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"Sombras en la noche" {Joe & tu}
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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"Sombras en la noche" {Joe & tu}
Nombre:
Sombras en la noche.
Autor:
Maggie Shayne.
Adaptación:
Si.
Género:
Drama y Romance.
Advertencias:
Puede que contenga algunas escena de sexo o lenguaje adulto.
Otras Páginas:
No.
Cuando la guionista _______ ______ descubrió aquellos viejos diarios, se quedó atrapada por el seductor mundo de un hombre muerto que creía ser un vampiro. Y aunque la historia la había hecho rica y famosa, ella sentía que se estaba consumiendo por dentro. Por la noche soñaba con él, sus fantasías eran tan reales que podía ver las marcas que le dejaba en el cuello y sentir la sangre manando de su cuerpo. Todo parecía tan real...
Él acudía a ella de noche. La observaba. La deseaba. Sabía que con un beso podría salvarla de la maldición de su destino y de los enemigos que los acechaban a ambos. Pero para salvarla, tendría que confiarle su vida, su amor… y su inmortalidad.
Sombras en la noche.
Autor:
Maggie Shayne.
Adaptación:
Si.
Género:
Drama y Romance.
Advertencias:
Puede que contenga algunas escena de sexo o lenguaje adulto.
Otras Páginas:
No.
{Bueno nunca puse una novela adaptada, pero el otro día termine de leer este libro que me encanto tanto que quería compartirlo con ustedes.
Creí que el personaje le quedaría mejor a Joe, así que por eso lo puse a él. Eso sí, con esta historia hay que tener MUCHA paciencia. Pero es hermosa, y espero que les guste.}
Creí que el personaje le quedaría mejor a Joe, así que por eso lo puse a él. Eso sí, con esta historia hay que tener MUCHA paciencia. Pero es hermosa, y espero que les guste.}
Sinopsis.
Era el deseo de cualquier mujer, y sin embargo seguía solo. Su mundo estaba lleno de secretos y soledad, oscuridad y peligros. Pero entonces una mujer encontró su diario y empezó a desvelar sus secretos.Cuando la guionista _______ ______ descubrió aquellos viejos diarios, se quedó atrapada por el seductor mundo de un hombre muerto que creía ser un vampiro. Y aunque la historia la había hecho rica y famosa, ella sentía que se estaba consumiendo por dentro. Por la noche soñaba con él, sus fantasías eran tan reales que podía ver las marcas que le dejaba en el cuello y sentir la sangre manando de su cuerpo. Todo parecía tan real...
Él acudía a ella de noche. La observaba. La deseaba. Sabía que con un beso podría salvarla de la maldición de su destino y de los enemigos que los acechaban a ambos. Pero para salvarla, tendría que confiarle su vida, su amor… y su inmortalidad.
Última edición por Cammi el Dom 17 Jun 2012, 6:22 pm, editado 6 veces
Invitado
Invitado
Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
1
Se suponía que los niños estábamos dormidos...
Pero nos despertamos, respondiendo a una llamada silenciosa. Nos arrastramos hasta la entrada de las tiendas y de las carretas, atraídos como polillas a las llamas de la hoguera del campamento y a las sombras oscuras y cambiantes que proyectaba aquella extraña mujer mientras bailaba.
No había música. Yo lo sabía, pero me parecía que la oía mientras observaba a la mujer. Giraba como un remolino y sus pañuelos la seguían como fantasmas de colores. Su pelo, negro como la noche, brillaba a la luz del fuego. Se arqueaba, se retorcía y daba vueltas sobre sí misma. Después se quedó inmóvil, y sus ojos, ardientes como dos ascuas, se fijaron en los míos. Sus labios rojos se curvaron en una terrorífica sonrisa, y me señaló con el dedo.
Yo intenté tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. Me humedecí los labios y miré a las tiendas y los carromatos de los míos, y vi que los otros niños también estaban observándola. Algunos de mis primos eran mayores que yo, y otros más pequeños. Todos nos parecíamos: teníamos la piel cetrina, los ojos muy grandes y redondos y el pelo largo y negro como las plumas de un cuervo.
Éramos gitanos, y estábamos orgullosos de serlo. La mujer que bailaba... también era gitana. Lo sabía por su mirada. Era una de los nuestros. Y me señalaba con el dedo.
Kevin, tres años mayor que yo, me miró con superioridad y me susurró:
—¡Ve hacia ella! ¿No te atreves? Sólo para demostrar que era más valiente que él, me erguí, salí de la tienda de mi madre y caminé descalzo sobre el suelo frío hacia ella. Mientras me acercaba, los demás, animados por mi ejemplo, empezaron a salir también. Lentamente, todos nos reunimos alrededor de la bella extraña como pecadores que iban a adorar a su diosa. Y cuando lo hicimos, ella sonrió aún más. Se llevó un dedo a los labios para indicarnos que guardáramos silencio y se sentó en un tronco, al lado del fuego.
—¿Quién es? —le pregunté a Kevin en voz baja.
—Tonto, ¿es que no sabes nada? Es nuestra tía. Se llama Sarafina —susurró, sin apartar la mirada de ella, fascinado—. Viene a veces... aunque tú eres demasiado pequeño como para recordar su última visita. Sin embargo, se supone que ella no debería estar aquí. Cuando se enteren los mayores habrá lío...
