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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
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El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
O W N :: Archivos :: Novelas Abandonadas
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Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
Me encanta qe te guste la nove ya la sigo (es adaptada yo solo cambio algunas cosa) lo siento si te desepcione :(.martika1D escribió:siguela!!! me gusta mucho la novela y aparte escribes muy bien!!!!
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
CAPITULO DOS parte 2
A _____no la había sorprendido que los
Maybrick hubieran decidido casarla. Creían que no le quedaba otra alternativa.
Pero, en lugar de buscar el anillo perdido, preparó febrilmente una bolsa de
viaje y la lanzó al jardín. No era especialmente ágil, pero el pánico le dio la
fuerza necesaria para huir por la ventana del primer piso, desde donde bajó por
un canalón. Cruzó corriendo el jardín y la verja y, gracias a la suerte, consiguió detener un coche de punto.
Ahora, mientras esperaba a su futuro esposo, pensó con satisfacción taciturna que probablemente no volvería a ver nunca a Eustace. A medida que su volumen aumentaba, limitaba cada vez más sus
actividades a la casa de los Maybrick, y no solía dejarse ver en sociedad. Daba igual cómo salieran las cosas, ella jamás iba a arrepentirse de haber escapado al horrible destino de convertirse en su esposa. No era seguro que Eustace hubiera intentado acostarse con ella ya que no parecía poseer suficiente «espíritu carnal», eufemismo con que se designaba el instinto sexual. Dedicaba toda su pasión a la comida y los licores. Lord St.Horan, en cambio, había seducido, comprometido y deshonrado a innumerables mujeres. Aunque parecía que a muchas eso les resultaba atractivo, _____ no figuraba entre ellas. No obstante, después de la boda, nadie podría objetar que el matrimonio no se había consumado completamente según mandaba la ley.
Al pensarlo, se le hizo un nudo en el estómago. Había soñado que se casaría con un hombre sensible, acaso un poco aniñado, que nunca se burlaría de su tartamudez y sería cariñoso y tierno.
Niall, lord St.Horan, era la antítesis de su amor soñado. No tenía nada de amable o sensible, y mucho menos de aniñado.
Era un depredador al que, sin duda, le gustaba juguetear con su presa antes de matarla. Con la mirada puesta en el sillón que el había ocupado, pensó en el aspecto de St. Horan a la luz de la chimenea. Alto y delgado, con un cuerpo que era la percha perfecta para la ropa elegantemente sencilla que complementaba su atractivo leonado. Pelo del dorado viejo de un icono medieval, abundante, salpicado de mechones Café pálido. Ojos que brillaban, y que no reflejaban ninguna emoción cuando sonreía. Sin embargo, su sonrisa bastaba para dejar a una mujer sin aliento. Boca sensual y cínica; dientes blancos destellantes... Oh, St. Horan era deslumbrante. Y él lo sabía.
Pero, por extraño que pareciera, _____ no le temía. St. Horan era demasiado inteligente para usar la violencia física cuando unas pocas palabras bien elegidas fulminarían a alguien con un mínimo alboroto. _____ temía más la brutalidad simplona del tío Peregrine, por no mencionar las manos despiadadas de la tía Florence, a quien le gustaba dar bofetadas y pellizcos.
Nunca más, se juró _____ mientras se frotaba distraídamente las manchas del vestido, donde la suciedad del canalón le había dejado unas rayas
negras. Le apetecía ponerse el vestido limpio que había metido en la bolsa de viaje. Sin embargo, como los rigores del viaje le ensuciarían y arrugarían
cualquier cosa que llevara puesta, prefirió no cambiarse.
Un ruido en la puerta. Alzó los ojos y vio a una criada regordeta, que le preguntó con timidez si quería refrescarse. Pensó con tristeza que la chica parecía acostumbrada a la presencia de mujeres solas en la casa, y dejó que la llevara hasta una pequeña habitación en el piso de arriba. El cuarto, como el resto de la casa, estaba muy bien amueblado y arreglado. El empapelado, de colores vivos, tenía un dibujo de aves y pagodas chinas. En una antecámara anexa había un lavabo con grifos de agua corriente con llaves en forma de delfines, y una puerta que daba a un retrete.
Tras hacer sus necesidades, se lavó las
manos y la cara, y bebió agua en un vaso de plata. Fue a la habitación en busca de un peine o un cepillo. Al no encontrar ninguno, se arregló el moño con las manos.
No oyó nada que la advirtiera de la presencia de alguien pero, de golpe, supo que no estaba sola. Se volvió con un respingo nervioso. St. Horan estaba allí de pie, en una postura relajada y mirándola con la cabeza levemente ladeada. _____ sintió una sensación extraña: un calor suave, como la luz que atraviesa el agua, y de repente se sintió desfallecer. Estaba muy cansada y pensar en todo lo que le esperaba —el viaje a Escocia, la boda apresurada, la consumación posterior— era agotador. Se
enderezó y dio un paso pero, al hacerlo, una lluvia de estrellitas le nubló la vista. Se detuvo y se tambaleó.
Sacudió la cabeza para despejarse y advirtió que St. Horan estaba a su lado, sujetándola por los codos. Era la primera vez que lo tenía tan cerca y su aroma y su contacto le impregnaron los sentidos:
una suave fragancia de colonia cara y la piel limpia cubierta por prendas de lino y lana fina. Irradiaba salud y virilidad. Sin duda, era un hombre atractivo y pulcro que sabía cuidar de sí mismo. _____ parpadeó y se percató de que era mucho más alto de lo que parecía. Le sorprendió ver su corpulencia,
algo que de lejos no se apreciaba.
— ¿Cuándo comió por última vez? —preguntó
él.
—Ayer por la ma... mañana...., creo...
—No me diga que su familia también la mataba
de hambre —comentó arqueando las cejas, antes de resoplar cuando ella asintió—.
Esto suena cada vez más melodramático. Pediré a la cocinera que prepare unos emparedados. Cójase de mi brazo y la ayudaré a bajar.
—No ne…necesito ayuda, gra... gracias.
—Cójase del brazo —repitió él con una voz
agradable pero firme—. No quiero que se caiga y se rompa la crisma antes de llegar siquiera al carruaje. No se encuentran herederas disponibles así como así. Me costaría mucho encontrar una sustituta.
_____ debía de estar más mareada de lo que
creía, porque cuando se dirigieron hacia la escalera se alegró de contar con su apoyo. En algún momento del trayecto, St. Hora le deslizó un brazo por la espalda y le tomó la mano libre para guiarla con cuidado peldaños abajo. Tenía unas leves magulladuras en los nudillos, recuerdo de la pelea con lord Harold.
_____ se estremeció al pensar en el penoso desempeño que tendría ese aristócrata
consentido en una pelea cuerpo a cuerpo con el descomunal tío Peregrine, y deseó estar ya en Gretna Green.
St .Payne, que notó su temblor, la sujetó con más fuerza al llegar al último peldaño.
— ¿Tiene frío? —preguntó—. ¿O son nervios?
—Qui... quiero irme de Londres antes de que
mis parientes me encuentren.
— ¿Tienen algún motivo para sospechar que ha
venido a mi casa?
—Oh, no —aseguró ella—. Na... nadie concebiría que pueda estar tan loca.
Si la cabeza no le diese ya vueltas, la deslumbrante sonrisa de St. Horan le habría provocado ese efecto.
—Afortunadamente tengo una vanidad muy
elevada. Sus pullas no me afectan. —Seguramente hay muchas mujeres que le
alimentan la va... vanidad. No necesita ninguna más.
—Siempre necesito una más. Ése es mi problema.
La llevó a la biblioteca, donde la dejó sentada ante la chimenea unos minutos. Cuando se había adormilado, St. Horan regresó listo para partir. Aún aturdida, fue con él hacia un reluciente carruaje negro estacionado delante de la casa, y St. Horan la introdujo en el vehículo. La tapicería de terciopelo crema, muy poco práctica pero magnífica, brillaba a la tenue luz de una pequeña lámpara en el interior del coche. _____ sintió una extraña sensación de bienestar al recostarse en un cojín ribeteado de seda. La familia de su madre vivía según unas normas estrictas que regían el buen gusto, y no les gustaba nada que oliera a exceso. Pensó que para St. Horan, en cambio, el exceso era habitual, en especial el relativo a la comodidad corporal.
En el suelo había una cesta hecha con cintas de piel trenzadas. Contenía varios emparedados de pan blanco con lonchas de embutido y queso envueltos en servilletas. El aroma de carne ahumada le despertó un hambre voraz, y se comió dos emparedados con tanta rapidez que casi se atragantó.
St. Horan se había sentado frente a ella. Esbozó una leve sonrisa al verla comer con avidez.
— ¿Mejor ahora?
—Sí, gracias.
El abrió la puerta de un compartimiento montado hábilmente en el tabique interior de la cabina y extrajo una copa de cristal y una botella de vino blanco. Llenó la copa y se la dio. Tras un sorbo
prudente, _____ se la acabó con rapidez. A las jóvenes no se les permitía tomar vino solo; solían rebajárselo con agua. St. Horan volvió a llenársela. El carruaje avanzaba ahora con un ligero balanceo, y los dientes de _____ golpearon ligeramente el borde de la copa. Temerosa de derramar el vino en el terciopelo crema, se acabó la copa de un trago. St. Horan soltó una carcajada.
—Bebe despacio, cariño. Nos espera un largo
viaje. —Se reclinó en los cojines con el aspecto de un pachá ocioso sacado de las novelas tórridas que tanto gustaban a Loa Bowman—. Dígame, ¿qué habría hecho si no hubiera aceptado su propuesta? ¿Adonde habría ido?
—Supongo que habría ido a ca... casa de
Anna y del señor Horan. No habría podido recurrir a Luci y lord Harold, ya que estaban de luna de miel. Y habría sido inútil dirigirse a los Bowman.
Aunque Loa habría terciado vehementemente en su favor, sus padres no habrían querido tener nada que ver con aquello.
— ¿Por qué no fue ésa su primera opción?
—Habría sido difícil para los Hunt impedir que mis tíos me llevaran de vuelta —explicó _____, ceñuda—. Estaré más se... segura siendo su esposa que como invitada en casa de alguien. —El vino la había mareado un poco, y se hundió más en el asiento.
St. Horan la miró pensativamente antes de
inclinarse para quitarle los zapatos.
—Estará más cómoda sin ellos —aseguró—. Por el amor de Dios, no tenga miedo. No voy a abusar de usted en el carruaje. —Le desabrochó los cordones y añadió en tono suave—: Y si lo hiciera, no importaría demasiado, ya que vamos a casarnos.
Ella apartó de golpe el pie y él, con una sonrisa, alargó la mano hacia el otro. Mientras dejaba que le quitara el zapato, _____ se obligó a relajarse, aunque el roce de aquellos dedos en su tobillo a través de la media le provocaba un extraño escalofrío.
—Debería aflojarse las cintas del corsé
—aconsejó él—. Así el viaje le resultará más agradable.
—No llevo co... corsé —respondió _____ sin mirarlo.
— ¿No? Vaya, vaya —comentó St. Payne a la vez
que le repasaba el cuerpo con mirada experta—. ¡Una fulana muy bien proporcionada!
—No me gusta esa palabra.
— ¿Fulana? Perdone... Es la fuerza de la
costumbre. Siempre trato a las damas como fulanas y a las fulanas como damas.
— ¿Y le da buen resultado esa táctica?
—Ya lo creo —respondió él con una arrogancia
tan alegre que _____ no pudo evitar sonreír.
—Es usted te... terrible.
