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Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación.
Esta novela no es mía, la estoy leyendo y me gustaría compartirla con ustedes iremos juntas leyendo. Algunos nombres variarán. El comienzo es un poco tedioso, pero con el tiempo cambiará.
Libro: Caricias del Corazón.
Autora: Lisa Jackson.
Libro: Caricias del Corazón.
Autora: Lisa Jackson.
Argumento
Pensaba que las fuerzas de seguridad no eran lugar para una mujer, pero no iba a tardar mucho en cambiar de opinión.
Nick jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los Jonas. Sin embargo, la hermosa ___ Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo.
Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Nick… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía ___, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…
Nick jamás había conocido a una mujer que no sucumbiera al encanto de los Jonas. Sin embargo, la hermosa ___ Dillinger, la policía asignada al caso del intento de asesinato de su hermana, demostró ser completamente indiferente a su atractivo.
Aunque no se llevaban bien, la actitud profesional y distante de ella hería el orgullo de Nick… y le encendía la sangre.
Cuanto más se resistía ___, más decidido estaba él a romper las barreras. De algún modo, la atractiva detective había conseguido quebrar su dura coraza exterior para tocar su alma…
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Prólogo
A principios de mayo
—Maldito saco de huesos —gruñó Nick Jonas mientras se ponía de pie y se sacudía el polvo de los pantalones vaqueros. Entonces observó al potro, que tenía una mirada salvaje en los ojos.
Con razón aquella maldita bestia se llamaba Diablo Rojo. Era un desafío. En sus veinte y seis años en el rancho Flying M, Nick jamás se había encontrado con un caballo al que no pudiera domar. Tenía que reconocer que el animal tenía espíritu. Fuego. No resultaba fácil domarlo, como muchas de las mujeres con las que Nick se había encontrado.
—Está bien, canalla. Volvamos a empezar.
Se inclinó para recoger su sombrero. Lo golpeó con fuerza contra el muslo y entornó los ojos hacia el sol, que había empezado ya a descender lentamente por detrás de las colinas.
—Tú y yo, Diablo, vamos a tener que llegar a un acuerdo y va a tener que ser esta misma tarde.
El potro agitó la cabeza y relinchó ruidosamente. Entonces, levantó la cola como si fuera una bandera y comenzó a trotar a lo largo de la valla mientras la silla vacía que portaba sobre el lomo crujía como si se estuviera burlando de él.
«Maldito caballo», pensó Nick mientras se calaba el sombrero.
—Esto no se ha terminado —le aseguró al animal, que no dejaba de relinchar.
—Eso espero.
Nick se quedó inmóvil al escuchar la voz de su padre. Se dio la vuelta sobre los tacones desgastados de las botas que llevaba puestas y observó cómo Juanita empujaba la silla de ruedas de John Randall a través del aparcamiento que separaba la enorme casa de dos plantas de la serie de corrales conectados unos con otros que rodeaban los establos. Nick no albergaba demasiado cariño hacia el canalla de su padre, pero no podía evitar sentir pena por el hombre, tan robusto en el pasado, que se había visto confinado «al maldito armatoste», como él se refería a la silla de ruedas.
El cabello ralo y blanco de John Randall se revolvió con el viento. Tenía el rostro pálido y delgado, pero aún se adivinaba chispa en aquellos ojos verdes avellana. Adoraba sus tierras más que a nada, incluso más que a sus hijos.
—He tratado de convencerlo para que no haga esto —protestó Juanita mientras colocaba la silla de ruedas cerca de la valla donde Harold, el viejo spaniel de John Randall que también estaba parcialmente tullido, se había acomodado a la sombra de un solitario pino—, pero ya sabes cómo es. Demasiado terco.
—Y bien que me ha venido serlo —replicó el anciano mientras utilizaba los maderos de la valla para ponerse de pie. Estaba delgado. Demasiado delgado. Los vaqueros y la camisa de franela que llevaba puestos le estaban demasiado grandes. Sin embargo, consiguió sonreír mientras se inclinaba sobre el madero superior y observaba a su hijo mediano.
—Tal vez tú puedas inculcarle un poco de sentido común —dijo Juanita mirando a Nick con preocupación mientras murmuraba algo más sobre los hombres locos y orgullosos.
—Lo dudo. Nunca he podido hacerlo.
El viejo Jonas indicó a Juanita que se marchara con un gesto de la mano.
—Estoy bien. Necesitaba un poco de aire fresco. Ahora, quiero hablar con Nick. El me llevará al interior de la casa cuando hayamos terminado.
Juanita no pareció convencida, pero Nick asintió.
—Creo que podré ocuparme de él —le dijo a la mujer que había ayudado a criarlo de niño. Juanita chasqueó con la lengua ante lo absurdo de aquella situación y regresó rápidamente a la casa, la única que Nick había conocido en toda su vida.
—Ese —comentó John Randall señalando al potro con la barbilla—, te va a hacer sudar lo tuyo. Como muchas mujeres —añadió mirando con conocimiento de causa a su hijo.
Nick se sentía muy irritado. Se secó el sudor de la frente y le dio un manotazo a una mosca que se había acercado demasiado.
—¿Has venido hasta aquí tan sólo para decirme eso? ¿Para esto ha tenido que empujarte Juanita hasta aquí fuera?
—No —respondió el anciano. Entonces, con cierto esfuerzo, se metió la mano en uno de los bolsillos de los vaqueros que llevaba puestos—. Tengo algo para ti.
—¿El qué? —preguntó Nick. Sintió inmediatamente el aguijonazo de la sospecha. Siempre había tenido que pagar un precio por los regalos de su padre.
—Se trata de algo que quiero que tengas... Bueno, toma.
John Randall se sacó una hebilla de plata muy grande del bolsillo. Tenía incrustado un potro salvaje de oro que se erguía sobre las patas traseras. Aún estaba tan brillante como el día en el que John Randall se lo puso para un rodeo en Canadá más de cincuenta años atrás. La colocó sobre la callosa mano de su hijo.
—Antes la llevabas siempre puesta —observó Nick tensando la mandíbula.
—Sí. Me recordaba aquellos años de mi juventud —comentó. Se volvió a sentar en su silla de ruedas. La emoción de la añoranza se le había reflejado en los ojos—. Unos años muy buenos —añadió, con tristeza. Entonces, parpadeó antes de mirar a su hijo—. No me queda mucho en este mundo, muchacho —susurró. Antes de que Nick protestara, John levantó una mano para hacer que guardara silencio—. Los dos sabemos que no tiene mucho sentido discutir sobre estos hechos. El de ahí arriba está a punto de llamarme... es decir, si el diablo no me reclama primero.
Nick volvió a apretar la mandíbula. No dijo ni una sola palabra. Se limitó a esperar.
—Ya he hablado con Kevin sobre el hecho de que me estoy muriendo y, como tú eres el siguiente en la línea de sucesión, pensé que debía hablar contigo a continuación. Joe... bueno, ya me pondré al día con él muy pronto. Bueno, sé que he cometido errores en mi vida, el buen Dios sabe que fallé a tu madre...
Nick no realizó comentario alguno. Ni siquiera quería pensar en los terribles años en los que John Randall decidió divorciarse de su esposa y casarse con una mujer mucho más joven, Penelope Henley, Penny, que se convirtió en su madrastra y les dio a todos una hermana con la que ninguno de ellos sabía qué hacer.
—Me he arrepentido muchas veces de eso —confesó John Randall sobre el suspiro del viento—, pero todo eso es ahora agua pasada dado que tanto Larissa como Penny ya no se encuentran entre nosotros. Jamás pensé que enterraría a dos esposas —añadió, tras aclararse la garganta.
—Una esposa y una ex esposa —aclaró Nick.
El anciano frunció los labios, pero no discutió.
—Lo que quiero de ti, de todos mis hijos, son nietos. Eso ya lo sabes. Es el sueño de un viejo, lo sé, pero es algo completamente natural. Me gustaría irme a la tumba en paz sabiendo que has encontrado una buena mujer con la que sentar la cabeza, tener una familia y que te estás esforzando para que el apellido Jonas siga existiendo durante unas cuantas generaciones más.
—Hay mucho tiempo...
—¡No lo hay! ¡Para mí no lo hay! —le espetó John Randall.
Nick se sentía manipulado por su padre por centésima vez, por lo que trató de devolverle la hebilla.
—Si se trata de una especie de soborno o algo así, yo...
—No se trata de ningún soborno —replicó el anciano muy enojado—. Quiero que tengas esa hebilla porque significa mucho para mí y dado que tú hiciste rodeo hace algunos años, pensé que apreciarías su valor —explicó. Entonces, señaló la hebilla con mano temblorosa—. Dale la vuelta.
Nick hizo lo que su padre le pidió y vio que había unas palabras grabadas en el reverso.
Para mi vaquero. Te querré siempre. Larissa.
Sintió un nudo en la garganta durante un instante al pensar en su madre, la del cabello negro brillante y los sonrientes ojos pardos. Del espíritu libre que había sido, Larissa se convirtió en una prisionera en su propio rancho y buscó la felicidad y la paz que no había podido encontrar en las botellas que había escondido por los rincones de la casa que había llegado a odiar tanto. De repente, Nick comprendió lo mucho que la echaba de menos. Su padre le había hecho mucho daño. No se podía explicar de otro modo.
—Larissa hizo que le grabaran esas palabras después de que yo la ganara. Diablos, por aquel entonces estaba loca por mí —susurró John Randall. Las arrugas que le rodeaban ojos y boca se profundizaron por la tristeza. Una pequeña sombra de culpabilidad se le reflejó en los ojos—. Y ahora quiero que la tengas tú, Nicholas.
Nick agarró la hebilla con fuerza, pero no dijo ni una sola palabra. No podía hacerlo.
—Y quiero tener nietos. No es mucho pedir para un anciano.
—Yo no estoy casado.
—Entonces, cásate —afirmó su padre mirándolo de la cabeza a los pies—. Un hombre tan apuesto como tú no debería tener demasiados problemas.
—Tal vez no creo en el matrimonio.
—En ese caso, tal vez seas un necio.
Nick delineó la silueta del potro con un dedo.
—Podría ser que yo haya aprendido del mayor de todos.
—Pues olvídalo —le ordenó John Randall, como el mismo tono de voz que hacía siempre. Siempre era al modo de su padre o al suyo propio. Nick había elegido siempre este último.
—Tengo un caballo que domar y mi propia casa de la que ocuparme.
—Esperaba que fueras a quedarte aquí —dijo su padre. Tenía una nota de desesperación en la voz, pero Nick decidió mantenerse firme. Había pasado demasiada agua por debajo del maldito puente, aguas cenagosas y traicioneras que se veían alimentadas por una corriente de mentiras y engaños, la clase de aguas en las que un hombre podía ahogarse fácilmente.
Nick había regresado al rancho para tratar de reparar emocionalmente la relación con su padre y para ayudar al capataz, Larry Todd, durante una semana más o menos. Pero su propio rancho, unas pocas hectáreas cerca del límite del estado con Idaho, necesitaba su atención.
—No puedo, papá —dijo mientras observaba el vuelo de una avispa hacia el porche trasero—. Tal vez vaya siendo hora de que te lleve de nuevo dentro de casa.
—Por el amor de Dios, no te atrevas a tratarme como si fuera un niño, hijo. No me voy a morir aquí y ahora mismo —replicó John Randall. Se colocó las manos sobre el regazo y miró entre los maderos de la valla hasta el corral en el que el potro appaloosa, que aún llevaba puesta la silla vacía, golpeaba el suelo y levantaba el polvo a patada—. Te observaré mientras tratas de montarlo. Será muy interesante ver quién gana, si Diablo o tú.
Nick levantó una ceja con gesto de incredulidad.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Bien —respondió Nick. Se cuadró el sombrero sobre la cabeza y se subió a la valla—, pero te aseguro que no va a ser un duelo muy reñido.
Se dirigió al caballo con renovada determinación sin dejar de mirar al potro, cuyos músculos temblaban más con cada paso que Nick daba. Había pocas cosas en la vida que pudieran derrotar a Nick Jonas. Un potro demasiado nervioso no era una de ellas. Tampoco lo era su padre. No. Su debilidad, si es que tenía alguna, eran las mujeres, en particular las de temperamento fiero y testarudo. Las que trataba de evitar como si fueran el propio diablo.
Su padre quería que encontrara una mujer, que se casara y que empezara a criar un montón de niños. Cuando agarró las riendas del potro, estuvo a punto de soltar una carcajada. Nick Jonas no se casaría jamás. Ni hoy, ni mañana ni nunca. Así eran las cosas.
