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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Sáb 26 Ene 2013, 1:04 am

Nombre : Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles]
Autor : Federico Moccia
Adaptación : Si
Género : Comedia romantica.
Advertencias : Ninguna

Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Savor22231

Sinopsis:
Harry Styles es un publicista de gran éxito que acaba de ser abandonado por su pareja de toda la vida. Así que, a sus 40 años, está harto de que le hablen de lo bonito que es el amor. Un día, yendo a trabajar, se encuentra con una joven muy guapa llamada ___. La chica es un torrente de optimismo y ambos se enamoran. Pero cuando la mujer de Harry decide darle una segunda oportunidad, él volverá a dejarse caer en los brazos de una vida sin sobresaltos. Mientras tanto, ___ le esperará en secreto con la esperanza de que cambie de opinión.




Última edición por JacquelineOroMac el Dom 27 Ene 2013, 10:55 am, editado 1 vez
JacquelineOroMac
JacquelineOroMac


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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por Juulii Sáb 26 Ene 2013, 8:54 am

Me encanto la sinopsis!!! POR FAVOR, SEGUILA!! :)
Juulii
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Sáb 26 Ene 2013, 12:12 pm

Juulii escribió:Me encanto la sinopsis!!! POR FAVOR, SEGUILA!! :)

Ahora la sigo linda. :hug:
JacquelineOroMac
JacquelineOroMac


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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Sáb 26 Ene 2013, 12:49 pm

Capitulo uno

Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica
y loca. Y luego más noche. Noche que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
Éstas son mis amigas, qué demonios... Fuertes. Son fuertes. Fuertes como Olas. Que no se detienen. El problema vendrá cuando una
de nosotras se enamore de verdad de un hombre.
—¡Eh, esperad que yo también me apunto!
___ las mira a una tras otra. Están en la via dei Giuochi Istmici.
Han dejado abiertas las puertas de su diminuto Aixam y, con la música a tope, improvisan un desfile de moda.
—¡Vale, ven!
Olly camina con un contoneo exagerado por la calle. Volumen al máximo y gafas de sol oscuras muy fashion. Parece Paris Hilton. Un perro ladra a lo lejos. Llega Erica, gran organizadora. Trae cuatro Coronitas. Apoya las chapas en una barandilla y a puñetazos las hace saltar una tras otra. Saca un limón de su mochila y lo corta en rodajas.
—Eh, Erica, por si te pillan, ¿ese cuchillo mide menos de cuatro dedos...?
___ se ríe mientras la ayuda. Mete una rodaja de limón en cada Coronita y ¡chin chin!, brindan entrechocando con fuerza las botellas y alzándolas a las estrellas. Luego sonríen con los ojos casi cerrados, soñando. ___ es la primera en beber. Respira profundamente y recupera el aliento. Mis amigas son fuertes, y se seca la boca. Es bonito poder contar con ellas. Con la lengua lame una gota de su cerveza.
—Chicas, sois guapísimas... ¿Sabéis qué? Necesito amor.
—Necesitas un polvo, querrás decir.
—No seas borde —interviene Diletta—, ha dicho amor.
—Sí, amor —prosigue ___—, ese misterio espléndido, desconocido
para ti...
Olly se encoge de hombros.
En efecto, piensa ___, necesito amor. Pero tengo diecisiete años, dieciocho en mayo. Todavía estoy a tiempo...
—Un momento, un momento, esperad que ahora me toca desfilar a mí...
Y ___ recorre resuelta la estrambótica acera-pasarela entre sus amigas que silban, se ríen y se divierten con esa extraña y espléndida pantera blanca a la que, al menos hasta ahora, nadie ha golpeado todavía.


—Cariño, ¿estás en casa? Perdona que no te haya avisado, pero creía que iba a volver mañana.
Harold entra en su casa y mira alrededor. Ha regresado antes a propósito con deseo de ella, pero también con ganas de sorprenderla con otro. Hace ya demasiado tiempo que no hacen el amor. Y, a veces, cuando no hay sexo, ello no significa sino que hay otra persona.
Harold camina por la casa, pero no encuentra a nadie, en realidad no encuentra nada. Dios mío, ¿acaso han entrado ladrones?
Después ve una nota sobre la mesa. Su letra.
«Para Harry. Te he dejado algo de comida en el frigo. He llamado al hotel para avisarte, pero me han dicho que ya te habías ido. Quizá querías descubrirme. No. Lo siento. Por desgracia, no hay nada que
descubrir. Me he ido. Me he ido y basta. Por favor, no me busques, al menos por un tiempo. Gracias. Respeta mis decisiones del mismo modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»

No, Harold deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh? Si ni mi casa era mía.
Harold ve que la lucecita del contestador automático parpadea. ¿Lo habrá pensado mejor? ¿Querrá regresar? Aprieta la tecla esperanzado.
«Hola, ¿cómo estás? Hace tiempo que no das señales de vida. Eso no está nada bien... ¿Por qué no venís Elena y tú a cenar una noche con nosotros? ¡Nos encantaría! Llámame pronto, Adiós.»
Harold borra el mensaje. También a mí me encantaría, mamá. Pero me temo que esta vez me tocará aguantar una de tus cenas solo. Y entonces me preguntarás: «Pero ¿cuándo os vais a casar Elena y tú, eh? ¿A qué estáis esperando? Ya has visto lo hermoso que es, tus hermanas ya tienen hijos. ¿Cuándo me vas a dar un nietecito tuyo?» Y es posible que yo no sepa qué responderte. No seré capaz de decirte que Elena se ha ido. Y entonces mentiré. Mentirle a mi madre. No, no está bien. Con treinta y seis años además, treinta y siete en junio... Eso está muy mal.


Una hora antes.
Stefano Mascagni es escrupuloso en casi todo, menos con su coche. El Audi A4 Station Wagon toma veloz la curva del final de la via del Golf y enfila la via dei Giuochi Istmici. Un escrito dejado por alguien sobre el cristal trasero solicita: «Lávame. El culo de un elefante está más limpio que yo», y sobre el cristal lateral: «No, no me laves; estoy dejando crecer el musgo para el pesebre de Navidad.» En el resto de la carrocería, apenas se ve el gris metalizado, de tanto polvo como la cubre. Una carpeta llena de folios resbala hacia delante y cae, desparramando su contenido sobre la alfombrilla del coche. Idéntica
suerte corre una botella de plástico vacía, que se mete debajo del asiento y rueda peligrosamente cerca del pedal del embrague. Del cenicero rebosa una serie de envoltorios de caramelos que lo hacen parecer un arco iris. Menos romántico, sin embargo. De repente, un golpe seco procedente del portaequipajes. Maldita sea, se ha roto, lo sabía. Mierda. Y encima no puedo ir a verla con el coche en estas condiciones. Seguro que Carlotta llamaría a una empresa de desinfección y después no querría volver a verme nunca más. Hay quien dice que el coche es el espejo de su propietario. Como los
perros. Stefano se acerca a unos contenedores y apaga el motor. Se baja rápidamente del Audi. Abre el portaequipajes. El portátil está fuera de su funda; ésta se había quedado abierta y el aparato se debe de haber salido al tomar la curva. Lo coge, lo observa por todos los lados, por encima y por debajo. Parece intacto. Tan sólo se ha aflojado un poco uno de los tornillos del monitor. Menos mal. Lo vuelve a meter en la funda. Sube de nuevo al coche. Mira a su alrededor. Tuerce el gesto. Del bolsillo del respaldo del asiento del copiloto asoma una bolsa gigante de supermercado semivacía, resto de la supercompra del sábado por la tarde. La saca. Stefano comienza a recoger velozmente todo cuanto queda a su alcance. Lo va metiendo dentro de la bolsa hasta llenarla. Luego baja, abre de nuevo el portaequipajes, coge el portátil y lo deja sobre uno de los contenedores. Trata de colocarlo de modo
que mantenga el equilibrio y no se caiga al suelo. Empieza a sacar del portaequipajes cosas ya inútiles y olvidadas. Una bolsita vieja, un estuche de CD, tres latas de refresco vacías, un paraguas roto, un paquete de pilas pequeñas gastadas, un chal tieso. Después, antes de que la bolsa se desborde del todo, se dirige hacia los contenedores. Caramba, no sabía que hubiese de tantas clases... Vidrio, plástico, papel, basura sólida, basura orgánica. Caray. Precisos. Organizados. ¿Y dónde meto yo esto? Son todas cosas diversas. Bah. El amarillo me parece perfecto. Stefano se acerca y pisa el pedal para abrirlo. La tapa se levanta de golpe. El contenedor está lleno. Stefano se encoge de hombros, lo cierra de nuevo y deja la bolsa en el suelo. Vuelve a subir al coche. Mira de nuevo a su alrededor. Así está mejor. Bueno, no. Quizá debiera pasar también por el túnel de lavado. Mira el reloj. No, no, es tarde. Carlotta ya me debe de estar esperando. Y no puedes hacer esperar a una mujer en la primera cita. Stefano cierra el portaequipajes, vuelve al coche, arranca. Pone un CD. Piano y orquesta número 3, op. 30, tercer movimiento, de Rachmaninov. Ya está. Ahora todo es perfecto. Cuando Carlotta me vea llegar con este «Rach 3» se desmayará, como en Shine. Embrague. Estupendo. Acelerador. Y
se va. Gran noche. Y gran seguridad también al volante.