—Cierto. Pero es un hecho conocido que la gente terrible suele terminar mucho mejor de lo que se merece. Mientras que la buena, como usted... —Hizo un gesto dando a entender que su situación actual
era un ejemplo perfecto de ello.
—Puede que no sea tan bu... buena como usted
cree.
—La esperanza es lo último que se pierde. —Entornó los ojos, pensativo. _____ observó que tenía las pestañas, larguísimas para un hombre, un poco más oscuras que el pelo. A pesar de su corpulencia y su anchura de hombros, tenía un aire felino. Era como un tigre perezoso que a la primera podía resultar mortífero—. ¿Qué enfermedad padece su padre? He oído rumores, pero nada seguro.
—Tisis —murmuró _____—. Se la diagnosticaron hace seis meses y no lo he visto desde entonces. Es el ti... tiempo más largo que he estado sin visitarlo. Los Maybrick me lo prohibieron. Quieren que haga como que no existe.
—Me gustaría saber por qué —murmuró St. Horan
con ironía, y cruzó las piernas—. Así que no lo ve asiduamente. Entonces ¿por qué estas ganas repentinas de revolotear sobre su lecho de muerte? ¿Para asegurarse un lugar privilegiado en su testamento?
Sin tener en cuenta la maliciosa insinuación, _____ reflexionó y respondió con frialdad:
—Cuando era pequeña, me dejaban verlo una
vez al mes. Entonces estábamos unidos. Era, y es, el único hombre que se ha preocupado por mí. Le quiero. Y no deseo que muera solo. Puede bu... burlarse de mí si eso le divierte. Me da igual. Su opinión no significa nada para mí.
—Tranquila, encanto. —Su voz reflejó cierta
diversión—. Detecto indicios de un carácter sin duda heredado de su padre. He visto cómo le brillan los ojos cuando pierde los estribos por alguna
insignificancia.
— ¿Co... conoce a mi padre? —preguntó
sorprendida.
—Claro. Todos los hombres amantes del placer
han estado alguna vez en el Jenner's. Su padre es un buen tipo, aunque tan explosivo como un polvorín. Por cierto, ¿cómo diablos se casó una Maybrick con un don nadie?
—Entre otras cosas, mi madre debió de
considerarlo un medio para escapar de su familia.
—Lo mismo que en nuestro caso. Existe cierta
simetría, ¿no?
—Espero que la si... simetría termine ahí.
Porque me concibieron poco después de casarse y mi madre murió en el parto.
—No la dejaré embarazada si no quiere
—comentó él con desfachatez—. Es bastante fácil evitarlo: fundas, esponjas, irrigaciones, además de esos espléndidos dispositivos plateados que... —Se
detuvo al ver su expresión y soltó una carcajada—. Dios mío, ha abierto unos ojos como platos. ¿La he alarmado? No me diga que sus amigas casadas no le han hablado de estas cosas.
_____ meneó la cabeza. Aunque Anna Payne
a veces se mostraba dispuesta a explicar algunos de los misterios de la vida conyugal, jamás había mencionado dispositivos para evitar el embarazo.
—Dudo que ellas los conozcan —dijo, y él rió
de nuevo.
—Estaré encantado de ilustrarla cuando
lleguemos a Escocia. —St. Horan esbozó una sonrisa que a las hermanas Bowman les habría resultado encantadora, aunque no habrían advertido el brillo calculador de los ojos—. ¿Ha pensado que quizá disfrute lo suficiente de nuestra consumación como para desear repetir, cielo?
Con qué facilidad pronunciaba palabras cariñosas.
—No —contestó _____—. Eso no pasará.
—Mmm... —murmuró él con un sonido parecido
al ronroneo de un gato—. Me gustan los retos.
—Pu... puede que me guste acostarme con usted —aclaró _____ mirándolo a los ojos, a pesar de que sostenerle la mirada la hizo sonrojar—. Espero que así sea. Pero no cambiaré de parecer. Porque sé
cómo es usted y de lo que es capaz.
—Todavía no ha visto lo peor, encanto —repuso él casi con ternura.
A _____no la había sorprendido que los
Maybrick hubieran decidido casarla. Creían que no le quedaba otra alternativa.
Pero, en lugar de buscar el anillo perdido, preparó febrilmente una bolsa de
viaje y la lanzó al jardín. No era especialmente ágil, pero el pánico le dio la
fuerza necesaria para huir por la ventana del primer piso, desde donde bajó por
un canalón. Cruzó corriendo el jardín y la verja y, gracias a la suerte, consiguió detener un coche de punto.
Ahora, mientras esperaba a su futuro esposo, pensó con satisfacción taciturna que probablemente no volvería a ver nunca a Eustace. A medida que su volumen aumentaba, limitaba cada vez más sus
actividades a la casa de los Maybrick, y no solía dejarse ver en sociedad. Daba igual cómo salieran las cosas, ella jamás iba a arrepentirse de haber escapado al horrible destino de convertirse en su esposa. No era seguro que Eustace hubiera intentado acostarse con ella ya que no parecía poseer suficiente «espíritu carnal», eufemismo con que se designaba el instinto sexual. Dedicaba toda su pasión a la comida y los licores. Lord St.Horan, en cambio, había seducido, comprometido y deshonrado a innumerables mujeres. Aunque parecía que a muchas eso les resultaba atractivo, _____ no figuraba entre ellas. No obstante, después de la boda, nadie podría objetar que el matrimonio no se había consumado completamente según mandaba la ley.
Al pensarlo, se le hizo un nudo en el estómago. Había soñado que se casaría con un hombre sensible, acaso un poco aniñado, que nunca se burlaría de su tartamudez y sería cariñoso y tierno.
Niall, lord St.Horan, era la antítesis de su amor soñado. No tenía nada de amable o sensible, y mucho menos de aniñado.
Era un depredador al que, sin duda, le gustaba juguetear con su presa antes de matarla. Con la mirada puesta en el sillón que el había ocupado, pensó en el aspecto de St. Horan a la luz de la chimenea. Alto y delgado, con un cuerpo que era la percha perfecta para la ropa elegantemente sencilla que complementaba su atractivo leonado. Pelo del dorado viejo de un icono medieval, abundante, salpicado de mechones Café pálido. Ojos que brillaban, y que no reflejaban ninguna emoción cuando sonreía. Sin embargo, su sonrisa bastaba para dejar a una mujer sin aliento. Boca sensual y cínica; dientes blancos destellantes... Oh, St. Horan era deslumbrante. Y él lo sabía.
Pero, por extraño que pareciera, _____ no le temía. St. Horan era demasiado inteligente para usar la violencia física cuando unas pocas palabras bien elegidas fulminarían a alguien con un mínimo alboroto. _____ temía más la brutalidad simplona del tío Peregrine, por no mencionar las manos despiadadas de la tía Florence, a quien le gustaba dar bofetadas y pellizcos.
Nunca más, se juró _____ mientras se frotaba distraídamente las manchas del vestido, donde la suciedad del canalón le había dejado unas rayas
negras. Le apetecía ponerse el vestido limpio que había metido en la bolsa de viaje. Sin embargo, como los rigores del viaje le ensuciarían y arrugarían
cualquier cosa que llevara puesta, prefirió no cambiarse.
Un ruido en la puerta. Alzó los ojos y vio a una criada regordeta, que le preguntó con timidez si quería refrescarse. Pensó con tristeza que la chica parecía acostumbrada a la presencia de mujeres solas en la casa, y dejó que la llevara hasta una pequeña habitación en el piso de arriba. El cuarto, como el resto de la casa, estaba muy bien amueblado y arreglado. El empapelado, de colores vivos, tenía un dibujo de aves y pagodas chinas. En una antecámara anexa había un lavabo con grifos de agua corriente con llaves en forma de delfines, y una puerta que daba a un retrete.
Tras hacer sus necesidades, se lavó las
manos y la cara, y bebió agua en un vaso de plata. Fue a la habitación en busca de un peine o un cepillo. Al no encontrar ninguno, se arregló el moño con las manos.
No oyó nada que la advirtiera de la presencia de alguien pero, de golpe, supo que no estaba sola. Se volvió con un respingo nervioso. St. Horan estaba allí de pie, en una postura relajada y mirándola con la cabeza levemente ladeada. _____ sintió una sensación extraña: un calor suave, como la luz que atraviesa el agua, y de repente se sintió desfallecer. Estaba muy cansada y pensar en todo lo que le esperaba —el viaje a Escocia, la boda apresurada, la consumación posterior— era agotador. Se
enderezó y dio un paso pero, al hacerlo, una lluvia de estrellitas le nubló la vista. Se detuvo y se tambaleó.
Sacudió la cabeza para despejarse y advirtió que St. Horan estaba a su lado, sujetándola por los codos. Era la primera vez que lo tenía tan cerca y su aroma y su contacto le impregnaron los sentidos:
una suave fragancia de colonia cara y la piel limpia cubierta por prendas de lino y lana fina. Irradiaba salud y virilidad. Sin duda, era un hombre atractivo y pulcro que sabía cuidar de sí mismo. _____ parpadeó y se percató de que era mucho más alto de lo que parecía. Le sorprendió ver su corpulencia,
algo que de lejos no se apreciaba.
— ¿Cuándo comió por última vez? —preguntó
él.
—Ayer por la ma... mañana...., creo...
—No me diga que su familia también la mataba
de hambre —comentó arqueando las cejas, antes de resoplar cuando ella asintió—.
Esto suena cada vez más melodramático. Pediré a la cocinera que prepare unos emparedados. Cójase de mi brazo y la ayudaré a bajar.
—No ne…necesito ayuda, gra... gracias.
—Cójase del brazo —repitió él con una voz
agradable pero firme—. No quiero que se caiga y se rompa la crisma antes de llegar siquiera al carruaje. No se encuentran herederas disponibles así como así. Me costaría mucho encontrar una sustituta.
_____ debía de estar más mareada de lo que
creía, porque cuando se dirigieron hacia la escalera se alegró de contar con su apoyo. En algún momento del trayecto, St. Hora le deslizó un brazo por la espalda y le tomó la mano libre para guiarla con cuidado peldaños abajo. Tenía unas leves magulladuras en los nudillos, recuerdo de la pelea con lord Harold.
_____ se estremeció al pensar en el penoso desempeño que tendría ese aristócrata
consentido en una pelea cuerpo a cuerpo con el descomunal tío Peregrine, y deseó estar ya en Gretna Green.
St .Payne, que notó su temblor, la sujetó con más fuerza al llegar al último peldaño.
— ¿Tiene frío? —preguntó—. ¿O son nervios?
—Qui... quiero irme de Londres antes de que
mis parientes me encuentren.
— ¿Tienen algún motivo para sospechar que ha
venido a mi casa?
—Oh, no —aseguró ella—. Na... nadie concebiría que pueda estar tan loca.
Si la cabeza no le diese ya vueltas, la deslumbrante sonrisa de St. Horan le habría provocado ese efecto.
—Afortunadamente tengo una vanidad muy
elevada. Sus pullas no me afectan. —Seguramente hay muchas mujeres que le
alimentan la va... vanidad. No necesita ninguna más.
—Siempre necesito una más. Ése es mi problema.
La llevó a la biblioteca, donde la dejó sentada ante la chimenea unos minutos. Cuando se había adormilado, St. Horan regresó listo para partir. Aún aturdida, fue con él hacia un reluciente carruaje negro estacionado delante de la casa, y St. Horan la introdujo en el vehículo. La tapicería de terciopelo crema, muy poco práctica pero magnífica, brillaba a la tenue luz de una pequeña lámpara en el interior del coche. _____ sintió una extraña sensación de bienestar al recostarse en un cojín ribeteado de seda. La familia de su madre vivía según unas normas estrictas que regían el buen gusto, y no les gustaba nada que oliera a exceso. Pensó que para St. Horan, en cambio, el exceso era habitual, en especial el relativo a la comodidad corporal.