—¿Por qué? —yo también miraba fascinado a la misteriosa extraña mientras ella se sentaba en el tronco, extendía sus faldas de colores a su alrededor y abría los brazos para darnos la bienvenida a los pequeños, que nos acercábamos aún más para poder sentarnos muy cerca de ella, en el suelo.
Yo fui el que se sentó más cerca, justo a sus pies. Nunca había visto a una mujer tan asombrosa. Pero también había algo en ella... algo que no era terrenal. Algo que daba miedo. Y seguía mirándome. Había un secreto en sus ojos negros, pero yo no lo entendía.
—¿Por qué dices que habrá lío? —le pregunté a mi primo, sin dejar de susurrar.
—¡Porque la expulsaron de la familia!
Yo arqueé las cejas. Estaba apunto de preguntar por qué, pero la mujer, mi tía Sarafina, a quien nunca había visto en toda mi vida, empezó a hablar. Y su voz era como una canción. Hipnótica, profunda, fascinante.
—Venid, pequeños. Oh, cuánto os he echado de menos —su mirada pasó por las caras de todos los niños, llena de emoción—. Pero la mayoría de vosotros no me recordáis, ¿verdad? —le vaciló la sonrisa—. Y tú, pequeño Joe. ¿Cuántos años tienes?
—Siete —le respondí yo, casi sin voz.
—Siete años —replicó ella, con un suspiro—. Yo estaba aquí el día que naciste, ¿lo sabías?
—No.
—No importa. Oh, niños, tengo tantas cosas que contaros... Pero primero... —abrió su bolso, y de él empezaron a salir cosas estupendas. Dulces que nunca habíamos probado, envueltos en papeles de colores. Chucherías y cadenitas... Piedras brillantes, de todos los colores, talladas en forma de animales. La que me dio a mí era un murciélago. Me estremecí al sentir la forma fría en la palma de la mano.
Cuando su bolso se vació y los niños estuvieron en silencio de nuevo, empezó a hablar.
—He visto tantas cosas, pequeños... Cosas que no creeríais. He viajado a las tierras del desierto, y he visto pirámides tan grandes como montañas, hechas con piedras más grandes que los carromatos, suaves y perfectas. No se sabe quién las construyó, ni cuándo. Unos dicen que siempre han estado allí. Otros dicen que son las tumbas de los reyes del pasado, y que sus cuerpos todavía descansan allí, rodeados de magníficos tesoros... —nosotros la escuchábamos boquiabiertos, y ella asintió con fuerza. Sus rizos negros se balancearon y sus largos pendientes tintinearon—. He cruzado el mar, hacia el sur, y he visto criaturas con el cuello tan largo como aquel árbol, doradas y con manchas negras, y con pequeños cuernos en la cabeza...
Yo sacudí la cabeza. No podía creerlo, aquello tenían que ser cuentos para niños.
—Oh, Joe, es verdad —dijo ella. Y su mirada sostuvo la mía, y habló para mí sólo, yo estaba seguro—: Un día, tú también verás esas cosas. Yo misma te las enseñaré, algún día —se inclinó hacia mí y me acarició el pelo, susurrándome al oído—: Tú eres un niño muy especial, Joe. Entre tú y yo hay lazos más fuertes que los que te unen a tu propia madre. Recuerda mis palabras. Volveré por ti un día. Cuando me necesites, volveré.
Yo me estremecí sin saber por qué. Entonces, me quedé rígido al oír un grito de mi abuela.
—¡Paria! —aulló, saliendo de su tienda como una exhalación, y haciéndole gestos a Sarafina como si fuera el demonio, con el dedo corazón y el anular doblados y el índice y el meñique muy estirados hacia ella. Mientras la señalaba, hacía un sonido sibilante con los dientes y chasqueaba la lengua.
Los niños se levantaron y se alejaron. Sarafina se levantó lentamente, y sólo yo me quedé frente a ella. Casi sin pensarlo, me levanté también y me volví para ver la cara de mi abuela, como si quisiera proteger a la encantadora Sarafina. Como si pudiera. Yo estaba de espaldas a la mujer, y cuando ella me puso las manos sobre los hombros, me sentí como si hubiera crecido diez centímetros de un golpe.
Entonces mi abuela me miró fijamente, y pensé que podría reducirme al tamaño de un grano de arena.
- ¿Ni siquiera toleras mi presencia después de tantos años, vieja bruja? —le preguntó Sarafina. Su voz ya no era encantadora, ni suave, ni amable. Era profunda, clara y... amenazante.
- ¡No tienes nada que hacer aquí! —le espetó mi abuela.
—Sí —replicó ella—. Vosotros sois mi familia. Y, te guste o no, yo soy la vuestra.
—Tú no eres nada. Estás maldita. ¡Márchate!
De repente estalló el caos a nuestro alrededor, cuando nuestras madres, despiertas a causa del ruido, salieron de las tiendas y se apresuraron a tomar a sus hijos de las manos y llevárselos. Se comportaban como si hubiera aparecido un lobo asesino en el campamento, en vez de cómo si aquella mujer fuera una tía nuestra, bellísima y marginada, que nos traía regalos exóticos y nos contaba fantásticos cuentos.
Mi madre también se acercó corriendo a mí, pero yo tuve tiempo de esconderme el pequeño murciélago de ónice en la manga. Ella se detuvo ante Sarafina antes de tomarme en brazos y la miró a los ojos.
