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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Colmillos |Harry Styles|
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 3 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: Colmillos |Harry Styles|
Lamento no haber comentado antes :(, pero ya estoy aqui, soy una especie de Alice, y Louis es mi Jasper, la amo. Siguela pronto,
PD: Quiero Maraton
PD2: Me gusta dejar posdata
PD3: Espero que Luc no te viole
PD4: Te pase de pagina con mis posdata
PD5: Chau
PD: Quiero Maraton
PD2: Me gusta dejar posdata
PD3: Espero que Luc no te viole
PD4: Te pase de pagina con mis posdata
PD5: Chau
james
Re: Colmillos |Harry Styles|
YEAHYEAHYEHA ROCK ME, YEAAAAAAAAAAH.
Hola de nuevo chica que va a ser violada ya de ya por mí.
No te vas a librar de mis encantos y caricias nena...lo tienes asegurado.
Aaaaaame el capítulo y tambien a Zayn.
Mmm....Zaaaaaaaaayn, mierda, que es de Eva.
-SISTEEEEER, NO DIJE NADA.-
Síguela o te violo.
-Luc.
Hola de nuevo chica que va a ser violada ya de ya por mí.
No te vas a librar de mis encantos y caricias nena...lo tienes asegurado.
Aaaaaame el capítulo y tambien a Zayn.
Mmm....Zaaaaaaaaayn, mierda, que es de Eva.
-SISTEEEEER, NO DIJE NADA.-
Síguela o te violo.
-Luc.
Ledger.
Re: Colmillos |Harry Styles|
Patricia-Cullen escribió:Lamento no haber comentado antes :(, pero ya estoy aqui, soy una especie de Alice, y Louis es mi Jasper, la amo. Siguela pronto,
PD: Quiero Maraton
PD2: Me gusta dejar posdata
PD3: Espero que Luc no te viole
PD4: Te pase de pagina con mis posdata
PD5: Chau
Te diste cuenta de qué personaje te puse :3
También me gustan tus posdatas :P
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
5
Desaparecido
1 / 4
El día siguiente fue mejor... y peor.
Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil,
porque sabía qué podía esperar del día. Zayn se acercó para sentarse a mi lado durante la clase
de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Liam, el que parecía miembro de
un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada. Nadie me observaba tanto
como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con un gran grupo que incluía a Zayn,
Liam, Eva, Luc y otros cuantos cuyos nombres y caras ya empezaba a recordar. Empecé a sentirme como si
flotara en el agua en vez de ahogarme.
Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había
dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría,
aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso
porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota
y la golpeé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Harry
Gallagher no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.
Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Gallagher— me
estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle
una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le
diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo.
En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.
Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Eva —intenté contenerme y no
recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro
hermanos, por llamarlos de alguna manera, sentados en la misma mesa, pero él no los
acompañaba.
Zayn nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Eva parecía eufórica
por la atención, y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima
mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba
que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones
eran infundadas.
Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.
Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con
más confianza. Zayn, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden
retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Harry
Gallagher tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Zayn me siguió sin dejar
de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el
timbre. Entonces me sonrió apesadumbrado y se fue a sentar al lado de una chica con un
aparato ortopédico en los dientes y una horrenda permanente. Al parecer, iba a tener que hacer
algo con Zayn, y no iba a ser fácil. La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,
donde todos vivían pegados los unos a los otros. Tener tacto no era lo mío, y carecía de
experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Harry supuso un gran alivio. Me lo
repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el
motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto a alguien. Era imposible. Y aun así la posibilidad de que fuera cierto no dejaba de
inquietarme.
Cuando al fin concluyeron las clases y hubo desaparecido mi sonrojo por el incidente
del partido de voleibol, me enfundé los vaqueros y un jersey azul marino y me apresuré a salir
del vestuario, feliz de esquivar por el momento a mi amigo, el golden retriever. Me dirigí a
toda prisa al aparcamiento, ahora atestado de estudiantes que salían a la carrera. Me subí al
coche y busqué en mi bolsa para cerciorarme de que tenía todo lo necesario.
La noche pasada había descubierto que Charlie era incapaz de cocinar otra cosa que
huevos fritos y beicon, por lo que le pedí que me dejara encargarme de las comidas mientras
durara mi estancia. El se mostró dispuesto a cederme las llaves de la sala de banquetes.
También me percaté de que no había comida en casa, por lo que preparé la lista de la compra,
tomé el dinero de un jarrón del aparador que llevaba la etiqueta «dinero para la comida» y
ahora iba de camino hacia el supermercado Thriftway.
Puse en marcha aquel motor ensordecedor, hice caso omiso a los rostros que se
volvieron en mi dirección y di marcha atrás con mucho cuidado al ponerme en la cola de
coches que aguardaban para salir del aparcamiento. Mientras esperaba, intenté fingir que era
otro coche el que producía tan ensordecedor estruendo. Vi que los dos Gallagher y los gemelos
Hale se subían a su coche. El flamante Volvo, por supuesto. Me habían fascinado tanto sus
rostros que no había reparado antes en el atuendo; pero ahora que me fijaba, era obvio que
todos iban magníficamente vestidos, de forma sencilla, pero con una ropa que parecía hecha
por modistos. Con aquella hermosura y gracia de movimientos, podrían llevar harapos y
parecer guapos. El tener tanto belleza como dinero era pasarse de la raya, pero hasta donde
alcanzaba a comprender, la vida, por lo general, solía ser así. No parecía que la posesión de
ambas cosas les hubiera dado cierta aceptación en el pueblo.
No, no creía que fuera de ese modo. En absoluto. Ese aislamiento debía de ser
voluntario, no lograba imaginar ninguna puerta cerrada ante tanta belleza.
Contemplaron mi ruidoso monovolumen cuando les pasé, como el resto, pero continué
mirando al frente y experimenté un gran alivio cuando estuve fuera del campus.
El Thriftway no estaba muy lejos de la escuela, unas pocas calles más al sur, junto a la
carretera. Me sentí muy a gusto dentro del supermercado, me pareció normal. En Phoenix era
yo quien hacía la compra, por lo que asumí con gusto el hábito de ocuparme de las tareas
familiares. El mercado era lo bastante grande como para que no oyera el tamborileo de la
lluvia sobre el tejado y me recordara dónde me encontraba.
Al llegar a casa, saqué los comestibles y los metí allí donde encontré un hueco libre.
Esperaba que a Charlie no le importara. Envolví las patatas en papel de aluminio y las puse en
el horno para hacer patatas asadas, dejé en adobo un filete y lo coloqué sobre una caja de
huevos en el frigorífico.
Subí a mi habitación con la mochila después de hacer todo eso. Antes de ponerme con
los deberes, me puse un chándal seco, me recogí la melena en una coleta y abrí el mail por vez
primera en Forks. Tenía tres mensajes. Mi madre me había escrito.
Hola Beca:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo. ¿Llueve? Ya te echo
de menos. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi
blusa rosa. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.
Mamá xx
Suspiré y leí el siguiente mensaje. Lo había enviado ocho horas después del primero.
¿Por qué no me has contestado? ¿A qué esperas? Mamá xx
El último era de esa mañana.
Rebeca:
Si no me has contestado a las 17:30, voy a llamar a Charlie.
Miré el reloj. Aún quedaba una hora, pero mi madre solía adelantarse a los
acontecimientos.
Hola, mamá:
Tranquila. Ahora te escribo. No cometas ninguna imprudencia.
Beca
Envié el mail y empecé a escribir otra vez.
Querida mamá:
Todo va fenomenal. Llueve, por supuesto. He esperado a escribirte cuando tuviera
algo que contarte. La escuela no es mala, sólo un poco repetitiva. He conocido a unos cuantos
compañeros muy amables que se sientan conmigo durante el almuerzo.
Tu blusa está en la tintorería. Se supone que la ibas a recoger el viernes.
Charlie me ha comprado un monovolumen. ¿Te lo puedes creer? Me encanta. Es un
poco antiguo, pero muy sólido, y eso me conviene, ya me conoces.
Yo también te echo de menos. Pronto volveré a escribir, pero no voy a estar revisando
el correo electrónico cada cinco minutos. Respira hondo y relájate. Te quiero.
Beca xx
Había decidido volver a leer Cumbres borrascosas por placer —era la novela que
estábamos estudiando en clase de Literatura—, y en ello estaba cuando Charlie llegó a casa.
Había perdido la noción del tiempo, por lo que me apresuré a bajar las escaleras, sacar del
horno las patatas y meter el filete para asarlo.
— ¿Beca? —gritó mi padre al oírme en la escalera.
¿Quién iba a ser si no?, me pregunté.
—Hola, papá, bienvenido a casa.
—Gracias.
Colgó el cinturón con la pistola y se quitó las botas mientras yo trajinaba en la cocina.
Que yo supiera, jamás había disparado en acto de servicio. Pero siempre la mantenía
preparada. De niña, cuando yo venía, le quitaba las balas al llegar a casa. Imagino que ahora
me consideraba lo bastante madura como para no matarme por accidente, y no lo bastante
deprimida como para suicidarme.
— ¿Qué vamos a comer? —preguntó con recelo.
Mi madre solía practicar la cocina creativa, y sus experimentos culinarios no siempre
resultaban comestibles. Me sorprendió, y entristeció, que todavía se acordara.
—Filete con patatas —contesté para tranquilizarlo.
Parecía encontrarse fuera de lugar en la cocina, de pie y sin hacer nada, por lo que se
marchó con pasos torpes al cuarto de estar para ver la tele mientras yo cocinaba. Preparé una
ensalada al mismo tiempo que se hacía el filete y puse la mesa.
Lo llamé cuando estuvo lista la cena y olfateó en señal de apreciación al entrar en la
cocina.
—Huele fenomenal, Beca.
—Gracias.
Comimos en silencio durante varios minutos, lo cual no resultaba nada incómodo. A
ninguno de los dos nos disgustaba el silencio. En cierto modo, teníamos caracteres
compatibles para vivir juntos.
—Y bien, ¿qué tal el instituto? ¿Has hecho alguna amiga? —me preguntó mientras se
echaba más.
—Tengo unas cuantas clases con una chica que se llama Eva y otras con Luc y me siento con sus
amigas durante el almuerzo. Y hay un chico, Zayn, que es muy amable. Todos parecen buena
gente.
Con una notable excepción.
—Debe de ser Zayn Malik. Un buen chico y una buena familia. Su padre es el dueño
de una tienda de artículos musicales a las afueras del pueblo. Se gana bien la vida gracias a
los excursionistas que pasan por aquí.
— ¿Conoces a la familia Gallagher? —pregunté vacilante.
— ¿La familia del doctor Gallagher? Claro. El doctor Gallagher es un gran hombre.
—Los hijos... son un poco diferentes. No parece que en el instituto caigan demasiado
bien.
El aspecto enojado de Charlie me sorprendió.
— ¡Cómo es la gente de este pueblo! —murmuró—. El doctor es un eminente
cirujano que podría trabajar en cualquier hospital del mundo y ganaría diez veces más que
aquí —continuó en voz más alta—. Tenemos suerte de que vivan acá, de que su mujer quiera
quedarse en un pueblecito. Es muy valioso para la comunidad, y esos chicos se comportan
bien y son muy educados. Albergué ciertas dudas cuando llegaron con tantos hijos adoptivos.
Pensé que habría problemas, pero son muy maduros y no me han dado el más mínimo
problema. Y no puedo decir lo mismo de los hijos de algunas familias que han vivido en este
pueblo desde hace generaciones. Se mantienen unidos, como debe hacer una familia, se van
de camping cada tres fines de semana... La gente tiene que hablar sólo porque son recién
llegados.
Era el discurso más largo que había oído pronunciar a Charlie. Debía de molestarle
mucho lo que decía la gente.
Di marcha atrás.
—Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos
son muy guapos —añadí para hacerles un cumplido.
—Tendrías que ver al doctor —dijo Charlie, y se rió—. Por fortuna, está felizmente
casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él
anda cerca.
Nos quedamos callados y terminamos de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a
fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar —no
había lavavajillas—, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía
por hábito. Esa noche fue silenciosa, por fin. Agotada, me dormí enseguida.
El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Me acostumbré a la rutina de las
clases. Aunque no recordaba todos los nombres, el viernes era capaz de reconocer los rostros
de la práctica totalidad de los estudiantes del instituto. En clase de gimnasia los miembros de
mi equipo aprendieron a no pasarme el balón y a interponerse delante de mí si el equipo
contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Los dejé con sumo gusto.
Harry Gallagher no volvió a la escuela.
Todos los días vigilaba la puerta con ansiedad hasta que los Gallagher entraban en la
cafetería sin él. Entonces podía relajarme y participar en la conversación que, por lo general,
versaba sobre una excursión a La Push Ocean Park para dentro de dos semanas, un viaje que
organizaba Zayn. Me invitaron y accedí a ir, más por ser cortés que por placer. Las playas
deben ser calientes y secas.
Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil,
porque sabía qué podía esperar del día. Zayn se acercó para sentarse a mi lado durante la clase
de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Liam, el que parecía miembro de
un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada. Nadie me observaba tanto
como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con un gran grupo que incluía a Zayn,
Liam, Eva, Luc y otros cuantos cuyos nombres y caras ya empezaba a recordar. Empecé a sentirme como si
flotara en el agua en vez de ahogarme.
Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había
dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría,
aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso
porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota
y la golpeé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Harry
Gallagher no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.
Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Gallagher— me
estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle
una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le
diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo.
En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.
Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Eva —intenté contenerme y no
recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro
hermanos, por llamarlos de alguna manera, sentados en la misma mesa, pero él no los
acompañaba.
Zayn nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Eva parecía eufórica
por la atención, y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima
mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba
que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones
eran infundadas.
Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.
Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con
más confianza. Zayn, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden
retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Harry
Gallagher tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Zayn me siguió sin dejar
de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el
timbre. Entonces me sonrió apesadumbrado y se fue a sentar al lado de una chica con un
aparato ortopédico en los dientes y una horrenda permanente. Al parecer, iba a tener que hacer
algo con Zayn, y no iba a ser fácil. La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,
donde todos vivían pegados los unos a los otros. Tener tacto no era lo mío, y carecía de
experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Harry supuso un gran alivio. Me lo
repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el
motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto a alguien. Era imposible. Y aun así la posibilidad de que fuera cierto no dejaba de
inquietarme.
Cuando al fin concluyeron las clases y hubo desaparecido mi sonrojo por el incidente
del partido de voleibol, me enfundé los vaqueros y un jersey azul marino y me apresuré a salir
del vestuario, feliz de esquivar por el momento a mi amigo, el golden retriever. Me dirigí a
toda prisa al aparcamiento, ahora atestado de estudiantes que salían a la carrera. Me subí al
coche y busqué en mi bolsa para cerciorarme de que tenía todo lo necesario.
