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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Página 3 de 8. • 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
pero ojala y no le pase nada a la rayis!!!!!... creo que nick se enamoro a primera vista!!!!
chelis
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Por favorrrr
No puedo esperar mas
Necesito de tu nove
Me encanta mucho
Y no puedo esperar o morire
No puedo esperar mas
Necesito de tu nove
Me encanta mucho
Y no puedo esperar o morire
Ines
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Upsii!!! ya lo arregleeeeeeeee!
Dibujo todo con color y siento nanananana en mi corazón.
Ya nadie más puede pasar…
Dibujo cosas sin dolor y siento nananana sin ton ni son.
Qué bueno es… sentirse bien
Y poder romper las rutinas que ciegan mi ser.
La nieve comenzó a caer de nuevo, y ____ maldijo justo en el momento en el que se pasaba un semáforo en ámbar. De pronto, varios coches que circulaban delante de ella chocaron, y ella frenó. Salvó el golpe. Pero al mirar por el espejo retrovisor intuyó que el impresionante Porsche negro que se había saltado como ella el semáforo en ámbar no podría frenar. Asustada, se agarró con fuerza al volante, quitó el pie del freno como siempre había oído y esperó con los ojos cerrados a que aquel vehículo la
embistiera por detrás. Y así fue. ¡Zasssss! Su coche se desplazó unos metros tras un brusco golpe. Histérica y con las pulsaciones a mil, ni se movió. —Señorita, ¿está bien? —oyó segundos después. Como pudo asintió con la cabeza mientras pensaba: «Lo sabía…, sabía que la puñetera nieve me la iba a jugar». Cuando el hombre vio cómo ella sacudía la cabeza se tranquilizó, y tras respirar, aliviado, dijo moviéndose con celeridad: —Deme un segundo que ahora mismo la saco. Se oyó un golpe seco al abrirse con fuerza la puerta, que se había quedado trabada. En seguida, ____ sintió que las
fuertes manos de alguien la agarraban para sacarla del coche. La gente que había alrededor se arremolinaba, gritaba, protestaba y maldecía mientras ella, aún asustada, se negaba a abrir los ojos. Notó que la sentaban en el suelo. —Nicholas…, Nicholas, ¿estás bien? — preguntó un hombre acercándose al joven que había llevado a ____ en brazos. —Sí…, perfectamente. ¿Y tú? —Bien…, no te preocupes — respondió, apurado. Nicholas contempló a la joven que había sacado del coche, y mientras se quitaba el abrigo para ponérselo a ella, le dijo al otro: —Llama a José. Dile lo que nos ha
pasado y que mande un coche a buscarnos —le indicó—. ¡Ah!, de paso, avisa a la grúa. El coche, tal y como ha quedado, no se puede mover. —Tras dar esas instrucciones, se dirigió a ____—: Señorita, míreme y así sabré que está usted bien. —No puedo. —¿Por qué no puede? —preguntó, sorprendido; su acento era extranjero. —¡Ay, Dioss…! —gimoteó la chica con los ojos cerrados—. Creo que se me han metido cristales en los ojos. Con seguridad me quedaré ciegaaaaaaaaaaa. ¡Madre mía…, qué disgusto le voy a dar a mi madre! ¡De ésta me la cargo! Nicholas no quería sonreír, no era momento para ello, pero al escuchar la
retahíla de cosas que decía la joven y contemplar los gestos que hacía con la boca y la nariz no pudo evitarlo. Miró hacia el coche de donde la había sacado y, al ver los cristales en perfecto estado, se acercó más a ella y murmuró: —Dudo que sea lo que usted dice. Los cristales de su coche están intactos. —¿De verdad? —Se lo prometo, bombón. Abra los ojos. Con gesto lastimero, la joven abrió primero un ojo y después otro, pero en vez de enfocar su mirada en el hombre que, agachado frente a ella, la observaba, miró su coche y exclamó: —¡Ay, Diosssssssss! ¡Ay, Diossssssss! Mi pobre Arturo parece un
acordeón. ¡Y ahora me quedo sin coche en plenas Navidades! ¡Ay, Diosssssssss! Y encima hoy no llegaré a tiempo para que mi sobrino le dé su carta a Papá Noel. ¿Por qué? ¿Por qué todo me tiene que pasar a mí? Nicholas entendió que Arturo era el automóvil y le indicó: —Por eso no se preocupe. El coche es un bien material que se puede reponer. Lo importante es que a usted no la haya pasado nada. Sin apenas escucharle, ____ se levantó del suelo y, tras ver el Porsche negro espachurrado detrás, dijo: —Toda la culpa la tiene el imbécil del Porsche. Él se ha saltado el semáforo que yo he pasado en ámbar y por su culpa
ahora estoy así, y Arturo, peor. ¡Uf…!, estoy algo mareada. —No se mueva, por favor —le pidió el joven, sujetándola—. Los del Samur ya vienen hacia aquí y rápidamente la atenderán. En cuanto al imbécil del Porsche, quizá no le haya dado tiempo a frenar. Por cierto, me llamo Nicholas. ¿Cómo se llama usted? —____, y por favor, tratémonos de tú, que parece que estoy en la oficina hablando con el estirado de mi jefe con tanto formalismo. —Y llevándose las manos a la cara, gimoteó—: ¡Ay, Diosss…!, cuando le diga a mi madre que no tenemos coche le va a dar un patatús. Aquel comentario hizo que Nicholas sonriera. Sin que pudiera evitarlo escaneó
a la joven. La coleta alta y rubia dejaba ver un bonito cuello, y los ojos vivarachos le encantaban. No era una mujer despampanante, y menos con aquel traje azul, pero se la veía bonita y su manera de gesticular le divertía. Ajena a lo que el hombre pensaba, ____ miró a su alrededor y gruñó: —Seguro que el idiota del Porsche, al que le saldrá el dinero por las orejas, mañana mismo tiene otro coche de sustitución esperándole en la puerta de su casa. La diferencia entre él y yo es que yo no tengo dinero para eso y… ¿Dónde está, que le voy a decir cuatro cositas? Nicholas, que hasta el momento había permanecido a su lado, se puso ante ella y, sin darle tiempo a que siguiera
buscando con la mirada, respondió: —Aquí me tienes. Yo soy el imbécil del Porsche. En ese instante, ____ sintió que la sangre se le helaba. Ella no era tan agresiva ni borde. Levantando la mirada hacia el hombre que había estado a su lado en todo momento sintió que se quedaba sin palabras. Era alto, ojos claros y… ¿Dónde había visto antes ese rostro? Pero lo supo rápidamente, cuando varios de los conductores implicados en el choque se acercaron hasta él, y, uno de ellos, mientras el resto tomaba fotografías bajo la nieve con los móviles, dijo: —Me daría un autógrafo, señor Jonas.
