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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
Holaaa *---*
Awww al fiiin
subiras cap sisisi?
por fiiiis
extrañe tu novee (:
Awww al fiiin
subiras cap sisisi?
por fiiiis
extrañe tu novee (:
#Just_InLove[Ori]
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
Sorry por no haberles subido el capi pero comprenderán tengo que atender mis cosas también jajajajaa.
En cuanto lo edite les subo ok? ;)
Un besito!
En cuanto lo edite les subo ok? ;)
Un besito!
ForJoeJonas
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
—Señor Jonas —___________ respiró profundamente—. Está actuando como un idiota. No le conozco desde hace mucho, así que no sé si es porque realmente lo es o sólo es un lapsus temporal en su vida debido a una indigestión, un callo doloroso o un constipado. Por el bien de Katie, prefiero pensar que es lo último.
Dio media vuelta y subió a su camión. Él intentó replicar algo inteligente, pero estaba tan furioso que se quedó bloqueado.
—Le sugiero que se tome una gran dosis de aceite de ricino y duerma con una percha colgada de la boca. Quizás así se levante mañana con la mente clara y una sonrisa en su cara.
Joseph estaba rojo de rabia. Pensó en una respuesta hábil, insultante, cruel… perfecta.
Pero cuando fue a decirla, el camión ya se había marchado.
Capítulo 4
—¿Estás enfadada conmigo, hija?
Joseph se fijó en la cabeza inclinada de Katie mientras los dos se servían los dos últimos trozos de pizza.
Había llevado a Katie a su restaurante favorito en un esfuerzo por animarla, pero no estaba funcionando. La niña había estado muy callada y había rechazado una oferta para ir a jugar a video juegos.
Algo tenía que ir mal. Y Joseph tenía la sensación de que sabía lo que era.
—¿Lo estás? —volvió a preguntarle cuando ella no respondió.
—No —dijo Katie en voz muy baja y poco convincente.
—Yo creo que sí lo estás. No pasa nada, Katie. Podemos hablar de lo que te esté preocupando.
Ella lo miró con esos preciosos ojos azules que continuamente le rompían el corazón. Joseph vio que estaba mucho más que enfadada. Estaba profundamente herida.
—¿Es por lo que pasó esta tarde?
Katie asintió.
—¿Qué hice mal? —preguntó Joseph, temiendo la respuesta.
—Te portaste mal con la doctora __________ —dijo Katie, con el labio inferior temblándole.
Joseph extendió la mano y lo tocó con un dedo.
—¿Realmente piensas que me porté mal?
Ella volvió a asentir.
—Imagino que fui algo duro con ella, pero estaba preocupado por ti. Estaba furioso porque te hubiera llevado de excursión sin consultarlo conmigo. Estaba disgustado porque dejó que te hicieras daño.
—Pero no fue su culpa. No vimos la roca a través del agua. Y tampoco fue tanto. Casi no me dolió. La doctora __________ estaba siendo muy buena conmigo y nos lo estábamos pasando muy bien hasta…
—¿Hasta que yo lo estropeé?
—Sí —admitió Katie—. Yo estaba deseando volver a casa y contarte lo bien que nadé. Pero entonces…
—Pues cuéntamelo ahora. ¿Cómo lo hiciste?
Los ojos de Katie se iluminaron y empezó a retorcerse en su asiento de nerviosismo.
—¡Lo hice fenomenal! La doctora __________ dijo que soy muy valiente. Primero hice lo de la boca, ya sabes, meterla bajo el agua y soplar burbujas. Luego la nariz, y después floté de espalda y metí las orejas. Eso fue muy raro. Y luego… luego… ¡Metí los ojos! ¡Metí los ojos! ¡Metí toda la cabeza bajo el agua! Lo hice tres veces, y la última abrí los ojos. Los abrí y miré alrededor. Vi a la doctora _________. Ella también estaba bajo el agua, poniendo una cara graciosa y saludándome.
Joseph se alegró al verla tan emocionada. Realmente su hija había disfrutado esa tarde, gracias a _________ Barclay. Y la experiencia obviamente había merecido la pena un pequeño corte en el pie.
Él había sido un idiota.
—Lo siento, hija. De verdad.
—Gracias, papá. Pero no tienes que decírmelo a mí. Gritaste a la doctora.
A Joseph se le puso un nudo en el estómago ante la idea de acercarse a la mujer y ofrecerle una disculpa. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Se había equivocado. Su hija y él mismo lo sabían.
—De acuerdo, de acuerdo. Le diré que lo siento, pero…
—¿Cuándo?
—Bueno… pues…
—Mañana.
—¿Mañana? Tengo mucho trabajo, y no creo que pueda…
Katie bajó la mirada y el labio inferior empezó a temblarle de nuevo.
—De acuerdo, de acuerdo. Mañana.
Katie sonrió, satisfecha.
—Podrías invitarla a salir, una cena romántica, una película, ir a bailar…
Joseph frunció el ceño.
—Ten cuidado. Podrías tener que podar el matorral junto al garaje.
Katie hizo una mueca y se quedó pensativa unos instantes.
—De acuerdo, cómprale un helado doble y bastará.
—Me han ordenado que le compre un helado doble.
Sobresaltada, _________ levantó la mirada de la camilla donde estaba recortándole las plumas a un loro llamado Frederick. Joseph Jonas estaba de pie en la puerta. Llevaba una camisa blanca, vaqueros ajustados y una gran sonrisa en la cara.
Fred chilló y agitó las alas, obviamente irritado por su vacilación.
—¿Qué? —preguntó _________, incapaz de creer lo que había oído.
—He dicho que me gustaría invitarla a un helado, como forma de decir que tenía razón y que fui un idiota. O eso me ha dicho mi hija de ocho años.
—Entiendo.
________ se detuvo para tranquilizar a Frederick, que había decidido que ya llevaba mucho tiempo allí. Por suerte, _________ casi había terminado.
Acariciándole la cabeza, lo metió en su jaula portátil. Su dueña, Marge, iría pronto a recogerlo.