—Por favor —le dijo.
Hubo un momento de silencio, mientras algo pasaba entre las dos mujeres. Algún mensaje sin palabras que dejó a mi madre muy triste y con los ojos llenos de lágrimas.
Sarafina se inclinó y apretó sus labios fríos contra mi mejilla.
—Nos veremos de nuevo, Joe. No lo dudes. Pero, por el momento, ve con tu madre —me empujó suavemente y me soltó los hombros.
Se suponía que los niños estábamos dormidos...
Pero nos despertamos, respondiendo a una llamada silenciosa. Nos arrastramos hasta la entrada de las tiendas y de las carretas, atraídos como polillas a las llamas de la hoguera del campamento y a las sombras oscuras y cambiantes que proyectaba aquella extraña mujer mientras bailaba.
No había música. Yo lo sabía, pero me parecía que la oía mientras observaba a la mujer. Giraba como un remolino y sus pañuelos la seguían como fantasmas de colores. Su pelo, negro como la noche, brillaba a la luz del fuego. Se arqueaba, se retorcía y daba vueltas sobre sí misma. Después se quedó inmóvil, y sus ojos, ardientes como dos ascuas, se fijaron en los míos. Sus labios rojos se curvaron en una terrorífica sonrisa, y me señaló con el dedo.
Yo intenté tragar saliva, pero tenía un nudo en la garganta. Me humedecí los labios y miré a las tiendas y los carromatos de los míos, y vi que los otros niños también estaban observándola. Algunos de mis primos eran mayores que yo, y otros más pequeños. Todos nos parecíamos: teníamos la piel cetrina, los ojos muy grandes y redondos y el pelo largo y negro como las plumas de un cuervo.
Éramos gitanos, y estábamos orgullosos de serlo. La mujer que bailaba... también era gitana. Lo sabía por su mirada. Era una de los nuestros. Y me señalaba con el dedo.
Kevin, tres años mayor que yo, me miró con superioridad y me susurró:
—¡Ve hacia ella! ¿No te atreves? Sólo para demostrar que era más valiente que él, me erguí, salí de la tienda de mi madre y caminé descalzo sobre el suelo frío hacia ella. Mientras me acercaba, los demás, animados por mi ejemplo, empezaron a salir también. Lentamente, todos nos reunimos alrededor de la bella extraña como pecadores que iban a adorar a su diosa. Y cuando lo hicimos, ella sonrió aún más. Se llevó un dedo a los labios para indicarnos que guardáramos silencio y se sentó en un tronco, al lado del fuego.
—¿Quién es? —le pregunté a Kevin en voz baja.
—Tonto, ¿es que no sabes nada? Es nuestra tía. Se llama Sarafina —susurró, sin apartar la mirada de ella, fascinado—. Viene a veces... aunque tú eres demasiado pequeño como para recordar su última visita. Sin embargo, se supone que ella no debería estar aquí. Cuando se enteren los mayores habrá lío...
—¿Por qué? —yo también miraba fascinado a la misteriosa extraña mientras ella se sentaba en el tronco, extendía sus faldas de colores a su alrededor y abría los brazos para darnos la bienvenida a los pequeños, que nos acercábamos aún más para poder sentarnos muy cerca de ella, en el suelo.
Yo fui el que se sentó más cerca, justo a sus pies. Nunca había visto a una mujer tan asombrosa. Pero también había algo en ella... algo que no era terrenal. Algo que daba miedo. Y seguía mirándome. Había un secreto en sus ojos negros, pero yo no lo entendía.
—¿Por qué dices que habrá lío? —le pregunté a mi primo, sin dejar de susurrar.
—¡Porque la expulsaron de la familia!
Yo arqueé las cejas. Estaba apunto de preguntar por qué, pero la mujer, mi tía Sarafina, a quien nunca había visto en toda mi vida, empezó a hablar. Y su voz era como una canción. Hipnótica, profunda, fascinante.
—Venid, pequeños. Oh, cuánto os he echado de menos —su mirada pasó por las caras de todos los niños, llena de emoción—. Pero la mayoría de vosotros no me recordáis, ¿verdad? —le vaciló la sonrisa—. Y tú, pequeño Joe. ¿Cuántos años tienes?
—Siete —le respondí yo, casi sin voz.
—Siete años —replicó ella, con un suspiro—. Yo estaba aquí el día que naciste, ¿lo sabías?
—No.
—No importa. Oh, niños, tengo tantas cosas que contaros... Pero primero... —abrió su bolso, y de él empezaron a salir cosas estupendas. Dulces que nunca habíamos probado, envueltos en papeles de colores. Chucherías y cadenitas... Piedras brillantes, de todos los colores, talladas en forma de animales. La que me dio a mí era un murciélago. Me estremecí al sentir la forma fría en la palma de la mano.
Cuando su bolso se vació y los niños estuvieron en silencio de nuevo, empezó a hablar.
—He visto tantas cosas, pequeños... Cosas que no creeríais. He viajado a las tierras del desierto, y he visto pirámides tan grandes como montañas, hechas con piedras más grandes que los carromatos, suaves y perfectas. No se sabe quién las construyó, ni cuándo. Unos dicen que siempre han estado allí. Otros dicen que son las tumbas de los reyes del pasado, y que sus cuerpos todavía descansan allí, rodeados de magníficos tesoros... —nosotros la escuchábamos boquiabiertos, y ella asintió con fuerza. Sus rizos negros se balancearon y sus largos pendientes tintinearon—. He cruzado el mar, hacia el sur, y he visto criaturas con el cuello tan largo como aquel árbol, doradas y con manchas negras, y con pequeños cuernos en la cabeza...
