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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Colmillos |Harry Styles|
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Página 2 de 4. • 1, 2, 3, 4
Re: Colmillos |Harry Styles|
Patricia-Cullen escribió:Yo tambien son Española. Españolas Foreverrrrrrr
PD Me encanto el cap
Viva España! :jojojo:
Que bien que te guste el capítulo :)
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Lindas, yo también soy española, soy amiga de Luc, Here descripcion no te dije antes, pero me encantó la sipnosis y el Cap jeje
Nombre:Eva
Descripción física:Soy de estatura normal, rubia(antes castaña clara, pero con el sol se me aclara y así se quedó) y de ojos marron chocolate, casi siempre tengo coloretes en las mejillas y tengo cuerpo de bailarina(?), labios finos y rosas
Chico:Dj Malik, Zayn
Mi famosa es Olivia Holt, es que habeces no sabe quien es *-*
Nombre:Eva
Descripción física:Soy de estatura normal, rubia(antes castaña clara, pero con el sol se me aclara y así se quedó) y de ojos marron chocolate, casi siempre tengo coloretes en las mejillas y tengo cuerpo de bailarina(?), labios finos y rosas
Chico:Dj Malik, Zayn
Mi famosa es Olivia Holt, es que habeces no sabe quien es *-*
EvaPiruletaDeLimon
Re: Colmillos |Harry Styles|
EvaPiruletaDeLimon escribió:Lindas, yo también soy española, soy amiga de Luc, Here descripcion no te dije antes, pero me encantó la sipnosis y el Cap jeje
Nombre:Eva
Descripción física:Soy de estatura normal, rubia(antes castaña clara, pero con el sol se me aclara y así se quedó) y de ojos marron chocolate, casi siempre tengo coloretes en las mejillas y tengo cuerpo de bailarina(?), labios finos y rosas
Chico:Dj Malik, Zayn
Mi famosa es Olivia Holt, es que habeces no sabe quien es *-*
Gracias por participar! Y viva españa! :canto:
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
2
High School
El aterrador cómputo de estudiantes del instituto de Forks era de tan sólo trescientos
cincuenta y siete, ahora trescientos cincuenta y ocho. Solamente en mi clase de tercer año en
Phoenix había más de setecientos alumnos. Todos los jóvenes de por aquí se habían criado
juntos y sus abuelos habían aprendido a andar juntos. Yo sería la chica nueva de la gran
ciudad, una curiosidad, un bicho raro.
Tal vez podría utilizar eso a mi favor si tuviera el aspecto que se espera de una chica de
Phoenix, pero físicamente no encajaba en modo alguno. Debería ser alta, rubia, de tez
bronceada, una jugadora de voleibol o quizá una animadora, todas esas cosas propias de
quienes viven en el Valle del Sol.
Por el contrario, mi piel era blanca como el marfil a pesar de las muchas horas de sol de
Arizona, sin tener siquiera la excusa de unos ojos azules o un pelo rojo. Siempre he sido
delgada, pero más bien flojucha y, desde luego, no una atleta. Me faltaba la coordinación
suficiente para practicar deportes sin hacer el ridículo o dañar a alguien, a mí misma o a
cualquiera que estuviera demasiado cerca. Soy alguien así.
Después de colocar mi ropa en el viejo tocador de madera de pino, me llevé el neceser
al cuarto de baño para asearme tras un día de viaje. Contemplé mi rostro en el espejo mientras
me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Tal vez se debiera a la luz, pero ya tenía un aspecto
más cetrino y menos saludable. Puede que tenga una piel bonita, pero es muy clara, casi
traslúcida, por lo que su apariencia depende del color del lugar y en Forks no había color
alguno.
Mientras me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me
engañaba a mí misma. Jamás encajaría, y no sólo por mis carencias físicas. Si no me había
hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿qué posibilidades iba a tener aquí?
No sintonizaba bien con la gente de mi edad. Bueno, lo cierto es que no sintonizaba
bien con la gente. Punto. Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor
proximidad, estaba en armonía conmigo; no íbamos por el mismo carril. A veces me
preguntaba si veía las cosas igual que el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara
como es debido.
Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el
comienzo.
Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando dejé de llorar. El siseo constante de la
lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo.
Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no
conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un
fino sirimiri.
sentí que la claustrofobia se apoderaba de mí. Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una
jaula.
El desayuno con Charlie se desarrolló en silencio. Me deseó suerte en la escuela y le di
las gracias, aun sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme.
Charlie se marchó primero, directo a la comisaría, que era su esposa y su familia. Examiné la
cocina después de que se fuera, todavía sentada en una de las tres sillas, ninguna de ellas a
juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble. La cocina era pequeña, con paneles oscuros en
las paredes, armarios amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado.
Hacía dieciocho años, mi madre había pintado los armarios con la esperanza de introducir un
poco de luz solar en la casa. Había una hilera de fotos encima del pequeño hogar del cuarto de
estar, que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera foto era
de la boda de Charlie con mi madre en Las Vegas, y luego la que nos tomó a los tres una
amable enfermera del hospital donde nací, seguida por una sucesión de mis fotografías
escolares hasta el año pasado. Verlas me resultaba muy embarazoso. Tenía que convencer a
Charlie de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.
Era imposible permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Charlie no se había
repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.
No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa más
tiempo, por lo que me puse el anorak, tan grueso que recordaba a uno de esos trajes
empleados en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.
Aún chispeaba, pero no lo bastante para que me calara mientras buscaba la llave de la
casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara. El
ruido de mis botas de agua nuevas resultaba enervante. Añoraba el crujido habitual de la grava
al andar. No pude detenerme a admirar de nuevo el vehículo, como deseaba, y me apresuré a
escapar de la húmeda neblina que se arremolinaba sobre mi cabeza y se agarraba al pelo por
debajo de la capucha.
Dentro del monovolumen estaba cómoda y a cubierto. Era obvio que Charlie o Billy
debían de haberlo limpiado, pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a
tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque
en medio de un gran estruendo, y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba al ralentí.
Bueno, un monovolumen tan antiguo debía de tener algún defecto. La anticuada radio
funcionaba, un añadido que no me esperaba.
Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado antes. El edificio se hallaba, como
casi todo lo demás en el pueblo, junto a la carretera. No resultaba obvio que fuera una escuela,
sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del instituto de Forks. Se parecía a
un conjunto de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos de
color granate. Había tantos árboles y arbustos que a primera vista no podía verlo en su
totalidad. ¿Dónde estaba el ambiente de un instituto?, me pregunté con nostalgia. ¿Dónde
estaban las alambradas y los detectores de metales?
Aparqué frente al primer edificio, encima de cuya entrada había un cartelito que rezaba
«Oficina principal». No vi otros coches aparcados allí, por lo que estuve segura de que estaba
en zona prohibida, pero decidí que iba a pedir indicaciones en lugar de dar vueltas bajo la
lluvia como una tonta. De mala gana salí de la cabina calentita del monovolumen y recorrí un
sendero de piedra flanqueado por setos oscuros. Respiré hondo antes de abrir la puerta.
En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que esperaba. La oficina era
pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una basta alfombra con motas
anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj
que hacía tictac de forma ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de
plástico, por si no hubiera suficiente vegetación fuera.
Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de
papeles sobre la encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del
mostrador había tres escritorios. Una rubia regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos.
Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato, me hizo sentir que yo iba
demasiado elegante.
