbilla, rascándola con la barba incipiente.
Trazó un camino de delicados besos hasta llegar al hueco de debajo de su garganta. Tras presionar allí los labios con fuerza, siguió su camino, recorriéndole el lado derecho del cuello. Julia gimió y cerró los ojos. Subiendo las manos por la espalda de Louis, llegó a su nuca y le enredó las manos en el pelo. Sus dedos se movían por voluntad propia, acariciándole la piel justo por encima del cuello de la camisa sin darse cuenta.
—Humm.
—¿Te gusta? —susurró él, sin dejar de besarla.
Julia volvió a murmurar para expresar su placer.
—Quiero complacerte, Julianne. Más de lo que te imaginas —dijo Louis, prestando especial atención a la zona de debajo de la oreja y a la sensible piel de la mandíbula—. Dime si te estoy dando placer.
Ella apenas oyó lo que decía, distraída por una miríada de sensaciones que le recorrían el cuerpo y por el calor que le encendía la carne. Ya no tenía frío. No sentía nada que no fuera él.
—Me das placer, Louis —susurró aturdida.
—Ésa es una declaración de deseo —murmuró él a su oído, provocando que ella se estremeciera—. Si fuéramos amantes, te besaría así para comunicarte mi intención de llevarte a la cama. Ahora sólo puedes imaginarte los placeres que te aguardan allí, pero te puedo asegurar que ardo por ti. No voy a besarte en los labios porque tengo miedo de no poder detenerme.
Julia gimió con más fuerza y Louis continuó con su sensual asalto, echándole el pelo hacia atrás para poder ampliar su territorio de exploración. Con besos ligeros y delicados como plumas, fue ascendiendo hasta llegar a su otra oreja. Una vez allí, se metió el lóbulo en la boca y se lo acarició con la lengua.
—Si probara tu boca ahora, no respondería de las consecuencias. Sólo puedo adorar tu precioso cuello. Y sé que dentro de poco tendré que parar, antes de que la tentación sea demasiado grande. Ya es demasiado grande. No te imaginas cuánto te deseo. —La voz se le había puesto ronca; parecía estar respirando agitadamente.
Julia sintió que las piernas no la aguantaban y empezó a tambalearse... justo cuando la tetera empezó a silbar. Louis le dio un casto beso en la mejilla y se apartó para preparar el té, mientras ella se sentaba, temblorosa, en una de las sillas. El corazón le latía tan de prisa que pensó que estaba a punto de tener un ataque. Se echó hacia adelante y apoyó la cabeza entre las manos.
«Si reacciono así por unos cuantos besos, ¿cómo voy a reaccionar cuando...?»
—¿Qué tipo de té quieres, cariño? —preguntó Louis, alzando una ceja, divertido ante los esfuerzos de Julia por recuperar el aliento.
La única razón por la que él había recuperado el suyo era porque se había apartado de ella. Y porque tenía más experiencia en ocultar sus sentimientos y sensaciones. A menos que alguien hiciera un examen visual riguroso.
—Lady Grey. Está en la lata, al lado de la tetera —respondió Julia con voz temblorosa.
—No soy muy aficionado al té, así que seguro que no será tan bueno como el que haces tú. Esperemos que se pueda beber.
Julia alzó la ceja, sorprendida por su elección de palabras, y le dio las gracias cuando él le puso la tetera y una taza delante.
—He comprado unas cuantas cosas. ¿Has cenado?
—Me he tomado una sopa.
—Julianne. — Louis se sentó a su lado, mirándola con desaprobación—. Una sopa no es suficiente.
—Sí, creo que no es la primera vez que oigo eso —replicó ella, poniendo los ojos en blanco.
Él se echó a reír y sacó de las bolsas una botella de vino y un abridor.
—¿Tienes copas?
—Sí.
Julia se acercó a la zona de cocina para buscarlas. Todavía no sabía qué pensar de la relación de Louis con el alcohol, pero por el momento decidió concederle el beneficio de la duda. Al volver a la mesa, leyó la etiqueta de la botella: Serego Alighieri Vaio Armaron Amarone 2000.
—¿Es quien creo que es? —preguntó, señalando la botella.
Louis le cogió la mano y le dio un beso en la palma.
—Sí, el hijo de Dante compró los viñedos en el siglo XIV y la familia Masi ha estado produciendo vino desde entonces.
Echándose hacia atrás en la silla plegable, contempló a Julia en silencio. Parecía sobrecogida.
—No sabía que su familia tuviera un viñedo.
—Producen un vino muy bueno. Aunque, tal vez, teniendo en cuenta nuestro pasado, la elección te parezca demasiado sentimental.
Ella negó con la cabeza.
—No. No me lo parece.
—He trabajado hasta tarde, pero me apetecía mucho cenar contigo. He ido a Pusateri’s y he comprado comida para llevar. Hay manicotti, ensalada César y una barra de pan. ¿Te apetece?
Julia miró el despliegue de comida que había aparecido en su mesa y se le abrió el apetito inmediatamente.
—¿Y esto qué es? —preguntó, señalando un paquete de lo que parecían galletas, con un reno en la etiqueta.
Louis se echó a reír.
—Son galletas de lima de la DancingDeerBakingCompany, mis favoritas. ¿Por qué no te secas el pelo y te bebes el té mientras acabo de preparar todo esto? —propuso, pasándole los dedos por el cabello aún húmedo.
—¿Por qué sigues alimentándome?
La mano de él se detuvo.
—Ya te lo he dicho, me gusta darte placer. —Retirando la mano, le dedicó una mirada socarrona—. Esto es lo que hace un hombre cuando le interesa una mujer, Julianne. Se muestra atento, se anticipa a sus necesidades. —Con una sonrisa traviesa, añadió—: Tal vez esté tratando de enviarte un mensaje. Si soy así de atento con tus necesidades culinarias, imagínate lo atento que sería respecto a otros... apetitos.
Ella se ruborizó inmediatamente y Louis no pudo reprimir el impulso de acariciarle la mejilla.
—Tienes una piel preciosa —susurró—. Como una rosa que acabara de florecer. —La miró con admiración—. Rachel dejó de ruborizarse cuando empezó a acostarse con Aaron.
—¿Cómo lo sabes?
—Todos nos dimos cuenta. No fue muy difícil. Un día estaba leyendo El Principito y al siguiente se estaba comprando lencería.
Julia se mordisqueó el labio inferior, perdida en sus propios pensamientos.
—Me encantó ese libro.
—«Hemos de mirar con el corazón, no con los ojos.»
—Exacto —murmuró ella—. Me encanta la parte en la que el zorro le explica al Principito el proceso de domesticación y decide que quiere que lo domestique a él, que quiere ser su zorro, aunque eso lo haga vulnerable.
—Julianne, creo que deberías secarte el pelo ahora mismo.
Él le apartó la mano de la cara y se levantó bruscamente, luego fingió estar muy ocupado organizando la cena. Julia se preguntó qué
habría dicho para causarle esa desazón.
Después de cenar, se sentaron en la cama a modo de sofá. Louis apiló varios cojines y se reclinó, rodeando la cintura de Julia con un brazo.
—Siento que sea tan incómodo —se disculpó ella con sencillez.
—No es incómodo.
—No disimules. Sé que odias este sitio. Es pequeño, frío y... —dejó la frase en el aire, señalando a su alrededor.
—Siempre me arrepentiré de las cosas que te dije cuando fuiste tan amable de invitarme a entrar. No odio este sitio. ¿Cómo iba a hacerlo? —Entrelazó los dedos con los suyos—. Es donde tú estás.
—Gracias.
—Gracias a ti por hacer que todo sea hermoso sólo por estar ahí.
Julia sonrió mientras Louis se llevaba sus manos entrelazadas a la boca y le besaba los dedos con ternura.
—Cuéntame, ¿qué tal la reunión con Katherine?
Ella tuvo que esperar unos momentos a que los dedos dejaran de hormiguearle para poder hablar:
—Es exactamente como me la describiste. Se ha alegrado mucho al saber que había estado leyendo a Charles Williams. Creo que eso la ha predispuesto a mi favor. Ha aceptado ser mi tutora.
—¿Y qué le ha parecido el proyecto?
—Bueno, dice que le parece un tema muy trillado. Ha sugerido que, en vez de comparar lujuria y amor cortés, podría comparar aspectos de la amistad entre Virgilio y Dante con el amor cortés. Así que, en vez de lujuria y amor, compararé amistad y amor.
—¿Estás satisfecha con el cambio?
—Supongo. Me ha aconsejado que el semestre que viene me matricule en el seminario de la profesora Leaming. Aunque sea especialista en santo Tomás de Aquino, su curso está centrado en el amor y la amistad.
Louis asintió.
—Conozco a Jennifer Leaming. Es buena.
Ella jugueteó con la colcha. Él le cubrió la mano con la suya.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Sin secretos, Julia. ¿Qué pasa?
—Le envié un correo electrónico a la profesora Leaming hace una semana preguntándole si quería ser mi directora de tesis. Fue antes de que mantuviéramos nuestra... conversación.
La mirada de Louis se ensombreció.
—Y ¿qué te dijo?
—Nada.
—Jennifer está muy ocupada. No es adjunta y dudo que tenga tiempo de supervisar a alumnos que no pertenezcan al Departamento de Filosofía. — Louis se interrumpió unos instantes antes de seguir hablando—: Cuando te dije que te buscaría un nuevo director, ¿no me creíste?
Julia se removió, inquieta.
—Te creí.
—Entonces, ¿qué te impulsó a moverte a mis espaldas?
—Quería comprobar si podía resolverlo por mi cuenta.
—¿Y qué tal? —preguntó él, apretando los labios.
—Muy mal.
—Tarde o temprano vas a tener que confiar en mí. Particularmente en temas ligados a la universidad. Si no, no conseguirás nada.
Ella asintió, mordiéndose la mejilla por dentro.
—¿Y qué tal fue tu reunión con Christa?
—Prefiero no hablar de eso. Esa mujer es una plaga bíblica.
Julia trató de disimular una sonrisa.
—Está demasiado ocupada tratando de rescatar su propuesta de tesis para molestarnos ahora mismo —continuó él—. No pienso aceptar su proyecto tal como está y eso probablemente implique que busque a otro director de tesis. Aunque, por desgracia, soy el único especialista en Dante en estos momentos.
—¿Así que Christa queda fuera de la ecuación?
—Le he dicho que tiene de plazo hasta el 18 de diciembre para presentarme una nueva propuesta. Puede considerarlo un regalo de Navidad. No te preocupes más por ella. Su futuro académico pende de un hilo. Un hilo que sostengo yo.
«Bien», pensó Julia.
—También tuve una interesante conversación con mi abogado —añadió Louis.
Julia bebió un trago de vino y esperó a que él siguiera hablando.
—Me dijo que se informaría más a fondo sobre la política de no confraternización de la universidad, pero que me desaconsejaba muy encarecidamente mantener cualquier tipo de relación sentimental contigo mientras estuvieras en mi clase.
Ella se ruborizó.
—¿Eso incluye los besos?
—No lo dudes, pero comentó que a la universidad le preocupan básicamente las actividades sexuales. Mientras seamos castos y discretos durante el resto del semestre, no creo que tengamos problemas.
Julia se ruborizó aún más y no apartó la vista de la copa.
—Así que vas a tener que mantener las manos quietas hasta que te haya entregado la nota del seminario, señorita Mitchell.
—No puedes ir besándome y calificar mi trabajo a la vez.
—Tienes razón. A estas alturas ya no podría ser objetivo con tu trabajo por mucho que me esforzara. Haré que lo califique Katherine.
—¿No le extrañará?
—Me inventaré alguna excusa —respondió él, sonriendo—. Y le compraré una botella de Lagavulin de dieciséis años. Resucita a un muerto.
—Pero lo que estamos haciendo no deja de ser confraternizar.
Louis le sujetó la cara entre las manos.
—Pero no es tan grave como si nos hubiéramos acostado. Tendríamos menos problemas con la administración en caso de ser descubiertos. Mi abogado está buscando cualquier resquicio legal.
—No quiero ser un resquicio en tu vida.
—No lo eres. ¿Prefieres que nos mantengamos totalmente apartados durante cinco semanas? Yo prefiero verte y poder darte la mano, pero si es lo que tú prefieres, lo haré.
Julia se lo planteó, pero la idea de no verlo durante cinco semanas la ponía enferma, así que negó con la cabeza.
—Me gustaría que pudiéramos seguir viéndonos —continuó Louis —. Como amigos, por supuesto. Tú aún estás decidiendo si puedes confiar en mí y todavía nos estamos conociendo. Si nadie en la universidad se entera, nadie podrá atacarnos.
Le quitó la copa de vino y la dejó en la mesita, al lado de la suya. Luego la abrazó hasta que Julia prácticamente estuvo sentada sobre su regazo.
—Podemos imaginarnos que somos adolescentes y que seguimos viviendo en Selinsgrove. Que acabamos de empezar a salir juntos y que, como somos buenos chicos chapados a la antigua, hemos hecho voto de castidad.
—Le has estado dando muchas vueltas a todo esto.
—Tengo una imaginación muy rica y gráfica en lo que a ti se refiere —susurró él—. Tal vez me hubiese gustado que pudiésemos ser adolescentes al mismo tiempo.
—Entonces, ¿todo esto va encaminado a acostarnos?
Louis reflexionó un momento antes de responder.
—Lo que me había imaginado no era tan sórdido. Pero, Julianne, piensa que lo que pase o deje de pasar en nuestra relación depende enteramente de ti.
Ella asintió para hacerle saber que lo había oído y ambos guardaron silencio. Poco después, Julia cerró los ojos, sintiéndose extrañamente relajada por el aroma de Louis y el latido de su corazón. Él le acarició el cabello y le susurró palabras en italiano.
—¿Julianne? —la llamó al cabo de un rato.
Silencio.
—¿Julia?
Al inclinarse, vio que se había dormido. No quería despertarla, pero tampoco quería irse sin despedirse. Además, no se marcharía tranquilo si ella no cerraba la puerta por dentro.
La levantó con cuidado y la depositó bajo el edredón, esperando que se despertara, pero no lo hizo. Louis se quedó mirando su cuerpo menudo, sus labios entreabiertos, su pecho, que subía y bajaba cada vez que respiraba. Era muy bonita. Y muy dulce.
No recordaba la última vez que había pasado una noche casta al lado de una mujer hermosa que no fuera miembro de la familia. Una noche casta, aunque cargada de deseo, pasión y una necesidad abrumadora... ¡Dios, cómo la deseaba!
Pero el conflicto de siempre se cernía amenazador en su mente. No quería corromperla. No quería que se volviera como él. No quería que fuera vulnerable ni soportaría que sufriera por su culpa. Dudaba muy seriamente de su propia capacidad para mantener una relación con Julia sin perder el control. Había estado a punto de olvidarse de sus buenas intenciones al verla con aquella toalla.
«Ésta es la consecuencia de años de lujuria y desenfreno. Ya ni siquiera sabes cortejarla como un caballero. Quieres hacerle el amor sin que ella sienta que la estás follando, pero ¿serás capaz? ¿Podrías mantener una relación sexual con Julia sin tratarla como si fuera un juguete concebido para tu satisfacción carnal? ¿Podrías amarla sin pecar?»
Estos pensamientos lo martirizaban mientras contemplaba al corderito de mejillas sonrosadas que le tenía tanta confianza que se había quedado dormida entre sus brazos, ajena a la pasión que le hervía a él en las venas.
Se vació los bolsillos y desconectó el iPhone antes de ir al baño. Apagó la estufa y se quedó en calzoncillos y camiseta. Dedicó un momento a memorizar la marca del champú y demás productos de aseo de Julia, para poder comprarlos para su próxima visita a su casa.
Definitivamente, la vainilla era su nuevo sabor favorito.
«Aunque la vainilla y el chocolate juntos...»
Tras apagar la luz, se tumbó a su lado en la cama individual. Era demasiado pequeña para dos personas. Por un momento, casi añoró su camastro de la residencia de estudiantes en Princeton o en el MagdalenCollege. Casi. En aquellas camas se podía dormir, pero eran totalmente inadecuadas para cualquier actividad sexual. Era una suerte que ese tipo de actividades no formaran parte del menú de esa noche.
Al darse la vuelta, su mano rozó un trozo de papel pequeño y liso metido bajo la almohada. Lo cogió y lo levantó para mirarlo a la luz de un rayo de luna que entraba por la ventana. Lo que vio no podía haberlo sorprendido más. Era una vieja fotografía suya, de sus días en Princeton. Reconoció el jersey del equipo de remo de la universidad.
«¿De dónde la habrá sacado? ¿Cuánto tiempo hará que la tiene?» Volvió a dejarla bajo la almohada, sonriendo sorprendido. Algo parecido a la esperanza le calentó las entrañas.
Nunca le había gustado dormir abrazando a alguien por detrás, como cucharitas en un cajón. Era una postura demasiado íntima para él. Pero ese día era justo lo que deseaba hacer. Rodeó a Julia con su cuerpo y le pasó un brazo por encima. Encajaban perfectamente.
Louis suspiró de satisfacción al poder abrazar el cálido cuerpo de la joven a la que adoraba y hundir la nariz en su pelo largo y suave, que olía a vainilla.
Alrededor de las tres de la mañana, Julia abrió los ojos. Un fuerte brazo la sujetaba con firmeza y el aroma de Louis le llegó a la nariz. Estaba entre sus brazos, con la espalda pegada a su pecho.
Aunque él se movió un poco como reacción al movimiento de ella, su respiración acompasada indicaba que seguía durmiendo.
Julia lo miró en la oscuridad. ¿Cuántos años había esperado para dormir otra vez a su lado? Se volvió muy lentamente y se puso boca arriba. Con los ojos cerrados y una expresión de paz en la cara, Louis parecía mucho más joven. Casi parecía un niño. Un niño bueno, de pelo castaño y labios sonrosados, que sonreía en sueños dulcemente. Julia suspiró disfrutando de su belleza.
Louis abrió los ojos. Tardó unos segundos en distinguirla en la oscuridad, pero cuando lo hizo, la besó en los labios y susurró:
—¿Estás bien?
—Sigues aquí —dijo ella.
—No volveré a dejarte sola sin decirte adiós. ¿No puedes dormir?
—Pensaba que esto era un sueño.
—Sólo para mí —replicó él con una sonrisa.
—Eres guapísimo, Louis. Siempre lo has sido, lo sabes, ¿no?
—La naturaleza es muy cruel. El ángel caído conserva su belleza, pero soy feo por dentro.
Julia le dio un beso decidido para dar más énfasis a las palabras que estaba a punto de pronunciar.
—Alguien que es feo por dentro no compra un maletín para otra persona y mantiene lo que ha hecho en secreto.
Él la miró boquiabierto.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Rachel me lo contó.
—Y, al enterarte, ¿te vinieron más ganas de quedártelo o menos?
—En aquel momento, mitad y mitad.
—Pero ya no lo usas —comentó Louis, apartándole el pelo de la cara.
—Volveré a usarlo.
—Entonces, ¿te gusta?
—Mucho. Gracias.
Él le frotó la nariz con la suya y sonrió.
—Tú eras hermosa a los diecisiete años, Julianne. Ahora eres deslumbrante.
—Nadie es feo del todo en la oscuridad —susurró ella.
—No estoy de acuerdo. — Louis volvió a besarla, pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó bruscamente y se obligó a detenerse.
Julia le apoyó la cabeza en el pecho y cerró los ojos, escuchando el latido de su corazón y tratando de no embriagarse con la energía que circulaba entre los dos.
—Acabo de darme cuenta de que la única manera de conseguir que seas sincera conmigo es compartiendo tu cama.