Un gato bicolor camina afelpado y curioso. Ha permanecido escondido hasta que el coche se ha ido. Después ha salido y, de un salto preciso, ha comenzado su paseo de contenedor en contenedor. Algo
llama su atención. Se acerca. Empieza a restregarse, a observar, sigue husmeando. Se rasca una oreja mientras pasa una y otra vez junto a la esquina del ordenador. Desde luego, ésa sí es una basura extraña.


La música sale fuerte y estridente de los bafles del Aixam.
—¡Naomi!
—Se me da bien, ¿eh? —Sonríe ___.
Diletta bebe un sorbo de cerveza.
—Deberías dedicarte en serio a lo de ser modelo.
—Pasa el tiempo, un año, una se engorda...
—¡Olly, eres una envidiosa! Te fastidia que desfile tan bien, ¿o qué? Pero sabes de sobra que esta..., es la hostia. ¿Cómo se llama?
—Alexz Johnson.
—¡Eh, aquí todas somos profesionales! Mira, mírame a mí. —Y Olly se planta en el otro extremo de la acera, se apoya la mano en la cadera derecha, dobla un poco la pierna y se detiene, mirando fijamente al
frente. Después da media vuelta, se echa la melena hacia atrás con un rápido movimiento de cabeza y regresa.
—¡Pareces una modelo de verdad! –Y todas le aplauden.
—Modelo número 4, Olimpia Crocetti.
—Giuditta, mejor que Crocetti. —Y empiezan a cantar a coro una canción, unas mejor y otras peor, unas sabiéndose de verdad la letra y otras inventándosela de cabo a rabo. «I know how this all must look,
like a picture ripped from a story book, I’ve got it easy, I’ve got it made...»
Y se toman un último y fresco sorbo de cerveza.
—¡Valentino, Armani, Dolce e Gabbana, el desfile ha terminado!
¡Aquí estaré, por si me queréis contratar! —Y Olly hace una reverencia a las demás Olas—. ¿Qué hacemos ahora? Empiezo a estar aburrida de estar aquí...
—¡Vámonos al Eur, o quizá, qué sé yo, al Alaska! ¡Sí, hagamos algo!
—Pero ¡si acabamos de hacer algo! No, chicas, yo me voy a casa. Mañana tengo examen y me la juego. Tengo que recuperar el cinco y medio.
—¡Venga! ¡No seas pelma! No vamos a volver tarde. Y, además, mañana puedes levantarte más temprano y le das un repaso, ¿no?
—No. Necesito dormir, ya van tres noches que me hacéis llegar tarde y yo no soy precisamente de hierro.
—¡No, en realidad eres dura sólo de mollera! Está bien, haz lo que te parezca, nosotras nos vamos. ¡Hasta mañana!
Y cada una a su paso se va en una dirección: tres, directas hacia quién sabe dónde y una hacia su casa. Los cuatro botellines de Coronita siguen allí, en la acera, como conchas abandonadas en la playa tras
la marea. Mira qué desastre, cómo lo han dejado todo. Claro, como yo soy la escrupulosa... Las recoge. Mira a su alrededor. Las farolas iluminan una hilera de contenedores. Menos mal, ahí está el contenedor de color verde, el del vidrio. ¡Qué asco! Qué descuidada es la gente. Han dejado un montón de bolsas en el suelo. Al menos podrían separar la basura. ¿Acaso no se han enterado de que el planeta está en nuestras manos? Coge los botellines y los deja caer uno a uno por el agujero
adecuado. ¿Y las chapas? ¿Dónde las meto? No son de cristal... Quizá donde van las latas y los botes. También podrían indicarlo, con una etiqueta o un dibujo bonito. «Chapas aquí.» Se para y se echa a reír.
¿Cómo era aquel viejo chiste de Groucho? Ah, sí...
«Papá, ha llegado el hombre de la basura.»
«Dile que no queremos.»
Detallista, tira también al contenedor correspondiente una bolsa que se había quedado fuera. Entonces lo ve. Se acerca temerosa. No me lo puedo creer. Justo lo que necesitaba. ¿Lo ves?, a veces vale la pena ser ordenado.


Más tarde, esa misma noche. El coche frena con un chirrido de neumáticos. El conductor baja a toda prisa y mira a su alrededor. Parece uno de los personajes de «Starsky y Hutch». Pero no va a disparar a nadie. Mira a los pies del contenedor. Detrás, encima, debajo, por el suelo de alrededor. Nada. Ya no está.
—No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Nadie limpia jamás, nadie se preocupa de si los demás dejan las bolsas en el suelo y, justo esta noche, tenía que encontrarme a un tipo correcto y puñetero
en mi camino... Y encima Carlotta me ha dado calabazas. Me ha dicho que finalmente se había enamorado... Pero de otro...
Y no sabe que, por culpa de lo que ha perdido, un día, Stefano Mascagni será feliz.


Última edición por JacquelineOroMac el Dom 27 Ene 2013, 11:02 am, editado 1 vez
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por Juulii Sáb 26 Ene 2013, 4:03 pm

Amé el capitulo... Para ser solo el primero... ESTA HISTORIA ES GENIAL! Ya quiero saber que sigue, porque estoy llena de dudas... NECESITO RESPUESTAS CARAJO! ok no...

Seguila!! :)
Juulii
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Sáb 26 Ene 2013, 5:18 pm

Juulii escribió:Amé el capitulo... Para ser solo el primero... ESTA HISTORIA ES GENIAL! Ya quiero saber que sigue, porque estoy llena de eudas... NECESITO RESPUESTAS CARAJO! ok no...