La noche pasada había descubierto que Charlie era incapaz de cocinar otra cosa que
huevos fritos y beicon, por lo que le pedí que me dejara encargarme de las comidas mientras
durara mi estancia. El se mostró dispuesto a cederme las llaves de la sala de banquetes.
También me percaté de que no había comida en casa, por lo que preparé la lista de la compra,
tomé el dinero de un jarrón del aparador que llevaba la etiqueta «dinero para la comida» y
ahora iba de camino hacia el supermercado Thriftway.
Puse en marcha aquel motor ensordecedor, hice caso omiso a los rostros que se
volvieron en mi dirección y di marcha atrás con mucho cuidado al ponerme en la cola de
coches que aguardaban para salir del aparcamiento. Mientras esperaba, intenté fingir que era
otro coche el que producía tan ensordecedor estruendo. Vi que los dos Gallagher y los gemelos
Hale se subían a su coche. El flamante Volvo, por supuesto. Me habían fascinado tanto sus
rostros que no había reparado antes en el atuendo; pero ahora que me fijaba, era obvio que
todos iban magníficamente vestidos, de forma sencilla, pero con una ropa que parecía hecha
por modistos. Con aquella hermosura y gracia de movimientos, podrían llevar harapos y
parecer guapos. El tener tanto belleza como dinero era pasarse de la raya, pero hasta donde
alcanzaba a comprender, la vida, por lo general, solía ser así. No parecía que la posesión de
ambas cosas les hubiera dado cierta aceptación en el pueblo.
No, no creía que fuera de ese modo. En absoluto. Ese aislamiento debía de ser
voluntario, no lograba imaginar ninguna puerta cerrada ante tanta belleza.
Contemplaron mi ruidoso monovolumen cuando les pasé, como el resto, pero continué
mirando al frente y experimenté un gran alivio cuando estuve fuera del campus.
El Thriftway no estaba muy lejos de la escuela, unas pocas calles más al sur, junto a la
carretera. Me sentí muy a gusto dentro del supermercado, me pareció normal. En Phoenix era
yo quien hacía la compra, por lo que asumí con gusto el hábito de ocuparme de las tareas
familiares. El mercado era lo bastante grande como para que no oyera el tamborileo de la
lluvia sobre el tejado y me recordara dónde me encontraba.
Al llegar a casa, saqué los comestibles y los metí allí donde encontré un hueco libre.
Esperaba que a Charlie no le importara. Envolví las patatas en papel de aluminio y las puse en
el horno para hacer patatas asadas, dejé en adobo un filete y lo coloqué sobre una caja de
huevos en el frigorífico.
Subí a mi habitación con la mochila después de hacer todo eso. Antes de ponerme con
los deberes, me puse un chándal seco, me recogí la melena en una coleta y abrí el mail por vez
primera en Forks. Tenía tres mensajes. Mi madre me había escrito.
Hola Beca:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo. ¿Llueve? Ya te echo
de menos. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi
blusa rosa. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.
Mamá xx
Suspiré y leí el siguiente mensaje. Lo había enviado ocho horas después del primero.
¿Por qué no me has contestado? ¿A qué esperas? Mamá xx
El último era de esa mañana.
Rebeca:
Si no me has contestado a las 17:30, voy a llamar a Charlie.
Miré el reloj. Aún quedaba una hora, pero mi madre solía adelantarse a los
acontecimientos.
Hola, mamá:
Tranquila. Ahora te escribo. No cometas ninguna imprudencia.
Beca
Envié el mail y empecé a escribir otra vez.
Querida mamá:
Todo va fenomenal. Llueve, por supuesto. He esperado a escribirte cuando tuviera
algo que contarte. La escuela no es mala, sólo un poco repetitiva. He conocido a unos cuantos
compañeros muy amables que se sientan conmigo durante el almuerzo.
Tu blusa está en la tintorería. Se supone que la ibas a recoger el viernes.
Charlie me ha comprado un monovolumen. ¿Te lo puedes creer? Me encanta. Es un
poco antiguo, pero muy sólido, y eso me conviene, ya me conoces.
Yo también te echo de menos. Pronto volveré a escribir, pero no voy a estar revisando
el correo electrónico cada cinco minutos. Respira hondo y relájate. Te quiero.
Beca xx
Había decidido volver a leer Cumbres borrascosas por placer —era la novela que
estábamos estudiando en clase de Literatura—, y en ello estaba cuando Charlie llegó a casa.
Había perdido la noción del tiempo, por lo que me apresuré a bajar las escaleras, sacar del
horno las patatas y meter el filete para asarlo.
— ¿Beca? —gritó mi padre al oírme en la escalera.
¿Quién iba a ser si no?, me pregunté.
—Hola, papá, bienvenido a casa.
—Gracias.
Colgó el cinturón con la pistola y se quitó las botas mientras yo trajinaba en la cocina.
Que yo supiera, jamás había disparado en acto de servicio. Pero siempre la mantenía
preparada. De niña, cuando yo venía, le quitaba las balas al llegar a casa. Imagino que ahora
me consideraba lo bastante madura como para no matarme por accidente, y no lo bastante
deprimida como para suicidarme.
— ¿Qué vamos a comer? —preguntó con recelo.
Mi madre solía practicar la cocina creativa, y sus experimentos culinarios no siempre
resultaban comestibles. Me sorprendió, y entristeció, que todavía se acordara.
—Filete con patatas —contesté para tranquilizarlo.
Parecía encontrarse fuera de lugar en la cocina, de pie y sin hacer nada, por lo que se
marchó con pasos torpes al cuarto de estar para ver la tele mientras yo cocinaba. Preparé una
ensalada al mismo tiempo que se hacía el filete y puse la mesa.
Lo llamé cuando estuvo lista la cena y olfateó en señal de apreciación al entrar en la
cocina.
—Huele fenomenal, Beca.
—Gracias.
Comimos en silencio durante varios minutos, lo cual no resultaba nada incómodo. A
ninguno de los dos nos disgustaba el silencio. En cierto modo, teníamos caracteres
compatibles para vivir juntos.
—Y bien, ¿qué tal el instituto? ¿Has hecho alguna amiga? —me preguntó mientras se
echaba más.
—Tengo unas cuantas clases con una chica que se llama Eva y otras con Luc y me siento con sus
amigas durante el almuerzo. Y hay un chico, Zayn, que es muy amable. Todos parecen buena
gente.
Con una notable excepción.
—Debe de ser Zayn Malik. Un buen chico y una buena familia. Su padre es el dueño
de una tienda de artículos musicales a las afueras del pueblo. Se gana bien la vida gracias a
los excursionistas que pasan por aquí.
— ¿Conoces a la familia Gallagher? —pregunté vacilante.
— ¿La familia del doctor Gallagher? Claro. El doctor Gallagher es un gran hombre.
—Los hijos... son un poco diferentes. No parece que en el instituto caigan demasiado
bien.
El aspecto enojado de Charlie me sorprendió.
— ¡Cómo es la gente de este pueblo! —murmuró—. El doctor es un eminente
cirujano que podría trabajar en cualquier hospital del mundo y ganaría diez veces más que
aquí —continuó en voz más alta—. Tenemos suerte de que vivan acá, de que su mujer quiera
quedarse en un pueblecito. Es muy valioso para la comunidad, y esos chicos se comportan
bien y son muy educados. Albergué ciertas dudas cuando llegaron con tantos hijos adoptivos.
Pensé que habría problemas, pero son muy maduros y no me han dado el más mínimo
problema. Y no puedo decir lo mismo de los hijos de algunas familias que han vivido en este
pueblo desde hace generaciones. Se mantienen unidos, como debe hacer una familia, se van
de camping cada tres fines de semana... La gente tiene que hablar sólo porque son recién
llegados.
Era el discurso más largo que había oído pronunciar a Charlie. Debía de molestarle
mucho lo que decía la gente.
Di marcha atrás.
—Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos
son muy guapos —añadí para hacerles un cumplido.
—Tendrías que ver al doctor —dijo Charlie, y se rió—. Por fortuna, está felizmente
casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él
anda cerca.
Nos quedamos callados y terminamos de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a
fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar —no
había lavavajillas—, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía
por hábito. Esa noche fue silenciosa, por fin. Agotada, me dormí enseguida.
El resto de la semana transcurrió sin incidentes. Me acostumbré a la rutina de las
clases. Aunque no recordaba todos los nombres, el viernes era capaz de reconocer los rostros
de la práctica totalidad de los estudiantes del instituto. En clase de gimnasia los miembros de
mi equipo aprendieron a no pasarme el balón y a interponerse delante de mí si el equipo
contrario intentaba aprovecharse de mis carencias. Los dejé con sumo gusto.
Harry Gallagher no volvió a la escuela.
Todos los días vigilaba la puerta con ansiedad hasta que los Gallagher entraban en la
cafetería sin él. Entonces podía relajarme y participar en la conversación que, por lo general,
versaba sobre una excursión a La Push Ocean Park para dentro de dos semanas, un viaje que
organizaba Zayn. Me invitaron y accedí a ir, más por ser cortés que por placer. Las playas
deben ser calientes y secas.
- +:
Bueno, QUERIDIZIMAZ LECTORAZ, aquí el capítulo cinco con el que empiezo la maratón :D Se supone que la iba a hacer ayer, pero tuve que estudiar porque hoy he tenido un asqueroso examen de Física :evil: y además quedé con unos amigos, que literalmente me obligaron a salir :x
Espero que os guste!
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
6
Nieve
2 / 4
Cuando llegó el viernes, yo ya entraba con total tranquilidad en clase de Biología sin
preocuparme de si Harry estaría allí. Hasta donde sabía, había abandonado la escuela.
Intentaba no pensar en ello, pero no conseguía reprimir del todo la preocupación de que fuera
la culpable de su ausencia, por muy ridículo que pudiera parecer.
Mi primer fin de semana en Forks pasó sin acontecimientos dignos de mención.
Charlie no estaba acostumbrado a quedarse en una casa habitualmente vacía, y lo pasaba en el
trabajo. Limpié la casa, avancé en mis deberes y escribí a mi madre varios correos
electrónicos de fingida jovialidad. El sábado fui a la biblioteca, pero tenía pocos libros, por lo
que no me molesté en hacerme la tarjeta de socio. Pronto tendría que visitar Olympia o Seattle
y buscar una buena librería. Me puse a calcular con despreocupación cuánta gasolina
consumiría el monovolumen y el resultado me produjo escalofríos.
Durante todo el fin de semana cayó una lluvia fina, silenciosa, por lo que pude dormir
bien.
Mucha gente me saludó en el aparcamiento el lunes por la mañana, no recordaba los
nombres de todos, pero agité la mano y sonreí a todo el mundo. En clase de Literatura, fiel a
su costumbre, Zayn se sentó a mi lado. El profesor nos puso un examen sorpresa sobre
Cumbres borrascosas. Era fácil, sin complicaciones.
En general, a aquellas alturas me sentía mucho más cómoda de lo que había creído.
Más satisfecha de lo que hubiera esperado jamás.
Al salir de la clase, el aire estaba lleno de remolinos blancos. Oí a los compañeros dar
gritos de júbilo. El viento me cortó la nariz y las mejillas.
— ¡Vaya! —Exclamó Mike—. Nieva.
Estudié las pelusas de algodón que se amontaban al lado de la acera y,
arremolinándose erráticamente, pasaban junto a mi cara.
— ¡Uf!
Nieve. Mi gozo en un pozo. Mike se sorprendió.
— ¿No te gusta la nieve?
—No. Significa que hace demasiado frío incluso para que llueva —obviamente—.
Además, pensaba que caía en forma de copos, ya sabes, que cada uno era único y todo eso. Éstos se parecen a los extremos de los bastoncillos de algodón.
— ¿Es que nunca has visto nevar? —me preguntó con incredulidad.
— ¡Sí, por supuesto! —Hice una pausa y añadí—: En la tele.
Zayn se rió. Entonces una gran bola húmeda y blanda impactó en su nuca. Nos
volvimos para ver de dónde provenía. Sospeché de Liam, que andaba en dirección contraria, en
la dirección equivocada para ir a la siguiente clase. Era evidente que Zayn pensó lo mismo, ya
que se acuclilló y empezó a amontonar aquella papilla blancuzca.
—Te veo en el almuerzo, ¿vale? —continué andando sin dejar de hablar—. Me refugio
dentro cuando la gente se empieza a lanzar bolas de nieve.
Zayn asintió con la cabeza sin apartar los ojos de la figura de Liam, que emprendía la
retirada.
Se pasaron toda la mañana charlando alegremente sobre la nieve. Al parecer era la
primera nevada del nuevo año. Mantuve el pico cerrado. Sí, era más seca que la lluvia... hasta
que se descongelaba en los calcetines.
Eva, Luc y yo nos dirigimos a la cafetería con mucho cuidado después de la clase de
español. Las bolas de nieve volaban por doquier. Por si acaso, llevaba la carpeta en las manos,
lista para emplearla como escudo si era menester. Luc se rió de mí, pero había algo en la
expresión de mi rostro que le desaconsejó lanzarme una bola de nieve.
Zayn nos alcanzó cuando entramos en la sala; se reía mientras la nieve que tenía en las
puntas del su pelo se fundía. Él y Eva conversaban animadamente sobre la pelea de bolas de nieve; hicimos cola para comprar la comida. Por puro hábito, eché una ojeada hacia la
mesa del rincón. Entonces, me quedé petrificada. La ocupaban cinco personas.
Luc me tomó por el brazo.
— ¡Eh! ¿Beca? ¿Qué quieres tomar?
Bajé la vista, me ardían las orejas. Me recordé a mí misma que no había motivo
alguno para sentirme cohibida. No había hecho nada malo.
— ¿Qué le pasa a Beca? —le preguntó Zayn a Eva.
—Nada —contesté—. Hoy sólo quiero un refresco.
Me puse al final de la cola.
— ¿Es que no tienes hambre? —preguntó Luc.
—La verdad es que estoy un poco mareada —dije, con la vista aún clavada en el
suelo.
Aguardé a que tomaran la comida y los seguí a una mesa sin apartar los ojos de mis
pies. Bebí el refresco a pequeños sorbos. Tenía un nudo en el estómago. Zayn me preguntó
dos veces, con una preocupación innecesaria, cómo me encontraba. Le respondí que no era
nada, pero especulé con la posibilidad de fingir un poco y escaparme a la enfermería durante
la próxima clase.
Ridículo. No tenía por qué huir.
Decidí permitirme una única miradita a la mesa de la familia Gallagher. Si me observaba
con furia, pasaría de la clase de Biología, ya que era una cobarde.
Mantuve el rostro inclinado hacia el suelo y miré de reojo a través de las pestañas.
Alcé levemente la cabeza.
Se reían. Harry, Louis y Niall tenían el pelo totalmente empapado por la nieve.
Elizabeth y Kay retrocedieron cuando Niall se sacudió el pelo chorreante para salpicarlas.
Disfrutaban del día nevado como los demás, aunque ellos parecían salidos de la escena de una
película, y los demás no.