Yo sacudí la cabeza. No podía creerlo, aquello tenían que ser cuentos para niños.
—Oh, Joe, es verdad —dijo ella. Y su mirada sostuvo la mía, y habló para mí sólo, yo estaba seguro—: Un día, tú también verás esas cosas. Yo misma te las enseñaré, algún día —se inclinó hacia mí y me acarició el pelo, susurrándome al oído—: Tú eres un niño muy especial, Joe. Entre tú y yo hay lazos más fuertes que los que te unen a tu propia madre. Recuerda mis palabras. Volveré por ti un día. Cuando me necesites, volveré.
Yo me estremecí sin saber por qué. Entonces, me quedé rígido al oír un grito de mi abuela.
—¡Paria! —aulló, saliendo de su tienda como una exhalación, y haciéndole gestos a Sarafina como si fuera el demonio, con el dedo corazón y el anular doblados y el índice y el meñique muy estirados hacia ella. Mientras la señalaba, hacía un sonido sibilante con los dientes y chasqueaba la lengua.
Los niños se levantaron y se alejaron. Sarafina se levantó lentamente, y sólo yo me quedé frente a ella. Casi sin pensarlo, me levanté también y me volví para ver la cara de mi abuela, como si quisiera proteger a la encantadora Sarafina. Como si pudiera. Yo estaba de espaldas a la mujer, y cuando ella me puso las manos sobre los hombros, me sentí como si hubiera crecido diez centímetros de un golpe.
Entonces mi abuela me miró fijamente, y pensé que podría reducirme al tamaño de un grano de arena.
- ¿Ni siquiera toleras mi presencia después de tantos años, vieja bruja? —le preguntó Sarafina. Su voz ya no era encantadora, ni suave, ni amable. Era profunda, clara y... amenazante.
- ¡No tienes nada que hacer aquí! —le espetó mi abuela.
—Sí —replicó ella—. Vosotros sois mi familia. Y, te guste o no, yo soy la vuestra.
—Tú no eres nada. Estás maldita. ¡Márchate!
De repente estalló el caos a nuestro alrededor, cuando nuestras madres, despiertas a causa del ruido, salieron de las tiendas y se apresuraron a tomar a sus hijos de las manos y llevárselos. Se comportaban como si hubiera aparecido un lobo asesino en el campamento, en vez de cómo si aquella mujer fuera una tía nuestra, bellísima y marginada, que nos traía regalos exóticos y nos contaba fantásticos cuentos.
Mi madre también se acercó corriendo a mí, pero yo tuve tiempo de esconderme el pequeño murciélago de ónice en la manga. Ella se detuvo ante Sarafina antes de tomarme en brazos y la miró a los ojos.
—Por favor —le dijo.
Hubo un momento de silencio, mientras algo pasaba entre las dos mujeres. Algún mensaje sin palabras que dejó a mi madre muy triste y con los ojos llenos de lágrimas.
Sarafina se inclinó y apretó sus labios fríos contra mi mejilla.
—Nos veremos de nuevo, Joe. No lo dudes. Pero, por el momento, ve con tu madre —me empujó suavemente y me soltó los hombros.
Invitado
Invitado
Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
Yo me acerqué a mi madre, odiándola en aquel momento por obligarme a dejar a aquella misteriosa Sarafina antes de tener la oportunidad de aprender sus secretos. Me agarró con fuerza el brazo y corrió hacia nuestra tienda, tan rápido que me levantó los pies del suelo. Dentro, cerró la tela de la puerta y me tomó la cara en las manos, arrodillándose ante mí.
—¿Te ha tocado? —gritó—. ¿Te ha marcado?
—Sarafina nunca mecharía daño, mamá. Es mi tía. Es buena, y muy guapa.
Pero mi madre no me escuchaba. Me inclinó la cabeza de un lado a otro, apartándome el pelo para mirarme la piel del cuello. Me cansé muy pronto, y me retorcí para liberarme.
—¡No te acerques a ella nunca más! ¿Me has oído, Joe? Si vuelves a verla, tienes que venir a mi lado al instante. ¡Prométemelo!
—¿Pero por qué, mamá?
Entonces me dio una bofetada muy fuerte. Me dolió tanto que me hubiera caído hacia atrás de no haber sido porque ella me estaba sujetando el brazo con la otra mano.
—¡No me preguntes! ¡Prométemelo, Joe! ¡Prométemelo por tu alma!
Yo bajé la cabeza con la mejilla ardiendo y farfullé mi respuesta:
—Te lo prometo —le dije, avergonzado por las lágrimas que me ardían en los ojos. Aquellas lágrimas eran debidas más a la sorpresa que al dolor. Mi madre nunca me había pegado ni me había demostrado su ira. No entendía por qué lo había hecho aquella noche. Me puso las manos en los hombros y acercó su cara a la mía.
—Es una promesa que debes guardar, Joe. Sí la rompes, pondrás en peligro tu alma —entonces tomó aire profundamente, suspiró y me besó la mejilla que acababa de abofetear—. Y ahora, a la cama —parecía que estaba algo más calmada, y su voz se había acercado a su tono normal.