En el suelo había una cesta hecha con cintas de piel trenzadas. Contenía varios emparedados de pan blanco con lonchas de embutido y queso envueltos en servilletas. El aroma de carne ahumada le despertó un hambre voraz, y se comió dos emparedados con tanta rapidez que casi se atragantó.
St. Horan se había sentado frente a ella. Esbozó una leve sonrisa al verla comer con avidez.
— ¿Mejor ahora?
—Sí, gracias.
El abrió la puerta de un compartimiento montado hábilmente en el tabique interior de la cabina y extrajo una copa de cristal y una botella de vino blanco. Llenó la copa y se la dio. Tras un sorbo
prudente, _____ se la acabó con rapidez. A las jóvenes no se les permitía tomar vino solo; solían rebajárselo con agua. St. Horan volvió a llenársela. El carruaje avanzaba ahora con un ligero balanceo, y los dientes de _____ golpearon ligeramente el borde de la copa. Temerosa de derramar el vino en el terciopelo crema, se acabó la copa de un trago. St. Horan soltó una carcajada.
—Bebe despacio, cariño. Nos espera un largo
viaje. —Se reclinó en los cojines con el aspecto de un pachá ocioso sacado de las novelas tórridas que tanto gustaban a Loa Bowman—. Dígame, ¿qué habría hecho si no hubiera aceptado su propuesta? ¿Adonde habría ido?
—Supongo que habría ido a ca... casa de
Anna y del señor Horan. No habría podido recurrir a Luci y lord Harold, ya que estaban de luna de miel. Y habría sido inútil dirigirse a los Bowman.
Aunque Loa habría terciado vehementemente en su favor, sus padres no habrían querido tener nada que ver con aquello.
— ¿Por qué no fue ésa su primera opción?
—Habría sido difícil para los Hunt impedir que mis tíos me llevaran de vuelta —explicó _____, ceñuda—. Estaré más se... segura siendo su esposa que como invitada en casa de alguien. —El vino la había mareado un poco, y se hundió más en el asiento.
St. Horan la miró pensativamente antes de
inclinarse para quitarle los zapatos.
—Estará más cómoda sin ellos —aseguró—. Por el amor de Dios, no tenga miedo. No voy a abusar de usted en el carruaje. —Le desabrochó los cordones y añadió en tono suave—: Y si lo hiciera, no importaría demasiado, ya que vamos a casarnos.
Ella apartó de golpe el pie y él, con una sonrisa, alargó la mano hacia el otro. Mientras dejaba que le quitara el zapato, _____ se obligó a relajarse, aunque el roce de aquellos dedos en su tobillo a través de la media le provocaba un extraño escalofrío.
—Debería aflojarse las cintas del corsé
—aconsejó él—. Así el viaje le resultará más agradable.
—No llevo co... corsé —respondió _____ sin mirarlo.
— ¿No? Vaya, vaya —comentó St. Payne a la vez
que le repasaba el cuerpo con mirada experta—. ¡Una fulana muy bien proporcionada!
—No me gusta esa palabra.
— ¿Fulana? Perdone... Es la fuerza de la
costumbre. Siempre trato a las damas como fulanas y a las fulanas como damas.
— ¿Y le da buen resultado esa táctica?
—Ya lo creo —respondió él con una arrogancia
tan alegre que _____ no pudo evitar sonreír.
—Es usted te... terrible.
—Cierto. Pero es un hecho conocido que la gente terrible suele terminar mucho mejor de lo que se merece. Mientras que la buena, como usted... —Hizo un gesto dando a entender que su situación actual
era un ejemplo perfecto de ello.
—Puede que no sea tan bu... buena como usted
cree.
—La esperanza es lo último que se pierde. —Entornó los ojos, pensativo. _____ observó que tenía las pestañas, larguísimas para un hombre, un poco más oscuras que el pelo. A pesar de su corpulencia y su anchura de hombros, tenía un aire felino. Era como un tigre perezoso que a la primera podía resultar mortífero—. ¿Qué enfermedad padece su padre? He oído rumores, pero nada seguro.
—Tisis —murmuró _____—. Se la diagnosticaron hace seis meses y no lo he visto desde entonces. Es el ti... tiempo más largo que he estado sin visitarlo. Los Maybrick me lo prohibieron. Quieren que haga como que no existe.
—Me gustaría saber por qué —murmuró St. Horan
con ironía, y cruzó las piernas—. Así que no lo ve asiduamente. Entonces ¿por qué estas ganas repentinas de revolotear sobre su lecho de muerte? ¿Para asegurarse un lugar privilegiado en su testamento?
Sin tener en cuenta la maliciosa insinuación, _____ reflexionó y respondió con frialdad:
—Cuando era pequeña, me dejaban verlo una
vez al mes. Entonces estábamos unidos. Era, y es, el único hombre que se ha preocupado por mí. Le quiero. Y no deseo que muera solo. Puede bu... burlarse de mí si eso le divierte. Me da igual. Su opinión no significa nada para mí.
—Tranquila, encanto. —Su voz reflejó cierta
diversión—. Detecto indicios de un carácter sin duda heredado de su padre. He visto cómo le brillan los ojos cuando pierde los estribos por alguna
insignificancia.
— ¿Co... conoce a mi padre? —preguntó
sorprendida.
—Claro. Todos los hombres amantes del placer
han estado alguna vez en el Jenner's. Su padre es un buen tipo, aunque tan explosivo como un polvorín. Por cierto, ¿cómo diablos se casó una Maybrick con un don nadie?
—Entre otras cosas, mi madre debió de
considerarlo un medio para escapar de su familia.
—Lo mismo que en nuestro caso. Existe cierta
simetría, ¿no?
—Espero que la si... simetría termine ahí.
Porque me concibieron poco después de casarse y mi madre murió en el parto.
—No la dejaré embarazada si no quiere
—comentó él con desfachatez—. Es bastante fácil evitarlo: fundas, esponjas, irrigaciones, además de esos espléndidos dispositivos plateados que... —Se
detuvo al ver su expresión y soltó una carcajada—. Dios mío, ha abierto unos ojos como platos. ¿La he alarmado? No me diga que sus amigas casadas no le han hablado de estas cosas.
_____ meneó la cabeza. Aunque Anna Payne
a veces se mostraba dispuesta a explicar algunos de los misterios de la vida conyugal, jamás había mencionado dispositivos para evitar el embarazo.
—Dudo que ellas los conozcan —dijo, y él rió
de nuevo.
—Estaré encantado de ilustrarla cuando
lleguemos a Escocia. —St. Horan esbozó una sonrisa que a las hermanas Bowman les habría resultado encantadora, aunque no habrían advertido el brillo calculador de los ojos—. ¿Ha pensado que quizá disfrute lo suficiente de nuestra consumación como para desear repetir, cielo?
Con qué facilidad pronunciaba palabras cariñosas.
—No —contestó _____—. Eso no pasará.
—Mmm... —murmuró él con un sonido parecido
al ronroneo de un gato—. Me gustan los retos.
—Pu... puede que me guste acostarme con usted —aclaró _____ mirándolo a los ojos, a pesar de que sostenerle la mirada la hizo sonrojar—. Espero que así sea. Pero no cambiaré de parecer. Porque sé
cómo es usted y de lo que es capaz.
—Todavía no ha visto lo peor, encanto —repuso él casi con ternura.
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
siguela :DDDD
amo la nove :DDDD
besos :******
:bye:
amo la nove :DDDD
besos :******
:bye:
coco horan
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
siguela me encanto el cap..!!! :happuy: :bye:
HeavenlyAngel♡
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
CAPITULO 3 parte 1
Para______, que la semana anterior se había
cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Harry en Hampshire, el trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a
un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de
cocheros y de tiros. ______ temía que sus parientes hubieran averiguado su plan y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de St. Horan con lord Harry la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un enfrentamiento a ****azo limpio con su tío Peregrine.
Aunque el carruaje estaba bien equipado y tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa al vehículo y ______ empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el tabique. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos antes de que el cambio de caballos la despertara.
St. Horan no parecía pasarlo tan mal, aunque
también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico.
Sorprendentemente, St. Horan no se quejó de este duro ejercicio de resistencia. ______se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia.
Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.
Y así siguieron, mientras el carruaje daba tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a ______ del asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita.
Cada vez que la puerta del carruaje se abría y St. Horan bajaba para comprobar el nuevo tiro, una
bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. ______, entumecida y dolorida, se acurrucaba en el rincón.
Tras la noche, amaneció un día con temperaturas glaciales y una lluvia helada. St. Horan la condujo a una posada, donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.
Al volver al carruaje media hora después, ______
trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo.
St. Horan subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.
Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, ______ le quitó en silencio
el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y suave. St. Horan se sentó a su lado y, tras observar el aspecto tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.
—Hay que reconocerte algo —murmuró—.
Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.
—No... no pu... puedo quejarme —dijo ______
mientras se estremecía violentamente—. Fui yo quien pidió viajar di...directamente a Escocia.
—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un
día más, y mañana por la noche estaremos casados —comentó. Y añadió con una sonrisa—: Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la
cama.
Los labios temblorosos de ______esbozaron
una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de
cansancio que mostraba podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su altivez aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera
descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.
Una llamada a la puerta del carruaje interrumpió sus reflexiones. St. Horan la abrió, y apareció una camarera empapada bajo la lluvia.
—Aquí tiene, milord —dijo, y se sacó dos
objetos de debajo de la capa chorreante y se los entregó—. Un grog y un ladrillo, como pidió.
St. Horan buscó una moneda en el chaleco y se la dio. La mujer le sonrió y volvió corriendo a refugiarse en la posada. ______ parpadeó sorprendida cuando él le entregó un tazón de barro lleno de un líquido humeante.
—¿Qué es? —preguntó.
—Algo para calentarte por dentro. —Sopesó el
ladrillo envuelto en franela gris—. Y esto es para los pies. Pon las piernas en el asiento.
En otras circunstancias, ______habría
impedido que le tocara las pantorrillas, pero guardó silencio mientras él le arreglaba la falda y le ponía el ladrillo caliente bajo los pies.
—¡Oh, qué delicia! —Se estremeció de placer
al notar cómo el calorcillo le reanimaba los dedos helados—. ¡Oh! Es lo me...mejor que he sentido nunca...
—Las mujeres suelen decirme eso —afirmó St. Horan con una sonrisa—. Ven, apóyate en mí.
Aprensiva y temblorosa, ______vaciló un momento. Luego, obedeció despacio y se obligó a relajarse entre sus brazos.
Hasta entonces sólo la había abrazado su padre, y la sensación le suscitó recuerdos de la infancia. St. Horan la estrechó hasta que se recostó contra él,
y la firmeza de su sujeción contribuyó a contener los temblores de sus doloridas extremidades. Su pecho era firme y duro, pero le servía de apoyo
perfecto para la parte posterior de la cabeza.
______ se acercó el tazón a los labios y sorbió vacilante la bebida caliente. Era alguna clase de licor, mezclado con agua y sazonado con azúcar y limón. A medida que bebía, el cuerpo le fue entrando en calor. Soltó un largo suspiro de alivio. El carruaje arrancó de golpe, pero St. Horan se ocupó de mantenerla cómodamente apoyada en su pecho. ______ no alcanzaba a entender cómo diablos podía sentirse en el séptimo cielo tan de repente.