Pero, aparte de la alegría y los juegos, algo era diferente, y no lograba identificar qué.
Estudié a Harry con cuidado. Decidí que su tez estaba menos pálida, tal vez un poco
colorada por la pelea con bolas de nieve, y que las ojeras eran menos acusadas, pero había
algo más. Lo examinaba, intentando aislar ese cambio, sin apartar la vista de él.
—Beca, ¿a quién miras? —interrumpió Luc, siguiendo la trayectoria de mi mirada.
En ese preciso momento, los ojos de Harry centellearon al encontrarse con los míos.
Ladeé la cabeza para que el pelo me ocultara el rostro, aunque estuve segura de que,
cuando nuestras miradas se cruzaron, sus ojos no parecían tan duros ni hostiles como la última
vez que le vi. Simplemente tenían un punto de curiosidad y, de nuevo, cierta insatisfacción.
—Harry Gallagher te está mirando —me murmuró Eva al oído, y se rió.
—No parece enfadado, ¿verdad? —tuve que preguntar.
—No —dijo, confusa por la pregunta—. ¿Debería estarlo?
—Creo que no soy de su agrado —le confesé. Aún me sentía mareada, por lo que
apoyé la cabeza sobre el brazo.
—A los Gallagher no les gusta nadie... Bueno, tampoco se fijan en nadie lo bastante para
les guste, pero te sigue mirando.
—No le mires —susurré.
Luc se rió con disimulo, pero desvió la vista. Alcé la cabeza lo suficiente para
cerciorarme de que lo había hecho. Estaba dispuesta a emplear la fuerza si era necesario.
Zayn nos interrumpió en ese momento; estaba planificando una épica batalla de nieve
en el aparcamiento y nos preguntó si deseábamos participar. Eva asintió con entusiasmo.
La forma en que miraba a Zayn dejaba pocas dudas, asentiría a cualquier cosa que él sugiriera. Me callé. Iba a tener que esconderme en el gimnasio hasta que el aparcamiento
estuviera vacío.
Me cuidé de no apartar la vista de mi propia mesa durante lo que restaba de la hora del
almuerzo. Decidí respetar el pacto que había alcanzado conmigo misma. Asistiría a clase de
Biología, ya que no parecía enfadado. Tanto me aterraba volver a sentarme a su lado que tuve
unos leves retortijones de estómago.
No me apetecía nada que Zayn me acompañara a clase como de costumbre, ya que
parecía ser el blanco predilecto de los francotiradores de bolas de nieve, pero, al llegar a la
puerta, todos, salvo yo, gimieron al unísono. Estaba lloviendo, y el aguacero arrastraba
cualquier rastro de nieve, dejando jirones de hielo en los bordes de las aceras. Me cubrí la
cabeza con la capucha y escondí mi júbilo. Podría ir directamente a casa después de la clase
de gimnasia.
Zayn no cesó de quejarse mientras íbamos hacia el edificio cuatro.
Ya en clase, comprobé aliviada que mi mesa seguía vacía. El profesor Banner estaba
repartiendo un microscopio y una cajita de diapositivas por mesa. Aún quedaban unos
minutos antes de que empezara la clase y el aula era un hervidero de conversaciones. Dibujé
unos garabatos de forma distraída en la tapa de mi cuaderno y mantuve los ojos lejos de la
puerta. Oí con claridad cómo se movía la silla contigua, pero continué mirando mi dibujo...
preocuparme de si Harry estaría allí. Hasta donde sabía, había abandonado la escuela.
Intentaba no pensar en ello, pero no conseguía reprimir del todo la preocupación de que fuera
la culpable de su ausencia, por muy ridículo que pudiera parecer.
Mi primer fin de semana en Forks pasó sin acontecimientos dignos de mención.
Charlie no estaba acostumbrado a quedarse en una casa habitualmente vacía, y lo pasaba en el
trabajo. Limpié la casa, avancé en mis deberes y escribí a mi madre varios correos
electrónicos de fingida jovialidad. El sábado fui a la biblioteca, pero tenía pocos libros, por lo
que no me molesté en hacerme la tarjeta de socio. Pronto tendría que visitar Olympia o Seattle
y buscar una buena librería. Me puse a calcular con despreocupación cuánta gasolina
consumiría el monovolumen y el resultado me produjo escalofríos.
Durante todo el fin de semana cayó una lluvia fina, silenciosa, por lo que pude dormir
bien.
Mucha gente me saludó en el aparcamiento el lunes por la mañana, no recordaba los
nombres de todos, pero agité la mano y sonreí a todo el mundo. En clase de Literatura, fiel a
su costumbre, Zayn se sentó a mi lado. El profesor nos puso un examen sorpresa sobre
Cumbres borrascosas. Era fácil, sin complicaciones.
En general, a aquellas alturas me sentía mucho más cómoda de lo que había creído.
Más satisfecha de lo que hubiera esperado jamás.
Al salir de la clase, el aire estaba lleno de remolinos blancos. Oí a los compañeros dar
gritos de júbilo. El viento me cortó la nariz y las mejillas.
— ¡Vaya! —Exclamó Mike—. Nieva.
Estudié las pelusas de algodón que se amontaban al lado de la acera y,
arremolinándose erráticamente, pasaban junto a mi cara.
— ¡Uf!
Nieve. Mi gozo en un pozo. Mike se sorprendió.
— ¿No te gusta la nieve?
—No. Significa que hace demasiado frío incluso para que llueva —obviamente—.
Además, pensaba que caía en forma de copos, ya sabes, que cada uno era único y todo eso. Éstos se parecen a los extremos de los bastoncillos de algodón.
— ¿Es que nunca has visto nevar? —me preguntó con incredulidad.
— ¡Sí, por supuesto! —Hice una pausa y añadí—: En la tele.
Zayn se rió. Entonces una gran bola húmeda y blanda impactó en su nuca. Nos
volvimos para ver de dónde provenía. Sospeché de Liam, que andaba en dirección contraria, en
la dirección equivocada para ir a la siguiente clase. Era evidente que Zayn pensó lo mismo, ya
que se acuclilló y empezó a amontonar aquella papilla blancuzca.
—Te veo en el almuerzo, ¿vale? —continué andando sin dejar de hablar—. Me refugio
dentro cuando la gente se empieza a lanzar bolas de nieve.
Zayn asintió con la cabeza sin apartar los ojos de la figura de Liam, que emprendía la
retirada.
Se pasaron toda la mañana charlando alegremente sobre la nieve. Al parecer era la
primera nevada del nuevo año. Mantuve el pico cerrado. Sí, era más seca que la lluvia... hasta
que se descongelaba en los calcetines.
Eva, Luc y yo nos dirigimos a la cafetería con mucho cuidado después de la clase de
español. Las bolas de nieve volaban por doquier. Por si acaso, llevaba la carpeta en las manos,
lista para emplearla como escudo si era menester. Luc se rió de mí, pero había algo en la
expresión de mi rostro que le desaconsejó lanzarme una bola de nieve.
Zayn nos alcanzó cuando entramos en la sala; se reía mientras la nieve que tenía en las
puntas del su pelo se fundía. Él y Eva conversaban animadamente sobre la pelea de bolas de nieve; hicimos cola para comprar la comida. Por puro hábito, eché una ojeada hacia la
mesa del rincón. Entonces, me quedé petrificada. La ocupaban cinco personas.
Luc me tomó por el brazo.
— ¡Eh! ¿Beca? ¿Qué quieres tomar?
Bajé la vista, me ardían las orejas. Me recordé a mí misma que no había motivo
alguno para sentirme cohibida. No había hecho nada malo.
— ¿Qué le pasa a Beca? —le preguntó Zayn a Eva.
—Nada —contesté—. Hoy sólo quiero un refresco.
Me puse al final de la cola.
— ¿Es que no tienes hambre? —preguntó Luc.
—La verdad es que estoy un poco mareada —dije, con la vista aún clavada en el
suelo.
Aguardé a que tomaran la comida y los seguí a una mesa sin apartar los ojos de mis
pies. Bebí el refresco a pequeños sorbos. Tenía un nudo en el estómago. Zayn me preguntó
dos veces, con una preocupación innecesaria, cómo me encontraba. Le respondí que no era
nada, pero especulé con la posibilidad de fingir un poco y escaparme a la enfermería durante
la próxima clase.
Ridículo. No tenía por qué huir.
Decidí permitirme una única miradita a la mesa de la familia Gallagher. Si me observaba
con furia, pasaría de la clase de Biología, ya que era una cobarde.
Mantuve el rostro inclinado hacia el suelo y miré de reojo a través de las pestañas.
Alcé levemente la cabeza.
Se reían. Harry, Louis y Niall tenían el pelo totalmente empapado por la nieve.
Elizabeth y Kay retrocedieron cuando Niall se sacudió el pelo chorreante para salpicarlas.
Disfrutaban del día nevado como los demás, aunque ellos parecían salidos de la escena de una
película, y los demás no.
Pero, aparte de la alegría y los juegos, algo era diferente, y no lograba identificar qué.
Estudié a Harry con cuidado. Decidí que su tez estaba menos pálida, tal vez un poco
colorada por la pelea con bolas de nieve, y que las ojeras eran menos acusadas, pero había
algo más. Lo examinaba, intentando aislar ese cambio, sin apartar la vista de él.
—Beca, ¿a quién miras? —interrumpió Luc, siguiendo la trayectoria de mi mirada.
En ese preciso momento, los ojos de Harry centellearon al encontrarse con los míos.
Ladeé la cabeza para que el pelo me ocultara el rostro, aunque estuve segura de que,
cuando nuestras miradas se cruzaron, sus ojos no parecían tan duros ni hostiles como la última
vez que le vi. Simplemente tenían un punto de curiosidad y, de nuevo, cierta insatisfacción.
—Harry Gallagher te está mirando —me murmuró Eva al oído, y se rió.
—No parece enfadado, ¿verdad? —tuve que preguntar.
—No —dijo, confusa por la pregunta—. ¿Debería estarlo?
—Creo que no soy de su agrado —le confesé. Aún me sentía mareada, por lo que
apoyé la cabeza sobre el brazo.
—A los Gallagher no les gusta nadie... Bueno, tampoco se fijan en nadie lo bastante para
les guste, pero te sigue mirando.
—No le mires —susurré.
Luc se rió con disimulo, pero desvió la vista. Alcé la cabeza lo suficiente para
cerciorarme de que lo había hecho. Estaba dispuesta a emplear la fuerza si era necesario.
Zayn nos interrumpió en ese momento; estaba planificando una épica batalla de nieve
en el aparcamiento y nos preguntó si deseábamos participar. Eva asintió con entusiasmo.
La forma en que miraba a Zayn dejaba pocas dudas, asentiría a cualquier cosa que él sugiriera. Me callé. Iba a tener que esconderme en el gimnasio hasta que el aparcamiento
estuviera vacío.
Me cuidé de no apartar la vista de mi propia mesa durante lo que restaba de la hora del
almuerzo. Decidí respetar el pacto que había alcanzado conmigo misma. Asistiría a clase de
Biología, ya que no parecía enfadado. Tanto me aterraba volver a sentarme a su lado que tuve
unos leves retortijones de estómago.
No me apetecía nada que Zayn me acompañara a clase como de costumbre, ya que
parecía ser el blanco predilecto de los francotiradores de bolas de nieve, pero, al llegar a la
puerta, todos, salvo yo, gimieron al unísono. Estaba lloviendo, y el aguacero arrastraba
cualquier rastro de nieve, dejando jirones de hielo en los bordes de las aceras. Me cubrí la
cabeza con la capucha y escondí mi júbilo. Podría ir directamente a casa después de la clase
de gimnasia.
Zayn no cesó de quejarse mientras íbamos hacia el edificio cuatro.
Ya en clase, comprobé aliviada que mi mesa seguía vacía. El profesor Banner estaba
repartiendo un microscopio y una cajita de diapositivas por mesa. Aún quedaban unos
minutos antes de que empezara la clase y el aula era un hervidero de conversaciones. Dibujé
unos garabatos de forma distraída en la tapa de mi cuaderno y mantuve los ojos lejos de la
puerta. Oí con claridad cómo se movía la silla contigua, pero continué mirando mi dibujo...
- +:
Ahí está el segundo del maratón <3
Y después del maratón subo un último capítulo (?
Simplemente porque me aburro.
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Me encanta, sube más lo adoro.
PD: Si a alguien le gusta Harry Potter que se pase por mi novela esta abajo en mi firma
PD: Si a alguien le gusta Harry Potter que se pase por mi novela esta abajo en mi firma
james
Re: Colmillos |Harry Styles|
7
Me llamo Harry
3 / 4
—Hola —dijo una voz tranquila y musical.
Levanté la vista, sorprendida de que me hablara. Se sentaba lo más lejos de mi lado
que le permitía la mesa, pero con la silla vuelta hacia mí. Llevaba el pelo húmedo y
despeinado, pero, aun así, parecía que acababa de rodar un anuncio para una marca de
champú. El deslumbrante rostro era amable y franco. Una leve sonrisa curvaba sus labios
perfectos, pero los ojos aún mostraban recelo.
—Me llamo Harry Gallagher —continuó—. No tuve la oportunidad de presentarme la
semana pasada. Tú debes de ser Beca Swan.
Estaba confusa y la cabeza me daba vueltas. ¿Me lo había imaginado todo? Ahora se
comportaba con gran amabilidad. Tenía que hablar, esperaba mi respuesta, pero no se me
ocurría nada convencional que contestar.
— ¿Cómo sabes mi nombre? —tartamudeé.
Se rió de forma suave y encantadora.
—Creo que todo el mundo sabe tu nombre. El pueblo entero te esperaba.
Hice una mueca. Sabía que debía de ser algo así, pero insistí como una tonta.
—No, no, me refería a que me llamaste Beca.
Pareció confuso.
— ¿Prefieres Rebeca?
—No, a mí me gusta Beca —dije—, pero creo que Charlie, quiero decir, mi padre, debe de
llamarme Rebeca a mis espaldas, porque todos me llaman Rebeca —intenté explicar, y me
sentí como una completa idiota.
—Oh.
No añadió nada. Violenta, desvié la mirada.
Gracias a Dios, el señor Banner empezó la clase en ese momento. Intenté prestar
atención cuando explicó que íbamos a realizar una práctica. Las diapositivas estaban
desordenadas. Teníamos que trabajar en parejas para identificar las fases de la mitosis de las
células de la punta de la raíz de una cebolla en cada diapositiva y clasificarlas correctamente.
No podíamos consultar los libros. En veinte minutos, el profesor iba a visitar cada mesa para
verificar quiénes habían aprobado.
—Empezad —ordenó.
— ¿Las damas primero, compañera? —preguntó Harry.
Alcé la vista y le vi esbozar una sonrisa burlona tan arrebatadora que sólo pude
contemplarle como una tonta.
—Puedo empezar yo si lo deseas.