No podía creer que tuviera ante ella a Nicholas Jonas, el pichichi de la Liga española, aquel al que llamaban el Lobo Feroz. Tragó en un intento de deshacer el nudo de emociones que se le había quedado atascado en la garganta. El tiarrón que la miraba con esos ojos claros era el mismo que su sobrino veneraba y al que veía en la televisión día sí, día también. El joven jugador, con una incómoda sonrisa, sacó un bolígrafo del bolsillo de su camisa caqui de Ralf Lauren y comenzó a estampar su firma sin dejar de observar los movimientos de ____. Aún boquiabierta por el efecto que le había causado que aquel tipo fuera Jonas, se alejó como pudo del
bullicio al ver llegar a la policía y caminó hasta su coche. Lo observó con gesto de horror y sin que pudiera evitarlo pensó: «¡Aisss, Arturo…, qué te han hecho!». El futbolista firmó autógrafos, sin demasiadas ganas, durante unos minutos. Le apetecía prestar atención a la joven pálida que, desesperada, miraba su coche y gesticulaba. Con la ayuda de varios policías, logró quitarse de encima a la gente, pero de pronto oyó una voz a su lado que le decía: —Creo que lo más sensato es que te vayas en un taxi antes de que llegue la prensa. Yo me encargaré del coche, y por favor, ponte tu abrigo o enfermarás. Nicholas sabía que su amigo llevaba razón. Lo más inteligente era abrigarse y
marcharse de ese lugar. Pero aquella muchacha y su palidez le atraían como un imán. Por ello, mirándole, respondió: —Enrique, no me marcharé sin solucionar antes el estropicio que he organizado. El ruido de una ambulancia consiguió que más gente se arremolinara a su alrededor. Enrique Sanz, amigo y representante de Nicholas, al ver el alboroto que se estaba originando con la presencia del futbolista allí, habló con los policías, y éstos, echándole una mano, comenzaron a retirar a la gente hacia atrás. Nicholas, al que en ese momento nada le importaba, se acercó hasta la joven, que con gesto desconcertado sacaba unos
papeles de la guantera. —____, quiero que sepas que siento lo ocurrido —dijo. —¡Oh, sí!, no lo dudo —se mofó ella. —Te estoy hablando en serio, bombón. —Y yo también. —Y mirándole con el ceño fruncido, gruñó—: Y como me vuelvas a llamar bombón, te juro que te tragas los dientes. Asombrado por aquella amenaza fue a contestar, pero al ver que ella clavaba los ojos en él, calló, dispuesto a escuchar. —Mira, no me cuentes rollos patateros que ya tengo bastante con los míos. Rellenemos los papeles del seguro para que me pueda marchar. Estoy congelada y tengo cientos de cosas que
hacer, y ahora sin coche, gracias a ti, todo se complicará. Nicholas la observó, sorprendido. Ninguna mujer le hablaba así. Al contrario. Debido a su condición, todas las féminas que se cruzaban en su camino babeaban por él. Tal actitud llamó poderosamente su atención. —De acuerdo —respondió—. No volveré a llamarte bombón. —¡Perfecto! —Y si me lo permites, hago un par de llamadas y antes de una hora tienes un coche de sustitución en la puerta de tu casa hasta que te arreglen el tuyo. No te preocupes por nada; yo te lo solucionaré. «Yo te lo solucionaré», repitió ella mentalmente. ¿Cuánto tiempo llevaba sin
oír eso? La seguridad que transmitía su voz y aquella manera de mirarla le resecaron a ____ hasta el alma. Nunca un tío tan guapo, y sobre todo tan deseado, le había prestado la más mínima atención. Y allí estaba ella, junto al buenorro por el que más se suspiraba en España, calándose bajo la nieve y con una pinta que no quería ni imaginar. Finalmente, regañándose a sí misma por pensar en lo que no debía, respondió: —Vamos a ver, aclaremos algo. Acepto tus disculpas; seguro que no pretendías empotrarte en mi pobre Arturo, ¡pero así ha ocurrido y lo tengo que aceptar! No es preciso que hagas ninguna llamada, y menos aún que mandes ningún
coche a la puerta de mi casa. Sólo y exclusivamente necesito que cumplimentemos los papeles del seguro para que me arreglen el coche y no me desplumen. Aquella contestación y la sinceridad de su tono a él le hicieron sonreír, y sin mediar palabra, le abrochó el abrigo que le había dejado. Le quedaba enorme, pero hacía mucho frío y, por su palidez, debía estar congelada. Tras ese gesto excesivamente íntimo, ____ reparó en que el futbolista estaba en mangas de camisa, e intentando desabrochar lo que él había abrochado, le indicó: —Pero tú estás tonto. Anda, déjate de caballerosidades y ponte el abrigo. Vas a coger una pulmonía.
—No, por favor —insistió él con su acento ruso—. Estás temblando y es lo mínimo que puedo hacer por ti. De pronto, una extraña sensación les atenazó a ambos el estómago. ¿Qué ocurría allí? Nicholas estaba dispuesto a alargar aquel momento con ella, así que miró alrededor en busca de cobijo para intentar escapar del bullicio y en especial de ser el centro de las miradas de todos. —¿Qué te parece si entramos en esa cafetería y rellenamos el papeleo? Te invito a un café, o a lo que quieras. ____, todavía atontada, lo miró. Le habría encantado entrar allí con él y tomarse un café, o incluso veinte. Pero tras echar un vistazo a la gente que se
arremolinaba a su alrededor y los señalaba, respondió con gesto indiferente: —Pues va a ser que no. —¡¿No?! —No —repitió con la cara empapada por la nieve—. No quiero nada de ti, excepto lo que te he pedido, ¿entendido? —Te invito a cenar —insistió él. Los retos le gustaban, y ella de pronto se había convertido en uno. —No. Boquiabierto por la segunda negativa, sonrió como sólo él sabía que tenía que hacerlo a las mujeres. —Nadie rechaza una invitación así. Piénsalo bom…, ____. Aquel comentario a ella le hizo
gracia, y tras quitarse los copos de nieve que salpicaban su cara, contestó: —Mira, guapo, yo no ceno con cualquiera, pero ¿qué te has creído tú? Aquella negativa le hizo redoblar los esfuerzos, y haciendo uso de toda su galantería, murmuró acercándose a ella: —Pero yo no soy cualquiera. Yo… —¡Ah, claro! —resopló, alejándose de él—. Tú eres Nicholas Jonas, alias Lobo Feroz, un endiosado insustancial que cree que todas las mujeres deben caer rendidas a sus pies por la cantidad de ceros a su favor que tiene en la cuenta corriente, ¿verdad? —Sorprendido, no respondió, y ella prosiguió—: Pues mira, chato…, lo siento, pero no soy ninguna desvalida Caperucita Roja. Soy rubia,
pero no tonta, y tampoco soy una cazafortunas atontada que correrá desmelenada para cenar contigo. ¿Y sabes por qué? —Él negó con la cabeza—. Porque tengo dignidad, me quiero a mí misma y con lo que gano con mi propio trabajo me sobra y me basta, y… —Cuando he dicho que yo no soy cualquiera, creo que no me has entendido —cortó, molesto por cómo le hablaba—. Me refería a que yo no soy un desconocido, porque soy el imbécil que se ha saltado el semáforo y ha dejado a tu Arturo como un acordeón. Al menos, ya soy alguien para ti. ____, que esperaba cualquier contestación menos aquélla, sonrió, y apoyándose en su maltrecho y arrugado
coche, respondió: —Mira…, en eso te doy toda la razón. Tú…, tú siempre serás ése. La sinceridad de ella lo desconcertó, aunque, en cierto modo, también le gustó. Y cuando creyó haber conseguido el efecto que él pretendía, la miró y dijo de nuevo con su indiscutible acento ruso: —Déjame invitarte a cenar. —Ni lo sueñes. Él sonrió y, sin darse por vencido, volvió al ataque: —Es Navidad, bombón, y en Navidad… —Mira, Jonas —siseó al mismo tiempo que las piernas le fallaban—, no vuelvas a llamarme bombón, y haz el favor de tener respeto por mi persona. No
me conoces de nada para que me llames así, ¡y no me gusta! —Pero… —No hay peros que valgan —cortó, llevándose la mano a la cabeza. Se estaba mareando—. Rellenemos los papeles y…, y… acabemos con esto de una vez para que pueda marcharme. —¿Te encuentras bien? —se preocupo él. ____ le miró con intención de asentir, pero sin previo aviso y descolocando por completo al jugador, puso los ojos en blanco y se desmayó. Nicholas la cogió entre sus brazos y gritando a los del Samur, que llegaban en aquel momento, les hizo correr hasta ellos. Con los ojos cerrados, ____ notó cómo el calor regresaba a su cara.
