Summer. {One Direction y tú}

Una semana pasó desde que quemé la cocina de uno de mis mejores amigos, uno de ellos dejó de hablarme de un día para otro vaya uno a saber por qué e hice que el hombre de mi vida ingresara en el hospital gracias a la cocina achicharrada que incendié sin intención.
La madre de Harry comprendió la situación y me perdonó con la condición de que nunca más me acerque al horno, y, por supuesto, acepté.
Además, tengo en mente que nunca debo acercarme a ninguna cocina, sea de quién sea.
Mis padres pagaron por los daños que resultaron ser peores de lo que parecían, y después me reprendieron durante una hora, en la que mis hermanos participaron burlándose de mí.
Con los chicos todo va bien; salidas, noches de películas y días en el lago, ya son parte de nuestra rutina diaria.
Pero, sin embargo, uno de ellos actúa bastante extraño y como suelo querer tener el control de todo, preciso saber de qué va todo ese comportamiento.
Louis.
Oh, Louis.
El niño de ojos de cielo.
Es poco decir que extraño sus abrazos, los alentadores besos que deposita sobre mi cabello cuando todo me sale mal y la forma abrazadora en la que me mira cuando sabe que algo no anda bien.
Yo puedo ser una experta en fingir, pero él lo nota desde kilómetros.
Louis es el único que puede hacerlo y por eso es especial; porque cuando sabe que no tengo ganas de hablar, o que las palabras se secan dentro de mi garganta, él me observa a los ojos y después me abraza. Porque me entiende. Porque sabe que no debe hablar.
Porque los abrazos de Louis dicen todo.
Y ahora no dicen nada.
Como mencioné anteriormente, salimos y compartimos hazañas todos los días; pero, sin embargo, él está tan frío y distante que me asusta.
Y hoy, sea como sea, sabré por qué.
Niall salió al día siguiente del hospital, ya que solo tenían que tenerlo en observaciones y desintoxicarlo un poco con los tubos de oxígeno y no sé qué más. Por suerte, él está en perfectas condiciones y todas las mañanas viene a casa a traernos a Harry y a mí unos panquecitos deliciosos que Maura prepara.
Sí, leyeron bien. Harry y su familia están viviendo en mi casa momentáneamente, ya que las remodelaciones en la cocina hacen que la casa entera esté llena de polvos y eso trae alergias a la familia.
Así que él, su madre, su padre y su hermana, Gemma, están hospedados en mi casa. Y lo más irónico es que, como ya no quedan tantos cuartos de huéspedes disponibles, Harry duerme en mi habitación y como si fuera poco, en la misma cama que yo.
No quisieran saber lo insoportables que resultan sus ronquidos, rara vez puedo pegar un ojo.
Ahora me encuentro desayunando en el sofá con Harry. Niall me avisó que hoy no podía venir porque debía acompañar a sus padres a hacer no sé qué cosa a la ciudad, por lo que mi madre nos preparó unos huevos revueltos que resultaron exquisitos. Y cuando le ofrecí mi ayuda, me echó de la cocina tirándome todo lo que encontró a su paso.
Creo que se están tomando todo esto muy enserio.
– ¿Cómo han dormido hoy? –Pregunta Anne, mientras baja las escaleras con una bandeja metálica en la mano y supongo que ha desayunado en la cama. Mi rostro cambia drásticamente y estoy segura de que mi expresión es de horror, ya que ella se echa a reír estruendosamente y después de acercarse a nosotros, nos planta un beso en la mejilla a cada uno.

–Tu hijo necesita seriamente unas de esas bandas respiratorias –Digo–, que no te sorprenda sí el amanece flotando en el lago.

– ¡No es tan malo dormir conmigo! Sé que te gusta –Alza las cejas y sonríe patéticamente.

–Me gustaría más si no roncaras.

–Yo no ronco.

–Sí.

–No.

–Sí.

–No es no.

–Sí es sí.

– ¿Enserio? ¡No me digas!

–Ya basta, par de inútiles –La sala se queda en completo silencio luego del comentario de Joe, quién se retira hacia la cocina dejándonos en una situación incómoda.

–Y, bueno… ¿Cómo dices que ronco? –Pregunta Harry, haciéndome sonreír. Hago una imitación fallida de un cerdito y el deja su cuenco con huevo revuelto en la mesa central, para correrme por toda la casa mientras grita alguna obscenidad que no logró entender.
Corremos hasta que Evan baja a la sala, nos pega una bofetada para nada cariñosa a cada uno, murmura un <<eso se ganan por despertarme de mi sueño de belleza>> y se retira a la cocina–. Tus hermanos son peores que tú en la mañana.

– ¿Y qué humor quieres que tenga, sí por tu culpa no puedo pegar un ojo en toda la noche? –Chillo.

– ¡Es tú culpa! ¡Tú incendiaste mi cocina!