Seguila!! :)

Hola ;) La sigo pronto linda, solo deja adapto el segundo capitulo va, te mando un beso.
JacquelineOroMac
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Dom 27 Ene 2013, 11:03 am

Capitulo Dos

Dos meses después. Aproximadamente.
No me lo puedo creer. No me lo puedo creer. Harold camina por su casa. Han pasado dos meses y todavía no consigue hacerse a la idea. Elena me ha dejado. Y lo peor es que lo ha hecho sin un porqué. O al menos sin contarme ese porqué a mí. Harold se asoma a la ventana y mira al exterior. Estrellas, estrellas hermosísimas. Sólo estrellas en el cielo nocturno. Estrellas lejanas. Estrellas malditas que saben. Sale a la terraza. Techo de madera, celosía, en las esquinas espléndidas vasijas antiguas, lisas, lo mismo que delante de cada ventanal. Un poco más allá, largos toldos de color claro, pastel, que matizan la salida y la puesta del sol. Como una ola que rodea la casa, que se pierde lenta a la entrada de cada habitación y, una vez dentro, esa misma ola continúa incluso en los colores de la pared. Pero lo único que logra ahora todo eso es causarle más daño aún.
—¡Aaahhh! —De repente Harold empieza a gritar como un loco—: ¡Aaahhh!
Ha leído que desahogarse alivia.
—Eh, tú, ¿has acabado? —Un tipo está asomado a la terraza de enfrente.
Harold se oculta de inmediato detrás de una enorme planta de jazmín que tiene en la terraza.
—Bueno, ¿has acabado o no? Tú, guapito de cara; te estoy viendo, ¿estás jugando a policías y ladrones?
Harold retrocede un poco para apartarse de la luz.
—¡Te he pillado! Te he visto, te he pillado. Mira, estoy viendo una peli, así que, si te agobias, ve a dar una vuelta...
El tipo vuelve a meterse en casa y corre de golpe una gran puerta de vidrio, después baja las persianas. De nuevo el silencio. Harold se agacha y entra lentamente en la casa.
Abril. Estamos en abril. Y empieza negro. Y encima ese gilipollas... Me cojo un ático en el barrio de Trieste y resulta que el único gilipollas vive justo enfrente de mi casa. Suena el teléfono. Harold corre, atraviesa el salón y aguarda con un poco de esperanza. Un timbrazo. Dos. Se activa el contestador automático. «Ha llamado al 0680854... —y sigue—, deje su mensaje...» A lo mejor es ella. Harold se acerca al contestador esperanzado: «...después de la señal». Cierra los ojos.
—Harry, tesoro. Soy yo, tu madre. ¿Qué hay de ti? Ni siquiera respondes al móvil.
Harold se dirige a la puerta de la casa, coge la chaqueta, las llaves del coche y su Motorola. Después la cierra de golpe a sus espaldas mientras su madre continúa hablando.
—¿Y bien? ¿Por qué no vienes a cenar con nosotros la semana que viene, Elena y tú quizá? Ya te he dicho que me encantaría... Hace mucho que no nos vemos...
Pero él ya está frente al ascensor, no ha tenido tiempo de oírlo. Todavía no he logrado decirle a mi madre que Elena y yo nos hemos separado. Joder. Se abre la puerta, entra y sonríe mientras se mira al espejo. Pulsa el botón para bajar. En estos casos se precisa un poco de ironía. En breve cumpliré los treinta y siete y vuelvo a estar soltero. Qué extraño. La mayor parte de los hombres no espera otra cosa. Quedarse soltero para divertirse un poco e iniciar una nueva aventura. Ya. No sé por qué pero no consigo hacerme a la idea. Hay algo que no me cuadra. En los últimos tiempos, Elena se comportaba de un modo extraño. ¿Habría un tercero? No. Me lo hubiese dicho. Vale, no quiero pensar más. Para eso me lo he comprado. Brummm. Harold está en su coche nuevo. Mercedes-Benz ML 320 Cdi. Último modelo. Un todoterreno nuevo, perfecto, inmaculado, adquirido un mes atrás por culpa de la pena causada por Elena. O, mejor dicho, por el «desprecio sentimental» que sintió tras su partida. Harold conduce. Le asalta un recuerdo. La última vez que salió con ella. Íbamos al cine. Poco antes de entrar, a Elena le sonó el móvil y rechazó la llamada, apagó el teléfono y me sonrió. «No es nada, trabajo. No me apetece contestar...» Yo también le sonreí. Qué sonrisa tan bella tenía Elena... ¿Por qué utilizo el pasado? Elena tiene una sonrisa bella. Y al decirlo también él sonríe. O al menos lo intenta mientras toma una curva. A toda velocidad. Y otro recuerdo. El día aquel. Esto hace más daño. Tengo grabada en el corazón aquella conversación como si fuese ayer, joder. Como si fuese ayer.
Una semana después de haber encontrado aquella nota, una noche Harold regresa a casa antes de lo previsto. Y se la encuentra. Entonces sonríe, feliz de nuevo, emocionado, esperanzado.
—Has vuelto...
—No, sólo estoy de paso...
—¿Y ahora qué haces?
—Me voy.
—¿Cómo que te vas?
—Me voy. Es mejor así. Hazme caso, Harry.
—Pero nuestra casa, nuestras cosas, las fotos de nuestros viajes...
—Te las dejo.
—No, me refería a cómo es que no te importan.
—Me importan, ¿por qué dices que no me importan...?
—Porque te vas.
—Sí, me voy, pero me importan.
Harold se pone en pie, la abraza y la atrae hacia sí. Pero no intenta besarla. No, eso no, eso sería demasiado.
—Por favor, Harry... —Elena cierra los ojos, relaja la espalda, se abandona. Luego suelta un suspiro—. Por favor, Harry... déjame marchar.
—Pero ¿adónde vas?
Elena sale por la puerta. Una última mirada.
—¿Hay otro?
Elena se echa a reír, mueve la cabeza.
—Como de costumbre, no te enteras de nada, Harry... —Y cierra la puerta tras ella.
—Sólo necesitas un poco de tiempo, pero ¡quédate, joder, quédate!
Demasiado tarde. Silencio. Otra puerta se cierra pero sin hacer ruido. Y hace más daño.
—¡Tienes mi desprecio sentimental, joder! —le grita Harold cuando ya se ha ido. Y ni siquiera sabe lo que quiere decir esa frase. Desprecio sentimental. Bah. Lo decía tan sólo para herirla, por decir algo, por causar efecto, por buscar un significado donde no hay significado. Nada.
Otra curva. Este coche va de maravilla, nada que objetar. Harold pone un CD. Sube la música. No hay nada que se pueda hacer, cuando algo nos falta, debemos llenar ese vacío. Aunque cuando es el amor lo que nos falta, no hay nada que lo llene de verdad.
JacquelineOroMac
JacquelineOroMac


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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Dom 27 Ene 2013, 12:22 pm