Ella se ruborizó. Aunque estaba oscuro, Louis lo notó y se echó a reír.
—¿A qué crees que se deberá?
—Cuando estamos juntos en la cama, eres amable conmigo. Me siento... segura.
—No sé si estar acostados juntos es muy seguro, Julianne, pero te prometo que trataré de ser amable contigo siempre. Especialmente en la cama.
Ella lo abrazó y asintió contra su pecho, como si entendiera las implicaciones de lo que le estaba diciendo. Pero no podía entenderlas. ¿O sí?
—¿Vas a ir a casa en Acción de Gracias?
—Sí, tengo que llamar a mi padre para darle las buenas noticias.
—Yo le prometí a Richard que iría. ¿Te... te apetecería viajar conmigo?
—Me encantaría.
—Bien. — Louis suspiró y se frotó los ojos—. Entonces será una fiesta mucho más agradable.
—Nunca me ha gustado Acción de Gracias. Sólo Grace la hacía tolerable.
—¿No lo pasabas bien con tu familia?
Julia cambió de postura, inquieta.
—No lo celebrábamos.
—¿Por qué no?
—Yo siempre me encargaba de cocinar, a menos que mi madre estuviera fuera de casa, en rehabilitación. Pero cuando trataba de preparar algo especial... —Julia negó con la cabeza. No podía continuar.
Louis la abrazó con más fuerza.
—Cuéntamelo —susurró.
—No quieres saberlo.
Ella trató de liberarse, pero él se mantuvo firme.
—No quería que te disgustaras. Sólo quiero conocerte mejor.
El tono de voz de Louis, más que sus palabras o sus gestos, le llegó al corazón. Respiró hondo antes de seguir hablando.
—Durante mi último día de Acción de Gracias, en San Luis, mi madre llevaba varios días de borrachera en casa con uno de sus novios. Pero, estúpida de mí, decidí preparar un pollo relleno asado con patatas doblemente horneadas y verduras como acompañamiento.
—Seguro que quedó delicioso —la animó él.
—Nunca lo averigüé.
—¿Por qué?
—Tuve una especie de accidente.
—Julianne... — Louis trató de levantarle la barbilla para que lo mirara a los ojos, pero ella se resistió—. ¿Qué pasó?
—No teníamos mesa en la cocina. Así que monté una mesa plegable en el salón y puse tres cubiertos. Fue una auténtica estupidez. No tenía que haberme molestado. Coloqué la comida en una bandeja para llevarla a la mesa, pero el novio de mi madre me puso la zancadilla y me caí.
—¿A propósito?
—Sí, me vio venir.
Louis se enfureció inmediatamente y apretó los puños.
—Salí volando. Los platos se rompieron. Había comida por todas partes.
—¿Te hiciste daño? —preguntó él, con los dientes apretados.
—No me acuerdo.
—¿Tu madre te ayudó?
Julia negó con la cabeza. Louis gruñó.
—Se echaron a reír. Debía de tener un aspecto patético, de rodillas, llorando, bañada en salsa. El pollo salió disparado y se deslizó por el suelo hasta quedar debajo de una silla. —Permaneció un rato en silencio, reflexionando—. Pasé un buen rato de rodillas. Te habría dado un ataque si me hubieras visto.
Él reprimió el impulso de dar un puñetazo a la pared.
—No me habría dado ningún ataque. A él le habría dado una paliza y me habría tenido que contener mucho para no dársela también a ella.
Julia le acarició el puño con un dedo.
—Pronto se aburrieron del espectáculo y se fueron a la habitación a follar. Ni siquiera se molestaron en cerrar la puerta. Ése fue el último día de Acción de Gracias que pasé con Sharon.
—Tu madre me recuerda a AnneSexton.
—Pero mi madre nunca escribió poesía.
—Dios mío, Julia. — Louis abrió los puños y la abrazó.
—Lo recogí todo para que no se enfadaran conmigo y me subí a un autobús. Fui dando vueltas sin rumbo hasta que vi a un grupo del Ejército de Salvación. Anunciaban una cena de Acción de Gracias para los sin techo. Les pregunté si aceptaban voluntarios y me enviaron a la cocina.
—¿Así pasaste la noche de Acción de Gracias?
Ella se encogió de hombros.
—No podía volver a casa. Los del Ejército de Salvación fueron muy amables conmigo. Cuando acabamos de servir la cena, comí pavo con el resto de los voluntarios. Incluso me llevé un poco que había sobrado a casa. Y un trozo de tarta. Nadie me había preparado tarta antes.
Louis se aclaró la garganta.
—Julianne, ¿por qué no fuiste a vivir antes con tu padre?
—No todos los días eran tan malos —contestó y empezó a juguetear con la camiseta de Louis, enroscándosela alrededor del dedo y tirando de ella.
—¡Eh, cuidado! —Él se echó a reír—. Me estás arrancando los cuatro pelos que tengo.
—Lo siento. —Julia le alisó la camiseta, nerviosa—. Mi padre vivió con nosotras hasta que mi madre lo echó de casa. Yo tenía cuatro años. Regresó a Selinsgrove, su pueblo natal. Solía llamarme los domingos. Un día, mientras hablaba con él, se me escapó decirle que uno de los novios de mi madre se había colado en mi cuarto la noche anterior, desnudo, creyendo que mi habitación era el baño. —Se aclaró la garganta y empezó a hablar más de prisa, para que Louis no pudiera hacerle la pregunta—. Papá se asustó y me preguntó si ese hombre me había tocado. No lo había hecho. Entonces, mi padre quiso hablar con mi madre. Cuando le expliqué que no podía molestarla cuando estaba con alguno de sus novios, me dijo que me metiera en mi habitación y que cerrara la puerta por dentro. Por supuesto, no tenía cerradura ni cerrojo. A la mañana siguiente, a primera hora, mi padre se plantó en casa y me llevó con él
aSelinsgrove. Menos mal que el novio ya se había ido. Creo que papá lo habría matado.
—¿Te marchaste?
—Sí. Papá le dijo a mi madre que si no dejaba el alcohol y los hombres, se quedaría conmigo permanentemente. Ella aceptó ir a rehabilitación y yo me fui a vivir con él.
—¿Cuántos años tenías?
—Ocho.
—¿Por qué no te quedaste luego con tu padre?
—Porque nunca estaba en casa. Tenía un trabajo que le ocupaba muchas horas. A veces, también tenía que trabajar los fines de semana. Y encima era bombero voluntario. Al acabar el curso, me mandó de nuevo a San Luis. Mi madre acababa de salir de rehabilitación y estaba trabajando en un salón de manicura. Pensó que estaría mejor con ella.
—Pero más tarde volviste a vivir con él. ¿Qué pasó?
Julia titubeó.
—Puedes contármelo, Julianne —la animó, abrazándola con fuerza.
Luego esperó, acariciándole la cabeza. Ella tragó saliva.
—El verano antes de cumplir los diecisiete años, papá me fue a buscar otra vez.
—¿Por qué?
—Mamá me pegó. Me caí y me golpeé la cabeza contra el mármol de la cocina. Desde el hospital, llamé a mi padre y le dije que si no venía a buscarme me iría de casa. Y eso fue todo. No volví a ver a mi madre.
—¿Te quedó cicatriz?
Julia le cogió la mano y se la llevó a la nuca. Los dedos de Louis resiguieron una línea de piel más gruesa en la que no crecía pelo.
—Lo siento —dijo, acariciándosela con los dedos y luego con los labios—. Siento mucho que te pasaran todas esas cosas. Si pudiera, les daría una paliza a todos... empezando por tu padre.
—No me quejo. Tuve suerte. Podría haber sido mucho peor. Mi madre sólo me pegó una vez.
—No veo la suerte por ningún lado.
—Tengo suerte ahora. Aquí nadie me pega. Y tengo un amigo que se preocupa de que coma bien.
Louis negó con la cabeza, maldiciendo entre dientes.
—Deberías haber sido adorada, malcriada, tratada como una princesa. Como Rachel.
—No creo en los cuentos de hadas —susurró ella.
—Me gustaría lograr que volvieras a creer. —Se inclinó y le besó la frente.
—La realidad es mejor que la fantasía, Louis.
—No si convertimos la fantasía en nuestra realidad.
Julia negó con la cabeza, pero sonrió.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto —respondió él.
—¿Y tú? —La sonrisa había desaparecido de su rostro—. ¿Tienes alguna cicatriz?
Louis permaneció impasible.
—No puedes pegar a alguien cuya existencia ignoras.
Julia le apoyó la cabeza en el hombro.
—Lo siento.
—No sé qué es peor, que te peguen o que te ignoren. Supongo que depende del tipo de dolor que prefieras.
—Lo siento mucho, Louis. No lo sabía.
Entrelazando los dedos con los suyos, Julia preguntó:
—¿Vas a volver a casa ahora?
—No, a no ser que tú quieras que me vaya. —Volvió a acariciarle el pelo, evitando la zona de la cicatriz.
—Quiero que te quedes conmigo —respondió ella, suspirando.
—Entonces, no voy a ninguna parte.
Julia se durmió, mientras Louis reflexionaba sobre las cicatrices que le había mostrado y sobre las que permanecían ocultas.
La llamó en voz baja, pero su respiración y falta de respuesta le indicaron que había vuelto a dormirse.
—No dejaré que nadie te haga daño. —Le besó la mejilla con delicadeza—. Yo menos que nadie.
Hacía bastante tiempo que no necesitaba sus servicios y no lo había echado de menos. John tenía algunos clientes de dudosa reputación, pero era el mejor en su campo y Louis lo sabía. Era especialista en derecho penal de Canadá, tema que tenía poco que ver con el derecho laboral, como John se ocupó de recordarle varias veces a lo largo de la media hora que duró su conversación.
—Te advierto que si la política de no confraternización es uno de los puntos de tu contrato, violarla pone en peligro tu empleo. Así que deja que te lo pregunte directamente: ¿te estás acostando con ella?
—No —respondió Louis lacónicamente.
—Bien. Pues sigue así. De hecho, mi consejo profesional es que te mantengas lejos de esa chica hasta que volvamos a hablar. ¿Cuántos años tiene?
—¿Disculpa?
—La chica, Louis, la putita.
—Vuelve a llamarla así y dejaré de ser tu cliente.
El abogado hizo una pausa. Su cliente era un tipo duro, un cabronazo sin miedo a nada y John no tenía energías para un altercado telefónico.
—Déjame intentarlo de nuevo. ¿Qué edad tiene la jovencita?
—Veintitrés.
John suspiró aliviado.
—Bueno, al menos no estamos hablando de una menor.
—Fingiré no haber oído eso.
—Escucha, Tomlinson, soy tu abogado. Déjame hacer mi trabajo. No puedo darte una opinión profesional sobre tu situación hasta que no conozca todos los detalles. Una de mis socias demandó a la Universidad de Toronto el año pasado. Le pediré que me pase el informe. Pero de momento, repito, mantente alejado de ella. Hagas lo que hagas, no te acuestes con ella. ¿Está claro?
—Sí.
—Para que no haya malentendidos, no mantengas ningún tipo de actividad sexual con ella. No me gustaría que nos viéramos metidos en un debate clintoniano sobre qué es una relación sexual y qué no lo es. No hagas nada con ella, aunque sea sexo consentido.
—¿Y si tuviéramos una relación romántica pero no sexual?
John reflexionó durante unos momentos, mientras se limpiaba la oreja con el dedo meñique.
—No acabo de entenderlo.
—¿Qué pasaría si nos viésemos, sin tener contacto sexual?
John se echó a reír a carcajadas.
—¿Me tomas el pelo, Tomlinson? Eso no me lo creo ni yo y soy tu abogado. Nadie más se lo creería.
—No es lo que te he preguntado. Lo que quiero saber es si mantener una relación en la que no haya actividad sexual violaría la política de no confraternización de la universidad.
—Nadie va a creerse que tengas relación con una estudiante sin sexo de por medio, especialmente con tu reputación. Por supuesto, le correspondería al empleador aportar pruebas, a no ser que tu chiquita presentara una demanda contra ti, o que alguien los descubriera en una situación comprometida. O que acabe embarazada.
—Eso no va a pasar.
—Eso es lo que dice todo el mundo, Tomlinson.
Louis se aclaró la garganta.
—Sí, pero en este caso es imposible. Por más de una razón.
John puso los ojos en blanco. No tenía ganas de darle una clase de biología al profesor.
—En cualquier caso, si los descubrieran y no hubiera habido contacto sexual, lo más probable es que sólo recibierais una reprimenda por relación inadecuada. Pero no puedo poner la mano en el fuego antes de leer la normativa y de informarme sobre los precedentes que haya habido en tu universidad.
—Gracias.
—Si la lías, es tu culo el que correrá peligro, no el mío. Ten cuidado. Yo cobraré igual, hagas lo que hagas. —Carraspeó—. Y, Louis...
—¿Sí?
—Trata de no meterte en líos durante una temporada. Nada de chicas, nada de peleas ni de dejarte ver borracho en público. Cualquier demanda judicial dejará al descubierto tu historia, no lo olvides. Dejemos el pasado en el pasado, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, John.
Y dicho eso, colgó el teléfono y cogió las llaves. La mejor solución para liberar tensiones sería una sesión en su club de esgrima.
*
Cuando Julia regresó a su apartamento, rebuscó entre los arbustos de delante de su puerta, pero lo único que encontró fueron unos cuantos trozos de la postal de Louis rotos y medio borrados. Era imposible recomponer el mensaje con ellos.
Pasó casi todo el día leyendo el libro de Charles Williams y tomando notas que esperaba que le fueran útiles para su entrevista con Katherine. Tuvo que admitir que la idea de Louis había sido providencial. El dominio de Dante que tenía Williams le aportó muchísimas ideas para su proyecto de tesis.
Antes de irse a dormir, se sentó en la cama escuchando el iPod y pensando en Louis. La segunda canción que éste le había descargado era Dante’sprayer, la oración de Dante, también de LoreenaMcKennitt. Era una pieza muy emotiva y, mientras la escuchaba, empezó a llorar. Esa noche, se acostó con la fotografía que había guardado en el cajón de la ropa interior otra vez bajo la almohada y reflexionando sobre un montón de cosas.
Louis era un adicto. Sabía que si alguna vez volvía a caer en las garras de la droga, la arrastraría a ella en su caída, hasta unas profundidades en las que no deseaba habitar.
Además, cualquier tipo de relación con él podía manchar tanto la carrera de Louis como la suya. Si su relación salía a la luz, él se convertiría en el centro de las conversaciones malintencionadas de todas las fiestas de la universidad. Sería el joven y prometedor profesor que se había tirado a una alumna a la que había conocido en su seminario. Y ella sería la fresca que se había abierto de piernas para conseguir aprobar el seminario, ya que no era lo bastante inteligente como para conseguirlo de otra manera. Que ambos esperaran al final del semestre no tenía importancia. Las habladurías los alcanzarían igualmente.
También se dedicó a recordar el pasado. Se había enamorado de Louis a los diecisiete años. Tal vez podía explicarse por la intensa conexión que había existido entre ellos, o por cómo él la había mirado, o por los sentimientos que le había despertado mientras estuvo entre sus brazos. Cualquiera que fuera la base de ese sentimiento, el caso era que se había enamorado de él perdidamente. Cuando Louis desapareció, trató de borrar sus sentimientos. Al ver que no lo conseguía, trató de ahogarlos enamorándose de otra persona.
Pero acurrucada entre sus brazos la noche anterior, había sentido unas emociones tan intensas que las defensas que había construido tan cuidadosamente alrededor de su corazón se habían derrumbado como un castillo de arena abatido por la fuerza del océano. El amor que sentía por Louis seguía allí, como una llamita que ningún océano podía apagar.
Tal vez en ese momento no tenía elección porque ya la había hecho en el pasado. Había elegido cuando él le tendió la mano y ella se la cogió sin dudarlo un instante. En cuanto Louis la había tocado, Julia supo que era suya. Después, él había vivido siempre entre las sombras, como un fantasma que se negaba a desaparecer por completo. Y ahora ese fantasma había decidido que quería recuperarla.
Aunque Julia creía que él nunca sería capaz de amarla.
A la mañana siguiente, Julia comprobó los mensajes en el móvil y se sorprendió al encontrar uno de Louis. La había llamado cuando ya estaba dormida.
«Julianne, me prometiste que responderías al teléfono.
[Suspiro.]
Supongo que estás bien; que estarás en el baño o algo. Llámame cuando recibas el mensaje. Siento no haber podido llevarte a cenar esta noche, pero me gustaría cenar contigo mañana. ¿Podríamos al menos hablarlo?
[Pausa.]
Llámame, principessa. Por favor.»
Lo primero que hizo ella fue guardar su número, aunque en vez de su nombre, escribió Dante Alighieri. Luego lo llamó, pero le salió el buzón de voz.
«Hola, soy yo. Siento no haber respondido al teléfono anoche. Me quedé dormida. Claro que me gustaría verte, pero creo que ir a cenar fuera es muy arriesgado. Quiero conocerte mejor, Louis, y espero que encontremos una manera segura de hacerlo. Siento haberme perdido tu llamada. Hablamos luego.»
Julia pasó casi toda la mañana del viernes trabajando en su proyecto de tesis. Tuvo el teléfono a mano por si Louis la llamaba, pero no lo hizo. Quien sí la llamó fue Paul, aunque su conversación se interrumpió bruscamente cuando el profesor Tomlinson entró en su despacho de la biblioteca. Al parecer, Louis estaba de mucho mejor humor, así que a Paul no le costó demasiado creer que no había sido excesivamente duro con ella. Julia, por su parte, hizo todo lo que estaba en su mano para convencerlo. Crisis evitada.
Tras una reunión muy interesante con Katherine, regresó a casa y se preparó una cena ligera. Después de tomarse la sopa de tomate, se duchó y se cubrió con una toalla lila que apenas llegaba para cubrirle el pecho y el trasero. Frente al armario, estuvo dudando qué pijama ponerse. En vista de que el frío de finales de octubre no parecía tener intenciones de remitir y como homenaje a la proximidad de Halloween, eligió uno de calabazas.
Tap, tap, tap.
Sobresaltada, Julia soltó un gritito. Una voz llegaba amortiguada desde el otro lado de la ventana. Alguien volvió a golpear en el cristal con más urgencia. Fue hacia allí y, al descorrer la cortina, se encontró con la cara preocupada de Louis.
—¡Me has dado un susto de muerte! —exclamó ella, quitando los seguros de la vieja ventana y levantándola con una mano, mientras se sujetaba la toalla con la otra.
—No respondías al teléfono, ni al timbre de la puerta. Temía que te hubiera pasado algo. He dado la vuelta al edificio y he visto luz en esta habitación.
Al darse cuenta de que le costaba sujetar la ventana, dijo:
—Déjame a mí.
Con un solo movimiento, la levantó hasta arriba y le dio dos bolsas de papel.
—¿Qué es esto? —preguntó Julia.
—La cena. Ahora apártate y déjame entrar. Aquí fuera hace frío.
—¿Qué estás haciendo?
—¿A ti qué te parece? Estoy entrando en tu apartamento por la ventana.
—Te habría dejado entrar por la puerta como una persona normal —replicó ella, colocando las bolsas sobre la mesa.
Louis le dirigió una mirada hambrienta mientras pasaba las piernas por encima del alféizar de la ventana.
—Vestida así, mejor que no abras la puerta. —Cerró la ventana, pasó el seguro y corrió las cortinas—. Deberías ponerte algo encima.
Julia se estremeció cuando él le acarició el hombro desnudo con un dedo.
«Suave, tersa, húmeda y cálida», pensó Louis.