Con razón aquella maldita bestia se llamaba Diablo Rojo. Era un desafío. En sus veinte y seis años en el rancho Flying M, Nick jamás se había encontrado con un caballo al que no pudiera domar. Tenía que reconocer que el animal tenía espíritu. Fuego. No resultaba fácil domarlo, como muchas de las mujeres con las que Nick se había encontrado.
—Está bien, canalla. Volvamos a empezar.
Se inclinó para recoger su sombrero. Lo golpeó con fuerza contra el muslo y entornó los ojos hacia el sol, que había empezado ya a descender lentamente por detrás de las colinas.
—Tú y yo, Diablo, vamos a tener que llegar a un acuerdo y va a tener que ser esta misma tarde.
El potro agitó la cabeza y relinchó ruidosamente. Entonces, levantó la cola como si fuera una bandera y comenzó a trotar a lo largo de la valla mientras la silla vacía que portaba sobre el lomo crujía como si se estuviera burlando de él.
«Maldito caballo», pensó Nick mientras se calaba el sombrero.
—Esto no se ha terminado —le aseguró al animal, que no dejaba de relinchar.
—Eso espero.
Nick se quedó inmóvil al escuchar la voz de su padre. Se dio la vuelta sobre los tacones desgastados de las botas que llevaba puestas y observó cómo Juanita empujaba la silla de ruedas de John Randall a través del aparcamiento que separaba la enorme casa de dos plantas de la serie de corrales conectados unos con otros que rodeaban los establos. Nick no albergaba demasiado cariño hacia el canalla de su padre, pero no podía evitar sentir pena por el hombre, tan robusto en el pasado, que se había visto confinado «al maldito armatoste», como él se refería a la silla de ruedas.
El cabello ralo y blanco de John Randall se revolvió con el viento. Tenía el rostro pálido y delgado, pero aún se adivinaba chispa en aquellos ojos verdes avellana. Adoraba sus tierras más que a nada, incluso más que a sus hijos.
—He tratado de convencerlo para que no haga esto —protestó Juanita mientras colocaba la silla de ruedas cerca de la valla donde Harold, el viejo spaniel de John Randall que también estaba parcialmente tullido, se había acomodado a la sombra de un solitario pino—, pero ya sabes cómo es. Demasiado terco.
—Y bien que me ha venido serlo —replicó el anciano mientras utilizaba los maderos de la valla para ponerse de pie. Estaba delgado. Demasiado delgado. Los vaqueros y la camisa de franela que llevaba puestos le estaban demasiado grandes. Sin embargo, consiguió sonreír mientras se inclinaba sobre el madero superior y observaba a su hijo mediano.
—Tal vez tú puedas inculcarle un poco de sentido común —dijo Juanita mirando a Nick con preocupación mientras murmuraba algo más sobre los hombres locos y orgullosos.
—Lo dudo. Nunca he podido hacerlo.
El viejo Jonas indicó a Juanita que se marchara con un gesto de la mano.
—Estoy bien. Necesitaba un poco de aire fresco. Ahora, quiero hablar con Nick. El me llevará al interior de la casa cuando hayamos terminado.
Juanita no pareció convencida, pero Nick asintió.
—Creo que podré ocuparme de él —le dijo a la mujer que había ayudado a criarlo de niño. Juanita chasqueó con la lengua ante lo absurdo de aquella situación y regresó rápidamente a la casa, la única que Nick había conocido en toda su vida.
—Ese —comentó John Randall señalando al potro con la barbilla—, te va a hacer sudar lo tuyo. Como muchas mujeres —añadió mirando con conocimiento de causa a su hijo.
Nick se sentía muy irritado. Se secó el sudor de la frente y le dio un manotazo a una mosca que se había acercado demasiado.
—¿Has venido hasta aquí tan sólo para decirme eso? ¿Para esto ha tenido que empujarte Juanita hasta aquí fuera?
—No —respondió el anciano. Entonces, con cierto esfuerzo, se metió la mano en uno de los bolsillos de los vaqueros que llevaba puestos—. Tengo algo para ti.
—¿El qué? —preguntó Nick. Sintió inmediatamente el aguijonazo de la sospecha. Siempre había tenido que pagar un precio por los regalos de su padre.
—Se trata de algo que quiero que tengas... Bueno, toma.
John Randall se sacó una hebilla de plata muy grande del bolsillo. Tenía incrustado un potro salvaje de oro que se erguía sobre las patas traseras. Aún estaba tan brillante como el día en el que John Randall se lo puso para un rodeo en Canadá más de cincuenta años atrás. La colocó sobre la callosa mano de su hijo.
—Antes la llevabas siempre puesta —observó Nick tensando la mandíbula.
—Sí. Me recordaba aquellos años de mi juventud —comentó. Se volvió a sentar en su silla de ruedas. La emoción de la añoranza se le había reflejado en los ojos—. Unos años muy buenos —añadió, con tristeza. Entonces, parpadeó antes de mirar a su hijo—. No me queda mucho en este mundo, muchacho —susurró. Antes de que Nick protestara, John levantó una mano para hacer que guardara silencio—. Los dos sabemos que no tiene mucho sentido discutir sobre estos hechos. El de ahí arriba está a punto de llamarme... es decir, si el diablo no me reclama primero.
Nick volvió a apretar la mandíbula. No dijo ni una sola palabra. Se limitó a esperar.
—Ya he hablado con Kevin sobre el hecho de que me estoy muriendo y, como tú eres el siguiente en la línea de sucesión, pensé que debía hablar contigo a continuación. Joe... bueno, ya me pondré al día con él muy pronto. Bueno, sé que he cometido errores en mi vida, el buen Dios sabe que fallé a tu madre...
Nick no realizó comentario alguno. Ni siquiera quería pensar en los terribles años en los que John Randall decidió divorciarse de su esposa y casarse con una mujer mucho más joven, Penelope Henley, Penny, que se convirtió en su madrastra y les dio a todos una hermana con la que ninguno de ellos sabía qué hacer.
—Me he arrepentido muchas veces de eso —confesó John Randall sobre el suspiro del viento—, pero todo eso es ahora agua pasada dado que tanto Larissa como Penny ya no se encuentran entre nosotros. Jamás pensé que enterraría a dos esposas —añadió, tras aclararse la garganta.
—Una esposa y una ex esposa —aclaró Nick.
El anciano frunció los labios, pero no discutió.
—Lo que quiero de ti, de todos mis hijos, son nietos. Eso ya lo sabes. Es el sueño de un viejo, lo sé, pero es algo completamente natural. Me gustaría irme a la tumba en paz sabiendo que has encontrado una buena mujer con la que sentar la cabeza, tener una familia y que te estás esforzando para que el apellido Jonas siga existiendo durante unas cuantas generaciones más.
—Hay mucho tiempo...
—¡No lo hay! ¡Para mí no lo hay! —le espetó John Randall.
Nick se sentía manipulado por su padre por centésima vez, por lo que trató de devolverle la hebilla.
—Si se trata de una especie de soborno o algo así, yo...
—No se trata de ningún soborno —replicó el anciano muy enojado—. Quiero que tengas esa hebilla porque significa mucho para mí y dado que tú hiciste rodeo hace algunos años, pensé que apreciarías su valor —explicó. Entonces, señaló la hebilla con mano temblorosa—. Dale la vuelta.
Nick hizo lo que su padre le pidió y vio que había unas palabras grabadas en el reverso.
Para mi vaquero. Te querré siempre. Larissa.
Sintió un nudo en la garganta durante un instante al pensar en su madre, la del cabello negro brillante y los sonrientes ojos pardos. Del espíritu libre que había sido, Larissa se convirtió en una prisionera en su propio rancho y buscó la felicidad y la paz que no había podido encontrar en las botellas que había escondido por los rincones de la casa que había llegado a odiar tanto. De repente, Nick comprendió lo mucho que la echaba de menos. Su padre le había hecho mucho daño. No se podía explicar de otro modo.
—Larissa hizo que le grabaran esas palabras después de que yo la ganara. Diablos, por aquel entonces estaba loca por mí —susurró John Randall. Las arrugas que le rodeaban ojos y boca se profundizaron por la tristeza. Una pequeña sombra de culpabilidad se le reflejó en los ojos—. Y ahora quiero que la tengas tú, Nicholas.
Nick agarró la hebilla con fuerza, pero no dijo ni una sola palabra. No podía hacerlo.
—Y quiero tener nietos. No es mucho pedir para un anciano.
—Yo no estoy casado.
—Entonces, cásate —afirmó su padre mirándolo de la cabeza a los pies—. Un hombre tan apuesto como tú no debería tener demasiados problemas.
—Tal vez no creo en el matrimonio.
—En ese caso, tal vez seas un necio.
Nick delineó la silueta del potro con un dedo.
—Podría ser que yo haya aprendido del mayor de todos.
—Pues olvídalo —le ordenó John Randall, como el mismo tono de voz que hacía siempre. Siempre era al modo de su padre o al suyo propio. Nick había elegido siempre este último.
—Tengo un caballo que domar y mi propia casa de la que ocuparme.
—Esperaba que fueras a quedarte aquí —dijo su padre. Tenía una nota de desesperación en la voz, pero Nick decidió mantenerse firme. Había pasado demasiada agua por debajo del maldito puente, aguas cenagosas y traicioneras que se veían alimentadas por una corriente de mentiras y engaños, la clase de aguas en las que un hombre podía ahogarse fácilmente.
Nick había regresado al rancho para tratar de reparar emocionalmente la relación con su padre y para ayudar al capataz, Larry Todd, durante una semana más o menos. Pero su propio rancho, unas pocas hectáreas cerca del límite del estado con Idaho, necesitaba su atención.
—No puedo, papá —dijo mientras observaba el vuelo de una avispa hacia el porche trasero—. Tal vez vaya siendo hora de que te lleve de nuevo dentro de casa.
—Por el amor de Dios, no te atrevas a tratarme como si fuera un niño, hijo. No me voy a morir aquí y ahora mismo —replicó John Randall. Se colocó las manos sobre el regazo y miró entre los maderos de la valla hasta el corral en el que el potro appaloosa, que aún llevaba puesta la silla vacía, golpeaba el suelo y levantaba el polvo a patada—. Te observaré mientras tratas de montarlo. Será muy interesante ver quién gana, si Diablo o tú.
Nick levantó una ceja con gesto de incredulidad.
—¿Estás seguro?
—Sí.
—Bien —respondió Nick. Se cuadró el sombrero sobre la cabeza y se subió a la valla—, pero te aseguro que no va a ser un duelo muy reñido.
Se dirigió al caballo con renovada determinación sin dejar de mirar al potro, cuyos músculos temblaban más con cada paso que Nick daba. Había pocas cosas en la vida que pudieran derrotar a Nick Jonas. Un potro demasiado nervioso no era una de ellas. Tampoco lo era su padre. No. Su debilidad, si es que tenía alguna, eran las mujeres, en particular las de temperamento fiero y testarudo. Las que trataba de evitar como si fueran el propio diablo.
Su padre quería que encontrara una mujer, que se casara y que empezara a criar un montón de niños. Cuando agarró las riendas del potro, estuvo a punto de soltar una carcajada. Nick Jonas no se casaría jamás. Ni hoy, ni mañana ni nunca. Así eran las cosas.
Última edición por nicollevjb el Vie 09 Jul 2010, 4:44 pm, editado 2 veces
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Bueno, lo de los nombres ya se los expliqué.
Ustedes me dicen si la sigo o no :)
Ustedes me dicen si la sigo o no :)
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
AHY SI SEGUILA ESTA PADRE
PRIMERA LECTORA
ESPERO LOS CAPS DE VERAS ES K SE SALE ME GUSTA :D :P
PRIMERA LECTORA
ESPERO LOS CAPS DE VERAS ES K SE SALE ME GUSTA :D :P
Invitado
Invitado
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Que bien, ya tengo dos lectoras :) Bienvenidas :lol!: Como se los dije al comienzo es un poco latosa pero cambiará. Ahora empiezo con el primer capítulo dedicado a mis dos lectoras.
....................................................................................................................................................................
Uno
El mes de noviembre....................................................................................................................................................................
Ella lo había conocido antes. Lo había visto en muchas ocasiones. Pero eso no significaba que tuviera que sentir simpatía hacia él. Ni hablar.
En lo que se refería a la detective ___ Dillinger, Nick Jonas sólo podía significar malas noticias. Estaba, sencilla y llanamente, cortado del mismo patrón parcial, mojigato y egoísta que el resto de sus hermanos y que el canalla de su padre.