_________ se acercó a la pila y se lavó las manos, intentando decidir cómo reaccionar a esa invitación tan poco entusiasta. Parte de ella quería aceptar, pero el resto quería cruzar la habitación y darle una bofetada.
—¿Katie piensa que fue un idiota? —preguntó mirándolo desafiante y cruzándose de brazos—. Yo también. Pero lo importante, señor Jonas, es lo que piense usted.
Él suspiró y entró en la habitación. Parecía cansado y frustrado, y se sentó en un taburete.
—En primer lugar, por favor, deje de llamarme señor Jonas. La gente sólo me llama así cuando están enfadados conmigo o intentan venderme algo. Llámeme sólo Joseph.
—Yo no intento venderle nada, señor Jonas.
—Y en segundo lugar, estoy de acuerdo con mi hija, y con usted, o no estaría aquí. Puede que compre un helado siguiendo órdenes, pero sólo me disculpo cuando me sale del corazón.
Respiró profundamente y la miró directamente a los ojos.
—Ayer fui injusto con usted. Fue grosero, insensible y cabezota. No la culpo por estar enfadada conmigo. Yo también lo estoy, posiblemente más de lo que lo están usted y Katie juntas. Para ser sincero, me sentí culpable de que yo no hubiera sido el que la llevara a nadar, de no conocer la piscina natural y no haber estado a su lado cuando se hirió. Y lo descargué sobre usted. Lo siento realmente. ¿Me perdonará?
—Sí, está perdonado y todo olvidado. Ni siquiera tiene que invitarme a un helado si no quiere.
—Oh, tengo que hacerlo o Katie se pondrá en huelga y no ordenará su habitación durante dos semanas.
La heladería era uno de los locales más encantadores de la ciudad, decorado al estilo del siglo anterior, con mesas y sillas de hierro forjado y bonitas lámparas. _________ se había tomado la mitad de su helado y llevaba veinte minutos conversando con Joseph.
—Esto ha sido una estupenda idea. Dile a Katie que me gusta que ella tome las decisiones.
—De ningún modo. Ya lo hace a menudo y no voy a animarla.
________ no pudo evitar notar, y no por primera vez, que Joseph Jonas tenía una sonrisa irresistible. Y no podía negar lo que sentía cuando se la dirigía a ella. ¿Sabría el efecto que tenía sobre las mujeres?
—Háblame de tu trabajo —le dijo, buscando un tema de conversación impersonal.
—Importamos automóviles especiales de Europa. Normalmente antes tenemos un cliente interesado, y luego usamos nuestros contactos para encontrar lo que quiere y traérselo. Llevo en este trabajo siete años. ¿Qué más quieres saber?
—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo? —preguntó, esperando que la respuesta le dijera algo sobre ese hombre tan cerrado.
Él lo pensó unos instantes antes de responder.
—Imagino que el desafío de encontrar el coche exacto, de ser capaz de realizar el sueño de alguien. Muchas de esas personas han estado ahorrando durante años con la esperanza de tener ese coche especial. Además, la mayoría de nuestros coches son clásicos, y algunos están en muy mal estado cuando los encontramos. Es maravilloso rescatar un viejo Rolls-Royce de un montón de chatarra en Gran Bretaña y devolverle la vida.
—Veo que te gusta rehacer lo viejo y gastado —observó _________—. Ojalá pudiera hacer yo eso por algunos pacientes. ¿Y qué es lo que menos te gusta?
—A veces no ayudo a cumplir un sueño. Algunos clientes son ricachones mimados y el coche sólo es otro juguete caro para ellos. Me pagan igual, pero no es tan satisfactorio.
En silencio, __________ pensó en lo que le había dicho. Había pensado que Joseph era un avaro que trabajaba largas horas para ganar mucho dinero. Pero no parecía importarle tanto el dinero. ¿Entonces por qué trabajaba tanto?
Pero en seguida encontró la respuesta. Se sumergía en el trabajo porque era un hombre asustado. Asustado de sus propios sentimientos, asustado de amar, asustado de perder y sufrir.
Ella conocía el sentimiento.
Cuando terminaron sus helados, Joseph pidió café para los dos.
—Háblame de tu trabajo. ¿Qué te gusta y qué odias?
—Imagino que suena muy sensiblero, pero realmente amo a los animales. Disfruto ayudándolos, aliviando su dolor y evitándolo a veces.
Lo miró a los ojos para ver si él la encontraba tonta o sentimental. Pero vio algo inesperado en esos ojos miel… respeto.
—Tienes un don especial, unas manos mágicas, __________. Siempre he admirado a la gente que tiene esas manos curativas. Debe ser un modo maravilloso de pasar la vida, curando a los animales.
_________ empezó a responder, pero fue interrumpida por un zumbido contra sus costillas. Suspiró y desenganchó el busca de su cinturón. Le dio a un botón y apareció un número de teléfono.
—Esto es lo que no me gusta de mi trabajo. Pocas veces consigo irme a dormir o a comer sin ser interrumpida al menos una vez.
Cuando vio el número y el prefijo 911, se le hundió el alma a los pies. Al instante supo quién había llamado y por qué.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Joseph.
—Sí, me temo que sí. Son los Rileys, una pareja mayor con un viejo perro perdiguero llamado Midas. Últimamente no ha estado muy bien —volvió a engancharse el busca y tomó su bolso—. Viven sólo a unas manzanas. ¿Te importaría dejarme allí? Ellos me llevarán luego a casa.
—Por supuesto —Joseph dejó unos billetes en la mesa y la siguió a la puerta—. Pero cuando yo invito a salir a una dama, aunque sea a tomar un helado, también la llevo a casa. Te llevaré pero esperaré mientras haces tu trabajo.
—Gracias —dijo __________, agradecida por su compañía, pero mientras cruzaban el aparcamiento hasta el Jaguar, recordó los detalles del estado de Midas y le entraron dudas—. Aprecio tu oferta, pero no sé si querrás estar presente hoy, Joseph. No todas las historias de un veterinario tienen un final feliz.
