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La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Una novela nueva, espero que disfruten de ella.
Titulo: La senda de Harmony
Autor: Lora Leigh (serie castas)
Adaptacion: si
Advertencias: ninguna de mi parte
Sipnosis:
Titulo: La senda de Harmony
Autor: Lora Leigh (serie castas)
Adaptacion: si
Advertencias: ninguna de mi parte
Sipnosis:
----- Lancaster pertenece a la Casta del León, creada para ser una cazadora con ansia de asesinar. Pero la senda por la que ella busca justicia fuera de la ley la hace ser una responsabilidad para su propia clase. Además ella también posee la información que ellos necesitan sobre la existencia del primer León... que retiene los preciados secretos del deseo.
Para salvar su vida, ----- es apareada con el sheriff Joseph Jacobs, que intenta sacar a la asesina de su interior, mientras protege a la dulce mujer que él anhela poseer. Pero el peligroso líder de un culto, empeñado en destruir a las Castas, podría cambiar para siempre la forma en que Joseph ve a -----...
Última edición por Ory el Sáb 05 Oct 2013, 12:08 pm, editado 3 veces
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Prólogo
----- Lancaster encendió la televisión mientras se quitaba la toalla húmeda del pelo. Largas hebras mojadas de negro, marrón y soleado rubio cayeron por sus hombros mientras recogía su juego de manicura y se apoyaba en la cama para mirar la conferencia de prensa.
El buen Reverendo Henry Richard Alonzo, cabeza de uno de las mayores y más firmes sociedades supremacistas de la nación, estaba otra vez declarando al tribunal y soltando tonterías. Si sólo aquellos a quienes él predicaba fueran conscientes de quién y qué era él realmente en todas partes. Hijo y nieto de los miembros de la más alta élite del Consejo de Genética. Un hombre cuya familia había ayudado a crear a los monstruos contra los que ahora despotricaba. Si las Castas podían ser llamadas monstruos.
Una sonrisa cínica se formó en sus labios: Bien, quizás en su caso.
Volver a los Estados Unidos no había sido una decisión fácil de tomar, sobre todo a esta zona. Pero el trabajo para el que ella había venido aquí lo requería: el rescate de la secuestrada hija de un rico industrial. La niña había sido extraordinariamente valiente durante el rescate. Había hecho el trabajo mucho más fácil en lo que se refería a sacarla de la choza donde estaba siendo retenida.
En cuanto a los secuestradores, nunca serían encontrados. ----- se había asegurado de ello.
—La misma creación de las Castas es una abominación del orden natural y la ley de la humanidad —declaraba Alonzo racionalmente, aunque sus ojos azules brillaran con fervor fanático—. Permitirles correr sueltos, reproducirse y vivir como los humanos es el error más inadmisible que podemos cometer. Ellos no fueron creados por nuestro grande y poderoso Dios. Fueron creados por el hombre. Son las bestias que nos marcarán con su corrupción. ¿Es esto lo que realmente queremos? ¿Tentar nuestra perdición en el infierno?
—Dame un respiro —refunfuñó ella, dirigiendo su atención a la conferencia de prensa mientras pasaba lentamente una lima sobre sus cortas uñas, observando la arrogancia que llenaba la arrugada cara de Alonzo.
¿Qué edad tenía él ahora? ¿Sesenta y cinco, setenta? ¿No debería estar muerto ya? El hombre era una peste, una plaga para la sociedad, y si metiera la pata sólo un poquito, entonces ella sería feliz eliminándolo. Pero hasta que encontrara sangre en sus manos, no había una maldita cosa que pudiera hacer.
Si el Gabinete de Decisión de las Castas no era más cuidadoso, entonces Alonzo iba a lograr destruirlos finalmente. Él estaba ganando impulso y poder. Los una vez fragmentados grupos supremacistas estaban ahora reuniéndose paulatinamente con él, creando una única entidad que podría tornar, con el tiempo, el sentimiento mundial contra las Castas.
Guerras de raza. Estas habían sido parte del mundo por tanto tiempo como existía la humanidad, de una forma u otra. Estaban ganando ímpetu con la aparición de la población de Castas. A veces, ----- se preguntaba por qué Callan Lyons, el líder de las Castas Felinas, había tomado la decisión de hacer pública su existencia. Sí, las Castas eran libres. No estaban más muriendo en algún laboratorio y no estaban encarcelados. Ahora eran cazados e insultados, y el mundo estaba dividiéndose lentamente otra vez. Esta vez por la diferencia de especies, en vez de razas.
¿Las Castas eran humanos? Lamentablemente, en lo que a ----- se refería, no lo eran. La humanidad les era arrancada en los cinco primeros años de sus vidas. Y ahora Alonzo amenazaba el frágil equilibrio que el Gabinete dirigente de las Castas intentaba llevar a aquellos que luchaban para recobrar su humanidad.
Esto era, si Alonzo no moría primero. Su riqueza y fervor eran las fuerzas impulsoras detrás de la rápidamente organizada Sociedad de Pureza de Sangre. Y esto apestaba. Porque su asesinato requeriría mucho trabajo, y esto realmente pincharía su conciencia un poco. Por supuesto, esto no la molestaría demasiado si no fuera por el hecho que otro fanático tomaría enseguida su lugar. Había siempre otros monstruos ahí fuera esperando para sustituir a los que caían.
—Señor Alonzo, los científicos de cada nación han declarado las Castas como humanos —indicó una reportera. Una señora muy agradable y defensora de los derechos de las Castas—. En este punto, ¿no es un poco tarde para pensar en encarcelarlos otra vez? No son animales.
—Eso es exactamente lo que son —espetó H.R. Alonzo—. Son animales, y nuestras mujeres se reproducen con ellos, creando más animales. Antes de que se haya terminado, la pureza de nuestra genética dada por Dios, la creación de nuestro Dios omnipotente, será corrompida por ellos. Nuestros niños serán animales. ¿Este es el mundo dentro del cual queremos vivir?
—Queremos un mundo sin discriminación racial. —La reportera sonrió suavemente—. Lo que usted sugiere es el peor escenario posible para tal discriminación. Si permitimos sus opiniones, ¿qué va a parar la violencia también contra otras razas?
Alonzo bajó la vista desde su podio a la reportera mientras las cámaras de televisión iban de él a ella. ----- se sentó, cruzando sus piernas en la cama mientras miraba a la reportera. Ella lucía seda y perlas, una declaración muy sosegada de poder. A ----- le gustó eso.
—¿Llevaría usted a su perro a su cama, querida mía? —se mofó él—. ¿O a su gato?
La ceja de la reportera se levantó.
—Ni mi perro ni mi gato camina sobre dos piernas, habla en mi lengua, o come con un tenedor, señor Alonzo. Tampoco su sangre es compatible con la mía. Perdóneme si discrepo con su visión aquí y digo que si esto anda como un humano, conversa como un humano, y sangra como un humano, entonces mi conjetura es que es humano. —Sus atractivos rasgos estaban ruborizados con ira mientras sus ojos grises se estrechaban en el buen reverendo con desaprobación.
—Y mi conjetura es que usted no tiene ni idea de los elementos adicionales de esa sangre de la que usted habla tanto, querida mía —se mofó él—. Haga su investigación y luego venga a hablar conmigo sobre la diferencia entre humanos y animales.
La reportera abrió la boca para responder, sólo para ser dejada de lado cuando Alonzo se dirigió a otro reportero. ----- sacudió su cabeza cuando él con cuidado manipuló el resto de la conferencia de prensa.
Alonzo estaba determinado a llevar un proyecto de ley ante el Congreso que limitase con severidad los derechos que las Castas disfrutaban ahora. Si continuaba como estaba comenzando había bastantes posibilidades de que pudiera hacerlo así.
----- apretó sus labios ante el pensamiento mientras volvía la mirada a sus uñas y al cuidadoso proceso que repararía cualquier rotura que tuviese en las puntas. De repente, entrecerró sus ojos, balanceando la cabeza hacia la puerta cuando un olor raro capturó su sensible nariz.
Un olor de Casta.
-----rodó suavemente de la cama, sacando su cuchillo desde debajo de su almohada mientras gateaba al lado de la puerta y se aplastaba contra la pared. Si Jonas estaba ahí, entraría rápido. La puerta volaría abierta y llegaría antes de aparecer con su arma. No esperaría que ella saliera un momento detrás de él.
No tenía ninguna intención de luchar contra su propio hermano. Pero no sería capturada, no ahora, no por un delito que tenía todo el derecho de cometer. Su nombre en clave era Muerte por una razón. No sería tomada fácilmente.
Tensándose en preparación, inhaló, tratando de determinar cuantos la estaban esperando fuera. Recordó el olor de Jonas; no estaba allí, pero uno de sus hombres si. Reconocería el olor de Mercury Warrant en cualquier parte; él era tan Casta que esto literalmente emanaba de él. Y era posible que enmascarara a cualquier otro Casta que estuviese con él.
No había duda de que iba tras ella. Podía sentirlo. Infiernos, los había sentido rastreándola durante semanas. Obviamente se estaba volviendo blanda; de otra manera, nunca habrían logrado encontrarla tan fácilmente.
Dios, no quería hacer esto. No quería luchar contra su propia Casta. Pero mientras la puerta se abría de golpe hacia dentro, ----- dejó a un lado su renuencia y luchó por escaparse. Esta vez Jonas no estaba jugando. Había encontrado un modo de atraparla y luego había enviado al mejor. Y las probabilidades apestaban.
Santuario, Virginia.
Seis Horas más Tarde.
Jonas miró mientras la pequeña y delgada forma de la Casta hembra era literalmente arrastrada dentro del edificio de contención con su única celda y habitación de interrogación. Los tres Castas que la arrastraban al edificio de cemento lucían peor por la ropa. Las caras magulladas, los labios partidos y la sangre estropeando sus rasgos salvajes, y el más poderoso de los tres, Mercury Warrant, tenía un torniquete atado fuerte en su muslo, encima de la herida de cuchillo que había recibido. La manga del uniforme negro de Rule estaba cortada y mojada por la sangre. Lawe llevaría otra cicatriz en su cara, a lo largo de la barbilla.
----- estaba tirada en la pequeña silla metálica al lado de una rayada mesa de madera, las esposas de sus muñecas y tobillos sujetas a un anillo metálico en el suelo. Estaba asegurada y confinada. Vestida con ropa interior fina: un boxer gris y una camiseta a juego, no mostraba ninguna reacción a la frialdad del aire o a las contusiones y raspaduras que cubrían sus hombros y brazos.
Su respiración era lenta y fácil, su comportamiento totalmente calmado mientras su extraño pelo veteado en negro cubría su cara y le escondía la expresión. ¿Qué más vería él si pudiera mirar fijamente en aquellos increíbles ojos? ¿Había reforzado ella su capacidad única de esconderse allí también?
----- había crecido como una asesina durante años, también como luchadora. El autocontrol, veinte años de entrenamiento militar y una feroz determinación de vivir y vengarse, la habían hecho un producto buscado con avidez en el mercado del asesinato.
Contempló el archivo que descansaba en el anaquel de monitor delante de él. Estaba repleto con pruebas de sospechadas matanzas, observaciones e informes psiquiátricos.
Había aceptado su primer trabajo apenas un año después de su fuga de los laboratorios diez años antes; se había vuelto más competente y mortal con los años. También se había hecho mejor en el camuflaje. Había un número indeterminado de gente tras la mujer llamada Muerte. No sólo debido a su reputación de ser la mejor, sino debido a la información que había cogido el día que huyó de los laboratorios, y la información que había robado desde entonces.
Sus labios se curvaron con diversión mientras el respeto se extendía dentro de él. Ella había dejado atrás las proyecciones que los científicos habían hecho en cuanto a su talento, su capacidad de transformarse en el asesino perfecto.
Observó mientras la puerta a la celda de confinamiento se abría y la científica de la Casta en la instalación médica entraba en el cuarto, llevando el contenedor médico de plástico que guardaba jeringuillas y frascos para las muestras que necesitaría.
—------, mi nombre es Ely. —La voz de Elyiana Morrey era suave, comprensiva—. Usted no está en ningún peligro aquí.
No hubo ninguna respuesta.
—Necesito unas pocas muestras de sangre y una esponja de saliva. Esto no tomará mucho tiempo y prometo que no dolerá.
Jonas tenía la sensación de que a ----- le importaba una mierda. Cuando Merc se movió más cerca para proteger a la científica, ella se paró al lado de -----, levantando su brazo a la mesa.
----- se quedó relajada, quieta, mientras Ely ataba la correa de goma alrededor de la parte superior de su brazo y se movía para comprobar las venas. Jonas vio los músculos en el brazo de -----, flexionarse, luego tensarse. La acción evitaría eficazmente que la aguja encontrara las venas bajo la piel. La habilidad que las Castas habían aprendido en los laboratorios, controlar sus músculos, había sido desarrollada sólo para este fin. La mirada de Ely estaba preocupada cuando alzó la vista a la cámara, encontrando a Jonas.
—Dígale que va a sedarla si no coopera —ordenó Jonas con frialdad.
La mirada de Ely se cerró con desaprobación mientras su orden atravesaba la conexión auricular que llevaba puesta.
—Hágalo, Ely. Ahora no es momento de discutir.
Los labios de Ely se apretaron.
—-----, me han ordenado sedarla si no coopera. Por favor no me haga hacerle esto.
Jonas casi sonrió abiertamente ante la compasión de Ely. ----- le cortaría su garganta sin un pensamiento si fuera lo que necesitara para escaparse.
Pero ----- se relajó y no la traicionó ni un estremecimiento cuando la aguja encontró su vena. Dos frascos después Ely sacó una esponja de algodón del contenedor.
—Abra la boca, ahora necesito una esponja de saliva. —----- se quedó inmóvil
Jonas suspiró.
—Merc, échale atrás la cabeza y fuérzala a abrir la boca.
----- no iba a hacer esto fácil para nadie.
Cuando Merc le echó atrás la cabeza, con su poderosa mano afianzándose en su mandíbula, Jonas le vio la cara. Él se inclinó hacia delante, los ojos centrándose en la delicada estructura ósea, los grandes ojos rasgados con sus pestañas negras como el hollín, el vislumbre de la rabia verde encendida en sus ojos.
Ely tomó la esponja rápidamente, la humedeció y luego se movió hacia detrás de la mesa mientras Merc liberaba a la muchacha.
La sangre y las muestras de saliva eran imperativas. Para que su plan funcionase él tenía que demostrar la sospecha que sus sentidos habían recogido, y cerciorarse de que ----- no se había apareado aún. Eso realmente podría estropear sus planes.
La única forma, en ese punto, de neutralizar a ----- era matarla. Matarla no les daría a Jonas o al Gabinete dirigente de las Castas las respuestas o la información que necesitaban. Matarla destruiría su alma, pero sabía que ----- nunca confiaría en él ahora. Ella era más dura, demasiado cautelosa y demasiado consciente de lo fácilmente que podía ser traicionada.
Primero, tenía que debilitarla, tenía que encontrarle una vulnerabilidad.
Si sus sospechas eran correctas, aquella vulnerabilidad estaba pavoneándose alrededor de Broken Butte, Nuevo México, con toda la arrogancia y el control de un hombre cómodo en el dominio que se había creado.
Ante aquel pensamiento, los labios de Jonas se curvaron en una sonrisa satisfecha mientras se ponía en pie y se movía hacia la entrada de la oficina y más allá de la celda de interrogación. Antes de dejar el cuarto, recogió el cepillo que estaba en el escritorio, probó las cerdas contra su palma y asintió con brevedad.
Habían pasado muchos años desde que la había calmado cepillando su pelo. Se preguntó si ella era todavía susceptible a aquellas pocas memorias buenas que los laboratorios habían contenido. Habían sido pocos y aislados, pero a pesar de los años que habían pasado separados, él era todavía su hermano. No sólo de la misma especie, sino de la misma madre.
La madre que ella había matado.
----- Lancaster encendió la televisión mientras se quitaba la toalla húmeda del pelo. Largas hebras mojadas de negro, marrón y soleado rubio cayeron por sus hombros mientras recogía su juego de manicura y se apoyaba en la cama para mirar la conferencia de prensa.
El buen Reverendo Henry Richard Alonzo, cabeza de uno de las mayores y más firmes sociedades supremacistas de la nación, estaba otra vez declarando al tribunal y soltando tonterías. Si sólo aquellos a quienes él predicaba fueran conscientes de quién y qué era él realmente en todas partes. Hijo y nieto de los miembros de la más alta élite del Consejo de Genética. Un hombre cuya familia había ayudado a crear a los monstruos contra los que ahora despotricaba. Si las Castas podían ser llamadas monstruos.
Una sonrisa cínica se formó en sus labios: Bien, quizás en su caso.
Volver a los Estados Unidos no había sido una decisión fácil de tomar, sobre todo a esta zona. Pero el trabajo para el que ella había venido aquí lo requería: el rescate de la secuestrada hija de un rico industrial. La niña había sido extraordinariamente valiente durante el rescate. Había hecho el trabajo mucho más fácil en lo que se refería a sacarla de la choza donde estaba siendo retenida.
En cuanto a los secuestradores, nunca serían encontrados. ----- se había asegurado de ello.
—La misma creación de las Castas es una abominación del orden natural y la ley de la humanidad —declaraba Alonzo racionalmente, aunque sus ojos azules brillaran con fervor fanático—. Permitirles correr sueltos, reproducirse y vivir como los humanos es el error más inadmisible que podemos cometer. Ellos no fueron creados por nuestro grande y poderoso Dios. Fueron creados por el hombre. Son las bestias que nos marcarán con su corrupción. ¿Es esto lo que realmente queremos? ¿Tentar nuestra perdición en el infierno?
—Dame un respiro —refunfuñó ella, dirigiendo su atención a la conferencia de prensa mientras pasaba lentamente una lima sobre sus cortas uñas, observando la arrogancia que llenaba la arrugada cara de Alonzo.
¿Qué edad tenía él ahora? ¿Sesenta y cinco, setenta? ¿No debería estar muerto ya? El hombre era una peste, una plaga para la sociedad, y si metiera la pata sólo un poquito, entonces ella sería feliz eliminándolo. Pero hasta que encontrara sangre en sus manos, no había una maldita cosa que pudiera hacer.
Si el Gabinete de Decisión de las Castas no era más cuidadoso, entonces Alonzo iba a lograr destruirlos finalmente. Él estaba ganando impulso y poder. Los una vez fragmentados grupos supremacistas estaban ahora reuniéndose paulatinamente con él, creando una única entidad que podría tornar, con el tiempo, el sentimiento mundial contra las Castas.
