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La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Nombre: La Bibliotecaria
Adaptacion: si de un libro de Logan Belle
Genero: Erotica
Advertencias: no apto para menores de 14 años
Argumento
-------- Finch, un brillante ratón de biblioteca, ha conseguido ascender hasta su trabajo soñado a como bibliotecaria en la Biblioteca pública de Nueva York. Pero el descubrimiento de las sórdidas aventuras sexuales de un disoluto joven millonario entre los santos pasillos y los sagrados montones de libros de la biblioteca desata una confusa mezcla de repulsión y deseo que amenaza con consumirla. Solo gracias a su introducción a la obra de Bettie Page, la ingenua convertida en modelo fetiche más popular del mundo, y el propio despertar sexual de Page, Regina esperan descubrir su destreza sexual y seducir al hombre al que ama.
Última edición por isabellita102 el Mar 10 Sep 2013, 7:57 pm, editado 5 veces
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
dejo el primer capitulo para ustedes :roll:
COMENTEN PLEASE
CAPITULO 1
Finch se detuvo en la esquina de la Quinta Avenida con la calle Cuarenta y dos. La gente la empujaba a izquierda y derecha en su prisa por pasar. Los transeúntes se movían como olas rompiendo contra una roca. Tras un mes en Nueva York, aún no se había acostumbrado a la hora punta.
Así y todo, no permitió que la gente la distrajera. Era su primer día en el trabajo de sus sueños e iba a saborear cada minuto. Un mes después de finalizar un máster de posgrado en Bibliotecas e Informática en la Universidad de Drexel, se dirigía a la biblioteca más magnífica de todo el país.
Alzó la vista hacia el hermoso edificio, una asombrosa obra de arquitectura en piedra caliza blanca y mármol. no podía imaginar que existiera un lugar más perfecto que la Biblioteca Pública de Nueva York.
—¿Estás mirando a los gemelos? —le preguntó una anciana.
Tenía el pelo tan blanco que parecía casi rosa y llevaba un traje azul verdoso con unos brillantes botones dorados. Sujetaba una correa con cristales incrustados, al final de la cual estaba atado un perrito blanco.
—¿Perdón? —dijo
—Los leones —aclaró la mujer.
Ah, los leones. A cada lado de la amplia escalinata de piedra que subía hasta la biblioteca había la estatua de un león de mármol blanco. Eran unas criaturas de aspecto regio, que, sentadas sobre unos pilares de piedra, parecían custodiar el conocimiento que albergaba el edificio.
—Me gustan los leones —afirmó
Su compañera de habitación le había advertido muy seria que no debía responder a todos los pirados que le hablaran en la calle. Pero era de Pensilvania y se sentía incapaz de ser maleducada.
—Paciencia y Entereza —contestó la mujer—. Ésos son sus nombres.
—¿De verdad? —exclamó —. No lo sabía.
—Paciencia y Entereza —repitió la mujer y se marchó.
no supo cómo decirle a su nueva jefa, Sloan Caldwell, que no necesitaba una visita guiada por la biblioteca, porque había ido allí con frecuencia desde que era niña. Pero Sloan, una rubia alta y fría del Upper East Side, le había parecido intimidatoria durante la entrevista y, de algún modo, se lo parecía aún más ahora que había conseguido el trabajo.
—¿No quieres tomar notas mientras caminamos? —le preguntó Sloan.
abrió el bolso y buscó un papel y un boli.
Siguió a la mujer por el gran vestíbulo de mármol, cuyo estilo Beaux-Arts siempre le recordaba las fotografías de los grandes edificios de Europa. Pero su padre le había dicho muchas veces que no tenía sentido comparar la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York con nada, ya que, como obra de arquitectura, era única.
—Y ésta es la Sala del Catálogo Público —anunció Sloan.
La magnífica sala, oficialmente llamada la Sala del Catálogo Público Bill Blass, estaba flanqueada por mesas bajas de madera oscura, provistas de las lámparas de bronce distintivas de la biblioteca, con pantallas de metal rematadas en bronce oscuro. Los ordenadores parecían estar fuera de lugar en una estancia que, por lo demás, evocaba la época de principios del siglo XX.