Él lo pensó unos instantes.
—Lo entiendo. Pero si va a ser una visita difícil, ¿no sería más fácil tener al lado a un amigo?
________ pensó en lo reconfortante que podía ser tener a su lado una presencia masculina. En contra de su voluntad, pensó en Tim y en lo mucho que ella echaba de menos tenerlo a su lado en esas visitas difíciles.
—Sí, sería mucho más fácil. Gracias, Joseph.
Dio media vuelta y subió a su camión. Él intentó replicar algo inteligente, pero estaba tan furioso que se quedó bloqueado.
—Le sugiero que se tome una gran dosis de aceite de ricino y duerma con una percha colgada de la boca. Quizás así se levante mañana con la mente clara y una sonrisa en su cara.
Joseph estaba rojo de rabia. Pensó en una respuesta hábil, insultante, cruel… perfecta.
Pero cuando fue a decirla, el camión ya se había marchado.
Capítulo 4
—¿Estás enfadada conmigo, hija?
Joseph se fijó en la cabeza inclinada de Katie mientras los dos se servían los dos últimos trozos de pizza.
Había llevado a Katie a su restaurante favorito en un esfuerzo por animarla, pero no estaba funcionando. La niña había estado muy callada y había rechazado una oferta para ir a jugar a video juegos.
Algo tenía que ir mal. Y Joseph tenía la sensación de que sabía lo que era.
—¿Lo estás? —volvió a preguntarle cuando ella no respondió.
—No —dijo Katie en voz muy baja y poco convincente.
—Yo creo que sí lo estás. No pasa nada, Katie. Podemos hablar de lo que te esté preocupando.
Ella lo miró con esos preciosos ojos azules que continuamente le rompían el corazón. Joseph vio que estaba mucho más que enfadada. Estaba profundamente herida.
—¿Es por lo que pasó esta tarde?
Katie asintió.
—¿Qué hice mal? —preguntó Joseph, temiendo la respuesta.
—Te portaste mal con la doctora __________ —dijo Katie, con el labio inferior temblándole.
Joseph extendió la mano y lo tocó con un dedo.
—¿Realmente piensas que me porté mal?
Ella volvió a asentir.
—Imagino que fui algo duro con ella, pero estaba preocupado por ti. Estaba furioso porque te hubiera llevado de excursión sin consultarlo conmigo. Estaba disgustado porque dejó que te hicieras daño.
—Pero no fue su culpa. No vimos la roca a través del agua. Y tampoco fue tanto. Casi no me dolió. La doctora __________ estaba siendo muy buena conmigo y nos lo estábamos pasando muy bien hasta…
—¿Hasta que yo lo estropeé?
—Sí —admitió Katie—. Yo estaba deseando volver a casa y contarte lo bien que nadé. Pero entonces…
—Pues cuéntamelo ahora. ¿Cómo lo hiciste?
Los ojos de Katie se iluminaron y empezó a retorcerse en su asiento de nerviosismo.
—¡Lo hice fenomenal! La doctora __________ dijo que soy muy valiente. Primero hice lo de la boca, ya sabes, meterla bajo el agua y soplar burbujas. Luego la nariz, y después floté de espalda y metí las orejas. Eso fue muy raro. Y luego… luego… ¡Metí los ojos! ¡Metí los ojos! ¡Metí toda la cabeza bajo el agua! Lo hice tres veces, y la última abrí los ojos. Los abrí y miré alrededor. Vi a la doctora _________. Ella también estaba bajo el agua, poniendo una cara graciosa y saludándome.
Joseph se alegró al verla tan emocionada. Realmente su hija había disfrutado esa tarde, gracias a _________ Barclay. Y la experiencia obviamente había merecido la pena un pequeño corte en el pie.
Él había sido un idiota.
—Lo siento, hija. De verdad.
—Gracias, papá. Pero no tienes que decírmelo a mí. Gritaste a la doctora.
A Joseph se le puso un nudo en el estómago ante la idea de acercarse a la mujer y ofrecerle una disculpa. ¿Pero qué otra cosa podía hacer? Se había equivocado. Su hija y él mismo lo sabían.
—De acuerdo, de acuerdo. Le diré que lo siento, pero…
—¿Cuándo?
—Bueno… pues…
—Mañana.
—¿Mañana? Tengo mucho trabajo, y no creo que pueda…
Katie bajó la mirada y el labio inferior empezó a temblarle de nuevo.
—De acuerdo, de acuerdo. Mañana.
Katie sonrió, satisfecha.
—Podrías invitarla a salir, una cena romántica, una película, ir a bailar…
Joseph frunció el ceño.
—Ten cuidado. Podrías tener que podar el matorral junto al garaje.
Katie hizo una mueca y se quedó pensativa unos instantes.
—De acuerdo, cómprale un helado doble y bastará.
—Me han ordenado que le compre un helado doble.
Sobresaltada, _________ levantó la mirada de la camilla donde estaba recortándole las plumas a un loro llamado Frederick. Joseph Jonas estaba de pie en la puerta. Llevaba una camisa blanca, vaqueros ajustados y una gran sonrisa en la cara.
Fred chilló y agitó las alas, obviamente irritado por su vacilación.
—¿Qué? —preguntó _________, incapaz de creer lo que había oído.
—He dicho que me gustaría invitarla a un helado, como forma de decir que tenía razón y que fui un idiota. O eso me ha dicho mi hija de ocho años.
—Entiendo.
________ se detuvo para tranquilizar a Frederick, que había decidido que ya llevaba mucho tiempo allí. Por suerte, _________ casi había terminado.
Acariciándole la cabeza, lo metió en su jaula portátil. Su dueña, Marge, iría pronto a recogerlo.
_________ se acercó a la pila y se lavó las manos, intentando decidir cómo reaccionar a esa invitación tan poco entusiasta. Parte de ella quería aceptar, pero el resto quería cruzar la habitación y darle una bofetada.
