Hey there, Delilah {cancelada.

El frío que hacía esa tarde anunciaba que ya había llegado el mes de noviembre. Cada vez faltaba menos para Navidad, una época del año que Delilah, adoraba. Siempre ha recordado la Navidad como un tiempo para estar con la familia y pasarlo bien. Del se encontraba caminando por las frías calles de Doncaster. La lluvia caía suavemente sobre el pavimento. No era una lluvia fuerte, pero era constante. Las pequeñas gotas provenientes del cielo golpeteaban en la cabeza de la rubia, provocando que algunas de ellas se quedaran en su pelo. Se dirigía al hospital a visitar a su padre, como lo hacía una vez por semana. Entró por las puertas automáticas de cristal, con una gran cruz roja pintada en ellas. Seguidamente se dirigió hacia los ascensores y pulsó el botón de la planta indicada. Ya había ido muchas veces a visitar a su padre, y sabía perfectamente la habitación y la planta donde estaba ingresado. El elevador comenzó a ascender, hasta llegar al piso correspondiente. Las puertas metálicas se abrieron ante la rubia, ésta empezó a caminar, observando su alrededor. Enfermeros llevando grandes carros con la comida de la gente ingresada, doctores leyendo los informes de sus pacientes, y alguna que otra camilla que se dirigía a quirófano. Al fin llegó a la habitación de Richard Brooks, su padre. Llamó cuidadosamente a la puerta.
— Papá… - musitó.
— Delilah, pasa pequeña. – respondió una voz débil, pero audible. Su padre estaba tumbado en la cama, parecía vulnerable y frágil. Del, corrió para abrazar a Richard.
— ¿Cómo estás? – le preguntó su hija tomando asiento en la silla que se encontraba al lado de la ventana, donde solía sentarse siempre.
— Bien, estoy bien… - mintió su padre. En realidad, no estaba bien. Esa misma mañana los médicos habían anunciado a Richard que le quedaban pocas semanas de vida, quizá días. No le quiso decir nada de ello a Delilah, no quería verla triste, la quería ver feliz, y recordarla para siempre con esa bonita sonrisa tan particular que solo ella tiene. Quería que en sus últimos momentos junto a ella, Delilah estuviera alegre y risueña.
— ¡Me alegro mucho papá! – exclamó la de ojos avellanos volviendo a abrazar a su padre. Richard sonrió, y Delilah sonrió de vuelta.
— ¿Quieres jugar a ver quién aguanta más tiempo sin reír? – preguntó su padre, haciendo un esfuerzo para incorporarse.
— ¡Sí! – respondió Delilah riendo cual niña pequeña.
Pasaron una tarde llena de risas, pasándolo en grande. Justo cuando Delilah se disponía a irse sucedió algo que ella no esperaba.

— Señor Brooks, la cena. – entró un joven castaño y de ojos azules a la habitación, con una bandeja donde reposaba la cena de Richard.
— ¿Louis? – preguntó Delilah sorprendida.
— ¡Del! ¿Qué haces aquí? – preguntó Louis entusiasmado de ver a su amiga.
— He venido a ver a mí padre. ¿Y tú? – cuestionó Delilah.
— En la universidad estudio enfermería, y me han mandado a este hospital a hacer prácticas de enfermero. – explicó Louis preparando la cena del padre de Delilah en la mesa. – Ya casi he terminado mi turno, si quieres, te invito a cenar.
— Oh, me encantaría Lou, pero no hace falta que me invites. – dijo Delilah levemente sonrojada.
— Claro que hace falta. Esperame aquí, voy a cambiarme. – Louis fue a cambiarse, ya que iba vestido de enfermero. Delilah se sentó en el borde de la cama de su padre.
— Te gusta… - murmuró su padre sonriendo levemente.
— ¿Louis? No, papá ¿Cómo se te ocurre? – respondió Delilah poniéndose todavía más roja.
— Delilah, eres mi hija, he visto como has sonreído al verle… No me puedes engañar, soy tu padre. – habló Richard acariciando el pelo rubio de Delilah. En ese instante Louis apareció por la puerta. Delilah rezó para que no hubiera oído la conversación que había tenido con su padre.
— ¿Vamos? – preguntó Louis apoyándose en el marco de la puerta.
— Sí. – respondió Delilah levantándose. Entonces besó la frente de su padre.
— Sé muy feliz, Del. Hazlo por tu madre y por mí. – susurró Richard a su hija. Delilah asintió y se dirigió hacia la salida. Louis hizo un gesto para que Delilah pasara antes que él. Antes que el castaño saliera por la puerta, Richard lo llamó.
— Louis… - el chico se giró.
— ¿Sí?
— Cuida de Delilah, hazla feliz. – respondió Richard. Louis tragó saliva.
— Lo haré. Lo prometo.
El castaño salió por la puerta.
Los dos jóvenes caminaban por la calle, hablando de todo.
— ¿Dónde cenamos? – preguntó Del curiosa.
— Es una sorpresa, ahora verás. – respondió Louis con una media sonrisa. Delilah echó una melodiosa carcajada.
— Está bien.
Louis la llevó a lo que parecía ser su casa.
— ¿Esta es tu casa? – preguntó Delilah admirando las múltiples flores del jardín.
— Así es, pero vivo con mi madre y mis hermanas, no pienses que planto yo las flores. – bromeó Lou. Del volió a reír. Entraron dentro de casa. Al parecer no había nadie en casa. Su madre y sus hermanas habían ido de compras. Louis encargó unas pizzas y preparó macedonia con chocolate de postre.
— ¿Sabes cocinar? – cuestionó Delilah sentada en la encimera.
— No demasiado, creo que esto es lo único que sé hacer. Solo tienes que cortar las frutas, ponerlas en un bol y tirar Nutella por encima. – rió Louis.
Las pizzas llegaron bastante rápido. Cogieron la comida y bebida y salieron de nuevo al jardín. Louis empezó a trepar por unos peldaños que sobresalían de un árbol escondido tras la casa. Delilah miró hacia arriba del árbol. Una pequeña casa de madera se encontraba en lo alto del tronco. Empezó a trepar después de Louis hasta que llegaron arriba de todo. El chico tendió una especie de mantel que estaba en una esquina de la polvorosa casita. Colocó toda la comida, y pudieron disfrutar de una alegre cena. Una vez terminado todo el alimento, Louis abrió el tejado de la casita, y tumbados en el suelo pudieron contemplar las estrellas y la enorme luna. Sin darse cuenta, Lou rozó ligeramente la mano de Delilah, y al final acabaron entrelazando los dedos de las manos.
— Vaya, son casi las once, debo irme a casa Louis. – se levantó rápidamente Delilah.
— Te acompaño.
Llegaron a casa de la chica en menos de diez minutos, al parecer, no vivían muy lejos.
— Adiós, Del. – musitó Louis mirando fijamente a los ojos avellanos de Delilah.
— Adiós, Lou. – el chico empezó a acercarse lentamente al rostro de la rubia, pero justo cuando sus labios se iban a rozar Delilah bajó la cabeza fijando su vista en el suelo. Caminó hasta el porche.
— Nos vemos… - se despidió antes de entrar por la puerta marrón.