Guerras de raza. Estas habían sido parte del mundo por tanto tiempo como existía la humanidad, de una forma u otra. Estaban ganando ímpetu con la aparición de la población de Castas. A veces, ----- se preguntaba por qué Callan Lyons, el líder de las Castas Felinas, había tomado la decisión de hacer pública su existencia. Sí, las Castas eran libres. No estaban más muriendo en algún laboratorio y no estaban encarcelados. Ahora eran cazados e insultados, y el mundo estaba dividiéndose lentamente otra vez. Esta vez por la diferencia de especies, en vez de razas.
¿Las Castas eran humanos? Lamentablemente, en lo que a ----- se refería, no lo eran. La humanidad les era arrancada en los cinco primeros años de sus vidas. Y ahora Alonzo amenazaba el frágil equilibrio que el Gabinete dirigente de las Castas intentaba llevar a aquellos que luchaban para recobrar su humanidad.
Esto era, si Alonzo no moría primero. Su riqueza y fervor eran las fuerzas impulsoras detrás de la rápidamente organizada Sociedad de Pureza de Sangre. Y esto apestaba. Porque su asesinato requeriría mucho trabajo, y esto realmente pincharía su conciencia un poco. Por supuesto, esto no la molestaría demasiado si no fuera por el hecho que otro fanático tomaría enseguida su lugar. Había siempre otros monstruos ahí fuera esperando para sustituir a los que caían.
—Señor Alonzo, los científicos de cada nación han declarado las Castas como humanos —indicó una reportera. Una señora muy agradable y defensora de los derechos de las Castas—. En este punto, ¿no es un poco tarde para pensar en encarcelarlos otra vez? No son animales.
—Eso es exactamente lo que son —espetó H.R. Alonzo—. Son animales, y nuestras mujeres se reproducen con ellos, creando más animales. Antes de que se haya terminado, la pureza de nuestra genética dada por Dios, la creación de nuestro Dios omnipotente, será corrompida por ellos. Nuestros niños serán animales. ¿Este es el mundo dentro del cual queremos vivir?
—Queremos un mundo sin discriminación racial. —La reportera sonrió suavemente—. Lo que usted sugiere es el peor escenario posible para tal discriminación. Si permitimos sus opiniones, ¿qué va a parar la violencia también contra otras razas?
Alonzo bajó la vista desde su podio a la reportera mientras las cámaras de televisión iban de él a ella. ----- se sentó, cruzando sus piernas en la cama mientras miraba a la reportera. Ella lucía seda y perlas, una declaración muy sosegada de poder. A ----- le gustó eso.
—¿Llevaría usted a su perro a su cama, querida mía? —se mofó él—. ¿O a su gato?
La ceja de la reportera se levantó.
—Ni mi perro ni mi gato camina sobre dos piernas, habla en mi lengua, o come con un tenedor, señor Alonzo. Tampoco su sangre es compatible con la mía. Perdóneme si discrepo con su visión aquí y digo que si esto anda como un humano, conversa como un humano, y sangra como un humano, entonces mi conjetura es que es humano. —Sus atractivos rasgos estaban ruborizados con ira mientras sus ojos grises se estrechaban en el buen reverendo con desaprobación.
—Y mi conjetura es que usted no tiene ni idea de los elementos adicionales de esa sangre de la que usted habla tanto, querida mía —se mofó él—. Haga su investigación y luego venga a hablar conmigo sobre la diferencia entre humanos y animales.
La reportera abrió la boca para responder, sólo para ser dejada de lado cuando Alonzo se dirigió a otro reportero. ----- sacudió su cabeza cuando él con cuidado manipuló el resto de la conferencia de prensa.
Alonzo estaba determinado a llevar un proyecto de ley ante el Congreso que limitase con severidad los derechos que las Castas disfrutaban ahora. Si continuaba como estaba comenzando había bastantes posibilidades de que pudiera hacerlo así.
----- apretó sus labios ante el pensamiento mientras volvía la mirada a sus uñas y al cuidadoso proceso que repararía cualquier rotura que tuviese en las puntas. De repente, entrecerró sus ojos, balanceando la cabeza hacia la puerta cuando un olor raro capturó su sensible nariz.
Un olor de Casta.
-----rodó suavemente de la cama, sacando su cuchillo desde debajo de su almohada mientras gateaba al lado de la puerta y se aplastaba contra la pared. Si Jonas estaba ahí, entraría rápido. La puerta volaría abierta y llegaría antes de aparecer con su arma. No esperaría que ella saliera un momento detrás de él.
No tenía ninguna intención de luchar contra su propio hermano. Pero no sería capturada, no ahora, no por un delito que tenía todo el derecho de cometer. Su nombre en clave era Muerte por una razón. No sería tomada fácilmente.
Tensándose en preparación, inhaló, tratando de determinar cuantos la estaban esperando fuera. Recordó el olor de Jonas; no estaba allí, pero uno de sus hombres si. Reconocería el olor de Mercury Warrant en cualquier parte; él era tan Casta que esto literalmente emanaba de él. Y era posible que enmascarara a cualquier otro Casta que estuviese con él.
No había duda de que iba tras ella. Podía sentirlo. Infiernos, los había sentido rastreándola durante semanas. Obviamente se estaba volviendo blanda; de otra manera, nunca habrían logrado encontrarla tan fácilmente.
Dios, no quería hacer esto. No quería luchar contra su propia Casta. Pero mientras la puerta se abría de golpe hacia dentro, ----- dejó a un lado su renuencia y luchó por escaparse. Esta vez Jonas no estaba jugando. Había encontrado un modo de atraparla y luego había enviado al mejor. Y las probabilidades apestaban.
Santuario, Virginia.
Seis Horas más Tarde.
Jonas miró mientras la pequeña y delgada forma de la Casta hembra era literalmente arrastrada dentro del edificio de contención con su única celda y habitación de interrogación. Los tres Castas que la arrastraban al edificio de cemento lucían peor por la ropa. Las caras magulladas, los labios partidos y la sangre estropeando sus rasgos salvajes, y el más poderoso de los tres, Mercury Warrant, tenía un torniquete atado fuerte en su muslo, encima de la herida de cuchillo que había recibido. La manga del uniforme negro de Rule estaba cortada y mojada por la sangre. Lawe llevaría otra cicatriz en su cara, a lo largo de la barbilla.
----- estaba tirada en la pequeña silla metálica al lado de una rayada mesa de madera, las esposas de sus muñecas y tobillos sujetas a un anillo metálico en el suelo. Estaba asegurada y confinada. Vestida con ropa interior fina: un boxer gris y una camiseta a juego, no mostraba ninguna reacción a la frialdad del aire o a las contusiones y raspaduras que cubrían sus hombros y brazos.
Su respiración era lenta y fácil, su comportamiento totalmente calmado mientras su extraño pelo veteado en negro cubría su cara y le escondía la expresión. ¿Qué más vería él si pudiera mirar fijamente en aquellos increíbles ojos? ¿Había reforzado ella su capacidad única de esconderse allí también?
----- había crecido como una asesina durante años, también como luchadora. El autocontrol, veinte años de entrenamiento militar y una feroz determinación de vivir y vengarse, la habían hecho un producto buscado con avidez en el mercado del asesinato.
Contempló el archivo que descansaba en el anaquel de monitor delante de él. Estaba repleto con pruebas de sospechadas matanzas, observaciones e informes psiquiátricos.
Había aceptado su primer trabajo apenas un año después de su fuga de los laboratorios diez años antes; se había vuelto más competente y mortal con los años. También se había hecho mejor en el camuflaje. Había un número indeterminado de gente tras la mujer llamada Muerte. No sólo debido a su reputación de ser la mejor, sino debido a la información que había cogido el día que huyó de los laboratorios, y la información que había robado desde entonces.
Sus labios se curvaron con diversión mientras el respeto se extendía dentro de él. Ella había dejado atrás las proyecciones que los científicos habían hecho en cuanto a su talento, su capacidad de transformarse en el asesino perfecto.
Observó mientras la puerta a la celda de confinamiento se abría y la científica de la Casta en la instalación médica entraba en el cuarto, llevando el contenedor médico de plástico que guardaba jeringuillas y frascos para las muestras que necesitaría.
—------, mi nombre es Ely. —La voz de Elyiana Morrey era suave, comprensiva—. Usted no está en ningún peligro aquí.
No hubo ninguna respuesta.
—Necesito unas pocas muestras de sangre y una esponja de saliva. Esto no tomará mucho tiempo y prometo que no dolerá.
Jonas tenía la sensación de que a ----- le importaba una mierda. Cuando Merc se movió más cerca para proteger a la científica, ella se paró al lado de -----, levantando su brazo a la mesa.
----- se quedó relajada, quieta, mientras Ely ataba la correa de goma alrededor de la parte superior de su brazo y se movía para comprobar las venas. Jonas vio los músculos en el brazo de -----, flexionarse, luego tensarse. La acción evitaría eficazmente que la aguja encontrara las venas bajo la piel. La habilidad que las Castas habían aprendido en los laboratorios, controlar sus músculos, había sido desarrollada sólo para este fin. La mirada de Ely estaba preocupada cuando alzó la vista a la cámara, encontrando a Jonas.
—Dígale que va a sedarla si no coopera —ordenó Jonas con frialdad.
La mirada de Ely se cerró con desaprobación mientras su orden atravesaba la conexión auricular que llevaba puesta.
—Hágalo, Ely. Ahora no es momento de discutir.
Los labios de Ely se apretaron.
—-----, me han ordenado sedarla si no coopera. Por favor no me haga hacerle esto.
Jonas casi sonrió abiertamente ante la compasión de Ely. ----- le cortaría su garganta sin un pensamiento si fuera lo que necesitara para escaparse.
Pero ----- se relajó y no la traicionó ni un estremecimiento cuando la aguja encontró su vena. Dos frascos después Ely sacó una esponja de algodón del contenedor.
—Abra la boca, ahora necesito una esponja de saliva. —----- se quedó inmóvil
Jonas suspiró.
—Merc, échale atrás la cabeza y fuérzala a abrir la boca.
----- no iba a hacer esto fácil para nadie.
Cuando Merc le echó atrás la cabeza, con su poderosa mano afianzándose en su mandíbula, Jonas le vio la cara. Él se inclinó hacia delante, los ojos centrándose en la delicada estructura ósea, los grandes ojos rasgados con sus pestañas negras como el hollín, el vislumbre de la rabia verde encendida en sus ojos.
Ely tomó la esponja rápidamente, la humedeció y luego se movió hacia detrás de la mesa mientras Merc liberaba a la muchacha.
La sangre y las muestras de saliva eran imperativas. Para que su plan funcionase él tenía que demostrar la sospecha que sus sentidos habían recogido, y cerciorarse de que ----- no se había apareado aún. Eso realmente podría estropear sus planes.
La única forma, en ese punto, de neutralizar a ----- era matarla. Matarla no les daría a Jonas o al Gabinete dirigente de las Castas las respuestas o la información que necesitaban. Matarla destruiría su alma, pero sabía que ----- nunca confiaría en él ahora. Ella era más dura, demasiado cautelosa y demasiado consciente de lo fácilmente que podía ser traicionada.
Primero, tenía que debilitarla, tenía que encontrarle una vulnerabilidad.
Si sus sospechas eran correctas, aquella vulnerabilidad estaba pavoneándose alrededor de Broken Butte, Nuevo México, con toda la arrogancia y el control de un hombre cómodo en el dominio que se había creado.
Ante aquel pensamiento, los labios de Jonas se curvaron en una sonrisa satisfecha mientras se ponía en pie y se movía hacia la entrada de la oficina y más allá de la celda de interrogación. Antes de dejar el cuarto, recogió el cepillo que estaba en el escritorio, probó las cerdas contra su palma y asintió con brevedad.
Habían pasado muchos años desde que la había calmado cepillando su pelo. Se preguntó si ella era todavía susceptible a aquellas pocas memorias buenas que los laboratorios habían contenido. Habían sido pocos y aislados, pero a pesar de los años que habían pasado separados, él era todavía su hermano. No sólo de la misma especie, sino de la misma madre.
La madre que ella había matado.
Última edición por Ory el Sáb 05 Oct 2013, 12:10 pm, editado 1 vez (Razón : Las senda de ----- (Lora Leigh, y Joe y Tu))
Ory
Re: La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
DIOS , esta nove tambien es excelente , me muero por leerla
fernanda
Re: La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
hola!!!! me alegra mucho que me acompañes en esta nueva aventura
ya subo capi!!!!!
ya subo capi!!!!!
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Capítulo 1
Broken Butte, Nuevo México
Dos Semanas más Tarde
Estaba siendo observada. ----- entró con su Jeep deportivo en el aparcamiento del pequeño y descuidado bar dentro Broken Butte y consideró sus opciones.
Su llegada al Departamento del Sheriff estaba programada por la mañana, o sino... El “sino” de Jonas, por supuesto. ¿Entonces qué demonios hacía aquí cuando debería estar en el hotel revisando aquellos archivos metidos dentro de su maleta?
Porque se aburría. Estaba aburrida, agitada y condenadamente enojada consigo misma para permitir que pasase. La combinación de emociones era deprimente, y ----- no se deprimía bien. Necesitaba sólo un poco de diversión. Sólo lo suficiente para quizás animar un poco la noche. Nada demasiado pesado. Una copa y tal vez una buena pelea.
Sus ojos se entrecerraron en la entrada del bar. Con un poco de suerte, su escolta decidiría entrar para asegurarse de que ella estaba allí. Si no lo identificaba, entonces iba a tener que cazarlo. Y precisamente ahora mismo no tenía tiempo como para ir de caza.
No, ----- Lancaster, una vez conocida como Muerte, iba a tener que interpretar el papel de chica buena durante seis meses enteros.
Lo que significaba ninguna cacería. Ninguna matanza no autorizada. Hizo una mueca ante eso, mientras lanzaba su bolso sobre su hombro y cerraba de golpe la puerta del Jeep.
Muerte, una buena chica. Ahora ahí tenía un oxímoron. El solo pensamiento era bastante para dejar un gusto ácido en su boca. Éste era uno de los motivos por los que estaba entrando en este pequeño y sórdido bar en vez de investigar a su próximo adversario: el buen sheriff de Broken Butte.
Abriéndose camino por las viejas puertas de estilo de saloon, hizo una pausa en la entrada, la mirada escudriñando la colección de vaqueros que la observaban fijamente.
Mientras se deslizaba sobre un taburete vacío de la barra, ----- dejó que sus ojos hicieran un barrido sobre los bailarines en el distante fondo de la estancia.
—¿Qué puedo hacer por ti, cariño? —Se giró ante la voz masculina del camarero.
Alto, ancho y calvo, con una sonrisa amistosa, le recordó al camarero en su bar de moteros favorito de Chicago. Quizás Nuevo México no estaba tan alejado de la civilización como probablemente Jonas podría enviarla después de todo.
—Whisky.
—¿Trago o vaso? —preguntó él.
—Vaso, nada de hielo.
—Lo tienes, dulzura. —Asintió.
Recogiendo la bebida se volvió de espaldas a la barra y otra vez contempló la estancia.
¿Qué demonios la había convencido de que podría volver a los Estados Unidos? Por muy importante fuera el trabajo.
Los niños eran su debilidad. La súplica había venido de un antiguo cliente, ayudar a un amigo a localizar a su hija secuestrada. Una niña de no más de cinco años, con grandes ojos marrones y una sonrisa traviesa. ----- había estado loca al aceptar. Sabía que Jonas la había estado acechando durante casi seis meses. Nunca debería haber vuelto. Porque sabía lo que él quería a la larga, como sabía que esperaba que fallase en esta posibilidad que le había dado para evitar la Ley de la Casta.
Sacudió la cabeza ante la idea. Su hermano había envejecido más de lo que debería haber hecho en los últimos diez años. La amargura y la fría y dura determinación en sus ojos sólo habían aumentado.
Como en ella, su acento francés se había evaporado totalmente desde su fuga de los laboratorios, y su inglés era fluido e impecable. Habían sido entrenados para integrarse, sin importar donde los enviasen.
Mientras levantaba la bebida a sus labios e ignoraba las miradas francamente sexuales que recibía, captó un movimiento en la entrada por el rabillo de su ojo. Girando la cabeza, ----- miró con apreciación cuando la forma plenamente masculina entró a zancadas en el bar.
Ahora, dudaba muchísimo que este fuera su escolta, aunque no tendría el menor inconveniente en que al final lo fuera. Al menos 1,90 de macho fornido y musculoso se movieron con gracia perezosa y despreocupada.
Estaba vestido con vaqueros y una camisa de dril de algodón azul oscura que enfatizaba los contornos pesadamente bronceados de su cara. Sus rasgos eran duros, con pómulos altos, un labio inferior sensualmente lleno y ojos de un profundo azul marino que brillaban con reprimida diversión cuando encontró su mirada. Estaba examinándola tan detenidamente como ella lo estaba evaluando. Y era evidente que, como a ella, le gustó lo que vio.
¿Había sido tan plenamente consciente de un hombre con anterioridad? Este macho verdaderamente gritaba sexualidad, desde el bulto en aquellos ceñidos vaqueros, a la amplia y musculosa amplitud de sus hombros. Hombros amplios y anchos, pelo liso y negro fluyendo alrededor de los arrogantes rasgos de su cara, suavizándolos justo lo bastante para hacerlo parecer accesible.
----- había admitido hacia mucho que no era necesariamente un ser sexual, a pesar de que genéticamente era más parecida a un animal. Pero este hombre, él hacía que el felino dentro de ella se alzase y rugiera.
Podía sentir una extraña receptividad fluyendo por sus venas, alcanzando su punto máximo en sus pezones y en los pliegues súbitamente sensibles de su coño.
—Hey, Kevin, compañero. Ya era hora de que vinieses a vernos. —Detrás de ella, el camarero gritó un saludo mientras el vaquero se trasladaba al taburete junto a ella—. ¿Cerveza?
—Cerveza está bien, Stan —contestó Kevin con un lento arrastrar de palabras que hizo que un temblor bajara por la columna de -----.
Le encantó aquella voz. Era tan suave y oscura como su whisky.
Girando el taburete, ----- encontró la mirada del camarero mientras deslizaba su vaso hacia delante para otro vaso.
—Ponle a la señora también, Stan.
----- casi se perdió la oferta, sus sentidos de repente llenos con el olor de tormentas de medianoche y noches oscuras de desierto. El olor del macho a su lado. Fuerte. Puro. No, este no era su escolta, pero durante un momento pudo imaginarlo detrás de ella, con sus manos dando forma a su trasero antes de deslizarse contra ella, separando sus muslos.
—Gracias. —Aspiró profundamente cuando giró su cabeza, manteniendo la ligera sonrisa, escondiendo los colmillos agudos en las comisuras de su boca.
Los suyos eran más pequeños que la mayoría de las Castas, y raramente eran notados como lo que eran, pero enseñarlos no era algo que hiciera a menudo.