Jamás había tenido esa cercanía física con nadie. Y le parecía horrible tenerla con un calavera como St. Horan. No obstante, ahí estaba. La naturaleza había derrochado belleza masculina en
alguien que no la merecía. Contuvo el impulso de acurrucarse más contra él. Su ropa era de una tela exquisita: una chaqueta de lana fina, un chaleco de seda gruesa y una camisa de lino suave. El aroma de almidón y de colonia, mezclado con la fragancia de su piel... Nunca se había imaginado que un hombre pudiera oler tan bien.
Intuyendo que la apartaría de él cuando se
terminase la bebida, intentó que le durara lo máximo posible. Para su pesar, vació por fin las últimas gotas dulces de la taza. St. Horan le tomó el
cacharro de las manos y lo dejó en el suelo. ______ se puso tensa, esperando que la devolviera a su asiento, pero sintió un enorme regocijo al notar que él volvía a estrecharla entre sus brazos. Su cuerpo era firme y cálido, y muy cómodo. Le oyó bostezar.
—Duérmete —murmuró Horan—. Tienes tres
horas antes del próximo cambio de tiro.
______ apoyó la planta de los pies con más
fuerza en el ladrillo, se volvió de costado y se acurrucó más contra él para sumirse en el ansiado sueño.
El resto del viaje se convirtió en una serie borrosa de movimiento, cansancio y despertares bruscos. A medida que el agotamiento de _____aumentaba, dependía cada vez más de St. Horan. En cada posta, le traía una taza de té o caldo, y recalentaba el ladrillo en cada chimenea disponible. Incluso encontró una manta acolchada en alguna parte.
Convencida de que, a esas alturas, se habría helado de no contar con St. Horan, _____ olvidó todas sus reservas sobre pegarse a él cada vez que estaba en el carruaje.
—No me... me estoy insinuando —le dijo mientras se sentaba en su regazo y se recostaba en su pecho—. Sólo eres una fu... fuente de calor.
—Ajaa —respondió St. Horan perezosamente
mientras colocaba bien la manta sobre ambos—. Pero el último cuarto de hora has estado rozando partes de mi anatomía que nadie se había atrevido a tocarme hasta ahora.
Lo... lo dudo. —Se tapó aún más con la chaqueta de St. Horan y añadió con voz apagada—: Seguro que le han manoseado más que a las cestas de comida de Fortnum and Masón.
—Y se me puede conseguir a un precio más razonable —aseguró él antes de hacer una mueca y moverse para ponérsela bien en el regazo—. No pongas la rodilla ahí, encanto, o tus planes de consumar el matrimonio correrán peligro.
_____ dormitó hasta la siguiente parada, y justo cuando se estaba sumiendo en un sueño profundo, St. Horan la despertó con delicadeza.
—________ —murmuró mientras le arreglaba el
pelo despeinado—. Abre los ojos. Estamos en la siguiente posta. Tienes tiempo para entrar unos minutos.
—No quiero —se quejó ella.
—Tienes que hacerlo —insistió St. Horan en voz baja—. Nos espera un largo trecho al salir de aquí. Ve al baño ahora, ya que no podrás hacerlo en un buen rato.
_____ iba a protestar que no necesitaba ir
al baño cuando, de repente, se dio cuenta de que sí. La idea de levantarse y salir a la lluvia gélida de nuevo casi la hizo lagrimear. Se inclinó para
calzarse los zapatos húmedos y sucios, y se peleó con los cordones. St. Horan le apartó las manos y los ató correctamente. Después la ayudó a bajar del carruaje. Una vez fuera, una ráfaga de viento glacial hizo que la muchacha apretara los dientes. Hacía un frío terrible. St. Horan le cubrió la cara con la capucha de la capa y, tras rodearle los hombros con un brazo, cruzaron el patio de la posada.
—Créeme —dijo—. Es mejor que vayas al retrete aquí. Tener que bajar después junto a la carretera sería terrible. Por lo que sé sobre las mujeres y su anatomía...
—Conozco mi anatomía —lo interrumpió _____
irritada—. No hace falta que me la expliques.
—Por supuesto. Perdona si hablo demasiado;
es que intento mantenerme despierto. Y a ti también.
_____se aferró a su cintura y, mientras avanzaba por el barro helado, pensó en el primo Eustace y en lo contenta que estaba de no tener que casarse con él. Nunca volvería a vivir bajo el techo de los Maybrick. La idea le dio fuerzas. Una vez casada legalmente, dejarían de tener poder sobre ella. Por Dios, cuánto ansiaba que todo terminase de una vez para siempre.
Después de tomar una habitación, St. Horan tomó a _____ por los hombros y la observó para evaluar su estado.
—Pareces a punto de desmayarte —comentó—.
Tenemos tiempo para que descanses un par de horas, cariño. ¿Por qué no...?
—Ni hablar —replicó ella—. Quiero seguir adelante.
St. Horan la observó con ceño, pero repuso con calma:
— ¿Eres siempre tan terca? —La llevó a la
habitación y le recordó que cerrara la puerta con llave cuando él saliera—. E intenta no dormirte sentada en el orinal —bromeó.
Para______, que la semana anterior se había
cansado en el viaje de doce horas desde la finca de Harry en Hampshire, el trayecto de cuarenta y ocho horas a Escocia fue una tortura. Si hubieran ido a
un ritmo moderado, habría sido más soportable. Pero, a insistencia de ella misma, irían directamente a Gretna Green y sólo se pararían para cambiar de
cocheros y de tiros. ______ temía que sus parientes hubieran averiguado su plan y los persiguieran. Y, visto el resultado de la pelea de St. Horan con lord Harry la semana anterior, tenía pocas esperanzas de que pudiera salir airoso de un enfrentamiento a ****azo limpio con su tío Peregrine.
Aunque el carruaje estaba bien equipado y tenía buena amortiguación, viajar a una velocidad incesante sacudía sin pausa al vehículo y ______ empezó a sentir náuseas. Estaba exhausta y no encontraba una postura cómoda para dormir. Cada poco, la cabeza le golpeaba contra el tabique. Y en cuanto conseguía dormirse, al parecer sólo pasaban unos minutos antes de que el cambio de caballos la despertara.
St. Horan no parecía pasarlo tan mal, aunque
también se le veía desaliñado y cansado. Hacía rato que los intentos de conversar se habían acabado, y viajaban en un silencio estoico.
Sorprendentemente, St. Horan no se quejó de este duro ejercicio de resistencia. ______se dio cuenta de que tenía la misma prisa que ella por llegar a Escocia.
Le interesaba tanto como a ella estar casado legalmente lo antes posible.
Y así siguieron, mientras el carruaje daba tumbos por el irregular camino, y en ocasiones casi lanzaba a ______ del asiento al suelo. Ella se las arreglaba para dar alguna que otra cabezadita.
Cada vez que la puerta del carruaje se abría y St. Horan bajaba para comprobar el nuevo tiro, una
bocanada de aire gélido entraba en el vehículo. ______, entumecida y dolorida, se acurrucaba en el rincón.
Tras la noche, amaneció un día con temperaturas glaciales y una lluvia helada. St. Horan la condujo a una posada, donde en una sala privada tomó un plato de sopa tibia y utilizó el orinal mientras él iba a supervisar el cambio de caballos y de cochero. La imagen de la cama casi le dolió en el alma. Pero ya dormiría más tarde, una vez estuviera en Gretna Green y fuera del alcance de su familia para siempre.
Al volver al carruaje media hora después, ______
trató de quitarse los zapatos mojados sin ensuciar la tapicería de terciopelo.
St. Horan subió al vehículo después que ella y se agachó para ayudarla.
Mientras le retiraba los zapatos de los pies acalambrados, ______ le quitó en silencio
el sombrero empapado y lo lanzó al asiento de enfrente. Tenía un pelo grueso y suave. St. Horan se sentó a su lado y, tras observar el aspecto tenso de su rostro, le tocó la mejilla helada.
—Hay que reconocerte algo —murmuró—.
Cualquier otra mujer se estaría quejando a gritos.
—No... no pu... puedo quejarme —dijo ______
mientras se estremecía violentamente—. Fui yo quien pidió viajar di...directamente a Escocia.
—Ya estamos a medio camino. Otra noche y un
día más, y mañana por la noche estaremos casados —comentó. Y añadió con una sonrisa—: Seguro que nunca ha habido una novia tan ansiosa por llegar a la
cama.
Los labios temblorosos de ______esbozaron
una sonrisa por la ironía: ella ansiaba dormir, no hacer el amor. Al mirarlo a la cara, tan cerca de la suya, se preguntó cómo las ojeras y los signos de
cansancio que mostraba podían resultar tan atractivos. Quizá porque así parecía humano y no un hermoso dios romano sin corazón. Había perdido gran parte de su altivez aristocrática, que sin duda reaparecería más tarde, cuando hubiera
descansado. Pero de momento estaba relajado y accesible. Durante ese viaje horroroso parecía haberse establecido entre ellos un frágil vínculo.
Una llamada a la puerta del carruaje interrumpió sus reflexiones. St. Horan la abrió, y apareció una camarera empapada bajo la lluvia.
—Aquí tiene, milord —dijo, y se sacó dos
objetos de debajo de la capa chorreante y se los entregó—. Un grog y un ladrillo, como pidió.
St. Horan buscó una moneda en el chaleco y se la dio. La mujer le sonrió y volvió corriendo a refugiarse en la posada. ______ parpadeó sorprendida cuando él le entregó un tazón de barro lleno de un líquido humeante.
—¿Qué es? —preguntó.
—Algo para calentarte por dentro. —Sopesó el
ladrillo envuelto en franela gris—. Y esto es para los pies. Pon las piernas en el asiento.
En otras circunstancias, ______habría
impedido que le tocara las pantorrillas, pero guardó silencio mientras él le arreglaba la falda y le ponía el ladrillo caliente bajo los pies.
—¡Oh, qué delicia! —Se estremeció de placer
al notar cómo el calorcillo le reanimaba los dedos helados—. ¡Oh! Es lo me...mejor que he sentido nunca...
—Las mujeres suelen decirme eso —afirmó St. Horan con una sonrisa—. Ven, apóyate en mí.
Aprensiva y temblorosa, ______vaciló un momento. Luego, obedeció despacio y se obligó a relajarse entre sus brazos.
Hasta entonces sólo la había abrazado su padre, y la sensación le suscitó recuerdos de la infancia. St. Horan la estrechó hasta que se recostó contra él,
y la firmeza de su sujeción contribuyó a contener los temblores de sus doloridas extremidades. Su pecho era firme y duro, pero le servía de apoyo
perfecto para la parte posterior de la cabeza.
______ se acercó el tazón a los labios y sorbió vacilante la bebida caliente. Era alguna clase de licor, mezclado con agua y sazonado con azúcar y limón. A medida que bebía, el cuerpo le fue entrando en calor. Soltó un largo suspiro de alivio. El carruaje arrancó de golpe, pero St. Horan se ocupó de mantenerla cómodamente apoyada en su pecho. ______ no alcanzaba a entender cómo diablos podía sentirse en el séptimo cielo tan de repente.
Jamás había tenido esa cercanía física con nadie. Y le parecía horrible tenerla con un calavera como St. Horan. No obstante, ahí estaba. La naturaleza había derrochado belleza masculina en
alguien que no la merecía. Contuvo el impulso de acurrucarse más contra él. Su ropa era de una tela exquisita: una chaqueta de lana fina, un chaleco de seda gruesa y una camisa de lino suave. El aroma de almidón y de colonia, mezclado con la fragancia de su piel... Nunca se había imaginado que un hombre pudiera oler tan bien.