Dibujo todo con color y siento nanananana en mi corazón.
Ya nadie más puede pasar…
Dibujo cosas sin dolor y siento nananana sin ton ni son.
Qué bueno es… sentirse bien
Y poder romper las rutinas que ciegan mi ser.
La nieve comenzó a caer de nuevo, y ____ maldijo justo en el momento en el que se pasaba un semáforo en ámbar. De pronto, varios coches que circulaban delante de ella chocaron, y ella frenó. Salvó el golpe. Pero al mirar por el espejo retrovisor intuyó que el impresionante Porsche negro que se había saltado como ella el semáforo en ámbar no podría frenar. Asustada, se agarró con fuerza al volante, quitó el pie del freno como siempre había oído y esperó con los ojos cerrados a que aquel vehículo la
embistiera por detrás. Y así fue. ¡Zasssss! Su coche se desplazó unos metros tras un brusco golpe. Histérica y con las pulsaciones a mil, ni se movió. —Señorita, ¿está bien? —oyó segundos después. Como pudo asintió con la cabeza mientras pensaba: «Lo sabía…, sabía que la puñetera nieve me la iba a jugar». Cuando el hombre vio cómo ella sacudía la cabeza se tranquilizó, y tras respirar, aliviado, dijo moviéndose con celeridad: —Deme un segundo que ahora mismo la saco. Se oyó un golpe seco al abrirse con fuerza la puerta, que se había quedado trabada. En seguida, ____ sintió que las
fuertes manos de alguien la agarraban para sacarla del coche. La gente que había alrededor se arremolinaba, gritaba, protestaba y maldecía mientras ella, aún asustada, se negaba a abrir los ojos. Notó que la sentaban en el suelo. —Nicholas…, Nicholas, ¿estás bien? — preguntó un hombre acercándose al joven que había llevado a ____ en brazos. —Sí…, perfectamente. ¿Y tú? —Bien…, no te preocupes — respondió, apurado. Nicholas contempló a la joven que había sacado del coche, y mientras se quitaba el abrigo para ponérselo a ella, le dijo al otro: —Llama a José. Dile lo que nos ha
pasado y que mande un coche a buscarnos —le indicó—. ¡Ah!, de paso, avisa a la grúa. El coche, tal y como ha quedado, no se puede mover. —Tras dar esas instrucciones, se dirigió a ____—: Señorita, míreme y así sabré que está usted bien. —No puedo. —¿Por qué no puede? —preguntó, sorprendido; su acento era extranjero. —¡Ay, Dioss…! —gimoteó la chica con los ojos cerrados—. Creo que se me han metido cristales en los ojos. Con seguridad me quedaré ciegaaaaaaaaaaa. ¡Madre mía…, qué disgusto le voy a dar a mi madre! ¡De ésta me la cargo! Nicholas no quería sonreír, no era momento para ello, pero al escuchar la
retahíla de cosas que decía la joven y contemplar los gestos que hacía con la boca y la nariz no pudo evitarlo. Miró hacia el coche de donde la había sacado y, al ver los cristales en perfecto estado, se acercó más a ella y murmuró: —Dudo que sea lo que usted dice. Los cristales de su coche están intactos. —¿De verdad? —Se lo prometo, bombón. Abra los ojos. Con gesto lastimero, la joven abrió primero un ojo y después otro, pero en vez de enfocar su mirada en el hombre que, agachado frente a ella, la observaba, miró su coche y exclamó: —¡Ay, Diosssssssss! ¡Ay, Diossssssss! Mi pobre Arturo parece un
acordeón. ¡Y ahora me quedo sin coche en plenas Navidades! ¡Ay, Diosssssssss! Y encima hoy no llegaré a tiempo para que mi sobrino le dé su carta a Papá Noel. ¿Por qué? ¿Por qué todo me tiene que pasar a mí? Nicholas entendió que Arturo era el automóvil y le indicó: —Por eso no se preocupe. El coche es un bien material que se puede reponer. Lo importante es que a usted no la haya pasado nada. Sin apenas escucharle, ____ se levantó del suelo y, tras ver el Porsche negro espachurrado detrás, dijo: —Toda la culpa la tiene el imbécil del Porsche. Él se ha saltado el semáforo que yo he pasado en ámbar y por su culpa
ahora estoy así, y Arturo, peor. ¡Uf…!, estoy algo mareada. —No se mueva, por favor —le pidió el joven, sujetándola—. Los del Samur ya vienen hacia aquí y rápidamente la atenderán. En cuanto al imbécil del Porsche, quizá no le haya dado tiempo a frenar. Por cierto, me llamo Nicholas. ¿Cómo se llama usted? —____, y por favor, tratémonos de tú, que parece que estoy en la oficina hablando con el estirado de mi jefe con tanto formalismo. —Y llevándose las manos a la cara, gimoteó—: ¡Ay, Diosss…!, cuando le diga a mi madre que no tenemos coche le va a dar un patatús. Aquel comentario hizo que Nicholas sonriera. Sin que pudiera evitarlo escaneó
a la joven. La coleta alta y rubia dejaba ver un bonito cuello, y los ojos vivarachos le encantaban. No era una mujer despampanante, y menos con aquel traje azul, pero se la veía bonita y su manera de gesticular le divertía. Ajena a lo que el hombre pensaba, ____ miró a su alrededor y gruñó: —Seguro que el idiota del Porsche, al que le saldrá el dinero por las orejas, mañana mismo tiene otro coche de sustitución esperándole en la puerta de su casa. La diferencia entre él y yo es que yo no tengo dinero para eso y… ¿Dónde está, que le voy a decir cuatro cositas? Nicholas, que hasta el momento había permanecido a su lado, se puso ante ella y, sin darle tiempo a que siguiera
buscando con la mirada, respondió: —Aquí me tienes. Yo soy el imbécil del Porsche. En ese instante, ____ sintió que la sangre se le helaba. Ella no era tan agresiva ni borde. Levantando la mirada hacia el hombre que había estado a su lado en todo momento sintió que se quedaba sin palabras. Era alto, ojos claros y… ¿Dónde había visto antes ese rostro? Pero lo supo rápidamente, cuando varios de los conductores implicados en el choque se acercaron hasta él, y, uno de ellos, mientras el resto tomaba fotografías bajo la nieve con los móviles, dijo: —Me daría un autógrafo, señor Jonas.