—Bienvenida. —La sonrisa ligeramente torcida que él le ofreció hizo algo en el fondo de su estómago. Este revoloteó. Demonios, nunca en toda su vida, había tenido nada dentro o fuera de su cuerpo que sacudiera toda su vida.
—Mi nombre es -----. —Tendió su mano, inclinando su cabeza para conseguir una mejor vista de su cara.
—Kevin. —Saludó con la cabeza, tendiéndole la mano, la grande y callosa palma engullendo sus dedos.
La sensación de la carne de él contra la suya la asustó. Podía sentir su mano sensibilizándose, sus dedos hormigueando. El calor, diferente a cualquier cosa que conociera, fluyó de un simple apretón de manos, desde el cuerpo de él al suyo.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras los de él se estrechaban, un pequeño ceño le frunció la ceja mientras él echaba un vistazo a sus manos unidas. ¿Lo sintió él? ¿Aquel cambio de calor y de conciencia?
—Bien, fue bastante raro. —Su sonrisa era todavía perezosa, pero su mirada se había afilado con la conciencia sensual.
—¿Lo fue? —----- se aclaró la garganta mientras retiraba de su cara las largas hebras de su pelo recién tintado. Le gustaba el suave tono rojizo oscuro del color. Le daba un énfasis añadido a sus ojos verde pálido y a sus cejas oscuras.
El camuflaje era una adquisición agradable. Su pelo naturalmente veteado era un regalo mortal para su genética de Casta. La mezcla de negros, marrones y ámbar dorado habría sido notada al instante.
—No te he visto por aquí. ¿Estás visitando parientes? —le preguntó.
—Realmente no. —Ella sacudió su cabeza mientras se volvía hacia él—. Solo estoy de paso.
Lo deseaba. Aunque de alguna manera tenía la sensación de que no serviría a su propósito permitirle a este hombre saber que ella estaría aquí mucho tiempo.
—Eso es malo. —La pena brilló en el aire entre ellos.
—Sí, lo es. —----- inhaló profundamente, segura de que podría hacerse adicta a su olor si no era extremadamente cuidadosa.
—¿Entonces estás aquí sólo para esta noche? —Él recogió la botella helada de cerveza mientras expresaba la pregunta, su mirada oscurecida y la intención de seducir clara.
—Sólo para esta noche. —----- asintió despacio.
—¿Sola?
Ella vaciló mientras encontraba su mirada.
—Lo estaba.
Observó como él dejaba la cerveza en la barra, sin alejar sus ojos de los de ella, sosteniéndola cautiva con un profundo fuego azul.
—Yo podría ser peligroso —murmuró él entonces, su voz descendió acercándose al susurro mientras los ojos coqueteaban con ella desvergonzadamente—. Un acechador. Un asesino del hacha. Una vez que te marchases de aquí conmigo, estarías en mis garras.
—O tú podrías estar en las mías —susurró ella a su vez, juguetonamente.
—Me consideraría afortunado.
----- acalló la risa que se elevaba en su garganta ante el escandaloso comentario. La risa no era algo a lo que estuviese acostumbrada, sin embargo este hombre parecía inspirársela unos momentos después de conocerlo.
Agachando la cabeza, ----- luchó por esconder la sonrisa que temblaba en sus labios mientras levantaba el vaso una vez más y tomaba un fortalecedor sorbo de su bebida.
—¿Dudas? —preguntó él.
----- levantó la cabeza, tragando con fuerza mientras pensaba en luchar contra la atracción. Quizás durante un segundo.
—Nunca tengo dudas —le aseguró finalmente—. ¿Y tú?
—Nunca. —La confianza masculina se extendió por su expresión—. ¿Te gustaría bailar?
—Me encantaría hacerlo. —Terminó su bebida antes de reunir coraje y de poner su mano en la de él.
Broken Butte, Nuevo México
Dos Semanas más Tarde
Estaba siendo observada. ----- entró con su Jeep deportivo en el aparcamiento del pequeño y descuidado bar dentro Broken Butte y consideró sus opciones.
Su llegada al Departamento del Sheriff estaba programada por la mañana, o sino... El “sino” de Jonas, por supuesto. ¿Entonces qué demonios hacía aquí cuando debería estar en el hotel revisando aquellos archivos metidos dentro de su maleta?
Porque se aburría. Estaba aburrida, agitada y condenadamente enojada consigo misma para permitir que pasase. La combinación de emociones era deprimente, y ----- no se deprimía bien. Necesitaba sólo un poco de diversión. Sólo lo suficiente para quizás animar un poco la noche. Nada demasiado pesado. Una copa y tal vez una buena pelea.
Sus ojos se entrecerraron en la entrada del bar. Con un poco de suerte, su escolta decidiría entrar para asegurarse de que ella estaba allí. Si no lo identificaba, entonces iba a tener que cazarlo. Y precisamente ahora mismo no tenía tiempo como para ir de caza.
No, ----- Lancaster, una vez conocida como Muerte, iba a tener que interpretar el papel de chica buena durante seis meses enteros.
Lo que significaba ninguna cacería. Ninguna matanza no autorizada. Hizo una mueca ante eso, mientras lanzaba su bolso sobre su hombro y cerraba de golpe la puerta del Jeep.
Muerte, una buena chica. Ahora ahí tenía un oxímoron. El solo pensamiento era bastante para dejar un gusto ácido en su boca. Éste era uno de los motivos por los que estaba entrando en este pequeño y sórdido bar en vez de investigar a su próximo adversario: el buen sheriff de Broken Butte.
Abriéndose camino por las viejas puertas de estilo de saloon, hizo una pausa en la entrada, la mirada escudriñando la colección de vaqueros que la observaban fijamente.
Mientras se deslizaba sobre un taburete vacío de la barra, ----- dejó que sus ojos hicieran un barrido sobre los bailarines en el distante fondo de la estancia.
—¿Qué puedo hacer por ti, cariño? —Se giró ante la voz masculina del camarero.
Alto, ancho y calvo, con una sonrisa amistosa, le recordó al camarero en su bar de moteros favorito de Chicago. Quizás Nuevo México no estaba tan alejado de la civilización como probablemente Jonas podría enviarla después de todo.
—Whisky.
—¿Trago o vaso? —preguntó él.
—Vaso, nada de hielo.
—Lo tienes, dulzura. —Asintió.
Recogiendo la bebida se volvió de espaldas a la barra y otra vez contempló la estancia.
¿Qué demonios la había convencido de que podría volver a los Estados Unidos? Por muy importante fuera el trabajo.
Los niños eran su debilidad. La súplica había venido de un antiguo cliente, ayudar a un amigo a localizar a su hija secuestrada. Una niña de no más de cinco años, con grandes ojos marrones y una sonrisa traviesa. ----- había estado loca al aceptar. Sabía que Jonas la había estado acechando durante casi seis meses. Nunca debería haber vuelto. Porque sabía lo que él quería a la larga, como sabía que esperaba que fallase en esta posibilidad que le había dado para evitar la Ley de la Casta.
Sacudió la cabeza ante la idea. Su hermano había envejecido más de lo que debería haber hecho en los últimos diez años. La amargura y la fría y dura determinación en sus ojos sólo habían aumentado.
Como en ella, su acento francés se había evaporado totalmente desde su fuga de los laboratorios, y su inglés era fluido e impecable. Habían sido entrenados para integrarse, sin importar donde los enviasen.
Mientras levantaba la bebida a sus labios e ignoraba las miradas francamente sexuales que recibía, captó un movimiento en la entrada por el rabillo de su ojo. Girando la cabeza, ----- miró con apreciación cuando la forma plenamente masculina entró a zancadas en el bar.
Ahora, dudaba muchísimo que este fuera su escolta, aunque no tendría el menor inconveniente en que al final lo fuera. Al menos 1,90 de macho fornido y musculoso se movieron con gracia perezosa y despreocupada.
Estaba vestido con vaqueros y una camisa de dril de algodón azul oscura que enfatizaba los contornos pesadamente bronceados de su cara. Sus rasgos eran duros, con pómulos altos, un labio inferior sensualmente lleno y ojos de un profundo azul marino que brillaban con reprimida diversión cuando encontró su mirada. Estaba examinándola tan detenidamente como ella lo estaba evaluando. Y era evidente que, como a ella, le gustó lo que vio.
¿Había sido tan plenamente consciente de un hombre con anterioridad? Este macho verdaderamente gritaba sexualidad, desde el bulto en aquellos ceñidos vaqueros, a la amplia y musculosa amplitud de sus hombros. Hombros amplios y anchos, pelo liso y negro fluyendo alrededor de los arrogantes rasgos de su cara, suavizándolos justo lo bastante para hacerlo parecer accesible.
----- había admitido hacia mucho que no era necesariamente un ser sexual, a pesar de que genéticamente era más parecida a un animal. Pero este hombre, él hacía que el felino dentro de ella se alzase y rugiera.
Podía sentir una extraña receptividad fluyendo por sus venas, alcanzando su punto máximo en sus pezones y en los pliegues súbitamente sensibles de su coño.
—Hey, Kevin, compañero. Ya era hora de que vinieses a vernos. —Detrás de ella, el camarero gritó un saludo mientras el vaquero se trasladaba al taburete junto a ella—. ¿Cerveza?
—Cerveza está bien, Stan —contestó Kevin con un lento arrastrar de palabras que hizo que un temblor bajara por la columna de -----.
Le encantó aquella voz. Era tan suave y oscura como su whisky.
Girando el taburete, ----- encontró la mirada del camarero mientras deslizaba su vaso hacia delante para otro vaso.
—Ponle a la señora también, Stan.
----- casi se perdió la oferta, sus sentidos de repente llenos con el olor de tormentas de medianoche y noches oscuras de desierto. El olor del macho a su lado. Fuerte. Puro. No, este no era su escolta, pero durante un momento pudo imaginarlo detrás de ella, con sus manos dando forma a su trasero antes de deslizarse contra ella, separando sus muslos.
—Gracias. —Aspiró profundamente cuando giró su cabeza, manteniendo la ligera sonrisa, escondiendo los colmillos agudos en las comisuras de su boca.
Los suyos eran más pequeños que la mayoría de las Castas, y raramente eran notados como lo que eran, pero enseñarlos no era algo que hiciera a menudo.
—Bienvenida. —La sonrisa ligeramente torcida que él le ofreció hizo algo en el fondo de su estómago. Este revoloteó. Demonios, nunca en toda su vida, había tenido nada dentro o fuera de su cuerpo que sacudiera toda su vida.
—Mi nombre es -----. —Tendió su mano, inclinando su cabeza para conseguir una mejor vista de su cara.
—Kevin. —Saludó con la cabeza, tendiéndole la mano, la grande y callosa palma engullendo sus dedos.
La sensación de la carne de él contra la suya la asustó. Podía sentir su mano sensibilizándose, sus dedos hormigueando. El calor, diferente a cualquier cosa que conociera, fluyó de un simple apretón de manos, desde el cuerpo de él al suyo.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras los de él se estrechaban, un pequeño ceño le frunció la ceja mientras él echaba un vistazo a sus manos unidas. ¿Lo sintió él? ¿Aquel cambio de calor y de conciencia?
—Bien, fue bastante raro. —Su sonrisa era todavía perezosa, pero su mirada se había afilado con la conciencia sensual.
—¿Lo fue? —----- se aclaró la garganta mientras retiraba de su cara las largas hebras de su pelo recién tintado. Le gustaba el suave tono rojizo oscuro del color. Le daba un énfasis añadido a sus ojos verde pálido y a sus cejas oscuras.
El camuflaje era una adquisición agradable. Su pelo naturalmente veteado era un regalo mortal para su genética de Casta. La mezcla de negros, marrones y ámbar dorado habría sido notada al instante.
—No te he visto por aquí. ¿Estás visitando parientes? —le preguntó.
—Realmente no. —Ella sacudió su cabeza mientras se volvía hacia él—. Solo estoy de paso.
Lo deseaba. Aunque de alguna manera tenía la sensación de que no serviría a su propósito permitirle a este hombre saber que ella estaría aquí mucho tiempo.
—Eso es malo. —La pena brilló en el aire entre ellos.
—Sí, lo es. —----- inhaló profundamente, segura de que podría hacerse adicta a su olor si no era extremadamente cuidadosa.
—¿Entonces estás aquí sólo para esta noche? —Él recogió la botella helada de cerveza mientras expresaba la pregunta, su mirada oscurecida y la intención de seducir clara.
—Sólo para esta noche. —----- asintió despacio.
—¿Sola?
Ella vaciló mientras encontraba su mirada.
—Lo estaba.
Observó como él dejaba la cerveza en la barra, sin alejar sus ojos de los de ella, sosteniéndola cautiva con un profundo fuego azul.
—Yo podría ser peligroso —murmuró él entonces, su voz descendió acercándose al susurro mientras los ojos coqueteaban con ella desvergonzadamente—. Un acechador. Un asesino del hacha. Una vez que te marchases de aquí conmigo, estarías en mis garras.
—O tú podrías estar en las mías —susurró ella a su vez, juguetonamente.
—Me consideraría afortunado.
----- acalló la risa que se elevaba en su garganta ante el escandaloso comentario. La risa no era algo a lo que estuviese acostumbrada, sin embargo este hombre parecía inspirársela unos momentos después de conocerlo.
Agachando la cabeza, ----- luchó por esconder la sonrisa que temblaba en sus labios mientras levantaba el vaso una vez más y tomaba un fortalecedor sorbo de su bebida.
—¿Dudas? —preguntó él.
----- levantó la cabeza, tragando con fuerza mientras pensaba en luchar contra la atracción. Quizás durante un segundo.
—Nunca tengo dudas —le aseguró finalmente—. ¿Y tú?
—Nunca. —La confianza masculina se extendió por su expresión—. ¿Te gustaría bailar?
—Me encantaría hacerlo. —Terminó su bebida antes de reunir coraje y de poner su mano en la de él.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Capítulo 1
Broken Butte, Nuevo México
Dos Semanas más Tarde
Estaba siendo observada. ----- entró con su Jeep deportivo en el aparcamiento del pequeño y descuidado bar dentro Broken Butte y consideró sus opciones.
Su llegada al Departamento del Sheriff estaba programada por la mañana, o sino... El “sino” de Jonas, por supuesto. ¿Entonces qué demonios hacía aquí cuando debería estar en el hotel revisando aquellos archivos metidos dentro de su maleta?
Porque se aburría. Estaba aburrida, agitada y condenadamente enojada consigo misma para permitir que pasase. La combinación de emociones era deprimente, y ----- no se deprimía bien. Necesitaba sólo un poco de diversión. Sólo lo suficiente para quizás animar un poco la noche. Nada demasiado pesado. Una copa y tal vez una buena pelea.
Sus ojos se entrecerraron en la entrada del bar. Con un poco de suerte, su escolta decidiría entrar para asegurarse de que ella estaba allí. Si no lo identificaba, entonces iba a tener que cazarlo. Y precisamente ahora mismo no tenía tiempo como para ir de caza.
No, ----- Lancaster, una vez conocida como Muerte, iba a tener que interpretar el papel de chica buena durante seis meses enteros.
Lo que significaba ninguna cacería. Ninguna matanza no autorizada. Hizo una mueca ante eso, mientras lanzaba su bolso sobre su hombro y cerraba de golpe la puerta del Jeep.
Muerte, una buena chica. Ahora ahí tenía un oxímoron. El solo pensamiento era bastante para dejar un gusto ácido en su boca. Éste era uno de los motivos por los que estaba entrando en este pequeño y sórdido bar en vez de investigar a su próximo adversario: el buen sheriff de Broken Butte.
Abriéndose camino por las viejas puertas de estilo de saloon, hizo una pausa en la entrada, la mirada escudriñando la colección de vaqueros que la observaban fijamente.
Mientras se deslizaba sobre un taburete vacío de la barra, ----- dejó que sus ojos hicieran un barrido sobre los bailarines en el distante fondo de la estancia.
—¿Qué puedo hacer por ti, cariño? —Se giró ante la voz masculina del camarero.
Alto, ancho y calvo, con una sonrisa amistosa, le recordó al camarero en su bar de moteros favorito de Chicago. Quizás Nuevo México no estaba tan alejado de la civilización como probablemente Jonas podría enviarla después de todo.
—Whisky.
—¿Trago o vaso? —preguntó él.
—Vaso, nada de hielo.
—Lo tienes, dulzura. —Asintió.
Recogiendo la bebida se volvió de espaldas a la barra y otra vez contempló la estancia.
¿Qué demonios la había convencido de que podría volver a los Estados Unidos? Por muy importante fuera el trabajo.
Los niños eran su debilidad. La súplica había venido de un antiguo cliente, ayudar a un amigo a localizar a su hija secuestrada. Una niña de no más de cinco años, con grandes ojos marrones y una sonrisa traviesa. ----- había estado loca al aceptar. Sabía que Jonas la había estado acechando durante casi seis meses. Nunca debería haber vuelto. Porque sabía lo que él quería a la larga, como sabía que esperaba que fallase en esta posibilidad que le había dado para evitar la Ley de la Casta.
Sacudió la cabeza ante la idea. Su hermano había envejecido más de lo que debería haber hecho en los últimos diez años. La amargura y la fría y dura determinación en sus ojos sólo habían aumentado.
Como en ella, su acento francés se había evaporado totalmente desde su fuga de los laboratorios, y su inglés era fluido e impecable. Habían sido entrenados para integrarse, sin importar donde los enviasen.
Mientras levantaba la bebida a sus labios e ignoraba las miradas francamente sexuales que recibía, captó un movimiento en la entrada por el rabillo de su ojo. Girando la cabeza, ----- miró con apreciación cuando la forma plenamente masculina entró a zancadas en el bar.
Ahora, dudaba muchísimo que este fuera su escolta, aunque no tendría el menor inconveniente en que al final lo fuera. Al menos 1,90 de macho fornido y musculoso se movieron con gracia perezosa y despreocupada.
Estaba vestido con vaqueros y una camisa de dril de algodón azul oscura que enfatizaba los contornos pesadamente bronceados de su cara. Sus rasgos eran duros, con pómulos altos, un labio inferior sensualmente lleno y ojos de un profundo azul marino que brillaban con reprimida diversión cuando encontró su mirada. Estaba examinándola tan detenidamente como ella lo estaba evaluando. Y era evidente que, como a ella, le gustó lo que vio.
¿Había sido tan plenamente consciente de un hombre con anterioridad? Este macho verdaderamente gritaba sexualidad, desde el bulto en aquellos ceñidos vaqueros, a la amplia y musculosa amplitud de sus hombros. Hombros amplios y anchos, pelo liso y negro fluyendo alrededor de los arrogantes rasgos de su cara, suavizándolos justo lo bastante para hacerlo parecer accesible.