—¿Katie piensa que fue un idiota? —preguntó mirándolo desafiante y cruzándose de brazos—. Yo también. Pero lo importante, señor Jonas, es lo que piense usted.
Él suspiró y entró en la habitación. Parecía cansado y frustrado, y se sentó en un taburete.
—En primer lugar, por favor, deje de llamarme señor Jonas. La gente sólo me llama así cuando están enfadados conmigo o intentan venderme algo. Llámeme sólo Joseph.
—Yo no intento venderle nada, señor Jonas.
—Y en segundo lugar, estoy de acuerdo con mi hija, y con usted, o no estaría aquí. Puede que compre un helado siguiendo órdenes, pero sólo me disculpo cuando me sale del corazón.
Respiró profundamente y la miró directamente a los ojos.
—Ayer fui injusto con usted. Fue grosero, insensible y cabezota. No la culpo por estar enfadada conmigo. Yo también lo estoy, posiblemente más de lo que lo están usted y Katie juntas. Para ser sincero, me sentí culpable de que yo no hubiera sido el que la llevara a nadar, de no conocer la piscina natural y no haber estado a su lado cuando se hirió. Y lo descargué sobre usted. Lo siento realmente. ¿Me perdonará?
—Sí, está perdonado y todo olvidado. Ni siquiera tiene que invitarme a un helado si no quiere.
—Oh, tengo que hacerlo o Katie se pondrá en huelga y no ordenará su habitación durante dos semanas.
La heladería era uno de los locales más encantadores de la ciudad, decorado al estilo del siglo anterior, con mesas y sillas de hierro forjado y bonitas lámparas. _________ se había tomado la mitad de su helado y llevaba veinte minutos conversando con Joseph.
—Esto ha sido una estupenda idea. Dile a Katie que me gusta que ella tome las decisiones.
—De ningún modo. Ya lo hace a menudo y no voy a animarla.
________ no pudo evitar notar, y no por primera vez, que Joseph Jonas tenía una sonrisa irresistible. Y no podía negar lo que sentía cuando se la dirigía a ella. ¿Sabría el efecto que tenía sobre las mujeres?
—Háblame de tu trabajo —le dijo, buscando un tema de conversación impersonal.
—Importamos automóviles especiales de Europa. Normalmente antes tenemos un cliente interesado, y luego usamos nuestros contactos para encontrar lo que quiere y traérselo. Llevo en este trabajo siete años. ¿Qué más quieres saber?
—¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo? —preguntó, esperando que la respuesta le dijera algo sobre ese hombre tan cerrado.
Él lo pensó unos instantes antes de responder.
—Imagino que el desafío de encontrar el coche exacto, de ser capaz de realizar el sueño de alguien. Muchas de esas personas han estado ahorrando durante años con la esperanza de tener ese coche especial. Además, la mayoría de nuestros coches son clásicos, y algunos están en muy mal estado cuando los encontramos. Es maravilloso rescatar un viejo Rolls-Royce de un montón de chatarra en Gran Bretaña y devolverle la vida.
—Veo que te gusta rehacer lo viejo y gastado —observó _________—. Ojalá pudiera hacer yo eso por algunos pacientes. ¿Y qué es lo que menos te gusta?
—A veces no ayudo a cumplir un sueño. Algunos clientes son ricachones mimados y el coche sólo es otro juguete caro para ellos. Me pagan igual, pero no es tan satisfactorio.
En silencio, __________ pensó en lo que le había dicho. Había pensado que Joseph era un avaro que trabajaba largas horas para ganar mucho dinero. Pero no parecía importarle tanto el dinero. ¿Entonces por qué trabajaba tanto?
Pero en seguida encontró la respuesta. Se sumergía en el trabajo porque era un hombre asustado. Asustado de sus propios sentimientos, asustado de amar, asustado de perder y sufrir.
Ella conocía el sentimiento.
Cuando terminaron sus helados, Joseph pidió café para los dos.
—Háblame de tu trabajo. ¿Qué te gusta y qué odias?
—Imagino que suena muy sensiblero, pero realmente amo a los animales. Disfruto ayudándolos, aliviando su dolor y evitándolo a veces.
Lo miró a los ojos para ver si él la encontraba tonta o sentimental. Pero vio algo inesperado en esos ojos miel… respeto.
—Tienes un don especial, unas manos mágicas, __________. Siempre he admirado a la gente que tiene esas manos curativas. Debe ser un modo maravilloso de pasar la vida, curando a los animales.
_________ empezó a responder, pero fue interrumpida por un zumbido contra sus costillas. Suspiró y desenganchó el busca de su cinturón. Le dio a un botón y apareció un número de teléfono.
—Esto es lo que no me gusta de mi trabajo. Pocas veces consigo irme a dormir o a comer sin ser interrumpida al menos una vez.
Cuando vio el número y el prefijo 911, se le hundió el alma a los pies. Al instante supo quién había llamado y por qué.
—¿Ocurre algo? —le preguntó Joseph.
—Sí, me temo que sí. Son los Rileys, una pareja mayor con un viejo perro perdiguero llamado Midas. Últimamente no ha estado muy bien —volvió a engancharse el busca y tomó su bolso—. Viven sólo a unas manzanas. ¿Te importaría dejarme allí? Ellos me llevarán luego a casa.
—Por supuesto —Joseph dejó unos billetes en la mesa y la siguió a la puerta—. Pero cuando yo invito a salir a una dama, aunque sea a tomar un helado, también la llevo a casa. Te llevaré pero esperaré mientras haces tu trabajo.
—Gracias —dijo __________, agradecida por su compañía, pero mientras cruzaban el aparcamiento hasta el Jaguar, recordó los detalles del estado de Midas y le entraron dudas—. Aprecio tu oferta, pero no sé si querrás estar presente hoy, Joseph. No todas las historias de un veterinario tienen un final feliz.
Él lo pensó unos instantes.
—Lo entiendo. Pero si va a ser una visita difícil, ¿no sería más fácil tener al lado a un amigo?