Yo, sin embargo, estaba lejos de sentir calma. Algo me había acelerado la sangre en las venas aquella noche. Me metí en la cama y me tapé. Después me saqué el pequeño murciélago de la manga y acaricié la superficie suave de la piedra con el dedo índice, bajo la manta, para que mi madre no me viera. Mamá me observó durante unos momentos. Después apagó la vela y se acostó también, pero no en su cama, sino en el suelo al lado de la mía, con una manta por todo colchón.
En el silencio, yo me volví hacia el lado de la tienda y me acerqué al pequeño agujero que había hecho en la tela para poder observar a los mayores cuando se reunían alrededor del fuego por las noches. Por aquel pequeño agujero miré y escuché a mi abuela, la mujer más vieja y venerada de la familia, mientras se enfrentaba a la mujer más bella que yo hubiera visto en mi vida.
—¿Por qué nos atormentas viniendo aquí? —le preguntó la abuela, con las llamas reflejadas en el rostro.
—¿Por qué? ¿Tú, mi propia hermana, y me preguntas por qué?
—¡Tu hermana! —dijo la abuela con desprecio, y escupió al suelo—. Tú no eres mi hermana, sino un demonio. ¡Paria! ¡Maldita!
Yo sacudí la cabeza, sin entender nada. ¿Qué quería decir Sarafina? ¿Hermana? Ella no podía ser la hermana de una vieja...
—¡Dime por qué has venido, demonio! Siempre buscas a los niños cuando vuelves. Es por uno de ellos,
¿verdad? ¡Le has pasado tu maldición a uno de los niños! ¿No es cierto? ¿No es cierto?
Sarafina sonrió muy lentamente, con una expresión angelical y demoníaca al mismo tiempo, con el rostro bañado por la luz de la hoguera.
— Vengo porque vosotros sois todo lo que tengo. Y siempre volveré, vieja. Siempre. Mucho después de que tú te hayas convertido en polvo, seguiré viniendo, trayendo regalos a los pequeños, para encontrar en sus ojos y en sus sonrisas el amor y la aceptación que mis propios hermanos me niegan. Y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
Antes de que Sarafina se diera la vuelta, sus ojos pasaron de largo a la abuela y se clavaron en mí. Como si durante todo el tiempo hubiera sabido que yo estaba allí, observándola desde el pequeño agujero de la tela de la tienda. No podía verme, y sin embargo, tenía que haberme visto. Sus labios se curvaron ligeramente, y su boca se movió. Aunque no emitió ningún sonido, yo supe cuál era la palabra que había pronunciado. Recuerda.
Después se volvió y desapareció en la noche. Vi los colores de sus pañuelos tras ella durante un segundo. Entonces, la negrura de la noche se cerró donde ella había estado, y ya no la vi más.
Descansé la cabeza sobre la almohada y me estremecí de miedo.
Era yo. Mi tía había ido por mí. Lo sabía en lo más profundo de mi ser. No entendía qué quería de mí, pero estaba seguro de que tenía una razón poderosa para enfrentarse con tanto odio.
Y aquella razón... era yo.
—¿Te ha tocado? —gritó—. ¿Te ha marcado?
—Sarafina nunca mecharía daño, mamá. Es mi tía. Es buena, y muy guapa.
Pero mi madre no me escuchaba. Me inclinó la cabeza de un lado a otro, apartándome el pelo para mirarme la piel del cuello. Me cansé muy pronto, y me retorcí para liberarme.
—¡No te acerques a ella nunca más! ¿Me has oído, Joe? Si vuelves a verla, tienes que venir a mi lado al instante. ¡Prométemelo!
—¿Pero por qué, mamá?
Entonces me dio una bofetada muy fuerte. Me dolió tanto que me hubiera caído hacia atrás de no haber sido porque ella me estaba sujetando el brazo con la otra mano.
—¡No me preguntes! ¡Prométemelo, Joe! ¡Prométemelo por tu alma!
Yo bajé la cabeza con la mejilla ardiendo y farfullé mi respuesta:
—Te lo prometo —le dije, avergonzado por las lágrimas que me ardían en los ojos. Aquellas lágrimas eran debidas más a la sorpresa que al dolor. Mi madre nunca me había pegado ni me había demostrado su ira. No entendía por qué lo había hecho aquella noche. Me puso las manos en los hombros y acercó su cara a la mía.
—Es una promesa que debes guardar, Joe. Sí la rompes, pondrás en peligro tu alma —entonces tomó aire profundamente, suspiró y me besó la mejilla que acababa de abofetear—. Y ahora, a la cama —parecía que estaba algo más calmada, y su voz se había acercado a su tono normal.
Yo, sin embargo, estaba lejos de sentir calma. Algo me había acelerado la sangre en las venas aquella noche. Me metí en la cama y me tapé. Después me saqué el pequeño murciélago de la manga y acaricié la superficie suave de la piedra con el dedo índice, bajo la manta, para que mi madre no me viera. Mamá me observó durante unos momentos. Después apagó la vela y se acostó también, pero no en su cama, sino en el suelo al lado de la mía, con una manta por todo colchón.