Capitulo Tres

Misma hora, misma ciudad, sólo que más lejos.
—¡Dime qué tal me queda!
—¡Estás ridícula! ¡Pareces Charlie Chaplin!
Olly camina de un lado a otro por la alfombra de la habitación de su madre, vestida con el traje azul de su padre que le va por lo menos cinco tallas grande.
—Pero ¿qué dices? ¡Me queda mejor que a él!
—Pobre. Tu papá tan sólo tiene un poco de tripa...
—¿Un poco sólo? ¡Si parece la morsa de la película 50 primeras citas! ¡Mira estos pantalones! —Olly se los coloca en la cintura y los abre con la mano—. ¡Es como el saco de Papá Noel!
—¡Genial! ¡Entonces danos los regalos! —Y las Olas se levantan y se le echan encima, buscando por todas partes, como si de verdad esperasen encontrar algo.
—¡Me estáis haciendo cosquillas, ya basta! ¡De todos modos, como sois malas, este año sólo os toca carbón! ¡En cambio para Diletta, una barra de regaliz, ya que por lo menos se comporta...!
—¡Olly!
—Jo, ¿será posible que siempre te metas conmigo, sólo porque no hago lo mismo que tú? ¡Es que no se salva nadie!
—De hecho, ¡me llaman Exterminator!
—¡Ese chiste es muy viejo, y no es tuyo!
Sin dejar de reírse, se tumban todas en la cama.
—¿Os dais cuenta de que todo empezó aquí?
—¿A qué te refieres?
—¡A la inmensa suerte de que tengáis una amiga como yo!
—¿Eh?
—Pues que una cálida noche de hace más de dieciocho años mamá y papá decidieron que su vida necesitaba una sacudida, un soplo de energía, y entonces, ¡tate!, acabaron aquí encima echando un quiqui.
—¡Qué manera tan delicada de hablar del amor, Olly!
—¿Qué dices amor? Llámalo por su nombre, ¡sexo! ¡Sexo sano!
Diletta se abraza a un cojín que tiene al lado.
—Esta habitación es superguay y la cama supercómoda... Mira esa foto de ahí encima. Tus padres estaban muy guapos el día de su boda.
Erica coge a ___ por el cuello y finge estrangularla.
—___, ¿quieres tomar por legítimo esposo a Fabio, aquí no presente?
___ le da una patada.
—¡No!
—Eh, chicas, a propósito, ¿cómo fue vuestra primera vez?
Todas se vuelven de golpe hacia Olly. Después se miran las unas a las otras. Diletta se queda súbitamente seria y silenciosa. Olly sonríe:
—¡Vaya, ni que os hubiese preguntado si alguna vez habéis matado a alguien! Está bien, ya lo pillo, empiezo yo para que así se os pase la timidez. Veamos..., Olly fue una niña precoz. Ya en la guardería, le plantó un beso en plena boca a su compañerito Ilario, más conocido por el Sebo, debido a la enorme producción de porquería que procedía de los miles de granitos que salpicaban su carita como pequeños volcanes...
—¡Qué asco, Olly!
—¿Qué quieres que te diga?, a mi me gustaba, siempre hacíamos carreras juntos en el tobogán. En la escuela le tocó el turno a Rubio...
—¿Rubio? Pero ¿tú los besas a todos?
—¿Eso es un nombre?
—¡Es un nombre, sí! Y muy bonito además. El caso es que Rubio era un chavalito muy guay. Nuestra historia duró dos meses, de pupitre a pupitre.
—Vale, Olly, está bien, pero así es muy fácil. Tú has hablado de la primera vez, no de historias de cuando éramos niñas —la interrumpe ___ mientras se sienta con las piernas cruzadas y se apoya en el cabezal de la cama.
—Tienes razón. Pero ¡os quería hacer entender cómo ciertas cosas ya se manifiestan desde que uno es pequeño! ¿Queréis oír algo fuerte? ¿Estáis listas para una historia digna del Playboy? Allá voy. Mi primera vez fue hace casi tres años.
—¡¿A los quince?!
—¡¿Estás diciendo que perdiste la virginidad a los quince años?! —Diletta la mira con la boca abierta.
—Pues sí, ¿para qué quería guardarla? ¡Ciertas cosas es mejor perderlas que encontrarlas! En fin, yo estaba allí... una tarde después del cole. Él, Paolo, me llevaba dos años. Era un chico tan guay que no podía ser más guay. Le había cogido el coche a su padre sólo para dar una vuelta conmigo.
—¡Ah, sí, Paolo! ¡No nos habías contado que lo hiciste con él la primera vez!
—¿Y con diecisiete años llevaba coche?
—Sí, sabía conducir un poco. En fin, para abreviar, el coche era un Alfa 75 color rojo fuego, hecho polvo, con asientos de piel color beige...
—¡Qué refinamiento!
—¡Oye, lo que contaba era él! Yo le gustaba un montón. Cogimos la Appia Antica y aparcamos en un lugar un poco retirado.
—En la Appia Antica con el Alfa Antico.
—¡Qué graciosilla! En fin, pasó allí y duró cantidad. Me dijo que lo hacía bien, imagínate, yo que no sabía nada... Es decir, nada de nada no, porque en vacaciones había visto algunas pelis porno con mi primo, pero de ahí a hacerlo de verdad...
—Pero en el coche es una pena, Olly... caray, era tu primera vez. ¿No te hubiera gustado tener, qué sé yo, música, la magia de la noche, una habitación llena de velas...?
—¡Sí, estilo capilla ardiente! ¡Erica, es sexo! ¡Lo haces donde lo haces, no importa dónde, importa cómo!
—Estoy alucinada. —Diletta estruja con más fuerza el cojín—. Quiero decir, yo nunca... La primera vez, ¿te das cuenta? No la olvidas en toda tu vida.
—Ya lo creo que sí, si te toca un pringado la olvidas, vaya si la olvidas... Pero ¡si te encuentras a uno como Paolo, la recuerdas para siempre! ¡Me hizo sentir estupendamente!
—¿Y después?
—Después se acabó. A los tres meses, vaya... ¿No te acuerdas? Después de él vino Lorenzo, a quien obviamente llamaban el Magnífico..., aquel de segundo E que navegaba en canoa.
—No, contigo pierdo la cuenta.
—Vale, yo ya os lo he contado. ¿Y vosotras? ¿Tú, Erica?
—¡Yo más clásica, y evidentemente con Giò!
—¿Clásica en el sentido de la postura del misionero?
—¡Olly!, no. En el sentido de que Giò reservó una habitación en la pensión Antica Roma, en el Gianicolo, pequeña pero limpia y no muy cara. ¿Te acuerdas, ___? ¡Allí donde acabamos enviando a dormir a las dos inglesas cuando vinieron para el intercambio y tu hermano no las quiso en casa!
La puerta de la habitación se abre de repente. Entra la madre de Olly.
—Pero mamá, ¿qué haces? ¡Vete ahora mismo! ¿No ves que estamos reunidas?
—¿En mi habitación?
—Perdona, pero no estabas, y si no estás, éste es un espacio libre como otro cualquiera, ¿no?
—¿En mi cama?
—Tienes razón, pero es tan cómoda, y además me recuerda a papá y a ti, y me siento segura... —Olly pone la cara más dulce y tierna de que es capaz. Y, a decir verdad, también provocativa.
—Vale, vale... pero luego me lo dejas todo ordenado y me alisas la colcha. Y la próxima vez te montas las reuniones en el sótano, como hacían los carbonarios. Adiós, chicas. —Y se va un poco molesta.
—Vale, estabas hablando de la Antica Roma. ¡Ahora ya sé por qué me la propusiste diciendo que era agradable! ¡La habías probado personalmente!
—¡Pues claro! El caso es que nos fuimos allí a eso de las cinco de la tarde, y él lo había preparado todo a la perfección.
—¿Y no tienes que ser mayor de edad para alquilar una habitación?
—Bueno, no lo sé. Él jugaba al fútbol con el hijo de la dueña, que es quien le hizo el favor.
—¡Ah!
—Fue maravilloso. Al principio tenía un poco de miedo, como Giò, porque también era su primera vez, y nos movíamos con un poco de torpeza. Pero al final todo fue muy natural... Dormimos allí, ni siquiera nos cogió hambre a la hora de cenar. Fue aquella vez que dije que me quedaba en tu casa por la asamblea, ¿te acuerdas, Olly? Al día siguiente por la mañana nos tomamos un superdesayuno y a la una volví a casa. Mis padres no sospecharon nada. Me sentía muy bien. Después te sientes ligera, y también un poco más mayor y te parece que a él ya no vas a poder dejarlo...
—Sí, sí, ya no quieres dejarlo... —se burla Olly, y Diletta le da una patada—. ¡Ayyy! Pero ¿qué he dicho ahora?
—Siempre con los dobles sentidos.
—Pero ¿qué dices? ¡Yo siempre voy en sentido único, que lo sepas! ¿Y tú, ___? Con Fabio, ¿no? ¿A ritmo de rap?
—Bueno, sí... con él y con el rap, en efecto. En su casa, porque su familia se había ido de vacaciones. Hace diez meses, un sábado por la noche, después de un concierto suyo en un local del centro. Estaba muy excitado porque todo le había salido bien esa noche y porque estaba yo. También él lo tenía todo preparado para mí..., el salón iluminado con luces cálidas y tenues. Dos copas de champán. Nunca lo había probado..., buenísimo. Sus últimas composiciones de música de fondo. Para él no era la primera vez, y eso se notaba. Se movía con seguridad, pero me hizo sentir cómoda, protegida. Me dijo que era como una guitarra maravillosa, que no necesitaba ser afinada, de una armonía perfecta...
Olly la mira.
—¡Qué suerte! ¡La afortunada de siempre!
—¡Sí, pero mira cómo acabó!
—¡Y eso qué importa, la primera vez no te la quita nadie!
De repente se hace el silencio. Diletta estruja con más fuerza el cojín. Las Olas la observan, pero sin prestarle demasiada atención. Indecisas y divididas entre bromear o ponerse serias. Es ella quien las saca de dudas.
—Yo no. Yo nunca lo he hecho. Espero a la persona que me haga sentir a tres metros sobre el cielo, como aquel de la novela. O cuatro. O incluso cinco. O seis metros. No me apetece que sea al azar ni que después nos separemos.
—Y eso, ¿qué importa? No puedes saber lo que pasará después... Lo que importa es amarse y basta, ¿no? Sin hipotecar el futuro.
—¡Qué bien te ha quedado eso, Erica!
—Perdona, pero es verdad. ¡Diletta tiene que lanzarse, no sabe lo que se pierde, y no en el sentido en que lo entiende Olly!
—¡No, no, también en ése!
—Diletta, tienes que lanzarte. ¿No sabes cuántos chicos se derriten por tus huesos? ¡Un montón!
—¡Un río!
—¡Un equipo de rugby!
—¡Una marea que te permitirá mantenerte en sintonía con nosotras, las Olas!
—A mí me bastaría con uno solo, pero el adecuado para mí...
—¡Yo tengo el adecuado para ti!
—¿Quién?
—¡Un estupendo cucurucho de helado de coco! ¡Adelante, Olas!
—Se me ha ocurrido una idea mejor... Ninguna de vosotras lo ha probado todavía.
—¡¿El qué?!
—No es lo que pensáis... Gran novedad... ¡Seguidme!
Olly salta de la cama y sale de la habitación. ___, Erica y Diletta la miran y mueven la cabeza. Después la siguen, dejando la colcha llena de arrugas, como es natural.
JacquelineOroMac
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Mensaje por Juulii Dom 27 Ene 2013, 12:25 pm