—Estos ordenadores no tienen acceso a Internet —comentó Sloan, claramente aburrida por la explicación que, sin duda, habría dado infinidad de veces—. Su única finalidad es permitir que los visitantes busquen los libros que necesitan, los números de referencia y demás información, para luego solicitarlos en préstamo.
Por supuesto, conocía ese sistema mejor que nada en la vida. (Si algo adoraba era un buen sistema. Para ella, el orden estaba por encima de todo.) Después de buscar los libros, los visitantes escribían los títulos y los números de referencia en un papel con los pequeños lápices que tenían a su disposición en los botes de ambos extremos de las largas mesas. A le parecía reconfortante el hecho de que en esa época en que todo se hacía por SMS o correo electrónico, la Biblioteca Pública de Nueva York fuera el único sitio
donde la gente aún tuviera que coger papel y lápiz.
Sloan continuó andando y los tacones de sus zapatos ingleses de cordones resonaron en el suelo de mármol. Llevaba la melena lisa recogida en una pulcra coleta baja y vestía de pies a cabeza de Ralph Lauren. Al igual que la compañera de piso de , Sloan Caldwell la miró de arriba abajo y apenas pudo ocultar su veredicto: «Mal, mal, todo mal». se preguntó si en Manhattan habría algún código secreto para vestir que todo el mundo conociera menos ella. Desde que se había mudado a la ciudad, se sentía como uno de los extraterrestres de La invasión de los ladrones de cuerpos; casi parecía una neoyorquina más, pero todo aquel que la miraba con suficiente atención veía que no era así.
—Y aquí tenemos el corazón de la biblioteca, la Sala Principal de Lectura.
El padre de iba con frecuencia a Nueva York por negocios y se la llevaba con él. Viajaban en tren, comían en Serendipity y visitaban la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York, en la Quinta Avenida; un ritual para estrechar lazos afectivos. El leve olor a cerrado de la Sala Principal de Lectura le recordaba a su padre de un modo tan vívido e intenso que siempre necesitaba un momento para recuperarse.
Se detuvo para leer la inscripción que había sobre la puerta, una protesta contra la censura de 1644 del Areopagitica de Milton: «Un buen libro es la preciosa savia para un espíritu magistral, embalsamado y atesorado con el propósito de dar vida más allá de la vida».
La sala era impresionante; sólo con su tamaño lograba deslumbrarla. El techo tenía unos quince metros de altura, sólo tres metros menos alto que los típicos edificios de piedra caliza de Manhattan. La sala medía veinticuatro metros de ancho y noventa de largo, aproximadamente la longitud de todo un bloque de pisos. Por las enormes ventanas en arco entraba la luz del sol. Y luego estaba el techo, una pintura de un cielo con nubes de Yohannes Aynalem, rodeada por ornamentadas tallas doradas de madera de querubines, delfines y volutas. Pero su parte favorita de aquella sala eran las lámparas de cuatro hileras de alto, de madera oscura y latón, con máscaras de sátiros talladas entre las bombillas.
Sloan se detuvo frente al mostrador de préstamos que presidía la
sala. Era más que un mostrador: la ornamentada pieza de madera oscura abarcaba la mitad del largo de la estancia y era, básicamente, el centro de mando. Estaba dividido en once espacios con una ventanilla en arco cada uno, separados por columnas dóricas romanas.
Sloan se inclinó sobre uno de los huecos.
—Aquí está, tu nuevo hogar —anunció.
se sintió confusa.
—¿Voy a trabajar en el mostrador de préstamos?
—Sí —respondió Sloan.
—Pero... me he especializado en Archivos y Conservación.
Su jefa le dirigió una mirada de desaprobación, con una mano de uñas perfectamente arregladas sobre la cadera.
