Buried Memories |ZM|

Las súplicas continuaban, pero la música que escurría por los auriculares de su iPod le impedía escucharlas. No sabía con precisión quién estaba detrás de la puerta, tampoco le importaba demasiado. En aquel momento tan solo comprendía una cosa: le había pegado una cachetada a Zayn Malik. Y aquello repercutía en su cabeza, retumbando en las paredes de su mente y torturándola; sacudiendo cada parte de su cuerpo.
¿Por qué había sido tan estúpida? Entenderlo le costaba, no era de reaccionar a sus impulsos y mucho menos de usar la violencia como medio de descarga sentimental. Si bien debía admitir que algunas veces llegaba a pensar en esas cosas, nunca las había tomado en práctica. Se sentía como en una novela dramática, de esas de bajo costo en las cuales las mujeres se ponían histéricas y les pegaban a sus maridos solo para llevárselos a la cama.
Temía estar convirtiéndose en su peor pesadilla, en aquello que nunca había querido ser. Sentía que estaba violando sus ideales, sus pensamientos y a sí misma en completa totalidad; quebrantando el juramento que se había obligado a prometer hacia muchísimo tiempo.
« Me estoy convirtiendo en él »
Un agudo sollozo cruzó su garganta, dándole inicio a la primera sesión de lágrimas de la noche. Llorar al ritmo de la música destructiva y pesada era lo único que le quedaba como propio, como marca registrada. Bueno, aquello y su pequeña cuchilla que le acompañaba todos los días.
Pero no se atrevía usarla. Por primera vez en su corta vida, la idea de sentir el dolor psicológico le atraía más que ver su propia sangre derramarse. Merecía aquel sufrimiento y estaba dispuesta a soportarlo por el sencillo hecho de que ella misma se lo había creado.
Miles de imágenes le venían a la mente, algunas más fuertes que otras, más turbulentas, más dolorosas. Aquel recuerdo grabado a fuego en su piel, el que le permitía distinguir entre el bien y el mal; lo que debía y no hacer.
Un leve temblor recorrió su espina dorsal, sorprendiéndola. El roce de piel contra piel había logrado sobresaltarla, haciéndola girar noventa grados para lograr que se encontrara con una mata de cabellos rubios desordenados. Tuvo que limpiarse la vista con la manga de su camiseta para lograr distinguirlo.
– ¿Niall?
Otro sollozo se hizo presente, esa vez por la vergüenza de la situación. Odiaba que la vieran llorar, mucho más si aquella persona era una de las cuales intentaba proteger.
¿Cómo había entrado, de todos modos? Daba exactamente igual la respuesta a aquella pregunta. Lo importante no era como había entrado, sino cómo hacerlo salir. Estaba segura de que ello le costaría más de lo que desearía.
– ¿Estás bien? – de sus ojos desprendían chispas azules, irradiando preocupación a través de sus luminosas pupilas.
– Por favor… Ahora no…
Pero, ¿Cómo echarlo si ni siquiera podía pedirle que lo hiciese? Las palabras le faltaban, le fallaban a la hora de hablar. Tal vez porque no podía concentrarse en otra cosa que no fuera intentar no llorar o, quizás, porque una parte de su inconsciente le exigía que lo dejara quedarse. No lo sabía con precisión, tampoco buscaba saberlo. El miedo a la respuesta era mayor que el de la intriga.
Solo estaba segura de una cosa: si lo dejaba quedarse lo introduciría a una vida de pánico y drama de donde nunca podría salir. ¿Estaba dispuesta a llorar en su hombro? ¿Estaba dispuesta a contar la verdad?
– Niall, vete.
El sol se alzaba sobre el cielo en centelleantes colores vivos, las nubes despejaban el horizonte y los pájaros revoloteaban sobre los árboles en bandadas con un único propósito claro: agradecer por el nuevo día que estaba comenzando. En cambio, dentro desde el comedor de aquel departamento, las cosas parecían un poco más oscuras y tristes de lo que demostraba el paisaje de Londres.  
Mientras batía su asqueroso café con olor a aserrín y polvillo de cigarrillo, se preguntaba cuánto tiempo tardarían los demás en despertar. En condiciones normales no le hubiera importado demasiado, pero con todo el gran desastre de la noche anterior… Bueno, era todo un misterio como se sobrellevarían las cosas.
«¿Liam y Louis le seguirían echando sermón? ¿Niall intentaría hablarle? ¿Styles buscaría pelea? ¿Caroline saldría de su pieza antes de que se fueran para sus clases?». Aquellas y miles de preguntas más circulaban por su mente, atormentándolo a un punto máximo. No recordaba la última vez en la cual se hubiera sentido igual de estúpido por su comportamiento.
¿O si lo hacía? Como sea, no estaba de humor para recordar ello. En realidad, no estaba para recordar nada en lo absoluto; el dolor sobre su cien le hacía rogar consumirse como los cinco atados que se había fumado en la última hora.
– Buenos días.
El rubio apareció entre las penumbras del pasillo, vestido con tan solo unos boxers y su rostro típico de cansancio. Sus ojos se notaban un poco más apagados de lo normal pero eso era todo, no había indicios de algo más; de una mala noche o de una revelación matadora.
– Buenos – respondió.
La verdad era que no le apetecía hablar demasiado. De hecho, prefería un desayuno callado y tranquilo; sin ningún tema de por medio que le socavase la paciencia recién empezado el día. Aún le faltaba todo un extenso día de jornadas en la universidad y un examen por cursar. Debía mantener la vista clara y despejada por las siguientes diez horas, al menos.
– ¿Dormiste algo?
Levantó la cabeza con suspicacia. Ni siquiera había notado que Louis ya se encontraba allí, tomando sus tradicionales cereales de avena con leche que tanto le gustaban. Normalmente solía percibirlo por la cantidad de ruido que hacía cada vez que ingresaba a una habitación – el pobre era muy torpe – pero, como había recalcado antes, aquel no era un día normal en lo absoluto.
– ¿Por qué lo preguntas?
– Tus ojeras, tu voz, tu olor a alcohol y cigarros baratos… – interrumpió otra voz. Tuvo que darse vuelta para poder verlo allí, recostado sobre la pared que daba al pasillo – Nada en especial, ya sabes, lo de siempre.
Gruñó por lo bajo, intentando tragarse su molestia.
– ¿Te levantaste con ganas de pelear, Styles?
– De hecho, sí.
– Eso parecía – encogió sus hombros, manteniendo la seriedad en todo momento para no demostrar debilidad –. Lástima que yo no.
– No empiecen desde temprano, ya tuve suficiente de los dos ayer – pidió Liam, quien sostenía una barrita de cereal en su mano y una taza de té en la otra mientras se encaminaba hacia la mesa.
Y yo ya tengo suficiente de absolutamente todo, pensó. Sin embargo, decidió no plasmar sus pensamientos con sus compañeros de cuarto. No por miedo a comenzar una nueva pelea, sino porque Coraline estaba ingresando a la sala.