Sin embargo, eso no significaba que no fuera guapo. Si a una le gustaban los vaqueros rudos, Nick Jonas era el más indicado. Su duro atractivo era legendario en Grand Hope. Él y sus hermanos habían sido considerados los mejores partidos del condado durante años, pero ___ se enorgullecía de ser diferente de la mayoría de las mujeres que sentían deseos de desmayarse cada vez que escuchaban el apellido Jonas.
Eran guapos.
Eran muy sexys.
Tenían mucho dinero.
¿Y qué?
Por aquellos días, la reputación de los tres hermanos se había visto ensombrecida un poco. La fama les había pasado factura y se rumoreaba que el mayor de todos, Kevin, estaba perdiendo su estatus de soltero de oro y se iba a casar con la doctora de la ciudad.
No se podía decir lo mismo del segundo hermano, Nick. Parecía que iba a tener que ocuparse de él en aquel mismo instante.
Estaba abriendo la puerta de la oficina del departamento del sheriff en Grand Hope con uno de sus anchos hombros. Con él, entró en el despacho una oleada de aire gélido y copos de nieve que se deshicieron inmediatamente en el momento en el que afrontaron la cálida temperatura que proporcionaba la humeante cadera que se ocultaba en algún lugar del sótano del antiguo edificio de ladrillos.
Nick Jonas. Genial. Simplemente... genial. ___ ya tenía un fuerte dolor de cabeza y estaba hasta arriba de papeleo, una gran parte del cual estaba relacionado con el caso de los Jonas. En realidad, era más apropiado decir casos, en plural, de los Jonas. Desgraciadamente, tampoco podía ignorarlo.
Miró a través del cristal que delimitaba su despacho y lo vio avanzar a través de la oficina, casi sin detenerse en la pequeña valla que separaba la zona de recepción de la de oficinas. Pasó por delante de la recepcionista en medio de una oleada de furia.
___ sentía una profunda antipatía hacia él. Había fuego en los ojos castaños de Jonas e ira reflejada en su rostro. Sí. Efectivamente, estaba cortado por el mismo patrón que los otros. Se puso de pie y abrió la puerta de su despacho justo al mismo tiempo que él se disponía a aporrear la madera de roble.
—Señor Jonas —dijo, fingiendo una sonrisa—. Es un placer volver a verlo.
—Déjese de tonterías —replicó él sin preámbulo alguno.
—Bien —repuso ella. Por lo menos, iba directo al grano—. ¿Por qué no entra usted y...? —sugirió, pero él ya había cruzado el umbral de la puerta. Estaba en el interior del pequeño despacho de cristal, recorriendo como un animal enjaulado la pequeña distancia que había entre una pared y otra.
Stella Gamble, la regordeta y nerviosa recepcionista, había abandonado su puesto y se había dirigido a la puerta del despacho de ___. La brillante laca de uñas que llevaba puesta reflejaba la luz de las lámparas fluorescentes.
—He tratado de detenerlo, de verdad —dijo, sacudiendo la cabeza. Los rizos rubios que enmarcaban su rostro le acariciaban suavemente las sonrojadas mejillas—, pero no me ha escuchado ni siquiera.
—Un rasgo familiar.
—Lo siento.
—No importa, Stella. Tranquila. De todos modos, necesitaba hablar con uno de los hermanos Jonas —le aseguró ___, aunque estaba exagerando un poco la verdad. No tenía pensada ninguna conversación con Kevin, Joe ni mucho menos Nick, sobre todo cuando Nathaniel Biggs estaba llamando cada dos horas, completamente seguro de que alguien le había robado su mejor toro la noche anterior. Perry Carmichael la había informado de una extraña luz sobre los robles que había detrás de su cobertizo de la maquinaria y Dora Haines había vuelto a desaparecer y probablemente se encontraba vagando por las colinas con aquellas frías temperaturas bajo cero y un nuevo frente que amenazaba con llegar al atardecer. No era que el caso de los Jonas no fuera importante, simplemente no era el único en el que ella estaba trabajando—. No te preocupes, Stella. Yo hablaré con el señor Jonas.
—Nadie debería pasar de largo por delante de mí —se quejó la recepcionista.
—Tienes razón. No deberían —dijo ___ mirando con desaprobación al recién llegado—, pero, como te he dicho, tenía que hablar con el señor Jonas de todos modos. Además, no creo que sea peligroso.
—Yo no estaría tan seguro —replicó Jonas. Estaba de pie delante de uno de los archivos y parecía capaz de echar fuego por la boca.
En aquel momento, el teléfono comenzó a sonar en el escritorio de Stella.
—Yo me ocuparé de esto —dijo ___ mientras Stella regresaba rápidamente a recepción para colocarse sus cascos.
___ cerró la puerta y echó las cortinas para procurar la necesaria intimidad.
—Siéntese —lo invitó mientras retiraba las carpetas que se acumulaban en la única silla disponible para las visitas.
Él no se movió, pero no dejó de mirarla mientras ___ rodeaba la mesa para ir a tomar asiento detrás del antiguo escritorio de roble.
—Estoy cansado ya de que nos andemos por las ramas —dijo, casi sin mover la boca.
—¿Por las ramas?
—Sí —respondió él. Entonces, colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella—. Quiero respuestas, maldita sea. Mi hermana lleva en coma más de un mes a causa de un accidente que, en mi opinión, fue provocado por otro coche que sacó el Jeep de ella de la carretera, y ustedes no están haciendo nada para descubrir qué fue lo que ocurrió. ¡Alguien trató de asesinarla ese día y no va a parar hasta que termine el trabajo!
—Sólo son especulaciones —le recordó ___ sintiendo que iba perdiendo poco a poco la paciencia. Existía la posibilidad de que a Randi Jonas la hubieran echado de la carretera en Glacier Park, pero, sin testigos, resultaba difícil afirmarlo. No obstante, el departamento del sheriff estaba considerando todas las posibilidades—. Estamos tratando de localizar al otro vehículo, si es que hay otro implicado. Hasta ahora, no lo hemos encontrado.
—Pero si hace más de un mes, por el amor de Dios —dijo él mientras ___ lo observaba desde el otro lado del escritorio, comprobando cómo se le reflejaba en el rostro una batería de sentimientos. Ira. Determinación. Frustración. Y algo más... miedo. Esto último no era una actitud que ella hubiera relacionado con ninguno de los Jonas. Los tres hermanos, como el padre, siempre le habían parecido intrépidos y carentes por completo de temor alguno—. Además, han pasado más de dos semanas desde que se estrelló el avión de Kevin. ¿De verdad también cree usted que eso fue un accidente?
—Es posible. Lo estamos investigando.
—Bien, pues espero que investigue un poco más —le espetó él.
Aquel hombre estaba empezando a afectarla. Una vez más. Sabía bien cómo irritarla. Era como una especie de cardo que se le hubiera metido a un caballo entre la silla y la piel. Nick se irguió y se quitó el sombrero de la cabeza. Entonces, se mesó un cabello castaño y ondulado—, antes de que muera alguien.
—Los federales están trabajando también en el accidente de avión.
—Pues eso no parece estar ayudando en lo más mínimo.
—Le aseguro que estamos haciendo todo lo que podemos para...
—No es suficiente —la interrumpió él. El fuego le brillaba en los ojos—. ¿Está usted a cargo de esta investigación, detective? —le preguntó observando atentamente la placa que ella llevaba con tanto orgullo. Apretaba con fuerza el ala de su sombrero Stetson, con tanta fuerza que tenía los nudillos blanquecinos.
___ trató de contenerse y de echar mano de su paciencia.
—Creo que ya hemos hablado antes de esto. El caso se ha asignado al detective Espinoza. Yo estoy colaborando con él, dado que fui la primera en llegar a la escena del accidente de su hermana.
—En ese caso, estoy perdiendo el tiempo con usted.
Eso le dolió. ___ tuvo que apretar los dientes. Se puso de pie.
—Dígale a Espinoza que quiero hablar con él.
—Él no está aquí en estos momentos.
—Esperaré.
—Podría tardar un buen rato.
Nick Jonas parecía a punto de explotar. Dejó el sombrero sobre la silla y volvió a inclinarse de nuevo sobre el escritorio. Entonces, acercó el rostro tanto al de ella que las narices de ambos estuvieron a punto de tocarse. El aire pareció restallar. El olor a ante húmedo, a caballos y a pinos inundó los sentidos de ___. La nieve se le había deshecho sobre los hombros de la chaqueta de piel de oveja y tenía algo de humedad también en el rostro.
En lo que se refería a la detective ___ Dillinger, Nick Jonas sólo podía significar malas noticias. Estaba, sencilla y llanamente, cortado del mismo patrón parcial, mojigato y egoísta que el resto de sus hermanos y que el canalla de su padre.
Sin embargo, eso no significaba que no fuera guapo. Si a una le gustaban los vaqueros rudos, Nick Jonas era el más indicado. Su duro atractivo era legendario en Grand Hope. Él y sus hermanos habían sido considerados los mejores partidos del condado durante años, pero ___ se enorgullecía de ser diferente de la mayoría de las mujeres que sentían deseos de desmayarse cada vez que escuchaban el apellido Jonas.
Eran guapos.
Eran muy sexys.
Tenían mucho dinero.
¿Y qué?
Por aquellos días, la reputación de los tres hermanos se había visto ensombrecida un poco. La fama les había pasado factura y se rumoreaba que el mayor de todos, Kevin, estaba perdiendo su estatus de soltero de oro y se iba a casar con la doctora de la ciudad.
No se podía decir lo mismo del segundo hermano, Nick. Parecía que iba a tener que ocuparse de él en aquel mismo instante.
Estaba abriendo la puerta de la oficina del departamento del sheriff en Grand Hope con uno de sus anchos hombros. Con él, entró en el despacho una oleada de aire gélido y copos de nieve que se deshicieron inmediatamente en el momento en el que afrontaron la cálida temperatura que proporcionaba la humeante cadera que se ocultaba en algún lugar del sótano del antiguo edificio de ladrillos.
Nick Jonas. Genial. Simplemente... genial. ___ ya tenía un fuerte dolor de cabeza y estaba hasta arriba de papeleo, una gran parte del cual estaba relacionado con el caso de los Jonas. En realidad, era más apropiado decir casos, en plural, de los Jonas. Desgraciadamente, tampoco podía ignorarlo.
Miró a través del cristal que delimitaba su despacho y lo vio avanzar a través de la oficina, casi sin detenerse en la pequeña valla que separaba la zona de recepción de la de oficinas. Pasó por delante de la recepcionista en medio de una oleada de furia.
___ sentía una profunda antipatía hacia él. Había fuego en los ojos castaños de Jonas e ira reflejada en su rostro. Sí. Efectivamente, estaba cortado por el mismo patrón que los otros. Se puso de pie y abrió la puerta de su despacho justo al mismo tiempo que él se disponía a aporrear la madera de roble.
—Señor Jonas —dijo, fingiendo una sonrisa—. Es un placer volver a verlo.
—Déjese de tonterías —replicó él sin preámbulo alguno.
—Bien —repuso ella. Por lo menos, iba directo al grano—. ¿Por qué no entra usted y...? —sugirió, pero él ya había cruzado el umbral de la puerta. Estaba en el interior del pequeño despacho de cristal, recorriendo como un animal enjaulado la pequeña distancia que había entre una pared y otra.
Stella Gamble, la regordeta y nerviosa recepcionista, había abandonado su puesto y se había dirigido a la puerta del despacho de ___. La brillante laca de uñas que llevaba puesta reflejaba la luz de las lámparas fluorescentes.
—He tratado de detenerlo, de verdad —dijo, sacudiendo la cabeza. Los rizos rubios que enmarcaban su rostro le acariciaban suavemente las sonrojadas mejillas—, pero no me ha escuchado ni siquiera.
—Un rasgo familiar.
—Lo siento.
—No importa, Stella. Tranquila. De todos modos, necesitaba hablar con uno de los hermanos Jonas —le aseguró ___, aunque estaba exagerando un poco la verdad. No tenía pensada ninguna conversación con Kevin, Joe ni mucho menos Nick, sobre todo cuando Nathaniel Biggs estaba llamando cada dos horas, completamente seguro de que alguien le había robado su mejor toro la noche anterior. Perry Carmichael la había informado de una extraña luz sobre los robles que había detrás de su cobertizo de la maquinaria y Dora Haines había vuelto a desaparecer y probablemente se encontraba vagando por las colinas con aquellas frías temperaturas bajo cero y un nuevo frente que amenazaba con llegar al atardecer. No era que el caso de los Jonas no fuera importante, simplemente no era el único en el que ella estaba trabajando—. No te preocupes, Stella. Yo hablaré con el señor Jonas.