La mujer pelirroja alzó la vista.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
—Soy Rebeca Swan —le informé, y de inmediato advertí en su mirada un atisbo de
reconocimiento. Me esperaban. Sin duda, había sido el centro de los cotilleos. La hija de la
caprichosa ex mujer del jefe de policía al fin regresaba a casa.
—Por supuesto —dijo.
Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.
—Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela.
Trajo varias cuartillas al mostrador para enseñármelas. Repasó todas mis clases y marcó
el camino más idóneo para cada una en el plano; luego, me entregó el comprobante de
asistencia para que lo firmara cada profesor y se lo devolviera al finalizar las clases. Me
dedicó una sonrisa y, al igual que Charlie, me dijo que esperaba que me gustara Forks. Le
devolví la sonrisa más convincente posible.
Los demás estudiantes comenzaban a llegar cuando regresé al monovolumen. Los seguí,
me uní a la cola de coches y conduje hasta el otro lado de la escuela. Supuso un alivio
comprobar que casi todos los vehículos tenían aún más años que el mío, ninguno era
ostentoso. En Phoenix, vivía en uno de los pocos barrios pobres del distrito Paradise Valley.
Era habitual ver un Mercedes nuevo o un Porsche en el aparcamiento de los estudiantes. El
mejor coche de los que allí había era un flamante Volvo, y destacaba. Aun así, apagué el
motor en cuanto aparqué en una plaza libre para que el estruendo no atrajera la atención de los
demás sobre mí.
Examiné el plano en el monovolumen, intentando memorizarlo con la esperanza de no
tener que andar consultándolo todo el día. Lo guardé en la mochila, me la eché al hombro y
respiré hondo. Puedo hacerlo, me mentí sin mucha convicción. Nadie me va a morder. Al
final, suspiré y salí del coche.
Mantuve la cara escondida bajo la capucha y anduve hasta la acera abarrotada de
jóvenes. Observé con alivio que mi sencilla chaqueta negra no llamaba la atención.
Una vez pasada la cafetería, el edificio número tres resultaba fácil de localizar, ya que
había un gran «3» pintado en negro sobre un fondo blanco con forma de cuadrado en la
esquina del lado este. Noté que mi respiración se acercaba a hiperventilación al aproximarme
a la puerta. Para paliarla, contuve el aliento y entré detrás de dos personas que llevaban
impermeables de estilo unisex.
El aula era pequeña. Los alumnos que tenía delante se detenían en la entrada para colgar
sus abrigos en unas perchas; había varias. Los imité. Se trataba de dos chicas, una pelirroja de tez
clara como la porcelana y otra, también pálida, de pelo castaño claro. Al menos, mi piel no
sería nada excepcional aquí.
Entregué el comprobante al profesor, un hombre alto y calvo al que la placa que
descansaba sobre su escritorio lo identificaba como Sr. Mason. Se quedó mirándome
embobado al ver mi nombre, pero no me dedicó ninguna palabra de aliento, y yo, por
supuesto, me puse colorada como un tomate. Pero al menos me envió a un pupitre vacío al
fondo de la clase sin presentarme al resto de los compañeros. A éstos les resultaba difícil
mirarme al estar sentada en la última fila, pero se las arreglaron para conseguirlo. Mantuve la
vista clavada en la lista de lecturas que me había entregado el profesor. Era bastante básica:
Bronté, Shakespeare, Chaucer, Faulkner. Los había leído a todos, lo cual era cómodo... y
aburrido. Me pregunté si mi madre me enviaría la carpeta con los antiguos trabajos de clase o
si creería que la estaba engañando. Recreé nuestra discusión mientras el profesor continuaba
con su perorata.
Cuando sonó el zumbido casi nasal del timbre, un chico delgaducho, con ojos grandes marrones y pelo rapado, se ladeó desde un pupitre al otro lado del pasillo para hablar conmigo.
—Tú eres Rebeca Swan, ¿verdad?
Parecía demasiado amable, el típico miembro de un club de ajedrez.
—Beca —le corregí. En un radio de tres sillas, todos se volvieron para mirarme.
— ¿Dónde tienes la siguiente clase? —preguntó. Tuve que comprobarlo con el
programa que tenía en la mochila.
—Eh... Historia, con Jefferson, en el edificio seis.
Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier.
—Voy al edificio cuatro, podría mostrarte el camino —demasiado amable, sin duda—.
Me llamo Liam —añadió.
Sonreí con timidez.
—Gracias.
Recogimos nuestros abrigos y nos adentramos en la lluvia, que caía con más fuerza.
Hubiera jurado que varias personas nos seguían lo bastante cerca para escuchar a hurtadillas.
Esperaba no estar volviéndome paranoica.
—Bueno, es muy distinto de Phoenix, ¿eh? —preguntó.
—Mucho.
—Allí no llueve a menudo, ¿verdad?
—Tres o cuatro veces al año.
—Vaya, no me lo puedo ni imaginar.
—Hace mucho sol —le expliqué.
—No se te ve muy bronceada.
—Es la sangre albina de mi madre.
Me miró con aprensión. Suspiré. No parecía que las nubes y el sentido del humor
encajaran demasiado bien. Después de estar varios meses aquí, habría olvidado cómo emplear
el sarcasmo.
Pasamos junto a la cafetería de camino hacia los edificios de la zona sur, cerca del
gimnasio. Liam me acompañó hasta la puerta, aunque la podía identificar perfectamente.
—En fin, suerte —dijo cuando rocé el picaporte—. Tal vez coincidamos en alguna otra
clase.
Parecía esperanzado. Le dediqué una sonrisa que no comprometía a nada y entré.
El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Mi profesor de Trigonometría, el
señor Varner, a quien habría odiado de todos modos por la asignatura que enseñaba, fue el
único que me obligó a permanecer delante de toda la clase para presentarme a mis
compañeros. Balbuceé, me sonrojé y tropecé con mis propias botas al volver a mi pupitre.
Después de dos clases, empecé a reconocer varias caras en cada asignatura. Siempre
había alguien con más coraje que los demás que se presentaba y me preguntaba si me gustaba
Forks. Procuré actuar con diplomacia, pero por lo general mentí mucho. Al menos, no
necesité el plano.
Una chica se sentó a mi lado tanto en clase de Trigonometría como de español, y me
acompañó a la cafetería para almorzar. No era ni alta ni baja. Tenía, como no, la tez blanca como el marfil y un largo pelo rubio dorado.
No me acordaba de su nombre, por lo que me limité a sonreír mientras parloteaba sobre los
profesores y las clases. Tampoco intenté comprenderlo todo.
Nos sentamos al final de una larga mesa con varias de sus amigas a quienes me
presentó. Se me olvidaron los nombres de todas en cuanto los pronunció. Parecían orgullosas
por tener el coraje de hablar conmigo. El chico de la clase de Lengua y Literatura, Liam, me
saludó desde el otro lado de la sala.
Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete
desconocidas llenas de curiosidad, cuando los vi por primera vez...
cincuenta y siete, ahora trescientos cincuenta y ocho. Solamente en mi clase de tercer año en
Phoenix había más de setecientos alumnos. Todos los jóvenes de por aquí se habían criado
juntos y sus abuelos habían aprendido a andar juntos. Yo sería la chica nueva de la gran
ciudad, una curiosidad, un bicho raro.