No podía creer que tuviera ante ella a Nicholas Jonas, el pichichi de la Liga española, aquel al que llamaban el Lobo Feroz. Tragó en un intento de deshacer el nudo de emociones que se le había quedado atascado en la garganta. El tiarrón que la miraba con esos ojos claros era el mismo que su sobrino veneraba y al que veía en la televisión día sí, día también. El joven jugador, con una incómoda sonrisa, sacó un bolígrafo del bolsillo de su camisa caqui de Ralf Lauren y comenzó a estampar su firma sin dejar de observar los movimientos de ____. Aún boquiabierta por el efecto que le había causado que aquel tipo fuera Jonas, se alejó como pudo del
bullicio al ver llegar a la policía y caminó hasta su coche. Lo observó con gesto de horror y sin que pudiera evitarlo pensó: «¡Aisss, Arturo…, qué te han hecho!». El futbolista firmó autógrafos, sin demasiadas ganas, durante unos minutos. Le apetecía prestar atención a la joven pálida que, desesperada, miraba su coche y gesticulaba. Con la ayuda de varios policías, logró quitarse de encima a la gente, pero de pronto oyó una voz a su lado que le decía: —Creo que lo más sensato es que te vayas en un taxi antes de que llegue la prensa. Yo me encargaré del coche, y por favor, ponte tu abrigo o enfermarás. Nicholas sabía que su amigo llevaba razón. Lo más inteligente era abrigarse y
marcharse de ese lugar. Pero aquella muchacha y su palidez le atraían como un imán. Por ello, mirándole, respondió: —Enrique, no me marcharé sin solucionar antes el estropicio que he organizado. El ruido de una ambulancia consiguió que más gente se arremolinara a su alrededor. Enrique Sanz, amigo y representante de Nicholas, al ver el alboroto que se estaba originando con la presencia del futbolista allí, habló con los policías, y éstos, echándole una mano, comenzaron a retirar a la gente hacia atrás. Nicholas, al que en ese momento nada le importaba, se acercó hasta la joven, que con gesto desconcertado sacaba unos
papeles de la guantera. —____, quiero que sepas que siento lo ocurrido —dijo. —¡Oh, sí!, no lo dudo —se mofó ella. —Te estoy hablando en serio, bombón. —Y yo también. —Y mirándole con el ceño fruncido, gruñó—: Y como me vuelvas a llamar bombón, te juro que te tragas los dientes. Asombrado por aquella amenaza fue a contestar, pero al ver que ella clavaba los ojos en él, calló, dispuesto a escuchar. —Mira, no me cuentes rollos patateros que ya tengo bastante con los míos. Rellenemos los papeles del seguro para que me pueda marchar. Estoy congelada y tengo cientos de cosas que
hacer, y ahora sin coche, gracias a ti, todo se complicará. Nicholas la observó, sorprendido. Ninguna mujer le hablaba así. Al contrario. Debido a su condición, todas las féminas que se cruzaban en su camino babeaban por él. Tal actitud llamó poderosamente su atención. —De acuerdo —respondió—. No volveré a llamarte bombón. —¡Perfecto! —Y si me lo permites, hago un par de llamadas y antes de una hora tienes un coche de sustitución en la puerta de tu casa hasta que te arreglen el tuyo. No te preocupes por nada; yo te lo solucionaré. «Yo te lo solucionaré», repitió ella mentalmente. ¿Cuánto tiempo llevaba sin
oír eso? La seguridad que transmitía su voz y aquella manera de mirarla le resecaron a ____ hasta el alma. Nunca un tío tan guapo, y sobre todo tan deseado, le había prestado la más mínima atención. Y allí estaba ella, junto al buenorro por el que más se suspiraba en España, calándose bajo la nieve y con una pinta que no quería ni imaginar. Finalmente, regañándose a sí misma por pensar en lo que no debía, respondió: —Vamos a ver, aclaremos algo. Acepto tus disculpas; seguro que no pretendías empotrarte en mi pobre Arturo, ¡pero así ha ocurrido y lo tengo que aceptar! No es preciso que hagas ninguna llamada, y menos aún que mandes ningún
coche a la puerta de mi casa. Sólo y exclusivamente necesito que cumplimentemos los papeles del seguro para que me arreglen el coche y no me desplumen. Aquella contestación y la sinceridad de su tono a él le hicieron sonreír, y sin mediar palabra, le abrochó el abrigo que le había dejado. Le quedaba enorme, pero hacía mucho frío y, por su palidez, debía estar congelada. Tras ese gesto excesivamente íntimo, ____ reparó en que el futbolista estaba en mangas de camisa, e intentando desabrochar lo que él había abrochado, le indicó: —Pero tú estás tonto. Anda, déjate de caballerosidades y ponte el abrigo. Vas a coger una pulmonía.