----- había admitido hacia mucho que no era necesariamente un ser sexual, a pesar de que genéticamente era más parecida a un animal. Pero este hombre, él hacía que el felino dentro de ella se alzase y rugiera.
Podía sentir una extraña receptividad fluyendo por sus venas, alcanzando su punto máximo en sus pezones y en los pliegues súbitamente sensibles de su coño.
—Hey, Joe, compañero. Ya era hora de que vinieses a vernos. —Detrás de ella, el camarero gritó un saludo mientras el vaquero se trasladaba al taburete junto a ella—. ¿Cerveza?
—Cerveza está bien, Stan —contestó Kevin con un lento arrastrar de palabras que hizo que un temblor bajara por la columna de -----.
Le encantó aquella voz. Era tan suave y oscura como su whisky.
Girando el taburete, ----- encontró la mirada del camarero mientras deslizaba su vaso hacia delante para otro vaso.
—Ponle a la señora también, Stan.
----- casi se perdió la oferta, sus sentidos de repente llenos con el olor de tormentas de medianoche y noches oscuras de desierto. El olor del macho a su lado. Fuerte. Puro. No, este no era su escolta, pero durante un momento pudo imaginarlo detrás de ella, con sus manos dando forma a su trasero antes de deslizarse contra ella, separando sus muslos.
—Gracias. —Aspiró profundamente cuando giró su cabeza, manteniendo la ligera sonrisa, escondiendo los colmillos agudos en las comisuras de su boca.
Los suyos eran más pequeños que la mayoría de las Castas, y raramente eran notados como lo que eran, pero enseñarlos no era algo que hiciera a menudo.
—Bienvenida. —La sonrisa ligeramente torcida que él le ofreció hizo algo en el fondo de su estómago. Este revoloteó. Demonios, nunca en toda su vida, había tenido nada dentro o fuera de su cuerpo que sacudiera toda su vida.
—Mi nombre es -----. —Tendió su mano, inclinando su cabeza para conseguir una mejor vista de su cara.
—Joe. —Saludó con la cabeza, tendiéndole la mano, la grande y callosa palma engullendo sus dedos.
La sensación de la carne de él contra la suya la asustó. Podía sentir su mano sensibilizándose, sus dedos hormigueando. El calor, diferente a cualquier cosa que conociera, fluyó de un simple apretón de manos, desde el cuerpo de él al suyo.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras los de él se estrechaban, un pequeño ceño le frunció la ceja mientras él echaba un vistazo a sus manos unidas. ¿Lo sintió él? ¿Aquel cambio de calor y de conciencia?
—Bien, fue bastante raro. —Su sonrisa era todavía perezosa, pero su mirada se había afilado con la conciencia sensual.
—¿Lo fue? —----- se aclaró la garganta mientras retiraba de su cara las largas hebras de su pelo recién tintado. Le gustaba el suave tono rojizo oscuro del color. Le daba un énfasis añadido a sus ojos verde pálido y a sus cejas oscuras.
El camuflaje era una adquisición agradable. Su pelo naturalmente veteado era un regalo mortal para su genética de Casta. La mezcla de negros, marrones y ámbar dorado habría sido notada al instante.
—No te he visto por aquí. ¿Estás visitando parientes? —le preguntó.
—Realmente no. —Ella sacudió su cabeza mientras se volvía hacia él—. Solo estoy de paso.
Lo deseaba. Aunque de alguna manera tenía la sensación de que no serviría a su propósito permitirle a este hombre saber que ella estaría aquí mucho tiempo.
—Eso es malo. —La pena brilló en el aire entre ellos.
—Sí, lo es. —----- inhaló profundamente, segura de que podría hacerse adicta a su olor si no era extremadamente cuidadosa.
—¿Entonces estás aquí sólo para esta noche? —Él recogió la botella helada de cerveza mientras expresaba la pregunta, su mirada oscurecida y la intención de seducir clara.
—Sólo para esta noche. —----- asintió despacio.
—¿Sola?
Ella vaciló mientras encontraba su mirada.
—Lo estaba.
Observó como él dejaba la cerveza en la barra, sin alejar sus ojos de los de ella, sosteniéndola cautiva con un profundo fuego azul.
—Yo podría ser peligroso —murmuró él entonces, su voz descendió acercándose al susurro mientras los ojos coqueteaban con ella desvergonzadamente—. Un acechador. Un asesino del hacha. Una vez que te marchases de aquí conmigo, estarías en mis garras.
—O tú podrías estar en las mías —susurró ella a su vez, juguetonamente.
—Me consideraría afortunado.
----- acalló la risa que se elevaba en su garganta ante el escandaloso comentario. La risa no era algo a lo que estuviese acostumbrada, sin embargo este hombre parecía inspirársela unos momentos después de conocerlo.
Agachando la cabeza, ----- luchó por esconder la sonrisa que temblaba en sus labios mientras levantaba el vaso una vez más y tomaba un fortalecedor sorbo de su bebida.
—¿Dudas? —preguntó él.
----- levantó la cabeza, tragando con fuerza mientras pensaba en luchar contra la atracción. Quizás durante un segundo.
—Nunca tengo dudas —le aseguró finalmente—. ¿Y tú?
—Nunca. —La confianza masculina se extendió por su expresión—. ¿Te gustaría bailar?
—Me encantaría hacerlo. —Terminó su bebida antes de reunir coraje y de poner su mano en la de él.
Broken Butte, Nuevo México
Dos Semanas más Tarde
Estaba siendo observada. ----- entró con su Jeep deportivo en el aparcamiento del pequeño y descuidado bar dentro Broken Butte y consideró sus opciones.
Su llegada al Departamento del Sheriff estaba programada por la mañana, o sino... El “sino” de Jonas, por supuesto. ¿Entonces qué demonios hacía aquí cuando debería estar en el hotel revisando aquellos archivos metidos dentro de su maleta?
Porque se aburría. Estaba aburrida, agitada y condenadamente enojada consigo misma para permitir que pasase. La combinación de emociones era deprimente, y ----- no se deprimía bien. Necesitaba sólo un poco de diversión. Sólo lo suficiente para quizás animar un poco la noche. Nada demasiado pesado. Una copa y tal vez una buena pelea.
Sus ojos se entrecerraron en la entrada del bar. Con un poco de suerte, su escolta decidiría entrar para asegurarse de que ella estaba allí. Si no lo identificaba, entonces iba a tener que cazarlo. Y precisamente ahora mismo no tenía tiempo como para ir de caza.
No, ----- Lancaster, una vez conocida como Muerte, iba a tener que interpretar el papel de chica buena durante seis meses enteros.
Lo que significaba ninguna cacería. Ninguna matanza no autorizada. Hizo una mueca ante eso, mientras lanzaba su bolso sobre su hombro y cerraba de golpe la puerta del Jeep.
Muerte, una buena chica. Ahora ahí tenía un oxímoron. El solo pensamiento era bastante para dejar un gusto ácido en su boca. Éste era uno de los motivos por los que estaba entrando en este pequeño y sórdido bar en vez de investigar a su próximo adversario: el buen sheriff de Broken Butte.
Abriéndose camino por las viejas puertas de estilo de saloon, hizo una pausa en la entrada, la mirada escudriñando la colección de vaqueros que la observaban fijamente.
Mientras se deslizaba sobre un taburete vacío de la barra, ----- dejó que sus ojos hicieran un barrido sobre los bailarines en el distante fondo de la estancia.
—¿Qué puedo hacer por ti, cariño? —Se giró ante la voz masculina del camarero.
Alto, ancho y calvo, con una sonrisa amistosa, le recordó al camarero en su bar de moteros favorito de Chicago. Quizás Nuevo México no estaba tan alejado de la civilización como probablemente Jonas podría enviarla después de todo.
—Whisky.
—¿Trago o vaso? —preguntó él.
—Vaso, nada de hielo.
—Lo tienes, dulzura. —Asintió.
Recogiendo la bebida se volvió de espaldas a la barra y otra vez contempló la estancia.
¿Qué demonios la había convencido de que podría volver a los Estados Unidos? Por muy importante fuera el trabajo.
Los niños eran su debilidad. La súplica había venido de un antiguo cliente, ayudar a un amigo a localizar a su hija secuestrada. Una niña de no más de cinco años, con grandes ojos marrones y una sonrisa traviesa. ----- había estado loca al aceptar. Sabía que Jonas la había estado acechando durante casi seis meses. Nunca debería haber vuelto. Porque sabía lo que él quería a la larga, como sabía que esperaba que fallase en esta posibilidad que le había dado para evitar la Ley de la Casta.
Sacudió la cabeza ante la idea. Su hermano había envejecido más de lo que debería haber hecho en los últimos diez años. La amargura y la fría y dura determinación en sus ojos sólo habían aumentado.
Como en ella, su acento francés se había evaporado totalmente desde su fuga de los laboratorios, y su inglés era fluido e impecable. Habían sido entrenados para integrarse, sin importar donde los enviasen.
Mientras levantaba la bebida a sus labios e ignoraba las miradas francamente sexuales que recibía, captó un movimiento en la entrada por el rabillo de su ojo. Girando la cabeza, ----- miró con apreciación cuando la forma plenamente masculina entró a zancadas en el bar.
Ahora, dudaba muchísimo que este fuera su escolta, aunque no tendría el menor inconveniente en que al final lo fuera. Al menos 1,90 de macho fornido y musculoso se movieron con gracia perezosa y despreocupada.
Estaba vestido con vaqueros y una camisa de dril de algodón azul oscura que enfatizaba los contornos pesadamente bronceados de su cara. Sus rasgos eran duros, con pómulos altos, un labio inferior sensualmente lleno y ojos de un profundo azul marino que brillaban con reprimida diversión cuando encontró su mirada. Estaba examinándola tan detenidamente como ella lo estaba evaluando. Y era evidente que, como a ella, le gustó lo que vio.
¿Había sido tan plenamente consciente de un hombre con anterioridad? Este macho verdaderamente gritaba sexualidad, desde el bulto en aquellos ceñidos vaqueros, a la amplia y musculosa amplitud de sus hombros. Hombros amplios y anchos, pelo liso y negro fluyendo alrededor de los arrogantes rasgos de su cara, suavizándolos justo lo bastante para hacerlo parecer accesible.
----- había admitido hacia mucho que no era necesariamente un ser sexual, a pesar de que genéticamente era más parecida a un animal. Pero este hombre, él hacía que el felino dentro de ella se alzase y rugiera.
Podía sentir una extraña receptividad fluyendo por sus venas, alcanzando su punto máximo en sus pezones y en los pliegues súbitamente sensibles de su coño.
—Hey, Joe, compañero. Ya era hora de que vinieses a vernos. —Detrás de ella, el camarero gritó un saludo mientras el vaquero se trasladaba al taburete junto a ella—. ¿Cerveza?
—Cerveza está bien, Stan —contestó Kevin con un lento arrastrar de palabras que hizo que un temblor bajara por la columna de -----.
Le encantó aquella voz. Era tan suave y oscura como su whisky.
Girando el taburete, ----- encontró la mirada del camarero mientras deslizaba su vaso hacia delante para otro vaso.
—Ponle a la señora también, Stan.
----- casi se perdió la oferta, sus sentidos de repente llenos con el olor de tormentas de medianoche y noches oscuras de desierto. El olor del macho a su lado. Fuerte. Puro. No, este no era su escolta, pero durante un momento pudo imaginarlo detrás de ella, con sus manos dando forma a su trasero antes de deslizarse contra ella, separando sus muslos.
—Gracias. —Aspiró profundamente cuando giró su cabeza, manteniendo la ligera sonrisa, escondiendo los colmillos agudos en las comisuras de su boca.
Los suyos eran más pequeños que la mayoría de las Castas, y raramente eran notados como lo que eran, pero enseñarlos no era algo que hiciera a menudo.
—Bienvenida. —La sonrisa ligeramente torcida que él le ofreció hizo algo en el fondo de su estómago. Este revoloteó. Demonios, nunca en toda su vida, había tenido nada dentro o fuera de su cuerpo que sacudiera toda su vida.
—Mi nombre es -----. —Tendió su mano, inclinando su cabeza para conseguir una mejor vista de su cara.
—Joe. —Saludó con la cabeza, tendiéndole la mano, la grande y callosa palma engullendo sus dedos.
La sensación de la carne de él contra la suya la asustó. Podía sentir su mano sensibilizándose, sus dedos hormigueando. El calor, diferente a cualquier cosa que conociera, fluyó de un simple apretón de manos, desde el cuerpo de él al suyo.
Los ojos de ----- se ensancharon mientras los de él se estrechaban, un pequeño ceño le frunció la ceja mientras él echaba un vistazo a sus manos unidas. ¿Lo sintió él? ¿Aquel cambio de calor y de conciencia?
—Bien, fue bastante raro. —Su sonrisa era todavía perezosa, pero su mirada se había afilado con la conciencia sensual.
—¿Lo fue? —----- se aclaró la garganta mientras retiraba de su cara las largas hebras de su pelo recién tintado. Le gustaba el suave tono rojizo oscuro del color. Le daba un énfasis añadido a sus ojos verde pálido y a sus cejas oscuras.
El camuflaje era una adquisición agradable. Su pelo naturalmente veteado era un regalo mortal para su genética de Casta. La mezcla de negros, marrones y ámbar dorado habría sido notada al instante.
—No te he visto por aquí. ¿Estás visitando parientes? —le preguntó.
—Realmente no. —Ella sacudió su cabeza mientras se volvía hacia él—. Solo estoy de paso.
Lo deseaba. Aunque de alguna manera tenía la sensación de que no serviría a su propósito permitirle a este hombre saber que ella estaría aquí mucho tiempo.
—Eso es malo. —La pena brilló en el aire entre ellos.
—Sí, lo es. —----- inhaló profundamente, segura de que podría hacerse adicta a su olor si no era extremadamente cuidadosa.
—¿Entonces estás aquí sólo para esta noche? —Él recogió la botella helada de cerveza mientras expresaba la pregunta, su mirada oscurecida y la intención de seducir clara.
—Sólo para esta noche. —----- asintió despacio.
—¿Sola?
Ella vaciló mientras encontraba su mirada.
—Lo estaba.
Observó como él dejaba la cerveza en la barra, sin alejar sus ojos de los de ella, sosteniéndola cautiva con un profundo fuego azul.
—Yo podría ser peligroso —murmuró él entonces, su voz descendió acercándose al susurro mientras los ojos coqueteaban con ella desvergonzadamente—. Un acechador. Un asesino del hacha. Una vez que te marchases de aquí conmigo, estarías en mis garras.
—O tú podrías estar en las mías —susurró ella a su vez, juguetonamente.
—Me consideraría afortunado.
----- acalló la risa que se elevaba en su garganta ante el escandaloso comentario. La risa no era algo a lo que estuviese acostumbrada, sin embargo este hombre parecía inspirársela unos momentos después de conocerlo.
Agachando la cabeza, ----- luchó por esconder la sonrisa que temblaba en sus labios mientras levantaba el vaso una vez más y tomaba un fortalecedor sorbo de su bebida.
—¿Dudas? —preguntó él.
----- levantó la cabeza, tragando con fuerza mientras pensaba en luchar contra la atracción. Quizás durante un segundo.
—Nunca tengo dudas —le aseguró finalmente—. ¿Y tú?
—Nunca. —La confianza masculina se extendió por su expresión—. ¿Te gustaría bailar?
—Me encantaría hacerlo. —Terminó su bebida antes de reunir coraje y de poner su mano en la de él.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Joe tomó la mano de la joven, otra vez sintiendo la oleada de sensaciones que viajaba de su palma a la de ella. No había tenido ninguna intención de entrar en el bar esta noche. La reunión de mañana con Jonas Wyatt, el director de la Oficina de Asuntos de las Castas, requeriría toda la paciencia que pudiera reunir. Lo que significaba acaparar todo el descanso que pudiera esta noche.
En cambio, cuanto más cerca estaba del Stan’s Last Rest, el bar en las afueras del pueblo, más imperativas se habían hecho las advertencias susurradas en el aire a su alrededor. No habían gritado ni habían gemido, y en ellas él no había oído secretos, como su abuelo hacía a menudo. Pero oyó el reclamo. Exactamente como oyó la femenina llamada resonando a través de su alma.
El momento en el que atravesó la puerta supo que estaba allí por ella. Sus ojos se tocaron y el susurrante reclamo se había aliviado.
Conduciéndola a la pista de baile, Lance la atrajo dentro de sus brazos, sintiendo las manos apoyadas contra sus hombros mientras ella mantenía justo la suficiente distancia entre ellos como para que la hinchada longitud de su miembro doliese decepcionada.
Quiso sentir su arrebato contra él. Pero no tanto en la pista de baile como en su cama. Desnuda, sudorosa y arqueándose hacia su cuerpo cuando la condujese al orgasmo.
—¿Sólo de paso, eh? —le preguntó finalmente mientras sus dedos se movían sobre las caderas de ella, acercándose más a la pequeña tira de piel desnuda entre los pantalones y el top. Si no estaba confundido, había vislumbrado un pequeño anillo en su ombligo cuando ella se levantó del taburete de la barra.
—Sólo por esta noche. —Él observó el movimiento de sus labios, las suaves curvas rosadas húmedas e invitadoras.
—La noche se esfuma rápido. —Le recorrió con la mano su espalda, sintiendo el pequeño temblor de su respuesta.
Él miró mientras ella tragaba, una momentánea confusión iluminó el verde pálido de sus ojos mientras la suave lengua humedecía sus labios. No estaba nerviosa, pero aquel filo de vulnerabilidad en su mirada lo desgarró.
—Sí —contestó ella finalmente—. La noche se esfuma rápido. ¿Qué deberíamos hacer al respecto? —No estaba jugando a ser tímida ni coqueteaba. Las palabras eran un desafío, uno que hizo que los músculos de su abdomen se tensasen de anticipación.
—¿Viniste con amigos?
—No tengo amigos.
La rara respuesta lo hizo entrecerrar sus ojos mientras la estudiaba por debajo de las pestañas. Por alguna razón, tenía la sensación de que ella no se refería a sólo esta zona.
—¿Entonces, estás lista para marcharte? —Las yemas de sus dedos se apretaron contra la blusa de ella, sintiendo los músculos de su espalda mientras aquel pequeño temblor se extendía por ellos otra vez.
—Estoy lista. —La resignación llenó su tono y su expresión.
Otra vez aquel extraño, entristecido y pequeño gemido susurrado llegó a sus oídos mientras el aire alrededor de ellos se hacía pesado por la excitación. La de ella y la de él. Ella estaba luchando contra la fuerza de su respuesta a él, manteniéndose cautelosamente lejos de él, rechazando relajarse en su abrazo mientras sus ojos recorrían rápidamente el lugar.
¿Vergüenza? Era como si ella no estuviera completamente segura de que quisiera que otros supieran de su debilidad y excitación.