—Nadie debería pasar de largo por delante de mí —se quejó la recepcionista.
—Tienes razón. No deberían —dijo ___ mirando con desaprobación al recién llegado—, pero, como te he dicho, tenía que hablar con el señor Jonas de todos modos. Además, no creo que sea peligroso.
—Yo no estaría tan seguro —replicó Jonas. Estaba de pie delante de uno de los archivos y parecía capaz de echar fuego por la boca.
En aquel momento, el teléfono comenzó a sonar en el escritorio de Stella.
—Yo me ocuparé de esto —dijo ___ mientras Stella regresaba rápidamente a recepción para colocarse sus cascos.
___ cerró la puerta y echó las cortinas para procurar la necesaria intimidad.
—Siéntese —lo invitó mientras retiraba las carpetas que se acumulaban en la única silla disponible para las visitas.
Él no se movió, pero no dejó de mirarla mientras ___ rodeaba la mesa para ir a tomar asiento detrás del antiguo escritorio de roble.
—Estoy cansado ya de que nos andemos por las ramas —dijo, casi sin mover la boca.
—¿Por las ramas?
—Sí —respondió él. Entonces, colocó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia ella—. Quiero respuestas, maldita sea. Mi hermana lleva en coma más de un mes a causa de un accidente que, en mi opinión, fue provocado por otro coche que sacó el Jeep de ella de la carretera, y ustedes no están haciendo nada para descubrir qué fue lo que ocurrió. ¡Alguien trató de asesinarla ese día y no va a parar hasta que termine el trabajo!
—Sólo son especulaciones —le recordó ___ sintiendo que iba perdiendo poco a poco la paciencia. Existía la posibilidad de que a Randi Jonas la hubieran echado de la carretera en Glacier Park, pero, sin testigos, resultaba difícil afirmarlo. No obstante, el departamento del sheriff estaba considerando todas las posibilidades—. Estamos tratando de localizar al otro vehículo, si es que hay otro implicado. Hasta ahora, no lo hemos encontrado.
—Pero si hace más de un mes, por el amor de Dios —dijo él mientras ___ lo observaba desde el otro lado del escritorio, comprobando cómo se le reflejaba en el rostro una batería de sentimientos. Ira. Determinación. Frustración. Y algo más... miedo. Esto último no era una actitud que ella hubiera relacionado con ninguno de los Jonas. Los tres hermanos, como el padre, siempre le habían parecido intrépidos y carentes por completo de temor alguno—. Además, han pasado más de dos semanas desde que se estrelló el avión de Kevin. ¿De verdad también cree usted que eso fue un accidente?
—Es posible. Lo estamos investigando.
—Bien, pues espero que investigue un poco más —le espetó él.
Aquel hombre estaba empezando a afectarla. Una vez más. Sabía bien cómo irritarla. Era como una especie de cardo que se le hubiera metido a un caballo entre la silla y la piel. Nick se irguió y se quitó el sombrero de la cabeza. Entonces, se mesó un cabello castaño y ondulado—, antes de que muera alguien.
—Los federales están trabajando también en el accidente de avión.
—Pues eso no parece estar ayudando en lo más mínimo.
—Le aseguro que estamos haciendo todo lo que podemos para...
—No es suficiente —la interrumpió él. El fuego le brillaba en los ojos—. ¿Está usted a cargo de esta investigación, detective? —le preguntó observando atentamente la placa que ella llevaba con tanto orgullo. Apretaba con fuerza el ala de su sombrero Stetson, con tanta fuerza que tenía los nudillos blanquecinos.
___ trató de contenerse y de echar mano de su paciencia.
—Creo que ya hemos hablado antes de esto. El caso se ha asignado al detective Espinoza. Yo estoy colaborando con él, dado que fui la primera en llegar a la escena del accidente de su hermana.
—En ese caso, estoy perdiendo el tiempo con usted.
Eso le dolió. ___ tuvo que apretar los dientes. Se puso de pie.
—Dígale a Espinoza que quiero hablar con él.
—Él no está aquí en estos momentos.
—Esperaré.
—Podría tardar un buen rato.
Nick Jonas parecía a punto de explotar. Dejó el sombrero sobre la silla y volvió a inclinarse de nuevo sobre el escritorio. Entonces, acercó el rostro tanto al de ella que las narices de ambos estuvieron a punto de tocarse. El aire pareció restallar. El olor a ante húmedo, a caballos y a pinos inundó los sentidos de ___. La nieve se le había deshecho sobre los hombros de la chaqueta de piel de oveja y tenía algo de humedad también en el rostro.
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
—Detective, tiene que entender que se trata de mi familia —susurró, lo que tuvo más impacto que si él hubiera gritado—. De mi familia. Tal y como yo lo veo, mi hermana estuvo a punto de ser asesinada. Además, por aquel entonces estaba embarazada de nueve meses.
—Lo sé.
—¿De verdad? ¿Se imagina por lo que tuvo que pasar? Se puso de parto cuando el Jeep volcó sobre la ladera y chocó. Tuvo suerte de alguien pasara por allí y llamara a Urgencias. Entre los de la ambulancia y los médicos del hospital de St. James, y mucha ayuda de Dios, consiguió salir adelante.
—Y el bebé sobrevivió —afirmó ella. Recordaba perfectamente lo que les ocurrió a la madre y al hijo.
Resultaba evidente que no iba a ser tan fácil disuadir a Nick. No cejó ni por un instante en su empeño.
—Después de un brote de meningitis.
Kelly agarró con fuerza un bolígrafo que encontró encima de la mesa.
—Comprendo que todo esto es...
—Afortunadamente, el pequeño J.R. es un Jonas. Es duro y ha podido salir adelante.
—Por lo tanto, está bien —concluyó ella, tratando de mantener los sentimientos alejados de la conversación, algo que, por supuesto, resultaba imposible.
—¿Bien? —repitió él—. Supongo que sí, a excepción de que necesita a su madre, que sigue aún en coma tumbada en la cama de un hospital —añadió. Durante un breve instante, Nick Jonas pareció estar genuinamente preocupado por su sobrino. Los ojos marrones se le habían oscurecido por la preocupación. Eso emocionó a ____, aunque se negó a demostrarlo. Por supuesto que él estaba preocupado por el niño. Los Jonas siempre se preocupaban por los suyos, hasta el punto de olvidarse de todos los demás—. Y eso no es todo, detective —añadió.
—Estoy segura de ello —murmuró ____, y Nick frunció el ceño ante aquel tono de voz tan condescendiente.
—Es un milagro que Kevin haya sobrevivido al accidente de su avión y que terminara sólo con unos cuantos cortes y hematomas y una pierna rota.
Amén. Kevin era el mayor de los Jonas, un magnate del petróleo. Había estado pilotando el avión privado de la empresa de regreso a Grand Hope cuando el mal tiempo lo derribó.
—Tal y como yo lo veo, o los Jonas están teniendo una racha de muy mala suerte o alguien va a por nosotros.
—Randi estaba conduciendo y se encontró con hielo en la carretera. Su hermano estaba volando solo cuando atravesó una tormenta de nieve. ¿Mala suerte o mal juicio en ambos casos?
—O, como he dicho yo, un asesino en potencia anda suelto.
—¿Quién? —preguntó ella mirándolo a los ojos. No se echó atrás ni un solo centímetro, a pesar de que estaba empezando a sudar. El despacho, tan pequeño, lo parecía aún más que de costumbre con la presencia de Nick Jonas.
—Eso era lo que esperaba que usted me dijera.
Estaba cerca de ella... Demasiado cerca... Dios. El escritorio que los separaba parecía una barrera muy pequeña.
—Créame, señor Jonas.
—Nick. Llámame Nick. Hay demasiados Jonas para llamarnos a todos por el apellido. Además, me da la sensación de que los dos vamos a trabajar muy unidos en este caso. Tengo la intención de pegarme a ti como si fuera pegamento hasta que descubras quién diablos está detrás de esto. Por lo tanto, es mejor que nos dejemos de formalidades.
La idea de trabajar unida a alguien apellidado Jonas se le atragantaba por completo a ____, en especial con aquel vaquero tan guapo y tan seguro de sí mismo y que, además, parecía ser el más irritante de todos. Desgraciadamente, no parecía que tuviera mucho que decir en el asunto.
—Muy bien, Nick. Como te estaba diciendo, nos estamos esforzando todo lo que podemos en averiguar la verdad de lo ocurrido en esos dos accidentes. Todo el departamento está arrimando el hombro para descubrir qué fue lo que ocurrió.
—Pero no demasiado rápido —gruñó él.
—Y ninguno de nosotros, en especial yo —continuó ella, señalándose el pecho—, necesita que estés mirando constantemente por encima del hombro —concluyó. Entonces, arrojó el bolígrafo a la taza que tenía sobre la mesa—. ¿Acaso no contrataste tu propio detective privado?
Nick apretó los labios durante un instante.
—¿No se trata de un hombre llamado Kurt Striker? —insistió ella cruzándose de brazos.
—Sí —admitió él—. Me pareció que necesitábamos más ayuda.
—¿Y qué tiene él que decir?
—Le parece que hay juego sucio —respondió Jonas mirando fijamente a ____, como si no pudiera decidir de qué iba ella. Mala suerte. Estaba acostumbrada a que los hombres desconfiaran de ella como detective sólo porque era una mujer y eso era precisamente lo que le parecía que ocurría con Nick. Era una verdadera pena. ____ no iba a dejar que la acosara o la intimidara nadie, ni siquiera uno de los poderosos y ricos Jonas.
El padre de Nick, John Randall, había sido uno de los hombres más ricos, poderosos e influyentes del condado, y sus descendientes creían que aún ocurría lo mismo con ellos. Pero no sería así en aquel despacho.
—¿Tiene Striker alguna prueba de que pueda haber alguien detrás de esos accidentes?
Nick no contestó.
—Ya me lo parecía. Eso es todo. Ahora, escúchame. Tengo que trabajar y no me gusta que entres aquí y me empieces a exigir cosas y a…
—Striker dice que hay algo de pintura en la carrocería del coche de Randi. Rojo oscuro. Podría ser que fuera del otro coche cuando trataron de empujarla de la carretera.
—Si la empujaron —le recordó ____—. Podría ser de un roce con otro vehículo en el aparcamiento de su casa de Seattle. Eso no lo sabemos. Además, nosotros ya sabíamos lo de la pintura, por lo que no tienes que venir aquí e insinuar que este departamento es poco eficaz o muy incompetente. Simplemente estamos siendo cuidadosos. ¿Entendido?
—Escucha...
—No. Ahora me vas a escuchar tú a mí, ¿de acuerdo? —replicó ella. Había llegado al límite de su paciencia. Rodeó el escritorio y se puso cara a cara con él—. Estamos haciendo todo lo que está en nuestro poder para tratar de averiguar lo que le ocurrió a tu hermana y a tu hermano. ¡Todo! No nos tomamos ninguno de los dos sucesos a la ligera, créeme. Sin embargo, tampoco nos vamos a apresurar a la hora de sacar conclusiones. Podría ser que el Jeep de tu hermana se encontrara con una placa de hielo. Es posible que perdiera el control del vehículo, que se saliera de la carretera y que terminara en el hospital en un coma.
»En cuanto a lo de tu hermano, se arriesgó mucho cuando decidió volar en unas condiciones meteorológicas tan malas. Los motores fallaron. Determinaremos por qué. Aún no hemos descartado un sabotaje. Simplemente nos andamos con cuidado. Este departamento no se puede permitir acusaciones en falso o dar algo por sentado sin comprobarlo.
—Y mientras tanto, alguien podría estar tratando de asesinar a mi familia.
—¿Quién? —le preguntó ella mientras rodeaba de nuevo el escritorio y se sentaba en su silla de trabajo. Volvió a tomar el bolígrafo y sacó un cuaderno para apuntar—. Dame una lista de sospechosos, alguien que conozcas que podría tener algo en contra de los Jonas.
—Hay docenas de nombres —replicó él entornando de nuevo los ojos.
—Nombres, Jonas. Quiero nombres.
—Tú deberías conocer unos cuantos —dijo él.
—No te andes por las ramas.
—Muy bien. Empecemos por tu familia —espetó él.