—No, por favor —insistió él con su acento ruso—. Estás temblando y es lo mínimo que puedo hacer por ti. De pronto, una extraña sensación les atenazó a ambos el estómago. ¿Qué ocurría allí? Nicholas estaba dispuesto a alargar aquel momento con ella, así que miró alrededor en busca de cobijo para intentar escapar del bullicio y en especial de ser el centro de las miradas de todos. —¿Qué te parece si entramos en esa cafetería y rellenamos el papeleo? Te invito a un café, o a lo que quieras. ____, todavía atontada, lo miró. Le habría encantado entrar allí con él y tomarse un café, o incluso veinte. Pero tras echar un vistazo a la gente que se
arremolinaba a su alrededor y los señalaba, respondió con gesto indiferente: —Pues va a ser que no. —¡¿No?! —No —repitió con la cara empapada por la nieve—. No quiero nada de ti, excepto lo que te he pedido, ¿entendido? —Te invito a cenar —insistió él. Los retos le gustaban, y ella de pronto se había convertido en uno. —No. Boquiabierto por la segunda negativa, sonrió como sólo él sabía que tenía que hacerlo a las mujeres. —Nadie rechaza una invitación así. Piénsalo bom…, ____. Aquel comentario a ella le hizo
gracia, y tras quitarse los copos de nieve que salpicaban su cara, contestó: —Mira, guapo, yo no ceno con cualquiera, pero ¿qué te has creído tú? Aquella negativa le hizo redoblar los esfuerzos, y haciendo uso de toda su galantería, murmuró acercándose a ella: —Pero yo no soy cualquiera. Yo… —¡Ah, claro! —resopló, alejándose de él—. Tú eres Nicholas Jonas, alias Lobo Feroz, un endiosado insustancial que cree que todas las mujeres deben caer rendidas a sus pies por la cantidad de ceros a su favor que tiene en la cuenta corriente, ¿verdad? —Sorprendido, no respondió, y ella prosiguió—: Pues mira, chato…, lo siento, pero no soy ninguna desvalida Caperucita Roja. Soy rubia,
pero no tonta, y tampoco soy una cazafortunas atontada que correrá desmelenada para cenar contigo. ¿Y sabes por qué? —Él negó con la cabeza—. Porque tengo dignidad, me quiero a mí misma y con lo que gano con mi propio trabajo me sobra y me basta, y… —Cuando he dicho que yo no soy cualquiera, creo que no me has entendido —cortó, molesto por cómo le hablaba—. Me refería a que yo no soy un desconocido, porque soy el imbécil que se ha saltado el semáforo y ha dejado a tu Arturo como un acordeón. Al menos, ya soy alguien para ti. ____, que esperaba cualquier contestación menos aquélla, sonrió, y apoyándose en su maltrecho y arrugado
coche, respondió: —Mira…, en eso te doy toda la razón. Tú…, tú siempre serás ése. La sinceridad de ella lo desconcertó, aunque, en cierto modo, también le gustó. Y cuando creyó haber conseguido el efecto que él pretendía, la miró y dijo de nuevo con su indiscutible acento ruso: —Déjame invitarte a cenar. —Ni lo sueñes. Él sonrió y, sin darse por vencido, volvió al ataque: —Es Navidad, bombón, y en Navidad… —Mira, Jonas —siseó al mismo tiempo que las piernas le fallaban—, no vuelvas a llamarme bombón, y haz el favor de tener respeto por mi persona. No
me conoces de nada para que me llames así, ¡y no me gusta! —Pero… —No hay peros que valgan —cortó, llevándose la mano a la cabeza. Se estaba mareando—. Rellenemos los papeles y…, y… acabemos con esto de una vez para que pueda marcharme. —¿Te encuentras bien? —se preocupo él. ____ le miró con intención de asentir, pero sin previo aviso y descolocando por completo al jugador, puso los ojos en blanco y se desmayó. Nicholas la cogió entre sus brazos y gritando a los del Samur, que llegaban en aquel momento, les hizo correr hasta ellos. Con los ojos cerrados, ____ notó cómo el calor regresaba a su cara.
Última edición por CariitoJonas15 el Dom 20 Oct 2013, 6:23 pm, editado 1 vez
CariitoJonas15
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Caritoooo
Ese ya lo leimos
Asi que pleasee
Monta otro
Ese ya lo leimos
Asi que pleasee
Monta otro
Ines
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Yaa arreglee el otro chicas :D
Empezó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro. Estiró los brazos y las piernas; parecía que llevaba siglos encogida. Con parsimonia abrió los párpados y sus claros ojos se fijaron en la lámpara que sobre ella lucía esplendorosa. Extrañada, miró hacia un lado y sus ojos se enfrentaron a una espaciosa habitación en tonos melocotón con muebles claros y alegres. Sin entender dónde estaba, se sentó en la cama de sábanas claras y revueltas, y casi gritó cuando se vio vestida únicamente con un top rosa y un culote. Sin tiempo que perder, tiró de las sábanas, se puso de pie y se tapó con ellas mientras oía el silbido de alguien y el
sonido de la ducha. Lo último que recordaba era el golpe con el coche. La nieve. El guapo futbolista famoso. Pero ¿dónde estaba? Primero se apoyó en la pared y luego comenzó a caminar hacia la ventana. Quizá asomándose al exterior entendería qué hacía allí. Pero al mirar y ver un amplio jardín desconocido para ella, murmuró: —¿Dónde narices estoy? —Buenas tardes, bombón —dijo alguien a sus espaldas. Con rapidez, ____ se dio la vuelta, y su mandíbula se desencajó al ver salir del baño, vestido únicamente con una toalla blanca anudada a la cintura, a…, a…, a… ¡Nicholas Jonas! ¡El futbolista!
Le vio caminar con soltura por la habitación mientras, sin palabras, observaba cómo las gotas de su pelo resbalaban por su espalda hasta fundirse con la toalla. Sin saber qué decir ni qué pensar, le siguió con la mirada, hasta que de pronto vio que se quitaba la toalla y se quedaba como Dios le trajo al mundo ante ella. «¡Guau, qué cuerpazo tiene! Ésos sí que son unos increíbles oblicuos.» Tan petrificada estaba por aquella visión que no se pudo mover. Casi no podía respirar, pero disfrutó de lo que le ofrecía sin ningún pudor el futbolista, en tanto la boca se le resecaba por momentos. —Cariño —dijo él mientras se ponía unos boxers negros—, ha llamado tu madre y ha dicho que llegará un poco más tarde. —¿Mi madre? —Sí. —¿Que ha llamado mi madre? — preguntó de nuevo, perpleja. Nicholas, tras sonreír, se acercó a ella, que reculó interponiendo la cama entre los dos. —Sí —dijo—. Ha llamado mientras dormías. Por lo visto, ha salido del gimnasio y se va a tomar un café con su amiga Paqui. Con la cabeza a mil, ____ pensó que debía de tratarse de una broma. Su madre no salía sola de casa si no era con ella, y menos iría al gimnasio. Odiaba hacer
gimnasia. Pero antes de que pudiera contestarle a aquel adonis, cuya tableta de chocolate era de la mejor calidad, éste saltó por encima de la cama y, atrapándola contra la pared, dijo mientras acercaba su boca peligrosamente a la de ella: —¿Te he dicho ya que hoy estás especialmente preciosa y apetecible? Y sin más la besó. Le devoró la boca con tal vehemencia que ____ sintió que iba a desmayarse. Durante unos segundos perdió la noción del tiempo. Nunca la habían besado así, o mejor ¡nunca se había dejado besar así! Nicholas era pecaminoso, caliente, morboso, y eso la excitó. Sabía que lo que hacía no estaba bien. Ella no era de ese
tipo de chica. Pero su cuerpo, deseoso de ser explorado por él, simplemente se relajó y disfrutó. No obstante, cuando el calor la iba a hacer explotar, le dio tal empujón que Nicholas cayó directamente sobre la cama. A él la situación debía parecerle divertida porque sonrió y le preguntó, mirándola con morbo: —¿Te has levantado hoy juguetona? Asustada por cómo la miraba y por lo que aquel tórrido beso le había hecho sentir, agarró con la mano un portarretratos y gritó, dispuesta a tirárselo a la cabeza y a resolver aquello. —¿Se puede saber qué hago yo aquí medio desnuda, y por qué me has besado así? Sorprendido, Nicholas la miró y,
echándose hacia atrás su mojado y largo pelo claro, murmuró mientras recorría con deleite aquel cuerpo digno de adoración. —Lo de medio desnuda creo que lo voy a resolver ahora mismo, y tranquila, que te voy a besar todavía mejor. Ven aquí. —Ni lo pienses —siseó, mirándole con gesto furioso. Sin darle tiempo a pensar, Nicholas se levantó y de un tirón la atrajo hacia él. Dos segundos después, la tenía tumbada en la cama a su merced. A ____ le faltaba el aire. Pero ¿qué estaba haciendo aquel loco? Y sin pensárselo dos veces, mientras él la besaba con deleite el cuello, abrió la boca y le mordió la oreja. —¡Ahhhh…! —gritó Nicholas.