JAJAJAJA Pobre Harold... Me imagino la escena de el gritando como un loco y otro tipo mirandolo... No lo supero!!! JAJAJA....

Aunque me dio lastima sobre lo de Elena... Encima, pobre tambien de la madre que hace mucho que no lo ve... Y el se encerro en si mismo... Ojala que conozca pronto a Dulcinea.. u.u :) SEGUILA!!!! :D
Juulii
Juulii


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Mensaje por Juulii Dom 27 Ene 2013, 12:34 pm

u.u Apenas comente el segundo cap, me di cuenta de que había otro! (Soy bastante tonta..)

Pobre Diletta, si fuera ella hubiera estado asi o mas "nerviosa" para decir que era virgen, o hubiera mentido... (ok no)

Me gusto el cap!! SEGUILA!!! :)
Juulii
Juulii


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Mensaje por JacquelineOroMac Dom 27 Ene 2013, 2:14 pm

Capitulo Cuatro

Las luces de la ciudad no alumbran. Cuando no estás de buen humor todo parece diferente, adquiere otra atmósfera. Colores, luces y sombras, una sonrisa que no logra esbozarse, que no aflora. Harold conduce despacio. Villaggio Olímpico, piazza Euclide, una vuelta entera, después corso Francia. Mira a su alrededor. Una mirada al puente. Serán cabrones. Está lleno de pintadas. Mira que ensuciarlo de esa manera. Y hay cada una que... «Patata te amo.» ¿En nombre de qué? En nombre del amor... El amor. Preguntadle a Elena por el señor Amor. Eh, míster Amor, ¿dónde cojones te has metido?
Ve a una pareja enfrascada en una esquina del puente, allí donde no llega la luz de la luna. Abrazados, enamorados, enroscados como hiedras amorosas que plantan cara al tiempo, a los días, a todo aquello que se llevará el viento. Es más fuerte que Harold. Toca el claxon. Abre la ventanilla y grita:
—¡Ridículos! La vida os parece bella, ¿eh? ¡Da igual, uno de los dos se rajará! —Y después pisa el acelerador, sale como un rayo, adelanta a tres o cuatro coches y pasa el semáforo por los pelos, antes de que el ámbar cambie a rojo.
Sigue adelante, por todo el corso Francia y después por via Flaminia, pero al llegar al segundo semáforo hay un coche patrulla de la policía. Rojo. Harold se detiene. Los dos policías están conversando, distraídos. Uno se ríe al teléfono, el otro se está fumando un cigarrillo mientras habla con una muchacha. Quizá la haya detenido para hacer las comprobaciones pertinentes, o quizá se trate de una amiga que sabía que estaba de guardia y se ha acercado a saludarlo. Al cabo de un momento el segundo policía se siente observado. Se vuelve hacia Harold. Lo mira. Clava sus ojos en él. Harold gira lentamente la cabeza, fingiendo estar interesado en otra cosa, se asoma a la ventanilla para ver si por casualidad el semáforo ha cambiado ya. Nada que hacer. Sigue en rojo.
—Perdona... —Brumm, brumm. Llega un ciclomotor hecho polvo con un muchacho y una chica de cabello largo y oscuro detrás. Él es musculoso, lleva una camiseta azul celeste de esas que se pegan al torso y marcan todos los músculos por debajo—. Oye, hablo contigo, ¡eh...!
Harold se asoma por la ventanilla.
—Sí, dime.
—Mientras estábamos en el puente del corso Francia has pasado gritando. ¿Por qué te metes con nosotros? Contesta.
—No, mira, disculpa, debe de haber un malentendido, me metía con el de delante, que iba a paso de burra.
—Oye, no te pases de listo conmigo, ¿entendido? No tenías a nadie delante, así que agradécele al cielo... —señala a la patrulla con el mentón—, que esté aquí la pasma; y la próxima vez no me toques los cojones o acabarás mal... —Y no espera respuesta. El semáforo se pone verde, y el chico pisa el acelerador y sigue adelante, hacia la Cassia. Después toma una curva inclinado, se pierde ya dirigiéndose hacia quién sabe dónde, hacia otro beso, quizá hacia la sombra... Y tal vez hacia algo más.
Harold se pone en movimiento lentamente. Los policías todavía se siguen riendo. Uno ha acabado su cigarrillo. Acepta un chicle que le ofrece la muchacha. El otro ha cerrado el móvil y se ha metido en el coche a hojear un periódico cualquiera. No se han enterado de nada.


Harold continúa conduciendo. Al cabo de un rato vira en redondo, para escapar de ese fastidio. Ni siquiera tenemos ya libertad para expresar nuestra opinión de vez en cuando. En situaciones así uno se siente limitado, demasiado limitado. Los policías ya no están.
También la muchacha ha desaparecido. Hay otra que espera el autobús. Es negra, y si no fuese por su camiseta de color rosa, con un muñeco gracioso, casi se confundiría con la noche. Pero ni siquiera eso le hace reír. Harold continúa conduciendo despacio, cambia el CD. Después se arrepiente y pone la radio. En ciertas ocasiones, es mejor confiarse al azar. Este Mercedes es la bomba. Espacioso, bello, elegante. La música se oye a la perfección a través de diversos bailes ocultos. Todo parece perfecto. Pero ¿de qué sirve la perfección si estás solo y nadie se da cuenta? Nadie puede compartirla contigo, felicitarte ni envidiarte.
Música. «Quisiera ser el vestido que llevarás, el carmín que te pondrás, quisiera soñarte como no te he soñado nunca, te veo por la calle y me pongo triste, porque después pienso que te irás...» Ay, Lucio. Una emisora al azar, vale, pero parece una tomadura de pelo. No está mal como idea para un anuncio de una nueva tarjeta de crédito: «Lo tienes todo menos a ella.»
Harold toca un botón y cambia de emisora. Cualquier canción menos ésa. Lo peor que te puede pasar es que el trabajo se convierta en tu única motivación.