________ pensó en lo reconfortante que podía ser tener a su lado una presencia masculina. En contra de su voluntad, pensó en Tim y en lo mucho que ella echaba de menos tenerlo a su lado en esas visitas difíciles.
—Sí, sería mucho más fácil. Gracias, Joseph.
ForJoeJonas
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
omj
estamos un mes sin foro y pones solo u n cap
eso si es crueldad
vas a hacer k llore
muy tarde
estamos un mes sin foro y pones solo u n cap
eso si es crueldad
vas a hacer k llore
muy tarde
joenatik
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
es reconfortant leer despues de un mes pro komo uno espero k la sigas pronto BESOS
berijb
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
ahy sigelaaa ahy k sera k va a pasar k sera k va a suseder k sera k vamos aser yo y el señor jonas :twisted: hahah sigela pork yo kiero saver k le pasara al perro :( espero k no le pase nada me duele k los animales sufran da muxa penita ahy tan idefensos ahy k penita ahyy seguila mi niña aver k me tenes en ascuas jumm seguilaaa
Invitado
Invitado
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
me encanto el cap :)
porfin joe
es buena gente
ya hacia falta jajajajjaa
porfa cap
porfin joe
es buena gente
ya hacia falta jajajajjaa
porfa cap
andreita
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
si no la sigues me tiro de u npuente
i sera
culpable
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
i sera
culpable
siguelaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
jonas_dayi_avril
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
AHHH SIGUELA!!! ESTA BUENISIMA!! POR FIN JOE SE ABLANDO!! ESPERO Q NO LE PASE NADA AL PERRO :(
SIGUELA!!!!
SIGUELA!!!!
jb_fanvanu
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
—¿Ocurre algo? —le preguntó Joseph.
—Sí, me temo que sí. Son los Rileys, una pareja mayor con un viejo perro perdiguero llamado Midas. Últimamente no ha estado muy bien —volvió a engancharse el busca y tomó su bolso—. Viven sólo a unas manzanas. ¿Te importaría dejarme allí? Ellos me llevarán luego a casa.
—Por supuesto —Joseph dejó unos billetes en la mesa y la siguió a la puerta—. Pero cuando yo invito a salir a una dama, aunque sea a tomar un helado, también la llevo a casa. Te llevaré pero esperaré mientras haces tu trabajo.
—Gracias —dijo __________, agradecida por su compañía, pero mientras cruzaban el aparcamiento hasta el Jaguar, recordó los detalles del estado de Midas y le entraron dudas—. Aprecio tu oferta, pero no sé si querrás estar presente hoy, Joseph. No todas las historias de un veterinario tienen un final feliz.
Él lo pensó unos instantes.
—Lo entiendo. Pero si va a ser una visita difícil, ¿no sería más fácil tener al lado a un amigo?
________ pensó en lo reconfortante que podía ser tener a su lado una presencia masculina. En contra de su voluntad, pensó en Tim y en lo mucho que ella echaba de menos tenerlo a su lado en esas visitas difíciles.
—Sí, sería mucho más fácil. Gracias, Joseph.
Beatrice y Jack Riley se tenían el uno al otro con bastante buena salud para haber sobrepasado ya los setenta años. Tenían una pequeña casa, un viejo Chevrolet del 56 y a Midas.
En la edad de los perros, Midas era mayor que ellos, y habían llamado a Rebecca varias veces en los últimos meses debido a sus dolores y enfermedades.
Pero la última vez que ella visitó la pequeña casa en Cleveland Avenue, sospechó que al animal no le quedaba mucho tiempo de vida.
Sus sospechas se confirmaron en cuanto entró y lo vio echado en su manta delante de la chimenea. No importaba lo enfermo que hubiera estado antes, Midas siempre había corrido a la puerta para saludarla. Pero en ese momento se quedó quieto, y el único signo de vida era su pecho subiendo y bajando.
Beatrice Riley hizo entrar a _________ y Joseph y cerró la puerta. _________ le presentó rápidamente a Joseph y luego dirigió toda su atención al perro.
—Anoche parecía bastante indispuesto —explicó Beatrice—. Más de lo normal. Y esta mañana no podía levantarse. No se ha movido ni ha comido en todo el día y está llorando continuamente. Sé que está sufriendo. Por eso te he llamado.
—Claro que sí, Bea —dijo __________—. No te preocupes. Has hecho lo correcto.
El perro estaba echado en su lado izquierdo, con la nariz apuntando hacia el fuego. Cuando ella se arrodilló a su lado, Midas movió la cola, indicando que la había reconocido.
—Sí, Midas, soy yo —dijo _________ acariciando el pelo dorado que había perdido su lustre—. Soy esa mujer mala que te pone agujas y termómetros y te hace tomar medicinas de sabor asqueroso.
Suavemente, __________ pasó la mano por su lomo, buscando el bulto que encontró en su última visita. Ahí estaba, cerca de la vértebra, al menos dos veces más grande que unas semanas antes.
El perro sollozó más mientras ella palpaba la zona alrededor del bulto.
—Lo siento, Midas —dijo cambiando la mano de lugar y acariciando sus orejas—. No quería hacerte más daño. Duele mucho, ¿verdad?
_________ miró a Beatrice y vio la ansiedad y el dolor en sus ojos. Joseph estaba a su lado, con una expresión similar. Los dos lo sabían. __________ sólo tenía que decir las palabras, pero eran muy difíciles.
—El tumor ha invadido toda su espina, Bea —dijo suavemente—. Ésa es la razón de su parálisis. No hay nada que podamos hacer. Como te dije antes está demasiado extendido para operarlo.
Beatrice no dijo nada, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Dónde está Jack? —preguntó _________ mirando alrededor y esperando que Beatrice no tuviera que soportar esa experiencia sola.
—Ha ido a Orange County, a visitar a su hermana. Ella tampoco se encontraba muy bien.
A __________ le hubiera gustado esperar a que volviera Jack, pero Midas se merecía algo mejor.