La respuesta fue inmediata. El joven cesó y, quitándose de encima de ella, la miró enfadado. —¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó—. ¡Joder, cariño, me has mordido! ____, al verse libre, se levantó de la cama, y entonces se dio cuenta de que todavía llevaba en la mano el portarretratos. Iba a lanzárselo a la cabeza, pero miró antes la fotografía y se quedó de piedra. Era de ella y Nicholas, besándose y ¡vestidos de novios! —¡Oh, Diossssssssss…! ¡Oh, Diosssssssssss! —gimió, con los ojos como platos. —Lo sé, cielo…, lo sé —sonrió él, olvidándose del mordisco—. Siempre te
ha gustado esa foto de nuestra boda, y cada vez que la ves lloras. A punto de un ataque de ansiedad, ____ fue a preguntar sobre aquello de «¡nuestra boda!» cuando de pronto se abrió la puerta del dormitorio y su sobrino, David, aquel que adoraba por encima de todo, entró corriendo y gritando, se tiró a los brazos del futbolista. —Tito…, titooooooooooo, ¿vamos a jugar al fútbol? Nicholas sonrió y asintió. —Claro, maestro Pokémon. Estoy esperando a que tu tía se centre, deje de morder y termine de vestirse. —¿La tita te ha mordido? —preguntó el crío, alucinado.
—Sí, colega. Se ha levantado con hambre de la siesta y casi me come — asintió Nicholas, haciendo reír al niño mientras le dejaba en el suelo. Ver a su sobrino con aquella expresión de felicidad y el balón debajo del brazo a ____ le puso el mundo del revés. ¿Desde cuándo su sobrino jugaba al fútbol? Durante los últimos años había intentado que el niño jugara con ella a otra cosa que no fueran las maquinitas y nunca lo había conseguido. Pero más que eso lo que la sorprendió fue que aquel enano inseguro se tirara a los brazos de un desconocido y le llamara tito, ¿Qué estaba ocurriendo allí? Decidida a acabar con aquella locura, se acercó al crío y le asió de la mano.
—Vamos, David. Regresamos a casa. Esta estúpida broma se ha acabado. —¡¿Broma?! —preguntaron al unísono Nicholas y el niño. —Pero bueno, ¡basta ya! —protestó ____. Y mirando a su alrededor gritó—: ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Qué hace aquí mi sobrino? ¿Y qué es eso de que te llame tito? —Tita, ésta es nuestra casa y hoy tenemos una fiesta de… ¡Huy, tito, se me ha escapado! —dijo de pronto el niño con cara de susto. —¿Nuestra casa? ¿Fiesta? ¡¿Tito?! — gritó, perdiendo la paciencia. Nicholas, con una sonrisa que le indicó al niño que no pasaba nada, le guiñó el ojo, y volviéndose hacia su alocada mujer, dijo: —Vale, bombón. Me has pillado. Esta noche he organizado una fiesta para celebrar que justamente hoy hace un año que me salté un semáforo en ámbar, dejé como un acordeón a tu Arturo y nos conocimos. La habitación comenzó a dar vueltas, y ____ soltó al niño, que rápidamente se cobijó junto a Nicholas. La joven se sentó sobre la enorme y mullida cama bajo el atento examen del hombre y el niño, que se miraban asombrados. ¿Un año? ¿Se conocían desde hacía un año y ya se habían casado? Levantando la mano derecha se pellizcó el brazo izquierdo, y después, la cara, e incluso se tiró del pelo. Necesitaba sentir dolor para saber
que estaba despierta. Nicholas, preocupado por las extrañas cosas que hacía ____, se acercó a ella y le retiró con mimo un mechón de la cara. —Cariño, ¿te encuentras mal? —le preguntó. ____ levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. ¿Cómo podía estar casada con aquel hombre y no recordar nada? Era Nicholas Jonas. Un futbolista ruso, atractivo y sexy. Finalmente, para que dejara de mirarla de aquella manera, la joven le dedicó una sonrisa y murmuró: —Me duele un poco la cabeza. —Y levantándose de la cama, sonrió también a su sobrino, que seguía cogido de la mano de Nicholas, y dijo—: Creo que me voy a
duchar. Una ducha seguro que me viene bien. Mirando a su alrededor, ____ vio cuatro puertas. ¿Cuál sería el baño? Al fin, optó por la de su derecha, aunque no llegó a abrirla. —¿Por qué quieres abrir la puerta del armario? —oyó que decía su sobrino. —¿Hay algún problema por que la abra? —respondió ____, volviéndose hacia él. —No, tita, pero la ducha está aquí. Y soltándose de la mano del futbolista, el crío fue hasta la puerta del baño y la abrió. —Gracias, listillo —resopló ella, caminando hacia allí. Nicholas, que observaba la situación,
sonrió. Su vida había cambiado gratamente desde que ____ y su familia habían aparecido en su vida. Ella, su mujer, era el centro de su mundo y verla sonreír era lo que más le gustaba. Por ello, y como ya conocía sus caras, al advertir el gesto con el que miraba al niño, optó por coger al pequeño entre sus brazos mientras le decía: —Vamos, colega. Demos unos toques al balón antes de que comiencen a llegar los invitados. —Y luego, mirando a su mujer, añadió—: Y tú, bombón, ponte guapa, aunque más de lo que eres creo que será imposible. Entonces, el futbolista le dio un suave beso a la joven en los labios y desapareció de la habitación, dejándola
sola y terriblemente desconcertada. Diez minutos después, y tras una estupenda ducha, ____ regresó de nuevo a la habitación. Aquella estancia era de revista. Grande, espaciosa y decorada con gusto. Atraída como un imán se acercó hasta una chimenea para observar los retratos que había en la repisa. Aquéllas eran fotos de ella y el futbolista en actitud cariñosa ante la Torre Eiffel, el Big Ben y en Las Vegas. Incluso había fotos de su madre y el pequeño. —No me lo puedo creer —susurró, sentándose en la cama con uno de los retratos en la mano. Sonó un móvil. Corazón latino. «¡Mi móvil!», pensó, y lo cogió rápidamente. —¡Holaaaaaaa, pichurra!, contigo
quería hablar yo. ____ la reconoció al instante. Era su amiga Elena. Con seguridad ella la ayudaría a aclarar todo aquello. —Elena…, escucha, yo… —No, escúchame tú a mí —la interrumpió la otra—: Como vuelvas a decirle al idiota de Luis dónde estoy, te juro que no te volveré a hablar el resto de tu vida. Te dije que no le quiero volver a ver. Que no le quiero oír. Le odio. Me has oído. ¡Le odio! Sorprendida, ____ preguntó: —¡¿Luis?! ¿Qué Luis? —Mira, guapa, que él sea tonto y, como dice la canción de la grandísima Jurado, un estúpido engreído vale…, pero que tú te hagas la tonta me deja sin
palabras. —Y sin darle tiempo a contestar, prosiguió—: Sabes que el otro día corté con él y no pienso volver a picar por mucho que me guste o le necesite. Me da igual si es el mejor amigo de tu maridito o… —¿Mi maridito?¡¿Has dicho maridito?! —gritó ____. Elena, un tanto perpleja, interrumpió su retahíla y afirmó: —Sí, tu maridito, usease, ese con el que te casaste hace unos seis meses, que está más bueno que un Donuts bombón y que te tiene en palmitas consiguiendo que todas tus amigas, entre las que me incluyo, te odiemos cada día más. Cerrando los ojos, ____ gimió. Pero ¿qué estaba ocurriendo? ¿El mundo se
había vuelto loco?