____ se tensó.
—Ningún miembro de mi familia tiene problema alguno con tu hermano o con tu hermanastra —replicó ella mirándolo fijamente a los ojos.
—Sólo con mi padre.
—Muchas personas tenían problemas con él, pero ya no. Y te aseguro que en mi familia no hay asesinos en potencia, ¿de acuerdo? Por lo tanto, te ruego que ni siquiera entremos en ese terreno —dijo. Prácticamente escupió las palabras, pero no cedió a la ira que amenazaba con apoderársele de la lengua. ¿Cómo se había atrevido a decir eso?—. Ahora... ¿Quién podría querer hacerle daño a tu hermana Randi y a tu hermano Kevin? —insistió, aplicando la punta del bolígrafo al papel.
Nick pareció deshacerse de una parte de su ira.
—No lo sé —admitió—. Estoy seguro de que Kevin se ha granjeado bastantes enemigos. Uno no consigue ser millonario sin despertar envidias.
—¿Envidias lo suficientemente fuertes como para tratar de matarlo? —preguntó ____.
—Maldita sea, espero que no, pero... —susurró. Cerró los ojos durante un instante—. No lo sé.
Eso, al menos, sonaba sincero.
—Trabaja en Denver, ¿no?
—Trabajaba. Las oficinas centrales de su empresa se encuentran allí.
—Ha decidido volver aquí para casarse —dijo ____. Nick asintió.
Ella no pudo evitar fijarse en el modo en el que le brillaba el cabello bajo la potente luz de los fluorescentes. El se desabrochó la chaqueta, dejando al descubierto una camisa de franela y un amplio torso. Se podía ver su pecho asomarse por la camisa. ____ apartó los ojos y se reprendió mentalmente por fijarse en él como hombre. Entonces, tomó algunas notas sobre Kevin.
—Sí. Se va a casar con Danielle Stevenson —afirmó Nick, con una medio sonrisa que resultaba increíblemente irritante y sexy a la vez.
____ comprendió. Kevin, como sus hermanos, había sido un soltero empedernido. Junto con Nick y Joe, el más joven de los tres hermanos, había hecho profunda mella entre las chicas de la ciudad. Ricos, guapos e inteligentes hasta el punto de resultar arrogantes, los tres hermanos habían empezado a ser considerados muy pronto como los solteros de oro del condado y, en consecuencia, habían roto bastantes corazones.
Nick, en particular, se había ganado a pulso la reputación de verdadero seductor.
Sin embargo, en aquellos momentos parecía que el primero de los invencibles y alérgicos al matrimonio había caído en las redes de una mujer. La futura esposa era una doctora de urgencias en el hospital local, una madre soltera con dos hijas gemelas.
—Bien. ¿Y tu hermana? —le preguntó ella, tratando de centrarse en el asunto que tenían entre manos—. ¿Tiene algún enemigo conocido?
—No lo sé —admitió Nick. Se sentía bastante molesto. Desde el accidente, los de la oficina del sheriff llevaban metiendo la nariz en la vida de su hermana—. Podría ser. Escribía una columna para el Seattle Clarion.
—¿Consejos para personas con el corazón roto?
—Algo más que eso. Consejos más generales y muy serios para solteros. Su columna se llama...
—Solos. Lo sé. Tengo copias —dijo ____—. No obstante, la mayoría de los consejos que daba eran sobre la vida amorosa de una persona soltera.
—Irónico, ¿verdad? Ella daba todos esos consejos en una columna que aparecía también en otros periódicos y, sin embargo, termina embarazada y casi muere al volante de su coche sin que se sepa siquiera quién es el nombre del padre de ese niño.
—Yo diría que, más que irónico, es muy raro —dijo ella. Apretó el botón que sacaba la punta del bolígrafo varias veces, muy rápidamente. Entonces, le indicó la silla que había vacía al otro lado del escritorio—. ¿Por qué no te sientas?
Nick miró la silla justo en el momento en el que empezó a sonar el teléfono.
—Perdona —se excusó ella. Tomó el auricular—. Dillinger.
—Siento molestarte, pero tienes a Bob en la otra línea —dijo Stella. Aún parecía nerviosa por no haber podido impedir el paso a Nick Jonas.
—Hablaré con él —anunció ella. Levantó una mano hacia Nick al escuchar la voz de Roberto Espinoza al otro lado de la línea telefónica. Estaba en la granja Haines y le explicó que habían encontrado a Dora con su gato en brazos mientras avanzaba por la nieve con bata y zapatillas siguiendo un sendero que atravesaba el bosque hasta llegar a una empinada ladera donde, de niña, su padre solía llevarla a montar en trineo.
—Un caso muy triste —dijo Bob.
A continuación, el detective le explicó que Dora iba de camino al hospital de St. James. A los médicos les preocupaba la hipotermia, los síntomas de congelación y la senilidad.
—Voy a ir al hospital ahora. Iré a la oficina cuando termine aquí —añadió Bob.
—Aquí estaré —afirmó ____. Entonces, miró a Nick Jonas—. Cuando tengas un minuto, tal vez quieras hablar con Nick Jonas. Está aquí ahora —añadió. Entonces, pasó a explicarle la preocupación de Nick y los motivos de su visita.
—Es un hijo de perra arrogante —susurró Espinoza—. Como si no estuviéramos haciendo ya todo lo humanamente posible. Dile que se tranquilice un poquito. Lo veré en cuanto haya terminado de dictar un informe sobre Dora.
—Lo haré —respondió ____. Colgó el teléfono y le dio el mensaje a Nick—. Te verá en cuanto pueda. Mientras tanto, tienes que tratar de tranquilizarte.
—Y un cuerno. Llevo tranquilo demasiado tiempo y no he conseguido nada.
____ no respondió. En lo que a ella se refería, la reunión había terminado. Se puso de pie y tomó su sombrero y su chaqueta. Entonces, abrió las persianas.
—Tengo trabajo que hacer, Jonas. El detective Espinoza ha dicho que te llamará y te prometo que lo hará —afirmó. Con eso, abrió la puerta y, en silencio, lo invitó a marcharse—. ¿Entendido?
—Si eso es todo lo que puedes hacer...
—Lo es.
Nick se caló el sombrero y miró a ____ de un modo que le indicaba claramente que aquélla no iba a ser la última vez que lo viera. Con eso, se marchó del despacho, pasó por delante de Stella y se fue. Por lo que ____ pudo verle por debajo de la chaqueta, los vaqueros que llevaba puestos habían visto tiempos mejores. No se molestó en ponerse guantes ni en abrocharse la chaqueta. Seguramente estaba bastante caldeado por la ira que ____ y Espinoza habían despertado en él.
Cuando abrió la puerta, una vez más, una bocanada de aire tan frío como si viniera del Polo Norte inundó la sala. Con eso, se marchó. La puerta volvió a cerrarse detrás de él.
—Tanta paz lleves como descanso dejas —musitó ____. Se sentía bastante irritada por haberlo encontrado tan atractivo. Además, notó que Stella se había olvidado de contestar el teléfono o de trabajar en el ordenador sólo para no poderse detalle alguno de su salida.
Mientras se cuadraba el sombrero y se ponía la chaqueta de su uniforme, ____ pensó que, efectivamente, aquel hombre significaba malas noticias.
—Lo sé.
—¿De verdad? ¿Se imagina por lo que tuvo que pasar? Se puso de parto cuando el Jeep volcó sobre la ladera y chocó. Tuvo suerte de alguien pasara por allí y llamara a Urgencias. Entre los de la ambulancia y los médicos del hospital de St. James, y mucha ayuda de Dios, consiguió salir adelante.
—Y el bebé sobrevivió —afirmó ella. Recordaba perfectamente lo que les ocurrió a la madre y al hijo.
Resultaba evidente que no iba a ser tan fácil disuadir a Nick. No cejó ni por un instante en su empeño.
—Después de un brote de meningitis.
Kelly agarró con fuerza un bolígrafo que encontró encima de la mesa.
—Comprendo que todo esto es...
—Afortunadamente, el pequeño J.R. es un Jonas. Es duro y ha podido salir adelante.
—Por lo tanto, está bien —concluyó ella, tratando de mantener los sentimientos alejados de la conversación, algo que, por supuesto, resultaba imposible.
—¿Bien? —repitió él—. Supongo que sí, a excepción de que necesita a su madre, que sigue aún en coma tumbada en la cama de un hospital —añadió. Durante un breve instante, Nick Jonas pareció estar genuinamente preocupado por su sobrino. Los ojos marrones se le habían oscurecido por la preocupación. Eso emocionó a ____, aunque se negó a demostrarlo. Por supuesto que él estaba preocupado por el niño. Los Jonas siempre se preocupaban por los suyos, hasta el punto de olvidarse de todos los demás—. Y eso no es todo, detective —añadió.
—Estoy segura de ello —murmuró ____, y Nick frunció el ceño ante aquel tono de voz tan condescendiente.
—Es un milagro que Kevin haya sobrevivido al accidente de su avión y que terminara sólo con unos cuantos cortes y hematomas y una pierna rota.
Amén. Kevin era el mayor de los Jonas, un magnate del petróleo. Había estado pilotando el avión privado de la empresa de regreso a Grand Hope cuando el mal tiempo lo derribó.
—Tal y como yo lo veo, o los Jonas están teniendo una racha de muy mala suerte o alguien va a por nosotros.
—Randi estaba conduciendo y se encontró con hielo en la carretera. Su hermano estaba volando solo cuando atravesó una tormenta de nieve. ¿Mala suerte o mal juicio en ambos casos?
—O, como he dicho yo, un asesino en potencia anda suelto.
—¿Quién? —preguntó ella mirándolo a los ojos. No se echó atrás ni un solo centímetro, a pesar de que estaba empezando a sudar. El despacho, tan pequeño, lo parecía aún más que de costumbre con la presencia de Nick Jonas.
—Eso era lo que esperaba que usted me dijera.
Estaba cerca de ella... Demasiado cerca... Dios. El escritorio que los separaba parecía una barrera muy pequeña.
—Créame, señor Jonas.
—Nick. Llámame Nick. Hay demasiados Jonas para llamarnos a todos por el apellido. Además, me da la sensación de que los dos vamos a trabajar muy unidos en este caso. Tengo la intención de pegarme a ti como si fuera pegamento hasta que descubras quién diablos está detrás de esto. Por lo tanto, es mejor que nos dejemos de formalidades.
La idea de trabajar unida a alguien apellidado Jonas se le atragantaba por completo a ____, en especial con aquel vaquero tan guapo y tan seguro de sí mismo y que, además, parecía ser el más irritante de todos. Desgraciadamente, no parecía que tuviera mucho que decir en el asunto.
—Muy bien, Nick. Como te estaba diciendo, nos estamos esforzando todo lo que podemos en averiguar la verdad de lo ocurrido en esos dos accidentes. Todo el departamento está arrimando el hombro para descubrir qué fue lo que ocurrió.
—Pero no demasiado rápido —gruñó él.
—Y ninguno de nosotros, en especial yo —continuó ella, señalándose el pecho—, necesita que estés mirando constantemente por encima del hombro —concluyó. Entonces, arrojó el bolígrafo a la taza que tenía sobre la mesa—. ¿Acaso no contrataste tu propio detective privado?
Nick apretó los labios durante un instante.
—¿No se trata de un hombre llamado Kurt Striker? —insistió ella cruzándose de brazos.
—Sí —admitió él—. Me pareció que necesitábamos más ayuda.
—¿Y qué tiene él que decir?
—Le parece que hay juego sucio —respondió Jonas mirando fijamente a ____, como si no pudiera decidir de qué iba ella. Mala suerte. Estaba acostumbrada a que los hombres desconfiaran de ella como detective sólo porque era una mujer y eso era precisamente lo que le parecía que ocurría con Nick. Era una verdadera pena. ____ no iba a dejar que la acosara o la intimidara nadie, ni siquiera uno de los poderosos y ricos Jonas.
El padre de Nick, John Randall, había sido uno de los hombres más ricos, poderosos e influyentes del condado, y sus descendientes creían que aún ocurría lo mismo con ellos. Pero no sería así en aquel despacho.
—¿Tiene Striker alguna prueba de que pueda haber alguien detrás de esos accidentes?
Nick no contestó.
—Ya me lo parecía. Eso es todo. Ahora, escúchame. Tengo que trabajar y no me gusta que entres aquí y me empieces a exigir cosas y a…
—Striker dice que hay algo de pintura en la carrocería del coche de Randi. Rojo oscuro. Podría ser que fuera del otro coche cuando trataron de empujarla de la carretera.