Lungotevere. Lungotevere. Y más Lungotevere. Sube el volumen para perderse en el tráfico. Pero Harold se detiene en un semáforo y, a su altura se sitúa un coche minúsculo. Detrás pone «Lingi», y de las ventanillas abiertas llega una música a todo volumen. Parece que esté en una discoteca. Al volante van dos chicas de cabello largo y liso, una morena y la otra rubia. Ambas llevan grandes gafas estilo años setenta, con estrecha montura blanca y unos cristales enormes de color marrón. Y eso que es de noche. Una lleva un pequeño piercing en la nariz. Es diminuto, una especie de lunar metálico. La otra fuma un cigarrillo. No intercambian una sola palabra. Le viene a la memoria la escena de Harvey Keitel en El teniente corrupto. Le gustaría hacerlas bajar del coche y hacer lo mismo que en la película, pero a lo mejor todavía ronda por ahí el tipo del ciclomotor, y a lo mejor son amigas suyas o, peor aún, del policía aquel. Así que las deja marchar. Verde. Y además ésa no es manera de enfrentarse a las cosas. La rabia, el disgusto del «desprecio sentimental», deben ser canalizadas hacia otras metas. Harold siempre lo ha dicho, la rabia debe generar éxito. Pero ¿qué genera el éxito?
El Mercedes se ha detenido ahora en Castel Sant'Angelo. Harold camina por el puente. Observa a los turistas, su conversación alegre, abrazados, atolondrados, muchachos jóvenes deslumbrados por Roma, por la belleza de aquel puente, por el simple hecho de no estar trabajando. Una pareja adulta. Dos jóvenes atléticos de pelo corto y piernas largas, el iPod en las orejas y el mapa doblado en las manos. Harold se detiene, se sube al banco del puente. Se apoya, de pie, sobre el parapeto y mira hacia abajo. El río. Discurre lento, silencioso, ávido de más porquería. Alguna bolsa navega sin que nada la moleste, algún palo se pone a echar una especie de carrera con una joven caña inexperta. Algún ratón oculto en la orilla debe de estar siguiendo aburrido esa extraña carrera. Harold mira más allá, más allá del puente, hacia el curso del Tíber y le viene a la memoria aquella película de Frank Capra con James Stewart, ¡Qué bello es vivir!, cuando George Bailey, desesperado, decide suicidarse. Pero su ángel de la guarda lo detiene y le muestra cuáles habrían sido las consecuencias para un montón de personas si él no hubiese nacido. Su hermano no hubiese llegado a nacer, su mujer no se habría casado, se hubiese quedado soltera, no hubiesen existido todos aquellos niños tan monos e incluso la ciudad hubiese tenido otro nombre, el del tirano, el viejo millonario Potter, a quien tan sólo él había logrado poner freno.
Eso es. La única cosa verdaderamente importante, la única cosa que cuenta de verdad es darle un sentido a la propia vida. Aunque, como dice Vasco, ésta carezca de sentido. Ya. Pero ¿qué hubiese ocurrido sin mí? Harold piensa en ello. No mantengo buenas relaciones con mi familia, o mejor dicho, ellos respetan tan sólo a quien está casado, como mis dos hermanas menores. De modo que sin mí tan sólo tendrían una cosa menos de qué preocuparse. Y además, si estuviese a punto de arrojarme, ¿aparecería un ángel que saltase en mi lugar para hacerme encontrar o comprender el sentido de esta vida mía? Justo en ese momento, una mano le da una palmada en la espalda.
—¡Jefe!
—Dios, ¿qué pasa?
—Soy yo, jefe. —Es un barbudo de pelo sucio, mal vestido, de aspecto poco tranquilizador y cualquier cosa menos angelical—. Disculpe, jefe, no quería asustarlo, ¿tiene dos euros?
¡No se conforma con uno, piensa Harold, dos! Ya llegan decididos, exigentes, van directos al asunto, tienen calculado hasta lo que van a pedir.
Harold abre su cartera, saca un billete de veinte euros y se lo da. El mendigo lo coge con una cierta desconfianza, después le da vueltas en las manos, lo mira con más atención. No puede creer lo que ven sus ojos. Y sonríe.
—Gracias, jefe.
Ante la duda, piensa Harold, si no salta nadie antes que yo o en mi lugar, al menos le habré dejado un buen recuerdo a alguien. La última buena acción. De improviso una voz.
—¡Ya lo creo que sí, he aquí al hombre de éxito, al rey de los anuncios!
Harold se da la vuelta.
Por el otro lado del puente llegan Pietro, Susanna, Camilla y Enrico. Caminan tranquilos y sonrientes. Enrico lleva del brazo a Camilla y Pietro va un poco más adelantado.
—¿Y bien? ¿Qué estás haciendo, Harry? ¿Una investigación acerca del comportamiento humano? Desde luego, lo estudias todo para triunfar con tus anuncios, ¿eh? Te he visto hablando con aquel... —Se da la vuelta y se asegura de que el tipo se haya alejado—. ¡Apuesto a que en tu próximo anuncio saldrá un mendigo!
—Qué va, tan sólo estaba dando un paseo. ¿Y vosotros qué estáis haciendo?
—Bah, nada del otro mundo.
—A ver, ¿qué es lo que no te ha gustado?
—¡Nada, pero mi tía cocina mucho mejor!
—¡Ya lo creo, tiene una tía siciliana auténtica!
—Qué personaje. Hemos ido a comer algo a Capricci Siciliani en via di Pánico. Pensamos en llamarte, pero después me acordé de que esta noche había fiesta en casa de Alessia, la de la oficina, y creí que estarías allí.
—Es verdad, se me había olvidado por completo.
—Pero, ¡qué personaje!
—¿Quieres acabar ya con lo de «qué personaje»? ¡Pareces un anuncio!
—Venga, vamos, te acompaño a casa de Alessia.
—No me apetece ir.
—Claro que sí. Y además no está nada bien, parece que tengas un conflicto socio—económico—cultural con tu ayudante...
—Pero es que todos estarán allí.
—Por esa misma razón debes ir, y además, perdona, pero como abogado, me has encargado un montón de asuntos y, por lo tanto...
—¿Por lo tanto...?
—Por lo tanto te acompaño. —Pietro se acerca a Susanna—. ¿Te importa, mi amor? ¿Ves lo decaído que está? Es mejor que vaya con él, tiene un pequeño problema sentimental... y además también debemos hablar de trabajo.
Harold se acerca.
—¿Problema de qué...? Pero ¿qué le estás diciendo...?
—No, nada, nada. Eh, ¿queréis venir también vosotros?
Enrico y Camilla se miran un segundo, después sonríen.
—Nosotros estamos cansados, nos vamos a casa.
—Ok, como queráis. —Pietro coge a Harold del brazo—. Hasta luego, cariño, no llegaré tarde, no te preocupes. —Y se lo lleva de allí rápidamente—. Vamos, vamos, antes de que se arrepienta o diga algo. Estos días está de buenas.
—Pero ¿qué le has dicho antes?
—Nada, me he inventado una excusa para que mi apoyo psicológico resulte plausible.
—¿Es decir?
—Vale, le he dicho que tenías un pequeño problema sentimental.
—¿No le habrás dicho que...?
—No te preocupes. Un abogado mantiene una relación constante con la mentira.
—No se trata de una mentira. Pero no me apetece que hables de ello... Sólo te lo he dicho a ti.
—Ya, ya lo sé, pero son esas cosas que uno dice sin pensar.
—¿Sin pensar?
—¡Sin pensar! ¿Éste es tu Mercedes nuevo?
—Sí.
—Entonces es cierto. Elena y tú de verdad os habéis separado. ¿Me lo dejas probar?
—¡No! Desde luego, eres imposible. Hace un mes que te lo vengo diciendo y hasta ahora no te lo crees.
—Ahora tengo la prueba. Si no, no te hubieses agenciado este coche. Me lo dijiste hace tiempo, ¿te acuerdas? Comprarte algo nuevo puede hacerte sentir mejor.
—¿Y a propósito de qué te lo dije?
—Me acababa de comprar un móvil nuevo porque Manuela, aquella dependienta veinteañera, ya no me quería ver más.
—Ah, es verdad, me lo dijiste, pero es que a ti es difícil seguirte la pista en todo lo que te sucede a nivel sentimental. De esa Manuela ya me había olvidado, por ejemplo.
—Y yo hice lo que me dijiste que hiciera. Seguí tu consejo de sabio maestro y ¡tachán!, me compré un móvil nuevo, supertecnológico y, sobre todo,... en Telefonissimo.
—Y eso qué importa, ¡yo no te había dado instrucciones acerca de la tienda donde tenías que comprarlo!
—¡No, pero allí es donde trabaja Manuela! Ella creyó que era una excusa para volver a verla y así le di un par de revolcones más.
—¡Dios mío, eres un auténtico desastre! Tienes dos hijos pequeños y preciosos, una mujer guapa. No entiendo a qué se debe esta furia, esta hambre de sexo, este exceso de consumo, siempre y en todo lugar; una lucha contra el tiempo y, sobre todo, contra todas. Según tú, ¿por qué tienes que tirártelas a todas?
—¿Qué pasa, me estás analizando? ¿O quizá piensas usarme para uno de tus anuncios? Perdona, pero ¿una historia como la mía no podría dar pie a una campaña de publicidad buenísima para una marca de preservativos? Pongamos que se ve a un tío, no yo sino otro, que va con todas y al final se saca del bolsillo una cajita. De esos..., ¿cómo se llaman?
—Condones.
—Eso mismo. Bueno, en resumen, queda ambiguo si es su valentía o el preservativo lo que le permite follarse a todas esas mujeres... Fuerte, ¿no? Por supuesto, las modelos para el casting las busco yo... En cambio tú dedícate a la elección del protagonista masculino.
—Por supuesto, no faltaba más. ¿Quieres ver cómo mi empresa prescinde de ti para cualquier consulta legal?
—No, eso no puedes hacérmelo.
Pietro se arrodilla delante del Mercedes ML. Justo en ese momento, pasa una bella turista, una señora de cierta edad que sonríe y mueve la cabeza como diciendo «¡Italianos!».
—¡Ya basta, venga, sube!
—Oye, éste podría ser un nuevo anuncio para Mercedes, ¿no?
JacquelineOroMac
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por JacquelineOroMac Dom 27 Ene 2013, 7:21 pm