Joe esperó hasta que su mirada volviera a él antes de hablar otra vez.
—Mi casa está sólo a unos minutos de aquí. ¿Estás lista para ir? —preguntó suavemente, sabiendo que esto iba a pasar y maldito si no lo esperara con ansia.
Tomó su mano y la sacó de la pista de baile cuando la música hizo una pausa.
—Podrías seguirme, o podría traerte aquí de regreso por la mañana a por tu vehículo —sugirió él cuando salieron del bar.
—¿Podríamos coger mi Jeep? —detuvo sus pasos, contemplando fijamente la oscuridad alrededor de ellos—. Odiaría tener que remolcarlo.
Estaba segura de que su nuevo jefe estaría encantado de tener que recoger el vehículo de su ayudante del depósito si fuera remolcado. Preferiría no comenzar esta corta relación de trabajo con el pie izquierdo. Los próximos seis meses iban a ser bastante difíciles tal como eran.
—Me parece bien. —Él asintió atentamente mientras ella sacaba sus llaves del interior del bolso que llevaba en el hombro y se las pasaba.
—El Jeep azul. —Movió la cabeza hacia el amplio Wrangler deportivo al otro lado del solar.
Manteniendo la mano de ella en la suya, la condujo a través del aparcamiento. Abrió la puerta del pasajero para ella, dejándola moverse entre la puerta y el asiento antes de que le agarrara la cadera con una mano y la girara hacia él.
Sintió su tensión, como si ella todavía no estuviera completamente segura de lo que hacía. Era obvio que abandonar un bar con un desconocido no era un acontecimiento corriente para ella.
—¿Estás segura? —Él bajó su cabeza hasta que sus labios estuvieron a milímetros de las suaves curvas de ella, su olor envolviéndose alrededor de él, el olor de madreselva y un matiz de trébol introduciéndose en sus sentidos.
—Ninguna duda.
Su respiración era ahora agitada, sus labios se separaron cuando Joe permitió que sus manos se movieran por su desnuda cintura y sintieran la carne increíblemente suave bajo ellas.
La tentación de aquellos labios era demasiado para negarla. Él bajó su cabeza mientras las manos de ella revoloteaban contra su pecho, el tacto de ellas atravesando la tela de su camisa mientras él luchaba por refrenarse en su deseo.
Sólo un beso, se prometió mientras rozaba sus labios con los suyos. Era el sheriff; no podía ser pillado besuqueándose en público. Pero un beso seguramente no lo perjudicaría.
O eso pensó. Hasta que los labios de ella se separaron en un pequeño y suave jadeo, y su lengua tocó la de él. El sutil gusto a madreselva era más fuerte aquí, dulce y limpio mientras este cebaba su hambre
En cambio, cuanto más cerca estaba del Stan’s Last Rest, el bar en las afueras del pueblo, más imperativas se habían hecho las advertencias susurradas en el aire a su alrededor. No habían gritado ni habían gemido, y en ellas él no había oído secretos, como su abuelo hacía a menudo. Pero oyó el reclamo. Exactamente como oyó la femenina llamada resonando a través de su alma.
El momento en el que atravesó la puerta supo que estaba allí por ella. Sus ojos se tocaron y el susurrante reclamo se había aliviado.
Conduciéndola a la pista de baile, Lance la atrajo dentro de sus brazos, sintiendo las manos apoyadas contra sus hombros mientras ella mantenía justo la suficiente distancia entre ellos como para que la hinchada longitud de su miembro doliese decepcionada.
Quiso sentir su arrebato contra él. Pero no tanto en la pista de baile como en su cama. Desnuda, sudorosa y arqueándose hacia su cuerpo cuando la condujese al orgasmo.
—¿Sólo de paso, eh? —le preguntó finalmente mientras sus dedos se movían sobre las caderas de ella, acercándose más a la pequeña tira de piel desnuda entre los pantalones y el top. Si no estaba confundido, había vislumbrado un pequeño anillo en su ombligo cuando ella se levantó del taburete de la barra.
—Sólo por esta noche. —Él observó el movimiento de sus labios, las suaves curvas rosadas húmedas e invitadoras.
—La noche se esfuma rápido. —Le recorrió con la mano su espalda, sintiendo el pequeño temblor de su respuesta.
Él miró mientras ella tragaba, una momentánea confusión iluminó el verde pálido de sus ojos mientras la suave lengua humedecía sus labios. No estaba nerviosa, pero aquel filo de vulnerabilidad en su mirada lo desgarró.
—Sí —contestó ella finalmente—. La noche se esfuma rápido. ¿Qué deberíamos hacer al respecto? —No estaba jugando a ser tímida ni coqueteaba. Las palabras eran un desafío, uno que hizo que los músculos de su abdomen se tensasen de anticipación.
—¿Viniste con amigos?
—No tengo amigos.
La rara respuesta lo hizo entrecerrar sus ojos mientras la estudiaba por debajo de las pestañas. Por alguna razón, tenía la sensación de que ella no se refería a sólo esta zona.
—¿Entonces, estás lista para marcharte? —Las yemas de sus dedos se apretaron contra la blusa de ella, sintiendo los músculos de su espalda mientras aquel pequeño temblor se extendía por ellos otra vez.
—Estoy lista. —La resignación llenó su tono y su expresión.
Otra vez aquel extraño, entristecido y pequeño gemido susurrado llegó a sus oídos mientras el aire alrededor de ellos se hacía pesado por la excitación. La de ella y la de él. Ella estaba luchando contra la fuerza de su respuesta a él, manteniéndose cautelosamente lejos de él, rechazando relajarse en su abrazo mientras sus ojos recorrían rápidamente el lugar.
¿Vergüenza? Era como si ella no estuviera completamente segura de que quisiera que otros supieran de su debilidad y excitación.
Joe esperó hasta que su mirada volviera a él antes de hablar otra vez.
—Mi casa está sólo a unos minutos de aquí. ¿Estás lista para ir? —preguntó suavemente, sabiendo que esto iba a pasar y maldito si no lo esperara con ansia.
Tomó su mano y la sacó de la pista de baile cuando la música hizo una pausa.
—Podrías seguirme, o podría traerte aquí de regreso por la mañana a por tu vehículo —sugirió él cuando salieron del bar.
—¿Podríamos coger mi Jeep? —detuvo sus pasos, contemplando fijamente la oscuridad alrededor de ellos—. Odiaría tener que remolcarlo.
Estaba segura de que su nuevo jefe estaría encantado de tener que recoger el vehículo de su ayudante del depósito si fuera remolcado. Preferiría no comenzar esta corta relación de trabajo con el pie izquierdo. Los próximos seis meses iban a ser bastante difíciles tal como eran.
—Me parece bien. —Él asintió atentamente mientras ella sacaba sus llaves del interior del bolso que llevaba en el hombro y se las pasaba.
—El Jeep azul. —Movió la cabeza hacia el amplio Wrangler deportivo al otro lado del solar.
Manteniendo la mano de ella en la suya, la condujo a través del aparcamiento. Abrió la puerta del pasajero para ella, dejándola moverse entre la puerta y el asiento antes de que le agarrara la cadera con una mano y la girara hacia él.
Sintió su tensión, como si ella todavía no estuviera completamente segura de lo que hacía. Era obvio que abandonar un bar con un desconocido no era un acontecimiento corriente para ella.
—¿Estás segura? —Él bajó su cabeza hasta que sus labios estuvieron a milímetros de las suaves curvas de ella, su olor envolviéndose alrededor de él, el olor de madreselva y un matiz de trébol introduciéndose en sus sentidos.
—Ninguna duda.
Su respiración era ahora agitada, sus labios se separaron cuando Joe permitió que sus manos se movieran por su desnuda cintura y sintieran la carne increíblemente suave bajo ellas.
La tentación de aquellos labios era demasiado para negarla. Él bajó su cabeza mientras las manos de ella revoloteaban contra su pecho, el tacto de ellas atravesando la tela de su camisa mientras él luchaba por refrenarse en su deseo.
Sólo un beso, se prometió mientras rozaba sus labios con los suyos. Era el sheriff; no podía ser pillado besuqueándose en público. Pero un beso seguramente no lo perjudicaría.
O eso pensó. Hasta que los labios de ella se separaron en un pequeño y suave jadeo, y su lengua tocó la de él. El sutil gusto a madreselva era más fuerte aquí, dulce y limpio mientras este cebaba su hambre
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Joe sintió como las manos de ella se subían por su pecho, desplazándose hacia su cuello, después se enterraron en su pelo mientras un suave gemido vibraba contra sus labios. Él la besó con suave avidez, recordándose a cada segundo que esto no podría seguir adelante. Podía besarla. Sólo un aperitivo antes del plato principal.
Cuando sus labios se movieron sobre los de ella, descubrió que su hambre por ella aumentaba, sobrepasando su sentido común y su control. Sus manos se deslizaron por debajo del top, acariciando la carne satinada hasta que se llenaron de los firmes montículos que eran sus pechos. Y ella se arqueó hacia él, su suave grito fue amortiguado por sus labios que lo devoraron sin más.
Su lengua empujaba contra la de ella, entrelazada con ella, la atrajo a sus labios y la chupó en su propia boca mientras ella se arqueaba contra él.
Ella sabía como el sexo caliente y necesitado. Como una tentadora hecha para la lujuria, forjada para la resistencia y el placer. Y si él no era muy, muy cuidadoso iba a terminar por joderla ahí mismo en el aparcamiento.
—Aquí nos estamos metiendo en problemas. —Sus manos se deslizaron de sus pechos a su trasero, agarrando las ajustadas curvas y moviéndola contra él mientras sus labios se arrastraban sobre la mandíbula de ella a su cuello.
Lance pellizcó la fragante piel allí mientras sentía las calientes curvas cubiertas por tela de su sexo montando su muslo. Ella estaba jadeando sin aliento, ruborizada, y un suave rocío de transpiración cubriendo su piel.
—Esto no es natural. —La voz de ella sonaba aturdida, espesa por la necesidad mientras él deslizaba los labios y lengua sobre su cuello, dirigiéndose hacia el valle de sus pechos y la carne suave que sabía que encontraría allí.
Era más suave que cualquier otra mujer que hubiera tocado jamás. Más dulce. Más caliente. Y estaba a un segundo de rasgarle los vaqueros para abrirlos, subirla al asiento y joderla endemoniadamente.
—Estoy seguro de que lo es. —Lance lamió la humedad entre sus pechos, probando la madreselva allí también.
Maldición, estaba desarrollando una inclinación por la madreselva. Si tan sólo el gusto no fuera tan sutil. Entonces podría llenar sus sentidos y saciar su necesidad de él.
Flexionó los dedos en las curvas del trasero de ella mientras le ayudaba a montarlo, juraría que podía sentir el calor húmedo de su sexo abrasándolo a través de sus braguitas y vaqueros.
—Sabes tan dulce como el verano —gruñó él. Los labios de ella estaban en su frente, apretándose contra él con indecisión, provocando que hiciera una pausa en esta desesperación frenética por probar tanto de ella como fuera posible, y devolviéndole una pizca de control.
Sus labios lo tocaron con sentimiento. Él pudo sentirlo en la suave brisa que se envolvía alrededor de ellos, el susurro de confusión y de sueños perdidos en el aire en su oído.
Como si ella nunca hubiera tocado voluntariamente antes.
Cuando sus labios se movieron sobre los de ella, descubrió que su hambre por ella aumentaba, sobrepasando su sentido común y su control. Sus manos se deslizaron por debajo del top, acariciando la carne satinada hasta que se llenaron de los firmes montículos que eran sus pechos. Y ella se arqueó hacia él, su suave grito fue amortiguado por sus labios que lo devoraron sin más.
Su lengua empujaba contra la de ella, entrelazada con ella, la atrajo a sus labios y la chupó en su propia boca mientras ella se arqueaba contra él.
Ella sabía como el sexo caliente y necesitado. Como una tentadora hecha para la lujuria, forjada para la resistencia y el placer. Y si él no era muy, muy cuidadoso iba a terminar por joderla ahí mismo en el aparcamiento.
—Aquí nos estamos metiendo en problemas. —Sus manos se deslizaron de sus pechos a su trasero, agarrando las ajustadas curvas y moviéndola contra él mientras sus labios se arrastraban sobre la mandíbula de ella a su cuello.
Lance pellizcó la fragante piel allí mientras sentía las calientes curvas cubiertas por tela de su sexo montando su muslo. Ella estaba jadeando sin aliento, ruborizada, y un suave rocío de transpiración cubriendo su piel.
—Esto no es natural. —La voz de ella sonaba aturdida, espesa por la necesidad mientras él deslizaba los labios y lengua sobre su cuello, dirigiéndose hacia el valle de sus pechos y la carne suave que sabía que encontraría allí.
Era más suave que cualquier otra mujer que hubiera tocado jamás. Más dulce. Más caliente. Y estaba a un segundo de rasgarle los vaqueros para abrirlos, subirla al asiento y joderla endemoniadamente.
—Estoy seguro de que lo es. —Lance lamió la humedad entre sus pechos, probando la madreselva allí también.
Maldición, estaba desarrollando una inclinación por la madreselva. Si tan sólo el gusto no fuera tan sutil. Entonces podría llenar sus sentidos y saciar su necesidad de él.
Flexionó los dedos en las curvas del trasero de ella mientras le ayudaba a montarlo, juraría que podía sentir el calor húmedo de su sexo abrasándolo a través de sus braguitas y vaqueros.
—Sabes tan dulce como el verano —gruñó él. Los labios de ella estaban en su frente, apretándose contra él con indecisión, provocando que hiciera una pausa en esta desesperación frenética por probar tanto de ella como fuera posible, y devolviéndole una pizca de control.
Sus labios lo tocaron con sentimiento. Él pudo sentirlo en la suave brisa que se envolvía alrededor de ellos, el susurro de confusión y de sueños perdidos en el aire en su oído.
Como si ella nunca hubiera tocado voluntariamente antes.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Capítulo 2
—Shhhh —el suave canturreo de Joe susurró sobre los alterados sentidos de ----- mientras su cabeza se levantaba desde la curva de sus pechos.
Le bajó la camisa, la distracción del toque de las manos de él en sus pechos aliviaba la excitación que amenazaba con abrumarla.
Ella levantó la mirada hacia él, aturdida, mientras sus manos le apartaban el cabello de las acaloradas mejillas, antes de que él colocara un suave beso en sus labios.
—Voy contigo —susurró él.
Moviendo las manos a sus caderas la levantó del asiento antes de recoger su monedero del pavimento para dárselo.
¿Había perdido su única protección cuando él la abrazó? Su bolso contenía un cuchillo y la pequeña pistola que llevaba cuando no podía llevar puestas sus armas. Nunca lo dejaba fuera del alcance de su mano a menos que fuese absolutamente necesario. Y nunca, jamás, lo había dejado caer.
Se estremeció mientras la puerta lateral del conductor se abría y él entraba. Podía olerlo, una mezcla embriagadora de la noche y las estaciones combinándose con su olor.
—¿Lista? —Su voz era oscura, el tono rasposo de un macho primitivo sexualmente excitado y listo para reclamar a una hembra.
Ella levantó la cabeza, inhalando profundamente cuando su mirada se encontró con la de él.
—Estoy lista —susurró.
Estaba mucho más que lista. Su cuerpo estaba gritando por él ahora. Sus sentidos estaban confusos y su mente trastornada. No podía pensar en nada más allá de su toque, atiborrarse de él y saciar el hambre que bramaba en su carne.
Había pasado de una forma de vivir de no preocuparse nunca de ninguna manera si estaba bajo un hombre, a estar de repente desesperada por sentirlo cubriéndola.
Lance arrancó el vehículo y lo sacó del aparcamiento mientras ----- mantenía su entrenada visión periférica en el pequeño espejo del lado de su puerta. No pudo ver ninguna prueba de que estuvieran siendo seguidos, pero su nuca hormigueaba por la sensación.
Lamentablemente su instinto de supervivencia fue aplastado en el momento en que la mano de Lance se movió del cambio de marchas para levantarle la suya del regazo.
—Tus manos son suaves. —Su voz era un poco inestable, su lujuria se elevaba mientras le colocaba la mano en el cambio de marchas, cubriéndola con la suya mientras conducía.
—Gracias. —Ella había aprendido a coquetear menos de un año después de su fuga de los laboratorios. Conocía los juegos de palabras, las agudas réplicas sociales que mantenían a los hombres a distancia. Pero nada de ello le venía ahora a la mente.
Todo lo que sabía era el pulso del latido de su corazón en la rigidez de sus pezones, en el hinchado brote de su clítoris y su hambrienta vagina. Estaba tan mojada que podía sentir sus propios jugos humedeciendo la seda de su tanga y el roce de los pliegues hinchados de su coño ultrasuave contra el vaquero que llevaba puesto.
El pulgar de él acariciaba el suyo, la piel ligeramente encallecida excitando las sensibles terminaciones nerviosas mientras Harmony luchaba por mantener su respiración.
—¿Esta es tu primera vez en Broken Butte? —Su voz era tranquila en los límites del vehículo.
----- se removió en su asiento, tragando con fuerza mientras fruncía el ceño ante el extraño sabor dulce que llenaba su boca. Quería el sabor de él. La rica esencia terrosa del viento y la tierra contra su lengua.
—Sí. —Aspiró profundamente, cerrando sus ojos brevemente en un esfuerzo por mantener su control.
Nunca había estado tan al borde. No se sentía totalmente ella misma, y era condenadamente aterrador. Nunca había estado fuera de control. Procesaba la información rápidamente y sus decisiones eran las que sabía que tenían valor.
Este hambre no tenía ningún valor, no tenía sentido. La completamente ilógica necesidad que la desgarraba estaba lanzando su mente y su cuerpo al caos.
Nunca había dado a su estado como hembra mucha consideración, hasta este momento. Ahora podía sentir la debilitadora excitación, el pulso de la carne derritiéndose entre sus muslos, un hambre por rendirse y ser poseída.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —El pulgar dibujó círculos en el borde de su mano, acariciando y masajeando mientras ella se volvía lentamente hacia él.
Ella sólo necesitaba un poco más. Su respiración era pesada, laboriosa mientras él ponía el intermitente y giraba en la carretera hacia un camino de gravilla. Se extendía delante de ellos, interminable, y el atormentador deseo que llenaba sus sentidos no estaba encontrando alivio.
—No llevo aquí mucho —susurró en respuesta, la mirada centrándose en sus labios—. Bésame otra vez, Joe.
La mueca de él fue tensa y dolorida.
—Si te beso otra vez, no voy a llegar a la casa antes de tenerte debajo de mí.
—No me importa. —Realmente no le importaba. Todo lo que importaba era su beso y su toque.
La mano de él apretó la suya brevemente antes de que él le levantara los dedos y los pusiera de regreso en su regazo.