–Creí que ya habíamos tenido esta conversación –Entorno los ojos y comienzo a subir las escaleras, en plan de dejarlo atrás. Pero mi suerte es tan penosa que él viene a mi siga.

– ¿Qué haremos hoy? –Agradezco para mis adentros que haya cambiado el tema y me encojo de hombros, mientras abro la puerta de mi habitación y me tiro a mi cama a penas entro. Cierro los ojos y siento peso a mi lado, por lo que sé que Harry se ha recostado.

–Tú eres el genio, tú propón algo –Lo oigo bufar y me dan ganas de reír, pero me contengo mordiéndome la lengua para que no me aviente un cojín.

–Esto de ser el más inteligente de nuestro grupo no se me da nada bien –Una risilla se me escapa y después de reírme un poco más, me obligo a mantenerme callada–. ¿Por qué no salimos con Marina?

– ¿Sabes?, es extraño, porque prácticamente he olvidado que vive conmigo –Susurro, incrédula.

–Eso no sonó muy bien –Asiento, dándole la razón y rezo porque no esté dando vueltas por aquí y de casualidad haya escuchado–. Podríamos pedirle a tu madre que nos lleve al centro de la ciudad y damos un paseo por ahí.

– ¡Genial! ¡Ya necesitaba de la civilización! –Abro los ojos, entusiasmada y veo a Harry fruncir el ceño.

– ¿Y nosotros que se supone que somos? –Sonrío divertida, porque no puedo evitarlo y niego con la cabeza.

–Me refiero a que no hice mis compras semanales desde que he llegado –Explico. Harry abre los ojos de topetón y me mira, incrédulo. Después pestañea rápidas veces y al final termina por quedarse perplejo un rato.

– ¿Compras semanales?

–Sí. Una vez a la semana, voy al centro comercial y me compro todo lo que veo –Sonrío, recordando las semanas que pasé con mis amigas en Londres–. ¡Es sensacional!

–Sí, no lo dudo –Responde, algo perturbado. Corre la vista hacia mis espaldas y la posa en la pared verde pálido. Lo conozco, conozco esa expresión; está pasmado.

– ¿Qué ocurre?

–Es que… ¿Desde cuándo te gustan esas cosas?

– ¿Qué?

–Sí, esas niñerías –Alzo las cejas y me siento como indio cuán rápido me lo permito, a la defensiva.

– ¡No son niñerías!

– ¿Ah, no? ¿Y cómo te gusta llamarles? –Ignora mi frustración, y se coloca las manos detrás de la cabeza, indiferente. Pero sé que por dentro se muere por hacerme millones de preguntas sobre mi nueva y desconocida vida, porque veo en sus ojos como se enfurruña poco a poco.

–Son cosas normales, Harry. Todas las chicas salen de compras alguna vez –Decido ser más calma, demostrarle que no logrará molestarme, aunque ya lo haya hecho.

–Todas menos tú.

–La última vez que nos vimos yo tenía once años, ¡No sabía lo que era la buena vida! –Exclamo, pero aún así permanezco impasible.

– ¿La buena vida? –Vuelve a fruncir el ceño y después se sienta a mi lado, bruscamente–, ¿la buena vida? –Repite–. ¿Llamas ‘buena vida’ a tener dinero?

– ¿Por qué? ¿Está eso mal? –La verdad yo lo veo muy inocente, y mi evasiva adquiere ese tono.

–El dinero no lo es todo –Niega, serio. Suelto una risita sarcástica, que suena más frustrante aún y retumba en mis oídos, chillando.

– ¿Quién te ha dicho eso? –Río un poco más y luego callo para oír su respuesta. Una respuesta que tarda en llegar, mientras observa mis ojos, enfurruñado y angustiado.

–Tú –Suelta, al final. Y no sé cómo sentirme con su respuesta, pero he aquí varias opciones: estúpida, triste y hasta percibo lo irónica que resulto ser.
¿Enserio he cambiado tanto?
Sus ojos ya no tienen ningún tipo de conexión con los míos y él se deja caer sobre la cama, nuevamente. Cierra sus ojos, aprieta sus labios y se absorta del mundo. Él no quiere hablar conmigo.

– ¿Yo dije eso? –Pregunto, y trato de rebuscar entre los recuerdos que se hallan en mi mente sobre aquellos veranos, pero no encuentro ése, precisamente.
Después de un largo silencio, que se vuelve insoportable, él responde:

–También me has dicho otras cosas.

– ¿Cómo cuáles?

–Cómo qué a los mejores amigos no se les miente –Susurra, y noto como su voz tiene un deje de dolor. Me acerco más a él y reposo mi mano en su mejilla, para después acariciarla tiernamente. No estoy segura de que esto lo calme al principio, pero después sus músculos se relajan y con ellos, su respiración se vuelve más trabajosa; está quedándose dormido.
Pero antes necesito preguntarle:

– ¿Y qué tiene eso que ver?