Empezó a mover lentamente la cabeza de un lado a otro. Estiró los brazos y las piernas; parecía que llevaba siglos encogida. Con parsimonia abrió los párpados y sus claros ojos se fijaron en la lámpara que sobre ella lucía esplendorosa. Extrañada, miró hacia un lado y sus ojos se enfrentaron a una espaciosa habitación en tonos melocotón con muebles claros y alegres. Sin entender dónde estaba, se sentó en la cama de sábanas claras y revueltas, y casi gritó cuando se vio vestida únicamente con un top rosa y un culote. Sin tiempo que perder, tiró de las sábanas, se puso de pie y se tapó con ellas mientras oía el silbido de alguien y el
sonido de la ducha. Lo último que recordaba era el golpe con el coche. La nieve. El guapo futbolista famoso. Pero ¿dónde estaba? Primero se apoyó en la pared y luego comenzó a caminar hacia la ventana. Quizá asomándose al exterior entendería qué hacía allí. Pero al mirar y ver un amplio jardín desconocido para ella, murmuró: —¿Dónde narices estoy? —Buenas tardes, bombón —dijo alguien a sus espaldas. Con rapidez, ____ se dio la vuelta, y su mandíbula se desencajó al ver salir del baño, vestido únicamente con una toalla blanca anudada a la cintura, a…, a…, a… ¡Nicholas Jonas! ¡El futbolista!
Le vio caminar con soltura por la habitación mientras, sin palabras, observaba cómo las gotas de su pelo resbalaban por su espalda hasta fundirse con la toalla. Sin saber qué decir ni qué pensar, le siguió con la mirada, hasta que de pronto vio que se quitaba la toalla y se quedaba como Dios le trajo al mundo ante ella. «¡Guau, qué cuerpazo tiene! Ésos sí que son unos increíbles oblicuos.» Tan petrificada estaba por aquella visión que no se pudo mover. Casi no podía respirar, pero disfrutó de lo que le ofrecía sin ningún pudor el futbolista, en tanto la boca se le resecaba por momentos. —Cariño —dijo él mientras se ponía unos boxers negros—, ha llamado tu madre y ha dicho que llegará un poco más tarde. —¿Mi madre? —Sí. —¿Que ha llamado mi madre? — preguntó de nuevo, perpleja. Nicholas, tras sonreír, se acercó a ella, que reculó interponiendo la cama entre los dos. —Sí —dijo—. Ha llamado mientras dormías. Por lo visto, ha salido del gimnasio y se va a tomar un café con su amiga Paqui. Con la cabeza a mil, ____ pensó que debía de tratarse de una broma. Su madre no salía sola de casa si no era con ella, y menos iría al gimnasio. Odiaba hacer
gimnasia. Pero antes de que pudiera contestarle a aquel adonis, cuya tableta de chocolate era de la mejor calidad, éste saltó por encima de la cama y, atrapándola contra la pared, dijo mientras acercaba su boca peligrosamente a la de ella: —¿Te he dicho ya que hoy estás especialmente preciosa y apetecible? Y sin más la besó. Le devoró la boca con tal vehemencia que ____ sintió que iba a desmayarse. Durante unos segundos perdió la noción del tiempo. Nunca la habían besado así, o mejor ¡nunca se había dejado besar así! Nicholas era pecaminoso, caliente, morboso, y eso la excitó. Sabía que lo que hacía no estaba bien. Ella no era de ese
tipo de chica. Pero su cuerpo, deseoso de ser explorado por él, simplemente se relajó y disfrutó. No obstante, cuando el calor la iba a hacer explotar, le dio tal empujón que Nicholas cayó directamente sobre la cama. A él la situación debía parecerle divertida porque sonrió y le preguntó, mirándola con morbo: —¿Te has levantado hoy juguetona? Asustada por cómo la miraba y por lo que aquel tórrido beso le había hecho sentir, agarró con la mano un portarretratos y gritó, dispuesta a tirárselo a la cabeza y a resolver aquello. —¿Se puede saber qué hago yo aquí medio desnuda, y por qué me has besado así? Sorprendido, Nicholas la miró y,
echándose hacia atrás su mojado y largo pelo claro, murmuró mientras recorría con deleite aquel cuerpo digno de adoración. —Lo de medio desnuda creo que lo voy a resolver ahora mismo, y tranquila, que te voy a besar todavía mejor. Ven aquí. —Ni lo pienses —siseó, mirándole con gesto furioso. Sin darle tiempo a pensar, Nicholas se levantó y de un tirón la atrajo hacia él. Dos segundos después, la tenía tumbada en la cama a su merced. A ____ le faltaba el aire. Pero ¿qué estaba haciendo aquel loco? Y sin pensárselo dos veces, mientras él la besaba con deleite el cuello, abrió la boca y le mordió la oreja. —¡Ahhhh…! —gritó Nicholas.
La respuesta fue inmediata. El joven cesó y, quitándose de encima de ella, la miró enfadado. —¿Se puede saber qué te pasa? —le preguntó—. ¡Joder, cariño, me has mordido! ____, al verse libre, se levantó de la cama, y entonces se dio cuenta de que todavía llevaba en la mano el portarretratos. Iba a lanzárselo a la cabeza, pero miró antes la fotografía y se quedó de piedra. Era de ella y Nicholas, besándose y ¡vestidos de novios! —¡Oh, Diossssssssss…! ¡Oh, Diosssssssssss! —gimió, con los ojos como platos. —Lo sé, cielo…, lo sé —sonrió él, olvidándose del mordisco—. Siempre te
ha gustado esa foto de nuestra boda, y cada vez que la ves lloras. A punto de un ataque de ansiedad, ____ fue a preguntar sobre aquello de «¡nuestra boda!» cuando de pronto se abrió la puerta del dormitorio y su sobrino, David, aquel que adoraba por encima de todo, entró corriendo y gritando, se tiró a los brazos del futbolista. —Tito…, titooooooooooo, ¿vamos a jugar al fútbol? Nicholas sonrió y asintió. —Claro, maestro Pokémon. Estoy esperando a que tu tía se centre, deje de morder y termine de vestirse. —¿La tita te ha mordido? —preguntó el crío, alucinado.