En el silencio, yo me volví hacia el lado de la tienda y me acerqué al pequeño agujero que había hecho en la tela para poder observar a los mayores cuando se reunían alrededor del fuego por las noches. Por aquel pequeño agujero miré y escuché a mi abuela, la mujer más vieja y venerada de la familia, mientras se enfrentaba a la mujer más bella que yo hubiera visto en mi vida.
—¿Por qué nos atormentas viniendo aquí? —le preguntó la abuela, con las llamas reflejadas en el rostro.
—¿Por qué? ¿Tú, mi propia hermana, y me preguntas por qué?
—¡Tu hermana! —dijo la abuela con desprecio, y escupió al suelo—. Tú no eres mi hermana, sino un demonio. ¡Paria! ¡Maldita!
Yo sacudí la cabeza, sin entender nada. ¿Qué quería decir Sarafina? ¿Hermana? Ella no podía ser la hermana de una vieja...
—¡Dime por qué has venido, demonio! Siempre buscas a los niños cuando vuelves. Es por uno de ellos,
¿verdad? ¡Le has pasado tu maldición a uno de los niños! ¿No es cierto? ¿No es cierto?
Sarafina sonrió muy lentamente, con una expresión angelical y demoníaca al mismo tiempo, con el rostro bañado por la luz de la hoguera.
— Vengo porque vosotros sois todo lo que tengo. Y siempre volveré, vieja. Siempre. Mucho después de que tú te hayas convertido en polvo, seguiré viniendo, trayendo regalos a los pequeños, para encontrar en sus ojos y en sus sonrisas el amor y la aceptación que mis propios hermanos me niegan. Y no hay nada que puedas hacer para impedirlo.
Antes de que Sarafina se diera la vuelta, sus ojos pasaron de largo a la abuela y se clavaron en mí. Como si durante todo el tiempo hubiera sabido que yo estaba allí, observándola desde el pequeño agujero de la tela de la tienda. No podía verme, y sin embargo, tenía que haberme visto. Sus labios se curvaron ligeramente, y su boca se movió. Aunque no emitió ningún sonido, yo supe cuál era la palabra que había pronunciado. Recuerda.
Después se volvió y desapareció en la noche. Vi los colores de sus pañuelos tras ella durante un segundo. Entonces, la negrura de la noche se cerró donde ella había estado, y ya no la vi más.
Descansé la cabeza sobre la almohada y me estremecí de miedo.
Era yo. Mi tía había ido por mí. Lo sabía en lo más profundo de mi ser. No entendía qué quería de mí, pero estaba seguro de que tenía una razón poderosa para enfrentarse con tanto odio.
Y aquella razón... era yo.
Invitado
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
Lenta, lentamente, el humo del campamento gitano se dispersó. La luz de las llamas se apagó, y el calor, tan real que había podido sentirlo en el rostro, se convirtió en frío.
________ ________ salió de aquella fantasía. Ya no estaba observando la hoguera de un campamento gitano a través de los enormes ojos negros de un niño. Estaba sentada en el suelo de una buhardilla polvorienta, mirando las páginas amarillentas de un viejo diario manuscrito, con las cubiertas de cuero, tan antiguo que era suave como la mantequilla bajo las yemas de sus dedos. La visión que habían pintado aquellas palabras había sido vivida. Había sido... real. Tan real como si ella hubiera estado en el campamento gitano mucho tiempo atrás, en vez de en la costa de Maine en mil novecientos noventa y siete.
_______ pasó la página lentamente, ansiosa por continuar con la lectura...
Sin embargo, el sonido del teléfono se lo impidió. Con un suspiro de resignación, cerró el diario y se levantó para guardarlo de nuevo en el viejo baúl. Al cerrar la tapa, el polvo se expandió por el aire. Ella se sacudió las manos en los vaqueros y bajó las empinadas escaleras de la buhardilla de dos en dos.
Al subir allí, no se había esperado encontrar otra cosa que telarañas y polvo. En realidad, explorar aquella casa destartalada no había sido debido a la curiosidad, sino a su propio trabajo. De no haber sido por él, nunca se habría molestado en recorrer aquel edificio antiguo y abandonado.
Y habría sido una auténtica lástima.
Pensó, mientras bajaba los últimos peldaños sin aliento, que si era otro cobrador de facturas u otro abogado lo mandaría a paseo. La ancha escalera terminaba en un enorme vestíbulo que debía de haber sido glorioso en otros tiempos, pero que en aquel momento no contenía nada más que ecos de sonidos y cuerdas y cables que colgaban del techo y de los que seguramente habría pendido algún magnífico candelabro. Más allá de aquel vestíbulo estaba su refugio. Su... despacho. Por el momento, al menos. Pero sólo hasta que recuperase su fortuna y volviera a Los Ángeles como una triunfadora.
Exactamente lo contrario a como había tenido que marcharse.
Cuando llegó al final de la escalera, el corazón le latía aceleradamente por el esfuerzo y se sentía ligeramente mareada. Era ridículo que una mujer de veinte años se cansara por tan poco, pero así era. Nunca había tenido buena salud y sabía que nunca iba a tenerla. Pero al menos, su condición física no había empezado a empeorar todavía. Era demasiado pronto y tenía demasiadas cosas que hacer.
Por fin, ______ respondió la llamada. El teléfono era tan antiguo como el resto de la casa. El auricular debía de pesar un kilo, más o menos. Todo aquello parecía como una burla a su gusto por la alta tecnología.