Intuyendo que la apartaría de él cuando se
terminase la bebida, intentó que le durara lo máximo posible. Para su pesar, vació por fin las últimas gotas dulces de la taza. St. Horan le tomó el
cacharro de las manos y lo dejó en el suelo. ______ se puso tensa, esperando que la devolviera a su asiento, pero sintió un enorme regocijo al notar que él volvía a estrecharla entre sus brazos. Su cuerpo era firme y cálido, y muy cómodo. Le oyó bostezar.
—Duérmete —murmuró Horan—. Tienes tres
horas antes del próximo cambio de tiro.
______ apoyó la planta de los pies con más
fuerza en el ladrillo, se volvió de costado y se acurrucó más contra él para sumirse en el ansiado sueño.
El resto del viaje se convirtió en una serie borrosa de movimiento, cansancio y despertares bruscos. A medida que el agotamiento de _____aumentaba, dependía cada vez más de St. Horan. En cada posta, le traía una taza de té o caldo, y recalentaba el ladrillo en cada chimenea disponible. Incluso encontró una manta acolchada en alguna parte.
Convencida de que, a esas alturas, se habría helado de no contar con St. Horan, _____ olvidó todas sus reservas sobre pegarse a él cada vez que estaba en el carruaje.
—No me... me estoy insinuando —le dijo mientras se sentaba en su regazo y se recostaba en su pecho—. Sólo eres una fu... fuente de calor.
—Ajaa —respondió St. Horan perezosamente
mientras colocaba bien la manta sobre ambos—. Pero el último cuarto de hora has estado rozando partes de mi anatomía que nadie se había atrevido a tocarme hasta ahora.
Lo... lo dudo. —Se tapó aún más con la chaqueta de St. Horan y añadió con voz apagada—: Seguro que le han manoseado más que a las cestas de comida de Fortnum and Masón.
—Y se me puede conseguir a un precio más razonable —aseguró él antes de hacer una mueca y moverse para ponérsela bien en el regazo—. No pongas la rodilla ahí, encanto, o tus planes de consumar el matrimonio correrán peligro.
_____ dormitó hasta la siguiente parada, y justo cuando se estaba sumiendo en un sueño profundo, St. Horan la despertó con delicadeza.
—________ —murmuró mientras le arreglaba el
pelo despeinado—. Abre los ojos. Estamos en la siguiente posta. Tienes tiempo para entrar unos minutos.
—No quiero —se quejó ella.
—Tienes que hacerlo —insistió St. Horan en voz baja—. Nos espera un largo trecho al salir de aquí. Ve al baño ahora, ya que no podrás hacerlo en un buen rato.
_____ iba a protestar que no necesitaba ir
al baño cuando, de repente, se dio cuenta de que sí. La idea de levantarse y salir a la lluvia gélida de nuevo casi la hizo lagrimear. Se inclinó para
calzarse los zapatos húmedos y sucios, y se peleó con los cordones. St. Horan le apartó las manos y los ató correctamente. Después la ayudó a bajar del carruaje. Una vez fuera, una ráfaga de viento glacial hizo que la muchacha apretara los dientes. Hacía un frío terrible. St. Horan le cubrió la cara con la capucha de la capa y, tras rodearle los hombros con un brazo, cruzaron el patio de la posada.
—Créeme —dijo—. Es mejor que vayas al retrete aquí. Tener que bajar después junto a la carretera sería terrible. Por lo que sé sobre las mujeres y su anatomía...
—Conozco mi anatomía —lo interrumpió _____
irritada—. No hace falta que me la expliques.
—Por supuesto. Perdona si hablo demasiado;
es que intento mantenerme despierto. Y a ti también.
_____se aferró a su cintura y, mientras avanzaba por el barro helado, pensó en el primo Eustace y en lo contenta que estaba de no tener que casarse con él. Nunca volvería a vivir bajo el techo de los Maybrick. La idea le dio fuerzas. Una vez casada legalmente, dejarían de tener poder sobre ella. Por Dios, cuánto ansiaba que todo terminase de una vez para siempre.
Después de tomar una habitación, St. Horan tomó a _____ por los hombros y la observó para evaluar su estado.
—Pareces a punto de desmayarte —comentó—.
Tenemos tiempo para que descanses un par de horas, cariño. ¿Por qué no...?
—Ni hablar —replicó ella—. Quiero seguir adelante.
St. Horan la observó con ceño, pero repuso con calma:
— ¿Eres siempre tan terca? —La llevó a la
habitación y le recordó que cerrara la puerta con llave cuando él saliera—. E intenta no dormirte sentada en el orinal —bromeó.
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
Niall es tan aslkfjskhdfakjfkdshfsa diooooos. Es tan duro, pero sensible conmigo (yo soy la prota de la historia, así que es conmigo :P) Pero a ver que pasaaa... ¿Consumarán el matrimonio? ¿Llegará Eustace "Torrezno" Peregrine Maybrick e interrumpirá la boda? Ayayayyyy que emosioon!
pd: Me llamo Virginia
pd2: Soy española
pd3: Llevo las uñas pintadas con bandera de Inglaterra
pd4: Me aburro mucho
Y AHORA, LA MEJOR NOTICIA DE TODAS... NO MORE EXAMS!!!! yeha!
Pero mis fiestas son así...
Por cierto, me fui al chori con el gif de Harry.
pd: Me llamo Virginia
pd2: Soy española
pd3: Llevo las uñas pintadas con bandera de Inglaterra
pd4: Me aburro mucho
Y AHORA, LA MEJOR NOTICIA DE TODAS... NO MORE EXAMS!!!! yeha!
Pero mis fiestas son así...
Por cierto, me fui al chori con el gif de Harry.
Pequeñas Cosas
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
Pequeñas Cosas escribió:Niall es tan aslkfjskhdfakjfkdshfsa diooooos. Es tan duro, pero sensible conmigo (yo soy la prota de la historia, así que es conmigo :P) Pero a ver que pasaaa... ¿Consumarán el matrimonio? ¿Llegará Eustace "Torrezno" Peregrine Maybrick e interrumpirá la boda? Ayayayyyy que emosioon!
pd: Me llamo Virginia
pd2: Soy española
pd3: Llevo las uñas pintadas con bandera de Inglaterra
pd4: Me aburro mucho
Y AHORA, LA MEJOR NOTICIA DE TODAS... NO MORE EXAMS!!!! yeha!
Pero mis fiestas son así...
Por cierto, me fui al chori con el gif de Harry.
Jaajajaja! Ahora La Sigo y Ahi Veras Si Consumen El Matrimonio o No!.
Que Bueno No Mas Examaness Yo No Puedo Decir Lo Mismo :( Peroo No Importaa
PD: Ame El Git De Harry!
Atte: Kekitaa XoX
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
CAPITULO 3 parte 2
Cuando volvieron al carruaje, ______siguió
el ritual ya familiar: se quitó los zapatos y dejó que St. Horan le pusiera el ladrillo caliente en los pies y
la situara después entre sus piernas separadas, con un pie cerca del ladrillo y el otro en el suelo para mantener el equilibrio. A ______ se le aceleró el
pulso cuando él le tomó una mano y empezó a juguetear con sus dedos fríos.
Tenía la mano caliente y los dedos, suaves, con las uñas cortas y bien limadas.
Una mano fuerte, pero sin duda perteneciente a un hombre ocioso.
St. Horan entrelazó sus dedos con los de ella con suavidad, le dibujó un pequeño círculo en la palma con el pulgar y después deslizó los dedos para que coincidieran con los de ella. Su piel bronceada era de un tono cálido, de la clase que absorbe el sol con facilidad.
Al final, St. Horan dejó de juguetear, pero no le soltó la mano.
No podía ser ella, la florero, ______Jenner...
Sola en un carruaje con un calavera irrecuperable viajando hacia Gretna Green.
«Mira la que has liado», pensó aturdida. Volvió la cabeza y apoyó la mejilla en la camisa de lino de St. Horan.
—¿Cómo es tu familia? —preguntó con Ternura—.¿Tienes hermanos?
St. Payne le acarició los labios un momento antes de contestar:
—Sólo quedamos mi padre y yo. No recuerdo a mi madre. Murió de cólera cuando yo aún era un bebé. Tenía cuatro hermanas mayores. Como era el menor y único varón, me consintieron muchísimo. Pero tres
de mis hermanas murieron de escarlatina. Recuerdo que me enviaron a nuestra casa de campo cuando enfermaron, y cuando volví ya no estaban. Más adelante, la superviviente, mi hermana mayor, se casó pero, como tu madre, murió en un parto. El bebé tampoco sobrevivió.
______, que no se movió mientras él contaba su historia con naturalidad, sintió una enorme tristeza por ese niño. Una madre y cuatro hermanas que lo adoraban habían desaparecido en un período
relativamente corto de tiempo. Habría sido difícil de comprender para un adulto, mucho más para un niño.
—¿Te preguntas alguna vez cómo habría sido
tu vida si hubieras tenido madre? —quiso saber.
—Pues no.
—Yo sí. A menudo me pregunto qué consejo me
habría dado.
—Dado que tu madre se casó con un bribón como Ivo Jenner —contestó él con ironía—, yo no le daría demasiado valor a sus consejos. —Hizo una pausa socarrona—. Por cierto, ¿cómo se conocieron? Una chica de buena familia no suele relacionarse con hombres como Jenner.
—Se conocieron en un accidente de tráfico.
Mi madre iba en un carruaje con mi tía. Era uno de esos días de invierno en que la niebla de Londres es tan espesa que, a mediodía, la visibilidad es de apenas unos metros. El vehículo hizo un giro brusco para evitar el carro de un vendedor ambulante y atropello a mi padre, que estaba de pie en la acera. Ante la insistencia de mi madre, el cochero se detuvo para preguntarle si se había hecho daño. Sólo tenía unos rasguños, nada más. Pero supongo... supongo que mi padre debió de interesarle porque al día siguiente le envió una carta para preguntarle por su salud. Empezaron a escribirse, aunque mi padre debía hacerlo a través de alguien porque era analfabeto. No conozco más detalles, salvo que
al final se fugaron juntos. —Una sonrisa de satisfacción le iluminó la cara al imaginarse la ira de los Maybrick al descubrir que su madre se había escapado con Ivo Jenner—. Cuando ella murió, tenía diecinueve años —añadió pensativa—. Y
yo tengo veintitrés. Me parece extraño haber vivido más que ella —comentó antes de volverse parar mirarlo a la cara—. ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco?
—Treinta y dos. Aunque en este momento me
siento como si tuviera ciento dos. ¿Qué le ha pasado a tu tartamudez, cielo? Desapareció en algún lugar entre Tessdale y aquí.
—¿De veras? —preguntó ______, algo
sorprendida—. Supongo que contigo me siento cómoda. Suelo tartamudear menos con algunas personas. —Era extraño, porque no solía dejar de tartamudear por completo salvo que hablara con un niño. Notó cómo el pecho de St. Horan daba una especie de respingo de diversión.
—Nadie me había dicho que le hiciera sentir cómodo. Y no me gusta nada. Tendré que hacer algo diabólico para que cambies de opinión.
—Estoy segura de que lo harás. —Cerró los ojos y se apretujó más contra él—. Creo que estoy demasiado cansada para tartamudear.
St. Horan empezó a acariciarle el cabello y la cara para terminar masajeándole la sien con la yema de los dedos.
—Duerme —susurró—. Ya estamos llegando. Como nos encontramos en el quinto infierno, encanto, pronto deberías sentir más calor.
