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Una vida de sumisa |Mega-hot|
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Una vida de sumisa |Mega-hot|
Título | Una vida de sumisa |
Autor | Sophie Morgan |
Género | Muy, muy HOT |
Adaptación | Sí |
Advertencias | No me hago culpable de treumas, en serio, es DEMASIADO HOT. |
Otras paginas | No |
Canción de la novela |
Puede que hubieras salido a atender una llamada de tu móvil cuando reparaste en nosotros, o que, de tener ese hábito, hubieras estado apurando un cigarrillo furtivo antes de regresar al calor del bar. Sea como fuere, hemos atraído tu atención, de pie enun hueco entre los edificios, al otro lado de la calle, no lejos de donde tú estás. No me malinterpretes, con eso no estoy insinuando que sea especialmente deslumbrante, o que lo sea él. Parecemos una pareja normal y corriente que ha salido a divertirse, ni extravagante en el vestir ni escandalosa en el hablar, ni siquiera destacable por lo poco que destaca.
Pero algo está fraguándose entre nosotros, una intensidad que te detiene en seco y te empuja a mirar a pesar de que hace un frío que pela y ya te disponías a entrar para reunirte con tus amigos. Su mano me aprieta el brazo con una vehemencia tan visible incluso desde donde tú estás, que por un momento te preguntas si me dejará una marca. Me ha empujado contra la pared y con su otra mano me tiene firmemente agarrada del pelo, de modo que cuando intento desviar la mirada —¿para pedir ayuda?— no puedo. No es un hombre especialmente grande o corpulento, de hecho, probablemente lo describirías comoun tipo anodino en el caso de que te tomaras la molestia de describirlo. Pero algo en él, algo en nosotros, hace que te preguntes por un momento si va todo bien. No puedo apartar los ojos de él, y la evidente magnitud de mi sobrecogimiento hace que tú tampoco puedas. Le estás mirando atentamente, tratando de ver lo que yo veo. Entonces acerca mi cara a la suya con un brusco tirón de pelo que te obliga a avanzar instintivamente unos pasos para intervenir, hasta que esas historias de los diarios sobre buenos samaritanosque sufren una muerte chunga invaden
tu cerebro y te detienen en seco. Más cerca ahora, te percatas de que está hablándome. No puedes oír las frases en su totalidad —no estás tan cerca—, pero sí palabras suficientes para formarte una idea. Porque son palabras evocadoras. Palabras despiadadas. Palabras feas que te instan a pensar que si la cosa va a más, tendrás que intervenir después de todo. Guarra. Puta. Observas mi rostro, tan próximo al suyo, y ves la ira brillar en mis ojos.No me ves hablar, porque no hablo. Estoy mordiéndome el labio, como si estuviera reprimiendo el impulso de replicarle, pero permanezco callada. Su mano se enreda un poco más en mis cabellos y se me escapa una mueca de dolor, pero aparte de eso me mantengo inmóvil, no exactamente pasiva —puedes percibir mi pugna por no moverme como si fuera tangible—, pero sí contenida, capeando el ataque verbal. De pronto, silencio. Está esperando una respuesta. Te acercas un poco más. Si alguien te lo preguntara, dirías que lo hiciste para
comprobar si yo estaba bien, pero en el fondo sabes que es curiosidad, simple y pura curiosidad. En nuestra dinámica hay algo salvaje, primario, que te empuja hacia nosotros al tiempo que casi te repele. Casi. Quieres saber qué voy a responder, qué ocurrirá a continuación. Hay algo oscuro y sin embargo irresistible en ello que hace que en lugar de horrorizarte, sientas intriga. Me ves tragar saliva. Me paso la lengua por el labio inferior parahumedecerlo antes de intentar hablar. Comienzo una frase, se me apaga la voz. Cuando al fin susurro mi respuesta, bajo los ojos para escapar de su mirada. No puedes oírme. Pero puedes oírle a él.
—Más alto.
Me ruborizo. Tengo lágrimas en los ojos pero no puedes distinguir si son de miedo o de rabia. Mi voz suena más clara esta vez, incluso fuerte en el aire quedo de la noche. Aunque el tono es desafiante, el rubor que desciende desde mismejillas hasta la clavícula, visible bajola chaqueta abierta, habla de una vergüenza que no puedo ocultar.
—Soy una guarra. Llevo toda la noche mojada, imaginando que me follas, y lo único que deseo ahora es que nos vayamos a casa y lo hagamos. Por favor.
