Summer. {One Direction y tú}

Detuvo el tamborileo impaciente que generaba su pie al instante y se volteó hacia él.
Su rostro permanecía serio y su mirada se posaba en la nada misma.
¿Qué clase de pregunta era esa? ¿Acaso era una pregunta o sólo un estúpido reproche, qué le había hecho a la persona equivocada?
Una sonrisilla socarrona se escapó de sus labios al pensar siquiera en la idea de que a Niall le interesase su hermana, pero después frunció el ceño al darse cuenta de que así parecía ser.
El lo mataría.

–Disculpa, ¿Hay algo que deba hacer? –El rubio volteó a verlo y se estremeció ante la mirada intensa e insistente que marcaba Joe sobre él. ¿Había dicho algo malo?

–Pensé que tú sabrías por qué –Se encogió de hombros, pero más se encogió de miedo. Acababa de comprenderlo. Joseph estaba celoso y eso no era bueno.

–La verdad es que no tengo ni idea –Su voz se oyó hueca, imponente–. Pero… hay algo que tal vez pueda interesarte –Sonrió en su fuero interno, dispuesto a alejar a su hermana de los brazos del irlandés.

– ¿Y qué es?

–Ella está enojada contigo. Es más, creo que te odia –Dijo simplemente. Joe no se había dado cuenta que lo que acababa de decir destruiría la vida del rubio para siempre. Niall abrió sus ojos y los sintió cristalizarse. Sintió su pulso acelerarse, sintió los latidos de su corazón galopando en una carrera en la que solo él corría. Oyó su corazón quebrarse.

– ¿Qué? –Solo juntó el valor para susurrar. Su cuerpo se estremeció y sus lágrimas comenzaron a caer sin control por sus mejillas. Joe sonrió suficiente y se volteó a verlo. Pero no debería haberlo hecho, porque ahora la culpa embargaría su vida por el resto de sus días.

–No, Niall, yo no quise… –Pero el rubio se paró de inmediato, dejando sus palabras en el aire. Se secó las mejillas con la manga de la campera que llevaba puesta y después metió sus manos en sus bolsillos traseros. Si ella lo odiaba, él también lo haría.
Y así, sin más, se alejó de Joe.
¿Qué era lo que acababa de hacer?
***
–Me lo he pasado grandioso. Gracias, Liam –Estiró un poco el cuello hasta donde ella misma se lo permitió y le besó la mejilla estruendosamente. Se hallaban volviendo después de casi veinte minutos corriendo bajo las estrellas, en aquel lugar que solía ser suyo y al parecer, todavía lo era.
El castaño cargaba a la muchacha en su espalda, como solían hacerlo todas las tardes al volver de la pradera y mientras tanto hablaban sobre temas triviales.

– ¿Por qué me lo agradeces? Después de todo, es nuestro lugar –Sonrió al pronunciarlo y sus mejillas se tiñeron de un suave rosa escarlata.
Ella sonrió también.

–Bueno, pero no habría recordado lo hermoso que es de no haber sido por ti.

–Que no se hable más –Acotó riendo–. Tengo muchas cosas que contarte, ¡Te has perdido cinco veranos!

–Sí, eso no es exactamente algo que quisiera recordar ahora –Habló con recelo–. Pero me gustaría oír todo lo que me perdí.

–Y lo oirás. Hoy te contaré todo con lujo de detalles.

–A veces creo que eres una chica –Añadió ella, riendo silenciosamente. El simplemente la ignoró y siguió hablando.

Una hora después de la cena, los grupos se habían dividido nuevamente, volviendo todos a sus anteriores actividades.
Quedaron solos, los ocho solos.
Estaban sentados en el sofá, compartiendo miradas incómodas y gestos incompresibles.
Maddie se limitaba a observar al rubio de reojo, quién ya tenía ganas de espetar sus sentimientos en la cara de la castaña, besarla y huir de allí como el cobarde que era.
Pero se contuvo.
Evan miraba a Joe acusadoramente. Había algo que escondía y quería saber cuanto antes. Su gemelo podía ser muy peligroso cuando se lo proponía.
No se aguantó más y se levantó de un salto.

–Joe, ¿Te parece si hablamos a solas un minuto? –Le preguntó, llamando la atención de unos cuantos. Menos del rubio, quién se hallaba inexpresivo. Quebrantándose por dentro.
Joseph asintió tímidamente, sabía que era lo que le esperaba.

– ¿Se puede saber de qué van a hablar sin la presencia de su hermana? –Interrumpió Maddie. Ahora las miradas iban dirigidas a ella. Se sintió incómoda de repente.

–Son cosas de hombres –Respondió Evan, imperturbable y se encogió de hombros luego–. Ya vámonos –Tocó el hombro de Joe y hasta lo apretó con fuerza, haciendo que el mismo soltara un pequeño gemido.
Ambos salieron al patio trasero y mientras Joe caminaba con la cabeza gacha a la banca en donde se hallaba sentado con Niall hacía unas horas, Evan se movía de un lado a otro con nerviosismo.
Sea lo que sea, tenía que ser rápido. No quería imaginarse la tensión que había dentro de aquella casa.

