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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 2:21 pm

Titulo: Aventurera
Autora: Corín Tellado
adaptación: si
Genero: Romantica
advertencias: ninguna
otras paginas: no

Sinopsis:

Joseph Jonas es un joven millonario prometido por razones familiares y financieras a una chica de su mismo nivel social. Su destino parece inalterable. Pero se encuentra con _____ Brown y comienzan las dudas.
Ella es una muchacha sencilla, apacible, que sabe dar sin pedir nada a cambio. Joseph entabla una relación con ____ que dará mucho que hablar y pondrá en peligro la reputación y los planes de ambos.
Genesis Smith
Genesis Smith


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 1:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 2:39 pm

—¿Qué te parece, Joe? Está muy bien, ¿verdad? Es regalo de mi tía Peti. Quiere ser la madrina, pero mamá dice que le pertenece a ella. Peti es tan romántica... ¿Me oyes, Joe?
El aludido se agitó. Era un hombre alto, muy delgado, de pelo negro y ojos avellana de expresión indefinible. Frío y áspero, y a la vez, allí, en el fondo de las pupilas, se apreciaba a veces una lucecita de humanidad, pero... muy pocas veces. Tenía 23 años y estaba prometido a la joven que le hablaba desde que dejó Oxford, y de ello ya hacía muchos años. Pertenecía a la mejor familia de Penzance. Las más prestigiosas industrias, mineras y pesqueras, eran de su ilustre padre, sir Lewis Jonas Grey, y su novia, Mildred Lawson, era hija del socio de su padre, el honorable sir Gerald Lawson; pensaban casarse aquel invierno. Estaban contemplando el coquetón inmueble que la tía de Mildred pensaba darles como regalo de boda.
Joe la oía, por supuesto, pero, como siempre, estaba distraído y parecía estar a miles de leguas de distancia. Mildred, que se hallaba habituada al carácter particular de su prometido, no pareció molestarse. Asió con sus dos manos el brazo de Joe, y juntos traspasaron la verja.
Mildred era una mujer alta y fina, de aristocrático porte. Ya no era una colegiala. Tendría por lo menos 20 años, y hacía 3 que lucía en el dedo una sortija de brillantes, símbolo de su compromiso con Joseph Jonas. Era rubia y tenía ojos azules de altivo mirar.
—¿Qué te parece el parque?—Y sin esperar respuesta, añadió—: Cambié el cenador y estas macetas. No me agrada la estructura de la terraza central. Diré a papá que lo cambie todo. ¿No te parece que hemos de realizar aquí grandes obras para que esto se convierta en un hogar moderno y cómodo?
Joe alzóse de hombros. Estaba pensando que se hacía tarde, que el sol declinaba y él tenía una cita. No obstante, se abstuvo de decirlo. Correcto, pero distante, era cortés a su prometida.
—Jully dice que si fuera ella la dueña de este chalet dejaba los parterres tal como están. Jully es una maniática, ¿verdad?
¡Las ocho! Empezaba a oscurecer. ____ lo estaría esperando.
—Joe, cariño...
—¿Sí?
—Pareces tan lejos de todo esto...
—Estoy a tu lado —indicó Joe, con su habitual indiferencia.
Mildred pensó, aunque fugazmente, que Joe antes no era tan seco y tan distante. Pero, bueno, tal vez ello se debiera a los años. Había cumplido 23, estaba madurando. Ya nunca sería aquel joven dicharachero y feliz que durante las vacaciones era el compañero ideal. ¡Qué veranos más felices había pasado allí! Bueno, había que pensar en serio. Ella no era una niña romántica.
—¿Entramos? —propuso ella.
—¡Oh, no! —Y consultó el reloj—. Ya es tarde. Otro día.
—Acaban de dar las ocho.
— Por eso mismo.
—¿Y te parece tarde?
—Lo es. Volvamos al auto.
Este se hallaba aparcado en la carretera. Era un «Jaguar» propiedad de Joe, de línea estilizada, de color azul pastel, y todos los habitantes de Penzance lo conocían.
—Me gustaría ver su interior.
Joe se impacientó. Y era lo bastante flemático para no impacientarse con facilidad. No obstante, aquel día estaba de mal humor.
—Lo sabes de memoria, Mildred —dijo—. Yo también lo sé. Si quieres hacer alguna reforma, que te acompañe tu madre o mi hermana.
—Querido...
Joe caminaba despacio hacia el auto. Su decisión de dejar aquel lugar no admitía réplica. Mildred se mordió los labios y lo siguió a regañadientes.
Ya en el auto, de regreso a casa, ella exclamó de pronto:
—¿Qué te parece si volviéramos mañana?
—Ya te dije que yo no puedo. Tengo muchas ocupaciones.
—Siempre estás ocupado. ¿Ocurrirá igual cuando nos casemos?
—Soy hombre de negocios. Debes pensarlo así.
—Desde luego. Pero observo que mi padre también es hombre de negocios y rara vez deja a mi madre.
—No me gusta imitar a nadie, Mildred —cortó, frío.
Mildred mordióse los labios y no contestó.


Llegó a casa (un hermoso palacio enclavado en lo alto de la colina) y se cambió de ropa en un instante. Iba a salir. Eran las ocho cuarenta y cinco. ____ era una buena chica, pero tenía poca paciencia, como todas las mujeres.
Descendía hacia el vestíbulo cuando su padre atravesaba éste en compañía de un elegante señor y de un joven que llevaba una cartera de piel bajo el brazo, lo que indicó a Joe que se hallaba ante un socio de su padre y su secretario. Esto le contrarió en gran manera. Conocía lo bastante a su padre para saber que iba a reclamarlo. Así fue, en efecto.
—Hola, Joe. De ti estábamos hablando. Síguenos al despacho. Hemos de tratar de algunas cosas importantes.
____ tendría que esperar. Por orden de su padre y como único hijo varón de la ilustre familia, había estudiado leyes, tomando, al finalizar su carrera, el timón de los asuntos de su padre.
Era jefe, administrador y consejero de la gran firma Hayward Lawson y Compañía y, sin su parabién, jamás se firmaba un acuerdo.
Disimulando su mal humor, correspondió cortés al saludo del señor que le era presentado, y todos se dirigieron al despacho. Dos horas después, él y su padre despedían a mister Blu y su secretario en la puerta principal de la casa. Eran justamente las diez y media y el gong había tocado para la comida.
Sir Lewis lo asió del brazo y juntos entraron en la casa.
—Estoy muy orgulloso de ti, Joe —dijo el caballero—. Hemos de reconocer que desde que tú tomaste las riendas de mis negocios éstos han subido un porcentaje tentador.
Joe no contestó. Pensaba en ____. Después de comer tendría que ir a verla. Un poco tarde... Sí, pero sabía que ____ lo esperaría hasta la hora que fuera. Era lo que más admiraba en ella. Su ternura para disculparlo tantas veces como faltaba a sus citas.
De pronto, sir Lewis le contempló fijamente.
—Joe, después de comer, mientras tu madre y tu hermana oyen música en el salón, tú y yo pasaremos a mi despacho —dijo con un tono muy distinto del empleado anteriormente.
—¡Oh, pues...!
—Tengo que hablarte.
—¿No... podías dejarlo para mañana?
—No. Es un asunto urgente.
No podía ver a ____ ni siquiera a las once. Bueno, lo dejaría para el día siguiente. ____, como siempre, lo disculparía.
Durante la comida hablaron de negocios, de la boda que luego tendría lugar y del chalet que tía Peti les regalaba.
Lady Magda, una dama de altivo y aristocrático porte, parecía entusiasmada con la idea Jully, que tendría 18 años, soñaba con ser la dama de honor. Sólo Joe y sir Lewis parecían muy ajenos al entusiasmo de las dos mujeres.
Cuando pasaron al salón, sir Lewis se disculpó y se llevó a su hijo cogido por el brazo. Joe se preguntaba qué podía desear de él su padre para exigirle cerrarse en su despacho. Alzóse de hombros. Cualquier asunto de negocios. Su padre era así, nunca podía dejar para el día siguiente lo que pensaba a cualquier hora.
En el salón decía Jully a su madre:
—Estoy tan emocionada, mamá... ¿Cuándo se casan?
—¡Oh! Aún no lo sé. No se hizo la petición oficial, ni se señaló la fecha de la boda. Pero creo que pronto, Joe ya no es un niño y Mildred tampoco ha de esperar mucho.
—¿Sabes, mamá? Mañana iré con Mildred al chalecito. Hemos de hacer algunas reformas y Mildred se empeña en que la acompañe.
—Me parece muy bien.
—¿Cuándo tendré yo un prometido, mamá?
—Pero, niña...
—Ya he cumplido 18 años.
—Estás naciendo. Por lo menos 2 años mas.
—¡Oh!
Y se quedó muy triste.
Lady Magda le puso una mano en el hombro y le susurró al oído:
—Alfred te admira mucho.
— ¡Oh!
—Te lleva unos años —siguió diciendo la dama—, pero pertenece a la familia Lawson y eso es muy significativo.
—¿Alfred Lawson? —se extrañó Jully—.
—Sólo tiene un año más que Joe y está soltero, y además, a todos, tanto a los Lawson como a nosotros, nos gustaría emparentar por partida doble.