Ella se sujetó la toalla con más fuerza, mientras él apartaba la vista. Estaba prácticamente desnuda y aún húmeda de la ducha. La visión estaba causando efectos indeseados en su anatomía. Algo cobró vida dentro de sus pantalones y saludó. Más de una vez.
—Por favor, vístete, Julianne —le dijo con voz ronca.
Ella retrocedió ante lo que le pareció vergüenza e incomodidad por parte de Louis.
—Me cambiaré en el baño —dijo, mientras buscaba la ropa de yoga y sus zapatillas de borreguillo.
—¿Por qué no tienes encendida la calefacción? —preguntó él, mientras Julia se alejaba.
—Está encendida.
—No me digas... Si hace casi el mismo frío aquí que en la calle. Te pondrás enferma si te paseas vestida sólo con una toalla.
Ella cerró la puerta, poniendo fin a la conversación.
Louis se recolocó los pantalones y buscó un termostato, pero por supuesto, no había ninguno. Pronto estuvo de rodillas en el suelo, tratando de reparar el viejo radiador que era la única fuente de calor del apartamento.
«¿Cómo puede vivir así? Hace un frío que pela aquí dentro.»
Cuando Julia salió del baño, se lo encontró todavía con el abrigo puesto, arrodillado frente al radiador, como si éste fuera un altar.
—Pasas más tiempo de rodillas que cualquier otro profesor —le comentó riendo.
Él la miró por encima del hombro.
—Muy graciosa, Julianne. Este radiador no funciona. ¿Tienes alguna estufa eléctrica?
—Hay una de barra en el baño, pero no la uso.
Louis se levantó negando con la cabeza y se dirigió al aseo rápidamente. Encendió la barra eléctrica y dejó la puerta abierta.
—Deja que caliente un poco el apartamento. Tienes el pelo mojado y puedes coger frío. Te prepararé una taza de té —se ofreció, colgando el abrigo detrás de la puerta de la calle.
—Puedo hacerlo yo.
—Permíteme —pidió, dándole un beso en la frente.
A continuación, cogió la tetera eléctrica, la llenó con agua del lavabo y volvió a ponerse de rodillas para enchufarla debajo del armario.
Julia trató de no quedarse mirando cómo los pantalones de lana negra se amoldaban a su bien formado trasero mientras lo hacía. Para distraerse, comparó su comportamiento con el de la primera visita que hizo a su agujero de hobbit. Era como si existieran dos Louis y ese día había tocado que la visitara el amable.
«Este otro es igual de guapo, pero mucho más atractivo.»
—Bien —dijo Louis, levantándose y mirando a su alrededor—. Y ahora te haré entrar en calor. —Clavando la mirada en ella, se le acercó y la abrazó, frotándole la espalda—. ¿Estás bien?
—Sí.
—¿Y por qué no contestas al teléfono?
—Contesto al teléfono, a no ser que esté durmiendo o en la ducha.
—Estaba preocupado. No me respondiste ayer por la noche, ni hace una hora.
—Me estaba lavando el pelo.
Louis le hundió la cara en el cuello y aspiró su aroma. «Vainilla.»
—Julianne —empezó a decir, acariciándole la cara.
Ella parpadeó.
—¿Sí?
Él guardó silencio.
Al alzar la vista, Julia vio que se le habían oscurecido los ojos y que la estaba mirando intensamente.
Louis se inclinó sobre ella y le rozó el cuello con los labios con suavidad, empezando por debajo de la oreja izquierda y terminando en el comienzo de la clavícula. Un fogonazo de deseo se encendió en el estómago de Julia y fue bajando. Aunque los labios de él reseguían su piel casi sin tocarla, la sangre de ella respondía a su llamada y circulaba más de prisa. El contacto de Louis nunca le había parecido tan erótico, tan afectuoso.
Una y otra vez, recorrió la columna de su cuello, sacando la lengua de vez en cuando para probar el sabor de su piel. Y también de vez en cuando cambiando los labios por la nariz o la barbilla, rascándola con la barba incipiente.
Trazó un camino de delicados besos hasta llegar al hueco de debajo de su garganta. Tras presionar allí los labios con fuerza, siguió su camino, recorriéndole el lado derecho del cuello. Julia gimió y cerró los ojos. Subiendo las manos por la espalda de Louis, llegó a su nuca y le enredó las manos en el pelo. Sus dedos se movían por voluntad propia, acariciándole la piel justo por encima del cuello de la camisa sin darse cuenta.
—Humm.
—¿Te gusta? —susurró él, sin dejar de besarla.
Julia volvió a murmurar para expresar su placer.
—Quiero complacerte, Julianne. Más de lo que te imaginas —dijo Louis, prestando especial atención a la zona de debajo de la oreja y a la sensible piel de la mandíbula—. Dime si te estoy dando placer.
Ella apenas oyó lo que decía, distraída por una miríada de sensaciones que le recorrían el cuerpo y por el calor que le encendía la carne. Ya no tenía frío. No sentía nada que no fuera él.
—Me das placer, Louis —susurró aturdida.
—Ésa es una declaración de deseo —murmuró él a su oído, provocando que ella se estremeciera—. Si fuéramos amantes, te besaría así para comunicarte mi intención de llevarte a la cama. Ahora sólo puedes imaginarte los placeres que te aguardan allí, pero te puedo asegurar que ardo por ti. No voy a besarte en los labios porque tengo miedo de no poder detenerme.
Julia gimió con más fuerza y Louis continuó con su sensual asalto, echándole el pelo hacia atrás para poder ampliar su territorio de exploración. Con besos ligeros y delicados como plumas, fue ascendiendo hasta llegar a su otra oreja. Una vez allí, se metió el lóbulo en la boca y se lo acarició con la lengua.
—Si probara tu boca ahora, no respondería de las consecuencias. Sólo puedo adorar tu precioso cuello. Y sé que dentro de poco tendré que parar, antes de que la tentación sea demasiado grande. Ya es demasiado grande. No te imaginas cuánto te deseo. —La voz se le había puesto ronca; parecía estar respirando agitadamente.
Julia sintió que las piernas no la aguantaban y empezó a tambalearse... justo cuando la tetera empezó a silbar. Louis le dio un casto beso en la mejilla y se apartó para preparar el té, mientras ella se sentaba, temblorosa, en una de las sillas. El corazón le latía tan de prisa que pensó que estaba a punto de tener un ataque. Se echó hacia adelante y apoyó la cabeza entre las manos.
«Si reacciono así por unos cuantos besos, ¿cómo voy a reaccionar cuando...?»
—¿Qué tipo de té quieres, cariño? —preguntó Louis, alzando una ceja, divertido ante los esfuerzos de Julia por recuperar el aliento.
La única razón por la que él había recuperado el suyo era porque se había apartado de ella. Y porque tenía más experiencia en ocultar sus sentimientos y sensaciones. A menos que alguien hiciera un examen visual riguroso.
—Lady Grey. Está en la lata, al lado de la tetera —respondió Julia con voz temblorosa.
—No soy muy aficionado al té, así que seguro que no será tan bueno como el que haces tú. Esperemos que se pueda beber.
Julia alzó la ceja, sorprendida por su elección de palabras, y le dio las gracias cuando él le puso la tetera y una taza delante.
—He comprado unas cuantas cosas. ¿Has cenado?
—Me he tomado una sopa.
—Julianne. — Louis se sentó a su lado, mirándola con desaprobación—. Una sopa no es suficiente.
—Sí, creo que no es la primera vez que oigo eso —replicó ella, poniendo los ojos en blanco.
Él se echó a reír y sacó de las bolsas una botella de vino y un abridor.
—¿Tienes copas?
—Sí.
Julia se acercó a la zona de cocina para buscarlas. Todavía no sabía qué pensar de la relación de Louis con el alcohol, pero por el momento decidió concederle el beneficio de la duda. Al volver a la mesa, leyó la etiqueta de la botella: Serego Alighieri Vaio Armaron Amarone 2000.
—¿Es quien creo que es? —preguntó, señalando la botella.
Louis le cogió la mano y le dio un beso en la palma.
—Sí, el hijo de Dante compró los viñedos en el siglo XIV y la familia Masi ha estado produciendo vino desde entonces.
Echándose hacia atrás en la silla plegable, contempló a Julia en silencio. Parecía sobrecogida.
—No sabía que su familia tuviera un viñedo.
—Producen un vino muy bueno. Aunque, tal vez, teniendo en cuenta nuestro pasado, la elección te parezca demasiado sentimental.
Ella negó con la cabeza.
—No. No me lo parece.
—He trabajado hasta tarde, pero me apetecía mucho cenar contigo. He ido a Pusateri’s y he comprado comida para llevar. Hay manicotti, ensalada César y una barra de pan. ¿Te apetece?
Julia miró el despliegue de comida que había aparecido en su mesa y se le abrió el apetito inmediatamente.
—¿Y esto qué es? —preguntó, señalando un paquete de lo que parecían galletas, con un reno en la etiqueta.
Louis se echó a reír.
—Son galletas de lima de la DancingDeerBakingCompany, mis favoritas. ¿Por qué no te secas el pelo y te bebes el té mientras acabo de preparar todo esto? —propuso, pasándole los dedos por el cabello aún húmedo.
—¿Por qué sigues alimentándome?
La mano de él se detuvo.
—Ya te lo he dicho, me gusta darte placer. —Retirando la mano, le dedicó una mirada socarrona—. Esto es lo que hace un hombre cuando le interesa una mujer, Julianne. Se muestra atento, se anticipa a sus necesidades. —Con una sonrisa traviesa, añadió—: Tal vez esté tratando de enviarte un mensaje. Si soy así de atento con tus necesidades culinarias, imagínate lo atento que sería respecto a otros... apetitos.
Ella se ruborizó inmediatamente y Louis no pudo reprimir el impulso de acariciarle la mejilla.
—Tienes una piel preciosa —susurró—. Como una rosa que acabara de florecer. —La miró con admiración—. Rachel dejó de ruborizarse cuando empezó a acostarse con Aaron.
—¿Cómo lo sabes?
—Todos nos dimos cuenta. No fue muy difícil. Un día estaba leyendo El Principito y al siguiente se estaba comprando lencería.
Julia se mordisqueó el labio inferior, perdida en sus propios pensamientos.
—Me encantó ese libro.
—«Hemos de mirar con el corazón, no con los ojos.»
—Exacto —murmuró ella—. Me encanta la parte en la que el zorro le explica al Principito el proceso de domesticación y decide que quiere que lo domestique a él, que quiere ser su zorro, aunque eso lo haga vulnerable.
—Julianne, creo que deberías secarte el pelo ahora mismo.
Él le apartó la mano de la cara y se levantó bruscamente, luego fingió estar muy ocupado organizando la cena. Julia se preguntó qué
habría dicho para causarle esa desazón.
Después de cenar, se sentaron en la cama a modo de sofá. Louis apiló varios cojines y se reclinó, rodeando la cintura de Julia con un brazo.
—Siento que sea tan incómodo —se disculpó ella con sencillez.
—No es incómodo.
—No disimules. Sé que odias este sitio. Es pequeño, frío y... —dejó la frase en el aire, señalando a su alrededor.
—Siempre me arrepentiré de las cosas que te dije cuando fuiste tan amable de invitarme a entrar. No odio este sitio. ¿Cómo iba a hacerlo? —Entrelazó los dedos con los suyos—. Es donde tú estás.
—Gracias.
—Gracias a ti por hacer que todo sea hermoso sólo por estar ahí.
Julia sonrió mientras Louis se llevaba sus manos entrelazadas a la boca y le besaba los dedos con ternura.
—Cuéntame, ¿qué tal la reunión con Katherine?
Ella tuvo que esperar unos momentos a que los dedos dejaran de hormiguearle para poder hablar:
—Es exactamente como me la describiste. Se ha alegrado mucho al saber que había estado leyendo a Charles Williams. Creo que eso la ha predispuesto a mi favor. Ha aceptado ser mi tutora.
—¿Y qué le ha parecido el proyecto?
—Bueno, dice que le parece un tema muy trillado. Ha sugerido que, en vez de comparar lujuria y amor cortés, podría comparar aspectos de la amistad entre Virgilio y Dante con el amor cortés. Así que, en vez de lujuria y amor, compararé amistad y amor.
—¿Estás satisfecha con el cambio?
—Supongo. Me ha aconsejado que el semestre que viene me matricule en el seminario de la profesora Leaming. Aunque sea especialista en santo Tomás de Aquino, su curso está centrado en el amor y la amistad.
Louis asintió.
—Conozco a Jennifer Leaming. Es buena.
Ella jugueteó con la colcha. Él le cubrió la mano con la suya.
—¿Qué pasa?
—Nada.
—Sin secretos, Julia. ¿Qué pasa?
—Le envié un correo electrónico a la profesora Leaming hace una semana preguntándole si quería ser mi directora de tesis. Fue antes de que mantuviéramos nuestra... conversación.
La mirada de Louis se ensombreció.
—Y ¿qué te dijo?
—Nada.
—Jennifer está muy ocupada. No es adjunta y dudo que tenga tiempo de supervisar a alumnos que no pertenezcan al Departamento de Filosofía. — Louis se interrumpió unos instantes antes de seguir hablando—: Cuando te dije que te buscaría un nuevo director, ¿no me creíste?
Julia se removió, inquieta.
—Te creí.
—Entonces, ¿qué te impulsó a moverte a mis espaldas?
—Quería comprobar si podía resolverlo por mi cuenta.
—¿Y qué tal? —preguntó él, apretando los labios.
—Muy mal.
—Tarde o temprano vas a tener que confiar en mí. Particularmente en temas ligados a la universidad. Si no, no conseguirás nada.
Ella asintió, mordiéndose la mejilla por dentro.
—¿Y qué tal fue tu reunión con Christa?
—Prefiero no hablar de eso. Esa mujer es una plaga bíblica.
Julia trató de disimular una sonrisa.
—Está demasiado ocupada tratando de rescatar su propuesta de tesis para molestarnos ahora mismo —continuó él—. No pienso aceptar su proyecto tal como está y eso probablemente implique que busque a otro director de tesis. Aunque, por desgracia, soy el único especialista en Dante en estos momentos.
—¿Así que Christa queda fuera de la ecuación?
—Le he dicho que tiene de plazo hasta el 18 de diciembre para presentarme una nueva propuesta. Puede considerarlo un regalo de Navidad. No te preocupes más por ella. Su futuro académico pende de un hilo. Un hilo que sostengo yo.
«Bien», pensó Julia.
—También tuve una interesante conversación con mi abogado —añadió Louis.
Julia bebió un trago de vino y esperó a que él siguiera hablando.
—Me dijo que se informaría más a fondo sobre la política de no confraternización de la universidad, pero que me desaconsejaba muy encarecidamente mantener cualquier tipo de relación sentimental contigo mientras estuvieras en mi clase.
Ella se ruborizó.
—¿Eso incluye los besos?
—No lo dudes, pero comentó que a la universidad le preocupan básicamente las actividades sexuales. Mientras seamos castos y discretos durante el resto del semestre, no creo que tengamos problemas.
Julia se ruborizó aún más y no apartó la vista de la copa.
—Así que vas a tener que mantener las manos quietas hasta que te haya entregado la nota del seminario, señorita Mitchell.
—No puedes ir besándome y calificar mi trabajo a la vez.
—Tienes razón. A estas alturas ya no podría ser objetivo con tu trabajo por mucho que me esforzara. Haré que lo califique Katherine.
—¿No le extrañará?
—Me inventaré alguna excusa —respondió él, sonriendo—. Y le compraré una botella de Lagavulin de dieciséis años. Resucita a un muerto.
—Pero lo que estamos haciendo no deja de ser confraternizar.
Louis le sujetó la cara entre las manos.
—Pero no es tan grave como si nos hubiéramos acostado. Tendríamos menos problemas con la administración en caso de ser descubiertos. Mi abogado está buscando cualquier resquicio legal.
—No quiero ser un resquicio en tu vida.
—No lo eres. ¿Prefieres que nos mantengamos totalmente apartados durante cinco semanas? Yo prefiero verte y poder darte la mano, pero si es lo que tú prefieres, lo haré.
Julia se lo planteó, pero la idea de no verlo durante cinco semanas la ponía enferma, así que negó con la cabeza.
—Me gustaría que pudiéramos seguir viéndonos —continuó Louis —. Como amigos, por supuesto. Tú aún estás decidiendo si puedes confiar en mí y todavía nos estamos conociendo. Si nadie en la universidad se entera, nadie podrá atacarnos.
Le quitó la copa de vino y la dejó en la mesita, al lado de la suya. Luego la abrazó hasta que Julia prácticamente estuvo sentada sobre su regazo.
—Podemos imaginarnos que somos adolescentes y que seguimos viviendo en Selinsgrove. Que acabamos de empezar a salir juntos y que, como somos buenos chicos chapados a la antigua, hemos hecho voto de castidad.
—Le has estado dando muchas vueltas a todo esto.
—Tengo una imaginación muy rica y gráfica en lo que a ti se refiere —susurró él—. Tal vez me hubiese gustado que pudiésemos ser adolescentes al mismo tiempo.
—Entonces, ¿todo esto va encaminado a acostarnos?
Louis reflexionó un momento antes de responder.
—Lo que me había imaginado no era tan sórdido. Pero, Julianne, piensa que lo que pase o deje de pasar en nuestra relación depende enteramente de ti.
Ella asintió para hacerle saber que lo había oído y ambos guardaron silencio. Poco después, Julia cerró los ojos, sintiéndose extrañamente relajada por el aroma de Louis y el latido de su corazón. Él le acarició el cabello y le susurró palabras en italiano.
—¿Julianne? —la llamó al cabo de un rato.
Silencio.
—¿Julia?
Al inclinarse, vio que se había dormido. No quería despertarla, pero tampoco quería irse sin despedirse. Además, no se marcharía tranquilo si ella no cerraba la puerta por dentro.
La levantó con cuidado y la depositó bajo el edredón, esperando que se despertara, pero no lo hizo. Louis se quedó mirando su cuerpo menudo, sus labios entreabiertos, su pecho, que subía y bajaba cada vez que respiraba. Era muy bonita. Y muy dulce.
No recordaba la última vez que había pasado una noche casta al lado de una mujer hermosa que no fuera miembro de la familia. Una noche casta, aunque cargada de deseo, pasión y una necesidad abrumadora... ¡Dios, cómo la deseaba!
Pero el conflicto de siempre se cernía amenazador en su mente. No quería corromperla. No quería que se volviera como él. No quería que fuera vulnerable ni soportaría que sufriera por su culpa. Dudaba muy seriamente de su propia capacidad para mantener una relación con Julia sin perder el control. Había estado a punto de olvidarse de sus buenas intenciones al verla con aquella toalla.
«Ésta es la consecuencia de años de lujuria y desenfreno. Ya ni siquiera sabes cortejarla como un caballero. Quieres hacerle el amor sin que ella sienta que la estás follando, pero ¿serás capaz? ¿Podrías mantener una relación sexual con Julia sin tratarla como si fuera un juguete concebido para tu satisfacción carnal? ¿Podrías amarla sin pecar?»
Estos pensamientos lo martirizaban mientras contemplaba al corderito de mejillas sonrosadas que le tenía tanta confianza que se había quedado dormida entre sus brazos, ajena a la pasión que le hervía a él en las venas.
Se vació los bolsillos y desconectó el iPhone antes de ir al baño. Apagó la estufa y se quedó en calzoncillos y camiseta. Dedicó un momento a memorizar la marca del champú y demás productos de aseo de Julia, para poder comprarlos para su próxima visita a su casa.
Definitivamente, la vainilla era su nuevo sabor favorito.
«Aunque la vainilla y el chocolate juntos...»