– ¿Tienes hormigas en el trasero o qué? –Intentó bromear sin éxito. Evan lo fulminó con la mirada y lo calló con la misma.

–Te obligo a que me digas ya mismo de qué hablaste hoy con el irlandés –Joe tosió, atragantándose con su propia saliva y después de unos minutos tomó una postura despreocupadamente fingida.

– ¿Tú vas a obligarme? ¡Já! –Se burló.

–Claro que sí. Y si no me lo dices, estoy dispuesto a hacer cualquier cosa contra ti –Tragó saliva duramente.

– ¿Cualquier cosa? ¿Cómo qué?

–Sé mucho más de lo que crees y es por eso que te conviene hablar.

–El me preguntó por qué Maddie no tenía la cadenilla puesta –Evan comprendió de inmediato. Celos. Sobreprotección. Su hermano acababa de enloquecer.

– ¿Y qué le has dicho?

–Que ella lo odiaba –Sintió su boca amarga tras pronunciar aquellas cuatro simples palabras y entendió cuan idiota había sido. Cuanto le afectaría eso al rubio. O peor aún. A su hermana misma.
Evan paró su caminata justo frente a él.
Lo miró directo a los ojos y a pesar de notar que sentía remordimiento y culpa, se abalanzó sobre él y le pegó en la cabeza tan fuerte como se lo permitió a sí mismo.

– ¡¿En qué se supone que estabas pensando?! –Gruñó, atentando contra su cabello–. ¿No puedes ver que Madeleine ama a Niall? ¡Quisiera que dejaras de pensar en ti solo un segundo! –Se alejó de él y entró a la morada sin dirigirle siquiera una última mirada.
Fingió que nada había sucedido y subió hasta su cuarto bajo la mirada atenta de los presentes.
Era igual a su hermana. Excelente fingiendo.

– ¿Evan? –Preguntó la pequeña y al no obtener respuesta por parte de él, suspiró sonoramente–. Me pregunto qué es lo que habrá hecho el otro idiota ahora –Se dijo a sí misma y subió tras él.


Joe entró y se acomodó el cabello con la mano. Miró a los chicos y se acercó al sofá por detrás.

– ¿Puedo hablar contigo? –Le preguntó suavemente al rubio. Frunció el ceño y aceptó sin pensárselo. Ambos salieron, pero esta vez se sentaron en el escalón que se hallaba bajo el ventanal. El joven suspiró y se preparó para ser detestado por el resto de su vida–. Ella no te odia –Soltó de repente y hasta él mismo se sorprendió de la fluidez con la que lo había dicho. El rubio puso sus sentidos alerta y lo miró fijamente.

– ¿Qué?

–Ella no te odia. Yo inventé eso porque ella es mi hermanita y me puse celoso de tu amistad con ella, eso es todo –Niall frunció el ceño y se mordió la lengua para no insultarlo.

– ¿Y por qué no lleva la cadena? –Joe entornó los ojos.

–Niall, Maddie siempre lleva la cadena. Se la sacó esta mañana porque su orgullo es más fuerte que las patadas que mi hermano me pega en el trasero cuando jugamos a las luchas –Lo hizo reír y se sintió mejor. Pero aún le debía algo–. Perdóname.

–Después hablaremos… Tengo algo mucho más importante que hacer ahora –Y sin dejarlo preguntar, se retiró.
Joe pensó que ese día todos lo dejarían solo.
Y suspiró porque se sentía mejor.

Niall corrió escaleras arriba y entró a la habitación que solía ser la de Evan. Sabía que Madeleine estaba allí y necesitaba hablar con ella.
Abrió la puerta bruscamente sin siquiera pedir permiso y se estremeció al notar a su mejor amiga llorar.
Evan estaba entre sus brazos con sus párpados sellados. Y Maddie ahora tenía su vista fija en él.
Dejó a su hermano sobre la cama y le hizo a Niall un ademán de que la esperara afuera. Besó su frente y cerró la puerta tras de sí, con una delicadeza única.

–Muy bien, ya soy toda tuya –Habló sin percatarse que sus palabras tenían un doble sentido notorio. El rostro del rubio enrojeció y ella también lo hizo, después de notar su error–. Lo siento, me refería a que, tu sabes… –Pero no pudo seguir hablando. Porque sus sentidos se volvieron oscuros.
Su pulso se aceleró. Su corazón latió con fuerza. El perfume de él estaba impregnando sus fosas nasales, embriagándola. Su cintura estaba atrapada contra su cuerpo y se rozaban perfectamente.
Ella encajaba perfectamente en su cuerpo.
Y se dio cuenta de que no estaba soñando.
El la había abrazado.