Siempre llueve en diciembre

¡Buenas tardes por la mañana pequeñas saltamontas!
Aquí vengo yo, K, con lo que será mi primera historia publicada en este gran foro. Me he comido mucho la cabeza para decidirme por qué historia comenzar aquí y al final, como siempre, me ha ganado el pulso el escribir un drama. Oh, yeah, drama rules. Por el momento (a día de hoy) sólo tengo cinco capítulos escritos, de ahí que el primero no lo cuelgue hasta el día indicado y así tener unos cuantos ya escritos en caso de emergencia. Fácilmente actualizaré cada viernes (sábado o domingo si no me da tiempo).

Y nada, espero que os guste. Acepto cualquier tipo de debate que pueda salir en función a la historia. Críticas constructivas, sugerencias y tomatazos no lanzados para hacer daño son bien aceptados en este lugar, pero, por favor, siempre desde el respeto.

¡Espero que os guste!
Además, si os portáis bien, con cada actualización intentaré dejaros una sorpresita al final del capítulo.

PD: Si el código os gusta podéis pedírmelo (por MP) sin cortaros, pero no lo cojáis así sin avisarme porque tarde o temprano me enteraré y la podemos liar. Mejor vivamos todos en paz.

Capítulo uno

Todos tomamos decisiones y a veces acertamos y otras fallamos. Nuestro problema fue que no hicimos diana con ninguna.

Mientras que el sonido de las gotas de lluvia al caer contra el coche iba en aumento en un claro indicio de que estaba empezando a diluviar, el sonido dentro de él cada vez se hacía más patente. Mi padre tenía los labios fruncidos y miraba fijamente a la carretera mientras apretaba con fuerza el volante, sus nudillos estaban blancos. Yo, por mi parte, me concentraba en intentar distinguir algo entre las cascadas de agua que empezaban a caer sobre el parabrisas y me preguntaba cómo cojones conseguía ver mi padre algo a través de aquella capa de agua. Apreté los puños sobre mi regazo y mantuve la vista fija mientras la siguiente canción empezaba a sonar en la radio. Lo que me faltaba, que me atormentasen con canciones como aquella. No pude estarme callada por más tiempo.

— Así que es verdad, por fin habéis decidido que lo mejor es deshaceros de mí, como si fuera una alfombra que no os gusta y tiráis. No sé tú, Basil, pero yo creo que eso no se hace; a los hijos los tienes que aguantar hasta que se van de casa, no los exilias a los dieciséis años. La ley lo dice muy claramente...

— ¡Por Dios, Emily, cállate! — bramó mi padre con aquel vozarrón que tenía. Posiblemente de haberme importado algo la opinión que mi progenitor masculino tuviese de mí me habría callado y escondido la cabeza en un agujero, pero no me importaba.

— ¿Por qué? ¿Es que ya no tengo derecho a expresarme? ¿No puedo poner de manifiesto que no estoy a favor de la decisión que habéis tomado sin consultarme si quiera? Como he dicho antes, no soy una alfombra. Yo hablo, siento y me muevo; mi descenso al infierno va a ser el tuyo.

Si tenía pensado decirme algo o no nunca lo supe, lo que sí que supe fue que se estaba controlando para no dar un frenazo en mitad de la carretera y cruzarme la cara de un tortazo. En vez de eso subió el volumen de la música y volvió a fijar su mirada azul en la carretera. Cuando hacía eso venía a ser, más o menos, algo así como que no tenía intención de mantener una conversación conmigo y que no me volvería a dirigir la palabra por mucho que yo suplicase, pidiese perdón o patalease. Las cosas eran fáciles con mi padre, siempre sabía lo que iba a hacer o lo que quería decir y, de algún modo, agradecía que aquel viaje lo estuviera haciendo a solas con él porque de haber ido mi madre las cosas únicamente podrían haber ido a peor. Para todos.

Me crucé de brazos y me removí sobre mi asiento. Iba a ser un viaje muy largo y la lluvia no ayudaría a hacerlo más ameno. Podría haber sido por eso o por el cansancio acumulado de la última semana, pero me quedé dormida poco después de aquella discusión con mi padre y cuando desperté ya había dejado de llover y la música volvía a estar a un volumen normal.