—Bueno, me gustaría no tener que decirte esto, pero tenías razón, Midas está sufriendo mucho. Tenemos que pensar en lo mejor para él. No creo que sea justo dejarlo sufrir cuando podemos ayudarlo.
—¿Te refieres a… sacrificarlo? ¿Ahora?
—Sí, a eso me refiero. Le has dado una vida maravillosa, tiene dieciséis años y está preparado y listo para marcharse. Sólo le facilitaremos el camino. Te prometo que será una muerte muy dulce.
__________ vio el miedo aparecer en los ojos de la mujer.
—No puedo —dijo Beatrice retrocediendo—. Dejaré que lo hagas si piensas que es lo mejor, pero yo no puedo mirar —empezó a llorar—. Lo siento, me siento como una traidora, pero no te puedo impedir que lo hagas.
__________ se levantó, se acercó a la mujer y la abrazó.
—Por favor, no te sientas culpable, Beatrice. Muchos dueños no pueden verlo. No hay razón para que tú pases por ello si no quieres. Yo me ocuparé de todo.
—¿Le… le hablarás y le acariciarás cuando…?
—Claro que sí.
Joseph se acercó y puso una mano en el brazo de Beatrice.
—Señora Riley, ¿por qué no me deja que la acompañe al jardín? Le sentará bien algo de aire fresco.
Joseph se giró a _________ y bajó la voz.
—Volveré dentro de un par de minutos para ayudarte.
—Gracias, pero estaré bien. Tú ocúpate de Bea por mí.
Esperó hasta que se cerró la puerta y entonces regresó junto a su paciente.
Se sentó a su lado. Despacio le levantó la cabeza, se la puso en su regazo y empezó a acariciarle las orejas. Los enormes ojos marrones se abrieron durante un instante, y ella supo, que a pesar del dolor, le gustaba que le acariciara.
Acercó su maletín y sacó la jeringuilla y la medicación necesaria. Dejándolo todo a un lado, volvió a acariciarle, hablándole con suavidad.
—Pronto dejará de dolerte, Midas. Has sido un perro maravilloso, protegiendo la casa todos estos años, persiguiendo a los carteros. Has soportado las fiestas de Bea y los ronquidos de Jack y a esos nietos ruidosos. Pero tu trabajo ya ha terminado y tienes que descansar.
Con rapidez y eficiencia, __________ le administró la dosis necesaria. El perro apenas se movió cuando la aguja entró en la vena. Realmente estaba cansado y listo para marcharse.
El alivio llegó al instante. __________ lo sintió relajarse en sus brazos y su cola se agitó una vez más. Continuó acariciándole las orejas y hablándole hasta que sintió que la esencia de Midas abandonó el cuerpo deteriorado.
—¿Cómo puedes soportarlo? —Le preguntó Joseph mientras dirigía su Jaguar hacia la casa de __________—. ¿Cómo puedes enfrentarte regularmente a esa tristeza? Yo no podría hacerlo.
Joseph no fue el primero en hacerle esa pregunta. __________ se la había hecho muchas veces. Así que le dio la respuesta que siempre se había dado a sí misma.
—La tristeza no es necesariamente algo malo. Es sólo parte de la vida. Igual que la muerte. El alma llega al mundo y tiene que marcharse también.
—¿Me estás diciendo que Midas está ahora en el cielo? —preguntó con una sonrisa sarcástica.
—No creo que esté sentado sobre una nube en alguna parte, con alas y tocando el arpa, si te refieres a eso. Pero he tenido en mis brazos a varios seres vivos en el momento de su muerte, y sé una cosa… se marchan, pero no acaban.
Joseph se quedó en silencio unos instantes, y ella sintió el impacto que habían tenido sus palabras en él. Llegaron frente a su casa y él paró el motor.
—Ojalá pudiera creerte —dijo suavemente.
__________ no dijo nada pero esperó, sabiendo que él necesitaba continuar.
—Yo no estaba junto a mi mujer cuando murió… Había abandonado el hospital veinte minutos antes.
Ella notó que se agarraba al asiento con manos temblorosas, ___________ puso una mano encima de la suya.
—Si lo hubieras sabido, estoy segura de que te hubieras quedado. Tu mujer te conocía bien. Estoy segura de que lo entendió.
—Eso espero. ¿Estuviste tú cuando tu marido…?
—No. Él murió al instante, en un accidente de coche.
—¿No te parece extraño que no estuvieras ahí, que no compartieras algo tan importante con tu pareja tras pasar por muchas otras cosas juntos?
—Sí, muy extraño.
Ninguno de ellos habló durante un rato.
—¿Cuánto tiempo tarda un corazón en curarse, doctora, al menos lo suficiente para poder soportar el dolor?
—Imagino que eso depende de las personas y las circunstancias. Pero en mi caso, el dolor empezó a disminuir cuando yo empecé a dejarlo marchar.
Él la miró, perplejo.
—¿A qué te refieres? ¿Por qué iba alguien a aferrarse a un dolor tan horrible?
Ella se encogió de hombros y le dio un apretón en la mano.
—¿Quizás para castigarse por algún tipo de culpa?
__________ supo que sus palabras le habían llegado muy hondo. Joseph puso gesto de dolor y apartó la mano.
—Gracias por tomarte un helado conmigo. Te acompañaré a la puerta.
Su repentina brusquedad la sorprendió y le dolió. Habían parecido unidos, casi amigos, pero en un momento, la intimidad se había roto.
—No hace falta que me acompañes —dijo _________ abriendo la puerta del coche—. Aún es de día. Puedo encontrar el camino sola.
—_________, espera —Joseph la sujetó del brazo—. Gracias por lo que has dicho. Tienes razón. Pero tengo que pensar en ella antes de poder… ya sabes…
—Sí, claro. Lo entiendo.
Mientras _________ lo veía marcharse, se dio cuenta de que lo entendía mucho mejor de lo que quería. Su corazón había sufrido un golpe del que posiblemente nunca se recuperaría. Igual le había ocurrido a ella. Joseph tenía miedo de volver a amar profundamente. Y ella también.