Pero no fue así. Cuanto más viajaban al norte, más frío hacía, y ______ llegó a pensar que no le vendría mal un poco de fuego eterno. El pueblo de Gretna Green se encontraba en el condado de Dumfriesshire, al norte de la frontera de Escocia. Centenares de parejas viajaban por la carretera de Londres a Gretna Green, pasando por Carlisle, para
evitar la estricta legislación matrimonial de Inglaterra. Iban a pie, en carruaje o a caballo y, una vez lograban pronunciar sus votos matrimoniales,
volvían a Inglaterra convertidos en marido y mujer.
Cuando una pareja cruzaba el puente sobre el río Sark y entraba en Escocia, podía casarse en cualquier punto del país.
Bastaba con una declaración hecha ante testigos. Sin embargo, en Gretna Green había surgido un próspero negocio casamentero, y muchos de sus habitantes competían por celebrar bodas en hogares particulares, posadas o, incluso, al aire libre. El sitio más conocido era la herrería, donde se habían efectuado tantas ceremonias rápidas que a todos los matrimonios celebrados en Gretna Green se los conocía como «bodas en el yunque».
El carruaje llegó por fin a su destino: una posada situada al lado de la herrería. St. Payne condujo a ______ rodeándola con un brazo como si fuera a desplomarse de cansancio. El posadero, un tal
señor Findley, sonrió encantado al saber que se habían fugado para casarse, y les aseguró con guiños exagerados que siempre tenía una habitación preparada para situaciones así.
—No es legal hasta que hayan consumado la boda, ¿saben? —les informó con un acento casi ininteligible—. En una ocasión tuvimos que sacar a escondidas a unos novios por la puerta de atrás mientras sus perseguidores aporreaban la de delante. En otra, entraron en la posada y encontraron a los dos amantes en la cama; el novio todavía llevaba puestas las botas, pero no había duda de que el acto se había consumado. —Soltó una carcajada al recordarlo.
—¿Qué ha dicho? —murmuró ______, recostada
en el hombro de St. Horan.
—No tengo ni idea—le susurró éste al oído. Levantó la cabeza y se dirigió al posadero—: Me gustaría disponer de un baño caliente en la habitación cuando regresemos de la herrería.
—Muy bien, milord —confirmó el posadero, y
recibió con entusiasmo las monedas que St. Horan le entregó a cambio de una llave anticuada—. ¿Desea también que les subamos la cena, milord?
Liam dirigió una mirada inquisidora a ______, que sacudió la cabeza.
—No —contestó St. Horan—, pero espero que
podamos tomar un desayuno copioso por la mañana.
—Sí, milord. Van a casarse en la herrería, ¿verdad? Ay, caray. No hay mejor casamentero en Gretna que Paisley MacPhee. Es un hombre culto. Hará las veces de clérigo y les emitirá un certificado.
—Gracias —dijo St. Horan.
Salieron de la posada y se dirigieron a la herrería, en la puerta de al lado. Una mirada rápida calle abajo les permitió ver hileras de casas y tiendas bien cuidadas, con farolas encendidas para mitigar la creciente oscuridad del atardecer. Al acercarse a la fachada del edificio encalado, él murmuró:
—Aguanta un poco más, cariño. Ya casi
estamos casados.
______ esperó apoyada en él con la cabeza medio hundida en su chaqueta mientras él llamaba a la puerta. La abrió un hombre corpulento, rubicundo, con un atractivo bigote que se unía a sus tupidas
patillas. Su acento escocés no era tan marcado como el del posadero, y ______ pudo comprender lo que decía.
—¿Es usted MacPhee? —preguntó St. Horan.
—El mismo.
Rápidamente, St. Horan hizo las presentaciones y explicó su intención. El herrero sonrió de oreja a oreja.
—Así que quieren casarse. Pasen, por favor —dijo,
y llamó a sus dos hijas, un par de muchachas rubicundas y morenas a las que
presentó como Florag y Gavenia.
Luego los condujo a la herrería, situada en el mismo edificio. Los MacPhee mostraron la misma alegría constante que el posadero, lo que desmentía lo que ______ había oído siempre sobre el famoso
carácter adusto de los escoceses.
—¿Les parece bien que mis dos hijas sean
testigos? —sugirió MacPhee.
—Sí —respondió St. Horan a la vez que echaba
un vistazo alrededor; el local estaba lleno de herraduras, equipo para carruajes y herramientas de labranza—. Como puede ver, mi... —Se detuvo un
momento como si dudara sobre cómo referirse a ______—. Mi novia y yo estamos bastante cansados. Hemos viajado desde Londres a un ritmo endiablado, de modo que nos gustaría acelerar el trámite.
—¿Desde Londres? —repitió el herrero, y
sonrió a ______—. ¿Por qué ha venido a Gretna, señorita? ¿No le dieron sus padres consentimiento para casarse?
—Me te... temo que no es tan sencillo. —______
le devolvió la sonrisa lánguidamente.
—Casi nunca lo es —concedió MacPhee mientras
meneaba la cabeza sabiamente—. Pero tengo que advertirle algo, señorita. Si va a casarse precipitadamente, el matrimonio escocés es un vínculo irrevocable e indisoluble. Asegúrese de que su amor es verdadero para...
St. Horan interrumpió lo que prometía ser una retahila de consejos paternales.
—No es un matrimonio por amor —aclaró—. Es un matrimonio de conveniencia, y la calidez que existe entre nosotros no llega ni a la de una vela de cumpleaños. Proceda, por favor. Ninguno de los dos ha dormido como es debido en dos días.
Se hizo el silencio, y la brusquedad del comentario pareció horrorizar a MacPhee y sus dos hijas.
—No me cae usted bien —anunció con ceño.
—A mi futura esposa tampoco—replicó St. Horan, exasperado—. Pero como eso no va a impedir que se case conmigo, tampoco debería detenerlo a usted. Adelante.
MacPhee dirigió una mirada de compasión a ______
—La novia no tiene flores —advirtió, de pronto decidido a que la ceremonia tuviese un aire romántico—. Florag, ve a buscar un ramito de brezo blanco.
—No necesita flores —soltó St. Horan, pero la joven se marchó de todos modos.
—Que la novia lleve brezo blanco es una vieja costumbre escocesa —explicó MacPhee a ______—. ¿Quiere que le cuente porqué?
Ella asintió y contuvo una risita ahogada. A pesar de su cansancio, o quizá debido a él, empezaba a sentir un placer perverso al ver cómo St. Horan se esforzaba por controlar su irritación. En aquel momento, el hombre mal afeitado y malhumorado que tenía a su lado no guardaba ningún parecido con el aristócrata petulante que había asistido a la fiesta en casa de lord Harold.
—Hace mucho, mucho tiempo... —empezó
MacPhee, sin prestar atención al gruñido de St. Horan—, había una hermosa joven llamada Malvina. Estaba prometida a Osear, un valiente guerrero que había conquistado su corazón. Osear pidió a su amada que lo esperara mientras iba a buscar fortuna. Pero un día aciago, Malvina recibió la noticia de que su novio había muerto en combate. Descansaría para siempre en unas colinas lejanas...
sumido en un sueño eterno...
—Dios mío, cómo lo envidio —afirmó St. Horan, a la vez que se frotaba los ojos.
—Cuando las lágrimas de dolor de Malvina
empaparon la hierba como el rocío —prosiguió MacPhee—, el brezo púrpura que había a sus pies se volvió blanco. Por eso todas las novias escocesas llevan brezo blanco el día de su boda.
—¿Esa es la historia? —preguntó St. Horan con incredulidad—. ¿El brezo procede de las lágrimas que derramó una muchacha por la muerte de su prometido?
—Así es.
—¿Cómo diablos puede considerarse entonces
señal de buena suerte?
MacPhee abrió la boca para contestar pero,
en ese momento, Florag volvió y entregó a ______ un ramito de brezo blanco seco. Tras murmurarle las gracias, ______ dejó que el herrero la condujera
hacia el yunque, en el centro del local.
—¿Tiene un anillo para la señorita?
—preguntó MacPhee a St. Horan, que sacudió la cabeza .- Me lo imaginaba —dijo con frialdad el herrero—. Gavenia, trae el estuche de los anillos. —Y acercándose a ______ explicó—: Trabajo metales preciosos además de hierro. Es un trabajo fino, hecho con el mejor oro de Escocia.
—No necesita ningún... —St. Horan se detuvo al ver que ______ alzaba los ojos hacia él. Soltó un suspiro—. De acuerdo.
Elige uno.
MacPhee retiró un trozo de lana del estuche,
lo extendió sobre el yunque y colocó sobre él con delicadeza una selección de seis anillos. ______se inclinó parar mirarlos. Los anillos, todos ellos
alianzas de oro de diversos tamaños y motivos, eran tan intricados y delicados que parecía imposible que los hubiera creado un herrero.
—Éste muestra cardos y nudos —dijo MacPhee,
y lo levantó para que lo viera mejor—. Este tiene un diseño de llaves, y éste, una rosa de Shetland.
______ eligió el más pequeño y se lo probó
en el dedo anular izquierdo. Le iba perfecto. Se lo acercó para examinar el diseño. Era el más sencillo; una alianza de oro pulido que llevaba grabadas las
palabras: Tha Gad Agam Ort.
—¿Qué significa? —preguntó a MacPhee.
—«Mi amor es tuyo.»
St. Horan permaneció impertérrito y se produjo un silencio incómodo. ______ se quitó la alianza lamentando haberse interesado por los anillos. El sentimiento de aquella frase estaba tan fuera de
lugar en esa ceremonia impostada que realzaba la farsa de la boda.
—Creo que no quiero anillo después de todo —masculló, y volvió a dejarlo en la tela.
—Nos lo quedamos —dijo entonces St. Horan.
Anonadada, ______ lo vio coger la alianza de oro y, cuando lo miró con los ojos desorbitados, él añadió con sequedad—: Son sólo palabras. No significa nada.
Ella asintió y agachó la cabeza.
MacPhee los observó con ceño y se tiró de la
barba incipiente.
—Niñas, cantad una canción —pidió a sus hijas con resuelta alegría.
—Una canción... —protestó St. Horan, pero ______ le tiró de la manga.
—Déjalos —murmuró—. Cuanto más discutas, más
tardaremos.
St. Horan maldijo entre dientes y fijó la vista en el yunque, mientras las hermanas entonaban en perfecta armonía.
Oh, mi amor es como una rosa roja, roja,
recién brotada en junio.
Oh, mi amor es como una melodía
que se entona dulcemente.
Mi amor por ti es tan inmenso
como tu belleza.
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
El herrero escuchó a sus hijas con orgullo
hasta que acabó la última nota y entonces las alabó generosamente. Se volvió a la pareja que estaba ante el yunque e indicó, dándose importancia:
—Y ahora les haré unas preguntas. ¿Son los dos solteros?
—Sí —respondió St. Horan.
— ¿Tiene un anillo para la novia?
—Acaba de... —Niall se detuvo con una
imprecación entre dientes al ver que MacPhee arqueaba las cejas, impaciente.
Era evidente que si quería que la ceremonia concluyera, debía seguirle la corriente. Así que gruñó—: Sí, lo tengo.
—Póngaselo a su prometida en el dedo y
tómele la mano.
______se sintió extraña y mareada cuando
miró a St. Horan. En cuanto él le deslizó la alianza en el dedo, el corazón empezó a latirle deprisa, y le recorrió el cuerpo algo que no era ni entusiasmo
ni temor, sino una emoción nueva que le agudizaba los sentidos. No tenía palabras para definir ese sentimiento. La tensión la atenazó mientras su pulso
rehusaba calmarse. Su mano descansaba sobre la de St. Horan, cuyos dedos eran más largos y su palma suave y cálida.