La sonrisa de Harry se desvaneció. Sin duda, se estaba preguntando si yo era
mentalmente capaz.
—No —dije, sonrojada—, yo lo hago.
Me lucí un poquito. Ya había hecho esta práctica y sabía qué tenía que buscar. Debería
resultar sencillo. Coloqué la primera diapositiva bajo el microscopio y ajusté rápidamente
el campo de visión del objetivo a 40X. Examiné la capa durante unos segundos.
—Profase —afirmé con aplomo.
— ¿Te importa si lo miro? —me preguntó cuando empezaba a quitar la diapositiva.
Me tomó la mano para detenerme mientras formulaba la pregunta.
Tenía los dedos fríos como témpanos, como si los hubiera metido en un ventisquero
antes de la clase, pero no retiré la mano con brusquedad por ese motivo. Cuando me tocó, la
mano me ardió igual que si entre nosotros pasara una corriente eléctrica.
—Lo siento —musitó y retiró la mano de inmediato, pero alcanzó el microscopio. Lo
miré atolondrada mientras examinaba la diapositiva en menos tiempo aún del que yo había
necesitado.
—Profase —asintió, y lo escribió con esmero en el primer espacio de nuestra hoja de
trabajo. Sustituyó con velocidad la primera diapositiva por la segunda y le echó un vistazo por
encima.
—Anafase —murmuró, y lo anotó mientras hablaba.
Procuré que mi voz sonara indiferente.
— ¿Puedo?
Esbozó una sonrisa burlona y empujó el microscopio hacia mí.
Miré por la lente con avidez, pero me llevé un chasco. ¡Maldición! Había acertado.
— ¿Me pasas la diapositiva número tres? —extendí la mano sin mirarle.
Me la entregó, esta vez con cuidado para no rozarme la piel. Le dirigí la mirada más
fugaz posible al decir:
—Interfase.
Le pasé el microscopio antes de que me lo pudiera pedir. Echó un vistazo y luego lo
apuntó. Lo hubiera escrito mientras él miraba por el microscopio, pero me acobardó su
caligrafía clara y elegante. No quise estropear la hoja con mis torpes garabatos.
Acabamos antes que todos los demás. Vi cómo Zayn y su compañera comparaban dos
diapositivas una y otra vez y cómo otra pareja abría un libro debajo de la mesa.
Pero eso me dejaba sin otra cosa que hacer, excepto intentar no mirar a Harry... sin
éxito. Lo hice de reojo. De nuevo me estaba observando con ese punto de frustración en la
mirada. De repente identifiqué cuál era la sutil diferencia de su rostro.
— ¿Acabas de ponerte lentillas? —le solté sin pensarlo.
Mi inesperada pregunta lo dejó perplejo.
—No.
—Vaya —musité—. Te veo los ojos distintos.
Se encogió de hombros y desvió la mirada.
De hecho, estaba segura de que habían cambiado. Recordaba vividamente el intenso
color negro de sus ojos la última vez que me miró colérico. Un negro que destacaba sobre la
tez pálida y el pelo cobrizo. Hoy tenían un color totalmente distinto, era de verde esmeralda, pero con un matiz dorado. No entendía cómo podían haber cambiado
tanto a no ser que, por algún motivo, me mintiera respecto a las lentillas. O tal vez Forks me
estaba volviendo loca en el sentido literal de la palabra.
Observé que volvía a apretar los puños al bajar la vista. En aquel momento el profesor
Banner llegó a nuestra mesa para ver por qué no estábamos trabajando y echó un vistazo a
nuestra hoja, ya rellena. Entonces miró con más detenimiento las respuestas.
—En fin, Harry, ¿no crees que deberías dejar que Rebecatambién mirase por el
microscopio?
—Beca —le corrigió él automáticamente—. En realidad, ella identificó tres de las
cinco diapositivas.
El señor Banner me miró ahora con una expresión escéptica.
— ¿Has hecho antes esta práctica de laboratorio? —preguntó.
Sonreí con timidez.
—Con la raíz de una cebolla, no.
— ¿Con una blástula de pescado blanco?
—Sí.
El señor Banner asintió con la cabeza.
— ¿Estabas en un curso avanzado en Phoenix?
—Sí.
—Bueno —dijo después de una pausa—. Supongo que es bueno que ambos seáis
compañeros de laboratorio.
Murmuró algo más mientras se alejaba. Una vez que se fue, comencé a garabatear de
nuevo en mi cuaderno.
—Es una lástima, lo de la nieve, ¿no? —preguntó Harry.
Me pareció que se esforzaba por conversar un poco conmigo. La paranoia volvió a
apoderarse de mí. Era como si hubiera escuchado mi conversación con Luc y Eva durante el
almuerzo e intentara demostrar que me equivocaba.
—En realidad, no —le contesté con sinceridad en lugar de fingir que era tan normal
como el resto. Seguía intentando desembarazarme de aquella estúpida sensación de sospecha,
y no lograba concentrarme.
—A ti no te gusta el frío.
No era una pregunta.
—Tampoco la humedad —le respondí.
—Para ti, debe de ser difícil vivir en Forks —concluyó.
—Ni te lo imaginas —murmuré con desaliento.
Por algún motivo que no pude alcanzar, parecía fascinado con lo que acababa de decir.
Su rostro me turbaba de tal modo que intenté no mirarle más de lo que exigía la buena
educación.
—En tal caso, ¿por qué viniste aquí?
Nadie me había preguntado eso, no de forma tan directa e imperiosa como él.
—Es... complicado.
—Creo que voy a poder seguirte —me instó.
Hice una larga pausa y entonces cometí el error de mirar esos relucientes ojos oscuros
que me confundían y le respondí sin pensar.
—Mi madre se ha casado.
—No me parece tan complicado —discrepó, pero de repente se mostraba simpático—.
¿Cuándo ha sucedido eso?
—El pasado mes de septiembre —mi voz transmitía tristeza, hasta yo me daba cuenta.
—Pero él no te gusta —conjeturó Harry, todavía con tono atento.
—No, Phil es un buen tipo. Demasiado joven, quizá, pero amable.
— ¿Por qué no te quedaste con ellos?
No entendía su interés, pero me seguía mirando con ojos penetrantes, como si la
insulsa historia de mi vida fuera de capital importancia.
—Phil viaja mucho. Es jugador de béisbol profesional —casi sonreí.
— ¿Debería sonarme su nombre? —preguntó, y me devolvió la sonrisa.
—Probablemente no. No juega bien. Sólo compite en la liga menor. Pasa mucho
tiempo fuera.
—Y tu madre te envió aquí para poder viajar con él —fue de nuevo una afirmación, no
una pregunta. Alcé ligeramente la barbilla.
—No, no me envió aquí. Fue cosa mía.
Frunció el ceño.
—No lo entiendo —confesó, y pareció frustrado.
Suspiré. ¿Por qué le explicaba todo aquello? Continuaba contemplándome con una
manifiesta curiosidad.
—Al principio, mamá se quedaba conmigo, pero le echaba mucho de menos. La
separación la hacía desdichada, por lo que decidí que había llegado el momento de venir a
vivir con Charlie —concluí con voz apagada.
—Pero ahora tú eres desgraciada —señaló.
— ¿Y? —repliqué con voz desafiante.
—No parece demasiado justo.
Se encogió de hombros, aunque su mirada todavía era intensa. Me reí sin alegría.
— ¿Es que no te lo ha dicho nadie? La vida no es justa.
—Creo haberlo oído antes —admitió secamente.
—Bueno, eso es todo —insistí, preguntándome por qué todavía me miraba con tanto
interés.
Me evaluó con la mirada.
—Das el pego —dijo arrastrando las palabras—, pero apostaría a que sufres más de lo
que aparentas.
Le hice una mueca, resistí el impulso de sacarle la lengua como una niña de cinco
años, y desvié la vista.
— ¿Me equivoco?
Traté de ignorarlo.
—Creo que no —murmuró con suficiencia.
— ¿Y a ti qué te importa? —pregunté irritada. Desvié la mirada y contemplé al
profesor deteniéndose en otras mesas.
—Muy buena pregunta —musitó en voz tan baja que me pregunté si hablaba consigo
mismo; pero, después de unos segundos de silencio, comprendí que era la única respuesta que
iba a obtener.
Suspiré, mirando enfurruñada la pizarra.
— ¿Te molesto? —preguntó. Parecía divertido.
Le miré sin pensar y otra vez le dije la verdad.
—No exactamente. Estoy más molesta conmigo. Es fácil ver lo que pienso. Mi madre
me dice que soy un libro abierto.
Fruncí el ceño.
—Nada de eso, me cuesta leerte el pensamiento.
A pesar de todo lo que yo había dicho y él había intuido, parecía sincero.
—Ah, será que eres un buen lector de mentes —contesté.
—Por lo general, sí —exhibió unos dientes perfectos y blancos al sonreír.
El señor Banner llamó al orden a la clase en ese momento, le miré y escuché con
alivio. No me podía creer que acabara de contarle mi deprimente vida a aquel chico guapo y
estrafalario que tal vez me despreciara. Durante nuestra conversación había parecido absorto,
pero ahora, al mirarlo de soslayo, le vi inclinarse de nuevo para poner la máxima distancia
entre nosotros y agarrar el borde de la mesa, con las manos tensas.
Traté de fingir atención mientras el señor Banner mostraba con transparencias del
retroproyector lo que yo había visto sin dificultad en el microscopio, pero era incapaz de
controlar mis pensamientos.
Cuando al fin el timbre sonó, Harry se apresuró a salir del aula con la misma rapidez
y elegancia del pasado lunes. Y, como el lunes pasado, le miré fijamente...
Zayn acudió brincando a mi lado y me recogió los libros. Le imaginé meneando el
rabo.
— ¡Qué rollo! —gimió—. Todas las diapositivas eran exactamente iguales. ¡Qué
suerte tener a Gallagher como compañero!
—No tuve ninguna dificultad —dije, picada por su suposición, pero me arrepentí
inmediatamente y antes de que se molestara añadí—: Es que ya he hecho esta práctica.
—Hoy Gallagher estuvo bastante amable —comentó mientras nos poníamos los
impermeables. No parecía demasiado complacido.
Intenté mostrar indiferencia y dije:
—Me pregunto qué mosca le picaría el lunes.
No presté ninguna atención a la cháchara de Zayn mientras nos encaminábamos hacia
el gimnasio y tampoco estuve atenta en clase de Educación física. Zayn formaba parte de mi
equipo ese día y muy caballerosamente cubrió tanto mi posición como la suya, por lo que
pude pasar el tiempo pensando en las musarañas salvo cuando me tocaba sacar a mí. Mis
compañeros de equipo se agachaban rápidamente cada vez que me tocaba servir.
La lluvia se había convertido en niebla cuando anduve hacia el aparcamiento, pero me
sentí mejor al entrar en la seca cabina del monovolumen. Encendí la calefacción sin que, por
una vez, me importase el ruido del motor, que tanto me atontaba. Abrí la cremallera del
impermeable, bajé la capucha y ahuequé mi pelo mojado para que se secara mientras volvía a
casa.
Miré alrededor antes de dar marcha atrás. Fue entonces cuando me percaté de una
figura blanca e inmóvil, la de Harry Gallagher, que se apoyaba en la puerta delantera del Volvo
a unos tres coches de distancia y me miraba fijamente. Aparté la vista y metí la marcha atrás
tan deprisa que estuve a punto de chocar contra un Toyota Corola oxidado. Fue una suerte
para el Toyota que pisara el freno con fuerza. Era la clase de coche que mi monovolumen
podía reducir a chatarra. Respiré hondo, aún con la vista al otro lado de mi coche, y volví a
meter la marcha con más cuidado y éxito. Seguía con la mirada hacia delante cuando pasé
junto al Volvo, pero juraría que lo vi reírse cuando le miré de soslayo.
Levanté la vista, sorprendida de que me hablara. Se sentaba lo más lejos de mi lado
que le permitía la mesa, pero con la silla vuelta hacia mí. Llevaba el pelo húmedo y
despeinado, pero, aun así, parecía que acababa de rodar un anuncio para una marca de
champú. El deslumbrante rostro era amable y franco. Una leve sonrisa curvaba sus labios
perfectos, pero los ojos aún mostraban recelo.
—Me llamo Harry Gallagher —continuó—. No tuve la oportunidad de presentarme la
semana pasada. Tú debes de ser Beca Swan.
Estaba confusa y la cabeza me daba vueltas. ¿Me lo había imaginado todo? Ahora se
comportaba con gran amabilidad. Tenía que hablar, esperaba mi respuesta, pero no se me
ocurría nada convencional que contestar.
— ¿Cómo sabes mi nombre? —tartamudeé.
Se rió de forma suave y encantadora.
—Creo que todo el mundo sabe tu nombre. El pueblo entero te esperaba.
Hice una mueca. Sabía que debía de ser algo así, pero insistí como una tonta.
—No, no, me refería a que me llamaste Beca.
Pareció confuso.
— ¿Prefieres Rebeca?
—No, a mí me gusta Beca —dije—, pero creo que Charlie, quiero decir, mi padre, debe de
llamarme Rebeca a mis espaldas, porque todos me llaman Rebeca —intenté explicar, y me
sentí como una completa idiota.
—Oh.
No añadió nada. Violenta, desvié la mirada.
Gracias a Dios, el señor Banner empezó la clase en ese momento. Intenté prestar
atención cuando explicó que íbamos a realizar una práctica. Las diapositivas estaban
desordenadas. Teníamos que trabajar en parejas para identificar las fases de la mitosis de las
células de la punta de la raíz de una cebolla en cada diapositiva y clasificarlas correctamente.
No podíamos consultar los libros. En veinte minutos, el profesor iba a visitar cada mesa para
verificar quiénes habían aprobado.
—Empezad —ordenó.
— ¿Las damas primero, compañera? —preguntó Harry.
Alcé la vista y le vi esbozar una sonrisa burlona tan arrebatadora que sólo pude
contemplarle como una tonta.
—Puedo empezar yo si lo deseas.
La sonrisa de Harry se desvaneció. Sin duda, se estaba preguntando si yo era
mentalmente capaz.
—No —dije, sonrojada—, yo lo hago.
Me lucí un poquito. Ya había hecho esta práctica y sabía qué tenía que buscar. Debería
resultar sencillo. Coloqué la primera diapositiva bajo el microscopio y ajusté rápidamente
el campo de visión del objetivo a 40X. Examiné la capa durante unos segundos.
—Profase —afirmé con aplomo.
— ¿Te importa si lo miro? —me preguntó cuando empezaba a quitar la diapositiva.
Me tomó la mano para detenerme mientras formulaba la pregunta.
Tenía los dedos fríos como témpanos, como si los hubiera metido en un ventisquero
antes de la clase, pero no retiré la mano con brusquedad por ese motivo. Cuando me tocó, la
mano me ardió igual que si entre nosotros pasara una corriente eléctrica.