—Siéntate, Joe.
El joven obedeció. El despacho particular de Lewis se parecía a él. Era severo y oscuro, con muebles pesados y retorcidos, y sentado tras la gran mesa de trabajo, llena de papeles, el caballero adquiría una sobriedad que, por un instante, intimidó un tanto al joven.
—¿No podríamos dejar para mañana el asunto de que deseas tratar?
—Por supuesto que no. Fuma —encendió un habano y ofreció otro a su hijo.
Este dijo con una leve sonrisa:
—A esta hora prefiero mis cigarrillos, papá. Perdona.
—Fuma lo que sea. Dos hombres, entre espirales de humo, se entienden mejor.
—Por lo que observo, no es asunto de negocios. Nunca hay antagonistas entre nosotros en el terreno comercial. Siempre estamos de acuerdo.
—En efecto, no se trata de negocios sino de algo muy distinto.
Hasta aquel instante, Joe no se dio cuenta de que su padre iba a hablar de ____. ¿Quién le había puesto al corriente de aquellas cosas? No se inquietó. Después de todo, un devaneo lo puede tener cualquier hombre, y él era un hombre como los demás, o quizá más apasionado que muchos, aunque nadie lo comprendiera así, dada su adustez y frialdad aparente.
—Muchacho, sé que haces frecuentes visitas a una casita a orillas de la ribera.
—¡Ah!
Sir Lewis abrió una carpeta, dejó el habano colgado de la comisura izquierda y, cerrando a medias un ojo, sacó un papel, lo agitó y añadió:
—Se llama _____ Brown. ¿De dónde procede ese nombre y la mujer que lo lleva?
Joe curvó la voluntariosa boca en una fría sonrisa.
—¿Importa mucho?
Sir Lewis cerró la carpeta, se repantingó en la butaca y, sin quitar el habano de la boca, metió los dedos entre los tirantes y la camisa. Se quedó mirando a su hijo escrutadoramente.
—¿Qué pasa, Joseph?
—¿Pues qué pasa?
— Soy hombre, muchacho y, por tanto, conozco las debilidades de éstos, pero por la misma razón, no ignoro que nunca se deben tomar en serio ciertos pasajes de la vida.
—¿Y quién te dijo que yo tomo en serio esos... llamados pasajes?
—¡Ah! Era lo que deseaba saber.
—Pues ya lo sabes. ¿Puedo retirarme?
—No, no, claro que no. No terminamos.
—Prosigue, pues.
—¿Cuándo empezó eso?
—Hace... ¡que sé yo!
—Muchacho, muchacho, esas debilidades son un tanto peligrosas. Tú —añadió, apreciativo— eres un hombre sensato. Conoces la gran responsabilidad de tu nombre y a lo que éste obliga. De eso no tengo la menor duda. Por eso no puedo ni debo reprocharte ese devaneo, mas... ¿No dice el refrán que el que anda con fuego se quema?
—No me quemaré, papá —rió Joe, cachazudo—. Pierde cuidado.
—Mildred es tu prometida, te vas a casar con ella. ¿Por qué devanarte los sesos en placeres falsos? Porque no es sólo un placer, muchacho. Conozco el asunto. Es una lucha cerebral... ¿Sin importancia?
—Me parece, papá, que vas muy deprisa— dijo de pronto Joe, con breve sonrisa irónica en la cuadrada boca—. He de decirte que _____ Brown no es mi amante.
—¡Oh, oh!
—¿Queda esto bien sentado, sir Lewis? —preguntó con voz firme, pero con burlona sonrisa.
—Bueno. Entonces, ¿qué esperas de ella?
—Tal vez lo será un día. Al menos esa es mi intención, pero aún no es así. Y en cuanto a Mildred... —hizo un gesto con la mano que indicaba indiferencia— será mi esposa, pero nunca me someteré a sus caprichos. Si deseo tener una amante la tendré, no te quepa la menor duda, y Mildred tendrá que admitirlo así.
—Nunca tuve una amante —apuntó con dureza sir Lewis—. Me consagré a mi esposa y a mis hijos y jamás se me ocurrió pensar que había otras mujeres que podía alcanzar.
—Papá, somos distintos. Permíteme que lo diga.
—Ya lo veo. —Y con súbita energía—: Joe, te he llamado aquí para decirte que no hagas daño a esa joven. Tú no puedes casarte con ella, déjala para otro hombre que la eleve, no que la envilezca.
Joe no contestó. Se puso en pie y consultó el reloj. Las doce. Se iría a la cama.
El joven bostezó. Sonrió y, agitando la mano, se fue sin responder.
Genesis Smith
Genesis Smith


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 2:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 2:57 pm

—¿Qué hay?
Y Ruth se tendió en el sofá cuan larga era, al tiempo de hacer la trivial pregunta.
—¿No ha venido tu aristócrata?
____ alzóse de hombros sin responder. Se hallaba hundida en una butaca y tenía las piernas cruzadas una sobre otra, balanceaba un pie.
Ruth se incorporó sobre un codo y la contempló fijamente.
—¿Ha venido o no?
—No ha venido.
Ruth se sentó de golpe y quedó con las piernas encogidas y el busto tenso. Era una muchacha de unos veinticinco años, aunque aparentaba menos. Rubia, de ojos azules, reidores, alegres. Trabajaba en una oficina y vivía de pensión en el piso superior de ____. Había hecho amistad con ésta casi a raíz de la llegada de _____ a Penzance. Había unos años de diferencia en la edad, pero eso no era obstáculo para que se apreciaran de veras. Ruth, siempre que podía, y podía a todas horas que tenía libres lejos de la oficina, bajaba al piso de ____.
Por tanto, conocía su amistad con Joseph Jonas, y no le agradaba.
—No ha venido —repitió Ruth, desdeñosa—. Mejor para ti. —Y con rabia—: ¿Sabes que detesto a ese hombre?
____ no se inquietó. Con serena voz, aquella voz queda, profunda y seria, replicó con sencillez:
—Yo le amo.
Ruth exclamó, malhumorada:
—¿Eres tonta, ____? ¿O te haces? ¿Qué esperas de ese hombre? Tú no le conoces bien. Pero yo nací y viví aquí. Sé de todos los habitantes. Hasta los planes que tiene cada cual, y, por tanto, sé que Joseph Jonas está prometido a esa pava de Mildred Lawson desde que nació, como el que dice.
—Me has dicho eso desde que le conocí.
—Y como si nada.
_____ juntó las manos y las agitó nerviosamente. —Como si nada —dijo, pensativa—. No lo puedo remediar.
—Hija, me descompones.
—Lo siento.
Y se puso en pie. Fue hacia la ventana, levantó el visillo y volvió al lado de Ruth, sentándose frente a ella.
_____ era una joven de unos veinte años. Tenía el pelo rojizo, marrones los grandes ojos. Era esbelta y fina y, sobre todo, muy suave. Pero lo que más llamaba la atención de su persona eran los ojos de melancólica expresión. No tenía aspecto de aventurera. Muy al contrario, parecía una joven exquisita, con más espíritu que materia, y así era en realidad. Por eso, Ruth no comprendía aquella amistad con un hombre rico a quien todos en Penzance consideraban casi como casado.
Había nacido en Londres y trabajó allí como modelo hasta que enfermó su única tía. Esta poseía aquel piso y unos pequeños ingresos que al morir legó a su única sobrina. ____ se trasladó de Londres a Penzance, buscó trabajo en una casa de modas y, con la pequeña renta que le dejó su tía y su trabajo, vivía bien y sin apuros, lo cual, según Ruth, le permitía llevar una vida alegre y sana, muy lejos de amistades perniciosas. ¿Qué cómo conoció a Joe? Del modo más simple. Regresaba de su trabajo. Llovía a torrentes. Se refugió en un portal. El, Joe, bajaba de aquella casa. Llegó al portal, lanzó una mirada a la calle. Un Jaguar estaba aparcado ante la casa. Pero llovía de tal modo que era imposible atravesar la calle sin empaparse. Esperó y comentó algo con referencia al tiempo. Así empezó. Cuando amainó la lluvia, se ofreció a llevarla a casa en su coche. _____ aceptó. Se dijeron sus nombres respectivos, y al día siguiente volvieron a verse. ¿Por casualidad? _____ nunca lo supo. Desde aquel día se vieron otras muchas veces. Una tarde de domingo, Joe subió a saludarla, pues hacía dos meses que no la veía. Desde entonces subía siempre. Nunca hablaron de su novia. ____ sabía que estaba prometido, por Ruth. Por ésta supo también a qué familia pertenecía y muchas otras cosas. Ello no disminuyó su interés por Joe Jonas.
—_____, déjame que te diga que Joe se casará muy pronto —dijo Ruth.
_____ estaba de nuevo sentada. Su semblante apacible parecía un tanto crispado, pero aun así, no saltó en insultos ni se echó a llorar.
Ruth, malhumorada, continuó:
—Conoces a la vieja Peti...
—No conozco a nadie, excepto a ti y mis compañeras de trabajo.
—Bueno, pues te diré que lady Peti es una vieja millonada, hermana de lady Lawson.
—Tía de...
—Sí. Le regala un chalet maravilloso en la periferia de la ciudad. Allí van a vivir los novios, Joseph y Mildred. ¿No dices nada?
—No.
—¿No? ¿De qué estás hecha, criatura?
—Ruth, ¿qué puedo hacer? Me enamoré de Joe casi al instante de verlo en aquel portal. Fue inevitable.
— ¡Santo cielo! A mí no se me hubiera ocurrido enamorarme de un hombre que está prometido a otra mujer casi desde que nació. Y lo peor de todo es que se va a casar con ella.
—No pretendo que Joe se case conmigo —dijo ____, suavemente—. Soy... como el segundo plato de un banquete.
—¿Y te conformas? —se descompuso Ruth—. ¿De qué estás hecha, hija? Tú no tienes necesidad de esa migaja de cariño. Eres muy bella y tienes el porvenir resuelto. ¿No comprendes?
_____ hizo un gesto, como diciendo: «¿Y qué puedo hacer?».
—_____, amiga mía, sé razonable. Pensemos las dos con cordura.
—Ruth, yo preferirla que te mantuvieras al margen.
Ruth estalló.
—¿Eres su amante?
—No —replicó, serenamente—. Aún no.
—¿Cómo? ¿Aún? ¿Estás loca? ¿Es que no tienes dignidad?
—Prefiero no hablar de eso.
—Dios de Dios, _____. Ese hombre te enloqueció. Y si esperas que se case contigo...
—¡No lo espero! —cortó firmemente.
—Es que sería tonto que lo esperaras. Tú no conoces a sir Lewis ni a lady Magda. Son gentes pegadas a sus pergaminos y millones, y Joe es una digna continuación de sus padres. ¿Crees que le van a prohibir que se vea contigo? Claro que no. Conozco a la gente. Será como un galardón para ellos que su hijo tenga una amante. Y si crees que Mildred se va a oponer... Esa gente cree tener todos los privilegios y considera normal que los hombres se distraigan. ¿Qué importa que sea un coche último modelo o una mujer desamparada?
—¡Ruth!
—Ya lo sabes.
Se puso en pie. ____ la contempló con tristeza.
—Querida, piensa que puedes ser amada por un hombre honrado y cabal —insistió Ruth, ya calmada y con tono de súplica—. ¿Por qué has de ser el juguete de un hombre rico?
—No amo a Joe por su riqueza.
—Sí, hija, sí, ya lo sé. Yo te conozco, pero ellos...
—Sólo quiero que me conozca Joe—. Ruth ya no pudo más. Fue hacia la puerta y se detuvo en ella con un estallido de cólera.
—Eres una estúpida criatura, _____.
—Ruth...
—¿No comprendes que serás el blanco de todas las miradas?
—¿Y qué puedo hacer para evitarlo?
—Cerrar estas puertas a ese hombre.
_____ apretó las manos una contra otra. Con voz impotente, dijo: —Nunca me faltó al respeto. Pero si me faltara...
—Caerías en sus brazos.
Se pasó una mano por la frente y la acarició, nerviosamente.
—No lo sé... ¡Oh, no! No puedo saberlo. Yo nunca me enamoré. Es la primera vez.
—Pero el amor de tu vida se va a casar con una de su clase.
—Ya.
—¿Y eso no te inquieta?
—Me entristece —dijo bajo, como anonadada—. Me entristece mucho.
Ruth salió, cerrando la puerta con golpe violento. ______, desolada, la sintió subir las escaleras corriendo. Buena chica Ruth, pero ella no la comprendía.
Amaba a Joe, lo amaba con verdadero fervor. ¿Qué iba a ocurrir? No lo sabía. Ella comprendía que hacía mal, pero carecía de fuerza de voluntad para alterar el negro destino que se cernía sobre ella.
Sonó el timbre. Se levantó a abrir. Al pasar frente al espejo de la consola, lanzó una breve mirada. Estaba pálida. Ruth la inquietaba cada día; era una mujer extraordinariamente honrada. También ella lo era, pero... «¡Dios mío —pensó—. Temo que un día, cuando Joe me lo pida, deje de serlo. Será horrible».
Abrió con mano temblorosa. Se quedó envarada en el umbral. No era Joe. Era, por el contrario, una elegante mujer de pelo rubio pálido, ojos azules, de altivo mirar y sonrisa espasmódica.
—¿_____ Brown? —preguntó.
La joven asintió con un gesto, pero no la mandó pasar. El instinto le decía que aquella mujer, con porte de aristócrata, era la prometida de la cual Joe nunca le habló. Porque Joe nunca le dijo que estaba prometido. ¿Por qué no se lo había dicho?
—¿Puedo pasar? —preguntó la elegante mujer.
—Sí, claro, perdone...
Y le cedió el paso. La visitante, perfumada, bien vestida y elegante, pasó y miró en torno con curiosidad. _____ la miró con disimulo. Parecía una reina, tal era su arrogancia. Se envolvía en un rico visón y su mirada dura, después de recorrer la estancia, se clavó en ____.
—¿Vive usted sola? preguntó.
—Sí
—¿No tiene familia?
—No.
Dijo tímidamente:
—Siéntese, por favor.
—Gracias.
Y quedó apoyada en una butaca.
_____ fijó los ojos en aquella mano. Era larga, delgada, nerviosa y muy bella. Lucía en el dedo medio de la mano una gran sortija de brillantes. ¿La de prometida? ¿O estaría equivocada y no sería Mildred Lawson?
Pero la voz de la elegante mujer la sacó de dudas.
—Mi nombre es Mildred Lawson —dijo—. ¿Oyó usted hablar de mí?
_____ nunca había mentido, pero en aquella ocasión consideró que era preferible hacerlo.
—No.
—Soy la prometida de Joseph Jonas.
No dijo nada. Esperó.
Mildred pareció impacientarse. Con sequedad, dijo: —No soy tan moderna ni tan despreocupada, como para permitir que mi futuro esposo se entretenga con una aventurera.
_____ apenas pudo disimular un estremecimiento, pero se abstuvo de abrir los labios. Ante su silencio, Mildred estalló:
—Por tanto, espero que deje usted Penzance antes de veinticuatro horas —dijo, fríamente.
—Tengo aquí mi trabajo.
—Encontrará usted otro. Le daré una carta de recomendación. Joe nunca sabrá nada. También le daré un cheque.
—No me voy a marchar.
—¿Cómo?
—Joseph se va a casar con usted. ¿No es bastante triunfo?
—No quiero que mi esposo tenga una amante.
—No lo soy —dijo sin enfadarse—. Le aseguro que no lo soy.
De súbito Mildred se encontró ridícula. La suavidad de aquella jovencita la exasperó. Ella sabía la amistad que tenía Joe en aquella casa. ¿Quién se lo había dicho? Su madre. Y no dudó en ir al piso de la Ribera. Había cometido una estupidez. Era preciso que Joe no lo supiera nunca.
—Amo a Joe —dijo más calmada—. Soy su prometida desde que tenía diecisiete años. ¿Lo comprende usted?
—Sí.
—Póngase en mi lugar.
—Nunca le quitaré a Joe, pero tampoco puedo apartarme de él —dijo _____, suavemente—. Pídale usted a su futuro esposo que se aparte de mí. Se lo agradeceré.
Mildred huyó de allí. Estaba humillada y desconcertada.
Esperó que al día siguiente Joe le hiciera un reproche. No se lo hizo, lo que le indicó que _____ Brown no había dicho nada. Y en efecto, _____ no se lo dijo ni a su amiga Ruth.
Genesis Smith
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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 3:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 3:24 pm