Tal vez podría utilizar eso a mi favor si tuviera el aspecto que se espera de una chica de
Phoenix, pero físicamente no encajaba en modo alguno. Debería ser alta, rubia, de tez
bronceada, una jugadora de voleibol o quizá una animadora, todas esas cosas propias de
quienes viven en el Valle del Sol.
Por el contrario, mi piel era blanca como el marfil a pesar de las muchas horas de sol de
Arizona, sin tener siquiera la excusa de unos ojos azules o un pelo rojo. Siempre he sido
delgada, pero más bien flojucha y, desde luego, no una atleta. Me faltaba la coordinación
suficiente para practicar deportes sin hacer el ridículo o dañar a alguien, a mí misma o a
cualquiera que estuviera demasiado cerca. Soy alguien así.
Después de colocar mi ropa en el viejo tocador de madera de pino, me llevé el neceser
al cuarto de baño para asearme tras un día de viaje. Contemplé mi rostro en el espejo mientras
me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Tal vez se debiera a la luz, pero ya tenía un aspecto
más cetrino y menos saludable. Puede que tenga una piel bonita, pero es muy clara, casi
traslúcida, por lo que su apariencia depende del color del lugar y en Forks no había color
alguno.
Mientras me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me
engañaba a mí misma. Jamás encajaría, y no sólo por mis carencias físicas. Si no me había
hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿qué posibilidades iba a tener aquí?
No sintonizaba bien con la gente de mi edad. Bueno, lo cierto es que no sintonizaba
bien con la gente. Punto. Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor
proximidad, estaba en armonía conmigo; no íbamos por el mismo carril. A veces me
preguntaba si veía las cosas igual que el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara
como es debido.
Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el
comienzo.
Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando dejé de llorar. El siseo constante de la
lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo.
Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no
conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un
fino sirimiri.
<>
A la mañana siguiente, lo único que veía a través de la ventana era una densa niebla ysentí que la claustrofobia se apoderaba de mí. Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una
jaula.
El desayuno con Charlie se desarrolló en silencio. Me deseó suerte en la escuela y le di
las gracias, aun sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme.
Charlie se marchó primero, directo a la comisaría, que era su esposa y su familia. Examiné la
cocina después de que se fuera, todavía sentada en una de las tres sillas, ninguna de ellas a
juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble. La cocina era pequeña, con paneles oscuros en
las paredes, armarios amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado.
Hacía dieciocho años, mi madre había pintado los armarios con la esperanza de introducir un
poco de luz solar en la casa. Había una hilera de fotos encima del pequeño hogar del cuarto de
estar, que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera foto era
de la boda de Charlie con mi madre en Las Vegas, y luego la que nos tomó a los tres una
amable enfermera del hospital donde nací, seguida por una sucesión de mis fotografías
escolares hasta el año pasado. Verlas me resultaba muy embarazoso. Tenía que convencer a
Charlie de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.
Era imposible permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Charlie no se había
repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.
No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa más
tiempo, por lo que me puse el anorak, tan grueso que recordaba a uno de esos trajes
empleados en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.
Aún chispeaba, pero no lo bastante para que me calara mientras buscaba la llave de la
casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara. El
ruido de mis botas de agua nuevas resultaba enervante. Añoraba el crujido habitual de la grava
al andar. No pude detenerme a admirar de nuevo el vehículo, como deseaba, y me apresuré a
escapar de la húmeda neblina que se arremolinaba sobre mi cabeza y se agarraba al pelo por
debajo de la capucha.
Dentro del monovolumen estaba cómoda y a cubierto. Era obvio que Charlie o Billy
debían de haberlo limpiado, pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a
tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque
en medio de un gran estruendo, y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba al ralentí.
Bueno, un monovolumen tan antiguo debía de tener algún defecto. La anticuada radio
funcionaba, un añadido que no me esperaba.
Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado antes. El edificio se hallaba, como
casi todo lo demás en el pueblo, junto a la carretera. No resultaba obvio que fuera una escuela,
sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del instituto de Forks. Se parecía a
un conjunto de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos de
color granate. Había tantos árboles y arbustos que a primera vista no podía verlo en su
totalidad. ¿Dónde estaba el ambiente de un instituto?, me pregunté con nostalgia. ¿Dónde
estaban las alambradas y los detectores de metales?
Aparqué frente al primer edificio, encima de cuya entrada había un cartelito que rezaba
«Oficina principal». No vi otros coches aparcados allí, por lo que estuve segura de que estaba
en zona prohibida, pero decidí que iba a pedir indicaciones en lugar de dar vueltas bajo la
lluvia como una tonta. De mala gana salí de la cabina calentita del monovolumen y recorrí un
sendero de piedra flanqueado por setos oscuros. Respiré hondo antes de abrir la puerta.
En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que esperaba. La oficina era
pequeña: una salita de espera con sillas plegables acolchadas, una basta alfombra con motas
anaranjadas, noticias y premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj
que hacía tictac de forma ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de
plástico, por si no hubiera suficiente vegetación fuera.
Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de
papeles sobre la encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del
mostrador había tres escritorios. Una rubia regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos.
Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato, me hizo sentir que yo iba
demasiado elegante.
La mujer pelirroja alzó la vista.
— ¿Te puedo ayudar en algo?
—Soy Rebeca Swan —le informé, y de inmediato advertí en su mirada un atisbo de
reconocimiento. Me esperaban. Sin duda, había sido el centro de los cotilleos. La hija de la
caprichosa ex mujer del jefe de policía al fin regresaba a casa.
—Por supuesto —dijo.
Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.
—Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela.
Trajo varias cuartillas al mostrador para enseñármelas. Repasó todas mis clases y marcó
el camino más idóneo para cada una en el plano; luego, me entregó el comprobante de
asistencia para que lo firmara cada profesor y se lo devolviera al finalizar las clases. Me
dedicó una sonrisa y, al igual que Charlie, me dijo que esperaba que me gustara Forks. Le
devolví la sonrisa más convincente posible.
Los demás estudiantes comenzaban a llegar cuando regresé al monovolumen. Los seguí,
me uní a la cola de coches y conduje hasta el otro lado de la escuela. Supuso un alivio
comprobar que casi todos los vehículos tenían aún más años que el mío, ninguno era
ostentoso. En Phoenix, vivía en uno de los pocos barrios pobres del distrito Paradise Valley.
Era habitual ver un Mercedes nuevo o un Porsche en el aparcamiento de los estudiantes. El
mejor coche de los que allí había era un flamante Volvo, y destacaba. Aun así, apagué el
motor en cuanto aparqué en una plaza libre para que el estruendo no atrajera la atención de los
demás sobre mí.
Examiné el plano en el monovolumen, intentando memorizarlo con la esperanza de no
tener que andar consultándolo todo el día. Lo guardé en la mochila, me la eché al hombro y
respiré hondo. Puedo hacerlo, me mentí sin mucha convicción. Nadie me va a morder. Al
final, suspiré y salí del coche.
Mantuve la cara escondida bajo la capucha y anduve hasta la acera abarrotada de
jóvenes. Observé con alivio que mi sencilla chaqueta negra no llamaba la atención.
Una vez pasada la cafetería, el edificio número tres resultaba fácil de localizar, ya que
había un gran «3» pintado en negro sobre un fondo blanco con forma de cuadrado en la
esquina del lado este. Noté que mi respiración se acercaba a hiperventilación al aproximarme
a la puerta. Para paliarla, contuve el aliento y entré detrás de dos personas que llevaban
impermeables de estilo unisex.