No sabía dónde estábamos, a decir verdad no lo había sabido desde que montamos en el coche, pero sí que veía a lo lejos la edificación que se suponía que debía ser mi infierno personalizado. Un castillo que había sido adaptado para convertirse en internado. Me hundí en mi asiento y lancé una última mirada de advertencia a mi padre, si llegábamos allí y no daba la vuelta no habría marcha atrás, no habría perdón para él. Me habría abandonado vilmente. Entonces él se giró y me miró muy seriamente mientras aflojaba la velocidad.

— Vamos a llegar ya. Cuando bajemos me vas a seguir con tu maleta y no vas a abrir la boca a menos que te pregunten ¿Lo entiendes? No vas a joderlo todo como haces siempre. Nos ha costado mucho conseguir que te admitan y mucho más que te den una habitación para ti sola — hubo algo en su voz que no me dejó rechistar. Quizá fue su tono o la mirada fulminante que me estaba dedicando, el caso era que supe perfectamente que no debía abrir la boca. Asentí levemente con la cabeza y me enfurruñé aún más conmigo misma. Iba a ser un curso muy largo.

Las puertas del internado se alzaron sobre nosotros y yo admití, por fin, que en ningún momento mi padre había tenido intención de dar la vuelta. Al menos no conmigo dentro del coche.

Tiempo después admití que las puertas que atravesaba en aquel momento eran negras y corrientes, pero durante el tiempo que estuve allí solía pensar que eran las puertas de una cárcel, las mismísimas puertas del infierno. Altas, negras y jodidamente peligrosas. Era como el augurio de la tortura que sufriría allí dentro, casi como si las puertas hubiesen sido mis únicas amigas que me intentaban advertir, en vano, que no debía de entrar ahí dentro, que era peligroso, que si me quedaba allí por mucho tiempo lo único que podría encontrar sería mi final.

Era el último día de las vacaciones de verano y al parecer allí ya había llegado todo el mundo. Atravesar las puertas y aparcar fue como colgarme un cartel en el cuello que dijera “¡Eh, aquí está la nueva! Quedaros con su cara.” o algo por el estilo, porque en cuanto me bajé y fui a coger mis cosas del maletero sentí la mirada penetrante de todos los que estaban en aquel jardín ese día. Bajé de un tirón la roñosa maleta que me había sido cedida para meter mis pertenencias y no tener que pasearme desnuda por allí. Miré a mi padre, que me estaba mirado con los brazos cruzados, para asegurarme que no iba a decir nada (o que no iba a salir corriendo) y me adelanté hasta las puertas principales. Allí estaba Cerbero, como el perro que guardaba las puertas al infierno, o la Señora Walker, como descubriría más adelante que se llamaba. Su mano arrugada pero firme me agarró por el hombro y clavándome las uñas hizo que me detuviese a su lado. Tuve que reunir toda mi fuerza de voluntad para no darle una patada en la espinilla y ponerme a gritar.

— Tú debes de ser la señorita Emily Carstairs — afirmó con un torrente de voz chillón que por poco no me taladró el cerebro. La Señora Walker tenía aquel tipo de voces que se te metían por dentro y te carcomían durante bastante tiempo después de que llegase de hablar, incluso ahora a veces tengo la sensación de escucharla — y el caballero supongo que es su padre — esbozó una de esas sonrisas que una hija sabe que son para aparentar ser amable pero que un padre se piensa que es porque ante él se encuentra la señora más dulce del mundo —. Soy la Señora Walker, encargada del internado, y me encargaré personalmente de guiar hasta su cuarto a su hija. Usted ya lo vio durante su última visita y como puede observar la mayoría de nuestros estudiantes ya están aquí, así que le agradecería que se despidiese de su hija cuanto antes y se marchase — se giró hacia mí —. Señorita Carstairs, en cuanto esté lista procederé a enseñarla su cuarto y las instalaciones más importantes que deba conocer.

Miré a mi padre esta vez dibujando un atisbo de súplica en mi mirada, algo que yo no solía hacer muy frecuentemente. Me estaba dejando no solo en un internado en el culo del mundo sino que también había retrocedido varias décadas en el tiempo. Seguro que de un momento a otro aparecería alguien que me dijese que tenía que llevar una falda o un vestido porque así era como debía de ser. Aún así, captase o no mi padre mi mirada no dio muestras de compadecerse de mí. Era más, su gesto se había vuelto inmutable, le podían haber escupido en un ojo que seguiría con la misma pose. Estaba segura.

— Nos vemos en Navidad, Emily — dijo fríamente y me sentó igual que si me hubiese dado un bofetón. Intentó darme un abrazo, pero yo retrocedí como si su contacto me quemase.