Tras apagar la luz, se tumbó a su lado en la cama individual. Era demasiado pequeña para dos personas. Por un momento, casi añoró su camastro de la residencia de estudiantes en Princeton o en el MagdalenCollege. Casi. En aquellas camas se podía dormir, pero eran totalmente inadecuadas para cualquier actividad sexual. Era una suerte que ese tipo de actividades no formaran parte del menú de esa noche.
Al darse la vuelta, su mano rozó un trozo de papel pequeño y liso metido bajo la almohada. Lo cogió y lo levantó para mirarlo a la luz de un rayo de luna que entraba por la ventana. Lo que vio no podía haberlo sorprendido más. Era una vieja fotografía suya, de sus días en Princeton. Reconoció el jersey del equipo de remo de la universidad.
«¿De dónde la habrá sacado? ¿Cuánto tiempo hará que la tiene?» Volvió a dejarla bajo la almohada, sonriendo sorprendido. Algo parecido a la esperanza le calentó las entrañas.
Nunca le había gustado dormir abrazando a alguien por detrás, como cucharitas en un cajón. Era una postura demasiado íntima para él. Pero ese día era justo lo que deseaba hacer. Rodeó a Julia con su cuerpo y le pasó un brazo por encima. Encajaban perfectamente.
Louis suspiró de satisfacción al poder abrazar el cálido cuerpo de la joven a la que adoraba y hundir la nariz en su pelo largo y suave, que olía a vainilla.
Alrededor de las tres de la mañana, Julia abrió los ojos. Un fuerte brazo la sujetaba con firmeza y el aroma de Louis le llegó a la nariz. Estaba entre sus brazos, con la espalda pegada a su pecho.
Aunque él se movió un poco como reacción al movimiento de ella, su respiración acompasada indicaba que seguía durmiendo.
Julia lo miró en la oscuridad. ¿Cuántos años había esperado para dormir otra vez a su lado? Se volvió muy lentamente y se puso boca arriba. Con los ojos cerrados y una expresión de paz en la cara, Louis parecía mucho más joven. Casi parecía un niño. Un niño bueno, de pelo castaño y labios sonrosados, que sonreía en sueños dulcemente. Julia suspiró disfrutando de su belleza.
Louis abrió los ojos. Tardó unos segundos en distinguirla en la oscuridad, pero cuando lo hizo, la besó en los labios y susurró:
—¿Estás bien?
—Sigues aquí —dijo ella.
—No volveré a dejarte sola sin decirte adiós. ¿No puedes dormir?
—Pensaba que esto era un sueño.
—Sólo para mí —replicó él con una sonrisa.
—Eres guapísimo, Louis. Siempre lo has sido, lo sabes, ¿no?
—La naturaleza es muy cruel. El ángel caído conserva su belleza, pero soy feo por dentro.
Julia le dio un beso decidido para dar más énfasis a las palabras que estaba a punto de pronunciar.
—Alguien que es feo por dentro no compra un maletín para otra persona y mantiene lo que ha hecho en secreto.
Él la miró boquiabierto.
—¿Desde cuándo lo sabes?
—Rachel me lo contó.
—Y, al enterarte, ¿te vinieron más ganas de quedártelo o menos?
—En aquel momento, mitad y mitad.
—Pero ya no lo usas —comentó Louis, apartándole el pelo de la cara.
—Volveré a usarlo.
—Entonces, ¿te gusta?
—Mucho. Gracias.
Él le frotó la nariz con la suya y sonrió.
—Tú eras hermosa a los diecisiete años, Julianne. Ahora eres deslumbrante.
—Nadie es feo del todo en la oscuridad —susurró ella.
—No estoy de acuerdo. — Louis volvió a besarla, pero al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se apartó bruscamente y se obligó a detenerse.
Julia le apoyó la cabeza en el pecho y cerró los ojos, escuchando el latido de su corazón y tratando de no embriagarse con la energía que circulaba entre los dos.
—Acabo de darme cuenta de que la única manera de conseguir que seas sincera conmigo es compartiendo tu cama.
Ella se ruborizó. Aunque estaba oscuro, Louis lo notó y se echó a reír.
—¿A qué crees que se deberá?
—Cuando estamos juntos en la cama, eres amable conmigo. Me siento... segura.
—No sé si estar acostados juntos es muy seguro, Julianne, pero te prometo que trataré de ser amable contigo siempre. Especialmente en la cama.
Ella lo abrazó y asintió contra su pecho, como si entendiera las implicaciones de lo que le estaba diciendo. Pero no podía entenderlas. ¿O sí?
—¿Vas a ir a casa en Acción de Gracias?
—Sí, tengo que llamar a mi padre para darle las buenas noticias.
—Yo le prometí a Richard que iría. ¿Te... te apetecería viajar conmigo?
—Me encantaría.
—Bien. — Louis suspiró y se frotó los ojos—. Entonces será una fiesta mucho más agradable.
—Nunca me ha gustado Acción de Gracias. Sólo Grace la hacía tolerable.
—¿No lo pasabas bien con tu familia?
Julia cambió de postura, inquieta.
—No lo celebrábamos.
—¿Por qué no?
—Yo siempre me encargaba de cocinar, a menos que mi madre estuviera fuera de casa, en rehabilitación. Pero cuando trataba de preparar algo especial... —Julia negó con la cabeza. No podía continuar.
Louis la abrazó con más fuerza.
—Cuéntamelo —susurró.
—No quieres saberlo.
Ella trató de liberarse, pero él se mantuvo firme.
—No quería que te disgustaras. Sólo quiero conocerte mejor.
El tono de voz de Louis, más que sus palabras o sus gestos, le llegó al corazón. Respiró hondo antes de seguir hablando.
—Durante mi último día de Acción de Gracias, en San Luis, mi madre llevaba varios días de borrachera en casa con uno de sus novios. Pero, estúpida de mí, decidí preparar un pollo relleno asado con patatas doblemente horneadas y verduras como acompañamiento.
—Seguro que quedó delicioso —la animó él.
—Nunca lo averigüé.
—¿Por qué?
—Tuve una especie de accidente.
—Julianne... — Louis trató de levantarle la barbilla para que lo mirara a los ojos, pero ella se resistió—. ¿Qué pasó?
—No teníamos mesa en la cocina. Así que monté una mesa plegable en el salón y puse tres cubiertos. Fue una auténtica estupidez. No tenía que haberme molestado. Coloqué la comida en una bandeja para llevarla a la mesa, pero el novio de mi madre me puso la zancadilla y me caí.
—¿A propósito?
—Sí, me vio venir.
Louis se enfureció inmediatamente y apretó los puños.
—Salí volando. Los platos se rompieron. Había comida por todas partes.
—¿Te hiciste daño? —preguntó él, con los dientes apretados.
—No me acuerdo.
—¿Tu madre te ayudó?
Julia negó con la cabeza. Louis gruñó.
—Se echaron a reír. Debía de tener un aspecto patético, de rodillas, llorando, bañada en salsa. El pollo salió disparado y se deslizó por el suelo hasta quedar debajo de una silla. —Permaneció un rato en silencio, reflexionando—. Pasé un buen rato de rodillas. Te habría dado un ataque si me hubieras visto.
Él reprimió el impulso de dar un puñetazo a la pared.
—No me habría dado ningún ataque. A él le habría dado una paliza y me habría tenido que contener mucho para no dársela también a ella.
Julia le acarició el puño con un dedo.
—Pronto se aburrieron del espectáculo y se fueron a la habitación a follar. Ni siquiera se molestaron en cerrar la puerta. Ése fue el último día de Acción de Gracias que pasé con Sharon.
—Tu madre me recuerda a AnneSexton.
—Pero mi madre nunca escribió poesía.
—Dios mío, Julia. — Louis abrió los puños y la abrazó.
—Lo recogí todo para que no se enfadaran conmigo y me subí a un autobús. Fui dando vueltas sin rumbo hasta que vi a un grupo del Ejército de Salvación. Anunciaban una cena de Acción de Gracias para los sin techo. Les pregunté si aceptaban voluntarios y me enviaron a la cocina.
—¿Así pasaste la noche de Acción de Gracias?
Ella se encogió de hombros.
—No podía volver a casa. Los del Ejército de Salvación fueron muy amables conmigo. Cuando acabamos de servir la cena, comí pavo con el resto de los voluntarios. Incluso me llevé un poco que había sobrado a casa. Y un trozo de tarta. Nadie me había preparado tarta antes.
Louis se aclaró la garganta.
—Julianne, ¿por qué no fuiste a vivir antes con tu padre?
—No todos los días eran tan malos —contestó y empezó a juguetear con la camiseta de Louis, enroscándosela alrededor del dedo y tirando de ella.
—¡Eh, cuidado! —Él se echó a reír—. Me estás arrancando los cuatro pelos que tengo.
—Lo siento. —Julia le alisó la camiseta, nerviosa—. Mi padre vivió con nosotras hasta que mi madre lo echó de casa. Yo tenía cuatro años. Regresó a Selinsgrove, su pueblo natal. Solía llamarme los domingos. Un día, mientras hablaba con él, se me escapó decirle que uno de los novios de mi madre se había colado en mi cuarto la noche anterior, desnudo, creyendo que mi habitación era el baño. —Se aclaró la garganta y empezó a hablar más de prisa, para que Louis no pudiera hacerle la pregunta—. Papá se asustó y me preguntó si ese hombre me había tocado. No lo había hecho. Entonces, mi padre quiso hablar con mi madre. Cuando le expliqué que no podía molestarla cuando estaba con alguno de sus novios, me dijo que me metiera en mi habitación y que cerrara la puerta por dentro. Por supuesto, no tenía cerradura ni cerrojo. A la mañana siguiente, a primera hora, mi padre se plantó en casa y me llevó con él
aSelinsgrove. Menos mal que el novio ya se había ido. Creo que papá lo habría matado.
—¿Te marchaste?
—Sí. Papá le dijo a mi madre que si no dejaba el alcohol y los hombres, se quedaría conmigo permanentemente. Ella aceptó ir a rehabilitación y yo me fui a vivir con él.
—¿Cuántos años tenías?
—Ocho.
—¿Por qué no te quedaste luego con tu padre?
—Porque nunca estaba en casa. Tenía un trabajo que le ocupaba muchas horas. A veces, también tenía que trabajar los fines de semana. Y encima era bombero voluntario. Al acabar el curso, me mandó de nuevo a San Luis. Mi madre acababa de salir de rehabilitación y estaba trabajando en un salón de manicura. Pensó que estaría mejor con ella.
—Pero más tarde volviste a vivir con él. ¿Qué pasó?
Julia titubeó.
—Puedes contármelo, Julianne —la animó, abrazándola con fuerza.
Luego esperó, acariciándole la cabeza. Ella tragó saliva.
—El verano antes de cumplir los diecisiete años, papá me fue a buscar otra vez.
—¿Por qué?
—Mamá me pegó. Me caí y me golpeé la cabeza contra el mármol de la cocina. Desde el hospital, llamé a mi padre y le dije que si no venía a buscarme me iría de casa. Y eso fue todo. No volví a ver a mi madre.
—¿Te quedó cicatriz?
Julia le cogió la mano y se la llevó a la nuca. Los dedos de Louis resiguieron una línea de piel más gruesa en la que no crecía pelo.
—Lo siento —dijo, acariciándosela con los dedos y luego con los labios—. Siento mucho que te pasaran todas esas cosas. Si pudiera, les daría una paliza a todos... empezando por tu padre.
—No me quejo. Tuve suerte. Podría haber sido mucho peor. Mi madre sólo me pegó una vez.
—No veo la suerte por ningún lado.
—Tengo suerte ahora. Aquí nadie me pega. Y tengo un amigo que se preocupa de que coma bien.
Louis negó con la cabeza, maldiciendo entre dientes.
—Deberías haber sido adorada, malcriada, tratada como una princesa. Como Rachel.
—No creo en los cuentos de hadas —susurró ella.
—Me gustaría lograr que volvieras a creer. —Se inclinó y le besó la frente.
—La realidad es mejor que la fantasía, Louis.
—No si convertimos la fantasía en nuestra realidad.
Julia negó con la cabeza, pero sonrió.
—¿Puedo hacerte una pregunta?
—Por supuesto —respondió él.
—¿Y tú? —La sonrisa había desaparecido de su rostro—. ¿Tienes alguna cicatriz?
Louis permaneció impasible.
—No puedes pegar a alguien cuya existencia ignoras.
Julia le apoyó la cabeza en el hombro.
—Lo siento.
—No sé qué es peor, que te peguen o que te ignoren. Supongo que depende del tipo de dolor que prefieras.
—Lo siento mucho, Louis. No lo sabía.
Entrelazando los dedos con los suyos, Julia preguntó:
—¿Vas a volver a casa ahora?
—No, a no ser que tú quieras que me vaya. —Volvió a acariciarle el pelo, evitando la zona de la cicatriz.
—Quiero que te quedes conmigo —respondió ella, suspirando.
—Entonces, no voy a ninguna parte.
Julia se durmió, mientras Louis reflexionaba sobre las cicatrices que le había mostrado y sobre las que permanecían ocultas.
La llamó en voz baja, pero su respiración y falta de respuesta le indicaron que había vuelto a dormirse.
—No dejaré que nadie te haga daño. —Le besó la mejilla con delicadeza—. Yo menos que nadie.
Última edición por karencita__mb el Mar 08 Abr 2014, 3:46 pm, editado 1 vez
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Diecinueve
»кιтту ѕукєѕ
MARATÓN 3/3
Julia se despertó a la mañana siguiente con el sonido del agua de la ducha. Estaba tratando de entender cómo podía estar la ducha en marcha mientras ella seguía en la cama, cuando el sonido se interrumpió y, poco después, un hombre alto y de pelo castaño apareció envuelto en una toalla pequeña de color lila.
Julia abrió mucho los ojos y se cubrió la boca con la mano.
—Buenos días —saludó Louis, sujetándose la toalla con una mano mientras cogía su ropa con la otra.
Ella lo estaba mirando fijamente. Y no precisamente a la cara. Louis acababa de salir de su ducha y tenía el pelo mojado y muy despeinado. Se le veían gotas de agua en los hombros y en el pecho, haciendo más nítido el tatuaje. El contorno de las líneas de tendones, músculos y venas, simétricas y equilibradas, configuraban unas proporciones dignas de un ideal de belleza. Las líneas clásicas de aquel cuerpo dejarían sin aliento a cualquiera.
Julia acababa de pasar la noche con el dueño de ese cuerpo en su cama, y él la había abrazado y jugado con su pelo. Y ese cuerpo iba unido a una mente brillante y a una alma profunda y apasionada. Permanecía con la mirada clavada en su físico y las palabras «semidiós marino» revolotearon por su conciencia.
Louis sonrió.
—He dicho buenos días, Julianne.
Ella cerró la boca de golpe.
—Buenos días.
Él se acercó y se inclinó para darle un beso suave con los labios entreabiertos. Unas cuantas gotas de agua la salpicaron y la sábana las absorbió.
—¿Has dormido bien?
Ella asintió lentamente, demasiado sofocada para hablar.
—No eres muy habladora de buena mañana —bromeóél, incorporándose con una sonrisilla en los labios.
—¡Estás casi desnudo!
—Es verdad. ¿Preferirías que acabara de desnudarme del todo? —preguntó, moviendo la toalla provocativamente alrededor de sus caderas.
Julia casi se muere de la impresión.
—Estoy bromeando, cariño. —Volvió a besarla con el cejo fruncido. Y, al recordar lo que le había contado la noche anterior, se alejó de ella cautelosamente—. Me había olvidado de lo que te pasó en San Luis cuando eras pequeña. Siento haber salido así del baño. Lo he hecho sin darme cuenta.
Ella lo miró de arriba abajo, admirándolo en silencio, y lo tranquilizó con una sonrisa.
—No pasa nada. Es que... eres impresionante. Se te ve contento.
Él le devolvió la sonrisa.
—Dormir a tu lado me sienta bien. ¿Puedo prepararte el desayuno?
—Sí, claro. Pero ya sabes que no tengo cocina.
—Soy un hombre de recursos.
La sonrisa de Louis era tan cálida que hizo que Julia se olvidara de las carencias de su apartamento. Justo antes de que la puerta del baño se cerrara tras él, Julia pudo disfrutar del espectáculo de un perfecto glúteo, cuando Louis dejó caer la toalla al suelo, dejándola a ella boqueando como un pez.
*
La noche siguiente, cuando Rachel regresó de su escapada romántica con Aaron, revisó su buzón de voz. Tras llamar en seguida a su padre, telefoneó a Louis y le dejó un mensaje.
«¿Qué demonios pasa, Louis? ¿Qué le has hecho a Julia? Sólo ha desaparecido una vez en su vida, cuando su ex la humilló de un modo espantoso. Así que, repito, ¿qué demonios le has hecho? ¡Como tenga que ir yo allí para enterarme, será peor! Llámame. Por cierto, papá me ha dado recuerdos para ti. Dice que se alegró mucho de que lo llamaras. ¿Sería mucho pedir que le llamaras más a menudo? ¿Una vez a la semana, por ejemplo? Ha decidido volver al trabajo porque no soporta estar en casa solo. Y, por cierto, la ha puesto a la venta.»
Luego, preocupada por su mejor amiga, llamó a Julia y le dejó también un mensaje.
«Julia, ¿qué hizo Louis? He encontrado un mensaje suyo en el buzón de voz. Parecía loco de atar. No responde al teléfono, así que no sé qué ha pasado. Tampoco creo que me contara la verdad. De todos modos, espero que estés bien y lo siento mucho. Hiciera lo que hiciese, te ruego que no vuelvas a desaparecer de mi vida. No ahora. Éste será el último día de Acción de Gracias que celebraremos en casa. Papá la ha puesto a la venta. Aaron insiste en comprarte un billete. Llámame, ¿quieres? Te quiero.»
Después de eso, Rachel regresó a su vida en Filadelfia, esperando recibir noticias tanto de su hermano como de su mejor amiga. Y planeando una boda.
*
Tras convencerla de que no se subiera al primer avión con destino a Toronto para patearle el culo, Louis llamó a Richard y le pidió que retirara la casa del mercado. Luego llamó a Julia, pero no pudo hablar con ella, porque estaba comunicando, así que le dejó un mensaje.
«Nunca me coges el teléfono.
[Refunfuña ligeramente.]
¿No tienes llamada en espera? ¿Puedes contratarlo? No me importa lo que cueste. Pago yo. Estoy harto de dejarte mensajes.
[Respira hondo.]
Acabo de hablar con Rachel. Estaba furiosa conmigo, pero creo que he podido convencerla de que tú y yo discutimos sobre un tema académico, pero que ya nos hemos dado un besito y hemos hecho las paces.
[Se ríe.]
Bueno, lo del besito no se lo he dicho. Tal vez podrías llamarla y tranquilizarla para que no cumpla su amenaza de venir a Toronto.
[Suspiro.]
Julianne, me gustó mucho despertarme a tu lado ayer. Más de lo que puedo expresar por teléfono. Dime que podré despertarme a tu lado otra vez pronto. [Con una voz más baja y ardiente.] Estoy sentado frente a la chimenea, deseando que estuvieras aquí, entre mis brazos. Llámame, principessa.»
Mientras tanto, Julia estaba hablando con su padre.
—Me alegro de que vengas a casa, Jules. Estaré de guardia, pero podremos pasar algún rato juntos. —Tom acabó la frase tosiendo y aclarándose la garganta.
—Bien. Rachel también quiere que vaya a visitarla. Va a casarse y creo que necesita ayuda con los preparativos, ahora que Grace no está.
—Deb me ha invitado a cenar con ella y los niños en Acción de Gracias. Estoy seguro de que no le importará que vayas.