—Casi estamos en casa. —Su voz era tan forzada y tensa como ella se sentía—. Sólo un minuto o dos, amor.
Él se removió en su asiento, obviamente esperando aliviar la presión de sus vaqueros sobre su erección. Ella podía oler su hambre envolviéndose alrededor de ella.
----- cerró los ojos, luchando por contenerse, por esperar, sólo unos minutos más. Sus aturdidos sentidos estaban reclamando, esta extraña y desconocida excitación tan imperativa que cada centímetro de su piel dolía por su toque.
Y ardía. Se sentía como si estuviera en medio de una fiebre, ruborizada, tan sensible que el aire dentro del Jeep parecía demasiado pesado para respirarlo.
—Dios, el aspecto de tu cara. —Su voz sonó tensa mientras el Jeep aceleraba—. Me estás matando.
Ella abrió los ojos, apoyando la cabeza en el reposacabezas mientras lo miraba con ojos soñolientos.
—¿Qué parezco?
—Hambrienta —susurró él—. Tan excitada y hambrienta que me haces desear verte saciada.
¿Podría ella ser saciada?
—Te quiero ahora —dijo ella suavemente—. Y esto me aterroriza. Un poco —reconoció ella con una irónica sonrisa.
La vida tenía que significar algo para ti para que temieras las consecuencias de tus acciones. Su propia vida nunca le había importado mucho más allá de cumplir sus responsabilidades hacia otros. Hasta ahora.
Ahora vivir significaba placer. Significaba el toque de él, su beso, una aventura de sensaciones que nunca había imaginado que encontraría.
—Ahí está la casa. —Él cabeceó hacia delante cuando los faros encontraron el borroso perfil de un rancho de un solo piso. El desgarbado diseño parecía relajado y cómodo, la luz de pórtico bañaba el frente de la casa con un brillo atractivo y suave.
Joe metió el Jeep hasta pararlo al lado del camino de cemento que conducía al porche. Sacando las llaves del encendido, se giró hacia su invitada y la contempló silenciosamente.
Los ojos verdes pálidos de ella lo miraron fijamente detrás de sus párpados soñolientamente bajados mientras el rubor de sus mejillas y las hinchadas curvas de sus labios certificaban su excitación.
Él mismo estaba agonizando. Su polla parecía una cuña de hierro en sus pantalones, caliente y palpitante ante la necesidad de sepultarse dentro de ella. Su lengua ansiaba probarla. Sólo el sabor de ella podría ser tan adictivo. Estaba atormentado por el recuerdo de eso... la sutil dulzura y la insinuación de calor.
—¿Estás lista?
Ella asintió en respuesta, la expresión sombría mientras él abría su puerta para salir del vehículo. Pero hizo una pausa. Sólo una muestra. Estaban lo bastante cerca de la casa. Seguramente podría mantener el control el suficiente tiempo como para probarla una vez más.
La dejó adelantarse a él por la acera, su mirada bajando a la curva y el balanceo de sus nalgas, las manos le picaron por agarrarlas, apretarlas y sostenerla apretadamente mientras palpitaba dentro de ella.
Hizo una mueca ante la creciente lujuria que atormentaba sus pelotas. Estaban tan apretadas como su polla, torturada y dolorida por liberarse. Había creído que la deseaba antes de aquel beso, pero después de que sus labios tocaran los suyos, el hambre sólo se había incrementado. Estaba creciendo rápidamente incluso ahora.
—Aquí vamos. —Él dejó la mano reposar en su cadera cuando abrió la puerta corredera y sacó las llaves del bolsillo. Gruñó ante el apretón de la tela contra su erección, pero logró sacar el llavero.
Abrió la puerta y entró, explorando el interior rápidamente, sus sentidos recogiendo cada matiz de la casa mientras contemplaba la habitación.
—Tienes una hermosa casa. —Ella entró en el recibidor, la voz baja. La suave luz del techo creaba un delicado halo alrededor de la sedosa masa del pelo rojizo oscuro que caía lustroso sobre su cara.
—Shhhh —el suave canturreo de Joe susurró sobre los alterados sentidos de ----- mientras su cabeza se levantaba desde la curva de sus pechos.
Le bajó la camisa, la distracción del toque de las manos de él en sus pechos aliviaba la excitación que amenazaba con abrumarla.
Ella levantó la mirada hacia él, aturdida, mientras sus manos le apartaban el cabello de las acaloradas mejillas, antes de que él colocara un suave beso en sus labios.
—Voy contigo —susurró él.
Moviendo las manos a sus caderas la levantó del asiento antes de recoger su monedero del pavimento para dárselo.
¿Había perdido su única protección cuando él la abrazó? Su bolso contenía un cuchillo y la pequeña pistola que llevaba cuando no podía llevar puestas sus armas. Nunca lo dejaba fuera del alcance de su mano a menos que fuese absolutamente necesario. Y nunca, jamás, lo había dejado caer.
Se estremeció mientras la puerta lateral del conductor se abría y él entraba. Podía olerlo, una mezcla embriagadora de la noche y las estaciones combinándose con su olor.
—¿Lista? —Su voz era oscura, el tono rasposo de un macho primitivo sexualmente excitado y listo para reclamar a una hembra.
Ella levantó la cabeza, inhalando profundamente cuando su mirada se encontró con la de él.
—Estoy lista —susurró.
Estaba mucho más que lista. Su cuerpo estaba gritando por él ahora. Sus sentidos estaban confusos y su mente trastornada. No podía pensar en nada más allá de su toque, atiborrarse de él y saciar el hambre que bramaba en su carne.
Había pasado de una forma de vivir de no preocuparse nunca de ninguna manera si estaba bajo un hombre, a estar de repente desesperada por sentirlo cubriéndola.
Lance arrancó el vehículo y lo sacó del aparcamiento mientras ----- mantenía su entrenada visión periférica en el pequeño espejo del lado de su puerta. No pudo ver ninguna prueba de que estuvieran siendo seguidos, pero su nuca hormigueaba por la sensación.
Lamentablemente su instinto de supervivencia fue aplastado en el momento en que la mano de Lance se movió del cambio de marchas para levantarle la suya del regazo.
—Tus manos son suaves. —Su voz era un poco inestable, su lujuria se elevaba mientras le colocaba la mano en el cambio de marchas, cubriéndola con la suya mientras conducía.
—Gracias. —Ella había aprendido a coquetear menos de un año después de su fuga de los laboratorios. Conocía los juegos de palabras, las agudas réplicas sociales que mantenían a los hombres a distancia. Pero nada de ello le venía ahora a la mente.
Todo lo que sabía era el pulso del latido de su corazón en la rigidez de sus pezones, en el hinchado brote de su clítoris y su hambrienta vagina. Estaba tan mojada que podía sentir sus propios jugos humedeciendo la seda de su tanga y el roce de los pliegues hinchados de su coño ultrasuave contra el vaquero que llevaba puesto.
El pulgar de él acariciaba el suyo, la piel ligeramente encallecida excitando las sensibles terminaciones nerviosas mientras Harmony luchaba por mantener su respiración.
—¿Esta es tu primera vez en Broken Butte? —Su voz era tranquila en los límites del vehículo.
----- se removió en su asiento, tragando con fuerza mientras fruncía el ceño ante el extraño sabor dulce que llenaba su boca. Quería el sabor de él. La rica esencia terrosa del viento y la tierra contra su lengua.
—Sí. —Aspiró profundamente, cerrando sus ojos brevemente en un esfuerzo por mantener su control.
Nunca había estado tan al borde. No se sentía totalmente ella misma, y era condenadamente aterrador. Nunca había estado fuera de control. Procesaba la información rápidamente y sus decisiones eran las que sabía que tenían valor.
Este hambre no tenía ningún valor, no tenía sentido. La completamente ilógica necesidad que la desgarraba estaba lanzando su mente y su cuerpo al caos.
Nunca había dado a su estado como hembra mucha consideración, hasta este momento. Ahora podía sentir la debilitadora excitación, el pulso de la carne derritiéndose entre sus muslos, un hambre por rendirse y ser poseída.
—¿Llevas mucho tiempo aquí? —El pulgar dibujó círculos en el borde de su mano, acariciando y masajeando mientras ella se volvía lentamente hacia él.
Ella sólo necesitaba un poco más. Su respiración era pesada, laboriosa mientras él ponía el intermitente y giraba en la carretera hacia un camino de gravilla. Se extendía delante de ellos, interminable, y el atormentador deseo que llenaba sus sentidos no estaba encontrando alivio.
—No llevo aquí mucho —susurró en respuesta, la mirada centrándose en sus labios—. Bésame otra vez, Joe.
La mueca de él fue tensa y dolorida.
—Si te beso otra vez, no voy a llegar a la casa antes de tenerte debajo de mí.
—No me importa. —Realmente no le importaba. Todo lo que importaba era su beso y su toque.
La mano de él apretó la suya brevemente antes de que él le levantara los dedos y los pusiera de regreso en su regazo.
—Casi estamos en casa. —Su voz era tan forzada y tensa como ella se sentía—. Sólo un minuto o dos, amor.
Él se removió en su asiento, obviamente esperando aliviar la presión de sus vaqueros sobre su erección. Ella podía oler su hambre envolviéndose alrededor de ella.
----- cerró los ojos, luchando por contenerse, por esperar, sólo unos minutos más. Sus aturdidos sentidos estaban reclamando, esta extraña y desconocida excitación tan imperativa que cada centímetro de su piel dolía por su toque.
Y ardía. Se sentía como si estuviera en medio de una fiebre, ruborizada, tan sensible que el aire dentro del Jeep parecía demasiado pesado para respirarlo.
—Dios, el aspecto de tu cara. —Su voz sonó tensa mientras el Jeep aceleraba—. Me estás matando.
Ella abrió los ojos, apoyando la cabeza en el reposacabezas mientras lo miraba con ojos soñolientos.
—¿Qué parezco?
—Hambrienta —susurró él—. Tan excitada y hambrienta que me haces desear verte saciada.
¿Podría ella ser saciada?
—Te quiero ahora —dijo ella suavemente—. Y esto me aterroriza. Un poco —reconoció ella con una irónica sonrisa.
La vida tenía que significar algo para ti para que temieras las consecuencias de tus acciones. Su propia vida nunca le había importado mucho más allá de cumplir sus responsabilidades hacia otros. Hasta ahora.
Ahora vivir significaba placer. Significaba el toque de él, su beso, una aventura de sensaciones que nunca había imaginado que encontraría.
—Ahí está la casa. —Él cabeceó hacia delante cuando los faros encontraron el borroso perfil de un rancho de un solo piso. El desgarbado diseño parecía relajado y cómodo, la luz de pórtico bañaba el frente de la casa con un brillo atractivo y suave.
Joe metió el Jeep hasta pararlo al lado del camino de cemento que conducía al porche. Sacando las llaves del encendido, se giró hacia su invitada y la contempló silenciosamente.
Los ojos verdes pálidos de ella lo miraron fijamente detrás de sus párpados soñolientamente bajados mientras el rubor de sus mejillas y las hinchadas curvas de sus labios certificaban su excitación.
Él mismo estaba agonizando. Su polla parecía una cuña de hierro en sus pantalones, caliente y palpitante ante la necesidad de sepultarse dentro de ella. Su lengua ansiaba probarla. Sólo el sabor de ella podría ser tan adictivo. Estaba atormentado por el recuerdo de eso... la sutil dulzura y la insinuación de calor.
—¿Estás lista?
Ella asintió en respuesta, la expresión sombría mientras él abría su puerta para salir del vehículo. Pero hizo una pausa. Sólo una muestra. Estaban lo bastante cerca de la casa. Seguramente podría mantener el control el suficiente tiempo como para probarla una vez más.
La dejó adelantarse a él por la acera, su mirada bajando a la curva y el balanceo de sus nalgas, las manos le picaron por agarrarlas, apretarlas y sostenerla apretadamente mientras palpitaba dentro de ella.
Hizo una mueca ante la creciente lujuria que atormentaba sus pelotas. Estaban tan apretadas como su polla, torturada y dolorida por liberarse. Había creído que la deseaba antes de aquel beso, pero después de que sus labios tocaran los suyos, el hambre sólo se había incrementado. Estaba creciendo rápidamente incluso ahora.
—Aquí vamos. —Él dejó la mano reposar en su cadera cuando abrió la puerta corredera y sacó las llaves del bolsillo. Gruñó ante el apretón de la tela contra su erección, pero logró sacar el llavero.
Abrió la puerta y entró, explorando el interior rápidamente, sus sentidos recogiendo cada matiz de la casa mientras contemplaba la habitación.
—Tienes una hermosa casa. —Ella entró en el recibidor, la voz baja. La suave luz del techo creaba un delicado halo alrededor de la sedosa masa del pelo rojizo oscuro que caía lustroso sobre su cara.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
—¿Hambrienta?
Ella sacudió la cabeza negando y él sintió que sus músculos se tensaban más. De ser posible, su polla se puso más dura.
—¿Bebida?
—No, gracias. —Los brazos le colgaban a los lados como si estuviesen relajados, pero él podía sentir la tensión que la llenaba.
Alargando la mano invitadoramente, él miró mientras ella extendía la suya hacia él sin vacilar. Sus delgados dedos se curvaron en los suyos, calientes. Aceptando. Complacientes.
Él no pudo menos que sonreírle, amando esa pequeña luz de perpleja curiosidad que llenaba su mirada cada vez que él lo hacía. Como si nadie le hubiera sonreído antes.
—¿Dormitorio? —preguntó él entonces.
Ella inclinó su cabeza, mirándolo fijamente mientras respiraba despacio y profundamente. Él miró el rubor hacerse más profundo en sus mejillas, vio el interés que oscureció sus ojos.
Su lengua se asomó, deslizándose sobre sus labios en el primer signo verdadero de nervios que había visto en ella.
—El dormitorio. —Su voz era ronca, vibrando con el deseo.
Cuando él entró en el dormitorio, las luces automáticas disminuyeron, una iluminación baja y tenue que sombreaba el cuarto y mantenía la atmósfera íntima que él disfrutaba.
Cerró la puerta detrás de ellos, volviéndose hacia ella no dándole ningún tiempo para verbalizar lo que fuera que ella iba a decir. No quería objeciones, no podría soportar oír su vacilación. La quería suave y dulce contra él otra vez, con su lengua lamiendo sobre la suya como un gatito, el sabor de ella, aquel sabor a madreselva salvaje y trébol abrumando sus sentidos como lo habían hecho antes.
Posó los labios contra los de ella mientras luchaba por contener su lujuria. Sus manos la atrajeron, encajando sus delgadas curvas en su cuerpo más alto, sus brazos se cruzaron en la espalda de ella mientras bebía a sorbos de sus labios, profundamente, embriagadores besos que sólo sirvieron para inflamar más la necesidad.
Era delgada bajo sus manos, más pequeña y delicada de lo que parecía. Pero podía sentir la fuerza en ella.
Pequeñas uñas agudas pincharon a través de su camisa mientras sus dedos se apretaban contra él. Un áspero gemido salió de él mientras los muslos de ella se movían contra los suyos, los firmes planos de su abdomen amortiguaban la furiosa longitud de su polla. Inclinando los labios sobre los suyos, él introdujo la lengua en su boca, buscando esa suave humedad suya y el elixir de pasión que parecía llenar la boca de ella.
Maldición, ella sabía bien. La lengua entrelazada con la suya, derramando dulce miel en sus sentidos, el sabor quemando a través de su mente como un afrodisíaco.
—Ven aquí. —Sus manos acunaron el trasero de ella. Totalmente curvado y firme... sus dedos apretados en él mientras la levantaba contra él, gimiendo mientras las piernas de ella se curvaban alrededor de sus caderas y con la suave almohadilla de su sexo amortiguando su erección.
—Pareces fuego. —Él pellizcó sus labios mientras la llevaba a la cama, poniéndola bajo él—. Tan dulce y caliente que podría volverme loco por ti.
Estaba volviéndose loco por ella. Sus dedos fueron a la camisa de ella, agarrándola con torpeza, mientras se la sacaba por la cabeza, revelando el encaje de su sujetador y sus pesados pechos, antes de apartarla a un lado.
Ninguna mujer lo había afectado jamás como esta, lo había hecho quemarse, había hecho que cada célula de su cuerpo doliese y latiese por su toque y por su sabor. Era tan condenadamente femenina, tan suave y caliente, y sin embargo firme y resistente, que tuvo que apretar sus dientes para no aullar por su necesidad de ella.
Y ella lo miró, las manos cayendo a los lados, el verde mar de sus ojos ardiendo con pasión y confusión.
Le quitó los zapatos, los funcionales calcetines blancos. Sus pies eran delgados, delicados, el arco alto y las pequeñas uñas pintadas de los dedos de los pies tan dulces que él hizo una mueca ante la vista.
No había nada como una mujer... suavemente perfumada, ligeramente maquillada, con todos sus trucos de maquillaje y confiada ingeniosidad para volver a un hombre del revés. Ellos eran débiles, sin embargo la más firme fuerza en la faz de la tierra. Y esta mujer se haría rápidamente su mundo. Lo sentía. Lo sabía con cada fibra de su ser.
Ella llevaba puesto sólo el maquillaje indispensable, lo suficiente para realzar en vez de cubrir, pero fue el tono escarlata de aquellas pequeñas uñas de los dedos del pie lo que lo empujaron sobre el borde. Ella mimaba aquellos pies. Los cuidaba. Eran suaves como la seda, perfectamente recortados y pedicurados, y brillaban de belleza.
Él levantó uno, mirándola mientras colocaba el arco contra su áspera mejilla, sintiendo el toque de seda mientras los dedos del pie de ella se curvaban y la sorpresa iluminaba sus ojos.
Ella sacudió la cabeza negando y él sintió que sus músculos se tensaban más. De ser posible, su polla se puso más dura.
—¿Bebida?
—No, gracias. —Los brazos le colgaban a los lados como si estuviesen relajados, pero él podía sentir la tensión que la llenaba.
Alargando la mano invitadoramente, él miró mientras ella extendía la suya hacia él sin vacilar. Sus delgados dedos se curvaron en los suyos, calientes. Aceptando. Complacientes.
Él no pudo menos que sonreírle, amando esa pequeña luz de perpleja curiosidad que llenaba su mirada cada vez que él lo hacía. Como si nadie le hubiera sonreído antes.
—¿Dormitorio? —preguntó él entonces.
Ella inclinó su cabeza, mirándolo fijamente mientras respiraba despacio y profundamente. Él miró el rubor hacerse más profundo en sus mejillas, vio el interés que oscureció sus ojos.
Su lengua se asomó, deslizándose sobre sus labios en el primer signo verdadero de nervios que había visto en ella.
—El dormitorio. —Su voz era ronca, vibrando con el deseo.