Él inclinó un poco la cabeza para verle la cara. Aunque estaba inexpresiva, una nota de color le cubría los pómulos y el puente de la nariz. Y respiraba más rápido de lo habitual. Ella desvió la
mirada, sorprendida de que ya conociera algo tan íntimo como su respiración normal. El herrero tomó una cinta blanca y se la entregó a una de sus hijas. ______ se estremeció un poco cuando la chica rodeó con ella las muñecas de los novios.
Notó que St. Horan había acercado la mano libre a su cuello y se lo acariciaba como si fuera un animal nervioso. El suave contacto de sus dedos hizo que se relajara.
MacPhee terminó de rodearles las muñecas con más cinta.
—Y ahora el nudo —dijo mientras lo hacía con
una floritura—. Repita después de mí, señorita: «Yo te tomo por esposo.»
—Yo te tomo por esposo —susurró ______.
—¿Milord? —lo animó el herrero.
St. Horan la miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.
—Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.
—Ante Dios y estos testigos, yo os declaro
marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un chelín.
St. Horan apartó con dificultad la mirada de
______ y la dirigió hacia el herrero con una ceja arqueada.
—El anillo vale cincuenta libras —explicó
MacPhee en respuesta a su pregunta implícita.
—¿Cincuenta libras por un anillo sin piedra?
—replicó St. Payne agriamente.
—Es oro escocés —dijo MacPhee, a quien parecía indignarle que cuestionara el precio—. Es de los arroyos de las colinas de Lowther.
—¿Y el resto?
—Treinta libras por la ceremonia, una libra
por el uso del local, una guinea por el certificado de matrimonio, que les tendré preparado mañana, una corona por cada testigo... —Hizo una pausa para
señalar a sus hijas, que rieron e hicieron una reverencia—. Otra corona por las flores...
—¿Una corona por un puñado de hierbajos
secos? —soltó St. Horan, indignado.
—La canción es cortesía de la casa —concedió
MacPhee gentilmente—. Oh, y un chelín por la cinta, que no deben desatar hasta que el matrimonio se haya consumado o la mala suerte les perseguirá.
St. Horan abrió la boca para replicar, pero tras una mirada a la agotada ______metió la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca del dinero. Se movía con torpeza, ya que era diestro y ahora sólo podía usar la mano izquierda. Sacó un fajo de billetes y unas monedas y los lanzó sobre el yunque.
—Tenga —dijo con brusquedad—. Quédese con el
cambio. Déselo a sus hijas. —Su voz adquirió una nota irónica—. Junto con mi gratitud por la canción.
MacPhee y sus hijas dieron las gracias a
coro y los siguieron hasta la puerta mientras las muchachas repetían una estrofa:
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
Cuando volvieron al carruaje, ______siguió
el ritual ya familiar: se quitó los zapatos y dejó que St. Horan le pusiera el ladrillo caliente en los pies y
la situara después entre sus piernas separadas, con un pie cerca del ladrillo y el otro en el suelo para mantener el equilibrio. A ______ se le aceleró el
pulso cuando él le tomó una mano y empezó a juguetear con sus dedos fríos.
Tenía la mano caliente y los dedos, suaves, con las uñas cortas y bien limadas.
Una mano fuerte, pero sin duda perteneciente a un hombre ocioso.
St. Horan entrelazó sus dedos con los de ella con suavidad, le dibujó un pequeño círculo en la palma con el pulgar y después deslizó los dedos para que coincidieran con los de ella. Su piel bronceada era de un tono cálido, de la clase que absorbe el sol con facilidad.
Al final, St. Horan dejó de juguetear, pero no le soltó la mano.
No podía ser ella, la florero, ______Jenner...
Sola en un carruaje con un calavera irrecuperable viajando hacia Gretna Green.
«Mira la que has liado», pensó aturdida. Volvió la cabeza y apoyó la mejilla en la camisa de lino de St. Horan.
—¿Cómo es tu familia? —preguntó con Ternura—.¿Tienes hermanos?
St. Payne le acarició los labios un momento antes de contestar:
—Sólo quedamos mi padre y yo. No recuerdo a mi madre. Murió de cólera cuando yo aún era un bebé. Tenía cuatro hermanas mayores. Como era el menor y único varón, me consintieron muchísimo. Pero tres
de mis hermanas murieron de escarlatina. Recuerdo que me enviaron a nuestra casa de campo cuando enfermaron, y cuando volví ya no estaban. Más adelante, la superviviente, mi hermana mayor, se casó pero, como tu madre, murió en un parto. El bebé tampoco sobrevivió.
______, que no se movió mientras él contaba su historia con naturalidad, sintió una enorme tristeza por ese niño. Una madre y cuatro hermanas que lo adoraban habían desaparecido en un período
relativamente corto de tiempo. Habría sido difícil de comprender para un adulto, mucho más para un niño.
—¿Te preguntas alguna vez cómo habría sido
tu vida si hubieras tenido madre? —quiso saber.
—Pues no.
—Yo sí. A menudo me pregunto qué consejo me
habría dado.
—Dado que tu madre se casó con un bribón como Ivo Jenner —contestó él con ironía—, yo no le daría demasiado valor a sus consejos. —Hizo una pausa socarrona—. Por cierto, ¿cómo se conocieron? Una chica de buena familia no suele relacionarse con hombres como Jenner.
—Se conocieron en un accidente de tráfico.
Mi madre iba en un carruaje con mi tía. Era uno de esos días de invierno en que la niebla de Londres es tan espesa que, a mediodía, la visibilidad es de apenas unos metros. El vehículo hizo un giro brusco para evitar el carro de un vendedor ambulante y atropello a mi padre, que estaba de pie en la acera. Ante la insistencia de mi madre, el cochero se detuvo para preguntarle si se había hecho daño. Sólo tenía unos rasguños, nada más. Pero supongo... supongo que mi padre debió de interesarle porque al día siguiente le envió una carta para preguntarle por su salud. Empezaron a escribirse, aunque mi padre debía hacerlo a través de alguien porque era analfabeto. No conozco más detalles, salvo que
al final se fugaron juntos. —Una sonrisa de satisfacción le iluminó la cara al imaginarse la ira de los Maybrick al descubrir que su madre se había escapado con Ivo Jenner—. Cuando ella murió, tenía diecinueve años —añadió pensativa—. Y
yo tengo veintitrés. Me parece extraño haber vivido más que ella —comentó antes de volverse parar mirarlo a la cara—. ¿Cuántos años tienes, milord? ¿Treinta y cuatro? ¿Treinta y cinco?
—Treinta y dos. Aunque en este momento me
siento como si tuviera ciento dos. ¿Qué le ha pasado a tu tartamudez, cielo? Desapareció en algún lugar entre Tessdale y aquí.
—¿De veras? —preguntó ______, algo
sorprendida—. Supongo que contigo me siento cómoda. Suelo tartamudear menos con algunas personas. —Era extraño, porque no solía dejar de tartamudear por completo salvo que hablara con un niño. Notó cómo el pecho de St. Horan daba una especie de respingo de diversión.
—Nadie me había dicho que le hiciera sentir cómodo. Y no me gusta nada. Tendré que hacer algo diabólico para que cambies de opinión.
—Estoy segura de que lo harás. —Cerró los ojos y se apretujó más contra él—. Creo que estoy demasiado cansada para tartamudear.
St. Horan empezó a acariciarle el cabello y la cara para terminar masajeándole la sien con la yema de los dedos.
—Duerme —susurró—. Ya estamos llegando. Como nos encontramos en el quinto infierno, encanto, pronto deberías sentir más calor.
Pero no fue así. Cuanto más viajaban al norte, más frío hacía, y ______ llegó a pensar que no le vendría mal un poco de fuego eterno. El pueblo de Gretna Green se encontraba en el condado de Dumfriesshire, al norte de la frontera de Escocia. Centenares de parejas viajaban por la carretera de Londres a Gretna Green, pasando por Carlisle, para
evitar la estricta legislación matrimonial de Inglaterra. Iban a pie, en carruaje o a caballo y, una vez lograban pronunciar sus votos matrimoniales,
volvían a Inglaterra convertidos en marido y mujer.
Cuando una pareja cruzaba el puente sobre el río Sark y entraba en Escocia, podía casarse en cualquier punto del país.
Bastaba con una declaración hecha ante testigos. Sin embargo, en Gretna Green había surgido un próspero negocio casamentero, y muchos de sus habitantes competían por celebrar bodas en hogares particulares, posadas o, incluso, al aire libre. El sitio más conocido era la herrería, donde se habían efectuado tantas ceremonias rápidas que a todos los matrimonios celebrados en Gretna Green se los conocía como «bodas en el yunque».
El carruaje llegó por fin a su destino: una posada situada al lado de la herrería. St. Payne condujo a ______ rodeándola con un brazo como si fuera a desplomarse de cansancio. El posadero, un tal
señor Findley, sonrió encantado al saber que se habían fugado para casarse, y les aseguró con guiños exagerados que siempre tenía una habitación preparada para situaciones así.
—No es legal hasta que hayan consumado la boda, ¿saben? —les informó con un acento casi ininteligible—. En una ocasión tuvimos que sacar a escondidas a unos novios por la puerta de atrás mientras sus perseguidores aporreaban la de delante. En otra, entraron en la posada y encontraron a los dos amantes en la cama; el novio todavía llevaba puestas las botas, pero no había duda de que el acto se había consumado. —Soltó una carcajada al recordarlo.
—¿Qué ha dicho? —murmuró ______, recostada
en el hombro de St. Horan.
—No tengo ni idea—le susurró éste al oído. Levantó la cabeza y se dirigió al posadero—: Me gustaría disponer de un baño caliente en la habitación cuando regresemos de la herrería.
—Muy bien, milord —confirmó el posadero, y
recibió con entusiasmo las monedas que St. Horan le entregó a cambio de una llave anticuada—. ¿Desea también que les subamos la cena, milord?
Liam dirigió una mirada inquisidora a ______, que sacudió la cabeza.
—No —contestó St. Horan—, pero espero que
podamos tomar un desayuno copioso por la mañana.
—Sí, milord. Van a casarse en la herrería, ¿verdad? Ay, caray. No hay mejor casamentero en Gretna que Paisley MacPhee. Es un hombre culto. Hará las veces de clérigo y les emitirá un certificado.
—Gracias —dijo St. Horan.
Salieron de la posada y se dirigieron a la herrería, en la puerta de al lado. Una mirada rápida calle abajo les permitió ver hileras de casas y tiendas bien cuidadas, con farolas encendidas para mitigar la creciente oscuridad del atardecer. Al acercarse a la fachada del edificio encalado, él murmuró:
—Aguanta un poco más, cariño. Ya casi
estamos casados.
______ esperó apoyada en él con la cabeza medio hundida en su chaqueta mientras él llamaba a la puerta. La abrió un hombre corpulento, rubicundo, con un atractivo bigote que se unía a sus tupidas
patillas. Su acento escocés no era tan marcado como el del posadero, y ______ pudo comprender lo que decía.
—¿Es usted MacPhee? —preguntó St. Horan.
—El mismo.
Rápidamente, St. Horan hizo las presentaciones y explicó su intención. El herrero sonrió de oreja a oreja.
—Así que quieren casarse. Pasen, por favor —dijo,
y llamó a sus dos hijas, un par de muchachas rubicundas y morenas a las que
presentó como Florag y Gavenia.
Luego los condujo a la herrería, situada en el mismo edificio. Los MacPhee mostraron la misma alegría constante que el posadero, lo que desmentía lo que ______ había oído siempre sobre el famoso
carácter adusto de los escoceses.
—¿Les parece bien que mis dos hijas sean
testigos? —sugirió MacPhee.