—No te precipites. Eres inteligente, como lo han sido todos los candidatos para este puesto. Podrás abrirte camino como todos los demás. Por otro lado, la biblioteca tiene los archivos cubiertos con Margaret. ¿Has tenido oportunidad de conocer a Margaret? Ella misma está muy bien conservada. Creo que lleva aquí desde que se colocó la primera piedra.
sintió una sensación de vacío en el estómago. Trabajar en el mostrador de préstamos no era una labor muy estimulante. Lo único que haría sería sentarse en su puesto, coger las peticiones de la gente, introducir la solicitud en el ordenador y esperar a que alguien trajera los libros de las diversas salas y plantas para poder entregárselos al visitante, que mientras lo habría aguardado en una mesa con un número.
Intentó no dejarse llevar por el pánico. Todo el mundo tenía que empezar en algún sitio, se dijo. Y podría ser peor: podrían haberla puesto en el mostrador de devoluciones.
Lo importante era que se encontraba allí. Al fin era bibliotecaria. Y demostraría que era digna de ese trabajo.
COMENTEN PLEASE
CAPITULO 1
Así y todo, no permitió que la gente la distrajera. Era su primer día en el trabajo de sus sueños e iba a saborear cada minuto. Un mes después de finalizar un máster de posgrado en Bibliotecas e Informática en la Universidad de Drexel, se dirigía a la biblioteca más magnífica de todo el país.
Alzó la vista hacia el hermoso edificio, una asombrosa obra de arquitectura en piedra caliza blanca y mármol. no podía imaginar que existiera un lugar más perfecto que la Biblioteca Pública de Nueva York.
—¿Estás mirando a los gemelos? —le preguntó una anciana.
Tenía el pelo tan blanco que parecía casi rosa y llevaba un traje azul verdoso con unos brillantes botones dorados. Sujetaba una correa con cristales incrustados, al final de la cual estaba atado un perrito blanco.
—¿Perdón? —dijo
—Los leones —aclaró la mujer.
Ah, los leones. A cada lado de la amplia escalinata de piedra que subía hasta la biblioteca había la estatua de un león de mármol blanco. Eran unas criaturas de aspecto regio, que, sentadas sobre unos pilares de piedra, parecían custodiar el conocimiento que albergaba el edificio.
—Me gustan los leones —afirmó
Su compañera de habitación le había advertido muy seria que no debía responder a todos los pirados que le hablaran en la calle. Pero era de Pensilvania y se sentía incapaz de ser maleducada.
—Paciencia y Entereza —contestó la mujer—. Ésos son sus nombres.
—¿De verdad? —exclamó
—Paciencia y Entereza —repitió la mujer y se marchó.
—¿No quieres tomar notas mientras caminamos? —le preguntó Sloan.
abrió el bolso y buscó un papel y un boli.
Siguió a la mujer por el gran vestíbulo de mármol, cuyo estilo Beaux-Arts siempre le recordaba las fotografías de los grandes edificios de Europa. Pero su padre le había dicho muchas veces que no tenía sentido comparar la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York con nada, ya que, como obra de arquitectura, era única.
—Y ésta es la Sala del Catálogo Público —anunció Sloan.
La magnífica sala, oficialmente llamada la Sala del Catálogo Público Bill Blass, estaba flanqueada por mesas bajas de madera oscura, provistas de las lámparas de bronce distintivas de la biblioteca, con pantallas de metal rematadas en bronce oscuro. Los ordenadores parecían estar fuera de lugar en una estancia que, por lo demás, evocaba la época de principios del siglo XX.
—Estos ordenadores no tienen acceso a Internet —comentó Sloan, claramente aburrida por la explicación que, sin duda, habría dado infinidad de veces—. Su única finalidad es permitir que los visitantes busquen los libros que necesitan, los números de referencia y demás información, para luego solicitarlos en préstamo.
Por supuesto,
donde la gente aún tuviera que coger papel y lápiz.
Sloan continuó andando y los tacones de sus zapatos ingleses de cordones resonaron en el suelo de mármol. Llevaba la melena lisa recogida en una pulcra coleta baja y vestía de pies a cabeza de Ralph Lauren. Al igual que la compañera de piso de
—Y aquí tenemos el corazón de la biblioteca, la Sala Principal de Lectura.
