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Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Gráficos por y codes hechos por Kaffei e Insxne.
Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
xfa siguelaa
me encanta la nove
q hara joe?? xq n creo q tnga comida para ella...
sube cap
siguelaaaaaaaa xfa!! :D
me encanta la nove
q hara joe?? xq n creo q tnga comida para ella...
sube cap
siguelaaaaaaaa xfa!! :D
maru!!
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
—Estoy furiosa como el infierno contigo, por mantenerme aquí en contra de mi voluntad. Por otra parte… —Meneó la cabeza de lado a lado, encogiéndose de hombros—. No estoy segura de saber qué hacer. Y hay otra cosa que estoy sintiendo, Joseph.
Un indicio de pánico me cosquilleó por la nuca.
—¿Qué?
—Hambre.
Continuación...
Lo observó, mientras seguía luchando con la espeluznante sensación de estar cayendo en un mundo de ensueño. Mareada por el peso de sus revelaciones, no muy segura de creerse lo que sus ojos le habían mostrado… Ella estaba deslumbrada. Pero no aterrorizada, o no tanto como al principio.
Él se marchó, dejándola explorar a su antojo, y ella lo hizo, pasando la mano por los libros de la biblioteca, estudiando los tapices de las paredes. Recordó la noche anterior. El beso. La manera en que sus labios se arrastraron por su garganta y la forma en que él había probado el sabor de su piel. La increíble sensación que el toque de su boca evocaba en ella. Sensaciones que nunca había sentido antes. Solo un beso.
¿Qué habría estado pensando él? ¿Habría estado luchando contra alguna clase de furiosa lujuria por sangre? ¿Apenas consiguiendo refrenarse para evitar tomar su vida? ¿Y por qué no estaba ella paralizada por el terror?
Pero no lo estaba. Estaba intrigada, ahora que el miedo empezaba a aflojar. Y más aún. Todavía le atraía, tanto como lo había hecho siempre. Y solo ahora comenzaba a darse cuenta que lo que había creído de pequeña… podría muy bien ser cierto. No era del todo imposible, ¿o si?
Nunca había sentido miedo de la oscura figura que ella veía como su protector cuando era niña. Y no lo sentía ahora. Estaba nerviosa, indecisa, enfadada, curiosa. Pero no aterrorizada.
Podría estar perdiendo su comprensión de la realidad, de verdad que sí.
Entonces, él apareció con un cuenco de sopa humeando en sus manos y una copa con un líquido rojo. Como su mirada se ensanchó y se quedó fija en el líquido rojo, lo oyó murmurar: —Vino —e inmediatamente se sintió estúpida.
Por supuesto que era vino. ¿Qué otra cosa podría ser?
Dejó la sopa en un soporte de mármol y lo acercó a su silla. Ella volvió a su asiento, mirando la comida.
—Fue lo mejor que pude encontrar. Los obreros dejaron unos pocos víveres en los armarios cuando se marcharon.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
—Y… ¿qué hay de ti?
Él bajó la cabeza.
—No hagas preguntas si no estás preparada para oír las respuestas, _______.
—No se me ocurre nada que pueda prepararme para algo como esto. ¿A ti sí?
Levantó la cabeza lentamente.
—¿Qué quieres decir?
—Bien… quiero decir, cuando tú primero…. ¿qué te sucedió?
—¿Por qué quieres saberlo?
Ella se encogió de hombros.
—Yo… yo solo quiero saberlo. Tú me mantienes prisionera aquí, lo mínimo que puedes hacer es conversar conmigo.
—Esto no es conversar, es un interrogatorio.
Lo miró ceñuda.
—Es curiosidad. Nada más.
—Es una mujer detrás de la historia. Esa tesis, mis secretos, como tú dijiste. —Se aclaró la garganta—. De cualquier manera, puede que lo mejor sea que aún así, lo sepas todo. Creo que encontré una solución para nuestro mutuo problema. Un compromiso.
—¡Oh! —Ella bebía a sorbitos la sopa de la cuchara, y volvía a sumergirla buscando más. Estaba caliente, sabrosa. —¿Un pacto, quieres decir?
—Sí.
—Bien, eso es interesante. ¿Cómo pretendes hacer un trato conmigo cuando ya me has dado a entender que estaré atascada aquí, lo quiera o no?
—Al menos de esta forma habrás ganado algo.
—¿El qué?
—Todo lo que quieras saber, _______. Quédate conmigo, dame tiempo para hacer ciertos… preparativos. Hazlo y te contaré mi historia. Y cuando haya hecho las cosas que necesito hacer, te dejaré marchar.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿De qué clase de preparativos estás hablando, Joe?
Me encogí de hombros, incapaz de mirarla a los ojos, abiertos por la curiosidad; su temor desvaneciéndose poco a poco.
—Necesitaré cambiar mi nombre, establecer una nueva identidad, preparar un lugar para vivir, un nuevo sitio donde nadie me haya visto antes.