El aula era pequeña. Los alumnos que tenía delante se detenían en la entrada para colgar
sus abrigos en unas perchas; había varias. Los imité. Se trataba de dos chicas, una pelirroja de tez
clara como la porcelana y otra, también pálida, de pelo castaño claro. Al menos, mi piel no
sería nada excepcional aquí.
Entregué el comprobante al profesor, un hombre alto y calvo al que la placa que
descansaba sobre su escritorio lo identificaba como Sr. Mason. Se quedó mirándome
embobado al ver mi nombre, pero no me dedicó ninguna palabra de aliento, y yo, por
supuesto, me puse colorada como un tomate. Pero al menos me envió a un pupitre vacío al
fondo de la clase sin presentarme al resto de los compañeros. A éstos les resultaba difícil
mirarme al estar sentada en la última fila, pero se las arreglaron para conseguirlo. Mantuve la
vista clavada en la lista de lecturas que me había entregado el profesor. Era bastante básica:
Bronté, Shakespeare, Chaucer, Faulkner. Los había leído a todos, lo cual era cómodo... y
aburrido. Me pregunté si mi madre me enviaría la carpeta con los antiguos trabajos de clase o
si creería que la estaba engañando. Recreé nuestra discusión mientras el profesor continuaba
con su perorata.
Cuando sonó el zumbido casi nasal del timbre, un chico delgaducho, con ojos grandes marrones y pelo rapado, se ladeó desde un pupitre al otro lado del pasillo para hablar conmigo.
—Tú eres Rebeca Swan, ¿verdad?
Parecía demasiado amable, el típico miembro de un club de ajedrez.
—Beca —le corregí. En un radio de tres sillas, todos se volvieron para mirarme.
— ¿Dónde tienes la siguiente clase? —preguntó. Tuve que comprobarlo con el
programa que tenía en la mochila.
—Eh... Historia, con Jefferson, en el edificio seis.
Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier.
—Voy al edificio cuatro, podría mostrarte el camino —demasiado amable, sin duda—.
Me llamo Liam —añadió.
Sonreí con timidez.
—Gracias.
Recogimos nuestros abrigos y nos adentramos en la lluvia, que caía con más fuerza.
Hubiera jurado que varias personas nos seguían lo bastante cerca para escuchar a hurtadillas.
Esperaba no estar volviéndome paranoica.
—Bueno, es muy distinto de Phoenix, ¿eh? —preguntó.
—Mucho.
—Allí no llueve a menudo, ¿verdad?
—Tres o cuatro veces al año.
—Vaya, no me lo puedo ni imaginar.
—Hace mucho sol —le expliqué.
—No se te ve muy bronceada.
—Es la sangre albina de mi madre.
Me miró con aprensión. Suspiré. No parecía que las nubes y el sentido del humor
encajaran demasiado bien. Después de estar varios meses aquí, habría olvidado cómo emplear
el sarcasmo.
Pasamos junto a la cafetería de camino hacia los edificios de la zona sur, cerca del
gimnasio. Liam me acompañó hasta la puerta, aunque la podía identificar perfectamente.
—En fin, suerte —dijo cuando rocé el picaporte—. Tal vez coincidamos en alguna otra
clase.
Parecía esperanzado. Le dediqué una sonrisa que no comprometía a nada y entré.
El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Mi profesor de Trigonometría, el
señor Varner, a quien habría odiado de todos modos por la asignatura que enseñaba, fue el
único que me obligó a permanecer delante de toda la clase para presentarme a mis
compañeros. Balbuceé, me sonrojé y tropecé con mis propias botas al volver a mi pupitre.
Después de dos clases, empecé a reconocer varias caras en cada asignatura. Siempre
había alguien con más coraje que los demás que se presentaba y me preguntaba si me gustaba
Forks. Procuré actuar con diplomacia, pero por lo general mentí mucho. Al menos, no
necesité el plano.
Una chica se sentó a mi lado tanto en clase de Trigonometría como de español, y me
acompañó a la cafetería para almorzar. No era ni alta ni baja. Tenía, como no, la tez blanca como el marfil y un largo pelo rubio dorado.
No me acordaba de su nombre, por lo que me limité a sonreír mientras parloteaba sobre los
profesores y las clases. Tampoco intenté comprenderlo todo.
Nos sentamos al final de una larga mesa con varias de sus amigas a quienes me
presentó. Se me olvidaron los nombres de todas en cuanto los pronunció. Parecían orgullosas
por tener el coraje de hablar conmigo. El chico de la clase de Lengua y Literatura, Liam, me
saludó desde el otro lado de la sala.
Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete
desconocidas llenas de curiosidad, cuando los vi por primera vez...
- Hola :D:
Aquí el segundo capítulo. Necesito la ficha de la chica de Liam {que me quiere violar (? } para subir el siguiente capítulo. Porque tiene que aparecer y necesito sus datos.
Espero que os haya gustado el cap!
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Nombre: Perrie Lucía Roth Gango...pero llámame simplemente Luc.
Famosa que la representa: Frankie Sandford [corte de pelo] y Ramona Flowers por los colores.
Descripción física: Tienes una mirada extraña, es color amarillo. Sus labios son carnosos, muchas personas definen su boca con la palabra "perfecta" aunque la perfección no existe. Tienes las cejas perfiladas, castañas ya que su pelo este teñido. Su cabello es corto, por la nuca, por la parte superior de su cráneo, tiene castaño natural, color café o caramelo, pero por los demás, suele teñirse el cabello por aquellas partes de verde, azul o rosa según su estado de animo, que normalmente suele ser malo. Es anoréxica y sufre de cuttign y bullying.
Chico: Liam Payne
***
Sí, te quiero violar.
-Luc.
Famosa que la representa: Frankie Sandford [corte de pelo] y Ramona Flowers por los colores.
Descripción física: Tienes una mirada extraña, es color amarillo. Sus labios son carnosos, muchas personas definen su boca con la palabra "perfecta" aunque la perfección no existe. Tienes las cejas perfiladas, castañas ya que su pelo este teñido. Su cabello es corto, por la nuca, por la parte superior de su cráneo, tiene castaño natural, color café o caramelo, pero por los demás, suele teñirse el cabello por aquellas partes de verde, azul o rosa según su estado de animo, que normalmente suele ser malo. Es anoréxica y sufre de cuttign y bullying.
Chico: Liam Payne
***
Sí, te quiero violar.
-Luc.
Ledger.
Re: Colmillos |Harry Styles|
3
Primer encuentro
Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete
desconocidas llenas de curiosidad, cuando los vi por primera vez...
Se sentaban en un rincón de la cafetería, en la otra punta de donde yo me encontraba.
Eran cinco. No conversaban ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de
comida. No me miraban de forma estúpida como casi todos los demás, por lo que no había
peligro: podía estudiarlos sin temor a encontrarme con un par de ojos excesivamente
interesados. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.
No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era
fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo oscuro y
liso. Otro, más alto y delgado, era igualmente musculoso y tenía el cabello del color del sol. El último era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño rizado.
Tenía un aspecto más juvenil que los otros dos, que podrían estar en la universidad o
incluso ser profesores aquí en vez de estudiantes.
Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura
preciosa, del tipo que se ve en la portada del número dedicado a trajes de baño de la revista
Sports Illustrated, y con el que todas las chicas pierden buena parte de su autoestima sólo por
estar cerca. Su pelo color chocolate caía en cascada hasta la mitad de la espalda. La chica baja tenía
aspecto de modelo también. Era algo más corpulenta, con un mayor delantera. Tenía el pelo negro intenso, levemente ondulado.
Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran blancos como la cal, los estudiantes más
pálidos de cuantos vivían en aquel pueblo sin sol. Más pálidos que yo, que soy albina. Todos
tenían ojeras
malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio o
se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de
sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.
Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada.
Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo,
eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros como nunca esperas ver, excepto tal
vez en las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como
el semblante de un ángel. Resultaba difícil decidir quién era más bello, tal vez la chica del pelo chocolate
perfecta o el joven de pelo castaño rizado.
Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes
y de cualquier cosa hasta donde pude colegir. La chica más pequeña se levantó con la bandeja
—el refresco sin abrir, la manzana sin morder— y se alejó con un trote grácil, veloz, propio
de un corcel desbocado. Asombrada por sus pasos de ágil bailarina, la contemplé vaciar su
bandeja y deslizarse por la puerta trasera a una velocidad superior a lo que habría considerado
posible. Miré rápidamente a los otros, que permanecían sentados, inmóviles.
— ¿Quiénes son ésos?—pregunté a la chica de la clase de Español, cuyo nombre se me
había olvidado.
Y de repente, mientras ella alzaba los ojos para ver a quiénes me refería, aunque
probablemente ya lo supiera por la entonación de mi voz, el más delgado y de aspecto más
juvenil, la miró. Durante una fracción de segundo se fijó en mi vecina, y después sus ojos
oscuros se posaron sobre los míos.
Él desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo, ruborizada de vergüenza. Su
rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si mi compañera hubiera
pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera
levantado los ojos en una involuntaria respuesta.
Avergonzada, la chica que estaba a mi lado se rió tontamente y fijó la vista en la mesa,
igual que yo.
—Son Harry y Niall Gallagher, y Kay y Louis Hale. La que se acaba de marchar
se llama Elizabeth Gallagher; todos viven con el doctor Gallagher y su esposa —me respondió con un
hilo de voz.
Miré de soslayo al chico guapo, que ahora contemplaba su bandeja mientras
desmigajaba una rosquilla con sus largos y níveos dedos. Movía la boca muy deprisa, sin abrir
apenas sus labios perfectos. Los otros tres continuaron con la mirada perdida, y, aun así, creí
que hablaba en voz baja con ellos.
¡Qué nombres tan raros y anticuados!, pensé. Era la clase de nombres que tenían
nuestros abuelos, pero tal vez estuvieran de moda aquí, quizá fueran los nombres propios de
un pueblo pequeño. Entonces recordé que mi nueva "amiga" se llamaba Eva, un nombre
perfectamente normal. Había dos chicas con ese nombre en mi clase de Historia en Phoenix.
—Son... guapos.
Me costó encontrar un término mesurado.
— ¡Ya te digo! —Eva asintió mientras soltaba otra risita tonta—. Pero están juntos.
Me refiero a Niall y Kay, y a Louis y Elizabeth, y viven juntos.
Su voz resonó con toda la conmoción y reprobación de un pueblo pequeño, pero, para
ser sincera, he de confesar que aquello daría pie a grandes cotilleos incluso en Phoenix.
— ¿Quiénes son los Gallagher? —pregunté—. No parecen parientes...
—Claro que no. El doctor Gallagher es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y
pocos. Todos son adoptados. Los Hale, los castaños de ojos azules, son hermanos gemelos, y los Gallagher son su
familia de acogida.
—Parecen un poco mayores para estar con una familia de acogida.
—Ahora sí, Louis y Kay tienen dieciocho años, pero han vivido con la señora
Gallagher desde los ocho. Es su tía o algo parecido.
—Es muy generoso por parte de los Gallagher cuidar de todos esos niños siendo tan
jóvenes.
—Supongo que sí —admitió Eva muy a su pesar. Me dio la impresión de que, por
algún motivo, el médico y su mujer no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección
a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos; luego, como si con eso disminuyera la bondad
del matrimonio, agregó—: Aunque tengo entendido que la señora Gallagher no puede tener hijos.
Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia
donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían
probado bocado.
— ¿Siempre han vivido en Forks? —pregunté. De ser así, seguro que los habría visto en
alguna de mis visitas durante las vacaciones de verano.
—No —dijo con una voz que daba a entender que tenía que ser obvio, incluso para una
recién llegada como yo—. Se mudaron aquí hace dos años, vinieron desde algún lugar de
Irlanda.
Experimenté una punzada de compasión y alivio. Compasión porque, a pesar de su
belleza, eran extranjeros y resultaba evidente que no se les admitía. Alivio por no ser la única
recién llegada y, desde luego, no la más interesante.
Uno de los Gallagher, el más joven, levantó la vista mientras yo los estudiaba y nuestras
miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad. Cuando desvié los
ojos, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.
— ¿Quién es el chico de pelo rizado? —pregunté.
Lo miré de refilón. Seguía observándome, pero no con la boca abierta, a diferencia del
resto de los estudiantes. Su rostro reflejó una ligera contrariedad. Volví a desviar la vista.
—Se llama Harry. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No
sale con nadie. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa —dijo
con desdén, en una muestra clara de despecho. Me pregunté cuándo la habría rechazado.
Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Entonces lo miré de nuevo. Había vuelto el
rostro, pero me pareció ver estirada la piel de sus mejillas, como si también estuviera
sonriendo.
Los cuatro abandonaron la mesa al mismo tiempo, escasos minutos después. Todos se
movían con mucha elegancia. Me desconcertó verlos. El que respondía al
nombre de Harry no me miró de nuevo.
Permanecí en la mesa con Eva y sus amigas más tiempo del que me hubiera quedado
de haber estado sola. No quería llegar tarde a mis clases el primer día. Una de mis nuevas
amigas, que tuvo la consideración de recordarme que se llamaba Perrie, o simplemente Luc, tenía, como yo, clase
de segundo de Biología a la hora siguiente. Nos dirigimos juntas al aula en silencio. Era muy delgada y parecía ser también
tímida.
Eran cinco. No conversaban ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de
comida. No me miraban de forma estúpida como casi todos los demás, por lo que no había
peligro: podía estudiarlos sin temor a encontrarme con un par de ojos excesivamente
interesados. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.
No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era
fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo oscuro y
liso. Otro, más alto y delgado, era igualmente musculoso y tenía el cabello del color del sol. El último era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño rizado.
Tenía un aspecto más juvenil que los otros dos, que podrían estar en la universidad o
incluso ser profesores aquí en vez de estudiantes.
Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura
preciosa, del tipo que se ve en la portada del número dedicado a trajes de baño de la revista
Sports Illustrated, y con el que todas las chicas pierden buena parte de su autoestima sólo por
estar cerca. Su pelo color chocolate caía en cascada hasta la mitad de la espalda. La chica baja tenía
aspecto de modelo también. Era algo más corpulenta, con un mayor delantera. Tenía el pelo negro intenso, levemente ondulado.
Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran blancos como la cal, los estudiantes más
pálidos de cuantos vivían en aquel pueblo sin sol. Más pálidos que yo, que soy albina. Todos
tenían ojeras
malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio o
se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de
sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.
Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada.
Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo,
eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros como nunca esperas ver, excepto tal
vez en las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como
el semblante de un ángel. Resultaba difícil decidir quién era más bello, tal vez la chica del pelo chocolate
perfecta o el joven de pelo castaño rizado.
Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes
y de cualquier cosa hasta donde pude colegir. La chica más pequeña se levantó con la bandeja
—el refresco sin abrir, la manzana sin morder— y se alejó con un trote grácil, veloz, propio
de un corcel desbocado. Asombrada por sus pasos de ágil bailarina, la contemplé vaciar su
bandeja y deslizarse por la puerta trasera a una velocidad superior a lo que habría considerado
posible. Miré rápidamente a los otros, que permanecían sentados, inmóviles.
— ¿Quiénes son ésos?—pregunté a la chica de la clase de Español, cuyo nombre se me
había olvidado.
Y de repente, mientras ella alzaba los ojos para ver a quiénes me refería, aunque
probablemente ya lo supiera por la entonación de mi voz, el más delgado y de aspecto más
juvenil, la miró. Durante una fracción de segundo se fijó en mi vecina, y después sus ojos
oscuros se posaron sobre los míos.
Él desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo, ruborizada de vergüenza. Su
rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si mi compañera hubiera
pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera
levantado los ojos en una involuntaria respuesta.
Avergonzada, la chica que estaba a mi lado se rió tontamente y fijó la vista en la mesa,
igual que yo.
—Son Harry y Niall Gallagher, y Kay y Louis Hale. La que se acaba de marchar
se llama Elizabeth Gallagher; todos viven con el doctor Gallagher y su esposa —me respondió con un
hilo de voz.
Miré de soslayo al chico guapo, que ahora contemplaba su bandeja mientras
desmigajaba una rosquilla con sus largos y níveos dedos. Movía la boca muy deprisa, sin abrir
apenas sus labios perfectos. Los otros tres continuaron con la mirada perdida, y, aun así, creí
que hablaba en voz baja con ellos.
¡Qué nombres tan raros y anticuados!, pensé. Era la clase de nombres que tenían
nuestros abuelos, pero tal vez estuvieran de moda aquí, quizá fueran los nombres propios de
un pueblo pequeño. Entonces recordé que mi nueva "amiga" se llamaba Eva, un nombre
perfectamente normal. Había dos chicas con ese nombre en mi clase de Historia en Phoenix.
—Son... guapos.
Me costó encontrar un término mesurado.
— ¡Ya te digo! —Eva asintió mientras soltaba otra risita tonta—. Pero están juntos.
Me refiero a Niall y Kay, y a Louis y Elizabeth, y viven juntos.
Su voz resonó con toda la conmoción y reprobación de un pueblo pequeño, pero, para
ser sincera, he de confesar que aquello daría pie a grandes cotilleos incluso en Phoenix.
— ¿Quiénes son los Gallagher? —pregunté—. No parecen parientes...
—Claro que no. El doctor Gallagher es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y
pocos. Todos son adoptados. Los Hale, los castaños de ojos azules, son hermanos gemelos, y los Gallagher son su
familia de acogida.
—Parecen un poco mayores para estar con una familia de acogida.
—Ahora sí, Louis y Kay tienen dieciocho años, pero han vivido con la señora
Gallagher desde los ocho. Es su tía o algo parecido.
—Es muy generoso por parte de los Gallagher cuidar de todos esos niños siendo tan
jóvenes.
—Supongo que sí —admitió Eva muy a su pesar. Me dio la impresión de que, por
algún motivo, el médico y su mujer no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección
a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos; luego, como si con eso disminuyera la bondad
del matrimonio, agregó—: Aunque tengo entendido que la señora Gallagher no puede tener hijos.
Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia
donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían
probado bocado.
— ¿Siempre han vivido en Forks? —pregunté. De ser así, seguro que los habría visto en
alguna de mis visitas durante las vacaciones de verano.
—No —dijo con una voz que daba a entender que tenía que ser obvio, incluso para una
recién llegada como yo—. Se mudaron aquí hace dos años, vinieron desde algún lugar de
Irlanda.
Experimenté una punzada de compasión y alivio. Compasión porque, a pesar de su
belleza, eran extranjeros y resultaba evidente que no se les admitía. Alivio por no ser la única
recién llegada y, desde luego, no la más interesante.
Uno de los Gallagher, el más joven, levantó la vista mientras yo los estudiaba y nuestras
miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad. Cuando desvié los
ojos, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.
— ¿Quién es el chico de pelo rizado? —pregunté.
Lo miré de refilón. Seguía observándome, pero no con la boca abierta, a diferencia del
resto de los estudiantes. Su rostro reflejó una ligera contrariedad. Volví a desviar la vista.
—Se llama Harry. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No
sale con nadie. Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa —dijo
con desdén, en una muestra clara de despecho. Me pregunté cuándo la habría rechazado.
Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Entonces lo miré de nuevo. Había vuelto el
rostro, pero me pareció ver estirada la piel de sus mejillas, como si también estuviera
sonriendo.
Los cuatro abandonaron la mesa al mismo tiempo, escasos minutos después. Todos se
movían con mucha elegancia. Me desconcertó verlos. El que respondía al
nombre de Harry no me miró de nuevo.
Permanecí en la mesa con Eva y sus amigas más tiempo del que me hubiera quedado
de haber estado sola. No quería llegar tarde a mis clases el primer día. Una de mis nuevas
amigas, que tuvo la consideración de recordarme que se llamaba Perrie, o simplemente Luc, tenía, como yo, clase
de segundo de Biología a la hora siguiente. Nos dirigimos juntas al aula en silencio. Era muy delgada y parecía ser también
tímida.
- :
Aquí el capítulo tres :P La verdad, creo que es el más corto (? No sé por qué... bueno.
Espero que os guste, porque es el que más me ha costado cambiar, ha sido completamente liante :x Pero ya está! Espero vuestros comentarios :3 Y, quereis maratón? Por que yo sí ^^
Última edición por It's Lauren el Mar 09 Abr 2013, 11:12 am, editado 1 vez
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Ay mai!
Menudos capítulos :3 Me encantan.
Me da igual que sean adaptados del libro, te mereces el mérito por leer y escribir, además de que se lo complicado que es tener que cambiar los nombres y ese rollo.
Y he aparecido! Viva!! Kay ha aparecido, ziii!
Y soy la hermana gemela de Louis! Y la pareja de Niall! Doble golpe!
Síguela, más te vale o te mataré (?) Y quiero maratón! PARTY HARD
Menudos capítulos :3 Me encantan.
Me da igual que sean adaptados del libro, te mereces el mérito por leer y escribir, además de que se lo complicado que es tener que cambiar los nombres y ese rollo.
Y he aparecido! Viva!! Kay ha aparecido, ziii!
Y soy la hermana gemela de Louis! Y la pareja de Niall! Doble golpe!
Síguela, más te vale o te mataré (?) Y quiero maratón! PARTY HARD
Blueberry.
Re: Colmillos |Harry Styles|
Blueberry. escribió:Ay mai!
Menudos capítulos :3 Me encantan.
Me da igual que sean adaptados del libro, te mereces el mérito por leer y escribir, además de que se lo complicado que es tener que cambiar los nombres y ese rollo.
Y he aparecido! Viva!! Kay ha aparecido, ziii!
Y soy la hermana gemela de Louis! Y la pareja de Niall! Doble golpe!
Síguela, más te vale o te mataré (?) Y quiero maratón! PARTY HARD
Me alegro de que te gusten, y gracias por ese merito :P
La verdad es que menuda suerte, hermana de Boobear y la chica de Nialler! :o
Ah, bueno, yo soy la chica de Harry, el supersexyvampiroadolescente !