El padre de iba con frecuencia a Nueva York por negocios y se la llevaba con él. Viajaban en tren, comían en Serendipity y visitaban la sede central de la Biblioteca Pública de Nueva York, en la Quinta Avenida; un ritual para estrechar lazos afectivos. El leve olor a cerrado de la Sala Principal de Lectura le recordaba a su padre de un modo tan vívido e intenso que siempre necesitaba un momento para recuperarse.
Se detuvo para leer la inscripción que había sobre la puerta, una protesta contra la censura de 1644 del Areopagitica de Milton: «Un buen libro es la preciosa savia para un espíritu magistral, embalsamado y atesorado con el propósito de dar vida más allá de la vida».
La sala era impresionante; sólo con su tamaño lograba deslumbrarla. El techo tenía unos quince metros de altura, sólo tres metros menos alto que los típicos edificios de piedra caliza de Manhattan. La sala medía veinticuatro metros de ancho y noventa de largo, aproximadamente la longitud de todo un bloque de pisos. Por las enormes ventanas en arco entraba la luz del sol. Y luego estaba el techo, una pintura de un cielo con nubes de Yohannes Aynalem, rodeada por ornamentadas tallas doradas de madera de querubines, delfines y volutas. Pero su parte favorita de aquella sala eran las lámparas de cuatro hileras de alto, de madera oscura y latón, con máscaras de sátiros talladas entre las bombillas.
Sloan se detuvo frente al mostrador de préstamos que presidía la
sala. Era más que un mostrador: la ornamentada pieza de madera oscura abarcaba la mitad del largo de la estancia y era, básicamente, el centro de mando. Estaba dividido en once espacios con una ventanilla en arco cada uno, separados por columnas dóricas romanas.
Sloan se inclinó sobre uno de los huecos.
—Aquí está, tu nuevo hogar —anunció.
se sintió confusa.
—¿Voy a trabajar en el mostrador de préstamos?
—Sí —respondió Sloan.
—Pero... me he especializado en Archivos y Conservación.
Su jefa le dirigió una mirada de desaprobación, con una mano de uñas perfectamente arregladas sobre la cadera.
—No te precipites. Eres inteligente, como lo han sido todos los candidatos para este puesto. Podrás abrirte camino como todos los demás. Por otro lado, la biblioteca tiene los archivos cubiertos con Margaret. ¿Has tenido oportunidad de conocer a Margaret? Ella misma está muy bien conservada. Creo que lleva aquí desde que se colocó la primera piedra.
sintió una sensación de vacío en el estómago. Trabajar en el mostrador de préstamos no era una labor muy estimulante. Lo único que haría sería sentarse en su puesto, coger las peticiones de la gente, introducir la solicitud en el ordenador y esperar a que alguien trajera los libros de las diversas salas y plantas para poder entregárselos al visitante, que mientras lo habría aguardado en una mesa con un número.
Intentó no dejarse llevar por el pánico. Todo el mundo tenía que empezar en algún sitio, se dijo. Y podría ser peor: podrían haberla puesto en el mostrador de devoluciones.
Lo importante era que se encontraba allí. Al fin era bibliotecaria. Y demostraría que era digna de ese trabajo.
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Primera Lectora!!
Me encanta tu novela!
Seguila pleasee!
:bye:
Me encanta tu novela!
Seguila pleasee!
:bye:
ᴍᴀʀ.
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
BIENVENIDA me encanta que te encante jejejejej ya la seguire ;)Mar_love1D escribió:Primera Lectora!!
Me encanta tu novela!
Seguila pleasee!