Sacudiendo lentamente la cabeza de un lado a otro, ella susurró:
—Pero, ¿por qué?
—Porque tú sabrás todos mis secretos. Y cuando escribas tu tesis, otros lo sabrán. Vendrá una multitud, algunos meramente curiosos, otros… otros con intención de destruirme.
—Creo que estás reaccionando exageradamente. Nadie creerá que es cierto...
—Los lugareños todavía lo creen.
Ella bajó la cabeza.
—Esto no es 1898, Joe. La furiosa multitud persiguiéndote solo existe en tu imaginación.
—No. —Dije suavemente—. Está en mi recuerdo. Vi como mi mejor amigo se encaminaba hacia su propia muerte, ________. No tengo intención de terminar mi vida de esa manera. No quiero.
Levantó su mirada hasta la mía, estudiando mis ojos.
—No me puedo imaginar culparte por ello. —Después, apartó el cuenco a un lado, todavía medio lleno, como si hubiera perdido el apetito—. Parece que tienes un montón de motivos.
—Los tengo.
—Creo que hay una cosa que no has considerado, Joe.
La miré, esperando. Ella se levantó y se paseó hasta el hogar. Apoyando los brazos en la repisa de la chimenea, miró fijamente las llamas. La luz bañó su rostro, llameó en sus ojos.
—No le has dado el mínimo crédito a mi humanidad. Por lo tanto, será una gran sorpresa para ti descubrir que soy, efectivamente, humana. Desde tu parecer crees que soy la misma clase de monstruo que sostienes ser tú.
—Yo nunca insinué…
—Nunca escribiría una tesis que obligara a un hombre a abandonar su casa, forzándolo a dejar su vida entera. ¿Por qué haría algo así? ¿Por un título universitario? No vale la pena en absoluto.
Examiné sus ojos, buscando la mentira. Pero no la encontré.
—Nada de esto es necesario, Joe. Simplemente buscaré otro tema para mi tesis.
Mis ojos se estrecharon. Casi quise creer en ella.
—¡Por Dios!, piensas que estoy mintiéndote, ¿es así, Joe?
Tuve que desviar la mirada.
—Podrías estar mintiendo —contesté—, o podrías estar diciendo la verdad. No puedo estar seguro y me temo que no me puedo arriesgar a tomarte la palabra.
—¡Nunca en mi vida he faltado a mi palabra!
Hizo esa declaración con tal fiereza que casi logra hacer flaquerar mi resolución. Agachando la cabeza incapaz de hacerle frente, susurré:
—Lo siento.
Se puso frente a mí, entonces eché una mirada hacia la puerta y cuando dirigí la vista de nuevo hacia ella, las lágrimas manabas de sus ojos.
—Realmente vas a retenerme aquí, como una prisionera, ¿verdad?
—No tengo otra opción, _______.
—Y un infierno que no, Joseph Jonas. Y un infierno que no. Tienes razón en una cosa, lo reconozco. Realmente eres un monstruo. Y no porque seas un vampiro, sino porque no tienes corazón. Ni confianza. Ni te preocupas por nadie excepto por ti mismo. Haz tus preparativos si debes hacerlos. Y cuando estés listo para dejarme ir, ven a buscarme.
Su cólera cayó sobre mí como una tempestad, y literalmente tambaleé hacia atrás por su fuerza. Entonces se giró y comenzó a subir las escaleras, en un intento, estaba seguro, de encontrar su habitación, cerrar de golpe la puerta y echar el cerrojo. Y hubiera sido una salida muy dramática si no se hubiera detenido, jadeando, a medio camino de un escalón de piedra. Sin volverse dijo:
—¿Serías tan amable de guiarme a mi habitación, Jonas? No tengo ningún deseo de volver a perderme en este mausoleo.
Asentí y lentamente subí las escaleras. Cuando llegué junto a ella, le acaricié el codo, aferrándolo con la mano, y ella se apartó de un tirón.
—Yo soy el camino. Yo soy el porqué. Yo tengo que ser. —Dije lentamente, mientras me movía por las escaleras—. Es el instinto de conservación. Si Nick me hubiera enseñado algo distinto…, pero él me enseñó esto. Existimos para estar solos. Vivir solos. No confiar en nadie. Es la única manera en la que podemos sobrevivir. Él olvidó su propia y más importante lección. Y murió por ello.
Ella detuvo la marcha y cuando bajé la vista para saber por qué, me encontré con su mirada fija en mí, todavía enfadada, pero había algo más en sus ojos profundos.
—Solo —susurró—. Y exactamente ¿cuánto hace que vives conforme a esas palabras, Joseph?
—Desde que Nick murió —le contesté suavemente.
—Cien años… —Me encogí de hombros y comencé a caminar otra vez, tomándola del codo e impulsándola hacia arriba. —Uno se acostumbra a ello.