—Lo siento —musitó y retiró la mano de inmediato, pero alcanzó el microscopio. Lo
miré atolondrada mientras examinaba la diapositiva en menos tiempo aún del que yo había
necesitado.
—Profase —asintió, y lo escribió con esmero en el primer espacio de nuestra hoja de
trabajo. Sustituyó con velocidad la primera diapositiva por la segunda y le echó un vistazo por
encima.
—Anafase —murmuró, y lo anotó mientras hablaba.
Procuré que mi voz sonara indiferente.
— ¿Puedo?
Esbozó una sonrisa burlona y empujó el microscopio hacia mí.
Miré por la lente con avidez, pero me llevé un chasco. ¡Maldición! Había acertado.
— ¿Me pasas la diapositiva número tres? —extendí la mano sin mirarle.
Me la entregó, esta vez con cuidado para no rozarme la piel. Le dirigí la mirada más
fugaz posible al decir:
—Interfase.
Le pasé el microscopio antes de que me lo pudiera pedir. Echó un vistazo y luego lo
apuntó. Lo hubiera escrito mientras él miraba por el microscopio, pero me acobardó su
caligrafía clara y elegante. No quise estropear la hoja con mis torpes garabatos.
Acabamos antes que todos los demás. Vi cómo Zayn y su compañera comparaban dos
diapositivas una y otra vez y cómo otra pareja abría un libro debajo de la mesa.
Pero eso me dejaba sin otra cosa que hacer, excepto intentar no mirar a Harry... sin
éxito. Lo hice de reojo. De nuevo me estaba observando con ese punto de frustración en la
mirada. De repente identifiqué cuál era la sutil diferencia de su rostro.
— ¿Acabas de ponerte lentillas? —le solté sin pensarlo.
Mi inesperada pregunta lo dejó perplejo.
—No.
—Vaya —musité—. Te veo los ojos distintos.
Se encogió de hombros y desvió la mirada.
De hecho, estaba segura de que habían cambiado. Recordaba vividamente el intenso
color negro de sus ojos la última vez que me miró colérico. Un negro que destacaba sobre la
tez pálida y el pelo cobrizo. Hoy tenían un color totalmente distinto, era de verde esmeralda, pero con un matiz dorado. No entendía cómo podían haber cambiado
tanto a no ser que, por algún motivo, me mintiera respecto a las lentillas. O tal vez Forks me
estaba volviendo loca en el sentido literal de la palabra.
Observé que volvía a apretar los puños al bajar la vista. En aquel momento el profesor
Banner llegó a nuestra mesa para ver por qué no estábamos trabajando y echó un vistazo a
nuestra hoja, ya rellena. Entonces miró con más detenimiento las respuestas.
—En fin, Harry, ¿no crees que deberías dejar que Rebecatambién mirase por el
microscopio?
—Beca —le corrigió él automáticamente—. En realidad, ella identificó tres de las
cinco diapositivas.
El señor Banner me miró ahora con una expresión escéptica.
— ¿Has hecho antes esta práctica de laboratorio? —preguntó.
Sonreí con timidez.
—Con la raíz de una cebolla, no.
— ¿Con una blástula de pescado blanco?
—Sí.
El señor Banner asintió con la cabeza.
— ¿Estabas en un curso avanzado en Phoenix?
—Sí.
—Bueno —dijo después de una pausa—. Supongo que es bueno que ambos seáis
compañeros de laboratorio.
Murmuró algo más mientras se alejaba. Una vez que se fue, comencé a garabatear de
nuevo en mi cuaderno.
—Es una lástima, lo de la nieve, ¿no? —preguntó Harry.
Me pareció que se esforzaba por conversar un poco conmigo. La paranoia volvió a
apoderarse de mí. Era como si hubiera escuchado mi conversación con Luc y Eva durante el
almuerzo e intentara demostrar que me equivocaba.
—En realidad, no —le contesté con sinceridad en lugar de fingir que era tan normal
como el resto. Seguía intentando desembarazarme de aquella estúpida sensación de sospecha,
y no lograba concentrarme.
—A ti no te gusta el frío.
No era una pregunta.
—Tampoco la humedad —le respondí.
—Para ti, debe de ser difícil vivir en Forks —concluyó.
—Ni te lo imaginas —murmuré con desaliento.
Por algún motivo que no pude alcanzar, parecía fascinado con lo que acababa de decir.
Su rostro me turbaba de tal modo que intenté no mirarle más de lo que exigía la buena
educación.
—En tal caso, ¿por qué viniste aquí?
Nadie me había preguntado eso, no de forma tan directa e imperiosa como él.
—Es... complicado.
—Creo que voy a poder seguirte —me instó.
Hice una larga pausa y entonces cometí el error de mirar esos relucientes ojos oscuros
que me confundían y le respondí sin pensar.
—Mi madre se ha casado.
—No me parece tan complicado —discrepó, pero de repente se mostraba simpático—.
¿Cuándo ha sucedido eso?
—El pasado mes de septiembre —mi voz transmitía tristeza, hasta yo me daba cuenta.
—Pero él no te gusta —conjeturó Harry, todavía con tono atento.
—No, Phil es un buen tipo. Demasiado joven, quizá, pero amable.
— ¿Por qué no te quedaste con ellos?
No entendía su interés, pero me seguía mirando con ojos penetrantes, como si la
insulsa historia de mi vida fuera de capital importancia.
—Phil viaja mucho. Es jugador de béisbol profesional —casi sonreí.
— ¿Debería sonarme su nombre? —preguntó, y me devolvió la sonrisa.
—Probablemente no. No juega bien. Sólo compite en la liga menor. Pasa mucho
tiempo fuera.
—Y tu madre te envió aquí para poder viajar con él —fue de nuevo una afirmación, no
una pregunta. Alcé ligeramente la barbilla.
—No, no me envió aquí. Fue cosa mía.
Frunció el ceño.
—No lo entiendo —confesó, y pareció frustrado.
Suspiré. ¿Por qué le explicaba todo aquello? Continuaba contemplándome con una
manifiesta curiosidad.
—Al principio, mamá se quedaba conmigo, pero le echaba mucho de menos. La
separación la hacía desdichada, por lo que decidí que había llegado el momento de venir a
vivir con Charlie —concluí con voz apagada.
—Pero ahora tú eres desgraciada —señaló.
— ¿Y? —repliqué con voz desafiante.
—No parece demasiado justo.
Se encogió de hombros, aunque su mirada todavía era intensa. Me reí sin alegría.
— ¿Es que no te lo ha dicho nadie? La vida no es justa.
—Creo haberlo oído antes —admitió secamente.
—Bueno, eso es todo —insistí, preguntándome por qué todavía me miraba con tanto
interés.
Me evaluó con la mirada.
—Das el pego —dijo arrastrando las palabras—, pero apostaría a que sufres más de lo
que aparentas.
Le hice una mueca, resistí el impulso de sacarle la lengua como una niña de cinco
años, y desvié la vista.
— ¿Me equivoco?
Traté de ignorarlo.
—Creo que no —murmuró con suficiencia.
— ¿Y a ti qué te importa? —pregunté irritada. Desvié la mirada y contemplé al
profesor deteniéndose en otras mesas.
—Muy buena pregunta —musitó en voz tan baja que me pregunté si hablaba consigo
mismo; pero, después de unos segundos de silencio, comprendí que era la única respuesta que
iba a obtener.
Suspiré, mirando enfurruñada la pizarra.
— ¿Te molesto? —preguntó. Parecía divertido.
Le miré sin pensar y otra vez le dije la verdad.
—No exactamente. Estoy más molesta conmigo. Es fácil ver lo que pienso. Mi madre
me dice que soy un libro abierto.
Fruncí el ceño.
—Nada de eso, me cuesta leerte el pensamiento.
A pesar de todo lo que yo había dicho y él había intuido, parecía sincero.
—Ah, será que eres un buen lector de mentes —contesté.
—Por lo general, sí —exhibió unos dientes perfectos y blancos al sonreír.
El señor Banner llamó al orden a la clase en ese momento, le miré y escuché con
alivio. No me podía creer que acabara de contarle mi deprimente vida a aquel chico guapo y
estrafalario que tal vez me despreciara. Durante nuestra conversación había parecido absorto,
pero ahora, al mirarlo de soslayo, le vi inclinarse de nuevo para poner la máxima distancia
entre nosotros y agarrar el borde de la mesa, con las manos tensas.
Traté de fingir atención mientras el señor Banner mostraba con transparencias del
retroproyector lo que yo había visto sin dificultad en el microscopio, pero era incapaz de
controlar mis pensamientos.
Cuando al fin el timbre sonó, Harry se apresuró a salir del aula con la misma rapidez
y elegancia del pasado lunes. Y, como el lunes pasado, le miré fijamente...
Zayn acudió brincando a mi lado y me recogió los libros. Le imaginé meneando el
rabo.
— ¡Qué rollo! —gimió—. Todas las diapositivas eran exactamente iguales. ¡Qué
suerte tener a Gallagher como compañero!
—No tuve ninguna dificultad —dije, picada por su suposición, pero me arrepentí
inmediatamente y antes de que se molestara añadí—: Es que ya he hecho esta práctica.
—Hoy Gallagher estuvo bastante amable —comentó mientras nos poníamos los
impermeables. No parecía demasiado complacido.
Intenté mostrar indiferencia y dije:
—Me pregunto qué mosca le picaría el lunes.
No presté ninguna atención a la cháchara de Zayn mientras nos encaminábamos hacia
el gimnasio y tampoco estuve atenta en clase de Educación física. Zayn formaba parte de mi
equipo ese día y muy caballerosamente cubrió tanto mi posición como la suya, por lo que
pude pasar el tiempo pensando en las musarañas salvo cuando me tocaba sacar a mí. Mis
compañeros de equipo se agachaban rápidamente cada vez que me tocaba servir.
La lluvia se había convertido en niebla cuando anduve hacia el aparcamiento, pero me
sentí mejor al entrar en la seca cabina del monovolumen. Encendí la calefacción sin que, por
una vez, me importase el ruido del motor, que tanto me atontaba. Abrí la cremallera del
impermeable, bajé la capucha y ahuequé mi pelo mojado para que se secara mientras volvía a
casa.
Miré alrededor antes de dar marcha atrás. Fue entonces cuando me percaté de una
figura blanca e inmóvil, la de Harry Gallagher, que se apoyaba en la puerta delantera del Volvo
a unos tres coches de distancia y me miraba fijamente. Aparté la vista y metí la marcha atrás
tan deprisa que estuve a punto de chocar contra un Toyota Corola oxidado. Fue una suerte
para el Toyota que pisara el freno con fuerza. Era la clase de coche que mi monovolumen
podía reducir a chatarra. Respiré hondo, aún con la vista al otro lado de mi coche, y volví a
meter la marcha con más cuidado y éxito. Seguía con la mirada hacia delante cuando pasé
junto al Volvo, pero juraría que lo vi reírse cuando le miré de soslayo.
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
8
Casi accidente
4 / 4
Algo había cambiado cuando abrí los ojos por la mañana.
Era la luz, algo más clara aunque siguiera teniendo el matiz gris verdoso propio de un
día nublado en el bosque. Comprendí que faltaba la niebla que solía envolver mi ventana.
Me levanté de la cama de un salto para mirar fuera y gemí de pavor.
Una fina capa de nieve cubría el césped y el techo de mi coche, y blanqueaba el
camino, pero eso no era lo peor. Toda la lluvia del día anterior se había congelado,
recubriendo las agujas de los pinos con diseños fantásticos y hermosísimos, pero convirtiendo
la calzada en una superficie resbaladiza y mortífera. Ya me costaba mucho no caerme cuando
el suelo estaba seco; tal vez fuera más seguro que volviera a la cama.
Charlie se había marchado al trabajo antes de que yo bajara las escaleras. En muchos
sentidos, vivir con él era como tener mi propia casa y me encontraba disfrutando de la soledad
en lugar de sentirme sola.
Engullí un cuenco de cereales y bebí un poco de zumo de naranja a morro. La
perspectiva de ir al instituto me emocionaba, y me asustaba saber que la causa no era el
estimulante entorno educativo que me aguardaba ni la perspectiva de ver a mis nuevos
amigos. Si no quería engañarme, debía admitir que deseaba acudir al instituto para ver a
Harry Gallagher, lo cual era una soberana tontería.
Después de que el día anterior balbuceara como una idiota y me pusiera en ridículo,
debería evitarlo a toda costa. Además, desconfiaba de él por haberme mentido sobre sus ojos.
Aún me atemorizaba la hostilidad que emanaba de su persona, todavía se me trababa la lengua
cada vez que imaginaba su rostro perfecto. Era plenamente consciente de que jugábamos en
ligas diferentes, distantes. Por todo eso, no debería estar tan ansiosa por verle.
Necesité de toda mi concentración para caminar sin matarme por la acera cubierta de
hielo en dirección a la carretera; aun así, estuve a punto de perder el equilibro cuando al fin
llegué al coche, pero conseguí agarrarme al espejo y me salvé. Estaba claro, el día iba a ser
una pesadilla.
Mientras conducía hacia la escuela, para distraerme de mi temor a sucumbir, a
entregarme a especulaciones no deseadas sobre Harry Gallagher, pensé en Zayn y en Liam, y en
la evidente diferencia entre cómo me trataban los adolescentes del pueblo y los de Phoenix.
Tenía el mismo aspecto que en Phoenix, estaba segura. Tal vez sólo fuera que esos chicos me
habían visto pasar lentamente por las etapas menos agraciadas de la adolescencia y aún
pensaban en mí de esa forma. O tal vez se debía a que era nueva en un lugar donde
escaseaban las novedades. Posiblemente, el hecho de que fuera terriblemente patosa aquí se
consideraba como algo encantador en lugar de patético, y me encasillaban en el papel de
damisela en apuros. Fuera cual fuera la razón, me desconcertaba que Zayn se comportara
como un perrito faldero y que Liam se hubiera convertido en su rival. Hubiera preferido pasar
desapercibida.
El monovolumen no parecía tener ningún problema en avanzar por la carretera
cubierta de hielo ennegrecido, pero aun así conducía muy despacio para no causar una escena
de caos en Main Street.
Cuando llegué al instituto y salí del coche, vi el motivo por el que no había tenido
percances. Un objeto plateado me llamó la atención y me dirigí a la parte trasera del
monovolumen, apoyándome en él todo el tiempo, para examinar las llantas, recubiertas por finas cadenas entrecruzadas. Charlie había madrugado para poner cadenas a los neumáticos
del coche. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que no estaba acostumbrada a que alguien
cuidara de mí, y la silenciosa preocupación de Charlie me pilló desprevenida.
Estaba de pie junto a la parte trasera del vehículo, intentando controlar aquella
repentina oleada de sentimientos que me embargó al ver las cadenas, cuando oí un sonido
extraño.
Era un chirrido fuerte que se convertía rápidamente en un estruendo. Sobresaltada,
alcé la vista.
Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas,
sino que el flujo de adrenalina hizo que mí mente obrara con mayor rapidez, y pudiera
asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles.
Harry Gallagher se encontraba a cuatro coches de distancia, y me miraba con rostro de
espanto. Su semblante destacaba entre un mar de caras, todas con la misma expresión
horrorizada. Pero en aquel momento tenía más importancia una furgoneta azul oscuro que
patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo
sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen, y yo
estaba en medio de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos.
Algo me golpeó con fuerza, aunque no desde la dirección que esperaba,
inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta
golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra
el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendida
en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de
advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera
del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo.
Me percaté de que había alguien a mi lado al oír una maldición en voz baja, y era
imposible no reconocerla. Dos grandes manos blancas se extendieron delante de mí para
protegerme y la furgoneta se detuvo vacilante a treinta centímetros de mi cabeza. De forma
providencial, ambas manos cabían en la profunda abolladura del lateral de la carrocería de la
furgoneta.
Entonces, aquellas manos se movieron con tal rapidez que se volvieron borrosas. De
repente, una sostuvo la carrocería de la furgoneta por debajo mientras algo me arrastraba.
Empujó mis piernas hasta que toparon con los neumáticos del coche marrón. Con un seco
crujido metálico que estuvo a punto de perforarme los tímpanos, la furgoneta cayó
pesadamente en el asfalto entre el estrépito de las ventanas al hacerse añicos. Cayó
exactamente donde hacía un segundo estaban mis piernas.
Reinó un silencio absoluto durante un prolongado segundo antes de que todo el mundo
se pusiera a chillar. Oí a más de un persona que me llamaba en la repentina locura que se
desató a continuación, pero en medio de todo aquel griterío escuché con mayor claridad la voz
suave y desesperada de Harry Styles que me hablaba al oído.
— ¿Beca? ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
Mi propia voz me resultaba extraña. Intenté incorporarme y entonces me percaté de
que me apretaba contra su costado con mano de acero.
—Ve con cuidado —dijo mientras intentaba soltarme—. Creo que te has dado un buen
porrazo en la cabeza.
Sentí un dolor palpitante encima del oído izquierdo.
— ¡Ay! —exclamé, sorprendida.
—Tal y como pensaba...
Por increíble que pudiera parecer, daba la impresión de que intentaba contener la risa.
— ¿Cómo demo...? —me paré para aclarar las ideas y orientarme—. ¿Cómo llegaste
aquí tan rápido?
—Estaba a tu lado, Beca —dijo; el tono de su voz volvía a ser serio.
Quise incorporarme, y esta vez me lo permitió, quitó la mano de mi cintura y se alejó
cuanto le fue posible en aquel estrecho lugar. Contemplé la expresión inocente de su rostro,
lleno de preocupación. Sus ojos verdes me desorientaron de nuevo. ¿Qué era lo que acababa
de preguntarle?
Nos localizaron enseguida. Había un gentío con lágrimas en las mejillas gritándose
entre sí, y gritándonos a nosotros.
—No te muevas —ordenó alguien.
— ¡Sacad a Justin de la furgoneta! —chilló otra persona.
El bullicio nos rodeó. Intenté ponerme en pie, pero la mano fría de Harry me detuvo.
—Quédate ahí por ahora.
—Pero hace frío —me quejé. Me sorprendió cuando se rió quedamente, pero con un
tono irónico—. Estabas allí, lejos —me acordé de repente, y dejó de reírse—. Te encontrabas
al lado de tu coche.
Su rostro se endureció.
—No, no es cierto.
—Te vi.
A nuestro alrededor reinaba el caos. Oí las voces más rudas de los adultos, que
acababan de llegar, pero sólo prestaba atención a nuestra discusión. Yo tenía razón y él iba a
reconocerlo.
—Beca, estaba contigo, a tu lado, y te quité de en medio.
Dio rienda suelta al devastador poder de su mirada, como si intentara decirme algo
crucial.
—No —dije con firmeza.
El verde de sus ojos centelleó.
—Por favor, Beca.
— ¿Por qué? —inquirí.
—Confía en mí —me rogó. Su voz baja me abrumó. Entonces oí las sirenas.
— ¿Prometes explicármelo todo después?
—Muy bien —dijo con brusquedad, repentinamente exasperado.
—Muy bien —repetí encolerizada.
Era la luz, algo más clara aunque siguiera teniendo el matiz gris verdoso propio de un
día nublado en el bosque. Comprendí que faltaba la niebla que solía envolver mi ventana.
Me levanté de la cama de un salto para mirar fuera y gemí de pavor.
Una fina capa de nieve cubría el césped y el techo de mi coche, y blanqueaba el
camino, pero eso no era lo peor. Toda la lluvia del día anterior se había congelado,
recubriendo las agujas de los pinos con diseños fantásticos y hermosísimos, pero convirtiendo
la calzada en una superficie resbaladiza y mortífera. Ya me costaba mucho no caerme cuando
el suelo estaba seco; tal vez fuera más seguro que volviera a la cama.
Charlie se había marchado al trabajo antes de que yo bajara las escaleras. En muchos
sentidos, vivir con él era como tener mi propia casa y me encontraba disfrutando de la soledad
en lugar de sentirme sola.
Engullí un cuenco de cereales y bebí un poco de zumo de naranja a morro. La
perspectiva de ir al instituto me emocionaba, y me asustaba saber que la causa no era el
estimulante entorno educativo que me aguardaba ni la perspectiva de ver a mis nuevos
amigos. Si no quería engañarme, debía admitir que deseaba acudir al instituto para ver a
Harry Gallagher, lo cual era una soberana tontería.
Después de que el día anterior balbuceara como una idiota y me pusiera en ridículo,
debería evitarlo a toda costa. Además, desconfiaba de él por haberme mentido sobre sus ojos.
Aún me atemorizaba la hostilidad que emanaba de su persona, todavía se me trababa la lengua
cada vez que imaginaba su rostro perfecto. Era plenamente consciente de que jugábamos en
ligas diferentes, distantes. Por todo eso, no debería estar tan ansiosa por verle.
Necesité de toda mi concentración para caminar sin matarme por la acera cubierta de
hielo en dirección a la carretera; aun así, estuve a punto de perder el equilibro cuando al fin
llegué al coche, pero conseguí agarrarme al espejo y me salvé. Estaba claro, el día iba a ser
una pesadilla.
Mientras conducía hacia la escuela, para distraerme de mi temor a sucumbir, a
entregarme a especulaciones no deseadas sobre Harry Gallagher, pensé en Zayn y en Liam, y en
la evidente diferencia entre cómo me trataban los adolescentes del pueblo y los de Phoenix.
Tenía el mismo aspecto que en Phoenix, estaba segura. Tal vez sólo fuera que esos chicos me
habían visto pasar lentamente por las etapas menos agraciadas de la adolescencia y aún
pensaban en mí de esa forma. O tal vez se debía a que era nueva en un lugar donde
escaseaban las novedades. Posiblemente, el hecho de que fuera terriblemente patosa aquí se
consideraba como algo encantador en lugar de patético, y me encasillaban en el papel de
damisela en apuros. Fuera cual fuera la razón, me desconcertaba que Zayn se comportara
como un perrito faldero y que Liam se hubiera convertido en su rival. Hubiera preferido pasar
desapercibida.
El monovolumen no parecía tener ningún problema en avanzar por la carretera
cubierta de hielo ennegrecido, pero aun así conducía muy despacio para no causar una escena
de caos en Main Street.
Cuando llegué al instituto y salí del coche, vi el motivo por el que no había tenido
percances. Un objeto plateado me llamó la atención y me dirigí a la parte trasera del
monovolumen, apoyándome en él todo el tiempo, para examinar las llantas, recubiertas por finas cadenas entrecruzadas. Charlie había madrugado para poner cadenas a los neumáticos
del coche. Se me hizo un nudo en la garganta, ya que no estaba acostumbrada a que alguien
cuidara de mí, y la silenciosa preocupación de Charlie me pilló desprevenida.
Estaba de pie junto a la parte trasera del vehículo, intentando controlar aquella
repentina oleada de sentimientos que me embargó al ver las cadenas, cuando oí un sonido
extraño.
Era un chirrido fuerte que se convertía rápidamente en un estruendo. Sobresaltada,
alcé la vista.
Vi varias cosas a la vez. Nada se movía a cámara lenta, como sucede en las películas,
sino que el flujo de adrenalina hizo que mí mente obrara con mayor rapidez, y pudiera
asimilar al mismo tiempo varias escenas con todo lujo de detalles.
Harry Gallagher se encontraba a cuatro coches de distancia, y me miraba con rostro de
espanto. Su semblante destacaba entre un mar de caras, todas con la misma expresión
horrorizada. Pero en aquel momento tenía más importancia una furgoneta azul oscuro que
patinaba con las llantas bloqueadas chirriando contra los frenos, y que dio un brutal trompo
sobre el hielo del aparcamiento. Iba a chocar contra la parte posterior del monovolumen, y yo
estaba en medio de los dos vehículos. Ni siquiera tendría tiempo para cerrar los ojos.
Algo me golpeó con fuerza, aunque no desde la dirección que esperaba,
inmediatamente antes de que escuchara el terrible crujido que se produjo cuando la furgoneta
golpeó contra la base de mi coche y se plegó como un acordeón. Me golpeé la cabeza contra
el asfalto helado y sentí que algo frío y compacto me sujetaba contra el suelo. Estaba tendida
en la calzada, detrás del coche color café que estaba junto al mío, pero no tuve ocasión de
advertir nada más porque la camioneta seguía acercándose. Después de raspar la parte trasera
del monovolumen, había dado la vuelta y estaba a punto de aplastarme de nuevo.
Me percaté de que había alguien a mi lado al oír una maldición en voz baja, y era
imposible no reconocerla. Dos grandes manos blancas se extendieron delante de mí para
protegerme y la furgoneta se detuvo vacilante a treinta centímetros de mi cabeza. De forma
providencial, ambas manos cabían en la profunda abolladura del lateral de la carrocería de la
furgoneta.
Entonces, aquellas manos se movieron con tal rapidez que se volvieron borrosas. De
repente, una sostuvo la carrocería de la furgoneta por debajo mientras algo me arrastraba.
Empujó mis piernas hasta que toparon con los neumáticos del coche marrón. Con un seco
crujido metálico que estuvo a punto de perforarme los tímpanos, la furgoneta cayó
pesadamente en el asfalto entre el estrépito de las ventanas al hacerse añicos. Cayó
exactamente donde hacía un segundo estaban mis piernas.
Reinó un silencio absoluto durante un prolongado segundo antes de que todo el mundo
se pusiera a chillar. Oí a más de un persona que me llamaba en la repentina locura que se
desató a continuación, pero en medio de todo aquel griterío escuché con mayor claridad la voz
suave y desesperada de Harry Styles que me hablaba al oído.
— ¿Beca? ¿Cómo estás?
—Estoy bien.
Mi propia voz me resultaba extraña. Intenté incorporarme y entonces me percaté de
que me apretaba contra su costado con mano de acero.
—Ve con cuidado —dijo mientras intentaba soltarme—. Creo que te has dado un buen
porrazo en la cabeza.
Sentí un dolor palpitante encima del oído izquierdo.
— ¡Ay! —exclamé, sorprendida.
—Tal y como pensaba...
Por increíble que pudiera parecer, daba la impresión de que intentaba contener la risa.
— ¿Cómo demo...? —me paré para aclarar las ideas y orientarme—. ¿Cómo llegaste
aquí tan rápido?
—Estaba a tu lado, Beca —dijo; el tono de su voz volvía a ser serio.
Quise incorporarme, y esta vez me lo permitió, quitó la mano de mi cintura y se alejó
cuanto le fue posible en aquel estrecho lugar. Contemplé la expresión inocente de su rostro,
lleno de preocupación. Sus ojos verdes me desorientaron de nuevo. ¿Qué era lo que acababa
de preguntarle?
Nos localizaron enseguida. Había un gentío con lágrimas en las mejillas gritándose
entre sí, y gritándonos a nosotros.
—No te muevas —ordenó alguien.
— ¡Sacad a Justin de la furgoneta! —chilló otra persona.
El bullicio nos rodeó. Intenté ponerme en pie, pero la mano fría de Harry me detuvo.
—Quédate ahí por ahora.
—Pero hace frío —me quejé. Me sorprendió cuando se rió quedamente, pero con un
tono irónico—. Estabas allí, lejos —me acordé de repente, y dejó de reírse—. Te encontrabas
al lado de tu coche.
Su rostro se endureció.
—No, no es cierto.
—Te vi.
A nuestro alrededor reinaba el caos. Oí las voces más rudas de los adultos, que
acababan de llegar, pero sólo prestaba atención a nuestra discusión. Yo tenía razón y él iba a
reconocerlo.
—Beca, estaba contigo, a tu lado, y te quité de en medio.
Dio rienda suelta al devastador poder de su mirada, como si intentara decirme algo
crucial.
—No —dije con firmeza.
El verde de sus ojos centelleó.
—Por favor, Beca.
— ¿Por qué? —inquirí.
—Confía en mí —me rogó. Su voz baja me abrumó. Entonces oí las sirenas.
— ¿Prometes explicármelo todo después?
—Muy bien —dijo con brusquedad, repentinamente exasperado.
—Muy bien —repetí encolerizada.
- +:
Bueno, aquí está el último capítulo de maratón :3
Más tarde, SI TENGO COMENTARIOS, subiré uno nuevo, claro si tengo tiempo, porque será de noche :(
Espero vuestros comentarios y ahora me pongo a hacer los malditos deberes de clase -.-
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
WEWEWEWEWE LUC AQUÍ.
1º me encantaron los capítulos.
2º Ya recuerdo del libro lo del golden retriever, lo de Zayn, su comportamiento, era de noche y una ataque de risa por mi parte despertó a mis padres...pero todo fue bien...OkNo...tampoco fue genial.
3ºMe encantan las risas, haha, yo abría tirado una bolade nieve aún así.
Besos y síguela...
...aun queda pendiente eso de violarte, solo te aviso...
-Luc.
1º me encantaron los capítulos.
2º Ya recuerdo del libro lo del golden retriever, lo de Zayn, su comportamiento, era de noche y una ataque de risa por mi parte despertó a mis padres...pero todo fue bien...OkNo...tampoco fue genial.
3ºMe encantan las risas, haha, yo abría tirado una bolade nieve aún así.
Besos y síguela...
...aun queda pendiente eso de violarte, solo te aviso...
-Luc.
Ledger.
Re: Colmillos |Harry Styles|
Me encanto el maraton, espero que Elizabeth/Alice y Louis/Jasper vuelvan a salir pronto
Tu fiel lectora
Tu fiel lectora
james
Re: Colmillos |Harry Styles|
MiniHazzaLouis escribió:WEWEWEWEWE LUC AQUÍ.
1º me encantaron los capítulos.