:bye:
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Hola soy Neidymar me puedes decir Neidy y me encanta tu nove siguela pronto
Neidy0015
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Hola soy Neidymar me puedes decir Neidy y me encanta tu nove siguela pronto
Neidy0015
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
BienvenidaNeidy0015 escribió:Hola soy Neidymar me puedes decir Neidy y me encanta tu nove siguela pronto
:corre: ya la sigo estoy editando el segundo cap :)
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Última edición por isabellita102 el Mar 10 Sep 2013, 8:00 pm, editado 1 vez
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
En este llega Hazza :amor:
les dejo el capitulo 2 y nos leeremos espero que lo difruten
CAPITULO 2
les dejo el capitulo 2 y nos leeremos espero que lo difruten
CAPITULO 2
cogió la bolsa de papel marrón en la que llevaba el almuerzo y se sentó fuera, en lo alto de la escalinata de la biblioteca. Abrió el termo de leche y contempló la Quinta Avenida.
—¿Eres la nueva bibliotecaria? —le preguntó una mujer mayor que se detuvo a su lado antes de bajar la escalera.
—Sí, soy —respondió ella, mientras masticaba tapándose la boca con la mano.
—Bienvenida. Soy Margaret Saddle.
La incomodaba estar sentada mientras la mujer permanecía de pie, así que se levantó y se alisó la falda plisada de algodón que llevaba.
—Ah, sí. Usted trabaja en la Sala de Archivos, ¿verdad?
La señora Saddle asintió.
—Desde hace cincuenta años.
—Vaya, es... impresionante.
Margaret tenía el pelo blanco, peinado en una media melena, y los ojos de un azul muy claro. Aparte de colorete en las mejillas, no llevaba maquillaje. Lucía un collar de perlas de varias vueltas y, si ---------- tuviera que apostar, diría que eran auténticas.
La mujer volvió la mirada hacia el edificio.
—Éste es un lugar al que merece la pena dedicarle toda una vida profesional —afirmó—. Aunque todo ha ido de mal en peor desde que perdimos a Brooke Astor. Bueno, encantada de conocerte. Ven a visitarme a la cuarta planta cuando quieras. Probablemente tengas preguntas y Dios sabe que ningún otro se apresurará a responderlas, si es que sabe la respuesta. Bueno, disfruta del sol.
deseó decirle que se había especializado en Archivos y Conservación, pero no quería que pareciera que estaba compitiendo con ella. Sin embargo, no le cabía duda de que hubiera preferido pasar los días trabajando con Margaret Saddle que con Sloan Caldwell.
La mujer se alejó y se volvió a sentar en el escalón, sin acordarse de que había dejado el termo de leche abierto. Lo volcó, la leche se derramó por la escalera y la pesada tapa cayó rebotando como una pelota.
Ella se quedó horrorizada, sin saber de qué debía ocuparse primero, si del creciente charco de líquido blanco o de la tapa que brincaba cada vez más rápido hacia la Quinta Avenida.
Levantó el termo para detener el flujo de leche y luego corrió escaleras abajo para alcanzar la tapa, pero antes de que hubiera podido bajar demasiados escalones, vio que un hombre alto y de anchos hombros la interceptaba con un rápido movimiento de la mano. Alzó la vista hacia ella, sus ojos eran de un verde aterciopelado. Cuando se aproximó, le sorprendió notar que el corazón le empezaba a latir con fuerza.
—¿Esto es suyo?
Alzó la tapa con una leve sonrisa en el rostro, un rostro de facciones duras, tan toscamente bello que resultaba turbador. Tenía los pómulos altos, una nariz bien definida y dos hermosos hoyuelos cuando sonreia. Su pelo era brillante y oscuro y lo llevaba lo bastante largo como para que las puntas se le rizaran alrededor del cuello de la camisa. Era mayor que , de unos veinticinco años.
—Oh, sí... Lo siento. Gracias.
Cogió la tapa y, aunque se encontraba un escalón por encima de él, la superaba en altura.
—No es necesario que se disculpe. Aunque, ahora que veo el desastre... quizá sí.
Avergonzada, ella siguió su mirada hasta el charco de leche.
—Oh... lo limpiaré. Nunca dejaría que...
Pero su sonrisa le indicó que sólo bromeaba.
—Tranquila —le dijo, al tiempo que le devolvía la tapa de plástico negro.