—No, no me lo creo. No me asombra que no tengas las más mínima idea de cómo comportarte con los demás.
Me giré de cara a las escaleras y me detuve ante una gran puerta.
—Creo que te gustará más esta habitación, ________. Yo… la he decorado yo mismo.
Ella parpadeó.
—¿Para quién?
La miré
—Yo… para nadie. Fue un capricho. Un estúpido capricho.
Giré el pestillo hacia la pared, abrí la puerta de un empujón y vi cómo las luces de gas se encendían lentamente. Había conectado las líneas mientras ella dormía, encendido todos los pilotos, e incluso limpiado los globos de cristal. Realmente no había contado con dejarla encerrada como había predispuesto. Pero tampoco había esperado encontrarla en mi retiro.
Ella dio un paso detrás de mí para entrar en la habitación que yo había construido por la razón más inimaginable de todas. Recordaba algo más que la traición de Nick a manos de una mujer, y su posterior muerte. También recordaba la felicidad de mi amigo, el brillo a su alrededor cuando él se había enamorado y se creyó correspondido. Entonces no me decidí a expresar mis dudas a Nick con respecto a la lealtad de Laura Sullivan en voz alta. No debe haber felicidad en el mundo comparable al amor.
Y mientras mi existencia había transcurrido en completa soledad, mi mente había tenido oportunidad de divagar. De preguntarse. De soñar. ¿Cómo sería? ¿Y que pasaría si me sucediera a mí?
Y ese fantástico sueño me había inspirado para crear esas habitaciones. Había creado la suite para la ausente soñada que nunca habría de conocer. Las estancias que me gustaría regalarle si ella fuera real. Las habitaciones que nosotros habríamos de compartir.
Vacías. Permanecían vacías, como lo estarían siempre.
Excepto por ________. Por unas cuantas noches, estarían ocupadas con una mujer cuya belleza era digna de ellas.
—¡Por Dios! Pero si esto es precioso… —Dio un paso más adentro, girando en un lento círculo para abarcar por completo el diáfano color malva del tejido que caía desde el dosel de la cama hasta formar los cortinajes. La alfombra, de similar color, era tan espesa que sus pies dejaban huellas al moverse. Las puertas de cristal, que se abrían a un balcón de piedra digno de una princesa. La elaborada madera trabajada a mano, pintada en oro para hacer juego con el aterciopelado empapelado de la pared y los lazos que ataban las cortinas malvas.
Su sonrisa llegó, a pesar de la situación. Y yo secretamente la saboreé. Las estancias estaban desperdiciadas sin nadie que las disfrutara. Que le proporcionaran ese placer a ella me satisfacía a un nivel muy personal.
—Hay más —le dije, tomándola de la mano y acercándola a una de las dos puertas—. El baño, aquí.
Ella dio un grito sofocado ante la bañera hundida en el suelo, las instalaciones doradas. Espesas toallas de un verde profundo se alineaban en todos los estantes, y gruesas alfombras de la misma tonalidad cubrían el suelo. Botellas de caros aceites y fragancias ocupaban los estantes.
—¿A quién soñabas recibir aquí, Joe? ¿A una reina?
A mi amada. A la que nunca conoceré. Pero no se lo dije a ella.
—Además hay una sala de estar —le dije, volviendo a la habitación y empujando para abrir la segunda puerta, revelando una habitación ocupada por estanterías llenas de libros, dos asientos en la ventana, una pequeña mesa de pié con dos sillas acolchadas, un sofá y una mecedora. Había también una chimenea preparada, pero apagada y lámparas de gas alineadas en las paredes de piedra.
Pero ella no miraba la habitación. Me estaba mirando a mí.
—¿A qué se debe todo esto? —susurró—. ¿Por qué habrías de tomarte tantas molestias si realmente estás destinado a vivir tu vida solo, Joseph Jonas?
Sacudí la cabeza.
—Como dije antes, se trata de un estúpido capricho.
—No, no lo creo —se acercó, levantando la cabeza, buscando mis ojos—. Estás solo. Y cansado de estarlo. Eso es lo que creo.
—Eso no tiene nada que ver con… —bajé lo ojos, mi voz disipándose.
—¿Con qué? ¿Con el motivo por el que me retienes aquí? —Parpadeó y miró en rededor—. Puede que tú te lo creas, Joe, pero yo no creo que sea verdad. Creo que creaste esta estancia con toda la intención de traer alguien aquí para llenarla. Para… llenarte.
Me giré completamente en ese momento, mirando fijamente a la chimenea, como si me fascinara, e intentando no temblar por el pánico que me causaban sus palabras.
—Pensando de esa forma solo lograrás confundirte, ________. No necesito a nadie. No necesito compartir mi vida con nadie. Tú estás aquí porque no puedo dejarte marchar. Pero lo haré, en cuanto mis asuntos estén resueltos y sea seguro para mí hacerlo. Eso es todo. No hay nada más.
La sentí moverse a mis espaldas.