Y a juzgar por la mirada aterrorizada en sus ojos cuando se despidió de ella, estaba asustado de que el contacto continuado con ella hiciera que su corazón volviera a abrirse, pudiera hacerlo vulnerable de amar y quizás perder.
Oh, sí, __________ lo entendía muy bien. Ella también estaba asustada.
_________ entró en su casa, que le pareció más vacía y silenciosa que antes.
A pesar de todas las cosas maravillosas en la vida, sabía que había un vacío en su corazón. Lo había habido desde la muerte de Tim.
El silencio… el silencio pesado y agobiante siempre estaba ahí para recordarle lo que había perdido.
¿Quieren más capi? :)
—Sí, me temo que sí. Son los Rileys, una pareja mayor con un viejo perro perdiguero llamado Midas. Últimamente no ha estado muy bien —volvió a engancharse el busca y tomó su bolso—. Viven sólo a unas manzanas. ¿Te importaría dejarme allí? Ellos me llevarán luego a casa.
—Por supuesto —Joseph dejó unos billetes en la mesa y la siguió a la puerta—. Pero cuando yo invito a salir a una dama, aunque sea a tomar un helado, también la llevo a casa. Te llevaré pero esperaré mientras haces tu trabajo.
—Gracias —dijo __________, agradecida por su compañía, pero mientras cruzaban el aparcamiento hasta el Jaguar, recordó los detalles del estado de Midas y le entraron dudas—. Aprecio tu oferta, pero no sé si querrás estar presente hoy, Joseph. No todas las historias de un veterinario tienen un final feliz.
Él lo pensó unos instantes.
—Lo entiendo. Pero si va a ser una visita difícil, ¿no sería más fácil tener al lado a un amigo?
________ pensó en lo reconfortante que podía ser tener a su lado una presencia masculina. En contra de su voluntad, pensó en Tim y en lo mucho que ella echaba de menos tenerlo a su lado en esas visitas difíciles.
—Sí, sería mucho más fácil. Gracias, Joseph.
Beatrice y Jack Riley se tenían el uno al otro con bastante buena salud para haber sobrepasado ya los setenta años. Tenían una pequeña casa, un viejo Chevrolet del 56 y a Midas.
En la edad de los perros, Midas era mayor que ellos, y habían llamado a Rebecca varias veces en los últimos meses debido a sus dolores y enfermedades.
Pero la última vez que ella visitó la pequeña casa en Cleveland Avenue, sospechó que al animal no le quedaba mucho tiempo de vida.
Sus sospechas se confirmaron en cuanto entró y lo vio echado en su manta delante de la chimenea. No importaba lo enfermo que hubiera estado antes, Midas siempre había corrido a la puerta para saludarla. Pero en ese momento se quedó quieto, y el único signo de vida era su pecho subiendo y bajando.
Beatrice Riley hizo entrar a _________ y Joseph y cerró la puerta. _________ le presentó rápidamente a Joseph y luego dirigió toda su atención al perro.
—Anoche parecía bastante indispuesto —explicó Beatrice—. Más de lo normal. Y esta mañana no podía levantarse. No se ha movido ni ha comido en todo el día y está llorando continuamente. Sé que está sufriendo. Por eso te he llamado.
—Claro que sí, Bea —dijo __________—. No te preocupes. Has hecho lo correcto.
El perro estaba echado en su lado izquierdo, con la nariz apuntando hacia el fuego. Cuando ella se arrodilló a su lado, Midas movió la cola, indicando que la había reconocido.
—Sí, Midas, soy yo —dijo _________ acariciando el pelo dorado que había perdido su lustre—. Soy esa mujer mala que te pone agujas y termómetros y te hace tomar medicinas de sabor asqueroso.
Suavemente, __________ pasó la mano por su lomo, buscando el bulto que encontró en su última visita. Ahí estaba, cerca de la vértebra, al menos dos veces más grande que unas semanas antes.
El perro sollozó más mientras ella palpaba la zona alrededor del bulto.
—Lo siento, Midas —dijo cambiando la mano de lugar y acariciando sus orejas—. No quería hacerte más daño. Duele mucho, ¿verdad?
_________ miró a Beatrice y vio la ansiedad y el dolor en sus ojos. Joseph estaba a su lado, con una expresión similar. Los dos lo sabían. __________ sólo tenía que decir las palabras, pero eran muy difíciles.
—El tumor ha invadido toda su espina, Bea —dijo suavemente—. Ésa es la razón de su parálisis. No hay nada que podamos hacer. Como te dije antes está demasiado extendido para operarlo.
Beatrice no dijo nada, pero sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¿Dónde está Jack? —preguntó _________ mirando alrededor y esperando que Beatrice no tuviera que soportar esa experiencia sola.
—Ha ido a Orange County, a visitar a su hermana. Ella tampoco se encontraba muy bien.
A __________ le hubiera gustado esperar a que volviera Jack, pero Midas se merecía algo mejor.
—Bueno, me gustaría no tener que decirte esto, pero tenías razón, Midas está sufriendo mucho. Tenemos que pensar en lo mejor para él. No creo que sea justo dejarlo sufrir cuando podemos ayudarlo.
—¿Te refieres a… sacrificarlo? ¿Ahora?
—Sí, a eso me refiero. Le has dado una vida maravillosa, tiene dieciséis años y está preparado y listo para marcharse. Sólo le facilitaremos el camino. Te prometo que será una muerte muy dulce.
__________ vio el miedo aparecer en los ojos de la mujer.
—No puedo —dijo Beatrice retrocediendo—. Dejaré que lo hagas si piensas que es lo mejor, pero yo no puedo mirar —empezó a llorar—. Lo siento, me siento como una traidora, pero no te puedo impedir que lo hagas.
__________ se levantó, se acercó a la mujer y la abrazó.
—Por favor, no te sientas culpable, Beatrice. Muchos dueños no pueden verlo. No hay razón para que tú pases por ello si no quieres. Yo me ocuparé de todo.
—¿Le… le hablarás y le acariciarás cuando…?