Mi tono desafiante flaquea en las dos últimas palabras, las cuales emergen como un ruego débil. Desliza un dedo ocioso por el filo de mi blusa —lo bastante escotada
para mostrar cierta hendidura pero sin resultar chabacana— y tiemblo. Cuando habla, el tono de su voz hace
que reprimas el impulso de temblar también.
—Ha sonado casi como una súplica. ¿Estás suplicando, guarra?
Ves que empiezo a asentir con la cabeza, pero la mano que me tiene sujeta del pelo me detiene en seco. Trago saliva, cierro los ojos un segundo y contesto.
—Sí.
Una pausa que se extiende hasta convertirse en un vasto silencio. Una exhalación que casi podría interpretarse como un suspiro quedo. Señor. Su dedo sigue recorriendo la curva de mis pechos mientras me habla.
—Tengo la impresión de que ahora mismo harías cualquier cosa por correrte. Cualquier cosa. ¿Me equivoco?
No contesto. Mi expresión es de recelo, lo cual te sorprende teniendo en cuenta el tono desesperado de mi voz. Te preguntas qué ha significado ese «cualquier cosa» en el pasado, qué significará ahora.
—¿Te arrodillarías y me chuparías la polla aquí mismo?
Se hace un largo silencio. Apartala mano del pelo, da un paso atrás y aguarda. Cuando oigo a lo lejos la puerta de un coche me encojo y vuelvo nerviosa la cara para escudriñar la calle. Te veo. Nuestras miradas se cruzan un segundo, la sorpresa y la vergüenza hacen que abra mucho los ojos antes de girarme de nuevo hacia él. Está inmóvil como una estatua. Sonriendo. De mi garganta emerge un sonido, mitad sollozo, mitad ruego. Tragando saliva, señalo vagamente la calle.
—¿Ahora? ¿No preferirías…?
Aprieta sus dedos contra mislabios todavía abiertos. Está sonriendo casi con indulgencia, pero su voz suena firme. Imperiosa incluso.
—Ahora.
Lanzo una mirada fugaz en tu dirección. Tú no lo sabes, pero por dentro estoy jugando a una versión adulta de un juego infantil: si no te miro directamente significa que no estás ahí presenciando mi humillación, que no puedes verla porque yo no puedo verte a ti. Te señalo nerviosamente con la cabeza.
—Aún es temprano, hay gente caminando…
—Ahora.
Estás paralizado, observando el espectro de emociones que cruza por mi rostro. Vergüenza. Desesperación. Ira. Resignación. Abro la boca varias veces para hablar, me lo pienso mejor y callo. Él se limita a observarme atentamente. Tan atentamente como tú. Al final, roja de vergüenza, doblo las rodillas y desciendo hasta la humedad de los adoquines. Mantengo la cabeza gacha. El pelo me caesobre la cara, y aunque no puedes asegurarlo, crees ver lágrimas brillando en mis mejillas bajo la luz de la farola. Durante unos segundos permanezco así, arrodillada, sin hacer nada. Luego me ves respirar hondo. Enderezo los hombros, elevo la mirada hacia él y acerco una mano a su pantalón, pero cuando mis dedos temblorosos alcanzan el cinturón los detiene y me da unas palmaditas en la cabeza, como haría con un perro fiel.
—Buena chica. Sé lo difícil que ha sido. Ahora levántate. Nos iremos acasa y terminaremos allí. Esta noche hace un poco de frío para jugar en la calle.
Con mano solícita, me ayuda a ponerme de pie. Pasamos por tu lado, del brazo. Él sonríe. Te saluda con la cabeza. Tú comienzas a devolverle el saludo antes de detenerte y preguntarte qué demonios estás haciendo. Yo mantengo la mirada gacha, la cabeza inclinada. Puedes ver que estoy temblando, pero lo que no puedes ver es lo mucho que esta experiencia me ha excitado. Lo duros que tengo lospezones bajo el confinamiento del sujetador. Que mi temblor se debe al subidón de adrenalina provocado por lo que acaba de acontecer ante tus ojos tanto como al frío y la humillación. Lo mucho que me estimula. Que me llena de una manera que no sé explicar. Que lo odio pero al mismo tiempo me encanta. Lo anhelo. Lo ansío. Tú no puedes ver nada de eso. Solo puedes ver a una mujer temblorosa que se aleja con las rodillas sucias y paso tambaleante. Esta es mi historia.
Misfit Narry Shipper
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