—De acuerdo. Si tú lo dices.
Me volví para marcharme. Ella permaneció en silencio mientras yo daba un paso dentro del corredor y cerraba la puerta. Y entonces me quedé ahí, temblando.
Dios, ¿podría ella estar en lo cierto?
Un indicio de pánico me cosquilleó por la nuca.
—¿Qué?
—Hambre.
Continuación...
Lo observó, mientras seguía luchando con la espeluznante sensación de estar cayendo en un mundo de ensueño. Mareada por el peso de sus revelaciones, no muy segura de creerse lo que sus ojos le habían mostrado… Ella estaba deslumbrada. Pero no aterrorizada, o no tanto como al principio.
Él se marchó, dejándola explorar a su antojo, y ella lo hizo, pasando la mano por los libros de la biblioteca, estudiando los tapices de las paredes. Recordó la noche anterior. El beso. La manera en que sus labios se arrastraron por su garganta y la forma en que él había probado el sabor de su piel. La increíble sensación que el toque de su boca evocaba en ella. Sensaciones que nunca había sentido antes. Solo un beso.
¿Qué habría estado pensando él? ¿Habría estado luchando contra alguna clase de furiosa lujuria por sangre? ¿Apenas consiguiendo refrenarse para evitar tomar su vida? ¿Y por qué no estaba ella paralizada por el terror?
Pero no lo estaba. Estaba intrigada, ahora que el miedo empezaba a aflojar. Y más aún. Todavía le atraía, tanto como lo había hecho siempre. Y solo ahora comenzaba a darse cuenta que lo que había creído de pequeña… podría muy bien ser cierto. No era del todo imposible, ¿o si?
Nunca había sentido miedo de la oscura figura que ella veía como su protector cuando era niña. Y no lo sentía ahora. Estaba nerviosa, indecisa, enfadada, curiosa. Pero no aterrorizada.
Podría estar perdiendo su comprensión de la realidad, de verdad que sí.
Entonces, él apareció con un cuenco de sopa humeando en sus manos y una copa con un líquido rojo. Como su mirada se ensanchó y se quedó fija en el líquido rojo, lo oyó murmurar: —Vino —e inmediatamente se sintió estúpida.
Por supuesto que era vino. ¿Qué otra cosa podría ser?
Dejó la sopa en un soporte de mármol y lo acercó a su silla. Ella volvió a su asiento, mirando la comida.
—Fue lo mejor que pude encontrar. Los obreros dejaron unos pocos víveres en los armarios cuando se marcharon.
Ella inclinó la cabeza a un lado.
—Y… ¿qué hay de ti?
Él bajó la cabeza.
—No hagas preguntas si no estás preparada para oír las respuestas, _______.
—No se me ocurre nada que pueda prepararme para algo como esto. ¿A ti sí?
Levantó la cabeza lentamente.
—¿Qué quieres decir?
—Bien… quiero decir, cuando tú primero…. ¿qué te sucedió?
—¿Por qué quieres saberlo?
Ella se encogió de hombros.
—Yo… yo solo quiero saberlo. Tú me mantienes prisionera aquí, lo mínimo que puedes hacer es conversar conmigo.
—Esto no es conversar, es un interrogatorio.
Lo miró ceñuda.
—Es curiosidad. Nada más.
—Es una mujer detrás de la historia. Esa tesis, mis secretos, como tú dijiste. —Se aclaró la garganta—. De cualquier manera, puede que lo mejor sea que aún así, lo sepas todo. Creo que encontré una solución para nuestro mutuo problema. Un compromiso.
—¡Oh! —Ella bebía a sorbitos la sopa de la cuchara, y volvía a sumergirla buscando más. Estaba caliente, sabrosa. —¿Un pacto, quieres decir?
—Sí.
—Bien, eso es interesante. ¿Cómo pretendes hacer un trato conmigo cuando ya me has dado a entender que estaré atascada aquí, lo quiera o no?
—Al menos de esta forma habrás ganado algo.
—¿El qué?
—Todo lo que quieras saber, _______. Quédate conmigo, dame tiempo para hacer ciertos… preparativos. Hazlo y te contaré mi historia. Y cuando haya hecho las cosas que necesito hacer, te dejaré marchar.
Ella inclinó la cabeza hacia un lado.
—¿De qué clase de preparativos estás hablando, Joe?
Me encogí de hombros, incapaz de mirarla a los ojos, abiertos por la curiosidad; su temor desvaneciéndose poco a poco.
—Necesitaré cambiar mi nombre, establecer una nueva identidad, preparar un lugar para vivir, un nuevo sitio donde nadie me haya visto antes.
Sacudiendo lentamente la cabeza de un lado a otro, ella susurró:
—Pero, ¿por qué?
—Porque tú sabrás todos mis secretos. Y cuando escribas tu tesis, otros lo sabrán. Vendrá una multitud, algunos meramente curiosos, otros… otros con intención de destruirme.