—Ni de coña —murmuró Julia.
—¿Cómo dices?
—Perdona, papá. Me gustaría saludar a Deb, pero no pienso ir a cenar a su casa.
Tom hizo una pausa incómoda.
—No hace falta que vaya yo tampoco. Veo a Deb constantemente.
Julia puso los ojos en blanco.
—¿A qué hora llegarás al aeropuerto? —le preguntó su padre.
—De hecho, como Louis Tomlinson está viviendo en Toronto, me comentó que podríamos volver juntos a Filadelfia. Así podría ir con los Clark desde el aeropuerto.
Tom guardó silencio unos segundos.
—¿Louis está ahí?
—Da clases en la universidad. Tengo un seminario con él.
—No me lo habías dicho, Jules. Tienes que mantenerte apartada de ese chico.
—¿Por qué?
—Porque no es una buena compañía.
—¿Qué te hace decir eso?
Tom volvió a carraspear.
—No fue a ver a su madre cuando se estaba muriendo. Y pasa muy poco tiempo con su familia. No me fío de él y no quiero que esté cerca de mi hija.
—Papá, es el hermano de Rachel. Y ella se ha ofrecido a recogernos en el aeropuerto.
—Bajo ningún concepto le lleves ninguna bolsa en el avión y no aceptes nada que te ofrezca que sea sospechoso. Tendrás que cruzar la frontera.
—¿Qué demonios quieres decir?
—Quiero decir que me preocupo por ti. ¿No puedo preocuparme por mi única hija?
Julia reprimió el impulso de decir algo cruel o maleducado.
—Cuando tenga el billete, te diré cuándo llego.
—Perfecto. Hablamos entonces.
Y con esas palabras, la poco productiva conversación entre Julia y Thomas Mitchell llegó a su fin.
Luego, ella pasó la hora siguiente asegurándole a Rachel que estaba bien y que, sorprendentemente, Louis ya no se estaba comportando como un asno. También logró convencer a Aaron de que no era necesario que le comprara el billete. Mencionó el problema de los planes de su padre para Acción de Gracias y les aseguró que cenaría con ellos el jueves por la noche.
Estaba ya muy cansada cuando por fin pudo hablar con Louis. No fue fácil convencerlo de que no era buena idea dormir juntos cada noche. Alguien ligado a la universidad podría verlos entrar o salir de sus respectivas viviendas. Él le dio la razón a regañadientes, pero le hizo prometer que volverían a dormir juntos antes de una semana.
Julia no quería que Louis perdiera el trabajo por su culpa, por eso estaba decidida a reducir las posibilidades de que los descubrieran juntos. Tampoco quería pasar todas las noches en su cama, porque sabía adónde llevaría eso. Seguía intentando confiar en él. Su reticencia era más que razonable, teniendo en cuenta que aún hacía poco tiempo que Louis había cambiado de actitud hacia ella. Y que él había admitido que su pasión estaba a punto de acabar con su precario control.
Ella no quería dejarse convencer para hacer algo para lo que no se sentía preparada. No quería entregarle parte de sí misma y volver luego a su apartamento sintiéndose utilizada y sola, como le había pasado tantas veces con él. Cierto, Louis no era él. Pero no podía evitar ser cautelosa, por mucho que deseara confiar en él.
A pesar de sus precauciones para protegerse, Julia dormía mucho mejor con Louis que sin él y cada día que pasaba sin verlo le dolía el corazón.
El lunes por la tarde, un mensajero llevó a casa de Julia una gran caja blanca. Tras firmar el recibo, cerró la puerta y abrió el sobre que acompañaba la caja. La tarjeta tenía grabadas las iniciales L. W. T. y estaba escrita a mano.
Julia abrió la caja e inmediatamente quedó cautivada por una agradable fragancia. La sorprendió ver que procedía de un gran cuenco de cristal lleno de agua. Flotando en su superficie, había siete gardenias. Con mucho cuidado, sacó el cuenco de la caja y lo colocó en la mesa plegable, aspirando profundamente el perfume que empezaba a extenderse por la habitación.
Releyó la nota de Louis y abrió el portátil para enviarle un mensaje a su nueva dirección desde su correo de Gmail.
El miércoles por la tarde, Julia se encontró con Paul en los casilleros, antes del seminario del profesor Tomlinson. Se saludaron y charlaron un poco antes de ser interrumpidos bruscamente por el móvil de ella. La pantalla decía que la estaba llamando —milagrosamente— Dante Alighieri, así que, por supuesto, respondió.
—Tengo que contestar —murmuró, disculpándose con Paul, antes de salir al pasillo.
—¿Hola?
—Julianne.
Ella sonrió al oír su voz.
—Hola.
—¿Cenarás conmigo esta noche?
Julia miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola.
—Hum, ¿qué habías pensado?
—Cenar en mi casa. No te he visto desde el sábado. Estoy empezando a pensar que sólo estás interesada en una relación por correo, ahora que tienes mi nueva dirección electrónica —dijo él y se echó a reír. Ella respiró profundamente, contenta de que no estuviera enfadado.
—He estado preparando mi próxima reunión con Katherine. Y tú tenías tu conferencia, así que...
—Necesito verte.
—Yo también tengo ganas, pero vamos a vernos dentro de un momento.
—También quería hablarte de eso. Lo mejor será que no hagamos ninguna referencia a lo que pasó. Si ves que te ignoro, es por eso. No estoy enfadado. Quería avisarte para que no te preocuparas. —Tras una breve pausa, añadió—: Sólo pienso en tocarte, pero tenemos que guardar las apariencias.
—Lo entiendo.
—Julianne—dijo Louis bajando la voz—, esta situación me disgusta tanto como a ti, pero me gustaría mucho que vinieras a cenar esta noche, para compensarte. Después de cenar, podemos pasar una velada tranquila junto al fuego, disfrutando de nuestra mutua compañía. Antes de acostarnos.
Ella se ruborizó inmediatamente.
—Me encantaría, pero esta noche tengo que trabajar. No he acabado de leer todos los textos que me dio Katherine y la reunión es mañana por la tarde. Es muy exigente, ya la conoces.
Él empezó a maldecir entre dientes.
—Lo siento, Louis, pero quiero que esté contenta conmigo.
—¿Y no quieres que yo esté contento contigo?
—Yo... —Julia no supo qué responder.
Él refunfuñó un poco más antes de decir:
—¿Me prometes que nos veremos el viernes por la noche?
—¿Después de la conferencia?
—Tendré que ir a cenar con los organizadores, pero me gustaría que te reunieras conmigo en mi casa después de la cena.
—¿No será muy tarde?
—No para lo que tengo en mente. Me lo prometiste, ¿lo has olvidado?
Julia sonrió al recordar las nuevas fiestas de pijama, más maduras, que había descubierto recientemente.
—Entonces, ¿nos veremos el viernes? —insistióél, susurrando.
—Sí, tendré que buscar una excusa para Paul. Iremos a la conferencia juntos.
Al otro lado del teléfono se hizo un silencio tenso.
—¿Hola? —Julia se desplazó un poco para mejorar la recepción—. ¿Sigues ahí?
—Estoy aquí—respondióél, en un tono glacial.
«Scheiße», pensó ella. Tras unos instantes de silencio, Louis siguió hablando:
—¿Teníamos o no teníamos un acuerdo de no compartirnos con nadie?
«Doble Scheiße.»
—Por supuesto.
—Yo he mantenido mi palabra.
—Louis, por favor...
—Dime que he malinterpretado tus palabras —la interrumpióél.
—Somos amigos y me invitó a acompañarlo a la conferencia. No me pareció nada malo.
—¿Te gustaría que yo me viera con otras mujeres? ¿Que fuera a actos públicos con ellas?
—No —admitió Julia en un susurro.
—Entonces te ruego que tengas la misma deferencia conmigo.
—Por favor, no te enfades.
Su petición chocó con un muro de silencio.
—Es el único amigo que tengo. Ser estudiante en una ciudad extranjera es muy... solitario.
—Pensaba que yo era tu amigo.
—Por supuesto que lo eres. Pero necesito a alguien con quien hablar de las clases y cosas así.
—Cualquier tema relacionado con la universidad deberías hablarlo conmigo.
—Por favor, no me obligues a renunciar al único amigo que tengo. A ti no puedo verte siempre que quiero; me quedaría totalmente aislada.
Louis se estremeció.
—¿Le has dicho que te estás viendo con alguien?
Ella tragó saliva.
—No. Pensaba que era un secreto.
—Vamos, Julianne, no te hagas la tonta. —Respiró hondo para tranquilizarse—. De acuerdo. Admito que necesitas un amigo, pero tienes que dejarle claro que no estás disponible. Paul está claramente interesado en algo más y eso podría crearnos problemas.
—Le diré que tengo un nuevo novio. Hemos quedado para ir a ver una exposición dentro de dos semanas...
—No, no irás con él —gruñó Louis—. Yo te llevaré.
—Pero... ¿en público? No podemos.
—Yo me ocuparé de los detalles. Entonces, ¿dentro de un momento lo veré entrar en el aula llevándote los libros? —preguntó con ironía.
—Louis, por favor.
Él soltó el aire sonoramente.
—De acuerdo. Olvidémonos de esto. Pero lo estaré vigilando. Y respecto al viernes, te daré una llave. O avisaré al conserje para que te deje entrar.
—De acuerdo.
—Hasta dentro de nada.
Cuando Paul y Julia llegaron al aula de seminarios, Louis ya estaba allí. Tras fulminar a Paul con la mirada, volvió a revisar sus notas. Comprobó satisfecho que Julia volvía a usar el maletín. Era una tontería, pero se sintió muy contento.
El resto de los alumnos, incluida Christa, paseó la mirada entre Julia y El Profesor unas cuantas veces. Parecía que estuvieran en un partido de tenis en Wimbledon. Julia se sentó en su asiento de siempre, al lado de Paul, con actitud deferente.
—No te preocupes, lleva toda la semana de buen humor. No creo que hoy se meta contigo. —Paul se inclinó hacia ella para susurrarle al oído—: Debe de haberse tirado a alguien este fin de semana. Más de una vez.
El profesor Tomlinson carraspeó con fuerza hasta que Paul se apartó.
Julia se sofocó al oír el comentario de su amigo. Sin levantar la cabeza, empezó a tomar notas sin parar. El truco funcionó. Pronto había dejado de pensar en el sábado por la mañana y en Louis desnudo, mojado, dejando caer una toalla pequeña, lila.
Él casi no la miró y en ningún momento le preguntó nada, ni le hizo comentar ningún tema. En resumen, la clase supuso una enorme decepción para los alumnos desde el punto de vista del entretenimiento. Christa fue la única en sentirse satisfecha de que, al fin, el universo hubiera vuelto a su órbita —casi— correcta.
—Están todos invitados a la conferencia sobre la lujuria en el Infierno de Dante que daré en el Victoria College el viernes a las tres de la tarde. Nos vemos la semana que viene. La clase ha terminado.
El Profesor recogió sus cosas rápidamente y salió del aula sin mirar a nadie. Paul se inclinó sobre Julia una vez más.
—¿Te acompaño a casa? Podríamos comprar comida tailandesa por el camino.
—Me encantaría que me acompañaras, pero esta noche me la voy a pasar trabajando. Aunque hay algo que quería comentarte.
El viernes por la mañana, Julia estaba frente al armario abierto, preguntándose qué iba a ponerse para la conferencia. Sabía que a Louis no le gustaría verla allí con Paul, pero también sabía que luego pasarían la noche juntos en su casa. Ya había metido en el maletín lo que podía necesitar. Quería causarle buena impresión. Quería que Louis se fijara en ella entre todas las demás y que pensara que estaba muy guapa.
Así que, por primera vez ese curso, se arregló. Se puso un vestido negro, medias negras tupidas y botas de piel negra de tacón alto. Rachel la había convencido para que se las comprara, hacía varios años. Se adornó con unos sencillos pendientes de perla que habían pertenecido a su abuela paterna y se rodeó el cuello con una pashmina lila, por si el modesto escote resultaba excesivo para una conferencia en pleno día.
Paul y ella fueron de los primeros en llegar a la gran sala de conferencias. Se sentaron en una de las últimas filas, al lado del pasillo, para no llamar la atención. El personal docente solía ocupar las primeras y los estudiantes no solían atreverse a romper esa convención.
Sólo poner un pie en la sala, Julia sintió la presencia de Louis. Una extraña tensión vibraba entre ellos, incluso a esa distancia. Notó que él la miraba y supo que pronto estaría frunciendo el cejo. Una mirada de reojo a la tarima confirmó sus sospechas. Estaba fulminando a Paul con la mirada mientras éste le apoyaba la mano en la parte baja de la espalda para guiarla hacia el asiento. Pero luego, en seguida, dirigió la vista hacia ella y, con una sonrisa ladeada, la examinó de arriba abajo, deteniéndose un segundo más de la cuenta en sus botas de tacón. Volviéndose, siguió conversando con otro de los profesores.
Julia dedicó varios segundos a admirar su aspecto. Estaba imponente, como siempre, vestido con un traje de Armani negro, una camisa blanca de puños dobles, estilo francés, corbata negra y unos zapatos de vestir también negros que, por suerte, no eran puntiagudos. Sorprendentemente, llevaba un chaleco debajo de la americana, que tenía desabrochada. Julia se fijó en la cadena de un reloj que colgaba de uno de los bolsillos del chaleco.
—¿Has visto? Lleva un chaleco y un reloj de bolsillo —comentó Paul, negando con la cabeza—. ¿Cuántos años tiene este tipo? Apuesto a que guarda un retrato en su desván que va envejeciendo en su lugar.
Julia disimuló una sonrisa, pero no dijo nada.
—¿Sabes qué me encargó hacer ayer?
Ella negó con la cabeza.
—Tuve que meter algunas de sus preciosas plumas en una caja, cerrarla bien y enviarlas a un hospital de estilográficas. ¿Te lo puedes creer?
—¿Qué es un hospital de estilográficas?
—Un taller de reparación para plumas enfermas, que ofrece servicio a una pandilla de dueños de plumas aún más enfermos, a los que les sobra el dinero. Y el tiempo. O el tiempo de sus ayudantes.
Julia se echó a reír y desconectó el teléfono.
* * * *
Recuperado ya de la gripe porcina, el profesor Jeremy H. Martin, catedrático de Estudios Italianos, dio la bienvenida al centenar de asistentes e hizo una elogiosa presentación de los logros y la actual investigación del profesor Tomlinson. Julia vio que Louis se removía incómodo en la silla, como si los halagos le desagradaran. Sus miradas se cruzaron y ella le sonrió, dándole ánimos. Los hombros de él se relajaron ostensiblemente.
Era obvio que el profesor Martin estaba muy orgulloso del profesor Tomlinson y que no tenía ningún reparo en expresar esa admiración. Louis había sido el fichaje estrella del departamento y no había defraudado las expectativas que habían depositado en él. Le habían dado plaza fija tras publicar su primer libro con la Oxford UniversityPress. Iba camino de convertirse en un académico tan famoso como Katherine Picton. O al menos eso esperaba el profesor Martin.
Tras un breve aplauso de bienvenida, Louis se puso las gafas, colocó sus notas en el atril y comprobó que el PowerPoint estuviera a punto. Antes de empezar a hablar, se tomó un par de segundos para examinar a los presentes: en la primera fila, el profesor Martin sonreía, la señorita Peterson, un poco inclinada hacia adelante, se estaba acariciando el contorno del escote y el resto de sus colegas esperaban, claramente interesados en lo que iban a escuchar.
Con la excepción de una de ellos. Una profesora que no parecía ni remotamente interesada en la investigación ni en nada académico. Sus intereses eran mucho más disolutos y libertinos y, para que no cupiera duda de cuáles eran, se estaba pasando la lengua por los labios, pintados de color carmesí. Era una mujer retorcida. Una depredadora. Louis se sintió incómodo bajo el escrutinio de su mirada de serpiente, sobre todo con Julia en la misma sala. Sabía que su pasado acechaba en cada esquina, pero que Dios se apiadara de él si aquellas dos mujeres llegaban a conocerse.
Apartando los ojos de la rubia profesora, se obligó a sonreír. Buscó la mirada de Julia, sacó fuerzas de su cálida expresión y empezó:
—El título de la conferencia es «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». Lo primero que uno se pregunta al ver este título es cómo puede la lujuria ser un pecado contra uno mismo, cuando su objetivo siempre es otra persona. Pero siempre se utiliza a otra persona para obtener gratificación sexual personal.
Le llegó una risa disimulada de la primera fila, pero la ignoró, limitándose a endurecer un poco la expresión de la cara como respuesta.
—La noción de pecado de Dante viene definida en gran medida por los escritos de santo Tomás de Aquino. En su famosa Suma Teológica, santo Tomás afirma que toda acción malvada o pecado es una forma de autodestrucción. Considera que la naturaleza humana tiende a ser buena y sensata. Cree que la naturaleza de animal racional del hombre fue creada por Dios para la búsqueda del bien y, más específicamente, de las virtudes. Cuando un ser humano se aparta de ese destino natural, se daña a sí mismo, porque no hace aquello para lo que fue diseñado.
Lucha contra él y contra su naturaleza.
La señorita Peterson se echó hacia adelante, claramente interesada.
—¿Por qué Tomás de Aquino tiene esta visión tan peculiar del pecado? Una razón es porque acepta la afirmación de Boecio de que la bondad y el ser son intercambiables, es decir, que todo lo que existe tiene al menos parte de bondad intrínseca, ya que ha sido creado por Dios. No importa lo sucio, destrozado o pecador que sea ese ser humano. Mientras siga existiendo, el bien existirá en su interior.
Apretó un botón y la primera imagen apareció en la pantalla. Julia reconoció la ilustración de Lucifer hecha por Botticelli.
—Según esta teoría, nadie, ni siquiera Lucifer atrapado en el hielo en el Infierno de Dante, es completamente malo. El mal sólo puede existir alimentándose del bien, como un parásito. Si todo el bien de una criatura fuera eliminado, esa criatura no podría seguir existiendo.
Notó un par de astutos ojos clavados en él, burlándose de su concepción burguesa del bien y del mal. Carraspeó antes de continuar:
—Es un concepto que a muchos de nosotros nos cuesta aceptar. La idea de que incluso un ángel caído, condenado a pasar el resto de sus días en el infierno, tenga parte de bondad. —Buscó a Julia con los ojos, esperando que captara la súplica que había en ellos—. Una bondad que ruega ser reconocida, a pesar de la triste y desesperada adicción del ángel caído por el pecado.
Una nueva ilustración de Botticelli mostraba a Dante y a Beatriz bajo el cielo de las estrellas fijas del Paraíso. Julia reconoció la imagen que Louis le había mostrado en su despacho, la que formaba parte de su colección privada.
—En este contexto, consideremos los personajes de Dante y Beatriz. Son el prototipo del amor cortés. En La Divina Comedia, Beatriz le pide a Virgilio que guíe a su amado Dante a través del Infierno, ya que ella no puede descender hasta allí a causa de su residencia permanente en el Paraíso. Mediante esta conexión entre Beatriz y Virgilio, Dante está expresando su convencimiento de que el amor cortés está más ligado a la razón que a la pasión.
Ante la mención de Beatriz, Julia empezó a removerse inquieta en el asiento, manteniendo la cabeza baja para no delatarse. Paul se dio cuenta y, malinterpretando su inquietud, le tomó la mano y se la apretó ligeramente. Estaban sentados demasiado atrás para que Louis viera lo que estaban haciendo, pero sí se dio cuenta de que Paul se inclinaba hacia Julia y de que su mano desaparecía cerca del regazo de ella. La visión lo distrajo momentáneamente. Tosió mientras recuperaba el hilo y, al oírlo, Julia levantó la vista y se soltó de la mano de Paul.