No me mates! Cuando tenga los comentarios de las demás sensis lectoras la sigo, y haré... super maratón! :hug:
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
Hola :omg:
Mi nombre es Renée, llamame Nessie... no en serio, hazlo :suspect:
Me encanta la novela, aunque sea la adaptación del libro :3
Y debe ser dificil, digo yo (?
Pero eso no es lo que cuenta! Lo que cuenta es que me encanta! Y quiero que la sigas... y con un largo maratón
xx
Mi nombre es Renée, llamame Nessie... no en serio, hazlo :suspect:
Me encanta la novela, aunque sea la adaptación del libro :3
Y debe ser dificil, digo yo (?
Pero eso no es lo que cuenta! Lo que cuenta es que me encanta! Y quiero que la sigas... y con un largo maratón
xx
•Nessie•
Re: Colmillos |Harry Styles|
HYEHYEHYEHYEHY YA VOLVIIII, Eso sonó macabro, lo se.
Me han llamado lesviana por una red social....grrrrr, malas personas las de este mundo irracional.
Bueno, ahora voy con mis críticas.
TE VIOLARE COMO NO LA SIGAS YA DE YAAAAAA.
te quiero amor.
-Luc.
Me han llamado lesviana por una red social....grrrrr, malas personas las de este mundo irracional.
Bueno, ahora voy con mis críticas.
TE VIOLARE COMO NO LA SIGAS YA DE YAAAAAA.
te quiero amor.
-Luc.
Ledger.
Re: Colmillos |Harry Styles|
MiniHazzaLouis escribió:HYEHYEHYEHYEHY YA VOLVIIII, Eso sonó macabro, lo se.
Me han llamado lesviana por una red social....grrrrr, malas personas las de este mundo irracional.
Bueno, ahora voy con mis críticas.
TE VIOLARE COMO NO LA SIGAS YA DE YAAAAAA.
te quiero amor.
-Luc.
Oh! Lo que te llamaron... Te dejo que vayas a matarlos, sonemos macabras!!
:maloso:
Ya la sigo! No me violes :O Te estaré vigilando :observo:
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
4
Harry Gallagher
Nada más entrar en clase, Luc fue a sentarse a una mesa con dos sillas y un tablero
de laboratorio con la parte superior de color negro, exactamente igual a las de Phoenix. Ya
compartía la mesa con otro estudiante. De hecho, todas las mesas estaban ocupadas, salvo
una. Reconocí a Harry Gallagher, que estaba sentado cerca del pasillo central junto a la única
silla vacante, por lo poco común de su cabello.
Lo miré de forma furtiva mientras avanzaba por el pasillo para presentarme al profesor
y que éste me firmara el comprobante de asistencia. Entonces, justo cuando yo pasaba, se
puso rígido en la silla. Volvió a mirarme fijamente y nuestras miradas se encontraron. La
expresión de su rostro era de lo más extraña, hostil, airada. Pasmada, aparté la vista y me
sonrojé otra vez. Tropecé con un libro que había en el suelo y me tuve que aferrar al borde de
una mesa. La chica que se sentaba allí soltó una risita.
Me había dado cuenta de que Harry tenía los ojos negros, negros como carbón.
El señor Banner me firmó el comprobante y me entregó un libro, ahorrándose toda esa
tontería de la presentación. Supe que íbamos a caernos bien. Por supuesto, no le quedaba otro
remedio que mandarme a la única silla vacante en el centro del aula. Mantuve la mirada fija
en el suelo mientras iba a sentarme junto a él, ya que la hostilidad de su mirada aún me tenía
aturdida.
No alcé la vista cuando deposité el libro sobre la mesa y me senté, pero lo vi cambiar de
postura al mirar de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla.
Apartó el rostro como si algo apestara. Olí mi pelo con disimulo. Olía a fresas, el aroma de mi
champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi pelo sobre el hombro
derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención al profesor.
Por desgracia, la clase versó sobre la anatomía celular, un tema que ya había estudiado.
De todos modos, tomé apuntes con cuidado, sin apartar la vista del cuaderno.
No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo al extraño
chico que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada —sentado al borde de la
silla, lo más lejos posible de mí— durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un
puño, descansaba sobre el muslo. Se había arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de
su piel clara podía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso. No era de
complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.
La lección parecía prolongarse mucho más que las otras. ¿Se debía a que las clases
estaban a punto de acabar o porque estaba esperando a que abriera el puño que cerraba con
tanta fuerza? No lo abrió. Continuó sentado, tan inmóvil que parecía no respirar.
¿Qué le pasaba? ¿Se comportaba de esa forma habitualmente? Cuestioné mi opinión
sobre la opinión de Eva durante el almuerzo. Quizá no era tan resentida como había
pensado.
No podía tener nada que ver conmigo. Él no me conocía de nada.
Me atreví a mirarle a hurtadillas una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez
con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia. Mientras me apartaba de él, cruzó por mi
mente una frase: «Si las miradas matasen...».
El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Harry Gallagher abandonó su
asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí —era mucho más alto de lo que pensaba— y
cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.
Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era
realmente mezquino. No había derecho. Empecé a recoger los bártulos muy despacio mientras
intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de
lágrimas. Solía llorar cuando me enfadaba, una costumbre humillante...
—Eres Rebeca Swan, ¿no? —me preguntó una voz masculina.
Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro maduro y el pelo negro en
punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no
parecía creer que yo oliera mal.
—Beca —le corregí, con una sonrisa.
—Me llamo Zayn.
—Hola, Zayn.
— ¿Necesitas que te ayude a encontrar la siguiente clase?
—Voy al gimnasio, y creo que lo puedo encontrar.
—Es también mi siguiente clase.
Parecía emocionado, aunque no era una gran coincidencia en una escuela tan pequeña.
Fuimos juntos. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo
cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me
sentía ante la ausencia del sol. Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel
día.
Pero cuando íbamos a entrar al gimnasio me preguntó:
—Oye, ¿le clavaste un lápiz a Harry Gallagher, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.
Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al
parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Harry Gallagher. Decidí hacerme la tonta.
— ¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en Biología?- pregunté sin malicia.
—Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido.
—No lo sé —le respondí—. No he hablado con él.
—Es un tipo raro —Zayn se demoró a mi lado en lugar de dirigirse al vestuario—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.
Le sonreí antes de cruzar la puerta del vestuario de las chicas. Era amable y estaba
claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.
El entrenador Clapp, el profesor de Educación física, me consiguió un uniforme, pero
no me obligó a vestirlo para la clase de aquel día. En Phoenix, sólo teníamos que asistir dos
años a Educación física. Aquí era una asignatura obligatoria los cuatro años. Forks era mi
infierno personal en la tierra en el más literal de los sentidos.
Contemplé los cuatro partidillos de voleibol que se jugaban de forma simultánea. Me
dieron náuseas al verlos y recordar los muchos golpes que había dado, y recibido, cuando
jugaba al voleibol.
Al fin sonó la campana que indicaba el final de las clases. Me dirigí lentamente a la
oficina para entregar el comprobante con las firmas. Había dejado de llover, pero el viento era
más frío y soplaba con fuerza. Me envolví con mis propios brazos para protegerme.
Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. Harry
Gallagher se encontraba de pie, enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado
pelo castaño rizado . Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo,
a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.
Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de
Biología de la sexta hora a otra hora, a cualquier otra.
No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había
sucedido antes de que yo entrara en el laboratorio de Biología. La causa de su aspecto
contrariado debía de ser otro lío totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido
sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.
La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los
papeles que había sobre la mesa y me alborotó los cabellos sobre la cara. La recién llegada se
limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero
Harry Gallagher se envaró y se giró —su agraciado rostro parecía ridículo— para
traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un
estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos. La mirada no
duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró
hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:
—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.
Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.
Me dirigí con timidez hacia el escritorio —por una vez con el rostro lívido en lugar de
colorado— y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.
— ¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de de forma maternal.
—Bien —mentí con voz débil.
No pareció muy convencida.
de laboratorio con la parte superior de color negro, exactamente igual a las de Phoenix. Ya
compartía la mesa con otro estudiante. De hecho, todas las mesas estaban ocupadas, salvo
una. Reconocí a Harry Gallagher, que estaba sentado cerca del pasillo central junto a la única
silla vacante, por lo poco común de su cabello.
Lo miré de forma furtiva mientras avanzaba por el pasillo para presentarme al profesor
y que éste me firmara el comprobante de asistencia. Entonces, justo cuando yo pasaba, se
puso rígido en la silla. Volvió a mirarme fijamente y nuestras miradas se encontraron. La
expresión de su rostro era de lo más extraña, hostil, airada. Pasmada, aparté la vista y me
sonrojé otra vez. Tropecé con un libro que había en el suelo y me tuve que aferrar al borde de
una mesa. La chica que se sentaba allí soltó una risita.
Me había dado cuenta de que Harry tenía los ojos negros, negros como carbón.
El señor Banner me firmó el comprobante y me entregó un libro, ahorrándose toda esa
tontería de la presentación. Supe que íbamos a caernos bien. Por supuesto, no le quedaba otro
remedio que mandarme a la única silla vacante en el centro del aula. Mantuve la mirada fija
en el suelo mientras iba a sentarme junto a él, ya que la hostilidad de su mirada aún me tenía
aturdida.
No alcé la vista cuando deposité el libro sobre la mesa y me senté, pero lo vi cambiar de
postura al mirar de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla.
Apartó el rostro como si algo apestara. Olí mi pelo con disimulo. Olía a fresas, el aroma de mi
champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi pelo sobre el hombro
derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención al profesor.
Por desgracia, la clase versó sobre la anatomía celular, un tema que ya había estudiado.
De todos modos, tomé apuntes con cuidado, sin apartar la vista del cuaderno.
No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo al extraño
chico que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada —sentado al borde de la
silla, lo más lejos posible de mí— durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un
puño, descansaba sobre el muslo. Se había arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de
su piel clara podía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso. No era de
complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.
La lección parecía prolongarse mucho más que las otras. ¿Se debía a que las clases
estaban a punto de acabar o porque estaba esperando a que abriera el puño que cerraba con
tanta fuerza? No lo abrió. Continuó sentado, tan inmóvil que parecía no respirar.
¿Qué le pasaba? ¿Se comportaba de esa forma habitualmente? Cuestioné mi opinión
sobre la opinión de Eva durante el almuerzo. Quizá no era tan resentida como había
pensado.
No podía tener nada que ver conmigo. Él no me conocía de nada.
Me atreví a mirarle a hurtadillas una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez
con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia. Mientras me apartaba de él, cruzó por mi
mente una frase: «Si las miradas matasen...».
El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Harry Gallagher abandonó su
asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí —era mucho más alto de lo que pensaba— y
cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.
Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era
realmente mezquino. No había derecho. Empecé a recoger los bártulos muy despacio mientras
intentaba reprimir la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de
lágrimas. Solía llorar cuando me enfadaba, una costumbre humillante...
—Eres Rebeca Swan, ¿no? —me preguntó una voz masculina.
Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro maduro y el pelo negro en
punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no
parecía creer que yo oliera mal.
—Beca —le corregí, con una sonrisa.
—Me llamo Zayn.
—Hola, Zayn.
— ¿Necesitas que te ayude a encontrar la siguiente clase?
—Voy al gimnasio, y creo que lo puedo encontrar.
—Es también mi siguiente clase.
Parecía emocionado, aunque no era una gran coincidencia en una escuela tan pequeña.
Fuimos juntos. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo
cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me
sentía ante la ausencia del sol. Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel
día.
Pero cuando íbamos a entrar al gimnasio me preguntó:
—Oye, ¿le clavaste un lápiz a Harry Gallagher, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.
Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al
parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Harry Gallagher. Decidí hacerme la tonta.
— ¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en Biología?- pregunté sin malicia.
—Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido.
—No lo sé —le respondí—. No he hablado con él.
—Es un tipo raro —Zayn se demoró a mi lado en lugar de dirigirse al vestuario—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.
Le sonreí antes de cruzar la puerta del vestuario de las chicas. Era amable y estaba
claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.
El entrenador Clapp, el profesor de Educación física, me consiguió un uniforme, pero
no me obligó a vestirlo para la clase de aquel día. En Phoenix, sólo teníamos que asistir dos
años a Educación física. Aquí era una asignatura obligatoria los cuatro años. Forks era mi
infierno personal en la tierra en el más literal de los sentidos.
Contemplé los cuatro partidillos de voleibol que se jugaban de forma simultánea. Me
dieron náuseas al verlos y recordar los muchos golpes que había dado, y recibido, cuando
jugaba al voleibol.
Al fin sonó la campana que indicaba el final de las clases. Me dirigí lentamente a la
oficina para entregar el comprobante con las firmas. Había dejado de llover, pero el viento era
más frío y soplaba con fuerza. Me envolví con mis propios brazos para protegerme.
Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. Harry
Gallagher se encontraba de pie, enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado
pelo castaño rizado . Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo,
a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.
Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de
Biología de la sexta hora a otra hora, a cualquier otra.
No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había
sucedido antes de que yo entrara en el laboratorio de Biología. La causa de su aspecto
contrariado debía de ser otro lío totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido
sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.
La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los
papeles que había sobre la mesa y me alborotó los cabellos sobre la cara. La recién llegada se
limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero
Harry Gallagher se envaró y se giró —su agraciado rostro parecía ridículo— para
traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un
estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos. La mirada no
duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró
hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:
—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.
Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.
Me dirigí con timidez hacia el escritorio —por una vez con el rostro lívido en lugar de
colorado— y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.
— ¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de de forma maternal.
—Bien —mentí con voz débil.
No pareció muy convencida.
- +:
Ahí tenéis el capítulo 4 :P
Espero que os guste. Y si hay lectoras fantasmas, por favor, apareced, porque sino me parece que no hay nadie que lea la novela :(
Hoy subo este capítulo solo (aunque a lo mejor subo luego otro) Y mañana subiré la maratón :D
It's Lauren
Re: Colmillos |Harry Styles|
•Nessie• escribió:Hola :omg:
Mi nombre es Renée, llamame Nessie... no en serio, hazlo :suspect:
Me encanta la novela, aunque sea la adaptación del libro :3
Y debe ser dificil, digo yo (?
Pero eso no es lo que cuenta! Lo que cuenta es que me encanta! Y quiero que la sigas... y con un largo maratón
xx
Bienvenida Nessie !
El mismo apodo que el de Reneesme Cullen Como mola!
Gracias por leer :3
Ahí tienes un capítulo nuevo...
It's Lauren
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