—Creo que estás reaccionando exageradamente. Nadie creerá que es cierto...
—Los lugareños todavía lo creen.
Ella bajó la cabeza.
—Esto no es 1898, Joe. La furiosa multitud persiguiéndote solo existe en tu imaginación.
—No. —Dije suavemente—. Está en mi recuerdo. Vi como mi mejor amigo se encaminaba hacia su propia muerte, ________. No tengo intención de terminar mi vida de esa manera. No quiero.
Levantó su mirada hasta la mía, estudiando mis ojos.
—No me puedo imaginar culparte por ello. —Después, apartó el cuenco a un lado, todavía medio lleno, como si hubiera perdido el apetito—. Parece que tienes un montón de motivos.
—Los tengo.
—Creo que hay una cosa que no has considerado, Joe.
La miré, esperando. Ella se levantó y se paseó hasta el hogar. Apoyando los brazos en la repisa de la chimenea, miró fijamente las llamas. La luz bañó su rostro, llameó en sus ojos.
—No le has dado el mínimo crédito a mi humanidad. Por lo tanto, será una gran sorpresa para ti descubrir que soy, efectivamente, humana. Desde tu parecer crees que soy la misma clase de monstruo que sostienes ser tú.
—Yo nunca insinué…
—Nunca escribiría una tesis que obligara a un hombre a abandonar su casa, forzándolo a dejar su vida entera. ¿Por qué haría algo así? ¿Por un título universitario? No vale la pena en absoluto.
Examiné sus ojos, buscando la mentira. Pero no la encontré.
—Nada de esto es necesario, Joe. Simplemente buscaré otro tema para mi tesis.
Mis ojos se estrecharon. Casi quise creer en ella.
—¡Por Dios!, piensas que estoy mintiéndote, ¿es así, Joe?
Tuve que desviar la mirada.
—Podrías estar mintiendo —contesté—, o podrías estar diciendo la verdad. No puedo estar seguro y me temo que no me puedo arriesgar a tomarte la palabra.
—¡Nunca en mi vida he faltado a mi palabra!
Hizo esa declaración con tal fiereza que casi logra hacer flaquerar mi resolución. Agachando la cabeza incapaz de hacerle frente, susurré:
—Lo siento.
Se puso frente a mí, entonces eché una mirada hacia la puerta y cuando dirigí la vista de nuevo hacia ella, las lágrimas manabas de sus ojos.
—Realmente vas a retenerme aquí, como una prisionera, ¿verdad?
—No tengo otra opción, _______.
—Y un infierno que no, Joseph Jonas. Y un infierno que no. Tienes razón en una cosa, lo reconozco. Realmente eres un monstruo. Y no porque seas un vampiro, sino porque no tienes corazón. Ni confianza. Ni te preocupas por nadie excepto por ti mismo. Haz tus preparativos si debes hacerlos. Y cuando estés listo para dejarme ir, ven a buscarme.
Su cólera cayó sobre mí como una tempestad, y literalmente tambaleé hacia atrás por su fuerza. Entonces se giró y comenzó a subir las escaleras, en un intento, estaba seguro, de encontrar su habitación, cerrar de golpe la puerta y echar el cerrojo. Y hubiera sido una salida muy dramática si no se hubiera detenido, jadeando, a medio camino de un escalón de piedra. Sin volverse dijo:
—¿Serías tan amable de guiarme a mi habitación, Jonas? No tengo ningún deseo de volver a perderme en este mausoleo.
Asentí y lentamente subí las escaleras. Cuando llegué junto a ella, le acaricié el codo, aferrándolo con la mano, y ella se apartó de un tirón.
—Yo soy el camino. Yo soy el porqué. Yo tengo que ser. —Dije lentamente, mientras me movía por las escaleras—. Es el instinto de conservación. Si Nick me hubiera enseñado algo distinto…, pero él me enseñó esto. Existimos para estar solos. Vivir solos. No confiar en nadie. Es la única manera en la que podemos sobrevivir. Él olvidó su propia y más importante lección. Y murió por ello.
Ella detuvo la marcha y cuando bajé la vista para saber por qué, me encontré con su mirada fija en mí, todavía enfadada, pero había algo más en sus ojos profundos.
—Solo —susurró—. Y exactamente ¿cuánto hace que vives conforme a esas palabras, Joseph?
—Desde que Nick murió —le contesté suavemente.
—Cien años… —Me encogí de hombros y comencé a caminar otra vez, tomándola del codo e impulsándola hacia arriba. —Uno se acostumbra a ello.
—No, no me lo creo. No me asombra que no tengas las más mínima idea de cómo comportarte con los demás.
Me giré de cara a las escaleras y me detuve ante una gran puerta.
—Creo que te gustará más esta habitación, ________. Yo… la he decorado yo mismo.
Ella parpadeó.
—¿Para quién?
La miré
—Yo… para nadie. Fue un capricho. Un estúpido capricho.
