Lucy in the sky with diamonds (Harry Styles)

Era un día hermoso en otoño, la última vez que chequé el reloj eran las cinco de la tarde y estoy caminando por el Támesis una vez más. Los árboles, junto con sus hojas, ya estaban de colores naranjas, cafés y mandarina por la temporada y el cielo ya estaba pintándose de varios rojos por la llegada de la noche. Pero eso no importa, realmente no importa nada. Una vez más estoy viajando por la vida sin saber qué hacer y sin nada en especial en que pensar. Mi vista está en el piso para así no prestarle atención con quien se encuentra en mi camino porque hoy y ahora solo estoy yo, conmigo y no necesito de más.

Todo pareciera estar normal, me detuve un momento a ver mi alrededor cuando la pude ver a lo lejos. Parada en la orilla viendo como el agua tocaba la costa y luego regresaba a ser parte del rio sin la necesidad de llegar a rozar las botas negras, sus favoritas. Yo solo la miraba desde donde estaba, parecía tan frágil e irreal que solo el verla desde donde estaba me hacía poner una sonrisa en mi rostro. El color de su cabello combinaba con los tintes del cielo a esa hora, ambos cálidos, intensos y con un brillo comparable al de un sol de verano. Camino a su dirección sin perderla de vista y con una sonrisa en el rostro, pareciera que según me iba acercando susurraba de alguna manera mi nombre pero, al alzar la vista, veía que seguía en el mismo lugar, estática, perdida en su cabeza y, ahí mismo, en sus pensamientos. Me puse detrás de ella para ver si reaccionaba de esa manera, pero seguía sumergida en su propio universo.

¾Lucy ¾ dije con la idea de llamar su atención. Lentamente la chica voltea a verme por sobre uno de sus hombros, movimiento con el que logró que mi ya muy visible sonrisa duplique su tamaño. Se da la vuelta para que estemos de frente el uno con el otro. Mi cara seria de hace unos momentos ahora se ha convertido en una enorme sonrisa, lo podía ver en mi propio reflejo en sus ojos azules y cristalinos.

Ahora es ella la que me sonríe antes de salir corriendo e invitarme a ir detrás de ella hasta a un campo de girasoles cercano al lugar. Nos adentramos en las altas plantas amarillas del lugar en lo que jugábamos como un par de niños en un parque; de esos que se acababan de conocer pero, aun así, parecen amigos de toda una corta vida. En un momento, todo esto cambió: Hubo un momento en que la chica desapareció y yo me empecé a desesperar, no podía perderla tan fácilmente. La busqué en ese mismo lugar, caminando por casi todo el inmenso campo de flores pero pareciera que se hubiera desvanecido sin dejar un rastro tan siquiera.

Me preocupé, en un instante el aire me empezó a faltar y salí de ahí en búsqueda de recuperarme pero no pasó nada, el aire parecía hacerse menor y Lucy seguía sin aparecer. Las miles de ideas que volaban por mi cabeza me consumían e hicieron que terminara jalando de mi propio cabello, que gritara a los cuatro vientos como un loco y que mi enorme sonrisa de algunos minutos estuviera cerca de convertirse en lágrimas de la noche a la mañana.

Traté de tranquilizarme, logré tomar un poco de aire y me senté, no entendía como pudo desaparecer tan repentinamente. Me acosté a contemplar el cielo como si fuera a encontrarla ahí, en las nubes que se movían constantemente conmigo sobre la tierra haciéndome sentir como cada minuto del día pasaba mientras estaba ahí parado. El tiempo pasaba y decidí ir en búsqueda de la chica. No podía quedarme así, sin ella.