Si su voz al contestar sonó irritada, era porque se estaba muriendo de ganas de seguir leyendo aquel diario en la buhardilla, para averiguar más cosas sobre su autor. Era posible que estuviera a punto de admitir que era una escritorzuela sin ningún talento, pero todavía reconocía algo bien escrito cuando lo leía, y lo que había estado leyendo era bueno. Muy bueno.
—¿_______? ¿Por qué has tardado tanto? Me estaba preocupando.
Su irritación se disipó cuando oyó la voz de David Sumner. Su tío honorario, un título que había dejado de usar hacía mucho tiempo, era la única persona que no le había dado la espalda cuando ella había pasado de ser la hija rica y malcriada a la huérfana arruinada en cuestión de horas. Era la única persona a la que no le importaba oír en aquel momento.
—Hola, David —le dijo—. Estaba... explorando la casa. Este lugar es muy grande, ¿sabes?
—No, no lo sé, nunca lo he visto. Parece que no tienes aliento.
—Será por los dos tramos de escaleras que he bajado corriendo.
______ notó que titubeaba. Tenía la tendencia a preocuparse por ella más de lo que debería.
—¿Cómo es la casa? —le preguntó al fin.
—Está hecha una ruina —le dijo ella, en tono burlón. En parte, estaba intentando tranquilizarlo, y en parte, le gustaba tomarle el pelo—. Lo cual te está bien empleado por comprar sin ver primero. ¿Quién haría una cosa así?
Casi podía verle la cara con el ceño fruncido, las arrugas de los ojos, el pelo rubio. David había sido el mejor amigo de la familia desde hacía tanto tiempo como ella recordaba. Sus padres lo habían llamado así, un amigo de la familia, pero a _____ siempre le había parecido que se limitaba a tolerarlos.
Por supuesto, él sí conocía la verdadera vida de sus padres desde hacía muchísimo tiempo. Ella sólo se había enterado hacía muy poco tiempo, a través de los titulares de la prensa sensacionalista y de los buitres, en los juzgados.
—La compré por su situación, y lo sabes —le dijo David—. Y confío en mi agente para este tipo de asuntos. El edificio está muy mal, de todas formas.
—Sí.
Él se quedó en silencio durante un instante.
—¿Realmente está tan mal?
Ella tuvo ganas de abofetearse a sí misma. Algunas veces era una pequeña egoísta...
—No, no lo está —dijo rápidamente—. Sólo estaba tomándote el pelo —y miró a su alrededor, por la habitación que había elegido habitar. Había sido la biblioteca o el despacho de alguien, hacía muchísimos años.
Recordó al niño sobre el que había estado leyendo, y se preguntó si habría sido suyo. Quizá, cuando ya era un anciano y había decidido escribir sus memorias.
—Descríbemela —le estaba diciendo David.
—¿Qué?
—La casa. Descríbemela.
—Pues... una vez debió de ser increíble. La embocadura de la chimenea es de madera noble y está tallada, y aunque ahora está estropeada, es espléndida. Las ventanas son altísimas y los techos tenían molduras de las que ahora faltan bastantes partes... Este lugar tiene... no sé. Algo.
—Sin embargo, no se acerca a nada de lo que tú estás acostumbrada —dijo David.
—Sí, bueno, no es Beverly Hills, pero si lo fuera no conseguiría trabajar nada...
—¿Lo estás consiguiendo? ¿Has adelantado algo?
______ observó la pantalla azul de su ordenador, que se había salvado de los acreedores sólo porque lo tenía en la universidad cuando sus padres se habían matado y había salido a la luz la verdad de la situación económica de la familia. Estaban arruinados, y tenían tantas deudas que _______ apenas podía asimilar las cifras. Al principio no había podido entenderlo. Su padre era un director de cine de éxito, y su madre era una actriz que, hacía una década, había alcanzado la cima, y que en la actualidad hacía papeles menores, pero que parecía contenta con su vida.
O eso era lo que pensaba ______. Pronto supo que habían estado viviendo en una burbuja. El nivel de cocaína que tenían en sangre la noche del accidente era tan alto que el forense se preguntó cómo se las habían arreglado para conducir.
Eran drogadictos, y todo su estilo de vida era una gran mentira.
Queria cambiar el nombre de David por Nick, le qedaba bien el papel tambien, pero después recorde que era Rubio y no me imaginaba a Nick rubio JAJA
________ ________ salió de aquella fantasía. Ya no estaba observando la hoguera de un campamento gitano a través de los enormes ojos negros de un niño. Estaba sentada en el suelo de una buhardilla polvorienta, mirando las páginas amarillentas de un viejo diario manuscrito, con las cubiertas de cuero, tan antiguo que era suave como la mantequilla bajo las yemas de sus dedos. La visión que habían pintado aquellas palabras había sido vivida. Había sido... real. Tan real como si ella hubiera estado en el campamento gitano mucho tiempo atrás, en vez de en la costa de Maine en mil novecientos noventa y siete.
_______ pasó la página lentamente, ansiosa por continuar con la lectura...
Sin embargo, el sonido del teléfono se lo impidió. Con un suspiro de resignación, cerró el diario y se levantó para guardarlo de nuevo en el viejo baúl. Al cerrar la tapa, el polvo se expandió por el aire. Ella se sacudió las manos en los vaqueros y bajó las empinadas escaleras de la buhardilla de dos en dos.