—Pero ¿qué pasa con la lujuria? Si el amor es el cordero, la lujuria es el lobo. Dante lo deja claro cuando la identifica con un pecado de incontinencia, de falta de control. Al igual que el lobo, en el pecador, la pasión se impone a la razón.
Al oír esas palabras, Christa se sentó en el borde del asiento, inclinándose lo suficiente como para que su escote fuese visible desde el estrado. Por desgracia para ella, Louis estaba demasiado ocupado pasando a la siguiente imagen, que no era otra que la escultura de Rodin, El beso.
—Dante sitúa a Paolo y a Francesca en el Círculo de los Lujuriosos. Sorprendentemente, la historia de su caída va íntimamente ligada a la tradición del amor cortés. En el momento de su indulgencia lujuriosa, estaban leyendo juntos sobre la relación adúltera entre Lanzarote y la reina Ginebra. —Louis sonrió travieso—. Vendría a ser el equivalente medieval de unos preliminares a base de porno.
Se oyeron unas risas en la sala.
—En el caso de Paolo y Francesca, la pasión se impuso a la razón, que debería haberles dicho que, ya que uno de los dos estaba atado a otra persona, debían tener las manos quietas.
Estas últimas palabras las pronunció con la mirada clavada en Paul, pero éste pensó que miraba a Julia, o a alguna otra mujer sentada delante de ellos, así que se mantuvo impasible. Ante su falta de reacción, los ojos azules de Louis se volvieron verdes, como los de un dragón. Ya sólo faltaba que empezara a escupir fuego por la boca.
—Su relación podría compararse con el sentimiento de posesión de una pareja comprometida. Si otra persona tratara de disfrutar de las delicias que deberían estar reservadas a la prometida o el prometido, la relación acabaría en enfado y celos —añadió, con voz más amenazadora.
Julia se encogió un poco y se alejó de Paul todo lo que pudo.
—Pero el hecho de que Dante vea, tanto en Lanzarote y Ginebra como en Paolo y Francesca, una corrupción del amor cortés, demuestra que reconoce los peligros que conlleva su relación con Beatriz. Sabe que si permite que la pasión se imponga a la razón, arruinará sus vidas y las expondrá al escándalo. Así que el destino de Paolo y Francesca es para Dante un aviso personal de que debe mantener su relación con Beatriz casta. Lo que no le resulta sencillo, dado el gran atractivo de la joven y la intensidad del deseo que siente por ella.
Julia se ruborizó.
—Quisiera dejar claro que, aunque pasaron muchos años separados, Dante sigue profundamente enamorado de Beatriz. La ama y la desea con tanta intensidad que le duele. Su castidad resulta mucho más virtuosa gracias a la fuerza y desesperación de su deseo.
Los ojos de serpiente de la rubia profesora siguieron la dirección de la mirada de Louis y vieron a Julia antes de volver la vista hacia él, que la miró con hostilidad antes de continuar.
—Según la filosofía de Dante, la lujuria es un amor descarriado, pero no deja de ser amor. Por esta razón, lo considera el menos malo de los siete pecados capitales y coloca el Círculo de la Lujuria justo debajo del Limbo. La lujuria es el mayor de los placeres terrenales.
Louis volvió a mirar a Julia, que lo escuchaba encandilada.
—El sexo no es sólo una unión de los cuerpos, también es una unión espiritual; una unión extática de dos cuerpos y dos almas, que imita el gozo y el éxtasis de la unión con la divinidad en el paraíso. Dos cuerpos unidos en el placer. Dos almas unidas a través de la conexión entre sus cuerpos, así como de la entrega entusiasta y altruista del propio ser.
Julia trató de no moverse en el asiento, al recordar cómo él le había lamido los dedos uno a uno limpiándole los restos de chocolate. La temperatura de la sala había aumentado claramente y no era la única en tener problemas para estarse quieta.
—Tal vez sea pedante señalar que si uno de los dos no se entrega totalmente durante el encuentro sexual, no alcanzará el orgasmo. En ese caso, el resultado es la tensión, la frustración y una pareja infeliz. El orgasmo es un anticipo de la trascendencia absoluta y del placer total, extático. Del tipo de placer durante el cual las necesidades y deseos más profundos se satisfacen por completo.
Sonrió al ver que Julia cruzaba y descruzaba las piernas, disfrutando de su reacción mientras tomaba un sorbo de agua.
—La idea del orgasmo compartido, la idea del éxtasis de un miembro de la pareja provocando el del otro, pone de relieve la intimidad mutua de esta unión física y espiritual. Jadear, retorcerse, tocarse, desear, entregar y, finalmente, llegar juntos al orgasmo, de manera gloriosa.
Hizo una pausa y se obligó a no mirar a Julia, para no atraer las miradas sobre su rostro ruborizado. Carraspeó ligeramente y dedicó una sonrisa ladeada a los presentes.
—¿A alguien más le falta el aire?
Risas tímidas pero sinceras resonaron en la sala. Christa se apartó el pelo de la cara y se abanicó con el libro de Louis.
—Creo que he ilustrado la tesis de Dante con mis palabras. Lo que quería demostrar era que la lujuria es lo bastante poderosa como para distraer la mente de una persona, y no olvidemos que la mente es el órgano encargado de razonar. Una mente alterada por la lujuria se centrará en ideas carnales y terrenales en vez de elevarse a los cielos para centrarse en Dios. Sin duda, algunos de ustedes ahora mismo preferirían ir corriendo a reunirse con sus parejas en vez de quedarse aquí escuchando el resto de esta árida conferencia.
Se echó a reír, ignorando a la profesora de la primera fila y el pequeño y obsceno objeto que había sacado del bolso para provocarlo.
—El amor, a diferencia de la lujuria, no es ningún pecado. Tomás de Aquino argumenta que el amante está ligado a su amado como si éste fuera una parte de su propio cuerpo.
Al decir esto, la expresión de Louis se suavizó y una dulce sonrisa apareció en su rostro.
—El goce y la belleza de la intimidad que se expresa en la unión sexual son consecuencia de un acto de amor. En este caso, es evidente que el sexo no puede considerarse un sinónimo de lujuria. De ahí la distinción en el lenguaje contemporáneo entre, disculpen mi vulgaridad, follar y hacer el amor. Pero el sexo y el amor tampoco son sinónimos, como demuestra la tradición del amor cortés. Una persona puede amar a otra de manera casta y apasionada, sin que exista entre ellos ningún contacto sexual. En el Paraíso de Dante, la lujuria se transforma en caridad, la más pura y sincera manifestación de amor. En el Paraíso, el alma está libre de deseos, ya que todos están satisfechos y ella está henchida de gozo. Ya no siente culpabilidad por sus anteriores pecados y disfruta de una libertad y una plenitud absolutas. Sin embargo, por cuestiones de tiempo no puedo extenderme más en la descripción del Paraíso. En La Divina Comedia, encontramos la dicotomía lujuria-caridad y también una potente manifestación de la castidad en el amor cortés, correspondiente al amor entre Dante y Beatriz. Pero como mejor se expresa este ideal de amor cortés no es con palabras de Dante, sino de Beatriz: Apparuitiambeatitudovestra, es decir, «Ahora aparece tu bendición». Nunca se han pronunciado palabras más ciertas. Gracias.
La sala de conferencias estalló en educados aplausos y murmullos de aprobación. A continuación, Louis respondió a las preguntas de los asistentes. Como era habitual, los profesores fueron los primeros en preguntar, mientras los estudiantes aguardaban su turno. (Ya que en el mundo académico, igual que la Europa de la Edad Media, impera un sistema de clases.)
Julia permanecía muy quieta, tratando de asimilar lo que le parecía haber entendido de la conferencia. Se estaba repitiendo alguna de las ideas más profundas, cuando Paul se inclinó hacia ella para susurrarle al oído:
—No te lo pierdas. Tomlinson está a punto de ignorar a Christa.
Desde donde estaban no podían ver el escote de su compañera (lo cual era una bendición.) Seguía inclinada hacia adelante, con la mano levantada, tratando de llamar la atención del profesor. Éste pareció no ver su mano, ignorándola deliberadamente antes de conceder la palabra a otras personas y ofrecerles respuestas razonadas.
Finalmente, el profesor Martin se puso en pie para anunciar que la ronda de preguntas había terminado. Sólo entonces Christa bajó la mano, enfurruñada.
Tras una nueva tanda de aplausos, Louis bajó de la tarima. Inmediatamente fue interceptado por una morena de treinta y tantos años, que parecía ser una profesora. Se saludaron con un apretón de manos.
Paul resopló.
—¿Lo has visto? No ha dejado que Christa le haga una pregunta en un foro público. Creo que tenía miedo de que le lanzara un sujetador o que desplegara un póster que dijera: «Yo-corazón-Tomlinson».
Julia se echó a reír, sin perder de vista a la morena hasta que Louis dejó de hablar con ella y se dirigió a otro de los que querían saludarlo.
—Me ha extrañado que nadie corrija a El Profesor —comentó Paul luego, rascándose una patilla reflexivamente.
—¿Sobre qué?
—Ha atribuido la frase Apparuitiambeatitudovestra a Beatriz, cuando todos sabemos que es de Dante. El poeta la pronuncia en la segunda sección de La Vita Nuova, cuando se encuentra con Beatriz por primera vez.
Julia lo sabía, por supuesto, pero nunca se le habría ocurrido comentarlo, así que guardó silencio.
Paul se encogió de hombros.
—Seguro que ha sido un lapsus. Puede citar esos textos de memoria en italiano y en inglés. Sólo es que me ha resultado curioso que El Profesor Perfecto haya cometido un error tan grande en público y que nadie haya dicho nada. —Se echó a reír—. Tal vez eso era lo que quería decir Christa.
Julia asintió. Sabía que el error de Louis había sido intencionado, pero no pensaba decírselo a nadie y mucho menos a Paul. Éste la miró de arriba abajo con franca apreciación.
—Estás muy guapa hoy. Siempre estás guapa, pero hoy estás particularmente... radiante. —Su expresión se ensombreció—. Espero no estar metiéndome en terreno vedado. ¿Cómo me has dicho que se llama tu novio?
—William.
—Bueno, no puedes negarlo. Se te ve en los ojos. Se nota que estás contenta de haber vuelto con él. Después de verte triste durante semanas, me alegra verte feliz.
—Gracias —murmuró Julia.
—¿Por qué te has puesto tan guapa?
Ella miró a su alrededor.
—No sabía cómo se vestía la gente aquí para una conferencia. Sabía que asistirían todos los profesores y quería tener buen aspecto.
Paul se echó a reír.
—La mayoría de las mujeres del mundo académico no se preocupan demasiado por la moda. —Negó con la cabeza y le apretó la mano—. Espero que tu ex te trate bien esta vez. Si no, voy a tener que ir a Filadelfia a patearle el culo.
A esas alturas, Julia ya casi no lo escuchaba, porque vio que una profesora bajita y rubia saludaba a Louis con un beso en cada mejilla. Alzó las cejas sorprendida.
«¿Y tú riñéndome por Paul, profesor? Pensaba que no iba a tener que compartirte.»
Oyó que Paul maldecía entre dientes.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Bueno, la conferencia ha estado bien. Por eso vine a esta universidad, para estudiar con él —respondió, mirando a Louis —. Pero míralos.
Como si lo hubiera oído, la rubia echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas, mientras Tomlinson le devolvía una sonrisa tensa. La mujer debía de medir poco más de metro y medio y llevaba el pelo, muy rubio, recogido en un severo moño. Vestía un traje de aspecto caro, con una falda tubo que no le llegaba a las rodillas y completaba su atuendo con unas gafas de Armani rojas. Julia también se fijó en que llevaba zapatos de tacón muy alto y unas medias de rejilla, con las que se podrían pescar peces, aunque muy pequeños.
Era guapa, pero había algo en ella que parecía fuera de lugar en aquel entorno académico. Por otra parte, su presencia desprendía agresividad.
—Es la profesora Singer —dijo Paul, haciendo una mueca de disgusto.
—¿La rubia?
—Sí, la morena es la profesora Leaming. Es fantástica, tienes que conocerla. Pero aléjate de Singer, es una arpía.
A Julia se le encogió el corazón al ver a la mujer agarrar el brazo de Louis con demasiada familiaridad, mientras se ponía de puntillas para susurrarle algo al oído. Él permaneció impasible.
—¿Por qué dices eso?
—¿Has visitado su página web?
—No.
—Pues tienes suerte. Te quedarías horrorizada de ver en qué está metida. La llaman La Profesora Dolor.
Con reticencia, Julia apartó los ojos del espectáculo que estaban ofreciendo los profesores Tomlinson y Dolor y empezó a retorcerse las manos. Se preguntó si el nombre de pila de Dolor sería Paulina. Asqueada, cogió el abrigo y se levantó.
—Creo que es un buen momento para marcharnos.
—Te acompañaré a casa. —Paul la ayudó a ponerse el abrigo caballerosamente.
Mientras se dirigían a la salida, el profesor Martin vio a Paul y le indicó con un gesto que se acercara.
—Un momentito. Espérame, por favor.
Julia volvió a sentarse y jugueteó con los botones del abrigo para distraerse.
Louis no la había buscado con la vista en ningún momento. Suponía que la estaba ignorando expresamente. Paul habló un momento con el catedrático antes de volverse en su dirección y señalarla. El profesor Martin asintió, dándole unas palmaditas en la espalda. Paul regresó a su lado con una sonrisa radiante.
—Nunca adivinarías lo que quería.
Julia levantó las cejas.
—Nos han invitado a la cena en honor de Tomlinson.
—Estás de guasa.
—No. Al parecer, el presupuesto de la conferencia daba para invitar a un par de estudiantes y Martin me ha invitado a mí. Cuando le he dicho que estaba contigo, te ha invitado también. —Le guiñó un ojo—. La pobre Christa no está en la lista de invitados. Hoy es tu día de suerte.
Al levantar la vista, Julia se encontró con que Louis la estaba mirando. Parecía preocupado, incluso enfadado. Miró a Paul y luego a ella, negando con la cabeza. Julia apretó los labios.
«¿Cómo puede estar celoso de un amigo mientras La Profesora Dolor no le quita las manos de encima? Menuda doble moral.»
—Si no te apetece, no tenemos por qué ir. —Paul carraspeó—. Sé que Tomlinson se ha portado como un imbécil contigo. Probablemente no te apetezca ir a celebrar su triunfo.
—Sería de mala educación rechazar la invitación del catedrático —replicó ella lentamente.
—Supongo que tienes razón. Será divertido. La cena es en el Segovia, un restaurante fantástico. Pero no empieza hasta las siete. ¿Quieres que vayamos al Starbucks mientras tanto? ¿O a algún otro sitio? —preguntóél, ofreciéndole la mano.
—El Starbucks me va bien.
Ya en la calle, pasados unos minutos, Julia encontró el valor para hacerle la pregunta que la atormentaba.
—¿Conoces bien a la profesora Singer? —Trató de sonar despreocupada.
—No. Me mantengo tan alejado de ella como puedo. —Paul maldijo varias veces entre dientes—. Ojalá pudiera olvidar los correos electrónicos que le envió a Tomlinson. Los tengo grabados a fuego en la mente.
—¿Cómo se llama de nombre?
—Ann.
*Scheiße. : Mierda en alemán
Julia abrió mucho los ojos y se cubrió la boca con la mano.
—Buenos días —saludó Louis, sujetándose la toalla con una mano mientras cogía su ropa con la otra.
Ella lo estaba mirando fijamente. Y no precisamente a la cara. Louis acababa de salir de su ducha y tenía el pelo mojado y muy despeinado. Se le veían gotas de agua en los hombros y en el pecho, haciendo más nítido el tatuaje. El contorno de las líneas de tendones, músculos y venas, simétricas y equilibradas, configuraban unas proporciones dignas de un ideal de belleza. Las líneas clásicas de aquel cuerpo dejarían sin aliento a cualquiera.
Julia acababa de pasar la noche con el dueño de ese cuerpo en su cama, y él la había abrazado y jugado con su pelo. Y ese cuerpo iba unido a una mente brillante y a una alma profunda y apasionada. Permanecía con la mirada clavada en su físico y las palabras «semidiós marino» revolotearon por su conciencia.
Louis sonrió.
—He dicho buenos días, Julianne.
Ella cerró la boca de golpe.
—Buenos días.
Él se acercó y se inclinó para darle un beso suave con los labios entreabiertos. Unas cuantas gotas de agua la salpicaron y la sábana las absorbió.
—¿Has dormido bien?
Ella asintió lentamente, demasiado sofocada para hablar.
—No eres muy habladora de buena mañana —bromeóél, incorporándose con una sonrisilla en los labios.
—¡Estás casi desnudo!
—Es verdad. ¿Preferirías que acabara de desnudarme del todo? —preguntó, moviendo la toalla provocativamente alrededor de sus caderas.
Julia casi se muere de la impresión.
—Estoy bromeando, cariño. —Volvió a besarla con el cejo fruncido. Y, al recordar lo que le había contado la noche anterior, se alejó de ella cautelosamente—. Me había olvidado de lo que te pasó en San Luis cuando eras pequeña. Siento haber salido así del baño. Lo he hecho sin darme cuenta.
Ella lo miró de arriba abajo, admirándolo en silencio, y lo tranquilizó con una sonrisa.
—No pasa nada. Es que... eres impresionante. Se te ve contento.
Él le devolvió la sonrisa.
—Dormir a tu lado me sienta bien. ¿Puedo prepararte el desayuno?
—Sí, claro. Pero ya sabes que no tengo cocina.
—Soy un hombre de recursos.
La sonrisa de Louis era tan cálida que hizo que Julia se olvidara de las carencias de su apartamento. Justo antes de que la puerta del baño se cerrara tras él, Julia pudo disfrutar del espectáculo de un perfecto glúteo, cuando Louis dejó caer la toalla al suelo, dejándola a ella boqueando como un pez.
*
La noche siguiente, cuando Rachel regresó de su escapada romántica con Aaron, revisó su buzón de voz. Tras llamar en seguida a su padre, telefoneó a Louis y le dejó un mensaje.
«¿Qué demonios pasa, Louis? ¿Qué le has hecho a Julia? Sólo ha desaparecido una vez en su vida, cuando su ex la humilló de un modo espantoso. Así que, repito, ¿qué demonios le has hecho? ¡Como tenga que ir yo allí para enterarme, será peor! Llámame. Por cierto, papá me ha dado recuerdos para ti. Dice que se alegró mucho de que lo llamaras. ¿Sería mucho pedir que le llamaras más a menudo? ¿Una vez a la semana, por ejemplo? Ha decidido volver al trabajo porque no soporta estar en casa solo. Y, por cierto, la ha puesto a la venta.»
Luego, preocupada por su mejor amiga, llamó a Julia y le dejó también un mensaje.
«Julia, ¿qué hizo Louis? He encontrado un mensaje suyo en el buzón de voz. Parecía loco de atar. No responde al teléfono, así que no sé qué ha pasado. Tampoco creo que me contara la verdad. De todos modos, espero que estés bien y lo siento mucho. Hiciera lo que hiciese, te ruego que no vuelvas a desaparecer de mi vida. No ahora. Éste será el último día de Acción de Gracias que celebraremos en casa. Papá la ha puesto a la venta. Aaron insiste en comprarte un billete. Llámame, ¿quieres? Te quiero.»
Después de eso, Rachel regresó a su vida en Filadelfia, esperando recibir noticias tanto de su hermano como de su mejor amiga. Y planeando una boda.