–Que dos de ustedes han roto esa promesa –Musita y sus débiles palabras se las lleva el viento que se filtra desde la ventana y hace a las cortinas bailar. ¿Qué ha querido decir con eso?
***

Han pasado dos horas y sus palabras siguen rebotando en las paredes de mi cráneo.
¿Se supone que he roto alguna promesa? ¿A quién le he mentido y qué tipo de promesa he hecho?
Suspiró, totalmente cansada y me dejo caer en la cama de mi mejor amiga, quién todavía está en el cuarto de baño de su habitación, duchándose.
Me siento mareada y acalorada. De a ratos me golpean unos sofocones insoportables. Cierro las ventanas y enciendo el aire acondicionado, espero un rato pero ni así dejo de sentirme tan mal.
Creo que se me revuelve el estómago y hasta siento náuseas, pero no es obra del calor mi malestar. A pesar de que comienzo a sentirme enferma, como todos los años me ocurre extrañamente en verano, sigo sin entender un ápice de nada.
Necesito a Louis. He decidido que lo necesito.
Tomo mi celular, que se halla sobre la cama y la envío un mensaje:
<< ¿Dónde estás? Ven rápido>>.
Al cabo de unos segundos, me responde:
<<Ahora no puedo>>.
Frunzo el ceño. ¿De qué va esto? ¿De una mala broma?
<<Claro que puedes. Ven aquí, me siento terrible>>.
Soné egoísta y por primera vez, me importa un comino. Su mensaje tarda en llegar y ya comienzo a desesperarme. Él responde sus mensajes en cuestión de segundos, así que noto que vacila. ¿Por qué vacila?
<<Espérame abajo>>.
Suspiro aliviada y le grito a Marina que estaré abajo. Ella me responde que está bien, así que bajo sin más.
Unos minutos después, un Louis desencajado aparece en mi pórtico.
Su cabello está despeinado, su ropa llena de barro y su rostro pálido. Respira agitado, así que lo dejo pasar bastante asustada y, por un momento, me olvido de los problemas que me golpeaban hace rato.
Lo que más me descoloca es la expresión de su rostro: fría, imperturbable a pesar de que parece haber corrido, distante. Incluso más distante que los días anteriores.
Pero eso no es lo peor; sus ojos están vacíos.
Sus faroles verdes me observar inexpresivos, vacilantes y poco interesados en lo que pueda ocurrirme. Hasta que se oye un chillido desde la escalera y Marina baja dando zancadas.
Él sonríe y corre a atraparla, dándole vueltas en el aire.
Pero, ¿Qué rayos es lo que me he perdido?
Se separan, se sonríen -aunque de hecho no habían dejado de hacerlo durante todo el abrazo- y se alejan de mí, hablando sobre sus días.
Confundida y aturdida, recurro a quién más cerca tengo: Niall.
Supongo que ya ha llegado, ya que el auto de sus padres está estacionado afuera y toco insistentemente la puerta con una desesperación notoria.
Él abre con el ceño fruncido y al verme, esboza la sonrisa más perfecta que pueda existir jamás. Y así es como calmo mis jadeos y me lanzo a sus brazos en busca del calor y la protección que Louis ya no me ofrece.
Él cierra la puerta a nuestras espaldas, aún conmigo en brazos y nos dirige al sofá, en dónde nos deja caer.

– ¿Qué sucede, princesa? –Me pregunta y se me vuelca el corazón. Pero no solo por el magnífico hecho de que me ha llamado princesa, sino porque el tono en el que lo dijo me recuerda a Louis.
De repente, todo ha vuelto a darme vueltas.

–Yo... –Intento decir, pero dejo las palabras en el aire porque nada sale de mi boca más que otro jadeo. Luego, sin poder contenerme, las lágrimas comienzan a salir de mis ojos que parecen no reaccionar, ya que me encuentro imperturbable. Lloro por llorar.
No, lloro porque la situación me frustra. Y, de todos modos, ¿de qué situación se supone que hablo?

–No tienes que decirme nada, ven para acá –Toma mi rostro entre sus manos, besa mi frente y recorre todo mi rostro con sus labios, terminando en mi nariz. Después, besa una lágrima y dejo de llorar de repente. Mis jadeos se calman, mis sollozos se apaciguan y me siento un poco mejor.
El rubio lo ha logrado de nuevo.

***

¡Hola, lindaaaaaaas! Les quiero agradecer una vez más por sus comentarios hermosísimos, porque siempre me dan ánimos a seguir. Sé que parezco un robot, o una boluda diciendo siempre: ¡Qué bueno que te haya gustado! o ¡Me alegro de que te guste!, pero es que en realidad me quedo sin palabras. Sólo puedo agradecerles por ser fieles y por seguir leyendo, siempre. Ojalá el capítulo les guste, las quiero!