Capitulo Cinco

Misma hora, misma ciudad, pero más lejos. En el Eur. Detrás del parque de atracciones, en un espacio grande, oculto en la penumbra creada por los altos pinos, por alguna pequeña montaña de verde y por algún edificio alto abandonado ya desde hace tiempo. Un grupo de muchachos apoyados en su ciclomotor, otros sentados en la acera, otros en el coche, con las ventanillas abiertas por las que sacan los pies. Una pequeña nubecita de humo sale de vez en cuando, como si un calumet pasara de ventanilla en ventanilla, una señal de humo como para indicar que alguien se está poniendo a tono. Sí, son ellas, las Olas, las cuatro divertidas amigas.
—Eh, ¿quieres? Es bum shiva. Toma.
—No, no me apetece fumar.
—Mira que es sólo un porro, no un cigarrillo.
—Precisamente por eso... —___ lo aparta.
—¿Qué quieres decir?
—Eh, ¿tienes algún problema?
Diletta le dice a Olly:
—El problema lo tendrás tú, que tienes que fumar para estar alegre...
___ intenta imponer la paz.
—Venga, no le toques las narices.
—Vale, ¿por qué siempre haces lo mismo? Eres la hostia, continuamente con ganas de pelea.
—Oye, yo tan sólo le he dicho que no fumaba, es ella la que nos quiere someter a todas a la cultura de la María. Ni que fuese una secta religiosa.
—¡Qué borde eres!
—Sólo yo, ¿eh?
—¿Se puede saber qué estamos esperando?
—Sí, has anunciado grandes novedades, grandes novedades... Pero aquí no pasa nada...
—¿En serio nunca has hecho bbc?
—¿Y eso qué es, la cadena inglesa?
—Significa bum-bum-car.
—En serio. ¿Por qué iba a decirte una cosa por otra?
—Vale, entonces guay... Veamos, mira, éstos son los guantes.
—Vale, ¿y qué hago con ellos?
—Te los tienes que poner, si no, dejas huellas.
—¿Qué huellas? Yo no estoy fichada.
—Sí, pero imagina que un día te paran en un control y te las toman, entonces te pillarían.
—¿De qué control hablas, qué pasa con mis huellas? ¿Por qué iban a querer tomármelas?
—Y además te tienes que poner esto. Aquí tienes. —Y se saca del bolsillo unas gafas con goma elástica.
—Pero ¡si son de natación!
—¿Y? Así no se te caerán cuando choquemos. A veces las ventanillas explotan, ¿sabes?
—¡Qué estúpida! Lo dices a propósito para darme miedo.
—¡De eso nada! Además, ¿no decías que tú nunca tienes miedo?
—A los exámenes sí... pero eso es otra cosa.
—¡Muchas gracias, pero preferiría que no me hicieseis pensar en eso; mañana tengo uno a primera hora!
«Perepereperepere». Un sonido extraño como de trompa, uno de esos cláxones hortera y personalizados, irrumpe de improviso en el aire nocturno.
—Ya están aquí, ahí llegan.
De repente, llegan al descampado cinco coches diferentes. Uno de ellos frena derrapando, los otros lo siguen, intentando más o menos imitarlo. Un Fiat 500. Un Mini. Un Citroen C3. Un Lupo. Un Micrau. Todos aceleran y pisan a fondo.
—Pero ¿por qué habéis elegido todos coches pequeños?
—Es lo único que tenían. No hemos encontrado nada mejor.
—¿Y cuánto por cada coche?
—¡No me hables! Cien euros cada uno, los hemos ido a buscar a Manna, allá en la Tiburtina, ¿sabes aquel mecánico chapista?
—Ah...
—Ya estaban listos, con el bloqueo del volante desconectado y la llave ya puesta en todos, ¡es una pasada!
—¿Te han explicado cómo se hace?
—¡Pues claro! Mira, ya hemos atado los neumáticos.
—Entonces ¡vamos a montarnos, venga!
—¡Adelante!, ¿quién viene de paquete?
—Yo voy con él.
—¿Puedo ir yo contigo?
Cada muchacha se sube a un coche. Todas eufóricas, casi enloquecidas, adrenalíticas.
—¡Eh, sólo tres por coche y sólo una detrás!
—Yo no quiero...
—¿Tienes cangueli, eh, ___...?
—No. Pero no quiero...
—¿Y tú qué haces, Diletta, no vienes?
—¿No? ¿Estáis locas? ¿Qué es eso del bum-bum-car?
—¡Es superguay y tú eres una supermuerma!
Las otras dos Olas, Olly y Erica, se meten rápidamente en los coches junto con otras muchachas. Un chico de los que se han quedado en tierra abre el portaequipajes del suyo y pone la música a todo volumen.
—¡Ánimo, apostamos por vosotros! Repito las reglas para quien no las sepa. ¡El último coche que siga funcionando lo gana todo! Las apuestas se dividen de la siguiente manera: la mitad para los que van en el coche vencedor y la otra mitad para los que hayan ganado la apuesta.
Una chica grita «¡Todos a sus puestos!». Algunos muchachos que no están en los coches pasan a toda prisa, cierran las puertas y colocan en su sitio los neumáticos, que están atados con una cuerda larga que atraviesa el techo del vehículo. Los neumáticos caen a ambos lados, como si fuese una silla de montar de fantasía. Y acaban apoyados sobre las puertas, para protegerlas de los choques en la medida de lo posible. Una muchacha con shorts y un silbato de colores corre hacia el centro del descampado y se detiene frente a los cinco coches. Después se saca un pañuelo del bolsillo, rojo, bonito, encendido. Divertida, loca madrina del bum-bum-car, lo levanta hacia el cielo con un gesto espléndido, enfático. Luego lo baja de golpe, riendo, silbando. «¡Ya!», y se quita rápidamente de en medio, a toda prisa, con miedo, y salta al arcén para quedar lejos, a cubierto de la loca carrera de autos. Los coches derrapan y parten. El Fiat 500 se abalanza sobre el Miera, lo espolea y es alcanzado de repente en un costado por el Mini. El Citroen oscuro corre veloz, supera a ambos coches y luego mete de repente la marcha atrás y golpea al Lupo, arrancándole el radiador. Llega el Fiat 500 y se estrella contra uno de los costados del Miera, rebotando contra el neumático de protección. Explotan ambas ventanillas, las muchachas que van dentro gritan, chillan, fingen terror, divertidas, enloquecidas. Luego lo ven y gritan:
—Corre, corre, que viene Fabio a toda pastilla.