Joe entró en la casa como en la suya propia. Se quitó el gabán y lo tiró sobre una butaca. Luego se acercó a la pequeña chimenea y extendió las dos manos.
—Es una tarde infernal —exclamó—. ¿Hace mucho que has llegado?
—Una hora.
Con las piernas un poco abiertas y las manos hundidas en los bolsillos del pantalón, Joe la contempló apreciativo. Gustaba de aquella quietud. Era grato el ambiente humilde, distinto al suyo. Grata la silueta grácil de ____, que nunca se alteraba. ¿Por qué no podría ser Mildred como ella? Mildred sólo sabía hablar de trajes, de joyas, gentes y fiestas. ____ nunca hablaba mucho. Escuchaba. Sabía escuchar, y era consolador encontrar una persona así.
—¿Me has echado de menos? —le preguntó, sin cambiar de postura.
—Sí.
—Nena...
Y fue a sentarse a su lado, tomó las manos de _____ entre las dos suyas y las oprimió cálidamente. Después las llevó a los labios y la besó repetidas veces en la fría palma.
—Querida —murmuró—. Querida ____...
Ella rescató sus manos. Estaba pálida y temblorosa y tenía que hacer grandes esfuerzos para no echarse en sus brazos. _____ no era una chica de experiencia, como Ruth. No le enseñaron de la vida la parte falsa. Su madre fue una mujer inocente y buena, quiso a su padre y murió. No hubo en su vida más emociones que el nacimiento de su hija, los éxitos de su esposo como periodista y un hogar que cuidaba con la suavidad de su temperamento. E hizo de ____ una mujercita como ella. Lástima que muriera pronto, pues tal vez, al ver a su hija en el borde de la caída la hubiera retenido. Y se murió sin haberle advertido de que existían aquellos peligros.
_____ creía en Dios y en el amor. Sólo en esas dos cosas. Dios para ella era lo primero, y luego el amor. Y como éste era sincero, lo consideraba un don del cielo, nunca un pecado. Por eso amaba a Joe y lo admitía en su hogar, y habría aceptado una proposición de intimidad, si Joe se la hacía. Pero Joe nunca se lo había propuesto. Eso era lo extraño. Que Joe fuera a su casa todos los días y no le hiciera ninguna indicación en ese sentido.
—He trabajado mucho estos días —dijo él de pronto, soltando las manos femeninas y echando la cabeza sobre el respaldo del diván—. Me siento rendido.
—¿Quieres que te prepare algo?
—¿Lo harás?
—Claro ¿Una taza de té?
—Sí, nena.
La vio moverse por la estancia. Era grácil y bonita, suave... ¡Tan suave! ¡Tan distinta a todas las chicas! Bueno, tenía que dejar de pensar en ello. Él iba allí... ¿A qué iba en realidad? Apretó los labios.
—Toma—dijo ella.
Y le alargó una taza de té.
La bebió con satisfacción. Después habló de sus cosas. No podía hablar de ellas con todo el mundo. Con Mildred, por supuesto que no. Mildred era una mujer frívola.
—Tendré que ir a Londres uno de estos días —decía en aquel instante—. Asuntos de negocios. ¿Qué te traigo?
—¡Oh, nada! Por mí no te preocupes.
La miró, pensativo.
—Pues me preocupo. Eres como un eslabón prendido a mi vida. Una cadena que va colgada a mi cuello.
Siempre le decía aquellas cosas, pero luego hablaba de otras con la misma precipitación. Ella hubiera querido que le hablara de su próximo matrimonio, de Mildred, de todo aquello que era su vida. Pero Joe jamás había dicho que estaba prometido, y ella no se lo preguntaba. ¿Decirle que Mildred había estado allí? ¡Oh, no! ¡Nunca!
Estuvo a su lado hasta las once. Al marchar le besó la mejilla. La miró de aquel modo desconcertante, pero se fue. Y ella quedó muy sola. Muy triste. Para él, ella era un entretenimiento, pero se conformaba con ser eso. No podía aspirar a nada más.


El Jaguar se perdía en la calle. La ribera, débilmente iluminada, se quedaba lejos.
Joe, con las manos apretadas en el volante, pensaba. No lo hacía muchas veces. Era hombre que tenía un lema en la vida. Dejarse ir, no pensar en el mañana. Además ¿no estaba claro aquel mañana de su vida? ¡Oh, sí! Tan claro como la limpidez de la mirada de _____.
Él era un hombre honrado. Pero no reparaba en correr una aventura cuando ésta se le presentaba. En ____ creyó ver aquella aventura. ¡Una tentadora aventura! Pero no. No era una aventura. Era una amistad naciente que le hacía bien. Al principio, cuando la conoció, le pareció tan bella que no dudó en afianzar la amistad. Y empezó a ir a su casa. ¿Sólo por charlar, por verla? No, por cierto. Él no era hombre que jugase a entretener jovencitas. Fue con un propósito, y aún lo tenía. Y no lo ponía en práctica por escrúpulo de conciencia, sino porque no podía. Cuando estaba a su lado, le repugnaba destrozar aquella amistad espiritual. Creyó que podría ser una tibia pasión. No lo era. Poco a poco, aquella amistad se convirtió en una necesidad espiritual, pero no era necesidad del cuerpo. Era lo más extraño.
Bueno, un día tendría que decirle que estaba prometido, y _____ estallaría al fin. Después de todo, era una mujer como todas, y tal vez pensaba que él podía casarse con ella. ¡Un fastidio! Él se casaría con Mildred y tal vez después... ¿Por qué no? No amaba a Mildred. Era como un deber, pero nada más. Mildred aportaría al matrimonio una gran fortuna y un buen nombre. Y además, estaba empeñada su palabra. Y su palabra era algo muy serio. Después, cuando Mildred fuera su esposa, quizá... ¿Por qué no? _____ se convertiría en su amante. Sí, eso sería, y así su vida dejaría de ser aquel pasaje monótono que a veces le aburría. ____ supondría en su existencia una gran emoción. Tal vez se casara pronto, o quizá no. Bueno, ya lo vería.
Cuando vio a Mildred a la tarde siguiente, le dijo:
—Tendré que ir a Londres.
—¿Solo?
La pregunta lo desconcertó. —¿Con quién, pues?
—¡Oh, no sé!
—¡Qué pregunta más rara, Mildred!
—Perdona.
—¿No puedes aclararla?
—Pues...
—Te lo ruego.
—Bueno —saltó Mildred, con violencia—. No te sostengas tan firme y ecuánime. Ya sé que tienes una amante.
Joe no esperaba semejante cosa y se quedó desconcertado. Cuando reaccionó, sintió asco hacia Mildred.
—¿Y teniendo una amante, lo toleras?—dijo, áspero.
—Es la vida, ¿no?
—¡Mildred!
—Bueno —se aturdió—. Prefiero que no la tengas. ¿La tienes?
Por toda respuesta, él dijo indiferente:
—Te traeré de Londres un bibelot.
Mildred mordióse los labios y no dijo nada. Iban hacia una casa de modas, donde Mildred pensaba elegir unos modelos. Había anunciado un gran desfile. A Joe le cansaba todo aquello, pero de vez en cuando tenía que complacer a su prometida. Así pues, entró en la sala cogiendo el brazo de su novia. Había allí otros hombres con sus esposas, hermanas o novias. Joe sentóse junto a Mildred y empezó el desfile. Se quedó envarado. La primera en salir con un soberbio traje de noche fue ____. No se fijó en la mirada que Mildred lanzaba, primero sobre _____ y luego sobre él. Estaba como ensimismado, con un pitillo en la boca y los párpados entrecerrados.
Ignoraba que _____ fuera modelo. A decir verdad, lo ignoraba todo acerca de _____. Le pareció curioso y, al mismo tiempo, se dijo que no tenía por qué saber gran cosa de aquella dulce jovencita, que en traje de noche parecía una espléndida mujer...
Ella, _____, lanzó sobre él una breve mirada y siguió exhibiéndose. Mildred le tocó en el hombro y dijo soberbia:
—Quiero ese modelo. El que lleva la pelirroja.—Miró el programa—. Se llama...
Con la mayor indiferencia, dijo Joe:
—No te sentará bien. Ella es más delgada y más baja que tú…
Mildred mordióse los labios e insistió:
—Quiero ése.
Y al mismo tiempo, Joe pensaba que aquella noche tendría que decirle a _____ que estaba prometido.


