Neverland |Harry Styles|

—Paso uno—Dijo Harry mientras comía una galleta con chispas—Tendrás que tener una vara.
—Oh, dime ¿mágica?—Él asintió. — Qué raro. —Dije sarcásticamente— Oye, tú…no estarás aquí por mucho tiempo ¿no?
— ¡Qué ricas galletas! ¿Las hace tu mamá? Tienes que pedirle que me haga un platón entero.
— ¡Harry!

No era idiota ayer, cuando no sabía acerca de la magia, y no lo soy ahora. Ese chico que quedaría por un largo tiempo en mi casa, pero solo tenía que hacer lo que hice toda mi vida, evitarlo. Bueno, no exactamente. Él vivió en mi casa desde que mis padres entraron por la puerta principal con una pequeña niña de un mes en brazos. Nunca me había dado cuenta de su existencia (hasta hoy) y si él vivió aquí durante un largo tiempo, significa que podré soportarlo un largo tiempo más. Solo tengo que…imaginar que no lo veo. ¿Podré hacerlo desaparecer? Después de todo, soy bruja.

— ¿Puedo opinar? No me parece una gran idea. Ay, Faylinn…Pensé que ya habías deducido que ni en tus pensamientos estás a salvo de mí. Y no creo que el capitán del equipo de básquet sea tan “lindo” como le dices.
— ¡Pero sabes que puedes evitar leer mi mente! ¿Por qué lo haces?
—No te incumbe.
— ¡Si me incumbe! ¡Es mi mente!
—Como decía…segundo paso para ser bruja:…

Cómo odio su torpe manía de cambiar de tema. Es insoportable. Sabía que de seguro ahora mismo él debía de estar leyendo mi mente, pero no me importaba. Tenía ganas de gritar. Era horrible no poder tener un solo segundo para mí misma. Esté donde esté, él aparecería con su maldito don.

—Debes controlar tu habilidad de leer mentes.
—Ni siquiera concluí el paso uno.

«Te odio».

—Mira, sé que no me soportas. Pero lo hago por tu bien. Un día necesitarás tu poder y no podrás aprovecharlo porque no has querido desarrollarlo.

Tenía razón, y lo odiaba por ello. Pero si…

—Tengo una pregunta.
—Y estoy aquí para responderla.
—Todo esto de…leer mentes, ¿sirve en cualquier parte? Digo ¿Puedo leer la mente de mi madre?
—No. Debe estar a tu lado, no en una clase de yoga. Bien, Faylinn, me sorprende que de repente sientas curiosidad por todo esto.

«Bingo, lo dijo».

— ¿Me disculpas?

Me levanté de golpe, saqué las migajas de galleta que cayeron sobre mi pantalón y fui directo hacia la puerta del ático, que con cuidado abrí, la escalera se desprendió de ésta y cayó al segundo piso.

— ¿A dónde vas?

Era Harry. Estaba parado en las escaleras. Casi parecía como si no me quisiera dejar salir intencionalmente.

—Quiero ir al baño idiota. Aun siendo un ser mágico necesito ir.

Harry hizo una mueca y se hizo a un lado. Bajé rápidamente y fui directamente y sin rodeos al baño.
Harry ocultaba algo. No sabía con exactitud qué. Pero él no trataba de cuidarme o que tenga desarrollados mis poderes para cuando los necesite. Jamás había dicho que mi madre estaba en una clase de Yoga, él tramaba algo. Y adivinaría que es.
Abrí la puerta y me encontré con una cara seria por parte de un chico enrulado.

— ¡Harry! Se nota que no hay privacidad.
—Desde aquí puedo leer tu mente, Fay...
—No me digas así.
—Faylinn, te juro que no soy lo que crees que soy. Vivo aquí hace dieciséis años, me sé todo lo que hacen como a la palma de mi mano. No es mi culpa, solo que arriba en el ático no hay mejores pasatiempos.

Quizás sea verdad…pero eso no implica tal persecución de su parte. Cada vez que trato de alejarme de él, él llega y me obstruye el camino.

—No más persecuciones.

Y con eso concluye la conversación.

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— ¡Faylinn Marshall! ¡Ven a desayunar!

Despertarse no es fácil para nadie, excepto para mis dos hermanos, ellos deben ser los únicos seres vivos de este planeta que se despiertan temprano sin retrasos ni interrupciones. Yo, por mi parte, prefiero quedarme en mi cama. La escuela puede esperar.

Veo mi celular, el cual me indica que hay 8°c, son las 6:30 am. Y es martes.

¿8°c? Debería haberlo pensado mejor y haber obedecido a mamá. Pero ya era tarde, y no había marcha atrás. Sus pasos se oían llegar. Dos pares de pies chocaban contra el viejo suelo de madera de mi casa. Eran mis hermanos.

Ya podía verlos, riendo, corriendo desenfrenadamente hacia mí con sus cubetas con agua helada.

Y lo demás es cuestión de lógica.

Caminé sigilosamente hacia el armario y me senté detrás de las cientas de cajas de zapatos que fui acumulando desde bebe. Mi madre insiste en guardarlos, pero al contrario de todo, esto debe ser por nostalgia, no una locura de Faylinn y la Historia de las Hadas.

Cerré la puerta del armario y me quedé en sumo silencio. Me sobresalté al escuchar el griterío de repente.

¡AHHHHHHHH!

«Splash»

Seguramente tiraron el agua sobre mi cama, pero al no encontrarme…

¡¿DÓNDE ESTÁ?

¡SABEMOS TODOS TUS ESCONDITES FAYLINN!

Y el armario empezó a sacudirse con tal fuerza que empujé todas las cajas y la puerta del armario se abrió, dejando salir de allí a una chica rodando sobre sí misma mientras se lastimaba a causa de las cajas que caían con ella.
Lo único que puedo recordar es caer al piso con ciento tres cajas a mi alrededor, y luego estar empapada y sin rastro de mis hermanos, solo su risa que se oía a lo lejos.

Mi cabello estaba húmedo. Y enredado en exceso a causa de dormir. Mis rizos, heredados de mi madre, no ayudaban tampoco.

Pero no tenía ganas de arreglado con una ducha, no a la mañana (aunque ni tiempo me quedaba). La temperatura era baja y solo me quedaban treinta minutos para tener que salir hacia la parada del autobús.
Me puse el uniforme escolar y demoré peinándome torpemente. Con mis auriculares sonando al ritmo de Bubblegum Bitch agarré una tostada, le di un sorbo a mi vaso con jugo y salí con un sonoro “Adiós”.
Era la primera vez que no había nadie en la parada. O estaba retrasada y llegaría tarde, o sigo teniendo olor a falo amorfo titánico.

—Hola.
— ¡Ahh!—Era mi “brujo de la guarda”— Esto se te está haciendo una muy mala costumbre.
— ¿El qué?
—El saludar de golpe, por cierto ¿de dónde saliste?
—Magia.
— ¡Deja de decir eso, maldit…
—Ni si te ocurra decirlo. Ahora, camina que ahí viene el autobús y para nuestra suerte no va a estar repleto ya que yo…digo, ya que no hay nadie.
— ¿Los desapareciste?

Él sonrió. No lo conocía ni hace más de veinticuatro horas y no lo había visto sonreír hasta ahora. Su sonrisa era perfecta. Y sus hoyuelos lo podían hacer ver adorable aún en el peor de los casos.

—Algo así…

Sabía que debería enojarme por lo que había hecho, pero no podía. Su cara reflejaba tanta ternura que gritarle sería como golpear a un niño. Él no podía ser tan cruel, había encontrado un punto débil en mí y notó que funciona.

Y lo usaba en mi contra.