—Claro que sí.
Joseph se acercó y puso una mano en el brazo de Beatrice.
—Señora Riley, ¿por qué no me deja que la acompañe al jardín? Le sentará bien algo de aire fresco.
Joseph se giró a _________ y bajó la voz.
—Volveré dentro de un par de minutos para ayudarte.
—Gracias, pero estaré bien. Tú ocúpate de Bea por mí.
Esperó hasta que se cerró la puerta y entonces regresó junto a su paciente.
Se sentó a su lado. Despacio le levantó la cabeza, se la puso en su regazo y empezó a acariciarle las orejas. Los enormes ojos marrones se abrieron durante un instante, y ella supo, que a pesar del dolor, le gustaba que le acariciara.
Acercó su maletín y sacó la jeringuilla y la medicación necesaria. Dejándolo todo a un lado, volvió a acariciarle, hablándole con suavidad.
—Pronto dejará de dolerte, Midas. Has sido un perro maravilloso, protegiendo la casa todos estos años, persiguiendo a los carteros. Has soportado las fiestas de Bea y los ronquidos de Jack y a esos nietos ruidosos. Pero tu trabajo ya ha terminado y tienes que descansar.
Con rapidez y eficiencia, __________ le administró la dosis necesaria. El perro apenas se movió cuando la aguja entró en la vena. Realmente estaba cansado y listo para marcharse.
El alivio llegó al instante. __________ lo sintió relajarse en sus brazos y su cola se agitó una vez más. Continuó acariciándole las orejas y hablándole hasta que sintió que la esencia de Midas abandonó el cuerpo deteriorado.
—¿Cómo puedes soportarlo? —Le preguntó Joseph mientras dirigía su Jaguar hacia la casa de __________—. ¿Cómo puedes enfrentarte regularmente a esa tristeza? Yo no podría hacerlo.
Joseph no fue el primero en hacerle esa pregunta. __________ se la había hecho muchas veces. Así que le dio la respuesta que siempre se había dado a sí misma.
—La tristeza no es necesariamente algo malo. Es sólo parte de la vida. Igual que la muerte. El alma llega al mundo y tiene que marcharse también.
—¿Me estás diciendo que Midas está ahora en el cielo? —preguntó con una sonrisa sarcástica.
—No creo que esté sentado sobre una nube en alguna parte, con alas y tocando el arpa, si te refieres a eso. Pero he tenido en mis brazos a varios seres vivos en el momento de su muerte, y sé una cosa… se marchan, pero no acaban.
Joseph se quedó en silencio unos instantes, y ella sintió el impacto que habían tenido sus palabras en él. Llegaron frente a su casa y él paró el motor.
—Ojalá pudiera creerte —dijo suavemente.
__________ no dijo nada pero esperó, sabiendo que él necesitaba continuar.
—Yo no estaba junto a mi mujer cuando murió… Había abandonado el hospital veinte minutos antes.
Ella notó que se agarraba al asiento con manos temblorosas, ___________ puso una mano encima de la suya.
—Si lo hubieras sabido, estoy segura de que te hubieras quedado. Tu mujer te conocía bien. Estoy segura de que lo entendió.
—Eso espero. ¿Estuviste tú cuando tu marido…?
—No. Él murió al instante, en un accidente de coche.
—¿No te parece extraño que no estuvieras ahí, que no compartieras algo tan importante con tu pareja tras pasar por muchas otras cosas juntos?
—Sí, muy extraño.
Ninguno de ellos habló durante un rato.
—¿Cuánto tiempo tarda un corazón en curarse, doctora, al menos lo suficiente para poder soportar el dolor?
—Imagino que eso depende de las personas y las circunstancias. Pero en mi caso, el dolor empezó a disminuir cuando yo empecé a dejarlo marchar.
Él la miró, perplejo.
—¿A qué te refieres? ¿Por qué iba alguien a aferrarse a un dolor tan horrible?
Ella se encogió de hombros y le dio un apretón en la mano.
—¿Quizás para castigarse por algún tipo de culpa?
__________ supo que sus palabras le habían llegado muy hondo. Joseph puso gesto de dolor y apartó la mano.
—Gracias por tomarte un helado conmigo. Te acompañaré a la puerta.
Su repentina brusquedad la sorprendió y le dolió. Habían parecido unidos, casi amigos, pero en un momento, la intimidad se había roto.
—No hace falta que me acompañes —dijo _________ abriendo la puerta del coche—. Aún es de día. Puedo encontrar el camino sola.
—_________, espera —Joseph la sujetó del brazo—. Gracias por lo que has dicho. Tienes razón. Pero tengo que pensar en ella antes de poder… ya sabes…
—Sí, claro. Lo entiendo.
Mientras _________ lo veía marcharse, se dio cuenta de que lo entendía mucho mejor de lo que quería. Su corazón había sufrido un golpe del que posiblemente nunca se recuperaría. Igual le había ocurrido a ella. Joseph tenía miedo de volver a amar profundamente. Y ella también.
Y a juzgar por la mirada aterrorizada en sus ojos cuando se despidió de ella, estaba asustado de que el contacto continuado con ella hiciera que su corazón volviera a abrirse, pudiera hacerlo vulnerable de amar y quizás perder.
Oh, sí, __________ lo entendía muy bien. Ella también estaba asustada.
_________ entró en su casa, que le pareció más vacía y silenciosa que antes.
A pesar de todas las cosas maravillosas en la vida, sabía que había un vacío en su corazón. Lo había habido desde la muerte de Tim.
El silencio… el silencio pesado y agobiante siempre estaba ahí para recordarle lo que había perdido.
¿Quieren más capi? :)
ForJoeJonas
Re: ○* Manos Mágicas *○ (Joe y tú)
ahy si seguila ahy k triste fue el capis pobre midas :(
pero eso es la vida ahyy mi niña sigela jumm k me encata ahy kiero kapizzzzzzz
pero eso es la vida ahyy mi niña sigela jumm k me encata ahy kiero kapizzzzzzz
Invitado
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