—Si la empujaron —le recordó ____—. Podría ser de un roce con otro vehículo en el aparcamiento de su casa de Seattle. Eso no lo sabemos. Además, nosotros ya sabíamos lo de la pintura, por lo que no tienes que venir aquí e insinuar que este departamento es poco eficaz o muy incompetente. Simplemente estamos siendo cuidadosos. ¿Entendido?
—Escucha...
—No. Ahora me vas a escuchar tú a mí, ¿de acuerdo? —replicó ella. Había llegado al límite de su paciencia. Rodeó el escritorio y se puso cara a cara con él—. Estamos haciendo todo lo que está en nuestro poder para tratar de averiguar lo que le ocurrió a tu hermana y a tu hermano. ¡Todo! No nos tomamos ninguno de los dos sucesos a la ligera, créeme. Sin embargo, tampoco nos vamos a apresurar a la hora de sacar conclusiones. Podría ser que el Jeep de tu hermana se encontrara con una placa de hielo. Es posible que perdiera el control del vehículo, que se saliera de la carretera y que terminara en el hospital en un coma.
»En cuanto a lo de tu hermano, se arriesgó mucho cuando decidió volar en unas condiciones meteorológicas tan malas. Los motores fallaron. Determinaremos por qué. Aún no hemos descartado un sabotaje. Simplemente nos andamos con cuidado. Este departamento no se puede permitir acusaciones en falso o dar algo por sentado sin comprobarlo.
—Y mientras tanto, alguien podría estar tratando de asesinar a mi familia.
—¿Quién? —le preguntó ella mientras rodeaba de nuevo el escritorio y se sentaba en su silla de trabajo. Volvió a tomar el bolígrafo y sacó un cuaderno para apuntar—. Dame una lista de sospechosos, alguien que conozcas que podría tener algo en contra de los Jonas.
—Hay docenas de nombres —replicó él entornando de nuevo los ojos.
—Nombres, Jonas. Quiero nombres.
—Tú deberías conocer unos cuantos —dijo él.
—No te andes por las ramas.
—Muy bien. Empecemos por tu familia —espetó él.
____ se tensó.
—Ningún miembro de mi familia tiene problema alguno con tu hermano o con tu hermanastra —replicó ella mirándolo fijamente a los ojos.
—Sólo con mi padre.
—Muchas personas tenían problemas con él, pero ya no. Y te aseguro que en mi familia no hay asesinos en potencia, ¿de acuerdo? Por lo tanto, te ruego que ni siquiera entremos en ese terreno —dijo. Prácticamente escupió las palabras, pero no cedió a la ira que amenazaba con apoderársele de la lengua. ¿Cómo se había atrevido a decir eso?—. Ahora... ¿Quién podría querer hacerle daño a tu hermana Randi y a tu hermano Kevin? —insistió, aplicando la punta del bolígrafo al papel.
Nick pareció deshacerse de una parte de su ira.
—No lo sé —admitió—. Estoy seguro de que Kevin se ha granjeado bastantes enemigos. Uno no consigue ser millonario sin despertar envidias.
—¿Envidias lo suficientemente fuertes como para tratar de matarlo? —preguntó ____.
—Maldita sea, espero que no, pero... —susurró. Cerró los ojos durante un instante—. No lo sé.
Eso, al menos, sonaba sincero.
—Trabaja en Denver, ¿no?
—Trabajaba. Las oficinas centrales de su empresa se encuentran allí.
—Ha decidido volver aquí para casarse —dijo ____. Nick asintió.
Ella no pudo evitar fijarse en el modo en el que le brillaba el cabello bajo la potente luz de los fluorescentes. El se desabrochó la chaqueta, dejando al descubierto una camisa de franela y un amplio torso. Se podía ver su pecho asomarse por la camisa. ____ apartó los ojos y se reprendió mentalmente por fijarse en él como hombre. Entonces, tomó algunas notas sobre Kevin.
—Sí. Se va a casar con Danielle Stevenson —afirmó Nick, con una medio sonrisa que resultaba increíblemente irritante y sexy a la vez.
____ comprendió. Kevin, como sus hermanos, había sido un soltero empedernido. Junto con Nick y Joe, el más joven de los tres hermanos, había hecho profunda mella entre las chicas de la ciudad. Ricos, guapos e inteligentes hasta el punto de resultar arrogantes, los tres hermanos habían empezado a ser considerados muy pronto como los solteros de oro del condado y, en consecuencia, habían roto bastantes corazones.
Nick, en particular, se había ganado a pulso la reputación de verdadero seductor.
Sin embargo, en aquellos momentos parecía que el primero de los invencibles y alérgicos al matrimonio había caído en las redes de una mujer. La futura esposa era una doctora de urgencias en el hospital local, una madre soltera con dos hijas gemelas.
—Bien. ¿Y tu hermana? —le preguntó ella, tratando de centrarse en el asunto que tenían entre manos—. ¿Tiene algún enemigo conocido?
—No lo sé —admitió Nick. Se sentía bastante molesto. Desde el accidente, los de la oficina del sheriff llevaban metiendo la nariz en la vida de su hermana—. Podría ser. Escribía una columna para el Seattle Clarion.
—¿Consejos para personas con el corazón roto?
—Algo más que eso. Consejos más generales y muy serios para solteros. Su columna se llama...
—Solos. Lo sé. Tengo copias —dijo ____—. No obstante, la mayoría de los consejos que daba eran sobre la vida amorosa de una persona soltera.
—Irónico, ¿verdad? Ella daba todos esos consejos en una columna que aparecía también en otros periódicos y, sin embargo, termina embarazada y casi muere al volante de su coche sin que se sepa siquiera quién es el nombre del padre de ese niño.
—Yo diría que, más que irónico, es muy raro —dijo ella. Apretó el botón que sacaba la punta del bolígrafo varias veces, muy rápidamente. Entonces, le indicó la silla que había vacía al otro lado del escritorio—. ¿Por qué no te sientas?
Nick miró la silla justo en el momento en el que empezó a sonar el teléfono.
—Perdona —se excusó ella. Tomó el auricular—. Dillinger.
—Siento molestarte, pero tienes a Bob en la otra línea —dijo Stella. Aún parecía nerviosa por no haber podido impedir el paso a Nick Jonas.
—Hablaré con él —anunció ella. Levantó una mano hacia Nick al escuchar la voz de Roberto Espinoza al otro lado de la línea telefónica. Estaba en la granja Haines y le explicó que habían encontrado a Dora con su gato en brazos mientras avanzaba por la nieve con bata y zapatillas siguiendo un sendero que atravesaba el bosque hasta llegar a una empinada ladera donde, de niña, su padre solía llevarla a montar en trineo.
—Un caso muy triste —dijo Bob.
A continuación, el detective le explicó que Dora iba de camino al hospital de St. James. A los médicos les preocupaba la hipotermia, los síntomas de congelación y la senilidad.
—Voy a ir al hospital ahora. Iré a la oficina cuando termine aquí —añadió Bob.
—Aquí estaré —afirmó ____. Entonces, miró a Nick Jonas—. Cuando tengas un minuto, tal vez quieras hablar con Nick Jonas. Está aquí ahora —añadió. Entonces, pasó a explicarle la preocupación de Nick y los motivos de su visita.
—Es un hijo de perra arrogante —susurró Espinoza—. Como si no estuviéramos haciendo ya todo lo humanamente posible. Dile que se tranquilice un poquito. Lo veré en cuanto haya terminado de dictar un informe sobre Dora.
—Lo haré —respondió ____. Colgó el teléfono y le dio el mensaje a Nick—. Te verá en cuanto pueda. Mientras tanto, tienes que tratar de tranquilizarte.
—Y un cuerno. Llevo tranquilo demasiado tiempo y no he conseguido nada.
____ no respondió. En lo que a ella se refería, la reunión había terminado. Se puso de pie y tomó su sombrero y su chaqueta. Entonces, abrió las persianas.
—Tengo trabajo que hacer, Jonas. El detective Espinoza ha dicho que te llamará y te prometo que lo hará —afirmó. Con eso, abrió la puerta y, en silencio, lo invitó a marcharse—. ¿Entendido?
—Si eso es todo lo que puedes hacer...
—Lo es.
Nick se caló el sombrero y miró a ____ de un modo que le indicaba claramente que aquélla no iba a ser la última vez que lo viera. Con eso, se marchó del despacho, pasó por delante de Stella y se fue. Por lo que ____ pudo verle por debajo de la chaqueta, los vaqueros que llevaba puestos habían visto tiempos mejores. No se molestó en ponerse guantes ni en abrocharse la chaqueta. Seguramente estaba bastante caldeado por la ira que ____ y Espinoza habían despertado en él.
Cuando abrió la puerta, una vez más, una bocanada de aire tan frío como si viniera del Polo Norte inundó la sala. Con eso, se marchó. La puerta volvió a cerrarse detrás de él.
—Tanta paz lleves como descanso dejas —musitó ____. Se sentía bastante irritada por haberlo encontrado tan atractivo. Además, notó que Stella se había olvidado de contestar el teléfono o de trabajar en el ordenador sólo para no poderse detalle alguno de su salida.
Mientras se cuadraba el sombrero y se ponía la chaqueta de su uniforme, ____ pensó que, efectivamente, aquel hombre significaba malas noticias.
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
NO SABIA QUE TENIAS OTRA NOVE!!!!
ME ENCANTO LA HISTORIA ASI QUE TIENES QUE SEGUIRLA
VOY A TERMINAR DE LEERLA MANANA PORQ ME SIENTO SIN ANIMOS Y ESTOY UN POCO DEPRE PERO ME PONDRE AL DIA!!
BYE, TKM :hug:
PD:NUEVA LECTORA!!!!
ME ENCANTO LA HISTORIA ASI QUE TIENES QUE SEGUIRLA
VOY A TERMINAR DE LEERLA MANANA PORQ ME SIENTO SIN ANIMOS Y ESTOY UN POCO DEPRE PERO ME PONDRE AL DIA!!
BYE, TKM :hug:
PD:NUEVA LECTORA!!!!
Faby Evans Jonas
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
FabiJB escribió:NO SABIA QUE TENIAS OTRA NOVE!!!!
ME ENCANTO LA HISTORIA ASI QUE TIENES QUE SEGUIRLA
VOY A TERMINAR DE LEERLA MANANA PORQ ME SIENTO SIN ANIMOS Y ESTOY UN POCO DEPRE PERO ME PONDRE AL DIA!!
BYE, TKM :hug:
PD:NUEVA LECTORA!!!!
Aww fabi bienvenida :lol!: que bien tenerte aquí :)
Pucha, espero que se te pase pronto todo eso u.u tienes que estar bien ¿si?
tk :D :hug:
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Hello... soy nueva lectora..
me gusta tu nove siguela pronto por favor
y que estes bien :)
______________________________________________________________
LOS JB VAN PERDIENDO!! VOTEN MUCHO SOLO FALTAN 4 HORAS ES SOLO HOY! MANTENGA LA CORONA! PORFAVOR TENEMOS QUE GANAR! A LAS 12 TERMINA Y NOS VAN GANANDO CON MUCHO http://www.mtvla.com/lacopamtv/ PASA EL MENSAJE!
me gusta tu nove siguela pronto por favor
y que estes bien :)
______________________________________________________________
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Invitado
Invitado
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Caro de Jonas Bieber escribió:Hello... soy nueva lectora..
me gusta tu nove siguela pronto por favor
y que estes bien :)
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LOS JB VAN PERDIENDO!! VOTEN MUCHO SOLO FALTAN 4 HORAS ES SOLO HOY! MANTENGA LA CORONA! PORFAVOR TENEMOS QUE GANAR! A LAS 12 TERMINA Y NOS VAN GANANDO CON MUCHO http://www.mtvla.com/lacopamtv/ PASA EL MENSAJE!
hola y Bienvenida :lol!:
claro que la seguiré :)
NO PUEDE SER QUE VAYAN GANANDO!!! tenemos que ganar nosotras!!!
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Gracias por sus comentarios :)
Bienvenidas todas (otra vez) :lol!:
Les subiré otro capítulo :D
Bienvenidas todas (otra vez) :lol!:
Les subiré otro capítulo :D
NicolleStyles
Re: Caricias del Corazón (Nick y Tu) Adaptación. (terminada)
Dos
Nick tamborileó con los dedos sobre el volante de su furgoneta. La nieve caía abundantemente por la carretera. Encendió los limpiaparabrisas y la radio para escuchar una emisora local con la esperanza de encontrar la predicción meteorológica.