Ya había caído la noche y no pareciera haber rostro de Lucy; ni en el campo, ni en nuestro departamento ni en ningún lado. Terminé por buscarla en un parque cercano donde solíamos ir cercano ya que eramos admiradores de la fuente de los deseos que estaba ahí, donde malvaviscos parecían salir junto a ella en vez de flores blancas en primavera. Fue ahí donde la vi, en el puente viendo correr el agua debajo de ella; justo igual como el día que nos dimos nuestro primer beso. Sonreí al verla sana y salva y corrí hacia su dirección hasta llegar a su lado; ahí mirábamos juntos el agua. No decíamos nada, no era necesario,  con la luna pareciendo tan cercana que pudiera oír nuestros secretos  y las estrellas que parecieran ser nuestra única compañía en ese momento danzando a nuestro lado.

Miré el cielo y la sensación de que me movía con la rotación de la tierra seguía, cerré los ojos un momento para ver si así desaparecía pero nada cambió en ese parpadeo. Seguí viendo el cielo siguiendo el movimiento de las nubes hasta que la chica se movió de donde estaba y llamó mi atención. Se alejó unos pasos de mí y mi vista se puso sobre ella nada más. Con un gesto con su mano me invitó a que vaya detrás de ella; doy unos pasos hacía ella, Lucy sale corriendo y yo detrás de ella. Ambos no parábamos de reír, pareciera que alguien hubiera dicho la mejor broma del mundo y que no pudiéramos retener nuestras risas ni por un solo instante. Seguí a la chica hasta una multitud y yo iba detrás de ella, guiado por su risa. Me perdí en el instante, pareciera que el tiempo no pasaba, que estuviera pausado para que solo existiéramos nosotros dos en movimiento.

En un descuido, la chica vuelve a perderse de mi vista. Una vez más el aire me faltó. Empujé a la gente hasta lograr salir de ahí en búsqueda desesperada de un respiro y de la chica de que iluminó ese día con sus ojos brillantes como el sol, pero no había rastro de ella. Camine un poco más en los alrededores del lugar hasta que escuché algo a lo lejos, un ruido meramente familiar pero que, aun así en ese instante, no pude reconocer hasta toparme de frente con el: un silbato. En mi cabeza todo parecía volar en ese momento, algo similar a que una explosión llena de color y sensaciones haya explotado en mi cerebro, misma que me hizo reaccionar de la nada. Ya sabía dónde estaba Lucy. Me subí al primer taxi que vi pasar en ese momento, le di instrucciones al chofer y fui en búsqueda de la chica.

Llegue a la estación de trenes y empecé mi búsqueda desesperada por ella, estaba más que seguro que estaba aquí; o al menos esa corazonada tenía. La busqué por todo el lugar hasta que pude contemplar una cabellera roja a través de una ventana. Salí corriendo a su encuentro y, sin pensarlo un instante, la levanté en el aire. Una vez más reímos juntos y disfrutábamos del momento. No podía creer que estaba conmigo de nuevo, no quiero perderla de nuevo. LA AMO. Teniéndola conmigo es cuando más temo perderla, no quiero apartar mis ojos de ella, no quiero ni siquiera papadear para dejar de verla por un instante.

Pero mis párpados se cierran por un instante y todo cambia: La vieja estación de tren de la ciudad ahora no está, en su lugar tengo nuestro viejo departamento descuidado desde hace ya un par de meses. El rojo de su cabello se transforma ahora en tiras de orozuz con un sabor distinto, más amargo que de costumbre. Desde el piso en el que estoy sentado volteo para verme reflejado; esta vez no en sus ojos, si no en aquel viejo espejo roto después de una de nuestras últimas peleas. Pupilas dilatadas. Veo el reloj sobre la mesa de noche junto a la cama, nuestra cama. Tres de la mañana, una vez más.

Golpeo la vieja alfombra con mi puño y las lágrimas empiezan a salir. La tristeza, la frustración y todo esos sentimientos que tengo por no tenerla a mi lado me causan un nudo en la garganta, que se me cierre el pecho y, aun peor, que la extrañe aún más. Lloro y grito para liberar el enojo ante lo injusta que fue la vida por dejarla a ella tan arriba que nunca pudo bajar. Creo que por eso ahora es mejor estar ahí arriba; ahí está ella y aquí abajo solo estoy yo solo llorando en este lugar tratando de tenerla de vuelta comingo.