Entró como todos los días. _____ le sonrió también como todos los días y, como todos los días, Joe se quitó el gabán, lo tiró sobre una silla y se quedó ante ella con las piernas abiertas y contemplándola indefiniblemente. La joven sostuvo aquella mirada sin parpadear. La suya era, como siempre, suave y melancólica. Y por primera vez, Joe se preguntó si estaba haciendo daño a aquella criatura.
—______, ¿no tienes ningún reproche que hacerme? —inquirió pausadamente.
—¿Reproche?
Joe depuso su postura contemplativa y se derrumbó en una butaca junto a ella. Cruzó las piernas, levantando un poco las rodillas y apoyando los codos en éstas y la barbilla en los puños cerrados uno sobre otro. La miró fijamente.
—_____, yo ignoraba que tú fueras modelo y prestaras tus servicios en Carsino.
Ella pensó: «¿Y qué sabes de mí, en realidad?».
Pero en voz alta no dijo nada. Esperó.
Exquisita, muda y quieta, parecía una criatura en espera de una golosina. Joe pensó, por segunda vez en aquella tarde, que era doloroso hacer daño a aquella criatura. Pero él se lo estaba haciendo.
—Me viste con una mujer, ______, ¿No tienes nada que decirme?
—¿Y por qué he de decírtelo? —Preguntó, bajo—. ¿Tengo algún derecho sobre ti?
—Me pregunto, ____, qué harías si fueses mi prometida y supieras que tengo una amiga íntima.
—Según la clase de amiga que fuera, Joe, y según lo que tú consideres por intimidad.
—Sin límites.
_____ suspiró y dijo resueltamente: —Te dejaría, Joe.
—¿Sin reproches?
—¿Y por qué había de hacértelos? Al amor no se le puede forzar. Si tuvieras una amiga íntima, si a su lado hallabas lo que yo no tenía, ¿por qué había de reprocharte ni retenerte? El amor para mí, Joe, es algo muy grande. Muy puro, muy... Bueno—se ruborizó—. Estimo que es un sentimiento que no se debe forzar. Y considero, asimismo, que el verdadero amor no es disfrutar de él, sino hacer que lo disfrute el ser amado. Es una renuncia constante y yo... sabría renunciar, si con mi renuncia hallaba el ser amado la comprensión y la felicidad.
La contemplaba, absorto.
—Me asombras, muchacha. ¿Sientes así?
—Sí.
Joe se puso en pie con presteza y la contempló analítico desde su altura.
—¿Lo sabías? —preguntó bajo.
—Sí.
—¿Desde cuándo?
—Casi desde que te conocí —replicó con naturalidad.
Joe alzó una ceja. ¡Extraordinaria joven! ¿Tenía algún propósito definido?
—Bueno —se calmó—. ¿Y qué?
—¿Qué qué, Joe?
—¿No tienes nada que decir?
—No, nada.
Joe se sentó de nuevo, esta vez con impaciencia. Hacía varios meses que conocía y trataba a _____ Brown y no la conoció de veras hasta aquel instante.
—Muchacha —dijo de pronto, con voz un tanto alterada—, eres inteligente. Aunque no estás adiestrada en la vida, sabes de ésta lo bastante para darte cuenta de que tu reputación se tambalea. Cierto es que aquí, en Penzance, no te conoce mucha gente, pero no es menos cierto que tus compañeras de trabajo conocen a mi prometida y me conocen a mí, y saben que te visito en tu casa.
Calló. Esperaba tal vez que ella le interrumpiera, pero _____ seguía mirándolo y no decía nada.
—¿No crees, _____ querida, que mi amistad te perjudica?
—Si tú eres feliz viniendo aquí, Joe, no temo a nada ni a nadie.
Joe volvió a ponerse en pie con precipitación. De pronto se encontraba mezquino. Con rudeza, dijo:
—Pueden creer que eres mi amante.
—Aunque lo fuera, Joe, si tú eres feliz...
—¡Cállate! ¡Oh, cállate!
Y violento, enojado consigo mismo, dio la vuelta, cogió el gabán y el sombrero y gruñó:
—Es tarde. Hasta otro día, ____—. La joven se puso en pie y se quedó mirándolo con expresión reconcentrada.
—Buenas noches, Joe —dijo, suavemente.
Joe salió con precipitación.
No volvió a aquella casa en toda la semana.
Genesis Smith
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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 4:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 3:42 pm

Estaba insoportable, de mal humor. Hallándose junto a Mildred apenas si le hablaba, en casa todo le parecía mal. En las oficinas nada encontraba a su gusto. Su padre le espiaba. Joe no se percataba de ello.
Aquella tarde se hallaba solo en el salón-biblioteca. Tenía ante los ojos un libro que no leía, y en la boca un pitillo que se consumía solo. De pronto, se encontró pensando en ____. ¡____! Hacía una semana que no la veía. Y con gran pesar se dio cuenta de que echaba de menos aquellas blancas tertulias donde la joven ponía toda su callada personalidad en escucharle, en atenderle, en sonreírle. La figura de Mildred hizo acto de presencia con el aire resuelto de la mujer que siempre puede pagar el precio más alto por todo lo que necesita. Y sus ojos duros, de pupilas diminutas haciendo la tonalidad azul dura, despiadada. No existía piedad ni humanidad en la persona de Mildred, pero él iba a casarse con ella.
—¿Puedo pasar, Joe?
Alzó los ojos. Allí tenía a su padre, sonriéndole alegremente.
—Naturalmente, papá —admitió, cortés—. Pasa y siéntate junto a mí.
Sir Lewis dejóse caer en una butaca frente a él y encendió un habano cuya punta mordisqueó.
—Estás algo apagado esta temporada, muchacho —Y con suspicacia—: El asuntillo de la ribera te ha cansado, ¿eh?
En aquel instante, Joe comprendió una cosa: padre vivía pendiente de sus reacciones con respecto a _____. Ello le desagradó en extremo, pero se abstuvo de demostrarlo.
—Me alegro por ti, muchacho —añadió el caballero repantigándose en la butaca—. Es consolador saber que mantienes íntegro tu buen sentido.
—¿Lo crees así?
—No lo dudo, muchacho. El hombre, tiene deseos. ¿Qué hombre no los tiene? Pero se doblegan y, sólo al doblegarlos, el hombre conoce el alcance de su integridad moral. No puedo reprocharte que tengas tus devaneos, si bien prefiero que no existan en tu vida. Mildred es una mujer interesante y a la par rica, tu clase. Ni más ni menos la mujer que te conviene ¿Que a la par tienes una amante? No es censurable, pero ¡diantre! Es desagradable para la mujer que va a casarse contigo. Me comprendes, ¿verdad?
Joe apenas si escuchaba. Tenía la cabeza echada hacia atrás y los párpados perezosamente entornados, observando a través de ellos, el arrugado rostro de su padre. Este, ajeno a la observación de que era objeto, y creyendo que su hijo asimilaba cuanto él le decía, prosiguió:
—Por otra parte, he tomado informes de esa muchacha llamada _____ Brown. No debes hacerle daño, Joe. Tiene veinte años, carece de familia y, según referencias, hasta que tú la conociste era una chica honrada. Déjala, pues. Aún está a tiempo de rehacer su vida, de hallar un hombre que la ame y se case con ella. Parece ser que has tomado esta resolución y esto me llena de orgullo.
—¿De orgullo por mí o por ti?
La pregunta fue hecha con suspicacia. Pero sir Lewis no se percató de ello, tan entusiasmado se hallaba con la conclusión que creía adivinar en aquel asunto.
—Por los dos, diantre, por los dos: por tu novia, por tu nombre, por tu misma hermana. La decencia, Joe, es algo de valor incalculable, y me siento orgulloso de que mi hijo sea un hombre decente y cabal.
—Me halagas, papá —dijo burlón. Pero tampoco sir Lewis se dio cuenta de que aquel acento de voz no era normal en su hijo.
—Has sido siempre un hijo modelo, muchacho. Y el hecho de que sigas siéndolo me envanece.
Joe se cansó de escucharlo. Púsose en pie. Se balanceó sobre las largas piernas y continuó mirando a su padre, con expresión reconcentrada.
Indudablemente sir Lewis, su señor padre, creía de buena fe que _____ era una joven pervertida. ¿Sacarlo de su error? No entraba en sus cálculos. Siempre hizo lo que consideró más conveniente, y jamás dio a nadie cuenta de sus actos. ¿Empezaba en aquel instante? ¡Oh, no! No era un jovenzuelo imberbe y su padre aún no lo comprendía así. ¿Si había dejado de visitar a ______ definitivamente? Por supuesto que no. Por el contrario, no hizo más que detener sus deseos una semana, que equivalía a dar una tregua a sus sentimientos.
Comprendió en aquel instante, mientras escuchaba a su padre, que en el pisito de _____ hallaba la paz de espíritu que le era negada en otro lugar, por ejemplo junto a Mildred. No había, pues, en sus visitas a aquella casa, deseo pecaminoso. Creyó que lo había, y de pronto se daba cuenta de que no era así.
—Joe, ¿en qué diablos piensas para mirarme de esa manera?
Salió de su abstracción contemplativa, y dio unas cuantas vueltas por la estancia. De pronto se detuvo y dijo:
—Voy al club, papá.
El caballero se desconcertó.
—Muchacho, no me has contestado a nada.
—¿Y qué quieres que te conteste? Si te dijera que ____ Brown es una chica pura, ¿me creerías?
—Claro... claro que no.
—Por eso mismo, papá, no pienso discutirlo contigo. Permíteme que salga a dar una vuelta.
—Pero si son las doce.
—Por eso mismo. Y salió sin esperar respuesta.