— ¿Por qué? — pregunté indignada, alzando la voz — ¿Es que me tienes que enseñar a algún socio tuyo? No, gracias, prefiero quedarme aquí todo el año — dicho aquello di media vuelta y me dirigí hacia Cerbero. En aquel momento prefería a un perro de tres cabezas que a mi padre.

Escuché a mi padre murmurar un “como quieras” y marcharse sin más. No me importó, bueno, sí que lo hizo, pero no porque él se fuera sino porque era mi última oportunidad de escapar. Y entonces mis ojos negros, tan distintos a los de mi padre, se posaron sobre la mujer que me esperaba pacientemente.

— ¿Y mi celda tendrá baño propio o compartido? — pregunté mientras iba arrastrando mi maleta torpemente e intentaba mantener su paso.

— Lo verá a su debido tiempo, pero preferiría que no pensara en el St. Campbell como una cárcel. Estoy segura de que aquí hará buenos amigos.

Su discurso me sonó como quien se aprende unas palabras y las dice constantemente. No lo pensaba. Pero sobretodo yo no la creía, nunca había hecho amigos, ni uno solo, se me daba demasiado bien alejar a la gente y hacer que me odiasen como para haberme permitido ser buena con una sola persona. Y quizá fuese ese comportamiento, que había sido aplicado indistintamente a compañeros y familiares, lo que había hecho que acabase donde estaba.

— Sí, bueno. Lo que usted diga — hice un gesto para restar importancia a las palabras que ella había dicho y me retrasé unos pasos para evitar mantener una conversación.

No me gustaba hablar con la gente, menos con las personas a las que yo consideraba como mis carceleros.

El camino hasta mi habitación era largo, andubimos entre paredes de piedra que tenían toda la pinta de ser bastante frías en invierno, avanzamos pasando puertas que eran jodidamente iguales entre sí y que lo único que las diferenciaban eran los nombres escritos en las placas. Subimos dos pisos, treinta y un escalones, los conté, hasta que por fin llegamos al pasillo donde estaba mi cuarto. Mi cuarto individual y casi con toda seguridad lo que fue mi único refugio en el St. Campbell. Nos paramos frente a la puerta que tenía mi nombre inscrito y Cerbero abrió dejando a mi vista el interior. Una habitación pintada de blanco y sin absolutamente nada interesante con lo que poder pasar las horas. La habitación estaba equipada por una cama pegada a la pared derecha, una ventana justo frente a la puerta que daba a uno de los patios interiores, un armario empotrado en la pared izquierda y bajo la ventana una mesa de estudio con su respectiva silla. Como único adorno una alfombra en el centro del cuarto. No había estanterías, ni mesita de noche; nada que no fuera lo estrictamente necesario.  

— Este es tu cuarto — afirmó como si no hubiera sido suficientemente obvio la placa con mi nombre —. Deja tus cosas aquí, acomódate y en veinte minutos te pasaré a buscar.

Hice un gesto con la mano para darle a entender que lo había pillado y me adentré en mi nuevo cuarto, tan diferente al que tenía en mi casa. Dejé la maleta en el medio de la habitación, tendría un año entero para deshacerla y me tumbé en la cama mientras sacaba los cascos del bolsillo de mi pantalón y me los ponía. Iba a ser un curso muy duro.

Ea, pequeñas saltamontes, hasta aquí el primer capitulo. Como veis Emily acaba de llegar a su peor pesadilla, está en contra de su voluntad y más o menos nos deja empezar a captar parte de su personalidad. Sabemos que es una chica difícil y que al parecer ese es uno de los motivos por los que está allí. ¿Pero cuáles son los verdaderos motivos, los que terminaron con la paciencia de sus padres? Ah, eso es sorpresa, aunque os dejo sacar vuestras propias teorías.

Si vamos a meternos a hablar de personajes únicamente he introducido a tres. Emily, Basil (su padre) y Cerbero (o la Señora Walker) que ciertamente, salvo Ems, no los tocaré demasiado, son personajes secundarios sin mayor  relevancia; aunque tanto Basil como Cerbero tendrán sus apariciones y sus historias (o al menos espero ser capaz de colaros esas cosas y que os guste saber más de los personajes).

Y como dije por ahí al final de cada capítulo os dejaría una sorpresita. Dependerá del capítulo y de cómo os portéis, puede ser cualquier cosa. En este, por ser el primero, os voy a dejar con las ganas de sorpresa porque... en fin, la sorpresa ha sido el capítulo en sí que se suponía que hasta el 15 nada. Qué blanda soy xDDD

¡Hasta que nos olamos, flores del campo! K se despide aquí.  