Cuando le rozó los dedos con los suyos, sintió verdadero calor ante el contacto. A continuación, el hombre pasó junto al charco y desapareció por la puerta de la biblioteca.
subió los cinco pisos hasta su apartamento en la calle Bank con el bolso lleno de los libros que no había podido resistirse a pedir prestados de la biblioteca.
Vivía en un pequeño apartamento del bloque más perfecto en el barrio más perfecto de la ciudad. Pensaba en él como en su Gran Evasión, no sólo de las limitaciones de su pueblo natal, sino de los largos y necesitados brazos de su madre. Allí, escondida, en un típico edificio neoyorquino, en un vecindario que en otra época fue el hogar de genios literarios como Willa Cather, Henry James, Edna St. Vincent Millay y Edgar Allan Poe, era verdaderamente independiente por primera vez en su vida.
La única sombra en ese paisaje, por lo demás perfecto, de recién descubierta libertad era su compañera de piso, Carly. Carly Ronak era una estudiante de Parsons totalmente obsesionada por dos cosas: la moda y los hombres. Y cambiaba de hombre con más frecuencia que de vaqueros. Parecía que cada semana le tocase el turno a un chico diferente.
nunca había tenido una compañera. Mientras estudiaba la carrera, su madre había insistido en que se quedara en casa en lugar de instalarse en una de las residencias de la Universidad de Drexel, en el centro de Filadelfia, a tan sólo veinte minutos en coche desde su barrio de las afueras. Y ahora que vivía con Carly se daba cuenta de que, en los últimos años, su madre quizá había tenido demasiada influencia sobre su vida social.
Ahora que era testigo diario de la turbulenta vida sentimental de Carly, no podía evitar preguntarse por qué no se había adentrado ella más en ese campo. En parte a causa de su madre, que se mostraba tan contraria a que saliera con chicos que casi no le merecía la pena hacerlo a escondidas. Y las pocas citas que había tenido habían sido tan decepcionantes que no le compensaban las mentiras o las discusiones con ella. Pero ahora se veía obligada a preguntarse si se había perdido algo importante.
En cuanto a Carly, tardó varias semanas en descubrir por qué la chica se molestaba siquiera en tener una compañera de piso. Parecía disponer de una infinita reserva de efectivo, al menos para gastar en ropa. Las bolsas de Barneys, Alice y Olivia o Scoop estaban omnipresentes en el apartamento. no sabía mucho de moda, pero era consciente de que esas tiendas no tenían nada que ver con las modestas Filene’s y Target, donde ella hacía todas sus compras. Y luego estaban las continuas visitas de Carly a Bumble & Bumble para
mantener su largo cabello matizado con mechas, por no contar las constantes comidas fuera. no había visto nunca a su compañera servirse ni siquiera un bol de cereales. Incluso pedía que le trajeran a domicilio los huevos revueltos en las raras mañanas de fin de semana en que se despertaba en el apartamento.
El misterio quedó resuelto una noche, cuando se despertó al oír a Carly y a su ligue del día tener sexo en la cocina a las dos de la mañana. Carly riñó al chico por todos sus fuertes gemidos (que habían despertado a ):
—Mi compañera de piso quedará traumatizada... —lo reprendió.
A lo cual el chico respondió:
—No entiendo por qué tienes una compañera de piso. Tu padre es Mark Ronak.
Ella le explicó que no era una cuestión de dinero; sus padres habían insistido en que tuviera una compañera de piso por «motivos de seguridad». Los dos se rieron y el chico comentó:
—Está bien que tengas a alguien por aquí que te controle. De lo contrario, podrías ser una chica mala.
Por supuesto, buscó en Google a Mark Ronak y descubrió que el padre de Carly era el fundador del sello discográfico de hip-hop más importante del país. Ese pequeño detalle sirvió para incrementar la distancia que ya había entre ella y su compañera de piso. Le era imposible imaginar a su padre o a su madre escuchando hip hop, o ni siquiera música pop. El padre de rondaba los treinta y cinco años cuando ella nació y murió ocho años después. Era arquitecto y la única música que escuchaba era ópera. La madre de era una violonchelista a la que sólo le gustaba la música clásica y que insistía en que en su casa se escuchara únicamente ese tipo de música. En lo que a Alice Finch respectaba, las únicas formas de música, pintura y literatura aceptables eran los clásicos, por lo que se había criado sin música «pop», arte «moderno», ni ficción «barata».