Pulsó el timbre con fuerza. Era una hora intempestiva. Otra mujer, Mildred por ejemplo, no sabría disculparlo. _____, sí.
Tardó en abrirse la puerta. El fresco rostro de ______ apareció en el umbral. Esperaba que le reprochara aquella ausencia de una semana. No lo hizo. Era lo que más admiraba en ella. Aquel silencio acogedor, aquella serenidad siempre inalterable, aquel suave y cálido mirar de sus ojos, que infundía paz, como si ofreciera un remanso.
Y lo ofrecía. Él iba a buscarlo y lo hallaba allí, en aquel piso bonito, exento de lujo, de colgaduras y tapices.
—Pasa —ofreció con aquella voz que enajenaba—. Pasa, Joe.
—No sé si debo.
Y apoyado en el umbral, la contemplaba con incontenible ternura
—Si has llegado aquí, tendrás que entrar. Además, hace frío en la puerta.
Pasó y ella cerró.
Entraron uno tras otro en la salita. Había una labor de punto en el cesto de mimbre, y en el sofá las huellas de _____. Vestía ésta unos pantalones negros, largos hasta el tobillo, calzaba chinelas y el delicado busto lo llevaba prisionero bajo un jersey también de color negro. Peinaba el pelo rojizo hacia atrás, despejando el óvalo exótico de su rostro, donde los ojos ponían una nota de vida incontenible.
Ella se dejó caer sobre las huellas del sofá y alzó los ojos. Joe continuaba de pie, abiertas un poco las piernas en su postura característica, con el pitillo en la boca y el sombrero en la mano.
—¿No te sientas, Joe?
Ni un reproche, ni una mirada equívoca. Una exquisita mujer, junto a la cual la vida tendría un sabor a ternura. ¡Ternura! Palabra que significaba algo grandioso, de lo que él siempre había carecido.
—Quítate el abrigo —le dijo, bajo—. Aquí hace calor—. Obedeció casi en silencio, al tiempo de pensar que nadie hubiera creído en la pureza de aquellas relaciones. El que lo viera entrar allí a aquella hora, sin duda pensaría horrores de la amistad con la muchacha desamparada y sola. Sonrió, sarcástico. Su padre, Mildred, los vecinos... Todos...
Se sentó frente a ella. _____ cogió de nuevo la labor.
—_____ —dijo él, de pronto—. ¿A qué hora te acuestas?
—No tengo hora. Como no madrugo, nunca tengo prisa. Sólo voy a la casa de modas por la tarde.
—No debí venir.
—¿Por qué no?
—No es una hora apropiada.
—Nunca miro el reloj.
—Dichosa tú.
—Imítame.
Se repantigó en la butaca y echó la cabeza hacia atrás. Entornó los párpados.
—Muchacha, no debiera perturbar tu paz —observó, apreciativo—. Y no obstante, aquí me tienes. ¿Qué busco en tu casa?
—No divagues, Joe. ¿Para qué? ¿Crees en verdad que ello te proporcionará una respuesta? Si te la proporciona será desconcertante y mejor es no llegar a conclusión alguna.
—Pero sé que la vida, pequeña, no se compone de indecisiones.
—¿Y de qué se compone, Joe?
La pregunta era simple, y, no obstante, carecía de respuesta clara. Encendió un cigarrillo y fumó aprisa, como si en el humo hallara un lenitivo.
—Ya me voy —dijo tras un silencio—. He venido a verte... —Y con fiereza—: Tenía que verte.
Ella alzó los ojos de la labor y lo miró con expresión melancólica.
—Te lo agradezco, Joe —dijo tan sólo. Y eran sus pocas frases como un aliento de paz espiritual.
Joe se puso en pie y giró la vista en torno.
—Ni cuadros, ni tapices, ni siquiera alfombras y no obstante, tiene este piso el grato sabor de un hogar. ¿Y sabes, ____? Yo nunca tuve un hogar.
—Vives con tus padres y son buenos...
—¡Oh, sí! —rió, irónico—. Mis padres son buenos. Y un hombre como yo no debe quejarse. ¿Para qué necesita un hombre como yo un remanso de paz hogareño? Es ridículo, ¿no?
—No lo es, Joe.
El siguió diciendo, como si no oyera la interrupción: —Unos padres que jamás negaron una satisfacción que pudiera adquirirse con dinero. He tenido cuanto quise en esta vida. Coches, trajes, mujeres, viajes... ¿Es eso todo, ____? Claro que no. La ternura de un hogar, el llegar a casa y saber que vas a encontrar una madre comprensiva, un padre interesado en tus asuntos. Una novia que te mira alentadora.
—¡Joe!
—Bueno —rió desagradablemente, al tiempo de ponerse el abrigo—, me estoy portando como un niño huérfano ansioso de cariño.
—El hombre, a la hora de amar, es como un niño, Joe.
La contempló cegador.
—Sí, esa es una conclusión que a muchos parecerá absurda, pero yo la considero acertada. Buenas noches, _____.
—Descansa, Joe, y no pienses en nada. Él se encaminaba a la puerta y allí se volvió.
Con voz ronca, dijo:
—Me gustaría... Sí, sí, me gustaría quedarme a tu lado.
Y como ella no contestara, él añadió con fiereza, como si se odiara a sí mismo por haber dado salida a aquel deseo:
—Pero este solaz espiritual, este desear y no tener, que también proporciona apetito, no lo saborearía con tal sinceridad. Si me quedara a tu lado, ____, perdería la paz espiritual que ahora disfruto a tu lado. —Abrió la puerta—. Y me agrada esta paz. Es como una serenidad moral que detiene el pecado. Buenas noches, _____.
—Buenas noches, Joe.
A la mañana siguiente, cuando la joven regresaba a su hogar tras dar un paseo, se encontró con Ruth.
—Tengo que hablarte, _____.
—Dime, Ruth.
—La portera estaba diciendo esta mañana, cuando yo salí de casa, que ayer noche...
No la dejó concluir. Hizo un gesto con la mano y observó:
—Lo has creído.
—Si tú me dices que no es cierto..., te creeré a ti.
—No te lo puedo decir porque es verdad.
Cruzaban ante el portal. La portera, desde su madriguera, las miró con suspicacia. Había en su acento al saludarlas una burla ofensiva. ____ no se dio por aludida. Siguió su camino y Ruth, desconcertada, la seguía.
—_____...
—¿Qué quieres que te diga? ¿Que no es cierto? Lo es. Tras una semana de ausencia, Joe estuvo aquí.
—¡Dios mío, _____! ¿Por qué a esa hora, precisamente?
—No se lo pregunté. —Abrió la puerta del piso—. Pasa, Ruth.
Pasó. Con semblante adusto, se quedó contemplando a su amiga.
—Estás adquiriendo muy mala reputación, _____. Aquí todo el mundo conoce a los Jonas. Nadie ignora las relaciones de Joseph con Mildred.
—Siéntate, Ruth.
—Hija, no te comprendo.
—¿Qué puedo decirte? Muchas cosas. ¿Y me disculparías por ello? ¿Me comprenderías? No. Por eso prefiero seguir callada. No tengo padres ni hermanos a quien dar cuenta de mis actos. ¿Qué valgo yo, en realidad? Déjame vivir mi vida y que los demás piensen como quieran.
—Pero es que algún día querrás formar un hogar.
—No podré formarlo nunca con Joe. ¿Qué me importan los demás hombres?
—Pero ¿has perdido el juicio?
—Amo a Joe. Eso es todo.
—Pero si nunca se casará contigo—. ____ la miró censora.
—¿Y quién lo espera? —preguntó serenamente—. ¿Es que una mujer sólo ha de amar al hombre de quien espera la felicidad? No, Ruth. Yo amo a Joe, deseando que éste sea feliz. Que esa felicidad se la proporcione yo u otra mujer, ¿qué importa?
Genesis Smith
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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 5:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 4:01 pm


Sir Lawson parecía muy enojado. Lewis lo apaciguó, prometiendo hablar de ello con Joe.
—Como comprenderás —decía sir Lawson, rojo por la indignación—, es absurdo que a estas alturas tu hijo ande liado con una mujerzuela. Por otra parte, hace justamente 3 años que tú y yo concertamos esa boda. Los chicos tienen edad para casarse, ¿no? Pues a ello, diablos.
—Bueno, bueno —apaciguó cachazudo sir Lewis—, no hay por qué tomarlo tan en serio. Después de todo, los jóvenes necesitan una temporada de esparcimiento. Joe siempre fue un hombre sensato, tú lo sabes.
—Por eso mismo —bramó el padre de Mildred— me desquicia que haya perdido el juicio.
—ella carece de familia.
—¿Y encuentras eso decente?
—Hombre, ten en cuenta que a los muchachos les entusiasma hacer de protectores. Joe, en el fondo, es un sentimental. No me gusta forzarlo. ¿Comprendes? Prefiero que se dé cuenta por sí mismo de lo equivocado que está.
—Y entretanto, todo el mundo murmura. Y mi hija en ridículo.
—Bueno, bueno, ya probaremos la forma de arreglarlo.
—¿Por qué no le hablas tú?
Sir Lewis se guardó muy bien de decir que ya lo había hecho y que no había sacado nada en limpio, pues Joe se limitó a oírle, y días después supo que continuaba visitando a la aventurera como siempre. Si dijera todo esto a su amigo, éste saltaría como un cohete, y prefería apaciguarlo con buenas palabras. Luego hablaría a Joe y éste tendría que escucharle.
—Lo haré —dijo con su habitual diplomacia—. Claro que lo haré.
—Yo creo que debiéramos adelantar la fecha de la boda.
—¡Hum!
—¿Qué pasa? ¿No te agrada la idea?
—Verás, Walter, Joe no es un niño. Sabe muy bien lo que se hace. Si yo le fuerzo... Me comprendes, ¿no?
—Por supuesto que no —bramó el padre de Mildred—. ¿Qué reparos pones ahora a una boda que siempre pensamos realizar con satisfacción?
Sir Lewis palmeó la espalda de su amigo, diciendo:
—No te pongas así, Walter. Naturalmente que deseo esa boda tanto como tú, y Joe la desea más que nadie, pero ¡diantre!, le gusta echar una canita al aire. Vamos a ver —añadió persuasivo, con malicia—. ¿Tú nunca has echado una canita al aire? Mira que recuerdo a aquella cupletista española...
—Bueno, bueno —rezongó sir Walter, mirando temeroso a un lado y a otro—. Aquello... ¡ejem!, sólo lo supimos tú y yo.
—Si has sido un pecador, sé justo y disculpa a los demás pecadores.
—Ve a decirle eso a mi hija.
—Es verdad —convino—. Bueno, te prometo que hablaré hoy mismo con Joe.
—Estimo que la boda debe celebrarse antes del invierno próximo. Por ejemplo, a principios de este verano que se avecina.
—Yo creo que hace demasiado calor en el verano —objetó cauteloso sir Lewis, pues conocía a su hijo y sabía lo que detestaba las imposiciones.
—Me casé en agosto —bramó sir Walter. El padre de Joe puso expresión inocente.
—¿Y no sentiste mucho calor?
—¡Lewis! —refunfuñó sir Walter—. No seas memo.
—Ni memo ni nada. Yo recuerdo que pensaba casarme en junio, y Magda dispuso que lo hiciéramos en enero. ¡Diantre, el frío es invitador!
—Al diablo, al diablo tus razonamientos.
—¿No crees que la fecha de la boda debieran acordarla ellos y no nosotros?
—Tú habla con Joe y dile, ordénale, que deje a esa aventurera.
—Lo haré así.
Y cuando se dirigía a su casa, pensaba que abordar el tema no iba a ser difícil, pero convencer a Joe lo iba a ser mucho, ¿Y si fuera a ver a ___ Brown? Una buena idea, casi luminosa. Eso es, hablaría con Joe y luego...