Capítulo dos

Y todo careció de sentido desde aquella primera vez que nos miramos

Como me había temido desde un principio el uniforme constaba de una típica falda escocesa, una camisa y un jersey de lana. Vamos, lo típico para salir a beber por los bares un sábado por la noche. Como aún hacía bueno decidí prescindir del jersey y conformarme con librarme de la lana por unos días.  

Salí de mi habitación aún tirando de los bajos de la falda hacia abajo. No estaba acostumbrada a llevarlas y cada vez me quedaba más claro que siempre había tenido razón en aquel tema. Por mucho que me gustase quedarme mirando la lencería cara no solía ni comprármela no ponérmela a diario, así que me conformaba con unas bragas del monstruo de las galletas para ir a clase. Pero que me conformara con llevarlas no significaba que quisiera que el resto del mundo supiera de su existencia.

Durante mis tres días de encarcelamiento no había descubierto demasiado sobre aquel internado. Sabía dónde estaba mi habitación, el comedor y que en un patio de los cinco interiores que tenía el castillo se podía estar tranquilamente sin escuchar los típicos gritos de los grupos de las chicas más pequeñas sobre los chicos que salían en sus revistas. Así que aunque me hubieran repetido una y otra vez que mi primera clase estaba en el aula 309 yo seguiría sin tener la más remota idea de dónde estaba aquello. Por el momento no tenía un GPS interno.

Tras cinco minutos de exhaustiva investigación llegué a la conclusión de que tenía que estar en el tercer piso. Bien, había prosperado. Subí las escaleras y me quedé allí, quieta como una niña pequeña que ha perdido de vista a sus padres, sin saber a dónde ir ni qué hacer. Al menos podían haber puesto algún cartel fosforescente con una flecha tamaño XXL para indicarme el camino. Volví a ponerme en marcha por no pasarme toda la mañana tirada en el pasillo. En el momento en que tomé aquella decisión escuché unas voces acercase a mí.

— ¿Lo has oído? Dicen que en la clase del fondo hay una chica nueva, pero nadie la ha visto aún. ¿Crees que estará buena?

Deduje que la clase del fondo era la mía y también que quien fuera que estuviese hablando se acababa de ganar mi desprecio eterno. Simplemente por hacer aquel comentario sobre mí, como si me fuera a lanzar en sus brazos en cuanto me dedicara un par de palabras bonitas.

— Char, no sé si estará buena. Lo que sí sé es que te voy a meter un jodido zapato en la boca como no te calles. ¿Es que no te han dicho que hay que coger aire para respirar? — escuché que decía una segunda voz. No supe interpretar su tono, no sabía si estaba bromeando con el otro chico o se lo decía enserio.

Me topé con ellos justo en la esquina, quedando justo frente a uno de los dos. Tuve que alzar la vista para mirarlo a los ojos y entonces ocurrió.

Dicen que cuando te encuentras a esa persona con la que conectas inmediatamente el tiempo se detiene y sientes mariposas en el estómago. Me tuve que haber dado cuenta en aquel momento que lo que nosotros sentimos no tenía nada que ver a aquello. El tiempo no se detuvo, colapsó. Y lo que sentía en el estómago no eran mariposas, eran verdaderos cañonazos que amenazaban con tirarme abajo si no corría hacia él. Pero no lo hice, ni él tampoco. Nos miramos hasta que su amigo lo agarró por el hombro y le obligó a esquivarme y continuar con su camino.

— ¿Pero qué coño te ha pasado? — escuché preguntar al otro chico. Aún me sentía aturdida por lo que acababa de pasar.

Me hubiese quedado sola y reflexionando en medio del pasillo de no haber escuchado el timbre que indicaba el comienzo de las clases. Sacudí la cabeza, me coloqué la correa de la mochila en su sitio y caminé hasta el final del pasillo, donde teóricamente debería de estar mi clase.

Ser nuevo no es algo que le guste a todo el mundo. Yo lo odiaba, odiaba ser el centro de atención y sentir las miradas de todos y cada uno de mis compañeros de clase, como si fuese una rana de laboratorio a punto de ser diseccionada. Tragué saliva y clavé mi negra mirada sobre el profesor, esperando que me mandase cuanto antes al fondo de la clase y no hubiera más preguntas. También me recriminé el haber llegado tarde, si tan solo hubiese entrado dos minutos antes me habría librado de quedarme parada frente a todo el mundo esperando encontrar un sitio mientras poco a poco se iban dando cuenta de que yo era “La nueva”.