—Sí —respondió St. Horan a la vez que echaba
un vistazo alrededor; el local estaba lleno de herraduras, equipo para carruajes y herramientas de labranza—. Como puede ver, mi... —Se detuvo un
momento como si dudara sobre cómo referirse a ______—. Mi novia y yo estamos bastante cansados. Hemos viajado desde Londres a un ritmo endiablado, de modo que nos gustaría acelerar el trámite.
—¿Desde Londres? —repitió el herrero, y
sonrió a ______—. ¿Por qué ha venido a Gretna, señorita? ¿No le dieron sus padres consentimiento para casarse?
—Me te... temo que no es tan sencillo. —______
le devolvió la sonrisa lánguidamente.
—Casi nunca lo es —concedió MacPhee mientras
meneaba la cabeza sabiamente—. Pero tengo que advertirle algo, señorita. Si va a casarse precipitadamente, el matrimonio escocés es un vínculo irrevocable e indisoluble. Asegúrese de que su amor es verdadero para...
St. Horan interrumpió lo que prometía ser una retahila de consejos paternales.
—No es un matrimonio por amor —aclaró—. Es un matrimonio de conveniencia, y la calidez que existe entre nosotros no llega ni a la de una vela de cumpleaños. Proceda, por favor. Ninguno de los dos ha dormido como es debido en dos días.
Se hizo el silencio, y la brusquedad del comentario pareció horrorizar a MacPhee y sus dos hijas.
—No me cae usted bien —anunció con ceño.
—A mi futura esposa tampoco—replicó St. Horan, exasperado—. Pero como eso no va a impedir que se case conmigo, tampoco debería detenerlo a usted. Adelante.
MacPhee dirigió una mirada de compasión a ______
—La novia no tiene flores —advirtió, de pronto decidido a que la ceremonia tuviese un aire romántico—. Florag, ve a buscar un ramito de brezo blanco.
—No necesita flores —soltó St. Horan, pero la joven se marchó de todos modos.
—Que la novia lleve brezo blanco es una vieja costumbre escocesa —explicó MacPhee a ______—. ¿Quiere que le cuente porqué?
Ella asintió y contuvo una risita ahogada. A pesar de su cansancio, o quizá debido a él, empezaba a sentir un placer perverso al ver cómo St. Horan se esforzaba por controlar su irritación. En aquel momento, el hombre mal afeitado y malhumorado que tenía a su lado no guardaba ningún parecido con el aristócrata petulante que había asistido a la fiesta en casa de lord Harold.
—Hace mucho, mucho tiempo... —empezó
MacPhee, sin prestar atención al gruñido de St. Horan—, había una hermosa joven llamada Malvina. Estaba prometida a Osear, un valiente guerrero que había conquistado su corazón. Osear pidió a su amada que lo esperara mientras iba a buscar fortuna. Pero un día aciago, Malvina recibió la noticia de que su novio había muerto en combate. Descansaría para siempre en unas colinas lejanas...
sumido en un sueño eterno...
—Dios mío, cómo lo envidio —afirmó St. Horan, a la vez que se frotaba los ojos.
—Cuando las lágrimas de dolor de Malvina
empaparon la hierba como el rocío —prosiguió MacPhee—, el brezo púrpura que había a sus pies se volvió blanco. Por eso todas las novias escocesas llevan brezo blanco el día de su boda.
—¿Esa es la historia? —preguntó St. Horan con incredulidad—. ¿El brezo procede de las lágrimas que derramó una muchacha por la muerte de su prometido?
—Así es.
—¿Cómo diablos puede considerarse entonces
señal de buena suerte?
MacPhee abrió la boca para contestar pero,
en ese momento, Florag volvió y entregó a ______ un ramito de brezo blanco seco. Tras murmurarle las gracias, ______ dejó que el herrero la condujera
hacia el yunque, en el centro del local.
—¿Tiene un anillo para la señorita?
—preguntó MacPhee a St. Horan, que sacudió la cabeza .- Me lo imaginaba —dijo con frialdad el herrero—. Gavenia, trae el estuche de los anillos. —Y acercándose a ______ explicó—: Trabajo metales preciosos además de hierro. Es un trabajo fino, hecho con el mejor oro de Escocia.
—No necesita ningún... —St. Horan se detuvo al ver que ______ alzaba los ojos hacia él. Soltó un suspiro—. De acuerdo.
Elige uno.
MacPhee retiró un trozo de lana del estuche,
lo extendió sobre el yunque y colocó sobre él con delicadeza una selección de seis anillos. ______se inclinó parar mirarlos. Los anillos, todos ellos
alianzas de oro de diversos tamaños y motivos, eran tan intricados y delicados que parecía imposible que los hubiera creado un herrero.
—Éste muestra cardos y nudos —dijo MacPhee,
y lo levantó para que lo viera mejor—. Este tiene un diseño de llaves, y éste, una rosa de Shetland.
______ eligió el más pequeño y se lo probó
en el dedo anular izquierdo. Le iba perfecto. Se lo acercó para examinar el diseño. Era el más sencillo; una alianza de oro pulido que llevaba grabadas las
palabras: Tha Gad Agam Ort.
—¿Qué significa? —preguntó a MacPhee.
—«Mi amor es tuyo.»
St. Horan permaneció impertérrito y se produjo un silencio incómodo. ______ se quitó la alianza lamentando haberse interesado por los anillos. El sentimiento de aquella frase estaba tan fuera de
lugar en esa ceremonia impostada que realzaba la farsa de la boda.
—Creo que no quiero anillo después de todo —masculló, y volvió a dejarlo en la tela.
—Nos lo quedamos —dijo entonces St. Horan.
Anonadada, ______ lo vio coger la alianza de oro y, cuando lo miró con los ojos desorbitados, él añadió con sequedad—: Son sólo palabras. No significa nada.
Ella asintió y agachó la cabeza.
MacPhee los observó con ceño y se tiró de la
barba incipiente.
—Niñas, cantad una canción —pidió a sus hijas con resuelta alegría.
—Una canción... —protestó St. Horan, pero ______ le tiró de la manga.
—Déjalos —murmuró—. Cuanto más discutas, más
tardaremos.
St. Horan maldijo entre dientes y fijó la vista en el yunque, mientras las hermanas entonaban en perfecta armonía.
Oh, mi amor es como una rosa roja, roja,
recién brotada en junio.
Oh, mi amor es como una melodía
que se entona dulcemente.
Mi amor por ti es tan inmenso
como tu belleza.
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
El herrero escuchó a sus hijas con orgullo
hasta que acabó la última nota y entonces las alabó generosamente. Se volvió a la pareja que estaba ante el yunque e indicó, dándose importancia:
—Y ahora les haré unas preguntas. ¿Son los dos solteros?
—Sí —respondió St. Horan.
— ¿Tiene un anillo para la novia?
—Acaba de... —Niall se detuvo con una
imprecación entre dientes al ver que MacPhee arqueaba las cejas, impaciente.
Era evidente que si quería que la ceremonia concluyera, debía seguirle la corriente. Así que gruñó—: Sí, lo tengo.
—Póngaselo a su prometida en el dedo y
tómele la mano.
______se sintió extraña y mareada cuando
miró a St. Horan. En cuanto él le deslizó la alianza en el dedo, el corazón empezó a latirle deprisa, y le recorrió el cuerpo algo que no era ni entusiasmo
ni temor, sino una emoción nueva que le agudizaba los sentidos. No tenía palabras para definir ese sentimiento. La tensión la atenazó mientras su pulso
rehusaba calmarse. Su mano descansaba sobre la de St. Horan, cuyos dedos eran más largos y su palma suave y cálida.
Él inclinó un poco la cabeza para verle la cara. Aunque estaba inexpresiva, una nota de color le cubría los pómulos y el puente de la nariz. Y respiraba más rápido de lo habitual. Ella desvió la
mirada, sorprendida de que ya conociera algo tan íntimo como su respiración normal. El herrero tomó una cinta blanca y se la entregó a una de sus hijas. ______ se estremeció un poco cuando la chica rodeó con ella las muñecas de los novios.
Notó que St. Horan había acercado la mano libre a su cuello y se lo acariciaba como si fuera un animal nervioso. El suave contacto de sus dedos hizo que se relajara.
MacPhee terminó de rodearles las muñecas con más cinta.
—Y ahora el nudo —dijo mientras lo hacía con
una floritura—. Repita después de mí, señorita: «Yo te tomo por esposo.»
—Yo te tomo por esposo —susurró ______.
—¿Milord? —lo animó el herrero.
St. Horan la miró con unos ojos fríos y brillantes que no revelaban nada. Aun así, ella sintió de algún modo que él también sentía aquella tensión extraña, tan fuerte como la de un relámpago.
—Yo te tomo por esposa —dijo en voz baja.
—Ante Dios y estos testigos, yo os declaro
marido y mujer —dijo MacPhee con tono de satisfacción—. Que lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre. Son ochenta y dos libras, tres coronas y un chelín.
St. Horan apartó con dificultad la mirada de
______ y la dirigió hacia el herrero con una ceja arqueada.
—El anillo vale cincuenta libras —explicó
MacPhee en respuesta a su pregunta implícita.
—¿Cincuenta libras por un anillo sin piedra?
—replicó St. Payne agriamente.
—Es oro escocés —dijo MacPhee, a quien parecía indignarle que cuestionara el precio—. Es de los arroyos de las colinas de Lowther.
—¿Y el resto?
—Treinta libras por la ceremonia, una libra
por el uso del local, una guinea por el certificado de matrimonio, que les tendré preparado mañana, una corona por cada testigo... —Hizo una pausa para
señalar a sus hijas, que rieron e hicieron una reverencia—. Otra corona por las flores...
—¿Una corona por un puñado de hierbajos
secos? —soltó St. Horan, indignado.
—La canción es cortesía de la casa —concedió
MacPhee gentilmente—. Oh, y un chelín por la cinta, que no deben desatar hasta que el matrimonio se haya consumado o la mala suerte les perseguirá.
St. Horan abrió la boca para replicar, pero tras una mirada a la agotada ______metió la mano en el bolsillo de la chaqueta en busca del dinero. Se movía con torpeza, ya que era diestro y ahora sólo podía usar la mano izquierda. Sacó un fajo de billetes y unas monedas y los lanzó sobre el yunque.
—Tenga —dijo con brusquedad—. Quédese con el
cambio. Déselo a sus hijas. —Su voz adquirió una nota irónica—. Junto con mi gratitud por la canción.
MacPhee y sus hijas dieron las gracias a
coro y los siguieron hasta la puerta mientras las muchachas repetían una estrofa:
Y te seguiré amando, amor mío,
hasta que los mares se sequen...
Última edición por Kheka1Dforever el Mar 12 Mar 2013, 1:26 pm, editado 1 vez
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
Hoola,Perdòn por no haber comentado soy una
mala lectora,pero bueno ya estoy aqui
me enncantaròn los capitulos siguela pronto
un beso Cherry`s
mala lectora,pero bueno ya estoy aqui
me enncantaròn los capitulos siguela pronto
un beso Cherry`s
Itzel Directioner♣
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
No Te Preocupes No Eres Mala Lectora Ya La Sigo Besos Para Ti Tambnn! XOXLittleBoobear_Directioner escribió:Hoola,Perdòn por no haber comentado soy una
mala lectora,pero bueno ya estoy aqui
me enncantaròn los capitulos siguela pronto
un beso Cherry`s
Kheka1Dforever
Re: El Diablo En El Invierno Niall Y tu Hot ADAPTADA
síguela o o o o em..... o o o... emm.... me podre a llorar amo la nove :DDD <3 <3
besos :*
besos :*
coco horan
Página 3 de 4. • 1, 2, 3, 4
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