Frunció el ceño y apretó los ojos para tratar de ver mejor el camino que lo llevara al rancho. Tal vez había cometido un error cuando decidió ir a la ciudad y entrar como un caballo desbocado en la oficina del sheriff para obtener respuestas.
No había conseguido nada.
De hecho, aquella detective pelirroja lo había puesto en su lugar. Resultaba turbador. Irritante. Insultante. ____ Dillinger lo había turbado más de lo que debería. No podía sacársela del pensamiento. Tenía la piel pálida y unos profundos ojos color chocolate. El cabello era de un vibrante color rojizo, que, en opinión de Nick, se podía comparar con su temperamento. Las pelirrojas eran siempre mujeres de temperamento muy apasionado. Además, no se había dejado amilanar por él. Como si fuera un hombre, aunque distaba mucho de parecerlo. Pese a que su constitución era atlética, resultaba muy femenina. Nick se había dado cuenta de ello perfectamente y se lamentaba de que así hubiera sido. El uniforme se le estiraba muy seductoramente por encima de los senos y le ceñía la cintura y las caderas. Aquella mujer tenía curvas... y qué curvas, aunque se esforzara mucho por ocultarlas.
Siempre había escuchado que las mujeres se sentían atraídas por los hombres de uniforme, pero jamás hubiera esperado que funcionara también a la inversa, y mucho menos con él. No. A él le gustaban las mujeres femeninas, las que resaltaban sus armas de mujer. Le encantaban las camisetas ceñidas, las minifaldas o los vestidos largos con aberturas laterales, que mostraban gran parte de la pantorrilla y el muslo. Había visto también pantalones y camisas de seda que resultaban también muy sexys, pero jamás se habría imaginado que un uniforme pudiera serlo, y mucho menos uno del departamento del sheriff del condado. No obstante, no había podido evitar fijarse en ____ Dillinger. A pesar de su enojo cuando entró en el departamento del sheriff, le había costado mucho centrar la atención en lo que lo había llevado hasta allí.
Siempre tenía problemas con su libido. Con una mujer atractiva cerca, siempre le costaba controlarla. No obstante, aquella noche era peor de lo que lo había sido en mucho tiempo.
Era muy sencillo. Se sentía atraído por ella.
No podía ser. Ni hablar. Era una mujer policía que, además, estaba trabajando en el caso de su hermana y que, además, sabía que sentía una enemistad personal hacia la familia Jonas. Finalmente, decidió que se estaba engañando. Sólo de pensar en ella, sentía que se le tensaba la entrepierna. Se miró en el retrovisor.
—Idiota —susurró.
Al ver que acercaba al Flying M, el rancho que había sido el orgullo y la alegría de su padre, aminoró la marcha.
—Genial.
Aquella mujer estaba fuera de sus límites. No había más que hablar. Aunque no fuera por ninguna otra razón más que por el hecho de que vivía allí, en Grand Hope, lejos de su propio rancho. Si estuviera buscando a una mujer, lo que no era el caso, se la buscaría más cerca de su casa. Dios, ¿de dónde habían salido aquellos pensamientos? Ni quería ni necesitaba a una mujer. Significaban problemas. Y ____ Dillinger no era una excepción.
La luz de los faros capturó los copos de nieve que bailaban delante de la furgoneta mientras avanzaba por el sendero que llevaba al corazón del rancho. Unas cuantas cabezas de ganado se vislumbraban contra la nieve, pero la mayor parte de las reses había buscado refugio o estaba fuera de su línea de visión. Por fin, tomó una curva del terreno y se encontró frente a la zona de aparcamiento que había frente a la casa principal.
Detuvo la furgoneta bajo un manzano y apagó el motor. Abrió la puerta y rápidamente llegó a los escalones que conducían al porche. Antes de entrar en la casa, se sacudió la nieve que le cubría las botas.
El calor del interior llegó hasta su rostro acompañado de las notas de una alegre y melódica tonada al piano. Se quitó la chaqueta y sintió que el estómago comenzaba a protestarle cuando notó el olor a pollo asado y a pastelillos de canela. Colgó su chaqueta y su sombrero en el perchero y escuchó el sonido de unos piececitos sobre el suelo de madera del piso superior. A los pocos segundos, las gemelas bajaban a toda velocidad por las escaleras.
—¡Tío Nick! —exclamó una de las niñas mientras terminaba de bajar los raídos escalones.
—¿Cómo está mi Molly? —preguntó Nick mientras se agachaba y extendía los brazos para levantar en el aire a su sobrina.
—Bien —respondió la niña. Sus ojos reflejaban una repentina y poco característica timidez. Comenzó a chuparse un dedo mientras que su hermana, arrastrando una mantita, terminaba de bajar la escalera.
—¿Y cómo estás tú, Mindy? —le preguntó Nick, repitiendo el gesto que había hecho con su hermana.
Como la música seguía sonando, comenzó a bailar con las dos niñas en brazos. Sólo hacía un mes que conocía a sus dos sobrinas, pero ellas, junto con el hijo de Randi, eran parte de su familia y lo serían para siempre. No se podía imaginar la vida sin Molly, Mindy o el bebé.
Las niñas comenzaron a reír. Sin dejar de bailar, Nick las llevó hacia el salón donde su madre, Danielle, estaba sentada al piano. Los dedos volaban sobre las teclas mientras tocaba maravillosamente una alegre canción.
—¿Está tocando Liberace? —preguntó Nick.
—¡No! —exclamaron las niñas, muertas de la risa.
—No, tenéis razón. ¡Debe de ser Elton John!
—¡No! —gritaron al unísono—. Es mamá.
—Y es una pésima pianista —dijo su madre, dándose la vuelta mientras aún resonaban las últimas notas de la canción. Las niñas se soltaron de los brazos de Nick y corrieron hacia su madre—, pero tú tampoco eres exactamente Fred Astaire o Gene Kelly.
—Oh, maldita sea. Yo creía que sí lo era —bromeó Nick. Se dirigió a la chimenea y se calentó las piernas frente a las llamas—. Me acabas de destrozar con ese comentario.
—Será la primera vez —comentó Danielle sacudiendo la cabeza. Sus ojos, de color ámbar, le brillaban de alegría.
Harold estaba tumbado en su lugar favorito sobre la alfombra que había cerca del fuego. Levantó la cabeza y bostezó. Entonces, estiró las patas como si fuera a levantarse, pero se lo pensó mejor y volvió a acomodarse sobre el suelo.
—¿Y bien? ¿Qué has averiguado?
Kevin, con sus muletas, entró en el salón y se sentó en uno de los sillones de cuero. Allí, acomodó su pierna herida sobre un taburete. Llevaba unos pantalones de color caqui muy amplios que le cubrían la escayola que le inmovilizaba la pierna desde el pie hasta el muslo. La expresión de su rostro hablaba más claramente que sus palabras.
—Estoy cansado de estar así...
—Nada. El maldito departamento del sheriff no sabe absolutamente nada.
—¿Has hablado con Espinoza? —preguntó Kevin.
El sonido de unas botas resonó por la casa, anunciando así la llegada de su hermano menor.
—¡Un momento! —gritó Juanita—. ¡Quítate esas botas! ¡Acabo de fregar el suelo! ¡Dios! ¿Me escucha alguien alguna vez? ¡La respuesta es «no»!
—¡Eh! —exclamó Joe, apareciendo en el arco que separaba el salón del vestíbulo y de la escalera. No se molestó en contestar a Juanita, y tampoco se quitó el abrigo—. ¿Dónde diablos has estado? —le preguntó a Nick, frunciendo el ceño sobre sus intensos ojos pardos—. Tenemos ganado al que alimentar y Kevin no me está ayudando mucho últimamente.
—Cálmate —dijo Kevin, mirando a su hermano—. Nick ha estado en la oficina del sheriff.
—¿Han encontrado algo? —preguntó Joe. Su beligerancia fue aplacándose mientras se dirigía al mueble bar para servirse una copa de whisky—. ¿Os apetece algo de beber?
—No, no saben nada y sí, me vendría bien una copa —comentó Nick.
—Nada para mí —dijo Kevin—. ¿Qué es lo que te ha dicho Espinoza?
—Él no estaba. He hablado con la mujer.
—____ Dillinger —dijo Danielle mientras las gemelas, aburridas ya de aporrear el piano, se bajaron de su regazo y salieron corriendo del salón.
Danielle era una mujer alta, de cabello castaño. Por su inteligencia y por su titulación académica, Danielle Stevenson era la pareja perfecta para Kevin. Inteligente, elegante y, como médico de urgencias, no estaba acostumbrada a aceptar órdenes de nadie. Era, sencillamente, la clase de mujer que podía domar a Kevin y hacer que sentara la cabeza.
—Esa misma —dijo Nick, tras aceptar la copa que su hermano le ofrecía. Entonces, tomó un trago y sintió cómo el whisky se le iba abriendo paso agradablemente por la garganta. Trató de apartar todo pensamiento de la detective Dillinger de su cabeza. No le resultó fácil. De hecho, fue más bien imposible. La rebelde pelirroja sabía cómo captar la atención de un hombre.
—¿Una copa? —le preguntó Joe a Danielle.
—Será mejor que no. Tengo que marcharme al hospital dentro de un rato —dijo. Entonces, se calló e inclinó ligeramente la cabeza—. Oh, oh... Parece que alguien se ha despertado.
Efectivamente, Nick escuchó el llanto del bebé. Se quedó muy sorprendido al comprobar una vez más cómo las mujeres parecían tener un sexto sentido para esa clase de cosas.
—Iré a por él —anunció Danielle. Entonces, los miró a todos por encima del hombro—, pero sus tíos van a estar su cargo esta noche.
—Podemos ocuparnos —dijo Kevin, como si ocuparse de un bebé no supusiera ningún problema. kevin pensaba que podía con todo, algo que no andaba muy descaminado.
—Sí, claro —replicó Danielle. Entonces, subió la escalera y, poco después, se escuchó su voz hablándole cariñosamente al niño.
—Bueno, ¿qué es lo que ha dicho esa detective? —le preguntó Kevin a Nick.
—Lo mismo de siempre. Que no descartan ninguna posibilidad, pero que no tienen prueba alguna de sabotaje. No hay sospechosos. Cuando Randi se despierte, tal vez podrán averiguar algo más. Si quieres saber mi opinión, un montón de tonterías.
Se tomó de un trago su bebida. Se sentía inquieto, ansioso por hacer algo. Llevaba en el rancho casi un mes, desde que lo llamaron para informarlo del accidente de su hermana. Había ido a gusto y había hecho todo lo que había podido, pero sentía una gran frustración. Tenía su casa, su rancho cerca de la frontera de Idaho. Su vecino, Mike Kavanaugh, le estaba cuidando sus tierras en su ausencia y había contratado a un par de vaqueros para que lo ayudaran, pero Matt estaba empezando a sentir la necesidad de regresar y ver cómo iba todo con sus propios ojos.
—La detective Dillinger está muy bien, si queréis saber mi opinión —comentó Joe.
—Nadie te la ha pedido —replicó Nick.
Joe soltó una carcajada.
—No me irás a decir ahora que no te has dado cuenta —se mofó Joe. Nick soltó un bufido y se encogió de hombros—. Venga ya, admítelo. Siempre has tenido muy buen ojo para las mujeres.
—Y eso me lo dices tú.
—Ya basta —dijo Kevin, justo cuando Danielle regresaba con el bebé.
Nick sintió que el corazón se le deshacía al ver al pequeño J.R., el nombre que los tres hermanos habían acuñado dado que Randi seguía en coma y ni siquiera sabía que tenía un hijo. Se imaginaron que podrían llamarlo Julio o John Randall, como su abuelo. Como había hecho en muchas ocasiones, Nick se preguntó por el padre de aquel niño. ¿Quién sería? ¿Dónde diablos estaba? ¿Por qué Randi ni siquiera había hablado de él?
Nick sintió el aguijonazo de la culpabilidad. La verdad del asunto era que él, como sus hermanos, había estado tan centrado en su propia vida, que había perdido el contacto con su hermanastra, que había representado la ruina para ellos, dado que era la hija de la mujer a la que culpaban de haber arruinado el matrimonio de sus padres.
En aquellos momentos, mirando al bebé, con aquel cabello pelirrojo, Nick sintió una mezcla de orgullo y de algo más, algo más profundo, algo que le asustaba y que le hablaba de la necesidad de echar raíces, de sentar la cabeza y de tener hijos propios.