El Miera está a punto de volcar, pero recupera el equilibrio, frena y alcanza de nuevo de lleno al Fiat 500. La luna trasera explota en mil pedazos. Y siguen así, se apartan, se alejan y retroceden, corriendo como locos. Y bum, de nuevo contra el Miera y el Lupo. Bum, el Mini contra el Fiat 500 y bum, el Mini contra el Miera y bum, el Miera choca de rebote contra el C3. Y así todo el rato, destrozándose los unos a los otros, chocando, con un ruido seco de chapa, de puertas abolladas, de cristales rotos, de faros que explotan, de parachoques retorcidos, de capós encogidos sobre sí mismos como súbitos calambres de una mano metálica. Los neumáticos utilizados como protección rebotan en las puertas, vuelan hacia arriba, vuelven a su sitio. Otros se sueltan y ruedan lejos, libres, hacia los muchachos que están en el arcén. Y bum, bum, bum. Poco después concluye el bbc. El bum-bum-car tiene su vencedor. El Mini y el Miera echan humo por el radiador, la parte delantera de ambos coches está totalmente hundida, el Fiat 500 está como doblado, con el semieje partido y las ruedas en posición oblicua, inclinadas hacia fuera. Parece un toro al que le acabasen de clavar la última banderilla, las rodillas dobladas y sin dejar de resoplar; acabando finalmente con el morro en el suelo. El Miera tiene las dos ruedas traseras pinchadas e incrustadas bajo la chapa de los laterales como consecuencia de los muchos golpes recibidos. El Lupo es el único que todavía logra avanzar un poco. Casi a trompicones, se dirige lentamente hacia el centro del descampado. De repente, pierde la placa de la matrícula, que cae con un sonido de lata, como las que se les atan a los coches de los recién casados. Pero esta noche no se ha casado nadie, y ningún dueño se sentirá feliz de recuperar su coche, visto el estado en que éstos han quedado.
—¡Yuuju! ¡Hemos ganado! —Los muchachos que están en el arcén explotan de alegría—. ¡Lo sabía! ¡Lo sabía! ¡El Lupo pierde el pelo, pero no la clase ! —Y otras lindezas por el estilo, peores incluso, mientras uno, más agarrado que los otros, se ocupa ya de recoger las ganancias y empieza a hacer cuentas.
Los heroicos conductores van bajando uno tras otro de los coches, unos se descuelgan por las ventanillas rotas, otros se deslizan por el portaequipajes, y algunos salen hasta por el parabrisas destrozado. Todos se quitan las gafas de natación.
—¡Bien! ¿Cuánto ha sido?
—¡Venga, que hemos ganado!
—Reparte bien, ¿eh? ¡No te equivoques!
Fabio coge el dinero que le toca y lo cuenta rápidamente.
—¡No me lo puedo creer, seiscientos euros! Bien, ___, te invito a una cena fabulosa, así hacemos las paces.
—¿Todavía no lo has pillado? ¿Cuántas veces te lo voy a tener que repetir? ¡Olvídate de la cena! Nosotros ya no salimos juntos.
—¿Cómo? Pero dijiste...
—Hace una semana que te devolví tus regalos y te lo he dicho de todas las maneras posibles e imaginables, ya no sé qué inventar para hacértelo comprender. Fin. Kaputt. Cerrado. Auf Wiedersehen. Se acabó, hemos roto...
—Ok, como quieras. Eh, chicas, ___ y yo lo hemos dejado.
—Ya lo sabíamos.
—De modo que vuelvo a estar disponible; decidme algo y poneos a la cola.
Fabio se guarda el dinero en el bolsillo, se monta en su ciclomotor y se marcha a toda velocidad. Los demás se miran por un instante, después alguien se encoge de hombros y le quita importancia a lo que ha pasado. Olly se acerca a ___.
—Jo, cuando se pone así, es verdaderamente...
—¡Un gilipollas!
También llega Diletta.
—Se ha llevado todo el dinero. No ha repartido nada...
—Bueno, Fabio es así...
—Sí, pero lo normal es compartirlo con tu equipo, ¿no? —dice Erica.
___ se encoge de hombros.
—Ya te he dicho que es gilipollas, ¿no? ¿Alguien tiene un cigarrillo?
Olly se saca el paquete del bolsillo. Diletta se acerca y ___ le da unos manotazos en la camiseta.
—Mira, ten cuidado, la llevas llena de cristales...
—Imagina que me ve mi familia, ¿qué les digo? ¿que he hecho el bbc? —comenta Olly.
Diletta mueve la cabeza.
—Es mejor que les digas que has tenido un accidente, pero no con mi coche ¿eh? Que si luego no te creen, me tocará abollarlo. Ya te veo viniendo a mi casa con un martillo.
—¡Sí, sería muy capaz!
Todas se echan a reír.
—Venga, ¿quién me lleva a casa? Que mañana tengo examen.
—Qué mierda. ¿Qué pasa, que la noche acaba aquí? —exclama Olly.
—Ok, como mucho un helado en el Alaska.
—Caramba, un rapto de locura, ¿eh? Está bien, está bien, nos vemos allí.
—Pero luego, de verdad nos vamos a casa, ¿eh? —dice Diletta—. Porque después de lo que habéis hecho, seguro que todavía os quedan ganas de armar follón.
—Ok, mamá Diletta. De todos modos, tengo una idea —propone Olly alzando las cejas—. ¡Sé de una fiesta loquísima!
___ tira de la camiseta de Diletta.
—¡Venga, un helado y basta, vamos!
—¡Adiós, chicos, nos vamos!
Y se van riéndose. Olly, ___, Diletta y Erica, las Olas, como se llamaron a sí mismas al acabar primero en el instituto, cuando hicieron amistad. Son hermosas, son alegres, son diferentes. Y se quieren. Mucho. ___ acaba de romper con Fabio, Olly deja prácticamente a uno cada día. En cambio, Erica lleva toda una vida con Giorgio, Giò, como lo llama ella. Diletta... Bueno, Diletta todavía sigue buscando su primer novio. Pero no pierde la esperanza: tarde o temprano encontrará al adecuado. O al menos en eso confía. Sí, las Olas son fuertes, y sobre todo son buenísimas amigas. Pero una de ellas traicionará su promesa.
JacquelineOroMac
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

Mensaje por PiliRa Dom 27 Ene 2013, 7:34 pm

Holaaaa!!! Me encantó tu nove tenés que seguirla!!! Pásate por mi nove https://onlywn.activoforo.com/t31745-skater-girl-one-direction-harry-styles-y-tu
PiliRa
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Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu] Empty Re: Perdona Si te Llamo Amor [Harry Styles y Tu]

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