Cuando él entró en el dormitorio, las luces automáticas disminuyeron, una iluminación baja y tenue que sombreaba el cuarto y mantenía la atmósfera íntima que él disfrutaba.
Cerró la puerta detrás de ellos, volviéndose hacia ella no dándole ningún tiempo para verbalizar lo que fuera que ella iba a decir. No quería objeciones, no podría soportar oír su vacilación. La quería suave y dulce contra él otra vez, con su lengua lamiendo sobre la suya como un gatito, el sabor de ella, aquel sabor a madreselva salvaje y trébol abrumando sus sentidos como lo habían hecho antes.
Posó los labios contra los de ella mientras luchaba por contener su lujuria. Sus manos la atrajeron, encajando sus delgadas curvas en su cuerpo más alto, sus brazos se cruzaron en la espalda de ella mientras bebía a sorbos de sus labios, profundamente, embriagadores besos que sólo sirvieron para inflamar más la necesidad.
Era delgada bajo sus manos, más pequeña y delicada de lo que parecía. Pero podía sentir la fuerza en ella.
Pequeñas uñas agudas pincharon a través de su camisa mientras sus dedos se apretaban contra él. Un áspero gemido salió de él mientras los muslos de ella se movían contra los suyos, los firmes planos de su abdomen amortiguaban la furiosa longitud de su polla. Inclinando los labios sobre los suyos, él introdujo la lengua en su boca, buscando esa suave humedad suya y el elixir de pasión que parecía llenar la boca de ella.
Maldición, ella sabía bien. La lengua entrelazada con la suya, derramando dulce miel en sus sentidos, el sabor quemando a través de su mente como un afrodisíaco.
—Ven aquí. —Sus manos acunaron el trasero de ella. Totalmente curvado y firme... sus dedos apretados en él mientras la levantaba contra él, gimiendo mientras las piernas de ella se curvaban alrededor de sus caderas y con la suave almohadilla de su sexo amortiguando su erección.
—Pareces fuego. —Él pellizcó sus labios mientras la llevaba a la cama, poniéndola bajo él—. Tan dulce y caliente que podría volverme loco por ti.
Estaba volviéndose loco por ella. Sus dedos fueron a la camisa de ella, agarrándola con torpeza, mientras se la sacaba por la cabeza, revelando el encaje de su sujetador y sus pesados pechos, antes de apartarla a un lado.
Ninguna mujer lo había afectado jamás como esta, lo había hecho quemarse, había hecho que cada célula de su cuerpo doliese y latiese por su toque y por su sabor. Era tan condenadamente femenina, tan suave y caliente, y sin embargo firme y resistente, que tuvo que apretar sus dientes para no aullar por su necesidad de ella.
Y ella lo miró, las manos cayendo a los lados, el verde mar de sus ojos ardiendo con pasión y confusión.
Le quitó los zapatos, los funcionales calcetines blancos. Sus pies eran delgados, delicados, el arco alto y las pequeñas uñas pintadas de los dedos de los pies tan dulces que él hizo una mueca ante la vista.
No había nada como una mujer... suavemente perfumada, ligeramente maquillada, con todos sus trucos de maquillaje y confiada ingeniosidad para volver a un hombre del revés. Ellos eran débiles, sin embargo la más firme fuerza en la faz de la tierra. Y esta mujer se haría rápidamente su mundo. Lo sentía. Lo sabía con cada fibra de su ser.
Ella llevaba puesto sólo el maquillaje indispensable, lo suficiente para realzar en vez de cubrir, pero fue el tono escarlata de aquellas pequeñas uñas de los dedos del pie lo que lo empujaron sobre el borde. Ella mimaba aquellos pies. Los cuidaba. Eran suaves como la seda, perfectamente recortados y pedicurados, y brillaban de belleza.
Él levantó uno, mirándola mientras colocaba el arco contra su áspera mejilla, sintiendo el toque de seda mientras los dedos del pie de ella se curvaban y la sorpresa iluminaba sus ojos.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Giró la cabeza, bajándola, luego pellizcando en la curva del dedo gordo de su pie antes de lamerlo con suma suavidad.
Los ojos de ella llamearon, asombrados y algo parecido al temor los llenó.
—Tienes unos pies bonitos. —Lo masajeó durante un momento antes de liberarla.
Ella tragó, abrió los labios para hablar, luego se mordió la curva inferior mientras los dedos de él se movían a sus vaqueros. El botón y la cremallera se liberaron rápidamente. Sus caderas se levantaron cuando él le bajó la tela sobre ellas, deslizándola hacia abajo por sus muslos, sus dedos tocando la suave piel de satén mientras el tejido dejaba libres sus piernas.
Ella se alzó hacia él entonces, las manos sacudiéndose y un pequeño, casi imperceptible gemido en sus labios.
—Aún no —él empujó sus manos hacia atrás en la cama—. Espera, nena. Déjame tocarte. Si pones esas pequeñas y calientes manos en mi primero, voy a perder el control y joderte hasta que ninguno de nosotros tenga fuerza para preocuparse de caricias. Sólo permanece ahí. Sólo durante un poco.
—Necesito tocarte. —Las palabras salieron desgarradas de ella, aunque hizo lo que él le pedía, los dedos cerrándose en puños mientras los ponía en su cabeza.
—Y necesito que me toques —confesó él, luchando para limpiar la neblina de lujuria en su mente—. Sólo que no todavía.
Se echó hacia atrás, sus ojos repasaron el aspecto de ella. El frágil encaje de su sujetador que no hacía nada por esconder sus tensos pezones. El plano y bronceado abdomen y la delicada seda blanca de su tanga, el tejido estaba lo bastante húmedo como para perfilar las suaves curvas de su sexo.
Respiró. Una áspera exhalación ante el conocimiento de que bajo la frágil seda se extendía la piel desnuda. Sus dulces jugos habían mojado la tela solo lo bastante como para ver que ningún rizo femenino estropeaba las deliciosas curvas.
—¿Te afeitas? —Él tiró lejos sus botas, incapaz de apartar la mirada de la húmeda seda.
—No. Cera. —Ella pareció incómoda.
Él alzó la vista, dirigiéndole una sonrisa de aprobación cuando la última bota cayó al suelo. Se quitó la camisa por su cabeza, sin molestarse por los botones, luego se arrancó el cinturón antes de abrir los corchetes de los vaqueros. La polla estaba matándolo. Estaba más duro y caliente de lo que podía recordar haber estado alguna vez en su vida.
—Voy a comerme ese bonito coño —susurró mientras se quitaba los vaqueros y la ropa interior en un económico movimiento—. Voy a separar tus piernas y atiborrarme de ti. Apuesto a que ese gusto de madreselva está allí también. Me gustan la madreselva, -----. Realmente me gusta.
Envolvió los dedos alrededor de su erección, los ojos volviendo a los de ella, una tensa sonrisa curvando sus labios ante el erótico rubor que cubría la cara y cuello de ella. Los labios de ella estaban separados, brillantes por la humedad de su lengua. Sus ojos estaban muy abiertos, las pupilas dilatadas y llenas de estupefacta hambre.
Él mismo debería de estar impresionado. Nunca había estado tan condenadamente caliente, tan endurecido por una mujer en toda su vida. Alcanzó la mesilla, sacando un condón del cajón y desgarrando rápidamente la envoltura. Si no lo hacía ahora, no tendría bastante sentido para hacerlo más tarde.
Él le tendió la mano entonces, el círculo de látex agarrado ligeramente entre los dedos.
Él no podía obligarse a pronunciar las palabras. Si hablaba, iba a asustarlos a muerte a ambos con el gruñido animal de su garganta.
Ella miró el condón.
—Estoy protegida. Y estoy limpia —dijo ella.
El miembro se sacudió ante el sonido suave de su voz, el conocimiento que podría hundirse en ella, desnudo y sentirla tocándolo y abrigándose a su alrededor.
Él sacudió la cabeza.
—Nadie puede estar seguro, nena. Vamos. Tócame ahora.
La diversión parpadeó en su mirada, algún oculto conocimiento que él esperaba poder acordarse de profundizar más. Entonces ella estaba levantándose, sentándose ante él, su cara se niveló con la forzada longitud de su pene.
Ella tomó el condón de sus dedos, pero cuando la mano de él cayó en su hombro, no fue con aquello con lo que ella cubrió la cabeza de su erección. Su lengua era abrasadora por el calor, como terciopelo áspero, golpeando sobre la cresta protuberante.
—-----... —La mano de él se movió a su pelo—. Nena. Esto podría no ser una buena idea. —Su autocontrol estaba estirado al límite.
—Hmm —ella tarareó alrededor de la sensible carne mientras sus labios se abrían y su boca se hundía sobre él, extrayendo un gemido estrangulado de la garganta de él mientras sus dedos se apretaban en el pelo de ella.
Su lengua era un latigazo de placer tan erótico, tan hambriento que él estaba esforzándose por contenerse, por evitar perder el control y su semen entre aquellos acogedores labios.
Pero no podía evitar moverse contra ella, mirar su dura carne deslizarse por los labios de ella antes de retroceder, hundiéndose dentro de ella hasta que supo que no podía ir más lejos. Y aún así ella levantó la mirada hacia él, los ojos enloquecidos por la lujuria y el cuerpo estremeciéndose por ella. Los temblores le sacudían los dedos mientras estos se movían sobre el eje de su pene, la otra mano acunando las apretadas pelotas, los dedos pasando a través del vello que crecía allí.
Y todo lo que él podía hacer era mirar. Mirar y empujar dentro de su boca, lento y fácil, los dientes apretados tensos mientras luchaba por contener la liberación que chisporroteaba en la base de su columna.
—Basta. —Él se retiró, los dedos le sostuvieron la cabeza mientras ella luchaba por seguirlo, los labios brillantes, hinchados por la posesión de ellos.
—Quiero más —susurró ella mientras él desenroscaba sus dedos de la carne palpitante—. Déjame tocarte, Joe. Sólo esta vez.
—Pronto. Todavía no, nena.
La empujó de espaldas en la cama, la siguió, y cuando sus labios cubrieron los de ella, el gusto dulce en ella llenó sus sentidos otra vez y él se olvidó del control.
Los dedos de él se hundieron en su pelo, sosteniéndole la cabeza inmóvil mientras él dejaba que sus labios la devoraran. Él le atormentó la lengua, la succionó, tirones lentos y suaves que parecieron intensificar el gusto que ansiaba.
Estaba muriéndose por ella, suplicándole. Se estaba volviendo adicto.
Los ojos de ella llamearon, asombrados y algo parecido al temor los llenó.
—Tienes unos pies bonitos. —Lo masajeó durante un momento antes de liberarla.
Ella tragó, abrió los labios para hablar, luego se mordió la curva inferior mientras los dedos de él se movían a sus vaqueros. El botón y la cremallera se liberaron rápidamente. Sus caderas se levantaron cuando él le bajó la tela sobre ellas, deslizándola hacia abajo por sus muslos, sus dedos tocando la suave piel de satén mientras el tejido dejaba libres sus piernas.
Ella se alzó hacia él entonces, las manos sacudiéndose y un pequeño, casi imperceptible gemido en sus labios.
—Aún no —él empujó sus manos hacia atrás en la cama—. Espera, nena. Déjame tocarte. Si pones esas pequeñas y calientes manos en mi primero, voy a perder el control y joderte hasta que ninguno de nosotros tenga fuerza para preocuparse de caricias. Sólo permanece ahí. Sólo durante un poco.
—Necesito tocarte. —Las palabras salieron desgarradas de ella, aunque hizo lo que él le pedía, los dedos cerrándose en puños mientras los ponía en su cabeza.
—Y necesito que me toques —confesó él, luchando para limpiar la neblina de lujuria en su mente—. Sólo que no todavía.
Se echó hacia atrás, sus ojos repasaron el aspecto de ella. El frágil encaje de su sujetador que no hacía nada por esconder sus tensos pezones. El plano y bronceado abdomen y la delicada seda blanca de su tanga, el tejido estaba lo bastante húmedo como para perfilar las suaves curvas de su sexo.
Respiró. Una áspera exhalación ante el conocimiento de que bajo la frágil seda se extendía la piel desnuda. Sus dulces jugos habían mojado la tela solo lo bastante como para ver que ningún rizo femenino estropeaba las deliciosas curvas.
—¿Te afeitas? —Él tiró lejos sus botas, incapaz de apartar la mirada de la húmeda seda.
—No. Cera. —Ella pareció incómoda.
Él alzó la vista, dirigiéndole una sonrisa de aprobación cuando la última bota cayó al suelo. Se quitó la camisa por su cabeza, sin molestarse por los botones, luego se arrancó el cinturón antes de abrir los corchetes de los vaqueros. La polla estaba matándolo. Estaba más duro y caliente de lo que podía recordar haber estado alguna vez en su vida.
—Voy a comerme ese bonito coño —susurró mientras se quitaba los vaqueros y la ropa interior en un económico movimiento—. Voy a separar tus piernas y atiborrarme de ti. Apuesto a que ese gusto de madreselva está allí también. Me gustan la madreselva, -----. Realmente me gusta.
Envolvió los dedos alrededor de su erección, los ojos volviendo a los de ella, una tensa sonrisa curvando sus labios ante el erótico rubor que cubría la cara y cuello de ella. Los labios de ella estaban separados, brillantes por la humedad de su lengua. Sus ojos estaban muy abiertos, las pupilas dilatadas y llenas de estupefacta hambre.
Él mismo debería de estar impresionado. Nunca había estado tan condenadamente caliente, tan endurecido por una mujer en toda su vida. Alcanzó la mesilla, sacando un condón del cajón y desgarrando rápidamente la envoltura. Si no lo hacía ahora, no tendría bastante sentido para hacerlo más tarde.
Él le tendió la mano entonces, el círculo de látex agarrado ligeramente entre los dedos.
Él no podía obligarse a pronunciar las palabras. Si hablaba, iba a asustarlos a muerte a ambos con el gruñido animal de su garganta.
Ella miró el condón.
—Estoy protegida. Y estoy limpia —dijo ella.
El miembro se sacudió ante el sonido suave de su voz, el conocimiento que podría hundirse en ella, desnudo y sentirla tocándolo y abrigándose a su alrededor.
Él sacudió la cabeza.
—Nadie puede estar seguro, nena. Vamos. Tócame ahora.
La diversión parpadeó en su mirada, algún oculto conocimiento que él esperaba poder acordarse de profundizar más. Entonces ella estaba levantándose, sentándose ante él, su cara se niveló con la forzada longitud de su pene.
Ella tomó el condón de sus dedos, pero cuando la mano de él cayó en su hombro, no fue con aquello con lo que ella cubrió la cabeza de su erección. Su lengua era abrasadora por el calor, como terciopelo áspero, golpeando sobre la cresta protuberante.
—-----... —La mano de él se movió a su pelo—. Nena. Esto podría no ser una buena idea. —Su autocontrol estaba estirado al límite.
—Hmm —ella tarareó alrededor de la sensible carne mientras sus labios se abrían y su boca se hundía sobre él, extrayendo un gemido estrangulado de la garganta de él mientras sus dedos se apretaban en el pelo de ella.
Su lengua era un latigazo de placer tan erótico, tan hambriento que él estaba esforzándose por contenerse, por evitar perder el control y su semen entre aquellos acogedores labios.
Pero no podía evitar moverse contra ella, mirar su dura carne deslizarse por los labios de ella antes de retroceder, hundiéndose dentro de ella hasta que supo que no podía ir más lejos. Y aún así ella levantó la mirada hacia él, los ojos enloquecidos por la lujuria y el cuerpo estremeciéndose por ella. Los temblores le sacudían los dedos mientras estos se movían sobre el eje de su pene, la otra mano acunando las apretadas pelotas, los dedos pasando a través del vello que crecía allí.
Y todo lo que él podía hacer era mirar. Mirar y empujar dentro de su boca, lento y fácil, los dientes apretados tensos mientras luchaba por contener la liberación que chisporroteaba en la base de su columna.
—Basta. —Él se retiró, los dedos le sostuvieron la cabeza mientras ella luchaba por seguirlo, los labios brillantes, hinchados por la posesión de ellos.
—Quiero más —susurró ella mientras él desenroscaba sus dedos de la carne palpitante—. Déjame tocarte, Joe. Sólo esta vez.
—Pronto. Todavía no, nena.
La empujó de espaldas en la cama, la siguió, y cuando sus labios cubrieron los de ella, el gusto dulce en ella llenó sus sentidos otra vez y él se olvidó del control.
Los dedos de él se hundieron en su pelo, sosteniéndole la cabeza inmóvil mientras él dejaba que sus labios la devoraran. Él le atormentó la lengua, la succionó, tirones lentos y suaves que parecieron intensificar el gusto que ansiaba.
Estaba muriéndose por ella, suplicándole. Se estaba volviendo adicto.
Ory
La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
----- luchó. Era una batalla perdida, pero de todas formas luchó por mantener el suficiente control como para estar alerta, estar en guardia. Algo no estaba bien aquí, no completamente normal. Desde el momento en que ella había atrapado su visión esta noche, había sabido que su fascinación por él era demasiado fuerte. Demasiado intensa.
Pero esto, esta lujuria, era una locura. Desgarraba su matriz, se hundía en su coño y hacía que sus jugos se derramasen de su temblorosa vagina. Le hizo agarrarlo, los labios abriéndose bajo los suyos cuando él le quitó el sujetador, dejando sólo el tanga. Y esto sólo durante el largo tiempo que le llevó a sus manos ir a las caderas de ella y arrancarlo.
—Joder, estás caliente —Él gimió cuando ella gritó. Los dedos de él estaban deslizándose por la mojada hendidura entre sus muslos, el pulgar rozaba sobre su clítoris, rodeándolo con resultados devastadores mientras los labios se movían hacia abajo por su cuello, dirigiéndose hacia las curvas de sus pechos.
El placer era agonizante. ----- nunca había conocido sensaciones tan extremas, tan brutales que no pudiera enfocar sus sentidos en otra parte al mismo tiempo. Ella nunca había conocido nada excepto el terror que pudiese pillar desprevenidos cuerpo, corazón y alma de un solo golpe. Hasta ahora.
Las manos de Joe la tocaron, la acariciaron, extendiendo el ardor, creando una tormenta de fuego de éxtasis que quemó cualquier otro pensamiento y cualquier otro instinto.
La necesidad de aparearse se hizo imperativa. Sentir su cuerpo moviéndose sobre ella, dentro de ella, tomándola y poseyéndola...
—¡Jódeme! —apenas contuvo el gruñido mientras los labios y lengua de él se movían a un pezón dolorosamente erguido y altamente sensible.
Él se rió entre dientes, un sonido oscuro de satisfacción mientras su dedo se movía de los contornos húmedos de su sexo para agarrar su cadera, sosteniéndola en el lugar mientras ella se arqueaba contra él.