—¿Cómo ha ido tu primer día? —le preguntó Carly, levantando la vista de la revista W—. ¿Se han portado bien los otros niños de la biblioteca? —bromeó.
Estaba sentada en el sofá, con las piernas cruzadas. Llevaba unos vaqueros perfectamente descoloridos y acampanados, un jersey de cachemira que le llegaba justo por debajo del pecho y se había recogido
el pelo rubio dorado en un descuidado moño.
La estancia olía a su perfume, Chanel Allure.
—Ha estado bien. Gracias —respondió , mientras dejaba su pesado bolso en el suelo e iba a la cocina a coger una coca-cola.
Nunca sabía si Carly estaba realmente interesada en hablar con ella o era sólo un gesto automático debido a que era la única persona que había allí, aparte de ella. sabía que la chica no comprendía que «poner libros en estanterías», según sus propias palabras, pudiese ser el sueño de toda una vida de nadie. Pero eso era exactamente para .
Desde que tenía seis años y su padre había empezado a llevarla a la biblioteca cada sábado por la tarde, aunque no fuera a la de Nueva York, sino a la pequeña biblioteca en Gladwynne, Pensilvania, ---------------había sabido que ése era su lugar. Nunca pasó por una fase en la que quisiera ser profesora, veterinaria o bailarina. Para ella su sueño había sido siempre convertirse en bibliotecaria. Deseaba trabajar rodeada por el olor de los libros, ser responsable de hileras y más hileras de ordenados estantes, de la meticulosa catalogación y de ayudar a la gente a descubrir la siguiente gran novela que leerían o el libro que los ayudaría en el proyecto de investigación con el que lograrían su título o solucionarían un enigma intelectual.
Lo sabía desde que era pequeña y nunca había perdido de vista su objetivo. Y ahora su sueño se había hecho realidad, por muy insignificante y ridículo que pudiera parecerle a alguien como Carly Ronak.
—Me alegro —comentó ésta—. Después vendrá a visitarme un amigo. Espero que no te molestemos.
Lo que realmente estaba diciéndole era que esperaba que tuviera el detalle de quedarse en su habitación y no molestar.
—No te preocupes por mí. Tengo mucho que leer.
—Ah y tu madre ha llamado. Dos veces —comentó Carly a continuación, dándole una nota morada con el ilegible mensaje garabateado con rotulador indeleble.
En un intento de reducir gastos para el traslado a Nueva York, _____había dado de baja su teléfono móvil. Eso había tenido la grata consecuencia de que a su madre le era imposible contactar con ella las veinticuatro horas del día, pero, desgraciadamente, cualquiera
relacionado con la vida de que tuviera una línea fija pagaba el precio.
Arrugó la nota y se la metió en el bolsillo.
La despertó un sonido que le hizo pensar que alguien estaba entrando a la fuerza en el apartamento. Al menos, eso le pareció. Luego se dio cuenta de que sólo era el cabezal de la cama de Carly golpeando contra la pared.
El ruido le llegaba acompañado de unos gemidos de su compañera y del sin duda innecesario grito de:
—¡Fóllame!
Más gemidos, esa vez masculinos. El ruido del cabezal se hizo más fuerte y más rápido y el tono de las voces pareció de repente más indicativo de violencia que de placer. Luego silencio.
se descubrió respirando con dificultad, aunque no sabía si se debía al sobresalto o a la naturaleza de lo que había oído. Era perturbador y excitante al mismo tiempo y eso la preocupó más que el hecho de que la vida sexual de su compañera de piso le estuviera robando horas de sueño.
Sabía que estaba muy desfasada en todo el tema del sexo; ser virgen a su edad era impensable para la mayoría de la gente. Pero era su realidad, una realidad que le preocupaba desde que se había mudado a Nueva York y se había dado cuenta de que era la última en llegar a la fiesta.