*
Tras convencerla de que no se subiera al primer avión con destino a Toronto para patearle el culo, Louis llamó a Richard y le pidió que retirara la casa del mercado. Luego llamó a Julia, pero no pudo hablar con ella, porque estaba comunicando, así que le dejó un mensaje.
«Nunca me coges el teléfono.
[Refunfuña ligeramente.]
¿No tienes llamada en espera? ¿Puedes contratarlo? No me importa lo que cueste. Pago yo. Estoy harto de dejarte mensajes.
[Respira hondo.]
Acabo de hablar con Rachel. Estaba furiosa conmigo, pero creo que he podido convencerla de que tú y yo discutimos sobre un tema académico, pero que ya nos hemos dado un besito y hemos hecho las paces.
[Se ríe.]
Bueno, lo del besito no se lo he dicho. Tal vez podrías llamarla y tranquilizarla para que no cumpla su amenaza de venir a Toronto.
[Suspiro.]
Julianne, me gustó mucho despertarme a tu lado ayer. Más de lo que puedo expresar por teléfono. Dime que podré despertarme a tu lado otra vez pronto. [Con una voz más baja y ardiente.] Estoy sentado frente a la chimenea, deseando que estuvieras aquí, entre mis brazos. Llámame, principessa.»
Mientras tanto, Julia estaba hablando con su padre.
—Me alegro de que vengas a casa, Jules. Estaré de guardia, pero podremos pasar algún rato juntos. —Tom acabó la frase tosiendo y aclarándose la garganta.
—Bien. Rachel también quiere que vaya a visitarla. Va a casarse y creo que necesita ayuda con los preparativos, ahora que Grace no está.
—Deb me ha invitado a cenar con ella y los niños en Acción de Gracias. Estoy seguro de que no le importará que vayas.
—Ni de coña —murmuró Julia.
—¿Cómo dices?
—Perdona, papá. Me gustaría saludar a Deb, pero no pienso ir a cenar a su casa.
Tom hizo una pausa incómoda.
—No hace falta que vaya yo tampoco. Veo a Deb constantemente.
Julia puso los ojos en blanco.
—¿A qué hora llegarás al aeropuerto? —le preguntó su padre.
—De hecho, como Louis Tomlinson está viviendo en Toronto, me comentó que podríamos volver juntos a Filadelfia. Así podría ir con los Clark desde el aeropuerto.
Tom guardó silencio unos segundos.
—¿Louis está ahí?
—Da clases en la universidad. Tengo un seminario con él.
—No me lo habías dicho, Jules. Tienes que mantenerte apartada de ese chico.
—¿Por qué?
—Porque no es una buena compañía.
—¿Qué te hace decir eso?
Tom volvió a carraspear.
—No fue a ver a su madre cuando se estaba muriendo. Y pasa muy poco tiempo con su familia. No me fío de él y no quiero que esté cerca de mi hija.
—Papá, es el hermano de Rachel. Y ella se ha ofrecido a recogernos en el aeropuerto.
—Bajo ningún concepto le lleves ninguna bolsa en el avión y no aceptes nada que te ofrezca que sea sospechoso. Tendrás que cruzar la frontera.
—¿Qué demonios quieres decir?
—Quiero decir que me preocupo por ti. ¿No puedo preocuparme por mi única hija?
Julia reprimió el impulso de decir algo cruel o maleducado.
—Cuando tenga el billete, te diré cuándo llego.
—Perfecto. Hablamos entonces.
Y con esas palabras, la poco productiva conversación entre Julia y Thomas Mitchell llegó a su fin.
Luego, ella pasó la hora siguiente asegurándole a Rachel que estaba bien y que, sorprendentemente, Louis ya no se estaba comportando como un asno. También logró convencer a Aaron de que no era necesario que le comprara el billete. Mencionó el problema de los planes de su padre para Acción de Gracias y les aseguró que cenaría con ellos el jueves por la noche.
Estaba ya muy cansada cuando por fin pudo hablar con Louis. No fue fácil convencerlo de que no era buena idea dormir juntos cada noche. Alguien ligado a la universidad podría verlos entrar o salir de sus respectivas viviendas. Él le dio la razón a regañadientes, pero le hizo prometer que volverían a dormir juntos antes de una semana.
Julia no quería que Louis perdiera el trabajo por su culpa, por eso estaba decidida a reducir las posibilidades de que los descubrieran juntos. Tampoco quería pasar todas las noches en su cama, porque sabía adónde llevaría eso. Seguía intentando confiar en él. Su reticencia era más que razonable, teniendo en cuenta que aún hacía poco tiempo que Louis había cambiado de actitud hacia ella. Y que él había admitido que su pasión estaba a punto de acabar con su precario control.
Ella no quería dejarse convencer para hacer algo para lo que no se sentía preparada. No quería entregarle parte de sí misma y volver luego a su apartamento sintiéndose utilizada y sola, como le había pasado tantas veces con él. Cierto, Louis no era él. Pero no podía evitar ser cautelosa, por mucho que deseara confiar en él.
A pesar de sus precauciones para protegerse, Julia dormía mucho mejor con Louis que sin él y cada día que pasaba sin verlo le dolía el corazón.
El lunes por la tarde, un mensajero llevó a casa de Julia una gran caja blanca. Tras firmar el recibo, cerró la puerta y abrió el sobre que acompañaba la caja. La tarjeta tenía grabadas las iniciales L. W. T. y estaba escrita a mano.
Querida Julianne:
Gracias por compartir conmigo el viernes por la noche.
Tienes corazón de león.
Me encantaría poder domesticarte lentamente, sin lágrimas ni adioses.
Tuyo,
Louis
P. D.: Tengo una nueva cuenta de correo electrónico a tu disposición. Es ésta: lwt717@gmail.com
Julia abrió la caja e inmediatamente quedó cautivada por una agradable fragancia. La sorprendió ver que procedía de un gran cuenco de cristal lleno de agua. Flotando en su superficie, había siete gardenias. Con mucho cuidado, sacó el cuenco de la caja y lo colocó en la mesa plegable, aspirando profundamente el perfume que empezaba a extenderse por la habitación.
Releyó la nota de Louis y abrió el portátil para enviarle un mensaje a su nueva dirección desde su correo de Gmail.
Querido Louis:
Gracias por las gardenias, son preciosas.
Gracias por la tarjeta.
Gracias por escucharme.
Tengo muchas ganas de verte,
Julia
Besos
El miércoles por la tarde, Julia se encontró con Paul en los casilleros, antes del seminario del profesor Tomlinson. Se saludaron y charlaron un poco antes de ser interrumpidos bruscamente por el móvil de ella. La pantalla decía que la estaba llamando —milagrosamente— Dante Alighieri, así que, por supuesto, respondió.
—Tengo que contestar —murmuró, disculpándose con Paul, antes de salir al pasillo.
—¿Hola?
—Julianne.
Ella sonrió al oír su voz.
—Hola.
—¿Cenarás conmigo esta noche?
Julia miró a su alrededor para asegurarse de que estaba sola.
—Hum, ¿qué habías pensado?
—Cenar en mi casa. No te he visto desde el sábado. Estoy empezando a pensar que sólo estás interesada en una relación por correo, ahora que tienes mi nueva dirección electrónica —dijo él y se echó a reír. Ella respiró profundamente, contenta de que no estuviera enfadado.
—He estado preparando mi próxima reunión con Katherine. Y tú tenías tu conferencia, así que...
—Necesito verte.
—Yo también tengo ganas, pero vamos a vernos dentro de un momento.
—También quería hablarte de eso. Lo mejor será que no hagamos ninguna referencia a lo que pasó. Si ves que te ignoro, es por eso. No estoy enfadado. Quería avisarte para que no te preocuparas. —Tras una breve pausa, añadió—: Sólo pienso en tocarte, pero tenemos que guardar las apariencias.
—Lo entiendo.
—Julianne—dijo Louis bajando la voz—, esta situación me disgusta tanto como a ti, pero me gustaría mucho que vinieras a cenar esta noche, para compensarte. Después de cenar, podemos pasar una velada tranquila junto al fuego, disfrutando de nuestra mutua compañía. Antes de acostarnos.
Ella se ruborizó inmediatamente.
—Me encantaría, pero esta noche tengo que trabajar. No he acabado de leer todos los textos que me dio Katherine y la reunión es mañana por la tarde. Es muy exigente, ya la conoces.
Él empezó a maldecir entre dientes.
—Lo siento, Louis, pero quiero que esté contenta conmigo.
—¿Y no quieres que yo esté contento contigo?
—Yo... —Julia no supo qué responder.
Él refunfuñó un poco más antes de decir:
—¿Me prometes que nos veremos el viernes por la noche?
—¿Después de la conferencia?
—Tendré que ir a cenar con los organizadores, pero me gustaría que te reunieras conmigo en mi casa después de la cena.
—¿No será muy tarde?
—No para lo que tengo en mente. Me lo prometiste, ¿lo has olvidado?
Julia sonrió al recordar las nuevas fiestas de pijama, más maduras, que había descubierto recientemente.
—Entonces, ¿nos veremos el viernes? —insistióél, susurrando.
—Sí, tendré que buscar una excusa para Paul. Iremos a la conferencia juntos.
Al otro lado del teléfono se hizo un silencio tenso.
—¿Hola? —Julia se desplazó un poco para mejorar la recepción—. ¿Sigues ahí?
—Estoy aquí—respondióél, en un tono glacial.
«Scheiße», pensó ella. Tras unos instantes de silencio, Louis siguió hablando:
—¿Teníamos o no teníamos un acuerdo de no compartirnos con nadie?
«Doble Scheiße.»
—Por supuesto.
—Yo he mantenido mi palabra.
—Louis, por favor...
—Dime que he malinterpretado tus palabras —la interrumpióél.
—Somos amigos y me invitó a acompañarlo a la conferencia. No me pareció nada malo.
—¿Te gustaría que yo me viera con otras mujeres? ¿Que fuera a actos públicos con ellas?
—No —admitió Julia en un susurro.
—Entonces te ruego que tengas la misma deferencia conmigo.
—Por favor, no te enfades.
Su petición chocó con un muro de silencio.
—Es el único amigo que tengo. Ser estudiante en una ciudad extranjera es muy... solitario.
—Pensaba que yo era tu amigo.
—Por supuesto que lo eres. Pero necesito a alguien con quien hablar de las clases y cosas así.
—Cualquier tema relacionado con la universidad deberías hablarlo conmigo.
—Por favor, no me obligues a renunciar al único amigo que tengo. A ti no puedo verte siempre que quiero; me quedaría totalmente aislada.
Louis se estremeció.
—¿Le has dicho que te estás viendo con alguien?
Ella tragó saliva.
—No. Pensaba que era un secreto.
—Vamos, Julianne, no te hagas la tonta. —Respiró hondo para tranquilizarse—. De acuerdo. Admito que necesitas un amigo, pero tienes que dejarle claro que no estás disponible. Paul está claramente interesado en algo más y eso podría crearnos problemas.
—Le diré que tengo un nuevo novio. Hemos quedado para ir a ver una exposición dentro de dos semanas...
—No, no irás con él —gruñó Louis—. Yo te llevaré.
—Pero... ¿en público? No podemos.
—Yo me ocuparé de los detalles. Entonces, ¿dentro de un momento lo veré entrar en el aula llevándote los libros? —preguntó con ironía.
—Louis, por favor.
Él soltó el aire sonoramente.
—De acuerdo. Olvidémonos de esto. Pero lo estaré vigilando. Y respecto al viernes, te daré una llave. O avisaré al conserje para que te deje entrar.
—De acuerdo.
—Hasta dentro de nada.
Cuando Paul y Julia llegaron al aula de seminarios, Louis ya estaba allí. Tras fulminar a Paul con la mirada, volvió a revisar sus notas. Comprobó satisfecho que Julia volvía a usar el maletín. Era una tontería, pero se sintió muy contento.
El resto de los alumnos, incluida Christa, paseó la mirada entre Julia y El Profesor unas cuantas veces. Parecía que estuvieran en un partido de tenis en Wimbledon. Julia se sentó en su asiento de siempre, al lado de Paul, con actitud deferente.
—No te preocupes, lleva toda la semana de buen humor. No creo que hoy se meta contigo. —Paul se inclinó hacia ella para susurrarle al oído—: Debe de haberse tirado a alguien este fin de semana. Más de una vez.
El profesor Tomlinson carraspeó con fuerza hasta que Paul se apartó.
Julia se sofocó al oír el comentario de su amigo. Sin levantar la cabeza, empezó a tomar notas sin parar. El truco funcionó. Pronto había dejado de pensar en el sábado por la mañana y en Louis desnudo, mojado, dejando caer una toalla pequeña, lila.
Él casi no la miró y en ningún momento le preguntó nada, ni le hizo comentar ningún tema. En resumen, la clase supuso una enorme decepción para los alumnos desde el punto de vista del entretenimiento. Christa fue la única en sentirse satisfecha de que, al fin, el universo hubiera vuelto a su órbita —casi— correcta.
—Están todos invitados a la conferencia sobre la lujuria en el Infierno de Dante que daré en el Victoria College el viernes a las tres de la tarde. Nos vemos la semana que viene. La clase ha terminado.
El Profesor recogió sus cosas rápidamente y salió del aula sin mirar a nadie. Paul se inclinó sobre Julia una vez más.
—¿Te acompaño a casa? Podríamos comprar comida tailandesa por el camino.
—Me encantaría que me acompañaras, pero esta noche me la voy a pasar trabajando. Aunque hay algo que quería comentarte.
El viernes por la mañana, Julia estaba frente al armario abierto, preguntándose qué iba a ponerse para la conferencia. Sabía que a Louis no le gustaría verla allí con Paul, pero también sabía que luego pasarían la noche juntos en su casa. Ya había metido en el maletín lo que podía necesitar. Quería causarle buena impresión. Quería que Louis se fijara en ella entre todas las demás y que pensara que estaba muy guapa.
Así que, por primera vez ese curso, se arregló. Se puso un vestido negro, medias negras tupidas y botas de piel negra de tacón alto. Rachel la había convencido para que se las comprara, hacía varios años. Se adornó con unos sencillos pendientes de perla que habían pertenecido a su abuela paterna y se rodeó el cuello con una pashmina lila, por si el modesto escote resultaba excesivo para una conferencia en pleno día.
Paul y ella fueron de los primeros en llegar a la gran sala de conferencias. Se sentaron en una de las últimas filas, al lado del pasillo, para no llamar la atención. El personal docente solía ocupar las primeras y los estudiantes no solían atreverse a romper esa convención.
Sólo poner un pie en la sala, Julia sintió la presencia de Louis. Una extraña tensión vibraba entre ellos, incluso a esa distancia. Notó que él la miraba y supo que pronto estaría frunciendo el cejo. Una mirada de reojo a la tarima confirmó sus sospechas. Estaba fulminando a Paul con la mirada mientras éste le apoyaba la mano en la parte baja de la espalda para guiarla hacia el asiento. Pero luego, en seguida, dirigió la vista hacia ella y, con una sonrisa ladeada, la examinó de arriba abajo, deteniéndose un segundo más de la cuenta en sus botas de tacón. Volviéndose, siguió conversando con otro de los profesores.
Julia dedicó varios segundos a admirar su aspecto. Estaba imponente, como siempre, vestido con un traje de Armani negro, una camisa blanca de puños dobles, estilo francés, corbata negra y unos zapatos de vestir también negros que, por suerte, no eran puntiagudos. Sorprendentemente, llevaba un chaleco debajo de la americana, que tenía desabrochada. Julia se fijó en la cadena de un reloj que colgaba de uno de los bolsillos del chaleco.
—¿Has visto? Lleva un chaleco y un reloj de bolsillo —comentó Paul, negando con la cabeza—. ¿Cuántos años tiene este tipo? Apuesto a que guarda un retrato en su desván que va envejeciendo en su lugar.
Julia disimuló una sonrisa, pero no dijo nada.
—¿Sabes qué me encargó hacer ayer?
Ella negó con la cabeza.
—Tuve que meter algunas de sus preciosas plumas en una caja, cerrarla bien y enviarlas a un hospital de estilográficas. ¿Te lo puedes creer?
—¿Qué es un hospital de estilográficas?
—Un taller de reparación para plumas enfermas, que ofrece servicio a una pandilla de dueños de plumas aún más enfermos, a los que les sobra el dinero. Y el tiempo. O el tiempo de sus ayudantes.
Julia se echó a reír y desconectó el teléfono.
* * * *
Recuperado ya de la gripe porcina, el profesor Jeremy H. Martin, catedrático de Estudios Italianos, dio la bienvenida al centenar de asistentes e hizo una elogiosa presentación de los logros y la actual investigación del profesor Tomlinson. Julia vio que Louis se removía incómodo en la silla, como si los halagos le desagradaran. Sus miradas se cruzaron y ella le sonrió, dándole ánimos. Los hombros de él se relajaron ostensiblemente.
Era obvio que el profesor Martin estaba muy orgulloso del profesor Tomlinson y que no tenía ningún reparo en expresar esa admiración. Louis había sido el fichaje estrella del departamento y no había defraudado las expectativas que habían depositado en él. Le habían dado plaza fija tras publicar su primer libro con la Oxford UniversityPress. Iba camino de convertirse en un académico tan famoso como Katherine Picton. O al menos eso esperaba el profesor Martin.
Tras un breve aplauso de bienvenida, Louis se puso las gafas, colocó sus notas en el atril y comprobó que el PowerPoint estuviera a punto. Antes de empezar a hablar, se tomó un par de segundos para examinar a los presentes: en la primera fila, el profesor Martin sonreía, la señorita Peterson, un poco inclinada hacia adelante, se estaba acariciando el contorno del escote y el resto de sus colegas esperaban, claramente interesados en lo que iban a escuchar.
Con la excepción de una de ellos. Una profesora que no parecía ni remotamente interesada en la investigación ni en nada académico. Sus intereses eran mucho más disolutos y libertinos y, para que no cupiera duda de cuáles eran, se estaba pasando la lengua por los labios, pintados de color carmesí. Era una mujer retorcida. Una depredadora. Louis se sintió incómodo bajo el escrutinio de su mirada de serpiente, sobre todo con Julia en la misma sala. Sabía que su pasado acechaba en cada esquina, pero que Dios se apiadara de él si aquellas dos mujeres llegaban a conocerse.
Apartando los ojos de la rubia profesora, se obligó a sonreír. Buscó la mirada de Julia, sacó fuerzas de su cálida expresión y empezó:
—El título de la conferencia es «La lujuria en el Infierno de Dante: el pecado capital contra el Yo». Lo primero que uno se pregunta al ver este título es cómo puede la lujuria ser un pecado contra uno mismo, cuando su objetivo siempre es otra persona. Pero siempre se utiliza a otra persona para obtener gratificación sexual personal.
Le llegó una risa disimulada de la primera fila, pero la ignoró, limitándose a endurecer un poco la expresión de la cara como respuesta.
—La noción de pecado de Dante viene definida en gran medida por los escritos de santo Tomás de Aquino. En su famosa Suma Teológica, santo Tomás afirma que toda acción malvada o pecado es una forma de autodestrucción. Considera que la naturaleza humana tiende a ser buena y sensata. Cree que la naturaleza de animal racional del hombre fue creada por Dios para la búsqueda del bien y, más específicamente, de las virtudes. Cuando un ser humano se aparta de ese destino natural, se daña a sí mismo, porque no hace aquello para lo que fue diseñado.
Lucha contra él y contra su naturaleza.
La señorita Peterson se echó hacia adelante, claramente interesada.