Giré el pestillo hacia la pared, abrí la puerta de un empujón y vi cómo las luces de gas se encendían lentamente. Había conectado las líneas mientras ella dormía, encendido todos los pilotos, e incluso limpiado los globos de cristal. Realmente no había contado con dejarla encerrada como había predispuesto. Pero tampoco había esperado encontrarla en mi retiro.
Ella dio un paso detrás de mí para entrar en la habitación que yo había construido por la razón más inimaginable de todas. Recordaba algo más que la traición de Nick a manos de una mujer, y su posterior muerte. También recordaba la felicidad de mi amigo, el brillo a su alrededor cuando él se había enamorado y se creyó correspondido. Entonces no me decidí a expresar mis dudas a Nick con respecto a la lealtad de Laura Sullivan en voz alta. No debe haber felicidad en el mundo comparable al amor.
Y mientras mi existencia había transcurrido en completa soledad, mi mente había tenido oportunidad de divagar. De preguntarse. De soñar. ¿Cómo sería? ¿Y que pasaría si me sucediera a mí?
Y ese fantástico sueño me había inspirado para crear esas habitaciones. Había creado la suite para la ausente soñada que nunca habría de conocer. Las estancias que me gustaría regalarle si ella fuera real. Las habitaciones que nosotros habríamos de compartir.
Vacías. Permanecían vacías, como lo estarían siempre.
Excepto por ________. Por unas cuantas noches, estarían ocupadas con una mujer cuya belleza era digna de ellas.
—¡Por Dios! Pero si esto es precioso… —Dio un paso más adentro, girando en un lento círculo para abarcar por completo el diáfano color malva del tejido que caía desde el dosel de la cama hasta formar los cortinajes. La alfombra, de similar color, era tan espesa que sus pies dejaban huellas al moverse. Las puertas de cristal, que se abrían a un balcón de piedra digno de una princesa. La elaborada madera trabajada a mano, pintada en oro para hacer juego con el aterciopelado empapelado de la pared y los lazos que ataban las cortinas malvas.
Su sonrisa llegó, a pesar de la situación. Y yo secretamente la saboreé. Las estancias estaban desperdiciadas sin nadie que las disfrutara. Que le proporcionaran ese placer a ella me satisfacía a un nivel muy personal.
—Hay más —le dije, tomándola de la mano y acercándola a una de las dos puertas—. El baño, aquí.
Ella dio un grito sofocado ante la bañera hundida en el suelo, las instalaciones doradas. Espesas toallas de un verde profundo se alineaban en todos los estantes, y gruesas alfombras de la misma tonalidad cubrían el suelo. Botellas de caros aceites y fragancias ocupaban los estantes.
—¿A quién soñabas recibir aquí, Joe? ¿A una reina?
A mi amada. A la que nunca conoceré. Pero no se lo dije a ella.
—Además hay una sala de estar —le dije, volviendo a la habitación y empujando para abrir la segunda puerta, revelando una habitación ocupada por estanterías llenas de libros, dos asientos en la ventana, una pequeña mesa de pié con dos sillas acolchadas, un sofá y una mecedora. Había también una chimenea preparada, pero apagada y lámparas de gas alineadas en las paredes de piedra.
Pero ella no miraba la habitación. Me estaba mirando a mí.
—¿A qué se debe todo esto? —susurró—. ¿Por qué habrías de tomarte tantas molestias si realmente estás destinado a vivir tu vida solo, Joseph Jonas?
Sacudí la cabeza.
—Como dije antes, se trata de un estúpido capricho.
—No, no lo creo —se acercó, levantando la cabeza, buscando mis ojos—. Estás solo. Y cansado de estarlo. Eso es lo que creo.
—Eso no tiene nada que ver con… —bajé lo ojos, mi voz disipándose.
—¿Con qué? ¿Con el motivo por el que me retienes aquí? —Parpadeó y miró en rededor—. Puede que tú te lo creas, Joe, pero yo no creo que sea verdad. Creo que creaste esta estancia con toda la intención de traer alguien aquí para llenarla. Para… llenarte.
Me giré completamente en ese momento, mirando fijamente a la chimenea, como si me fascinara, e intentando no temblar por el pánico que me causaban sus palabras.
—Pensando de esa forma solo lograrás confundirte, ________. No necesito a nadie. No necesito compartir mi vida con nadie. Tú estás aquí porque no puedo dejarte marchar. Pero lo haré, en cuanto mis asuntos estén resueltos y sea seguro para mí hacerlo. Eso es todo. No hay nada más.
La sentí moverse a mis espaldas.
—De acuerdo. Si tú lo dices.
Me volví para marcharme. Ella permaneció en silencio mientras yo daba un paso dentro del corredor y cerraba la puerta. Y entonces me quedé ahí, temblando.
Dios, ¿podría ella estar en lo cierto?
F l ♥ r e n c i a.