— ¿Y de dónde vienes? — preguntó mirándome por encima de sus gafas.

— De Penbroke — noté la mirada de todos mis compañeros, como si no tuviesen ni la más remota idea de dónde había salido yo o de dónde estaba Penbroke —. Gales — añadí, esperando que con eso fuera suficiente. Lo fue.

— ¿Y por qué has decidido venir a estudiar al St. Campbell?

Respira. Inspira. No lances miradas asesinas a nadie, no grites, no te enfades. Mantén la calma.

— Preferiría no hablar de eso. ¿Dónde me puedo sentar?

— Oh, lo siento si te he molestado, entiendo que no quieras hablar de tus cosas — me dedicó una sonrisa de oreja a oreja y después miró por la clase en busca de mi sitio —. Puedes sentarte allí, en la penúltima silla, junto a Matthew.

Una mano se levantó en la penúltima silla. Supuse que sería el tal Matthew. Me coloqué la mochila y me encaminé hacia mi sitio. Aparté la silla con un chirrido y me senté rápidamente, sacando mis cosas mientras el profesor empezaba a dar la clase. Al parecer allí no se relajaban ni durante el primer día.

Cogí apuntes y rellené un par de hojas del cuaderno, pero entre frase y frase no podía dejar de pensar en lo que me había sucedido con el poseedor de aquellos ojos verdes. Nunca, jamás, me había pasado algo parecido y cuando había oído hablar de cosas como esas me había reído de esas personas. Era completamente antinatural, no podía ser posible que alguien pudiera desplegar sobre otra persona la gama de sensaciones que él había conseguido hacer aparecer en mi interior y que todavía parecía estar experimentando.

Fue la voz de mi compañero la que me sacó de mis pensamientos. Fruncí el ceño al girarme para mirarlo y descubrí que estaba señalando a mis apuntes.

— Cuando termine la clase me los podrías dejar — comentó tranquilamente, como si pedir apuntes a alguien que no conocía fuese lo más normal del mundo. Miré al cuaderno que él tenía abierto y comprobé que no había escrito nada en todo el tiempo que llevábamos de clase.

— También podías haber prestado atención. No, no te voy a dejar nada, no soy la criada de nadie y no trabajo gratis. Búscate a otra.

Se rió. El subnormal de él se rió. Indignada me giré sobre la silla y coloqué mi pelo entre él y yo. Jodido Matthew.

— Es que me gusta tu letra.

De nuevo me giré hacia él con la boca ligeramente abierta, sorprendida por el comentario. Perpleja porque fuera capaz de decir aquello en un tono tan natural y tranquilo.

— A mí tu silencio y no por ello te voy diciendo que te calles la maldita boca.

— ¿Qué te han dado de desayunar hoy?

— Lo mismo que a ti, por si no te has dado cuenta estamos en una mierda de internado donde todos comemos lo mismo en las mismas bandejas y al parecer a partir de ahora también con la misma ropa — no se podía decir que me hubiera levantado de buen humor precisamente, hacía mucho tiempo que eso no pasaba, pero era un hecho que estaba empeorando a pasos agigantados.

— Pues llámame loco, pero hasta el momento tú y yo no llevamos la misma ropa. Sé que tengo que estar arrebatador con una falda de esas, pero aún no se ha dado el caso. Prefiero seguir manteniendo en secreto a mis piernas.

Lo miré con una ceja alzada y casi consiguió hacer que me riera, aunque la sonrisa ya estaba allí.

— Claro, seguro que los seduces a todos — añadí mordazmente, intentando solucionar la cagada que había hecho. Se suponía que no me podía llevar bien con él. Era gilipollas y un cara dura.

Él sonrió y yo le correspondí girándome hacia el encerado nuevamente y copiando la última fórmula que el profesor había escrito, añadiendo un par de anotaciones para comprenderla mejor en el momento en el que tuviese que ponerme a hacer problemas. Escuché un bufido a mi lado y después sonó la campana.

Durante el descanso fui a la cafetería en busca de algo para comer. Al parecer yo no era la única a la que se le había ocurrido aquella magnífica idea y para cuando llegué había una cola esperándome. Me puse la última, cruzando los brazos y esperando a que aquello avanzara hasta que finalmente logré llegar a pedir un jodido sándwich. Ya con mi bocadillo de jamón y queso entre mis manos y una botella de agua me senté en una de las mesas y empecé a repasar lo que había estado escribiendo durante la última clase. Odiaba la biología con todo mi ser.