No es que pensara no practicar sexo nunca. No había hecho voto de castidad ni nada por el estilo. Era más bien que no se le había presentado la oportunidad. Sus amigas le decían que iba por la vida sin darse cuenta de que los chicos siempre se fijaban en ella y que le pedirían salir más a menudo si se esforzara más por relacionarse y hacer cosas.
—Eres siempre tan seria... —le decían.
No es que no quisiera divertirse. Se trataba más bien de que era dolorosamente consciente de que cada fiesta a la que iba era una noche que perdía de estudio y cada chico que le gustaba amenazaba con
desviar su atención de lo que era importante para ella: aprender, trabajar duro, labrarse un futuro.
Determinación. Ése era el mantra de su madre, que no tardó en prevenir a de que los chicos no eran nada más que una distracción, un modo muy eficaz de desbaratar su porvenir. A ella le había pasado, le advirtió con tono solemne. había oído la historia decenas de veces, pero su madre siempre le contaba cómo había «renunciado a sus sueños» para apoyar al padre de _______mientras éste estudiaba arquitectura y luego en los primeros años de lucha... y más tarde vino su embarazo.
—Luego tu padre murió y me dejó a mí con toda la carga. Nadie piensa todo lo malo que puede pasar, . Sólo puedes depender de ti misma.
Miró el reloj. Eran las dos de la mañana. Faltaban cinco horas para que le sonara el despertador. Oyó risas y otro gemido de Carly.
Se tumbó boca arriba, desesperada por dormirse de nuevo. El camisón, una prenda holgada de algodón gris de la marca Old Navy, se le había enroscado en la cintura. se lo soltó, pero se lo dejó por encima de las caderas. Se acarició el estómago intentando relajarse para recuperar el sueño. Y entonces, como si se moviera por voluntad propia, su mano descendió hasta el borde de las braguitas.
Se detuvo. De la habitación contigua sólo llegaba silencio.
Metió la mano por debajo de la ropa interior y se acarició levemente con los dedos entre las piernas. Pensar que había un hombre a pocos metros de distancia, al otro lado de la pared, la excitó y distrajo al mismo tiempo. Hacía mucho que un chico no la tocaba y las pocas experiencias que había tenido hasta entonces habían sido torpes y nada memorables. Ahora le resultaba imposible imaginar la mano de otra persona en aquel lugar íntimo y sensible, alguien que la acariciara hasta que se humedeciera y luego entrara y saliera de su cuerpo del modo adecuado para provocar aquella potente liberación. Movió la mano de prisa, las paredes de su vagina palpitaron contra su dedo, y sus caderas se balancearon al mismo ritmo. Experimentó la familiar oleada de placer y luego se quedó quieta bajo el arrugado edredón. El corazón le latía con fuerza.
¿Cómo sería tener a alguien con ella en ese momento de clímax?
Empezaba a preguntarse si algún día lo sabría.
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
OMG BUENO COMENTEN MUCHO MAÑANA LES SUBO MAS :)
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Chicas soy algo nueva en esto me podrian decir como hago para poner fotos es q no puedo :(
isabellita102
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
Para agregar imagenes tenes que poner esto:isabellita102 escribió:Chicas soy algo nueva en esto me podrian decir como hago para poner fotos es q no puedo :(
- Código:
[img] Link [/img]
ᴍᴀʀ.
Re: La Bibliotecaria (Harry Styles y tu) HOT
ahhhhhhhh gracias jejejeej lo voy a intentar ;)Mar_love1D escribió:Para agregar imagenes tenes que poner esto:isabellita102 escribió:Chicas soy algo nueva en esto me podrian decir como hago para poner fotos es q no puedo :(donde dice Link pones el link de la imagen y listo. :)
- Código:
[img] Link [/img]
isabellita102
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Miér 20 Nov 2024, 12:51 am por SweetLove22
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Lun 11 Nov 2024, 7:37 pm por lovesick
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Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
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