—Me dijo tu secretario que me esperabas.
—Sí, sí. Pasa y toma asiento.
—¿Alguna reunión comercial?
—No, claro.
Joe enarcó una ceja. Era lo bastante observador para darse cuenta de que su padre estaba nervioso. Y el hecho de desear hablarle en la oficina y no en su casa era muy significativo. ¿De nuevo ____? Se dispuso a escucharle. Joe era un hombre calmo, de mucha flema, y no le asustaban los sermones paternos. A decir verdad, su padre nunca le hizo reproche alguno, excepto desde que conoció a ____.
—Joe...
—Te escucho, papá.
Sir Lewis titubeó. Se hallaba sentado tras la mesa y aplastó las manos en el tablero como si pretendiera dar una tregua a su pensamiento. Y Joe, que lo comprendió así, no le interrumpió. Calmoso, encendió un cigarrillo y fumó con fruición.
—Hace 3 años que estás prometido a Mildred, Joe.
Vamos, era de Mildred y no de _____, de quien iba a hablar. Esperó. Sir Lewis añadió:
—Ya no eres un niño, Joe, lo que indica que no existe obstáculo alguno que impida la realización de esa boda.
—Nunca me he negado a casarme con la mujer que tú me has elegido para esposa —replicó con mucha calma—. ¿A qué fin deseas ahora precipitar los acontecimientos?
—Es que no eres un niño.
—Tampoco un viejo —objetó Joe, con flema—. Si mal no recuerdo, te oí decir muchas veces que tú te casaste a los treinta y cuatro.
—¡Oh! —se sofocó el caballero—. Yo... Bueno, yo no tenía el porvenir tan resuelto como tú. Has de saber que mi padre vivió de sus rentas y como éstas no eran muy cuantiosas, nosotros, los hijos, hubimos de buscar nuestro porvenir. Mi padre siempre tuvo a menos trabajar. Yo salí de Londres con un pequeño legado que me dejó mi tía madrina al morir y me vine aquí. Empleé mi dinero en acciones de las minas y en la flota pesquera.
—Y te hiciste rico.
—Eso es. Por ello no pude pensar en casarme hasta que afiancé mi posición.
Joe se echó a reír sarcástico, y adujo un sí es o no burlón:
—Y te casaste con la hija del principal accionista de las minas.
Sir Lewis se ruborizó. Por eso temía hablar con su hijo, porque no ignoraba que siempre salía él perdiendo. ¡Demonio de Joe!
—Bueno —rezongó—. Yo quise mucho a tu madre.
—Nunca lo dudé, papá.
—Nos apartamos de la cuestión.
—¿Había alguna cuestión particular de que tratar? —preguntó, flemático.
Sir Lewis se agitó. Malhumorado, dijo:
—Tu boda.
—Háblame de ello en otra ocasión, papá —observó poniéndose en pie—. Precisamente a las siete tengo una reunión en mi despacho. Se trata de un exportador de pescado. Nos conviene estudiar su oferta. En cuanto a mi matrimonio, creo, sin lugar a dudas, que lo más lógico es que lo tratemos Mildred y yo.
—Muchacho, espera un instante.
—¿No hemos terminado, papá?
Le descomponía aquella superioridad de Joe, pero reconocía que la merecía. Joe era un hombre listo, no sólo para llevar a buen fin su vida particular, sino para realizar un buen negocio donde otro fracasaba. Era, por decirlo así, el eje y timón de la compañía, sin él, todo hubiera ido muy mal. Y en cuanto a forzarlo, era contraproducente. No era Joe de los hombres que se dejaban dominar, y mucho menos gobernar.
—Yo creo que debéis pensar en ello —adujo, dominando su enojo—. Habla con Mildred... Tía Peti...
—¡Oh! No me hables de esa maniática. Sin haber señalado la fecha de la boda, ya nos hizo el regalo.
—Tía Peti es muy romántica.
Joe ya estaba en la puerta con la mano en el pomo.
—Yo no lo soy, papá. Y detesto los sentimentalismos de las viejas solteronas.
—Hay que ser humano, muchacho.
—Siento serlo tan poco. Hasta la noche, papá.
Lo dejó ir y consultó el reloj. Estaba decidido. Se puso en pie. Eran las ocho en punto. Iría y le ofrecería a aquella aventurera llamada ____ Brown, un cheque por valor... Bueno, ya señalaría la cifra cuando la tuviera delante. Era seguro que ella preferiría el cheque a la incierta aventura con su hijo.
Una vez se cercioró de que Joe, en efecto, tenía una reunión comercial, alcanzó el sombrero y el gabán y se lanzó a la calle.


Había comido ya. Le agradaba hacerlo temprano. De esa forma, si Joe iba a verla, nunca tenía prisa en que se fuera. Claro que, por tener a Joe a su lado, hubiera permanecido a dieta todo el día.
Recogió el servicio y se dirigió a la salita con una labor de punto en las manos. Habitualmente, la portera subía todas las tardes a hacerle la limpieza del piso, pero hacía una semana que se excusaba. ¡Qué iba a hacer! Presentía que todo se debía a su amistad con Joe. Antes, todos los vecinos la saludaban al pasar a su lado. Ahora la ignoraban cuando se encontraban en la escalera o en el ascensor. No podía reprochárselo ni renunciar a la preciosa amistad de Joe.
Iba aquí en sus pensamientos, cuando sonó el timbre. No era Joe. Conocía su forma de llamar. Un toque suave, corto y otro vibrante y prolongado. Se puso en pie y atravesó la salita y luego el pasillo. Abrió la puerta. Un señor entrado en años, de porte elegante y gallardo, la contemplaba con curiosidad. Al pronto, no supo qué decir. Por supuesto, no le conocía. Conocía a muy poca gente en aquella ciudad. Además, no era curiosa. Nunca le interesaba nada, excepto ella misma y Joe.
—¿La señorita ____ Brown? —preguntó el caballero, muy cortés.
—Yo soy.
—¡Oh!
Y con la exclamación, se quedó mirándola embobado. De súbito, no supo qué decir, pues se encontró ridículo. ¿Era aquella criatura, de dulces y melancólicos ojos, la aventurera que acaparaba la atención de su hijo? Pero si era una chiquilla.
—¿En qué le puedo servir, señor? — preguntó ____ tan suavemente como le era característico.
— Pues... —No podía decir, de pronto, el objeto de su visita. Tenía que sondearla, observarla, analizarla—. Fui médico de su tía... Pasaba por aquí...
—Pase usted —ofreció ella—. No se quede en la puerta.
—Gracias—. Y pasó.
—Por aquí —invitó ____, un tanto desconcertada, y al llegar a la salita, pidió—: Tome asiento.
Así lo hizo. Sir Lewis estaba más nervioso que sereno. ¡Diantre! El no esperaba hallarse con aquella criatura. No creía atreverse a ofrecerle dinero. Es más, no creía posible poder descubrir su personalidad. ¿Qué diría Joe si lo sabía? Había sido un estúpido dando aquel paso. Pero como ya estaba iniciado, había que salir de él del mejor modo posible.
—Dice usted que era médico de mi tía.
—Eso es. Fuimos buenos amigos.
—Apenas la conocí —observó _____, con su habitual dulzura—. Me legó esta casa y una pequeña renta. Fue muy buena conmigo.
—¿Dónde vivía usted antes?
—En Londres. Quedé huérfana muy joven.
—¡Oh!
—Una se habitúa a la soledad.
—Pero no es consoladora.
—Por supuesto que no, si bien hay que amoldarse.
—¿No tiene novio?
—No.
—Creí que un muchacho de aquí...
—No —cortó—. No tengo novio.
Sir Lewis no supo qué decir. Empezó a hablar del tiempo y de las pocas diversiones de la ciudad. Y cuando quiso darse cuenta, había transcurrido una hora y estaba hablando con aquella bonita criatura como si la conociese de toda la vida.
Consultó el reloj y se puso en pie aceleradamente, al mismo tiempo que se excusaba. Se despidió sin dar su nombre, y _____ quedó en la puerta desconcertada, sin saber qué pensar. ¡Qué hombre más extraño! ¿A qué había ido en realidad?
Alzóse de hombros. Pronto llegaría Joe. Haría un poco de té.
Genesis Smith
Genesis Smith


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 6:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 4:23 pm

—¿Qué hay, pequeña?
—Ponte cómodo —replicó, con ternura.
Joe se repantigó en la butaca y estiró las piernas. Miróle todo con creciente satisfacción, exhaló un suspiro y observó:
—Es consolador tener un sitio así, un refugio. ¿Sabes, ____? Todas las noches marcho con nostalgia. —Y riendo tibiamente, añadió—: Aunque estrecháramos los límites de nuestra intimidad, tú no pecarías.
—¡Joseph!
—No, no te lo estoy proponiendo. Tal cosa destrozaría esta suave intimidad. Pero si te lo pidiera, ¿aceptarías?
Ella titubeó, y al fin dijo, en tono apagado: —Sí.
Joe se puso en pie con presteza y giró en redondo. De espaldas a ella, dijo con raro acento:
—Ojalá pudiera hacerte mi mujer—. ____ no contestó. Entonces, Joe dio la vuelta y le escrutó de frente.
—_____, conoces mi compromiso.
—Sí.
—Voy a casarme.
—Lo sé, Joe.
—¿Lo sabes?
—Un día u otro tendrás que hacerlo.
—Y tú te conformas —bramó.
—¿Qué puedo hacer?
Joe se dejó caer de nuevo en el sillón y entrecerró los ojos. Con brusquedad, dijo:
—No sé si te amo, pero de lo que sí estoy seguro es de no amar a Mildred y, no obstante, me voy a casar con ella. ¿Es esto razonable? Si algún día tengo hijos, jamás me inmiscuiré en su vida sentimental. Que hagan lo que quieran. Sólo una vez se vive en esta vida. Y aunque parezca larga, es, para nuestra desventura, demasiado corta. Y uno debe disfrutarla.
—No divagues, Joe.
—Mi vida es una continua divagación. Pienso en ti. Pienso constantemente. Cada vez que salgo de esta casa, llevo en la boca el anhelo de un beso que nunca te di. Sé que si saciara mi hambre en el pecado de tu amor, te perdería, y yo... a mi vez, no podría besar jamás a otra mujer. ¿Me comprendes?
—Sí, Joe.
—Por eso odio mi vida y mi compromiso matrimonial. Cuando estoy junto a Mildred la detesto, porque es el obstáculo que se interpone en mis deseos. Me envidian. ¿Qué me envidian? Lo poseo todo, o al menos aparentemente todo. ¿Qué poseo, en realidad? ¿Qué me envidian? ¿Mi dinero?
—¡Joe, te atormentas!
La contempló, cegador.
—¿Y tú, no vives atormentada? —preguntó, reconcentradamente.
—No —se ruborizó—. Soy feliz si tú lo eres.
—Pues yo no lo soy, _____. —bramó—. No lo puedo ser. Me voy a casar, voy a poseer un hogar propio y anhelaré con alma y vida este refugio, esta paz, ese tu mirar, esas tus sonrisas, esa tu voz que es para mí como una ventura celestial. ¿Te das cuenta, _____?
—Soy toda tuya —dijo, con cálido acento—. Tómame si ello te proporciona un bien, o déjame y no vuelvas si crees que tu tranquilidad de espíritu depende de esas ansias.
—Y tú...
—Yo... ¿Qué importo yo?
—Es lo que me descompone, pequeña: esa tu ofrenda, esa tu renuncia.
Estaba de nuevo en pie y se agitaba. Indudablemente, luchaba consigo mismo. ¿Si la quería? ¿Y si no era amor, qué era aquello que sentía arder con ansiedad en sus entrañas? Con rabia, alcanzó el gabán y el sombrero y dijo:
—Mañana me iré a Londres. No puedo más. Necesito unos días libres de ataduras. Necesito encontrarme a mí mismo. Y si a mi regreso puedo pasar sin verte, nunca volveré. Me casaré con Mildred, que es mi deber. Adiós, pequeña.
—Adiós, Joe.
—Eres valiente y digna —dijo, mirándola contemplativo—. Y por mi culpa estás pasando por una aventurera.
—Cállate, Joe.
—Renuncias a la felicidad por mí. Otro hombre podía darte esa felicidad.
—Prefiero saber que tú eres dichoso.
—Y te conformas.
No se conformaba, pero él era antes que nadie, que ella, que todos. Hurtándole la mirada, susurró: —Vete, Joe.
—Quisiera darte un beso —dijo, reconcentradamente—. Pero el hombre, si es bueno por resistir, mejor es por renunciar a lo que desea y no le pertenece.
Y salió casi corriendo, como si temiera arrepentirse.