2º Ya recuerdo del libro lo del golden retriever, lo de Zayn, su comportamiento, era de noche y una ataque de risa por mi parte despertó a mis padres...pero todo fue bien...OkNo...tampoco fue genial.
3ºMe encantan las risas, haha, yo abría tirado una bolade nieve aún así.
Besos y síguela...
...aun queda pendiente eso de violarte, solo te aviso...
-Luc.
1. Me alegra de que te gusten los capítulos (:
2. Si tus padres son como los míos, se plantearían llevarte a un psicólogo (?) xD
3. Me parezco a "Beca", tampoco me gusta la nieve :P
Más tarde (o en un ratito) subiré nuevo cap... y escaparé de tu violación
2. Si tus padres son como los míos, se plantearían llevarte a un psicólogo (?) xD
3. Me parezco a "Beca", tampoco me gusta la nieve :P
Más tarde (o en un ratito) subiré nuevo cap... y escaparé de tu violación
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Patricia-Cullen escribió: Me encanto el maraton, espero que Elizabeth/Alice y Louis/Jasper vuelvan a salir pronto
Tu fiel lectora
Claro que aparecerán :D
Pronto la sigo :P
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
9
Explicación
Se necesitaron seis EMT y dos profesores, el señor Varner y el entrenador Clapp, para
desplazar la furgoneta de forma que pudieran pasar las camillas. Harry la rechazó con
vehemencia. Intenté imitarle, pero me traicionó al chivarles que había sufrido un golpe en la cabeza y que tenía una contusión. Casi me morí de vergüenza cuando me pusieron un collarín. Parecía que todo el instituto estaba allí, mirando con gesto adusto, mientras me introducían en la parte posterior de la ambulancia. Dejaron que Harry fuera delante. Eso me enfureció. Para empeorar las cosas, el jefe de policía Swan llegó antes de que me pusieran a salvo.
— ¡Beca! —gritó con pánico al reconocerme en la camilla.
—Estoy perfectamente, Char... papá —dije con un suspiro—. No me pasa nada.
Se giró hacia el EMT más cercano en busca de una segunda opinión. Lo ignoré y me
detuve a analizar el revoltijo de imágenes inexplicables que se agolpaban en mi mente.
Cuando me alejaron del coche en camilla, había visto una abolladura profunda en el
parachoques del coche marrón. Encajaba a la perfección con el contorno de los hombros de Harry, como si se hubiera apoyado contra el vehículo con fuerza suficiente para dañar el bastidor metálico.
Y luego estaba la familia Gallagher, que nos miraba a lo lejos con una gama de
expresiones que iban desde la reprobación hasta la ira, pero no había el menor atisbo de preocupación por la integridad de su hermano.
Intenté hallar una solución lógica que explicara lo que acababa de ver, una explicación
que excluyera la posibilidad de que hubiera enloquecido. La policía escoltó a la ambulancia hasta el hospital del condado, por descontado. Me sentí ridícula todo el tiempo que tardaron en bajarme, y ver a Harry cruzar majestuosamente las puertas del hospital por su propio pie empeoraba las cosas. Me rechinaron los dientes. Me condujeron hasta la sala de urgencias, una gran habitación con una hilera de camas
separadas por cortinas de colores claros. Una enfermera me tomó la tensión y puso un
termómetro debajo de mi lengua. Dado que nadie se molestó en correr las cortinas para concederme un poco de intimidad, decidí que no estaba obligada a llevar aquel feo collarín por más tiempo. En cuanto se fue la enfermera, desabroché el velero rápidamente y lo tiré debajo de la cama.
Se produjo una nueva conmoción entre el personal del hospital. Trajeron otra camilla
hacia la cama contigua a la mía. Reconocí a Justin Bieber, de mi clase de Historia, debajo de los vendajes ensangrentados que le envolvían la cabeza. Tenía un aspecto cien veces peor que el mío, pero me miró con ansiedad.
— ¡Beca, lo siento mucho!
—Estoy bien, Justin, pero tú tienes un aspecto horrible. ¿Cómo te encuentras?
Las enfermeras empezaron a desenrollarle los vendajes manchados mientras hablábamos, y quedó al descubierto una miríada de cortes por toda la frente y la mejilla izquierda.
Justin no prestó atención a mis palabras.
— ¡Pensé que te iba a matar! Iba a demasiada velocidad y entré mal en el hielo...
Hizo una mueca cuando una enfermera empezó a limpiarle la cara.
—No te preocupes; no me alcanzaste.
— ¿Cómo te apartaste tan rápido? Estabas allí y luego desapareciste.
—Pues... Harry me empujó para apartarme de la trayectoria de la camioneta.
Parecía confuso.
— ¿Quién?
—Harry Gallagher. Estaba a mi lado.
Siempre se me había dado muy mal mentir. No sonaba nada convincente.
— ¿Gallagher? No lo vi... ¡Vaya, todo ocurrió muy deprisa! ¿Está bien?
—Supongo que sí. Anda por aquí cerca, pero a él no le obligaron a utilizar una camilla.
Sabía no que no estaba loca. En ese caso, ¿qué había ocurrido? No había forma de
encontrar una explicación convincente para lo que había visto. Luego me llevaron en silla de ruedas para sacar una placa de mi cabeza. Les dije que no tenía heridas, y estaba en lo cierto. Ni una contusión. Pregunté si podía marcharme, pero la enfermera me dijo que primero debía hablar con el doctor, por lo que quedé atrapada en la sala de urgencias mientras Justin me acosaba con sus continuas disculpas. Siguió torturándose por mucho que intenté convencerle de que me encontraba perfectamente. Al final, cerré los ojos y le ignoré, aunque continuó murmurando palabras de remordimiento.
— ¿Estará durmiendo? —preguntó una voz musical. Abrí los ojos de inmediato.
Harry se hallaba al pie de mi cama sonriendo con suficiencia. Le fulminé con la mirada. No resultaba fácil... Hubiera resultado más natural comérselo con los ojos.
—Oye, Harry, lo siento mucho... —empezó Justin.
El del pelo rizado alzó la mano para hacerle callar.
—No hay culpa sin sangre —le dijo con una sonrisa que dejó entrever sus dientes
deslumbrantes. Se sentó en el borde de la cama de Justin, me miró y volvió a sonreír con suficiencia.
— ¿Bueno, cuál es el diagnóstico?
—No me pasa nada, pero no me dejan marcharme —me quejé—. ¿Por qué no te han
atado a una camilla como a nosotros?
—Tengo enchufe —respondió—, pero no te preocupes, voy a liberarte.
Entonces entró un doctor y me quedé boquiabierta. Era joven, rubio y más guapo que
cualquier estrella de cine, aunque estaba pálido y ojeroso; se le notaba cansado. A tenor de lo que me había dicho Charlie, ése debía de ser el padre de Harry.
—Bueno, señorita Swan —dijo el doctor Gallagher con una voz marcadamente seductora —, ¿cómo se encuentra?
—Estoy bien —repetí, ojala fuera por última vez.
Se dirigió hacia la mesa de luz vertical de la pared y la encendió.
—Las radiografías son buenas —dijo—. ¿Le duele la cabeza? Harryme ha dicho
que se dio un golpe bastante fuerte.
—Estoy perfectamente —repetí con un suspiro mientras lanzaba una rápida mirada de
enfado a Harry.
El médico me examinó la cabeza con sus fríos dedos. Se percató cuando esbocé un
gesto de dolor.
— ¿Le duele? —preguntó.
—No mucho.
Había tenido jaquecas peores.
Oí una risita, busqué a Harry con la mirada y vi su sonrisa condescendiente. Entrecerré los ojos con rabia.
—De acuerdo, su padre se encuentra en la sala de espera. Se puede ir a casa con él,
pero debe regresar rápidamente si siente mareos o algún trastorno de visión.
— ¿No puedo ir a la escuela? —inquirí al imaginarme los intentos de Charlie por ser
atento.
—Hoy debería tomarse las cosas con calma.
Fulminé a Harry con la mirada.
— ¿Puede él ir a la escuela?
—Alguien ha de darles la buena nueva de que hemos sobrevivido —dijo con suficiencia.
—En realidad —le corrigió el doctor Gallagher— parece que la mayoría de los
estudiantes están en la sala de espera.
— ¡Oh, no! —gemí, cubriéndome el rostro con las manos.
El doctor enarcó las cejas.
— ¿Quiere quedarse aquí?
— ¡No, no! —insistí al tiempo que sacaba las piernas por el borde de la camilla y me
levantaba con prisa, con demasiada prisa, porque me tambaleé y el doctor Gallagher me sostuvo.
Parecía preocupado.
—Me encuentro bien —volví a asegurarle. No merecía la pena explicarle que mi falta
de equilibrio no tenía nada que ver con el golpe en la cabeza.
—Tome unas pastillas de Tylenol contra el dolor —sugirió mientras me sujetaba.
—No me duele mucho —insistí.
—Parece que ha tenido muchísima suerte —dijo con una sonrisa mientras firmaba mi
informe con una fioritura.
—La suerte fue que Harry estuviera a mi lado —le corregí mirando con dureza al
objeto de mi declaración.
—Ah, sí, bueno —musitó el doctor, súbitamente ocupado con los papeles que
tenía delante. Después, miró a Justin y se marchó a la cama contigua. Tuve la intuición de que el doctor estaba al tanto de todo.
—Lamento decirle que usted se va a tener que quedar con nosotros un poquito más —
le dijo a Bieber, y empezó a examinar sus heridas.
Me acerqué a Harry en cuanto el doctor me dio la espalda.
— ¿Puedo hablar contigo un momento? —murmuré muy bajo. Se apartó un paso de
mí, con la mandíbula tensa.
—Tu padre te espera —dijo entre dientes.
Miré al doctor Gallagher y a Justin, e insistí:
—Quiero hablar contigo a solas, si no te importa.
Me miró con ira, me dio la espalda y anduvo a trancos por la gran sala. Casi tuve que
correr para seguirlo, pero se volvió para hacerme frente tan pronto como nos metimos en un pequeño corredor.
— ¿Qué quieres? —preguntó molesto.
Su mirada era glacial y su hostilidad me intimidó, hablé con más severidad de la que
pretendía.
—Me debes una explicación —le recordé.
—Te salvé la vida. No te debo nada.
Retrocedí ante el resentimiento de su tono.
—Me lo prometiste.
—Beca, te diste un fuerte golpe en la cabeza, no sabes de qué hablas.
Lo dijo de forma cortante. Me enfadé y le miré con gesto desafiante.
—No me pasaba nada en la cabeza.
Me devolvió la mirada de desafío.
— ¿Qué quieres de mí, Beca?
—Quiero saber la verdad —dije—. Quiero saber por qué miento por ti.
— ¿Qué crees que pasó? —preguntó bruscamente.
—Todo lo que sé —le contesté de forma atropellada— es que no estabas cerca de mí,
en absoluto, y Justin tampoco te vio, de modo que no me vengas con eso de que me he dado un golpe muy fuerte en la cabeza. La furgoneta iba a matarnos, pero no lo hizo. Tus manos dejaron abolladuras tanto en la carrocería de la furgoneta como en el coche marrón, pero has salido ileso. Y luego la sujetaste cuando me iba a aplastar las piernas...
Me di cuenta de que parecía una locura y fui incapaz de continuar. Sentí que los ojos
se me llenaban de lágrimas de pura rabia. Rechiné los dientes para intentar contenerlas. Harry me miró con incredulidad, pero su rostro estaba tenso y permanecía a la defensiva.
— ¿Crees que aparté tan fácilmente la furgoneta?
Su voz cuestionaba mi cordura, pero sólo sirvió para alimentar más mis sospechas, ya
que parecía la típica frase perfecta que pronuncia un actor consumado. Apreté la mandíbula y me limité a asentir con la cabeza.
—Nadie te va a creer, ya lo sabes.
Su voz contenía una nota de burla y desdén.
—No se lo voy a decir a nadie.
Hablé despacio, pronunciando lentamente cada palabra, controlando mi enfado con
cuidado. La sorpresa recorrió su rostro.
—Entonces, ¿qué importa?
—Me importa a mí —insistí—. No me gusta mentir, por eso quiero tener un buen
motivo para hacerlo.
— ¿Es que no me lo puedes agradecer y punto?
—Gracias.
Esperé, furiosa, echando chispas.
—No vas a dejarlo correr, ¿verdad?
—No.
—En tal caso... espero que disfrutes de la decepción.
Enfadados, nos miramos el uno al otro, hasta que al final rompí el silencio intentando
concentrarme. Corría el peligro de que su rostro, hermoso y lívido, me distrajera. Era como intentar apartar la vista de un ángel destructor.
— ¿Por qué te molestaste en salvarme? —pregunté con toda la frialdad que pude.
Se hizo una pausa y durante un breve momento su rostro bellísimo fue
inesperadamente vulnerable.
—No lo sé —susurró.
Entonces me dio la espalda y se marchó. Estaba tan enfadada que necesité unos minutos antes de poder moverme. Cuando pude andar, me dirigí lentamente hacia la salida que había al fondo del corredor. La sala de espera superaba mis peores temores. Todos aquellos a quienes conocía en Forks parecían hallarse presentes, y todos me miraban fijamente. Charlie se acercó a toda prisa. Levanté las manos.
—Estoy perfectamente —le aseguré, hosca. Seguía exasperada y no estaba de humor
para charlar.
— ¿Qué dijo el médico?
—El doctor Gallagher me ha reconocido, asegura que estoy bien y puedo irme a casa.
Suspiré. Zayn y Eva, y Luc y Liam me esperaban y ahora se estaban acercando.
—Vamonos —le urgí.
Sin llegar a tocarme, Charlie me rodeó la espalda con un brazo y me condujo a las
puertas de cristal de la salida. Saludé tímidamente con la mano a mis amigos con la esperanza de que comprendieran que no había de qué preocuparse. Fue un gran alivio subirme al coche patrulla, era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Viajábamos en silencio. Estaba tan ensimismada en mis cosas que apenas era
consciente de la presencia de Charlie. Estaba segura de que esa actitud a la defensiva de Harry en el pasillo no era sino la confirmación de unos sucesos tan extraños que
difícilmente me hubiera creído de no haberlos visto con mis propios ojos. Cuando llegamos a casa, Charlie habló al fin:
—Eh... Esto... Tienes que llamar a Renée.
Embargado por la culpa, agachó la cabeza. Me espanté.
— ¡Se lo has dicho a mamá!
—Lo siento.
Al bajarme, cerré la puerta del coche patrulla con un portazo más fuerte de lo
necesario. Mi madre se había puesto histérica, por supuesto. Tuve que asegurarle que estaba bien por lo menos treinta veces antes de que se calmara. Me rogó que volviera a casa, olvidando que en aquel momento estaba vacía, pero resistir a sus súplicas me resultó mucho más fácil de lo que pensaba. El misterio que Harry representaba me consumía; aún más, él me obsesionaba. Tonta. Tonta. Tonta. No tenía tantas ganas de huir de Forks como debiera, como hubiera tenido cualquier persona normal y cuerda.