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
ForJoeJonas escribió:FLOOOOOOO AQUI TAMBIEN QUIERO CAP!
RECIEN SUBI ADE :| JAJAJAJAJA
F l ♥ r e n c i a.
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
OMG! Amé el capiiiii *o*
Este hombre es un amooooooooor!!
Nuestro vampiro Chou es el vampiro de nuestro sueños!
Ven a violarme yaaaaaa!!
Siguela Flor de mi corazooon!!
PD: EL OTRO COMENT LO SUBI JUSTO CUANDO TU HABIAS SUBIDO CAPI JAJAJAJAJAJAJ
Este hombre es un amooooooooor!!
Nuestro vampiro Chou es el vampiro de nuestro sueños!
Ven a violarme yaaaaaa!!
Siguela Flor de mi corazooon!!
PD: EL OTRO COMENT LO SUBI JUSTO CUANDO TU HABIAS SUBIDO CAPI JAJAJAJAJAJAJ
ForJoeJonas
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
siguela que sexy vampiro que nos chupe ese sensual vampirito hahahahaha
Siguela :D
Siguela :D
claudia12
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
HULA HULAAA!
andabaa perdida pero diigo que AMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
los caps. debes seguir YA!
:D
andabaa perdida pero diigo que AMEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEE
los caps. debes seguir YA!
:D
MileyWithCandie
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
:O hahaha amo todas tus noves! Haha sigue xq estas en peligro de q te banee por dejar tus noves en los mejores momentos(?
Creadora
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
HOOOOLA JAJAJA GRACIAS POR SUS COMENTARIOS GIRLS :D
CUANDO TERMINE DE EDITAR EL CAP LO SUBO!
LAS QUIERO MUCHO
CUANDO TERMINE DE EDITAR EL CAP LO SUBO!
LAS QUIERO MUCHO
F l ♥ r e n c i a.
Re: Promesas al Anochecer [Joe & Tu]
Capitulo 8
―Todas las comodidades modernas— masculló a solas en su habitación. Él se había ido, dejándola sola y probablemente creyendo que ella lo prefería así.
Se equivocaba. El lugar era demasiado grande, estaba vacío y silencioso. Como una tumba. Se metió en una tina llena de agua caliente y roció algunos aceites aromáticos dentro. Sus magulladuras necesitaban los cuidados y el calor alivió un poco sus dolencias.
Pero cuando saliera, tendría que volver a ponerse sus sucias y desgarradas ropas, y la idea no le resultaba atractiva. Supuso que él no le daría el tiempo suficiente para regresar a su habitación sobre el pub a recoger el resto de sus pertenencias. ¿Acaso esperaba que ella pasara todo el tiempo que estuviera allí usando la misma ropa?
Aún peor, ¿esperaba que ella estuviera siempre sola en esas habitaciones?
Él no podía esperar eso. Ella no lo resistiría.
Cuando el agua comenzó a enfriarse salió, se envolvió en una gruesa toalla verde y regresó al dormitorio. Las puertas dobles de un armario empotrado en la pared la atrajeron, se acercó lentamente hacia ellas y, aún vacilando, estiró la mano y las abrió.
―Señor... ―El armario estaba lleno de ropa. Satenes, sedas y encajes en cien tonalidades diferentes colgaban de las perchas.
A un lado había estanterías empotradas en la pared y cuando las abrió encontró camisones —casi demasiado frágiles para ser tocados— y ropa interior.
―¿Pero por qué? ―Tocó las prendas de vestir, deslizó una a una las perchas a lo largo del colgador, observando que había tanta variedad de tallas como de colores y telas. Hizo una pausa cuando vio una falda bastante amplia, emparejada en la percha con una blusa blanca de hombros descubiertos. Parecía la vestimenta que usaría una gitana.
―Toma todo lo que te guste.
Ella contuvo el aliento y se dio la vuelta, aferrando automáticamente la toalla que la envolvía.
―Joe. No te oí entrar.
―Esperaba que la puerta estuviese cerrada con llave.
Ella parpadeó, sin decir nada. Pero esta vez, al buscar sus ojos, vio el dolor en ellos. La soledad. Él había construido esas habitaciones por un capricho, había dicho. Pero era obvio que lo había preparado para una mujer. ¿Era ella real? Se preguntó. ¿O sólo algún deseo lejano que se había permitido tener en secreto?
Como ella permanecía en silencio, él retrocedió un paso, con su mano aún apoyada en el picaporte de la puerta.
―Lo siento. Te dejaré sola.
―No, no te vayas.
Él se detuvo bruscamente, mirándola. Ella vio como su intensa mirada descendía más allá de su rostro, apenas tocando su cuerpo, cubierto sólo por la toalla. Ella sabía que sus moretones se veían, su pelo estaba húmedo y enredado, cayendo sobre sus hombros. Y aún así, sintió una reacción profunda ante esa mirada. Como si en sus ojos hubiera verdadera admiración y no sólo sorpresa.