Mildred, según propia opinión, había aguantado mucho, y en aquel momento estallaba. No podía más. Sus pequeños ojillos, de pupila diminuta, centelleaban. Hablaba sin cesar, mientras sus pasos medían la lujosa estancia de lado a lado.
Joe la escuchaba sin parpadear. Estaba hundido en un sillón, con las piernas cruzadas y un cigarrillo entre los labios. Tenía los ojos perezosamente entornados y seguía los pasos de Mildred con regocijo.
No conocía aquella faceta del carácter de Mildred, y el hecho de aquel descubrimiento, en vez de enojarle, le regocijaba.
Ella, exasperada por su impasibilidad flemática, se detuvo junto a él y gritó:
—Y estoy harta, ¿me oyes? Muy harta. Eres la visión de Penzance. Todos te miran con desdén por mantener relaciones dudosas con una aventurera de ese calibre.
—Querida, se te inflaman las venas del cuello y te pones fea.
—Eres un memo.
—¿Sí?
—Y estoy harta de aguantarte.
Hizo intención de arrancar la sortija del dedo, pero de súbito cambió de idea. Conocía a Joe lo bastante para saber que si quitaba del dedo aquel brillante, él jamás se lo volvería poner.
Empezó de nuevo a pasearse y Joe siguió fumando tan tranquilo.
—Y ahora te vas a Londres —giró Mildred, perdiendo el control de sus nervios—. ¿Piensas que voy a creer que vas solo? ¡Oh, no! Aquella mosquita muerta de ojos lánguidos. No me engaño, no —gritaba enardecida, sin saber lo que decía—. Con su mirada de niña buena... A mí no se me engaña. Te engaña a ti porque estás ciego. Porque todos los hombres sois idiotas, porque esas lagartas... —Se detuvo frente a él, que la miraba con vaga expresión, y gritó histéricamente—. Creyó que a mí me engañaba, pero no. ¿Lo oyes? No. Tan modosita, tan fina, tan... Iré a verla otra vez y no tendré piedad.
Calló bruscamente. Joe se había puesto en pie y la miraba cegador, con tal cólera que ella retrocedió asustada.
—¡Joe! —susurró.
—Has ido a su casa —dijo él, frío, cortante—. Has ido... Tú has ido allí... —La asió por un brazo y la sacudió—. ¿Cuándo? ¡Di! ¿Cuándo has ido?
—Suéltame.
—¿Cuándo?
E implacable, la sacudía. Mildred, comprendiendo que había ido demasiado lejos con sus palabras, no quiso rectificar, y gritó desafiadora:
—He ido, sí. ¿Qué pasa?
Él se enfrió bruscamente. La soltó y, dando la vuelta, dijo despiadado:
—Eres odiosa. Nunca me di cuenta hasta este instante. Y salió sin volver la mirada.


Sir Lewis se hallaba muy tranquilo en su despacho cuando oyó los inconfundibles pasos de su aristocrático socio avanzar por el largo pasillo.
Sir Walter empujó la puerta de la oficina y entró como una tromba. Espetó el objeto de su visita y se desplomó frente a la mesa del despacho, tras la cual el padre de Joe lo escuchaba estupefacto.
—Mildred ha sido humillada por tu hijo, y esto sólo puede olvidarse con la boda. Ni a ti ni a mí nos conviene separar nuestras firmas. Pero por mil demonios que a ti te interesa mucho menos.—Extendió el dedo apuntando con él al atónito caballero—. Y ten en cuenta, Lewis, que si esto no se repara...
—Bueno, bueno, que yo me entere de lo que ocurre. No creo a Joe capaz de humillar a una dama. ¿Quieres explicarte, Walter?
A borbotones, como pudo, a punto de padecer un ataque de apoplejía, Walter refirió lo ocurrido entre su hija y Joe, terminando de esta manera:
—Y el muy cretino salió de casa hará cosa de una hora, diciendo que Mildred era una mujer odiosa. ¿Te das cuenta, Lewis?
Este metió el dedo entre el cuello y la camisa y se agitó. Claro que se daba cuenta. ¿Qué diría Joe si supiera que él también había ido a casa de _____? Limpió el sudor que perlaba su frente y permaneció callado, sin saber qué decir.
—¡Lewis! —bramó sir Walter, perdiendo la paciencia—. ¿No tienes nada que decir?
—Diantre, sí —apaciguó—. Pero no grites tanto, amigo mío. Los empleados van a enterarse y no hay necesidad. Y dices...
—Digo que si en toda esta semana no se señala la fecha de la boda, rompo todos los compromisos que tengo contraídos contigo y me llevo a Mildred al extranjero.
—Calma, calma.
—¿Más calma aún? Pero si vengo teniendo demasiada desde que Mildred cumplió la mayoría de edad y tu hijo no habla de matrimonio.
—Te prometo que hablaré con Joe.
—Es que si esto no se soluciona rápidamente... Si no se soluciona, Lewis...
Y poniéndose en pie, se marchó amenazador, dejando a medias las palabras. Sir Lewis aplastó las manos sobre el tablero de la mesa y quedó rígido como una estatua. El asunto se iba poniendo feo, y lo que es peor, él no podía forzar a Joe. Su hijo no era dócil. Al contrario, tenía espíritu de contradicción. Por eso él, su padre, no se oponía abiertamente a sus relaciones. De haberlo hecho así, Joe ya estaría casado con ____, Y eso había que evitarlo a toda costa. Pero, ¿cómo? ¿Aduciendo las mismas razones que había aducido su socio? ¡Oh, no!
Se puso en pie. Lo consultaría con su esposa. Magda era una mujer observadora y sabía hacer las cosas con cautela.


Lady Magda se hallaba en el saloncito de la planta baja, sentada junto a la chimenea encendida y teniendo una revista de modas sobre las rodillas. Cuando su esposo llegó, la besó en la frente y dejóse caer frente a ella.
—Muy pronto has venido hoy —dijo la dama.
—Estoy preocupado, Magda. Sumamente preocupado.
—¿A qué se debe ello?
—Joe.
—¡Ah!
Y se quedó ensimismada, contemplando a su esposo. —Bien, Lewis, explícame las causas.
—Tú ya sabes que Joe tiene una amiguita...
—¡Oh, sí! Pero... ¿no había terminado todo eso? —El caballero suspiró con desaliento.
—Eso creí, pero me equivoqué.
Y a renglón seguido refirió la conversación sostenida con Joe, lo ocurrido un momento antes con sir Walter y, por último, confesó su visita al piso de ____ Brown.
Lady Magda guardó silencio por espacio de unos minutos, al final de los cuales exclamó censora:
—Mal hecho por parte de Mildred, Lewis, y mal hecho por parte tuya también. Mildred ha descendido en el concepto que tenía formado de ella, y tú...
—No puedo tolerar que una aventurera se lleve limpiamente a mi hijo.
—¿Y te pareció tal aventurera? —preguntó la dama con acento suspicaz.
Su esposo pasó la mano abierta por las sienes y limpió el sudor imaginario que las perlaban.
—Bueno —exclamó, eligiendo su frase favorita—. Creo que no.
—Parece mentira, Lewis, que conociendo a tu hijo, hayas creído ni por un solo instante que tenía relaciones con una perdida. A Joe, querido Lewis, no lo embauca una lagartona. ¿No lo comprendes? Tanto tú como Mildred habéis tenido poco tacto. Joe, por sí solo, hubiera dejado de ir al piso de esta joven.
—Pero Joe tiene que casarse, Magda. ¿No lo comprendes? Sir Walter lo exige así, y nuestros negocios dependen mucho de su firma.
—Sí, querido, sí. Lo comprendo perfectamente.
—Si tú le hablaras a Joe...
—¿Otro más? Pero, Lewis, ¿es que aún no has caído en la cuenta de que Joe hay que dejarlo obrar sin forzarlo? Queden las cosas como están y esperemos.
—¡Imposible! Walter me exige una boda rápida—. La dama sonrió, irónicamente.
—Querido Lewis, no seas ciego. Tú, y perdona que te lo diga, eres demasiado impresionable. Walter quiere inquietarte y en cierto modo lo ha logrado. Te aseguro que Mildred no está dispuesta a perder a Joe sólo porque su padre sea un impetuoso. Esperarán, cariño, y sólo así lograrán encarcelar a Joe. Y si queremos ver a Joe casado con Mildred, deja a tu hijo en paz. No le forcéis ni recordéis su aventura.
Y sonriendo beatíficamente, colocó la mano en el hombro de su esposo y le dijo:
—Con calma todo se consigue.
Genesis Smith
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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Capitulo 7:

Mensaje por Genesis Smith Sáb 06 Abr 2013, 4:40 pm


—Creí que te habías ido a Londres—. Joe no respondió. La miraba, y ____ preguntó tímidamente: —¿Por qué me miras así?
Al pronto, no contestó. Seguía mirándola, y había en la expresión de sus ojos una infinita ternura que estremeció a _____ hasta el fondo mismo de su ser. Después, sin dejar de mirarla, se aproximó a ella, le puso una mano en el hombro y dijo, bajo:
—¿Por qué no me lo has dicho?
—¿Decirte qué?
—Que Mildred vino aquí.
—¡Oh!
Y nerviosa, dio la vuelta, se apartó de él y quedó frente a la ventana, de espaldas a Joe. Este avanzó hacia ella y le puso las dos manos en los hombros. Inclinóse hacia ella y su boca rozó el cuello femenino. Fue como si los inflamara una corriente eléctrica. _____ temblaba, y Joe la apretó nerviosamente contra sí. La apretó de tal manera que por un instante la joven perdió la respiración y se estremeció de pies a cabeza.
—Voy a tener que venerarte —dijo Joe, con bronco acento—. Venerarte, sí, como si fueras una reliquia.
—Suéltame, suéltame.
—Sí, sí.
Pero no la soltaba. Nunca había deseado besar ni poseer a Mildred, ni siquiera cuando empezaron sus relaciones. Y en cambio, en aquel instante, hubiera dado media vida por hacer suya a _____. Pero era un hombre razonable, pensador, y respetaba a aquella chiquilla a la que todos deseaban hundir en el cieno. Él no podía ser uno más. Sólo pronunciar una palabra y _____ hubiera sido suya, pero él no podía decir aquella palabra. Tenía que renunciar a ____, a su ternura, a sus cálidas tertulias, a sus miradas, al sonido suave de su voz... ____... Sí, pero era... era su deber.
La soltó sin haber rozado sus labios, pues de haberlo hecho ya no tendría voluntad para renunciar a ella.
Se alejó y se hundió en una butaca con las sienes oprimidas entre las manos crispadas.
—Joe —susurró a su lado la voz de niña buena—. Joe, cariño...
—Voy a alejarme de ti —dijo él roncamente, sin mirarla—. Te hace daño mi amistad. Y te venero demasiado para consentir que las malas lenguas se ceben en ti.
—No, Joe. Me hará más daño tu ausencia.
—Cállate, _____. Prefiero no verte... —Alzó los ojos. La miró fijamente—. ¿Te das cuenta? Tengo mi palabra empeñada. He de casarme, aunque la odie.
—Sí, Joe.
—Es lo que me descompone —gritó—. Tu conformidad.
Una extraña mueca distendió los labios de la joven.
—Joe —y le puso una mano en el hombro—. No estoy conforme, pero tú debes cumplir con tu deber, estás obligado a ello. Pero no dejes de venir a verme. Con oír tu voz, con verte... yo soy feliz.
—Una falsa felicidad.
—Es... un poco de felicidad, mejor que no poseer nada. Aunque sea por la puerta falsa, Joe. Aunque mis vecinos no me saluden en la calle, aunque tu novia me desprecie... Tú no lo haces y es bastante para mí.
—Tu dignidad, _____...
Y apretó contra su boca las dos manos femeninas. _____ lo envolvió en una tierna mirada.
—Mi dignidad, Joe —dijo bajo—. ¿Qué significa en realidad? Que el mundo entero me desprecie, no me importa. Sólo me interesas tú, y sé que no me despreciarás jamás.
—Te veneraré siempre —soltó sus manos y se puso en pie. Contemplándola pensativo desde su altura, añadió—: Creí que podría ser fiel a mi esposa con los hechos y los pensamientos. Soy un hombre recto, ____. Lo he sido siempre. Y es lo que me descompone, lo que me empequeñece, lo que me mengua ante mis propios ojos, el hecho de haber perdido mi rectitud. Tendré que fingir y soy enemigo de comedias. Tendré que pertenecer a otra mujer y estaré pensando en este piso y en tu persona. Y no quiero ser un ente falso. Si me caso, ____ —dijo resueltamente—, y tendré que casarme, renunciaré a ti desde el instante que señale la fecha de mi boda. Y... voy a señalarla.
La joven no contestó. Lo miraba quietamente.
—Te tomaría en mis brazos —añadió, retrocediendo hacia la puerta— y te apretaría y no te soltaría jamás. Y te llevaría en mi corazón como una reliquia. Te veneraría, pequeña, pero no puedo.
—Sí, Joe...
—No sé si volveré, muchacha.
—No vuelvas si ello te consuela.
Se agitó cual si lo sacudiera un huracán.
—No me consuela —gritó—, pero te evitaré males mayores. Y he de evitártelos.
Ya estaba en la puerta. Seguía mirándola como si pretendiera llevarla en la retina. Sin dejar de mirarla, abrió la puerta y quedó erguido en el umbral.
—____...
—Adiós, Joe.
—Necesitaré tu presencia el resto de mi vida; no sé si podré renunciar a ella...
—Vete —casi suplicó—. Vete pronto, Joe.
El la miró en silencio, por espacio de minutos que a la joven le parecieron siglos. Luego salió casi corriendo.
Por un instante, _____ quedó erguida en mitad de la estancia. Después fue retrocediendo y se dejó caer en el diván con la cara alzada y los ojos secos, muy abiertos.