—Sí, colega. Se ha levantado con hambre de la siesta y casi me come — asintió Nicholas, haciendo reír al niño mientras le dejaba en el suelo. Ver a su sobrino con aquella expresión de felicidad y el balón debajo del brazo a ____ le puso el mundo del revés. ¿Desde cuándo su sobrino jugaba al fútbol? Durante los últimos años había intentado que el niño jugara con ella a otra cosa que no fueran las maquinitas y nunca lo había conseguido. Pero más que eso lo que la sorprendió fue que aquel enano inseguro se tirara a los brazos de un desconocido y le llamara tito, ¿Qué estaba ocurriendo allí? Decidida a acabar con aquella locura, se acercó al crío y le asió de la mano.
—Vamos, David. Regresamos a casa. Esta estúpida broma se ha acabado. —¡¿Broma?! —preguntaron al unísono Nicholas y el niño. —Pero bueno, ¡basta ya! —protestó ____. Y mirando a su alrededor gritó—: ¿Dónde está la cámara oculta? ¿Qué hace aquí mi sobrino? ¿Y qué es eso de que te llame tito? —Tita, ésta es nuestra casa y hoy tenemos una fiesta de… ¡Huy, tito, se me ha escapado! —dijo de pronto el niño con cara de susto. —¿Nuestra casa? ¿Fiesta? ¡¿Tito?! — gritó, perdiendo la paciencia. Nicholas, con una sonrisa que le indicó al niño que no pasaba nada, le guiñó el ojo, y volviéndose hacia su alocada mujer, dijo: —Vale, bombón. Me has pillado. Esta noche he organizado una fiesta para celebrar que justamente hoy hace un año que me salté un semáforo en ámbar, dejé como un acordeón a tu Arturo y nos conocimos. La habitación comenzó a dar vueltas, y ____ soltó al niño, que rápidamente se cobijó junto a Nicholas. La joven se sentó sobre la enorme y mullida cama bajo el atento examen del hombre y el niño, que se miraban asombrados. ¿Un año? ¿Se conocían desde hacía un año y ya se habían casado? Levantando la mano derecha se pellizcó el brazo izquierdo, y después, la cara, e incluso se tiró del pelo. Necesitaba sentir dolor para saber
que estaba despierta. Nicholas, preocupado por las extrañas cosas que hacía ____, se acercó a ella y le retiró con mimo un mechón de la cara. —Cariño, ¿te encuentras mal? —le preguntó. ____ levantó la cabeza y le miró directamente a los ojos. ¿Cómo podía estar casada con aquel hombre y no recordar nada? Era Nicholas Jonas. Un futbolista ruso, atractivo y sexy. Finalmente, para que dejara de mirarla de aquella manera, la joven le dedicó una sonrisa y murmuró: —Me duele un poco la cabeza. —Y levantándose de la cama, sonrió también a su sobrino, que seguía cogido de la mano de Nicholas, y dijo—: Creo que me voy a
duchar. Una ducha seguro que me viene bien. Mirando a su alrededor, ____ vio cuatro puertas. ¿Cuál sería el baño? Al fin, optó por la de su derecha, aunque no llegó a abrirla. —¿Por qué quieres abrir la puerta del armario? —oyó que decía su sobrino. —¿Hay algún problema por que la abra? —respondió ____, volviéndose hacia él. —No, tita, pero la ducha está aquí. Y soltándose de la mano del futbolista, el crío fue hasta la puerta del baño y la abrió. —Gracias, listillo —resopló ella, caminando hacia allí. Nicholas, que observaba la situación,
sonrió. Su vida había cambiado gratamente desde que ____ y su familia habían aparecido en su vida. Ella, su mujer, era el centro de su mundo y verla sonreír era lo que más le gustaba. Por ello, y como ya conocía sus caras, al advertir el gesto con el que miraba al niño, optó por coger al pequeño entre sus brazos mientras le decía: —Vamos, colega. Demos unos toques al balón antes de que comiencen a llegar los invitados. —Y luego, mirando a su mujer, añadió—: Y tú, bombón, ponte guapa, aunque más de lo que eres creo que será imposible. Entonces, el futbolista le dio un suave beso a la joven en los labios y desapareció de la habitación, dejándola
sola y terriblemente desconcertada. Diez minutos después, y tras una estupenda ducha, ____ regresó de nuevo a la habitación. Aquella estancia era de revista. Grande, espaciosa y decorada con gusto. Atraída como un imán se acercó hasta una chimenea para observar los retratos que había en la repisa. Aquéllas eran fotos de ella y el futbolista en actitud cariñosa ante la Torre Eiffel, el Big Ben y en Las Vegas. Incluso había fotos de su madre y el pequeño. —No me lo puedo creer —susurró, sentándose en la cama con uno de los retratos en la mano. Sonó un móvil. Corazón latino. «¡Mi móvil!», pensó, y lo cogió rápidamente. —¡Holaaaaaaa, pichurra!, contigo
quería hablar yo. ____ la reconoció al instante. Era su amiga Elena. Con seguridad ella la ayudaría a aclarar todo aquello. —Elena…, escucha, yo… —No, escúchame tú a mí —la interrumpió la otra—: Como vuelvas a decirle al idiota de Luis dónde estoy, te juro que no te volveré a hablar el resto de tu vida. Te dije que no le quiero volver a ver. Que no le quiero oír. Le odio. Me has oído. ¡Le odio! Sorprendida, ____ preguntó: —¡¿Luis?! ¿Qué Luis? —Mira, guapa, que él sea tonto y, como dice la canción de la grandísima Jurado, un estúpido engreído vale…, pero que tú te hagas la tonta me deja sin
palabras. —Y sin darle tiempo a contestar, prosiguió—: Sabes que el otro día corté con él y no pienso volver a picar por mucho que me guste o le necesite. Me da igual si es el mejor amigo de tu maridito o… —¿Mi maridito?¡¿Has dicho maridito?! —gritó ____. Elena, un tanto perpleja, interrumpió su retahíla y afirmó: —Sí, tu maridito, usease, ese con el que te casaste hace unos seis meses, que está más bueno que un Donuts bombón y que te tiene en palmitas consiguiendo que todas tus amigas, entre las que me incluyo, te odiemos cada día más. Cerrando los ojos, ____ gimió. Pero ¿qué estaba ocurriendo? ¿El mundo se
había vuelto loco?
CariitoJonas15
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
siii que oocurrreeee!!!????!... yo también no entiend naaadaaa"""
chelis
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Que demonios esta pasando???!
Aunque me encanta este sueño!!
Se caso!! Y es un amor de marido Nicholas!!
Siguela!
Aunque me encanta este sueño!!
Se caso!! Y es un amor de marido Nicholas!!
Siguela!
aranzhitha
Re: Llámame Bombon (Nick Jonas y tu) TERMINADA
Amiga estoy perdida
Por lo tanto necesito cap
SiguelAa
Por lo tanto necesito cap
SiguelAa
Ines
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