—Pronto —susurró él—. Tranquila nena. Vamos a ver lo caliente que puede hacerse.
Ella no podía imaginarse más caliente. No podía imaginar sobrevivir si su cuerpo llegaba a ser un soplo más sensible.
—No puede hacerse más caliente —jadeó ella, no reconociéndose ya a sí misma o a su propio cuerpo mientras los dientes de él arañaban su pezón, extrayendo un desigual grito de su garganta. Si se hiciera más caliente, no había modo de que pudiera sobrevivir. Ningún modo en que pudiese alejarse de él sin ser afectada.
—Por supuesto que puede —canturreó él, su voz era ronca y áspera. Le dio a su pezón un suave pellizco.
Lo miró fijamente, viendo al sexual y sensual animal inclinándose sobre ella, y quiso gritar por la injusticia de ello.
Una noche. Sólo una noche.
Sus manos estaban enredadas en el pelo de él, y ella no podía recordar moverlas desde la cama. Pero sintió los gruesos cabellos entre los dedos y el calor calentando las sensibles almohadillas.
—Te necesito ahora —ella estaba sacudiéndose, temblando con aquella necesidad, pero no podía controlar el impulso de tocarlo. Una mano cayó de su pelo a su cara, los dedos se movieron sobre los duros planos y ángulos, deslizándose tentativamente sobre sus labios.
Él le pellizcó el pulgar, lo agarró entre sus dientes rectos y blancos mientras su lengua golpeaba sobre él con el hambriento calor.
—Podríamos jugar más tarde —susurró jadeantemente, ardiendo, sintiendo la longitud gruesa de su pene en su muslo mientras su sexo lloraba de necesidad por él.
—Jugaremos más tarde también. —Sus dedos se abrigaron alrededor de la muñeca de ella, bajándola a su hombro mientras su cabeza bajaba, su lengua se arrastraba hacia abajo por el medio de su estómago en un rápido curso a la atormentada carne entre sus muslos.
Él le echó un vistazo con cada beso a su estremecido vientre, los ojos centelleando con calor, risa y hambre. Un salvaje y vibrante hambre resonó y aumentó dentro de ella hasta que pudo sentir las llamas alcanzándola.
—Joe... —El sonido de su propio grito la impresionó... ronco, ribeteado por la desesperación cuando su cabeza se acercó a las empapadas curvas de su sexo—. No puedo soportarlo... por favor...
Ella estaba al borde de un precipicio que la aterrorizaba. Nunca había volado tan alto, nunca había conocido tal placer. Recuperar el control, por destrozado que estuviera, se hacía imperativo.
—Sólo un poquito más, nena. Sólo quiero una pequeña muestra. Eso es todo... Sólo tiéndete y déjalo sentir bien. Prometo hacerte sentirte bien. —Su diabólica sonrisa fue seguida de un soplo de aire sobre el violentamente sensible e hinchado clítoris.
La oscuridad la cubrió entonces. Los ojos cerrados, la fuerza drenada hasta que no pudo hacer nada más que responder. Se arqueó hacia él, un aturdido grito abandonó su garganta mientras la lengua de él se introducía para torturarla y atormentar su tembloroso coño.
—Buena chica. —Gruñó él mientras sus muslos caían más separados—. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser, nena.
¿Bueno? Esto era más que bueno. Era una tortura.
Su lengua era un ardiente latigazo de placer, trazando su camino despacio por la estrecha hendidura mientras sus dedos separaban los labios llenos.
—Tan dulce y desnudo. —Gruñó él—. Adoro tu desnudo coño, -----. Amo sentir toda su sedosa piel, mojada, caliente y tensándose para mí.
Ella se tensó más fuerte. La lengua de él lamió cada pliegue, cosquilleado alrededor de su clítoris, deslizándose hacia abajo, bordeando, rodeando la temblorosa apertura de su vagina y luego comenzando otra vez.
Jadeando y luchando por respirar, ----- sintió sus manos agarrar el pelo de él, las uñas hundirse en su cuero cabelludo mientras luchaba por mantenerlo quieto, por encontrar la liberación que se cernía justo fuera de alcance.
Su lengua era diabólica e imperiosa. Buscaba, exigía, y extraía de ella un placer que excedía cualquiera del que ella hubiese escuchado, menos aún conocido. Envió relámpagos estrellándose por su sistema. Gigantescas olas de sensación golpearon a través de su mente, haciéndola sacudirse, estremecerse y resonar sus gritos alrededor de ella cuando perdió el control.
Cuando los labios de él se movieron hacia atrás a su clítoris, un duro dedo masculino probó la entrada a su sexo, se introdujo, tocó y acarició, enviando espasmos que corrieron por el mismo corazón de su matriz.
—Joe... —Su grito fue estrangulado—. Por Dios. Por favor...
Otro dedo se unió al primero. Los labios cubrieron el brote hinchado de su clítoris, atrayéndolo a su boca, la lengua vibró sobre él como llamas de lujuria mientras ella se sentía volar más alto. Más alto.
La sensación rompió a través de ella. Se desgarró por su sistema nervioso, despedazó su alma. El orgasmo golpeó, tensó su cuerpo, y la envió corriendo hacia un calor y brillantez tan extremos, tan intensos que se perdió dentro.
El duro gruñido de Joe llenó su cabeza cuando se movió para cubrirla, los muslos separando los suyos, la roma y gruesa cabeza de su pene separando los pliegues de su sexo.
—Mírame.
¿Mirarlo? Ella tuvo problemas para abrir los ojos, encontrar sentido a los violentos temblores que se extendían por ella. Lo que vio no hizo nada para restaurar su control o equilibrio. Sus ojos eran tan azules, un profundo e imposiblemente brillante azul, sus rasgos tensos, salvajemente, los labios hinchados mientras él apartaba la vista de ella y ponía un condón en su mano.
—Ahora. —Él se sacudió derecho, el grueso y pulsante tallo de su pene angulándose lejos de su cuerpo, apuntando hacia ella, palpitando con la misma hambre furiosa y desesperada que se levantaba por su coño.
Los ojos de ella se movieron despacio, de mala gana a su palma y al condón que él había colocado allí.
—Ponlo.
Ella parpadeó ante el sonido gutural de su voz.
—No necesitas...
—¡Ahora! —Sus manos le sujetaron los muslos, sus ojos llameando en ella.
Ella tragó fuertemente, sus dedos sacudiéndose, temblando mientras ella se movía para hacer lo que él le había pedido tan rápidamente como le era posible. Ella lo necesitaba; su sexo ardía y dolía. Su lengua palpitaba. Cada una de sus células ardía en demanda.
Pero esto, esta lujuria, era una locura. Desgarraba su matriz, se hundía en su coño y hacía que sus jugos se derramasen de su temblorosa vagina. Le hizo agarrarlo, los labios abriéndose bajo los suyos cuando él le quitó el sujetador, dejando sólo el tanga. Y esto sólo durante el largo tiempo que le llevó a sus manos ir a las caderas de ella y arrancarlo.
—Joder, estás caliente —Él gimió cuando ella gritó. Los dedos de él estaban deslizándose por la mojada hendidura entre sus muslos, el pulgar rozaba sobre su clítoris, rodeándolo con resultados devastadores mientras los labios se movían hacia abajo por su cuello, dirigiéndose hacia las curvas de sus pechos.
El placer era agonizante. ----- nunca había conocido sensaciones tan extremas, tan brutales que no pudiera enfocar sus sentidos en otra parte al mismo tiempo. Ella nunca había conocido nada excepto el terror que pudiese pillar desprevenidos cuerpo, corazón y alma de un solo golpe. Hasta ahora.
Las manos de Joe la tocaron, la acariciaron, extendiendo el ardor, creando una tormenta de fuego de éxtasis que quemó cualquier otro pensamiento y cualquier otro instinto.
La necesidad de aparearse se hizo imperativa. Sentir su cuerpo moviéndose sobre ella, dentro de ella, tomándola y poseyéndola...
—¡Jódeme! —apenas contuvo el gruñido mientras los labios y lengua de él se movían a un pezón dolorosamente erguido y altamente sensible.
Él se rió entre dientes, un sonido oscuro de satisfacción mientras su dedo se movía de los contornos húmedos de su sexo para agarrar su cadera, sosteniéndola en el lugar mientras ella se arqueaba contra él.
—Pronto —susurró él—. Tranquila nena. Vamos a ver lo caliente que puede hacerse.
Ella no podía imaginarse más caliente. No podía imaginar sobrevivir si su cuerpo llegaba a ser un soplo más sensible.
—No puede hacerse más caliente —jadeó ella, no reconociéndose ya a sí misma o a su propio cuerpo mientras los dientes de él arañaban su pezón, extrayendo un desigual grito de su garganta. Si se hiciera más caliente, no había modo de que pudiera sobrevivir. Ningún modo en que pudiese alejarse de él sin ser afectada.
—Por supuesto que puede —canturreó él, su voz era ronca y áspera. Le dio a su pezón un suave pellizco.
Lo miró fijamente, viendo al sexual y sensual animal inclinándose sobre ella, y quiso gritar por la injusticia de ello.
Una noche. Sólo una noche.
Sus manos estaban enredadas en el pelo de él, y ella no podía recordar moverlas desde la cama. Pero sintió los gruesos cabellos entre los dedos y el calor calentando las sensibles almohadillas.
—Te necesito ahora —ella estaba sacudiéndose, temblando con aquella necesidad, pero no podía controlar el impulso de tocarlo. Una mano cayó de su pelo a su cara, los dedos se movieron sobre los duros planos y ángulos, deslizándose tentativamente sobre sus labios.
Él le pellizcó el pulgar, lo agarró entre sus dientes rectos y blancos mientras su lengua golpeaba sobre él con el hambriento calor.
—Podríamos jugar más tarde —susurró jadeantemente, ardiendo, sintiendo la longitud gruesa de su pene en su muslo mientras su sexo lloraba de necesidad por él.
—Jugaremos más tarde también. —Sus dedos se abrigaron alrededor de la muñeca de ella, bajándola a su hombro mientras su cabeza bajaba, su lengua se arrastraba hacia abajo por el medio de su estómago en un rápido curso a la atormentada carne entre sus muslos.
Él le echó un vistazo con cada beso a su estremecido vientre, los ojos centelleando con calor, risa y hambre. Un salvaje y vibrante hambre resonó y aumentó dentro de ella hasta que pudo sentir las llamas alcanzándola.
—Joe... —El sonido de su propio grito la impresionó... ronco, ribeteado por la desesperación cuando su cabeza se acercó a las empapadas curvas de su sexo—. No puedo soportarlo... por favor...
Ella estaba al borde de un precipicio que la aterrorizaba. Nunca había volado tan alto, nunca había conocido tal placer. Recuperar el control, por destrozado que estuviera, se hacía imperativo.
—Sólo un poquito más, nena. Sólo quiero una pequeña muestra. Eso es todo... Sólo tiéndete y déjalo sentir bien. Prometo hacerte sentirte bien. —Su diabólica sonrisa fue seguida de un soplo de aire sobre el violentamente sensible e hinchado clítoris.
La oscuridad la cubrió entonces. Los ojos cerrados, la fuerza drenada hasta que no pudo hacer nada más que responder. Se arqueó hacia él, un aturdido grito abandonó su garganta mientras la lengua de él se introducía para torturarla y atormentar su tembloroso coño.
—Buena chica. —Gruñó él mientras sus muslos caían más separados—. Déjame mostrarte lo bueno que puede ser, nena.
¿Bueno? Esto era más que bueno. Era una tortura.
Su lengua era un ardiente latigazo de placer, trazando su camino despacio por la estrecha hendidura mientras sus dedos separaban los labios llenos.
—Tan dulce y desnudo. —Gruñó él—. Adoro tu desnudo coño, -----. Amo sentir toda su sedosa piel, mojada, caliente y tensándose para mí.
Ella se tensó más fuerte. La lengua de él lamió cada pliegue, cosquilleado alrededor de su clítoris, deslizándose hacia abajo, bordeando, rodeando la temblorosa apertura de su vagina y luego comenzando otra vez.
Jadeando y luchando por respirar, ----- sintió sus manos agarrar el pelo de él, las uñas hundirse en su cuero cabelludo mientras luchaba por mantenerlo quieto, por encontrar la liberación que se cernía justo fuera de alcance.
Su lengua era diabólica e imperiosa. Buscaba, exigía, y extraía de ella un placer que excedía cualquiera del que ella hubiese escuchado, menos aún conocido. Envió relámpagos estrellándose por su sistema. Gigantescas olas de sensación golpearon a través de su mente, haciéndola sacudirse, estremecerse y resonar sus gritos alrededor de ella cuando perdió el control.
Cuando los labios de él se movieron hacia atrás a su clítoris, un duro dedo masculino probó la entrada a su sexo, se introdujo, tocó y acarició, enviando espasmos que corrieron por el mismo corazón de su matriz.
—Joe... —Su grito fue estrangulado—. Por Dios. Por favor...
Otro dedo se unió al primero. Los labios cubrieron el brote hinchado de su clítoris, atrayéndolo a su boca, la lengua vibró sobre él como llamas de lujuria mientras ella se sentía volar más alto. Más alto.
La sensación rompió a través de ella. Se desgarró por su sistema nervioso, despedazó su alma. El orgasmo golpeó, tensó su cuerpo, y la envió corriendo hacia un calor y brillantez tan extremos, tan intensos que se perdió dentro.
El duro gruñido de Joe llenó su cabeza cuando se movió para cubrirla, los muslos separando los suyos, la roma y gruesa cabeza de su pene separando los pliegues de su sexo.
—Mírame.
¿Mirarlo? Ella tuvo problemas para abrir los ojos, encontrar sentido a los violentos temblores que se extendían por ella. Lo que vio no hizo nada para restaurar su control o equilibrio. Sus ojos eran tan azules, un profundo e imposiblemente brillante azul, sus rasgos tensos, salvajemente, los labios hinchados mientras él apartaba la vista de ella y ponía un condón en su mano.
—Ahora. —Él se sacudió derecho, el grueso y pulsante tallo de su pene angulándose lejos de su cuerpo, apuntando hacia ella, palpitando con la misma hambre furiosa y desesperada que se levantaba por su coño.
Los ojos de ella se movieron despacio, de mala gana a su palma y al condón que él había colocado allí.
—Ponlo.
Ella parpadeó ante el sonido gutural de su voz.
—No necesitas...
—¡Ahora! —Sus manos le sujetaron los muslos, sus ojos llameando en ella.
Ella tragó fuertemente, sus dedos sacudiéndose, temblando mientras ella se movía para hacer lo que él le había pedido tan rápidamente como le era posible. Ella lo necesitaba; su sexo ardía y dolía. Su lengua palpitaba. Cada una de sus células ardía en demanda.
Ory
Re: La senda de ----- (Lora Leigh, Joe y Tu)
Sus dedos estaban temblaban tanto que apenas podía colocar el disco sobre la abultada y húmeda cabeza.
—No puedo. —Resbalaba, se movía y deslizaba. Ella no podía hacer que sus dedos trabajaran.
—Pon la maldita cosa, -----. —Su cuerpo se sacudía y se estremecía.
—Que se joda. —Lanzó el condón, levantó sus caderas hasta la hinchada cabeza presionada contra la entrada de su coño—. Jódeme. Te lo dije, no necesitas al hijo de put...
La invasión... no podría ser llamada nada más, un empalamiento, una penetración que rompió a través de ella, la estiró y la destruyó.
----- se oyó gritando el nombre de él. Sus piernas se envolvieron alrededor de las caderas de él que se sumergían, sus labios se abrieron para los de él, su lengua batalló contra la de él en el momento en que se tocaron.
Ella estaba llena hasta su límite, el placer desgarrador giraba, sobrecargando sus sentidos hasta que nada ni nadie importó, el mundo se disolvió hasta que nada existió, excepto Joe. Su toque. Su beso, sintiendo los taladradores golpes de su miembro impulsándose dentro de su sexo mientras su lengua llenaba la boca de él, el gusto a miel salvaje y a especias, un afrodisíaco que aumentaba cada sensación y la enviaba aceleradamente al éxtasis.
Su cuerpo se sacudió violentamente mientras el siguiente orgasmo arrasaba a través de ella. Resistió, se estremeció, luchando por gritar, pero sólo un quejido surgió cuando él apartó sus labios de los suyos. Un estrangulado grito masculino llenó entonces el aire, seguido rápidamente de la más extraña y aterradora sensación que ella había conocido jamás.
Lanzó un grito ante la sensación de su semen precipitándose por ella, filtrándose en los mismos poros de la temblorosa carne, aliviando la lujuria ardiente, penetrando en su matriz.
Lo sintió. Sintió cada ardiente pulso del semen llenarla, cambiarla y completarla justo antes de que los dientes de ella se hundieran en su hombro y ella probase su sangre. Y en aquel momento sintió su propia derrota.
—No puedo. —Resbalaba, se movía y deslizaba. Ella no podía hacer que sus dedos trabajaran.
—Pon la maldita cosa, -----. —Su cuerpo se sacudía y se estremecía.
—Que se joda. —Lanzó el condón, levantó sus caderas hasta la hinchada cabeza presionada contra la entrada de su coño—. Jódeme. Te lo dije, no necesitas al hijo de put...
La invasión... no podría ser llamada nada más, un empalamiento, una penetración que rompió a través de ella, la estiró y la destruyó.
----- se oyó gritando el nombre de él. Sus piernas se envolvieron alrededor de las caderas de él que se sumergían, sus labios se abrieron para los de él, su lengua batalló contra la de él en el momento en que se tocaron.
Ella estaba llena hasta su límite, el placer desgarrador giraba, sobrecargando sus sentidos hasta que nada ni nadie importó, el mundo se disolvió hasta que nada existió, excepto Joe. Su toque. Su beso, sintiendo los taladradores golpes de su miembro impulsándose dentro de su sexo mientras su lengua llenaba la boca de él, el gusto a miel salvaje y a especias, un afrodisíaco que aumentaba cada sensación y la enviaba aceleradamente al éxtasis.
Su cuerpo se sacudió violentamente mientras el siguiente orgasmo arrasaba a través de ella. Resistió, se estremeció, luchando por gritar, pero sólo un quejido surgió cuando él apartó sus labios de los suyos. Un estrangulado grito masculino llenó entonces el aire, seguido rápidamente de la más extraña y aterradora sensación que ella había conocido jamás.
Lanzó un grito ante la sensación de su semen precipitándose por ella, filtrándose en los mismos poros de la temblorosa carne, aliviando la lujuria ardiente, penetrando en su matriz.
Lo sintió. Sintió cada ardiente pulso del semen llenarla, cambiarla y completarla justo antes de que los dientes de ella se hundieran en su hombro y ella probase su sangre. Y en aquel momento sintió su propia derrota.
Ory
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