―¿Quieres... que me quede?
Ella se volvió hacia el armario, sacando las ropas que la habían atraído, sin mirarlo.
—Si piensas alojarme aquí, Joe, lo menos que puedes hacer es distraerme. Me volveré loca si debo pasar todo el tiempo sola en estas habitaciones. Aunque son preciosas, pronto moriría por el aburrimiento.
Él inclinó la cabeza.
―Yo... pensé que querrías descansar.
―Es demasiado temprano para descansar. Además, si debo dormir toda la noche y tú debes dormir todo el día... ―Parpadeó e inclinó su cabeza hacia un lado―. ¿Lo haces, no?
Él se limitó a asentir con la cabeza.
―Pues bien, entonces ¿cómo cumplirás con nuestro trato? ¿Cuándo tendrás tiempo para contarme todos tus secretos, Joe?
Rápidamente, él niveló su mirada con la de ella y el ceño estropeó su frente.
―¿Así que decidiste escribir el artículo después de todo?
Ella se encogió de hombros, acomodó la ropa sobre su brazo y se encaminó hacia el cuarto de baño.
―Puedes creer lo que desees. Lo harás de cualquier manera. La verdad es que soy curiosa.
―¿Eso es todo? ―preguntó.
Ella se detuvo en la entrada para volver la mirada hacia él.
―Sí. Eso es todo. Estaré en un minuto. ―Y cerró la puerta. Rápidamente se puso la falda, larga y suelta, que se movía a su alrededor como una brisa primaveral. Después la blusa, las mangas caían por debajo de sus hombros y aferró la cintura elástica lo suficientemente alta para que una porción de su abdomen quedara visible. Se cepilló el pelo, frunciendo el entrecejo ante la falta de un espejo en el cuarto.
Ningún espejo. Como si ni siquiera, en sus mejores fantasías, él se hubiera permitido imaginar a una mujer mortal llenando su soledad. Sino tan sólo a otra criatura como él.
Ella no encajaba en lo más mínimo, ¿o sí?
Parpadeó y luego frunció el ceño con fuerza. ¡No importaba! ¿Qué le había hecho pensar tal cosa? Oh, pero ella lo sabía. Lo sabía más con cada momento que pasaba. Él era esa alma amable que la había sacado del río, ese ángel oscuro que la había confortado cuando ella lloraba en su cama, sola y asustada. Y a quien ella había amado durante toda su vida.
Él no confiaba en ella. Ni siquiera estaba segura de poder culparlo por eso. Ella era una Sullivan.
Pero estaba destinada a arreglar las cosas, estaba segura. Había nacido para él.
Finalmente, se aclaró la garganta y, cuando hubo puesto en orden sus pensamientos, regresó al dormitorio.
Joe la miró de arriba a abajo, parpadeando con sorpresa.
―No es para nada moderno ―dijo ella acariciando la tela de la falda.
―Es adorable. Tú eres adorable.
Ella evitó su rostro, sintiendo como el calor avanzaba lentamente por sus mejillas.
―Estas estancias son tan diferentes al resto del castillo... también el gran vestíbulo.
―En realidad, sólo falta reparar el ala norte. Desafortunadamente, es ahí donde acabaste antes. La mayor parte del lugar ha sido restaurada, modernizada. —Extendió la mano para apartarle el pelo de la frente y examinó la contusión con cautela, que era resultado de su impacto contra la pared―. Incluso hay electricidad.
―¿Pero usas las lámparas de gas?
―Las prefiero. ¿Te duele mucho, _______?
―Estoy dolorida, pero sólo un poco. Estaré bien ―le dijo. Atisbó el suave resplandor dorado que emanaba de las lámparas de la habitación y asintió con la cabeza―. Estoy de acuerdo, las lámparas de gas son mucho más agradables. ¿Me mostrarás los alrededores, entonces? Um... las partes restauradas quiero decir. No tengo interés en ver el ala norte otra vez.
―Eso es bueno. Me temo que ese ala está prohibida durante tu estancia aquí, _______.
Ella buscó su rostro.
―¿Así qué hay algunos secretos que no compartirás conmigo?
Él entornó los ojos y negó con la cabeza.
―El ala norte no es segura, como has podido aprender. Mantente alejada de ahí, _______.
Su curiosidad se elevó hasta las nubes.
―De acuerdo ―dijo.
No pensó que el creyera en ella.
―Ven. ―Le ofreció su brazo.
Ella lo tomó. Cerró la mano alrededor de su antebrazo y lo sintió. Caliente, no frío como podría esperarse. Se sentía real. Se sentía como un hombre. No como un monstruo.
Ella reparó en que él tenía los ojos más hermosos que hubiera visto jamás y el cabello de un suave tono castaño oscuro, casi negro. Al principio se había sentido increíblemente atraída por él. Y aún lo estaba.
F l ♥ r e n c i a.
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