Frunció el ceño y apretó los ojos para tratar de ver mejor el camino que lo llevara al rancho. Tal vez había cometido un error cuando decidió ir a la ciudad y entrar como un caballo desbocado en la oficina del sheriff para obtener respuestas.
No había conseguido nada.
De hecho, aquella detective pelirroja lo había puesto en su lugar. Resultaba turbador. Irritante. Insultante. ____ Dillinger lo había turbado más de lo que debería. No podía sacársela del pensamiento. Tenía la piel pálida y unos profundos ojos color chocolate. El cabello era de un vibrante color rojizo, que, en opinión de Nick, se podía comparar con su temperamento. Las pelirrojas eran siempre mujeres de temperamento muy apasionado. Además, no se había dejado amilanar por él. Como si fuera un hombre, aunque distaba mucho de parecerlo. Pese a que su constitución era atlética, resultaba muy femenina. Nick se había dado cuenta de ello perfectamente y se lamentaba de que así hubiera sido. El uniforme se le estiraba muy seductoramente por encima de los senos y le ceñía la cintura y las caderas. Aquella mujer tenía curvas... y qué curvas, aunque se esforzara mucho por ocultarlas.
Siempre había escuchado que las mujeres se sentían atraídas por los hombres de uniforme, pero jamás hubiera esperado que funcionara también a la inversa, y mucho menos con él. No. A él le gustaban las mujeres femeninas, las que resaltaban sus armas de mujer. Le encantaban las camisetas ceñidas, las minifaldas o los vestidos largos con aberturas laterales, que mostraban gran parte de la pantorrilla y el muslo. Había visto también pantalones y camisas de seda que resultaban también muy sexys, pero jamás se habría imaginado que un uniforme pudiera serlo, y mucho menos uno del departamento del sheriff del condado. No obstante, no había podido evitar fijarse en ____ Dillinger. A pesar de su enojo cuando entró en el departamento del sheriff, le había costado mucho centrar la atención en lo que lo había llevado hasta allí.
Siempre tenía problemas con su libido. Con una mujer atractiva cerca, siempre le costaba controlarla. No obstante, aquella noche era peor de lo que lo había sido en mucho tiempo.
Era muy sencillo. Se sentía atraído por ella.
No podía ser. Ni hablar. Era una mujer policía que, además, estaba trabajando en el caso de su hermana y que, además, sabía que sentía una enemistad personal hacia la familia Jonas. Finalmente, decidió que se estaba engañando. Sólo de pensar en ella, sentía que se le tensaba la entrepierna. Se miró en el retrovisor.
—Idiota —susurró.
Al ver que acercaba al Flying M, el rancho que había sido el orgullo y la alegría de su padre, aminoró la marcha.
—Genial.
Aquella mujer estaba fuera de sus límites. No había más que hablar. Aunque no fuera por ninguna otra razón más que por el hecho de que vivía allí, en Grand Hope, lejos de su propio rancho. Si estuviera buscando a una mujer, lo que no era el caso, se la buscaría más cerca de su casa. Dios, ¿de dónde habían salido aquellos pensamientos? Ni quería ni necesitaba a una mujer. Significaban problemas. Y ____ Dillinger no era una excepción.
La luz de los faros capturó los copos de nieve que bailaban delante de la furgoneta mientras avanzaba por el sendero que llevaba al corazón del rancho. Unas cuantas cabezas de ganado se vislumbraban contra la nieve, pero la mayor parte de las reses había buscado refugio o estaba fuera de su línea de visión. Por fin, tomó una curva del terreno y se encontró frente a la zona de aparcamiento que había frente a la casa principal.
Detuvo la furgoneta bajo un manzano y apagó el motor. Abrió la puerta y rápidamente llegó a los escalones que conducían al porche. Antes de entrar en la casa, se sacudió la nieve que le cubría las botas.
El calor del interior llegó hasta su rostro acompañado de las notas de una alegre y melódica tonada al piano. Se quitó la chaqueta y sintió que el estómago comenzaba a protestarle cuando notó el olor a pollo asado y a pastelillos de canela. Colgó su chaqueta y su sombrero en el perchero y escuchó el sonido de unos piececitos sobre el suelo de madera del piso superior. A los pocos segundos, las gemelas bajaban a toda velocidad por las escaleras.
—¡Tío Nick! —exclamó una de las niñas mientras terminaba de bajar los raídos escalones.
—¿Cómo está mi Molly? —preguntó Nick mientras se agachaba y extendía los brazos para levantar en el aire a su sobrina.
—Bien —respondió la niña. Sus ojos reflejaban una repentina y poco característica timidez. Comenzó a chuparse un dedo mientras que su hermana, arrastrando una mantita, terminaba de bajar la escalera.
—¿Y cómo estás tú, Mindy? —le preguntó Nick, repitiendo el gesto que había hecho con su hermana.
Como la música seguía sonando, comenzó a bailar con las dos niñas en brazos. Sólo hacía un mes que conocía a sus dos sobrinas, pero ellas, junto con el hijo de Randi, eran parte de su familia y lo serían para siempre. No se podía imaginar la vida sin Molly, Mindy o el bebé.
Las niñas comenzaron a reír. Sin dejar de bailar, Nick las llevó hacia el salón donde su madre, Danielle, estaba sentada al piano. Los dedos volaban sobre las teclas mientras tocaba maravillosamente una alegre canción.
—¿Está tocando Liberace? —preguntó Nick.
—¡No! —exclamaron las niñas, muertas de la risa.
—No, tenéis razón. ¡Debe de ser Elton John!
—¡No! —gritaron al unísono—. Es mamá.
—Y es una pésima pianista —dijo su madre, dándose la vuelta mientras aún resonaban las últimas notas de la canción. Las niñas se soltaron de los brazos de Nick y corrieron hacia su madre—, pero tú tampoco eres exactamente Fred Astaire o Gene Kelly.
—Oh, maldita sea. Yo creía que sí lo era —bromeó Nick. Se dirigió a la chimenea y se calentó las piernas frente a las llamas—. Me acabas de destrozar con ese comentario.
—Será la primera vez —comentó Danielle sacudiendo la cabeza. Sus ojos, de color ámbar, le brillaban de alegría.
Harold estaba tumbado en su lugar favorito sobre la alfombra que había cerca del fuego. Levantó la cabeza y bostezó. Entonces, estiró las patas como si fuera a levantarse, pero se lo pensó mejor y volvió a acomodarse sobre el suelo.
—¿Y bien? ¿Qué has averiguado?
Kevin, con sus muletas, entró en el salón y se sentó en uno de los sillones de cuero. Allí, acomodó su pierna herida sobre un taburete. Llevaba unos pantalones de color caqui muy amplios que le cubrían la escayola que le inmovilizaba la pierna desde el pie hasta el muslo. La expresión de su rostro hablaba más claramente que sus palabras.
—Estoy cansado de estar así...
—Nada. El maldito departamento del sheriff no sabe absolutamente nada.
—¿Has hablado con Espinoza? —preguntó Kevin.
El sonido de unas botas resonó por la casa, anunciando así la llegada de su hermano menor.
—¡Un momento! —gritó Juanita—. ¡Quítate esas botas! ¡Acabo de fregar el suelo! ¡Dios! ¿Me escucha alguien alguna vez? ¡La respuesta es «no»!
—¡Eh! —exclamó Joe, apareciendo en el arco que separaba el salón del vestíbulo y de la escalera. No se molestó en contestar a Juanita, y tampoco se quitó el abrigo—. ¿Dónde diablos has estado? —le preguntó a Nick, frunciendo el ceño sobre sus intensos ojos pardos—. Tenemos ganado al que alimentar y Kevin no me está ayudando mucho últimamente.
—Cálmate —dijo Kevin, mirando a su hermano—. Nick ha estado en la oficina del sheriff.
—¿Han encontrado algo? —preguntó Joe. Su beligerancia fue aplacándose mientras se dirigía al mueble bar para servirse una copa de whisky—. ¿Os apetece algo de beber?
—No, no saben nada y sí, me vendría bien una copa —comentó Nick.
—Nada para mí —dijo Kevin—. ¿Qué es lo que te ha dicho Espinoza?
—Él no estaba. He hablado con la mujer.
—____ Dillinger —dijo Danielle mientras las gemelas, aburridas ya de aporrear el piano, se bajaron de su regazo y salieron corriendo del salón.
Danielle era una mujer alta, de cabello castaño. Por su inteligencia y por su titulación académica, Danielle Stevenson era la pareja perfecta para Kevin. Inteligente, elegante y, como médico de urgencias, no estaba acostumbrada a aceptar órdenes de nadie. Era, sencillamente, la clase de mujer que podía domar a Kevin y hacer que sentara la cabeza.
—Esa misma —dijo Nick, tras aceptar la copa que su hermano le ofrecía. Entonces, tomó un trago y sintió cómo el whisky se le iba abriendo paso agradablemente por la garganta. Trató de apartar todo pensamiento de la detective Dillinger de su cabeza. No le resultó fácil. De hecho, fue más bien imposible. La rebelde pelirroja sabía cómo captar la atención de un hombre.
—¿Una copa? —le preguntó Joe a Danielle.
—Será mejor que no. Tengo que marcharme al hospital dentro de un rato —dijo. Entonces, se calló e inclinó ligeramente la cabeza—. Oh, oh... Parece que alguien se ha despertado.
Efectivamente, Nick escuchó el llanto del bebé. Se quedó muy sorprendido al comprobar una vez más cómo las mujeres parecían tener un sexto sentido para esa clase de cosas.
—Iré a por él —anunció Danielle. Entonces, los miró a todos por encima del hombro—, pero sus tíos van a estar su cargo esta noche.
—Podemos ocuparnos —dijo Kevin, como si ocuparse de un bebé no supusiera ningún problema. kevin pensaba que podía con todo, algo que no andaba muy descaminado.
—Sí, claro —replicó Danielle. Entonces, subió la escalera y, poco después, se escuchó su voz hablándole cariñosamente al niño.
—Bueno, ¿qué es lo que ha dicho esa detective? —le preguntó Kevin a Nick.
—Lo mismo de siempre. Que no descartan ninguna posibilidad, pero que no tienen prueba alguna de sabotaje. No hay sospechosos. Cuando Randi se despierte, tal vez podrán averiguar algo más. Si quieres saber mi opinión, un montón de tonterías.
Se tomó de un trago su bebida. Se sentía inquieto, ansioso por hacer algo. Llevaba en el rancho casi un mes, desde que lo llamaron para informarlo del accidente de su hermana. Había ido a gusto y había hecho todo lo que había podido, pero sentía una gran frustración. Tenía su casa, su rancho cerca de la frontera de Idaho. Su vecino, Mike Kavanaugh, le estaba cuidando sus tierras en su ausencia y había contratado a un par de vaqueros para que lo ayudaran, pero Matt estaba empezando a sentir la necesidad de regresar y ver cómo iba todo con sus propios ojos.
—La detective Dillinger está muy bien, si queréis saber mi opinión —comentó Joe.
—Nadie te la ha pedido —replicó Nick.
Joe soltó una carcajada.
—No me irás a decir ahora que no te has dado cuenta —se mofó Joe. Nick soltó un bufido y se encogió de hombros—. Venga ya, admítelo. Siempre has tenido muy buen ojo para las mujeres.
—Y eso me lo dices tú.
—Ya basta —dijo Kevin, justo cuando Danielle regresaba con el bebé.
Nick sintió que el corazón se le deshacía al ver al pequeño J.R., el nombre que los tres hermanos habían acuñado dado que Randi seguía en coma y ni siquiera sabía que tenía un hijo. Se imaginaron que podrían llamarlo Julio o John Randall, como su abuelo. Como había hecho en muchas ocasiones, Nick se preguntó por el padre de aquel niño. ¿Quién sería? ¿Dónde diablos estaba? ¿Por qué Randi ni siquiera había hablado de él?
Nick sintió el aguijonazo de la culpabilidad. La verdad del asunto era que él, como sus hermanos, había estado tan centrado en su propia vida, que había perdido el contacto con su hermanastra, que había representado la ruina para ellos, dado que era la hija de la mujer a la que culpaban de haber arruinado el matrimonio de sus padres.
En aquellos momentos, mirando al bebé, con aquel cabello pelirrojo, Nick sintió una mezcla de orgullo y de algo más, algo más profundo, algo que le asustaba y que le hablaba de la necesidad de echar raíces, de sentar la cabeza y de tener hijos propios.
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Lun 11 Nov 2024, 12:38 am por lovesick
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Dom 10 Nov 2024, 7:56 pm por hange.
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