Estaba concentrada en mis apuntes, en añadir explicaciones que se me podían haber pasado y repasar las partes importantes con rotulador que no me di cuenta de que alguien se había sentado a mi lado hasta que fue demasiado tarde como para levantarme y marcharme sin tener que hablar antes. Carraspeó y yo levanté la vista de mi cuaderno sobresaltada. Era el chico que me había encontrado en el pasillo, el que iba hablando todo el tiempo sin callarse. El amigo de aquel otro chico.

— Te vi antes en el pasillo. ¿Eres la nueva, verdad? — silencio por mi parte. Di un mordisco al sándwich y seguí con mi tarea —. ¿No te gusta hablar, eh? Bueno, da igual, hablaré yo por los dos — hizo una pausa, como si realmente se estuviera esperando que lo fuera a contestar —. En fin, ¿qué pasa, eres muda? Es igual. A ver, esta noche vamos a dar una pequeña fiesta secreta en el patio Este...

Sí, os explico. El jodido internado era tan grande que el patio principal, ese que rodeaba a todo el castillo y que estaba vallado para que nadie saliera por patas por ahí, se tenía que dividir en cuatro sectores. De todos ellos el patio Este era el que estaba detrás y que quedaba prácticamente cubierto por lo que se podría llamar bosque.

» Y como es tradición hay que llevar acompañante. Así que, ¿querrías tener el gran honor de venir conmigo?

— No

No me iba a andar con rodeos como había visto a otras hacer, poniendo escusas o cualquier otra chorrada. Lo de la fiesta no sonaba mal, pero si para ir tenía que ir con aquel ser que no callaba por debajo del agua y que parecía tener un ego de esos que parecían ser un ente aparte, prefería no ir y quedarme en mi cuarto.  

— No sabes a quién acabas de decir que no — sonaba enfadado. Alcé la vista y lo sonreí de medio lado, retándolo.

— Entonces demuéstrame a quien he dicho que no. Creo que esas palabras te vienen muy grandes.

— Tú... tú — me señaló con el dedo, como en las películas cuando el ofendido intenta echar por la borda el comentario del otro —. Te vas a enterar.

Y se fue, dejándome a mí con el buen sabor de boca de un día aprovechado. Un gilipollas con un poco menos de ego en el mundo, aquello no estaba tan mal. Quizá sí que podía hacer de mi estancia en aquella cárcel algo de provecho.

Entonces sobre la silla se volvió a sentar alguien. Esta vez una chica pelirroja con pecas por toda la cara, que la hacían parecer mucho más pequeña y menuda de lo que era en realidad. Me sonrió de oreja a oreja y yo la miré sin comprender absolutamente nada.

— Vengo en representación de las mujeres del mundo. Te agradecemos de todo corazón que hayas bajado los humos a Evan; pero tenía razón cuando ha dicho que te ibas a enterar. Evan es... como de la realeza en este sitio y no está solo, tiene amigos, amigos que son incluso más influyentes que él y que no solo tienen a la mitad de los profesores encantados sino también a los alumnos. Ten cuidado — me advirtió con gesto preocupado —. Por cierto, soy Liz y estoy aquí para lo que necesites.

Me quedé helada. No por lo que me había dicho sobre que ya me había metido en problemas, en realidad aquello era lo que había estado buscando desde el primer día, sino porque por primera vez en dos años alguien se acercaba a mí y no parecía querer notar la capa de oscuridad que me rodeaba. Podía ser que allí estuviese el principio de una amistad que llevaba años necesitando.

— Emily.

Y aquí os dejo el segundo capítulo. Espero que os haya gustado.

¿Qué os ha parecido el primer encuentro? ¿Era como os lo esperabais o ha sido diferente? Este es el primero de muchos, pero también hay una historia que no va a hacer que sea todo tan fácil.

Y bueno, también han aparecido Evan, Liz y Matthew (o Matt como será conocido más adelante). Los tres serán personajes importantes, en especial los dos últimos. Así que os dejo que os vayáis formando vuestras propias opiniones sobre cada uno de ellos. ^^

Emily looks like:

¿A vosotras se os hace más o menos como ella? Sé que no he dado muchas descripciones (es más, creo que solo he hablado de sus ojos, pero... bueno, siempre os imagináis como es el personaje, ¿no?

Y bueno, nada más.
¡Hasta la próxima!