Transcurrieron los días pesados y monótonos. Por la prensa local supo que Joseph Jonas se había ido a Londres...
Aquella tarde se encontró con Ruth a la salida del trabajo. Bajaron juntas la suntuosa calle. _____, ensimismada en sus propios pensamientos; Ruth, respetando su silencio. Pero de pronto, exclamó:
—Debieras alternar un poco.
—¡Bah!
—No puedes consagrar tu vida a un hombre que va a pertenecer a otra mujer.
—¡Oh, cállate!
—Te aprecio demasiado para callar. ¿Qué filtro te dio Joseph Jonas? Y lo curioso es que Joseph nunca tuvo en Penzance fama de voluble y mujeriego.
—No lo es.
—Pero destroza tu vida.
—Por favor, Ruth.
—Gustas a los chicos. Yo oigo conversaciones. No te dicen nada porque...
—Lo sé. Pues se equivocan, Ruth —apuntó serenamente—. No soy la amante de Joe. Aún no lo soy. Pero no veas en ello —apuntó con dolorosa sencillez— una virtud que yo no poseo. No soy yo la que renuncio, Ruth, es él; por eso le amo tanto.
—Dios mío, ____, estás perdida. Nunca podrás amar a otro hombre, y Joseph se casará con Mildred Lawson. Al principio te añorará, pero después, la vida de hogar, los hijos, los negocios, sus deberes de esposo y de hombre... te apartarán más y más de su pensamiento, y llegará un día en que serás un dulce pasado en su existencia. Y entretanto, querida, ¿qué será de ti?
—¿Y qué importa? —se agitó—. ¿Qué importa? ¿Acaso crees que lo primero es mi porvenir? No concibo la vida sin Joe.
Ruth se detuvo en seco. Cogió a su amiga por un brazo y acercó su rostro al de ella, como si la conociera en aquel instante y, en vez de ser una mujer, fuera un objeto raro a quien valoraba.
—Oye —dijo tras un titubeo—. Tú estás loca. ¿Sabes lo que dices? ¿Crees que el cielo ha de perdonar tu pecado?
—No pequé. ¿O es pecado amar a un hombre, renunciar a él y consagrarle la vida espiritual que nos queda?
—_____, te admiro y te desprecio. ¿Comprendes tú esta paradoja?
—No voy a estudiarla, Ruth —dijo, sin alterarse—. Sigamos. La gente nos mira.
—No vayamos a casa, _____. No podría soportar la soledad de mi alcoba.
De pronto Ruth la asió por el brazo y propuso:
—Vamos a mi piso.
—¡Oh, no! Prefiero pasear.
—¿Y por qué no vamos a una cafetería? Hoy me siento espléndida. Te invito.
—Preferiría...
—Vamos, querida ____—. La miró fijamente.
—¿Tú no tienes miedo del cieno que me cubre? ¿Tú... crees en mí?
Ruth desvió la mirada, pero dijo resueltamente:
—Sí.
—Entonces, acepto tu invitación.


Cuando Ruth se decidía a invitar a una amiga, lo hacía de modo espléndido. Nada de lugares escondidos ni de media categoría. Por eso aquel atardecer de últimos de invierno, asió a su amiga por un brazo y atravesó la calle. Había muchos automóviles aparcados a lo largo de la avenida, y en aquella cafetería de las más modernas y concurridas de Penzance. A la par de esta cafetería se hallaba el Club Náutico, centro de reunión de los opulentos. Sus terrazas y las de la cafetería colindaban, separadas únicamente por una balaustrada de bronce muy pulido.
_____ y Ruth buscaron una mesa en la terraza de la cafetería, casi rozando aquella balaustrada. Las contemplaron con admiración. Eran bonitas las dos, jóvenes, escandalosamente joven la pelirroja, de elegante atuendo deportivo. Tenía unos ojos que deslumbraban. La otra, Ruth, era también muy bella, pero menos luminosa. Nadie las tomaría por empleadas, si bien se las conocía a ambas, una por ser modelo del Carsino, y otra por trabajar en unas importantes oficinas del Estado.
—Estoy un poco avergonzada —dijo _____, ruborizándose.
Ruth rió con desenfado.
—¿Por qué? ¡Bah! Algún día hay que salir del cascarón, y tú vives demasiado metida en tu concha.
—Nos miran.
Ruth volvió a reír, y por encima de la mesa buscó los finos dedos de _____ y se los apretó suavemente.
—____, es lo que no le perdono a Joseph Jonas, que te visite en tu piso, que no se esconda para hacerlo, y luego no te exhiba en público. ¿Qué significas para él?
—No hables de eso. Por esta tarde olvidémoslo. Pero si ello te consuela, te diré que Joe siente por mí lo que yo siento por él.
—Pero se va a casar con otra.
—Tú sabes mejor que yo desde cuándo está prometido a esa mujer.
Un auto se detuvo en aquel instante ante las escalinatas del club. Descendió una dama y un caballero. Ruth le tocó en el brazo a su amiga.
—Ahí los tienes.
—¿Quiénes?
—Los padres de Joseph. Y él te mira. ¡Caray! Y dice algo al oído de su esposa. Y lady Magda te mira a la vez. Estoy segura que te reconoce como modelo de Carsino.
_____ alzó los ojos y una densa palidez cubrió su semblante. Encontróse con los ojos de aquel caballero... Por un instante no supo qué hacer ni qué decir. Desvió la mirada como aturdida y quedó ensimismada.
Aquel hombre... el médico que atendió a su tía...
—_____...
—¿Qué?
—¿Qué te ocurre?
—Nada. Dices que es el padre de Joe...
—Desde luego. Y la dama que le acompaña es lady Magda, su esposa.
—Comprendo.
—¿En qué piensas?
No respondió. Tomaba a pequeños sorbos el combinado. Sentía sobre sí la aguda mirada de lady Magda, que, sentada al otro lado de la balaustrada, conversaba en voz baja con... el médico de su tía.
¿Por qué había ido aquél hombre a su casa, revestido de una personalidad que no le correspondía? ¿Sólo por el deseo de conocerla? ¿Y con qué fin? Primero Mildred, después... La acosaban. Iba a odiarlos a todos. ¡Si Joe lo supiese! Pero Joe no sabría nunca que su padre había descendido hasta ir a su casa. ¡Oh, no! No lo sabría jamás.
—_____...
—Vámonos, Ruth.
—Claro que no. Pagamos por estar aquí, y no poco, ¿sabes? Eres mi invitada.
—Si bien nunca debiste traerme a este lugar —dijo bajo, reprobadora—. Hay otros muchos donde una pasa inadvertida.
—Al diablo ellos, querida mía. ¿Es que además de soportar las vejaciones de tus vecinos vas a ocultarte como una ladrona?
—Eres muy buena, Ruth, pero... Yo no he nacido para exhibirme en estos lugares.
Se puso en pie y Ruth, malhumorada, hubo de imitarla. Dejó un billete sobre la mesa y ambas descendieron hacia la calle seguidas por muchos ojos masculinos. ____ sentía arder su espalda. Estaba segura de que lady Magda y sir Lewis la seguían con la mirada.
Nerviosa, asió el brazo de su amiga y juntas desaparecieron en la calle, confundiéndose con los transeúntes, que a aquella hora la paseaban de arriba a abajo.
—Pronto llegará el calor, _____. Y aquí se reúne lo mejorcito de Inglaterra. Es un centro de veraneo bastante apacible, y los ricos lo buscan para descansar. ¿Sabes por qué te digo todo esto? Porque vendrá un hombre que el destino te tiene reservado y olvidarás a Joseph.
Una triste sonrisa curvó los labios seductores de _____.
—¡Olvidar a Joe! —susurró, incrédula—. No lo creo posible, Ruth. Di que él me olvidará a mí. Pero yo a él... ¡Lo considero tan imposible!
—¡Dios de Dios! —rezongó Ruth, malhumorada—. Cada vez odio más a Joseph Jonas.
_____ no contestó. Miraba a lo lejos con nostalgia.
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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Re: Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por Invitado Lun 08 Abr 2013, 1:27 pm

Holaaaa!! nueva lectora!!! :amor:

Ame tu novee! esta genial!! :aah:

Siguela.... besos!
:hug:

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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Re: Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por fernanda Mar 07 Mayo 2013, 9:10 pm

dios amo la nove
pero por favor tienes que seguirla
es enserio
fernanda
fernanda


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Re: Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por Pao Jonatica Forever :3 Jue 09 Mayo 2013, 11:26 pm

Hola soy tu nueva y fiel lectora enserio! Bueno tienes que seguirla! Me ire de viaje y comentare hasta el lunes nos vemos spero cuando vuelva leer mas caps :)
Pao Jonatica Forever :3
Pao Jonatica Forever :3


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Re: Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por JB&1D2 Vie 10 Mayo 2013, 2:09 pm

Nueva lectora, siguelaaaaa
JB&1D2
JB&1D2


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Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)  Empty Re: Aventurera. (Joe Jonas y Tu) (Adaptaciónn)

Mensaje por Augustinesg Vie 17 Mayo 2013, 11:40 am

Nueva lectora!!
Esta novela es hermosa, muy distinta de las que he leido con anterioridad.
Gracias por compartirla con nosotras!!
Augustinesg
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Mensaje por Pao Jonatica Forever :3 Vie 17 Mayo 2013, 2:17 pm

sigguueee
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Mensaje por Augustinesg Lun 20 Mayo 2013, 11:16 am

Oh vuelve pronto, es hermosa!
Gracias!!
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