—¿Por qué Tomás de Aquino tiene esta visión tan peculiar del pecado? Una razón es porque acepta la afirmación de Boecio de que la bondad y el ser son intercambiables, es decir, que todo lo que existe tiene al menos parte de bondad intrínseca, ya que ha sido creado por Dios. No importa lo sucio, destrozado o pecador que sea ese ser humano. Mientras siga existiendo, el bien existirá en su interior.
Apretó un botón y la primera imagen apareció en la pantalla. Julia reconoció la ilustración de Lucifer hecha por Botticelli.
—Según esta teoría, nadie, ni siquiera Lucifer atrapado en el hielo en el Infierno de Dante, es completamente malo. El mal sólo puede existir alimentándose del bien, como un parásito. Si todo el bien de una criatura fuera eliminado, esa criatura no podría seguir existiendo.
Notó un par de astutos ojos clavados en él, burlándose de su concepción burguesa del bien y del mal. Carraspeó antes de continuar:
—Es un concepto que a muchos de nosotros nos cuesta aceptar. La idea de que incluso un ángel caído, condenado a pasar el resto de sus días en el infierno, tenga parte de bondad. —Buscó a Julia con los ojos, esperando que captara la súplica que había en ellos—. Una bondad que ruega ser reconocida, a pesar de la triste y desesperada adicción del ángel caído por el pecado.
Una nueva ilustración de Botticelli mostraba a Dante y a Beatriz bajo el cielo de las estrellas fijas del Paraíso. Julia reconoció la imagen que Louis le había mostrado en su despacho, la que formaba parte de su colección privada.
—En este contexto, consideremos los personajes de Dante y Beatriz. Son el prototipo del amor cortés. En La Divina Comedia, Beatriz le pide a Virgilio que guíe a su amado Dante a través del Infierno, ya que ella no puede descender hasta allí a causa de su residencia permanente en el Paraíso. Mediante esta conexión entre Beatriz y Virgilio, Dante está expresando su convencimiento de que el amor cortés está más ligado a la razón que a la pasión.
Ante la mención de Beatriz, Julia empezó a removerse inquieta en el asiento, manteniendo la cabeza baja para no delatarse. Paul se dio cuenta y, malinterpretando su inquietud, le tomó la mano y se la apretó ligeramente. Estaban sentados demasiado atrás para que Louis viera lo que estaban haciendo, pero sí se dio cuenta de que Paul se inclinaba hacia Julia y de que su mano desaparecía cerca del regazo de ella. La visión lo distrajo momentáneamente. Tosió mientras recuperaba el hilo y, al oírlo, Julia levantó la vista y se soltó de la mano de Paul.
—Pero ¿qué pasa con la lujuria? Si el amor es el cordero, la lujuria es el lobo. Dante lo deja claro cuando la identifica con un pecado de incontinencia, de falta de control. Al igual que el lobo, en el pecador, la pasión se impone a la razón.
Al oír esas palabras, Christa se sentó en el borde del asiento, inclinándose lo suficiente como para que su escote fuese visible desde el estrado. Por desgracia para ella, Louis estaba demasiado ocupado pasando a la siguiente imagen, que no era otra que la escultura de Rodin, El beso.
—Dante sitúa a Paolo y a Francesca en el Círculo de los Lujuriosos. Sorprendentemente, la historia de su caída va íntimamente ligada a la tradición del amor cortés. En el momento de su indulgencia lujuriosa, estaban leyendo juntos sobre la relación adúltera entre Lanzarote y la reina Ginebra. —Louis sonrió travieso—. Vendría a ser el equivalente medieval de unos preliminares a base de porno.
Se oyeron unas risas en la sala.
—En el caso de Paolo y Francesca, la pasión se impuso a la razón, que debería haberles dicho que, ya que uno de los dos estaba atado a otra persona, debían tener las manos quietas.
Estas últimas palabras las pronunció con la mirada clavada en Paul, pero éste pensó que miraba a Julia, o a alguna otra mujer sentada delante de ellos, así que se mantuvo impasible. Ante su falta de reacción, los ojos azules de Louis se volvieron verdes, como los de un dragón. Ya sólo faltaba que empezara a escupir fuego por la boca.
—Su relación podría compararse con el sentimiento de posesión de una pareja comprometida. Si otra persona tratara de disfrutar de las delicias que deberían estar reservadas a la prometida o el prometido, la relación acabaría en enfado y celos —añadió, con voz más amenazadora.
Julia se encogió un poco y se alejó de Paul todo lo que pudo.
—Pero el hecho de que Dante vea, tanto en Lanzarote y Ginebra como en Paolo y Francesca, una corrupción del amor cortés, demuestra que reconoce los peligros que conlleva su relación con Beatriz. Sabe que si permite que la pasión se imponga a la razón, arruinará sus vidas y las expondrá al escándalo. Así que el destino de Paolo y Francesca es para Dante un aviso personal de que debe mantener su relación con Beatriz casta. Lo que no le resulta sencillo, dado el gran atractivo de la joven y la intensidad del deseo que siente por ella.
Julia se ruborizó.
—Quisiera dejar claro que, aunque pasaron muchos años separados, Dante sigue profundamente enamorado de Beatriz. La ama y la desea con tanta intensidad que le duele. Su castidad resulta mucho más virtuosa gracias a la fuerza y desesperación de su deseo.
Los ojos de serpiente de la rubia profesora siguieron la dirección de la mirada de Louis y vieron a Julia antes de volver la vista hacia él, que la miró con hostilidad antes de continuar.
—Según la filosofía de Dante, la lujuria es un amor descarriado, pero no deja de ser amor. Por esta razón, lo considera el menos malo de los siete pecados capitales y coloca el Círculo de la Lujuria justo debajo del Limbo. La lujuria es el mayor de los placeres terrenales.
Louis volvió a mirar a Julia, que lo escuchaba encandilada.
—El sexo no es sólo una unión de los cuerpos, también es una unión espiritual; una unión extática de dos cuerpos y dos almas, que imita el gozo y el éxtasis de la unión con la divinidad en el paraíso. Dos cuerpos unidos en el placer. Dos almas unidas a través de la conexión entre sus cuerpos, así como de la entrega entusiasta y altruista del propio ser.
Julia trató de no moverse en el asiento, al recordar cómo él le había lamido los dedos uno a uno limpiándole los restos de chocolate. La temperatura de la sala había aumentado claramente y no era la única en tener problemas para estarse quieta.
—Tal vez sea pedante señalar que si uno de los dos no se entrega totalmente durante el encuentro sexual, no alcanzará el orgasmo. En ese caso, el resultado es la tensión, la frustración y una pareja infeliz. El orgasmo es un anticipo de la trascendencia absoluta y del placer total, extático. Del tipo de placer durante el cual las necesidades y deseos más profundos se satisfacen por completo.
Sonrió al ver que Julia cruzaba y descruzaba las piernas, disfrutando de su reacción mientras tomaba un sorbo de agua.
—La idea del orgasmo compartido, la idea del éxtasis de un miembro de la pareja provocando el del otro, pone de relieve la intimidad mutua de esta unión física y espiritual. Jadear, retorcerse, tocarse, desear, entregar y, finalmente, llegar juntos al orgasmo, de manera gloriosa.
Hizo una pausa y se obligó a no mirar a Julia, para no atraer las miradas sobre su rostro ruborizado. Carraspeó ligeramente y dedicó una sonrisa ladeada a los presentes.
—¿A alguien más le falta el aire?
Risas tímidas pero sinceras resonaron en la sala. Christa se apartó el pelo de la cara y se abanicó con el libro de Louis.
—Creo que he ilustrado la tesis de Dante con mis palabras. Lo que quería demostrar era que la lujuria es lo bastante poderosa como para distraer la mente de una persona, y no olvidemos que la mente es el órgano encargado de razonar. Una mente alterada por la lujuria se centrará en ideas carnales y terrenales en vez de elevarse a los cielos para centrarse en Dios. Sin duda, algunos de ustedes ahora mismo preferirían ir corriendo a reunirse con sus parejas en vez de quedarse aquí escuchando el resto de esta árida conferencia.
Se echó a reír, ignorando a la profesora de la primera fila y el pequeño y obsceno objeto que había sacado del bolso para provocarlo.
—El amor, a diferencia de la lujuria, no es ningún pecado. Tomás de Aquino argumenta que el amante está ligado a su amado como si éste fuera una parte de su propio cuerpo.
Al decir esto, la expresión de Louis se suavizó y una dulce sonrisa apareció en su rostro.
—El goce y la belleza de la intimidad que se expresa en la unión sexual son consecuencia de un acto de amor. En este caso, es evidente que el sexo no puede considerarse un sinónimo de lujuria. De ahí la distinción en el lenguaje contemporáneo entre, disculpen mi vulgaridad, follar y hacer el amor. Pero el sexo y el amor tampoco son sinónimos, como demuestra la tradición del amor cortés. Una persona puede amar a otra de manera casta y apasionada, sin que exista entre ellos ningún contacto sexual. En el Paraíso de Dante, la lujuria se transforma en caridad, la más pura y sincera manifestación de amor. En el Paraíso, el alma está libre de deseos, ya que todos están satisfechos y ella está henchida de gozo. Ya no siente culpabilidad por sus anteriores pecados y disfruta de una libertad y una plenitud absolutas. Sin embargo, por cuestiones de tiempo no puedo extenderme más en la descripción del Paraíso. En La Divina Comedia, encontramos la dicotomía lujuria-caridad y también una potente manifestación de la castidad en el amor cortés, correspondiente al amor entre Dante y Beatriz. Pero como mejor se expresa este ideal de amor cortés no es con palabras de Dante, sino de Beatriz: Apparuitiambeatitudovestra, es decir, «Ahora aparece tu bendición». Nunca se han pronunciado palabras más ciertas. Gracias.
La sala de conferencias estalló en educados aplausos y murmullos de aprobación. A continuación, Louis respondió a las preguntas de los asistentes. Como era habitual, los profesores fueron los primeros en preguntar, mientras los estudiantes aguardaban su turno. (Ya que en el mundo académico, igual que la Europa de la Edad Media, impera un sistema de clases.)
Julia permanecía muy quieta, tratando de asimilar lo que le parecía haber entendido de la conferencia. Se estaba repitiendo alguna de las ideas más profundas, cuando Paul se inclinó hacia ella para susurrarle al oído:
—No te lo pierdas. Tomlinson está a punto de ignorar a Christa.
Desde donde estaban no podían ver el escote de su compañera (lo cual era una bendición.) Seguía inclinada hacia adelante, con la mano levantada, tratando de llamar la atención del profesor. Éste pareció no ver su mano, ignorándola deliberadamente antes de conceder la palabra a otras personas y ofrecerles respuestas razonadas.
Finalmente, el profesor Martin se puso en pie para anunciar que la ronda de preguntas había terminado. Sólo entonces Christa bajó la mano, enfurruñada.
Tras una nueva tanda de aplausos, Louis bajó de la tarima. Inmediatamente fue interceptado por una morena de treinta y tantos años, que parecía ser una profesora. Se saludaron con un apretón de manos.
Paul resopló.
—¿Lo has visto? No ha dejado que Christa le haga una pregunta en un foro público. Creo que tenía miedo de que le lanzara un sujetador o que desplegara un póster que dijera: «Yo-corazón-Tomlinson».
Julia se echó a reír, sin perder de vista a la morena hasta que Louis dejó de hablar con ella y se dirigió a otro de los que querían saludarlo.
—Me ha extrañado que nadie corrija a El Profesor —comentó Paul luego, rascándose una patilla reflexivamente.
—¿Sobre qué?
—Ha atribuido la frase Apparuitiambeatitudovestra a Beatriz, cuando todos sabemos que es de Dante. El poeta la pronuncia en la segunda sección de La Vita Nuova, cuando se encuentra con Beatriz por primera vez.
Julia lo sabía, por supuesto, pero nunca se le habría ocurrido comentarlo, así que guardó silencio.
Paul se encogió de hombros.
—Seguro que ha sido un lapsus. Puede citar esos textos de memoria en italiano y en inglés. Sólo es que me ha resultado curioso que El Profesor Perfecto haya cometido un error tan grande en público y que nadie haya dicho nada. —Se echó a reír—. Tal vez eso era lo que quería decir Christa.
Julia asintió. Sabía que el error de Louis había sido intencionado, pero no pensaba decírselo a nadie y mucho menos a Paul. Éste la miró de arriba abajo con franca apreciación.
—Estás muy guapa hoy. Siempre estás guapa, pero hoy estás particularmente... radiante. —Su expresión se ensombreció—. Espero no estar metiéndome en terreno vedado. ¿Cómo me has dicho que se llama tu novio?
—William.
—Bueno, no puedes negarlo. Se te ve en los ojos. Se nota que estás contenta de haber vuelto con él. Después de verte triste durante semanas, me alegra verte feliz.
—Gracias —murmuró Julia.
—¿Por qué te has puesto tan guapa?
Ella miró a su alrededor.
—No sabía cómo se vestía la gente aquí para una conferencia. Sabía que asistirían todos los profesores y quería tener buen aspecto.
Paul se echó a reír.
—La mayoría de las mujeres del mundo académico no se preocupan demasiado por la moda. —Negó con la cabeza y le apretó la mano—. Espero que tu ex te trate bien esta vez. Si no, voy a tener que ir a Filadelfia a patearle el culo.
A esas alturas, Julia ya casi no lo escuchaba, porque vio que una profesora bajita y rubia saludaba a Louis con un beso en cada mejilla. Alzó las cejas sorprendida.
«¿Y tú riñéndome por Paul, profesor? Pensaba que no iba a tener que compartirte.»
Oyó que Paul maldecía entre dientes.
—¿Qué pasa? —le preguntó.
—Bueno, la conferencia ha estado bien. Por eso vine a esta universidad, para estudiar con él —respondió, mirando a Louis —. Pero míralos.
Como si lo hubiera oído, la rubia echó la cabeza hacia atrás y se rió a carcajadas, mientras Tomlinson le devolvía una sonrisa tensa. La mujer debía de medir poco más de metro y medio y llevaba el pelo, muy rubio, recogido en un severo moño. Vestía un traje de aspecto caro, con una falda tubo que no le llegaba a las rodillas y completaba su atuendo con unas gafas de Armani rojas. Julia también se fijó en que llevaba zapatos de tacón muy alto y unas medias de rejilla, con las que se podrían pescar peces, aunque muy pequeños.
Era guapa, pero había algo en ella que parecía fuera de lugar en aquel entorno académico. Por otra parte, su presencia desprendía agresividad.
—Es la profesora Singer —dijo Paul, haciendo una mueca de disgusto.
—¿La rubia?
—Sí, la morena es la profesora Leaming. Es fantástica, tienes que conocerla. Pero aléjate de Singer, es una arpía.
A Julia se le encogió el corazón al ver a la mujer agarrar el brazo de Louis con demasiada familiaridad, mientras se ponía de puntillas para susurrarle algo al oído. Él permaneció impasible.
—¿Por qué dices eso?
—¿Has visitado su página web?
—No.
—Pues tienes suerte. Te quedarías horrorizada de ver en qué está metida. La llaman La Profesora Dolor.
Con reticencia, Julia apartó los ojos del espectáculo que estaban ofreciendo los profesores Tomlinson y Dolor y empezó a retorcerse las manos. Se preguntó si el nombre de pila de Dolor sería Paulina. Asqueada, cogió el abrigo y se levantó.
—Creo que es un buen momento para marcharnos.
—Te acompañaré a casa. —Paul la ayudó a ponerse el abrigo caballerosamente.
Mientras se dirigían a la salida, el profesor Martin vio a Paul y le indicó con un gesto que se acercara.
—Un momentito. Espérame, por favor.
Julia volvió a sentarse y jugueteó con los botones del abrigo para distraerse.
Louis no la había buscado con la vista en ningún momento. Suponía que la estaba ignorando expresamente. Paul habló un momento con el catedrático antes de volverse en su dirección y señalarla. El profesor Martin asintió, dándole unas palmaditas en la espalda. Paul regresó a su lado con una sonrisa radiante.
—Nunca adivinarías lo que quería.
Julia levantó las cejas.
—Nos han invitado a la cena en honor de Tomlinson.
—Estás de guasa.
—No. Al parecer, el presupuesto de la conferencia daba para invitar a un par de estudiantes y Martin me ha invitado a mí. Cuando le he dicho que estaba contigo, te ha invitado también. —Le guiñó un ojo—. La pobre Christa no está en la lista de invitados. Hoy es tu día de suerte.
Al levantar la vista, Julia se encontró con que Louis la estaba mirando. Parecía preocupado, incluso enfadado. Miró a Paul y luego a ella, negando con la cabeza. Julia apretó los labios.
«¿Cómo puede estar celoso de un amigo mientras La Profesora Dolor no le quita las manos de encima? Menuda doble moral.»
—Si no te apetece, no tenemos por qué ir. —Paul carraspeó—. Sé que Tomlinson se ha portado como un imbécil contigo. Probablemente no te apetezca ir a celebrar su triunfo.
—Sería de mala educación rechazar la invitación del catedrático —replicó ella lentamente.
—Supongo que tienes razón. Será divertido. La cena es en el Segovia, un restaurante fantástico. Pero no empieza hasta las siete. ¿Quieres que vayamos al Starbucks mientras tanto? ¿O a algún otro sitio? —preguntóél, ofreciéndole la mano.
—El Starbucks me va bien.
Ya en la calle, pasados unos minutos, Julia encontró el valor para hacerle la pregunta que la atormentaba.
—¿Conoces bien a la profesora Singer? —Trató de sonar despreocupada.
—No. Me mantengo tan alejado de ella como puedo. —Paul maldijo varias veces entre dientes—. Ojalá pudiera olvidar los correos electrónicos que le envió a Tomlinson. Los tengo grabados a fuego en la mente.
—¿Cómo se llama de nombre?
—Ann.
*Scheiße. : Mierda en alemán
_______________________________________
Holaaaaa!!
Espero le hayan gustado los capítulos
Mil disculpas por demorar tanto en subir, he estado muy ocupada con los
Trámites de la universidad :/
Comenten mucho y tratare de subir lo más pronto posible
Muchooooossss besos
Las quiero :bye:
Última edición por karencita__mb el Vie 30 Mayo 2014, 3:53 pm, editado 2 veces
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
chelsy escribió: esperare
Ya están los capítulos
Disfrútalos :chkt:
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
daniss tomo escribió:hola estoy soy nueva fiel lectora y pues me eancanto el titulo pero no la he leido por eso no te comento nada acerca del capitulo pero me encanta enserio mi pasion es louis y me pongo hot
:fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :fosforitos: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch: :bossassbitch:
Holaaaaaa
BIENVENIDA
espero ver tu comentario pronto, espero que te guste la novela
Besoooooss
karencita__mb
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
A NO ME PUDE RESISTIR ME GANO LA TENTACION LEI EL MARATON ME ENCANTO EN SERIO SUERTE CON LO DE TU UNIVERSIDAD Y NO TE PRESIONO PERO SIGUELA
CON CARIÑO DANI
CON CARIÑO DANI
daniss tomo
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
Amé la maratón!
Mmm, no me gusta esa rubia. ¿Que le habrá puesto en el correo a Louis?
¡Adoro la nove!
Seguilaaa!
:bye:
Mmm, no me gusta esa rubia. ¿Que le habrá puesto en el correo a Louis?
¡Adoro la nove!
Seguilaaa!
:bye:
ᴍᴀʀ.
Re: El INFIERNO de LOUIS [HOT] (Louis Tomlinson) [TERMINADA]
me encantaron...........Celoso muy celoso mi Lucho!!!! y con razón esa profesora es una demonio.........en fin ......me encantaron!!!
Besos de Nutella.........siguela pronto
Besos de Nutella.........siguela pronto
Invitado
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