Decidí que sería mejor acostarme temprano esa noche. Charlie no dejaba de mirarme
con preocupación y eso me sacaba de quicio. Me detuve en el cuarto de baño al subir y me tomé tres pastillas de Tylenol. Calmaron el dolor y me fui a dormir cuando éste remitió.
desplazar la furgoneta de forma que pudieran pasar las camillas. Harry la rechazó con
vehemencia. Intenté imitarle, pero me traicionó al chivarles que había sufrido un golpe en la cabeza y que tenía una contusión. Casi me morí de vergüenza cuando me pusieron un collarín. Parecía que todo el instituto estaba allí, mirando con gesto adusto, mientras me introducían en la parte posterior de la ambulancia. Dejaron que Harry fuera delante. Eso me enfureció. Para empeorar las cosas, el jefe de policía Swan llegó antes de que me pusieran a salvo.
— ¡Beca! —gritó con pánico al reconocerme en la camilla.
—Estoy perfectamente, Char... papá —dije con un suspiro—. No me pasa nada.
Se giró hacia el EMT más cercano en busca de una segunda opinión. Lo ignoré y me
detuve a analizar el revoltijo de imágenes inexplicables que se agolpaban en mi mente.
Cuando me alejaron del coche en camilla, había visto una abolladura profunda en el
parachoques del coche marrón. Encajaba a la perfección con el contorno de los hombros de Harry, como si se hubiera apoyado contra el vehículo con fuerza suficiente para dañar el bastidor metálico.
Y luego estaba la familia Gallagher, que nos miraba a lo lejos con una gama de
expresiones que iban desde la reprobación hasta la ira, pero no había el menor atisbo de preocupación por la integridad de su hermano.
Intenté hallar una solución lógica que explicara lo que acababa de ver, una explicación
que excluyera la posibilidad de que hubiera enloquecido. La policía escoltó a la ambulancia hasta el hospital del condado, por descontado. Me sentí ridícula todo el tiempo que tardaron en bajarme, y ver a Harry cruzar majestuosamente las puertas del hospital por su propio pie empeoraba las cosas. Me rechinaron los dientes. Me condujeron hasta la sala de urgencias, una gran habitación con una hilera de camas
separadas por cortinas de colores claros. Una enfermera me tomó la tensión y puso un
termómetro debajo de mi lengua. Dado que nadie se molestó en correr las cortinas para concederme un poco de intimidad, decidí que no estaba obligada a llevar aquel feo collarín por más tiempo. En cuanto se fue la enfermera, desabroché el velero rápidamente y lo tiré debajo de la cama.
Se produjo una nueva conmoción entre el personal del hospital. Trajeron otra camilla
hacia la cama contigua a la mía. Reconocí a Justin Bieber, de mi clase de Historia, debajo de los vendajes ensangrentados que le envolvían la cabeza. Tenía un aspecto cien veces peor que el mío, pero me miró con ansiedad.
— ¡Beca, lo siento mucho!
—Estoy bien, Justin, pero tú tienes un aspecto horrible. ¿Cómo te encuentras?
Las enfermeras empezaron a desenrollarle los vendajes manchados mientras hablábamos, y quedó al descubierto una miríada de cortes por toda la frente y la mejilla izquierda.
Justin no prestó atención a mis palabras.
— ¡Pensé que te iba a matar! Iba a demasiada velocidad y entré mal en el hielo...
Hizo una mueca cuando una enfermera empezó a limpiarle la cara.
—No te preocupes; no me alcanzaste.
— ¿Cómo te apartaste tan rápido? Estabas allí y luego desapareciste.
—Pues... Harry me empujó para apartarme de la trayectoria de la camioneta.
Parecía confuso.
— ¿Quién?
—Harry Gallagher. Estaba a mi lado.
Siempre se me había dado muy mal mentir. No sonaba nada convincente.
— ¿Gallagher? No lo vi... ¡Vaya, todo ocurrió muy deprisa! ¿Está bien?
—Supongo que sí. Anda por aquí cerca, pero a él no le obligaron a utilizar una camilla.
Sabía no que no estaba loca. En ese caso, ¿qué había ocurrido? No había forma de
encontrar una explicación convincente para lo que había visto. Luego me llevaron en silla de ruedas para sacar una placa de mi cabeza. Les dije que no tenía heridas, y estaba en lo cierto. Ni una contusión. Pregunté si podía marcharme, pero la enfermera me dijo que primero debía hablar con el doctor, por lo que quedé atrapada en la sala de urgencias mientras Justin me acosaba con sus continuas disculpas. Siguió torturándose por mucho que intenté convencerle de que me encontraba perfectamente. Al final, cerré los ojos y le ignoré, aunque continuó murmurando palabras de remordimiento.
— ¿Estará durmiendo? —preguntó una voz musical. Abrí los ojos de inmediato.
Harry se hallaba al pie de mi cama sonriendo con suficiencia. Le fulminé con la mirada. No resultaba fácil... Hubiera resultado más natural comérselo con los ojos.
—Oye, Harry, lo siento mucho... —empezó Justin.
El del pelo rizado alzó la mano para hacerle callar.
—No hay culpa sin sangre —le dijo con una sonrisa que dejó entrever sus dientes
deslumbrantes. Se sentó en el borde de la cama de Justin, me miró y volvió a sonreír con suficiencia.
— ¿Bueno, cuál es el diagnóstico?
—No me pasa nada, pero no me dejan marcharme —me quejé—. ¿Por qué no te han
atado a una camilla como a nosotros?
—Tengo enchufe —respondió—, pero no te preocupes, voy a liberarte.
Entonces entró un doctor y me quedé boquiabierta. Era joven, rubio y más guapo que
cualquier estrella de cine, aunque estaba pálido y ojeroso; se le notaba cansado. A tenor de lo que me había dicho Charlie, ése debía de ser el padre de Harry.
—Bueno, señorita Swan —dijo el doctor Gallagher con una voz marcadamente seductora —, ¿cómo se encuentra?
—Estoy bien —repetí, ojala fuera por última vez.
Se dirigió hacia la mesa de luz vertical de la pared y la encendió.
—Las radiografías son buenas —dijo—. ¿Le duele la cabeza? Harryme ha dicho
que se dio un golpe bastante fuerte.
—Estoy perfectamente —repetí con un suspiro mientras lanzaba una rápida mirada de
enfado a Harry.
El médico me examinó la cabeza con sus fríos dedos. Se percató cuando esbocé un
gesto de dolor.
— ¿Le duele? —preguntó.
—No mucho.
Había tenido jaquecas peores.
Oí una risita, busqué a Harry con la mirada y vi su sonrisa condescendiente. Entrecerré los ojos con rabia.
—De acuerdo, su padre se encuentra en la sala de espera. Se puede ir a casa con él,
pero debe regresar rápidamente si siente mareos o algún trastorno de visión.
— ¿No puedo ir a la escuela? —inquirí al imaginarme los intentos de Charlie por ser
atento.
—Hoy debería tomarse las cosas con calma.
Fulminé a Harry con la mirada.
— ¿Puede él ir a la escuela?
—Alguien ha de darles la buena nueva de que hemos sobrevivido —dijo con suficiencia.
—En realidad —le corrigió el doctor Gallagher— parece que la mayoría de los
estudiantes están en la sala de espera.
— ¡Oh, no! —gemí, cubriéndome el rostro con las manos.
El doctor enarcó las cejas.
— ¿Quiere quedarse aquí?
— ¡No, no! —insistí al tiempo que sacaba las piernas por el borde de la camilla y me
levantaba con prisa, con demasiada prisa, porque me tambaleé y el doctor Gallagher me sostuvo.
Parecía preocupado.
—Me encuentro bien —volví a asegurarle. No merecía la pena explicarle que mi falta
de equilibrio no tenía nada que ver con el golpe en la cabeza.
—Tome unas pastillas de Tylenol contra el dolor —sugirió mientras me sujetaba.
—No me duele mucho —insistí.
—Parece que ha tenido muchísima suerte —dijo con una sonrisa mientras firmaba mi
informe con una fioritura.
—La suerte fue que Harry estuviera a mi lado —le corregí mirando con dureza al
objeto de mi declaración.
—Ah, sí, bueno —musitó el doctor, súbitamente ocupado con los papeles que
tenía delante. Después, miró a Justin y se marchó a la cama contigua. Tuve la intuición de que el doctor estaba al tanto de todo.
—Lamento decirle que usted se va a tener que quedar con nosotros un poquito más —
le dijo a Bieber, y empezó a examinar sus heridas.
Me acerqué a Harry en cuanto el doctor me dio la espalda.
— ¿Puedo hablar contigo un momento? —murmuré muy bajo. Se apartó un paso de
mí, con la mandíbula tensa.
—Tu padre te espera —dijo entre dientes.
Miré al doctor Gallagher y a Justin, e insistí:
—Quiero hablar contigo a solas, si no te importa.
Me miró con ira, me dio la espalda y anduvo a trancos por la gran sala. Casi tuve que
correr para seguirlo, pero se volvió para hacerme frente tan pronto como nos metimos en un pequeño corredor.
— ¿Qué quieres? —preguntó molesto.
Su mirada era glacial y su hostilidad me intimidó, hablé con más severidad de la que
pretendía.
—Me debes una explicación —le recordé.
—Te salvé la vida. No te debo nada.
Retrocedí ante el resentimiento de su tono.
—Me lo prometiste.
—Beca, te diste un fuerte golpe en la cabeza, no sabes de qué hablas.
Lo dijo de forma cortante. Me enfadé y le miré con gesto desafiante.
—No me pasaba nada en la cabeza.
Me devolvió la mirada de desafío.
— ¿Qué quieres de mí, Beca?
—Quiero saber la verdad —dije—. Quiero saber por qué miento por ti.
— ¿Qué crees que pasó? —preguntó bruscamente.
—Todo lo que sé —le contesté de forma atropellada— es que no estabas cerca de mí,
en absoluto, y Justin tampoco te vio, de modo que no me vengas con eso de que me he dado un golpe muy fuerte en la cabeza. La furgoneta iba a matarnos, pero no lo hizo. Tus manos dejaron abolladuras tanto en la carrocería de la furgoneta como en el coche marrón, pero has salido ileso. Y luego la sujetaste cuando me iba a aplastar las piernas...
Me di cuenta de que parecía una locura y fui incapaz de continuar. Sentí que los ojos
se me llenaban de lágrimas de pura rabia. Rechiné los dientes para intentar contenerlas. Harry me miró con incredulidad, pero su rostro estaba tenso y permanecía a la defensiva.
— ¿Crees que aparté tan fácilmente la furgoneta?
Su voz cuestionaba mi cordura, pero sólo sirvió para alimentar más mis sospechas, ya
que parecía la típica frase perfecta que pronuncia un actor consumado. Apreté la mandíbula y me limité a asentir con la cabeza.
—Nadie te va a creer, ya lo sabes.
Su voz contenía una nota de burla y desdén.
—No se lo voy a decir a nadie.
Hablé despacio, pronunciando lentamente cada palabra, controlando mi enfado con
cuidado. La sorpresa recorrió su rostro.
—Entonces, ¿qué importa?
—Me importa a mí —insistí—. No me gusta mentir, por eso quiero tener un buen
motivo para hacerlo.
— ¿Es que no me lo puedes agradecer y punto?
—Gracias.
Esperé, furiosa, echando chispas.
—No vas a dejarlo correr, ¿verdad?
—No.
—En tal caso... espero que disfrutes de la decepción.
Enfadados, nos miramos el uno al otro, hasta que al final rompí el silencio intentando
concentrarme. Corría el peligro de que su rostro, hermoso y lívido, me distrajera. Era como intentar apartar la vista de un ángel destructor.
— ¿Por qué te molestaste en salvarme? —pregunté con toda la frialdad que pude.
Se hizo una pausa y durante un breve momento su rostro bellísimo fue
inesperadamente vulnerable.
—No lo sé —susurró.
Entonces me dio la espalda y se marchó. Estaba tan enfadada que necesité unos minutos antes de poder moverme. Cuando pude andar, me dirigí lentamente hacia la salida que había al fondo del corredor. La sala de espera superaba mis peores temores. Todos aquellos a quienes conocía en Forks parecían hallarse presentes, y todos me miraban fijamente. Charlie se acercó a toda prisa. Levanté las manos.
—Estoy perfectamente —le aseguré, hosca. Seguía exasperada y no estaba de humor
para charlar.
— ¿Qué dijo el médico?
—El doctor Gallagher me ha reconocido, asegura que estoy bien y puedo irme a casa.
Suspiré. Zayn y Eva, y Luc y Liam me esperaban y ahora se estaban acercando.
—Vamonos —le urgí.
Sin llegar a tocarme, Charlie me rodeó la espalda con un brazo y me condujo a las
puertas de cristal de la salida. Saludé tímidamente con la mano a mis amigos con la esperanza de que comprendieran que no había de qué preocuparse. Fue un gran alivio subirme al coche patrulla, era la primera vez que experimentaba esa sensación.
Viajábamos en silencio. Estaba tan ensimismada en mis cosas que apenas era
consciente de la presencia de Charlie. Estaba segura de que esa actitud a la defensiva de Harry en el pasillo no era sino la confirmación de unos sucesos tan extraños que
difícilmente me hubiera creído de no haberlos visto con mis propios ojos. Cuando llegamos a casa, Charlie habló al fin:
—Eh... Esto... Tienes que llamar a Renée.
Embargado por la culpa, agachó la cabeza. Me espanté.
— ¡Se lo has dicho a mamá!
—Lo siento.
Al bajarme, cerré la puerta del coche patrulla con un portazo más fuerte de lo
necesario. Mi madre se había puesto histérica, por supuesto. Tuve que asegurarle que estaba bien por lo menos treinta veces antes de que se calmara. Me rogó que volviera a casa, olvidando que en aquel momento estaba vacía, pero resistir a sus súplicas me resultó mucho más fácil de lo que pensaba. El misterio que Harry representaba me consumía; aún más, él me obsesionaba. Tonta. Tonta. Tonta. No tenía tantas ganas de huir de Forks como debiera, como hubiera tenido cualquier persona normal y cuerda.
Decidí que sería mejor acostarme temprano esa noche. Charlie no dejaba de mirarme
con preocupación y eso me sacaba de quicio. Me detuve en el cuarto de baño al subir y me tomé tres pastillas de Tylenol. Calmaron el dolor y me fui a dormir cuando éste remitió.
Esa fue la primera noche que soñé con Harry Gallagher.
- +:
Aquí estoy por fin! Siento mucho no haber subido antes, es que estaba de luna de miel con Hazza :3 Okno, es que mi ordenador se volvió loco y se apagó (?
Y hoy POR FIN he conseguido que se encienda de una maldita vez... Y como os debo otro capítulo, lo subo en un momento
It's Lauren
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