Al subir allí, no se había esperado encontrar otra cosa que telarañas y polvo. En realidad, explorar aquella casa destartalada no había sido debido a la curiosidad, sino a su propio trabajo. De no haber sido por él, nunca se habría molestado en recorrer aquel edificio antiguo y abandonado.
Y habría sido una auténtica lástima.
Pensó, mientras bajaba los últimos peldaños sin aliento, que si era otro cobrador de facturas u otro abogado lo mandaría a paseo. La ancha escalera terminaba en un enorme vestíbulo que debía de haber sido glorioso en otros tiempos, pero que en aquel momento no contenía nada más que ecos de sonidos y cuerdas y cables que colgaban del techo y de los que seguramente habría pendido algún magnífico candelabro. Más allá de aquel vestíbulo estaba su refugio. Su... despacho. Por el momento, al menos. Pero sólo hasta que recuperase su fortuna y volviera a Los Ángeles como una triunfadora.
Exactamente lo contrario a como había tenido que marcharse.
Cuando llegó al final de la escalera, el corazón le latía aceleradamente por el esfuerzo y se sentía ligeramente mareada. Era ridículo que una mujer de veinte años se cansara por tan poco, pero así era. Nunca había tenido buena salud y sabía que nunca iba a tenerla. Pero al menos, su condición física no había empezado a empeorar todavía. Era demasiado pronto y tenía demasiadas cosas que hacer.
Por fin, ______ respondió la llamada. El teléfono era tan antiguo como el resto de la casa. El auricular debía de pesar un kilo, más o menos. Todo aquello parecía como una burla a su gusto por la alta tecnología.
Si su voz al contestar sonó irritada, era porque se estaba muriendo de ganas de seguir leyendo aquel diario en la buhardilla, para averiguar más cosas sobre su autor. Era posible que estuviera a punto de admitir que era una escritorzuela sin ningún talento, pero todavía reconocía algo bien escrito cuando lo leía, y lo que había estado leyendo era bueno. Muy bueno.
—¿_______? ¿Por qué has tardado tanto? Me estaba preocupando.
Su irritación se disipó cuando oyó la voz de David Sumner. Su tío honorario, un título que había dejado de usar hacía mucho tiempo, era la única persona que no le había dado la espalda cuando ella había pasado de ser la hija rica y malcriada a la huérfana arruinada en cuestión de horas. Era la única persona a la que no le importaba oír en aquel momento.
—Hola, David —le dijo—. Estaba... explorando la casa. Este lugar es muy grande, ¿sabes?
—No, no lo sé, nunca lo he visto. Parece que no tienes aliento.
—Será por los dos tramos de escaleras que he bajado corriendo.
______ notó que titubeaba. Tenía la tendencia a preocuparse por ella más de lo que debería.
—¿Cómo es la casa? —le preguntó al fin.
—Está hecha una ruina —le dijo ella, en tono burlón. En parte, estaba intentando tranquilizarlo, y en parte, le gustaba tomarle el pelo—. Lo cual te está bien empleado por comprar sin ver primero. ¿Quién haría una cosa así?
Casi podía verle la cara con el ceño fruncido, las arrugas de los ojos, el pelo rubio. David había sido el mejor amigo de la familia desde hacía tanto tiempo como ella recordaba. Sus padres lo habían llamado así, un amigo de la familia, pero a _____ siempre le había parecido que se limitaba a tolerarlos.
Por supuesto, él sí conocía la verdadera vida de sus padres desde hacía muchísimo tiempo. Ella sólo se había enterado hacía muy poco tiempo, a través de los titulares de la prensa sensacionalista y de los buitres, en los juzgados.
—La compré por su situación, y lo sabes —le dijo David—. Y confío en mi agente para este tipo de asuntos. El edificio está muy mal, de todas formas.
—Sí.
Él se quedó en silencio durante un instante.
—¿Realmente está tan mal?
Ella tuvo ganas de abofetearse a sí misma. Algunas veces era una pequeña egoísta...
—No, no lo está —dijo rápidamente—. Sólo estaba tomándote el pelo —y miró a su alrededor, por la habitación que había elegido habitar. Había sido la biblioteca o el despacho de alguien, hacía muchísimos años.
Recordó al niño sobre el que había estado leyendo, y se preguntó si habría sido suyo. Quizá, cuando ya era un anciano y había decidido escribir sus memorias.
—Descríbemela —le estaba diciendo David.
—¿Qué?
—La casa. Descríbemela.
—Pues... una vez debió de ser increíble. La embocadura de la chimenea es de madera noble y está tallada, y aunque ahora está estropeada, es espléndida. Las ventanas son altísimas y los techos tenían molduras de las que ahora faltan bastantes partes... Este lugar tiene... no sé. Algo.
—Sin embargo, no se acerca a nada de lo que tú estás acostumbrada —dijo David.
—Sí, bueno, no es Beverly Hills, pero si lo fuera no conseguiría trabajar nada...
—¿Lo estás consiguiendo? ¿Has adelantado algo?
______ observó la pantalla azul de su ordenador, que se había salvado de los acreedores sólo porque lo tenía en la universidad cuando sus padres se habían matado y había salido a la luz la verdad de la situación económica de la familia. Estaban arruinados, y tenían tantas deudas que _______ apenas podía asimilar las cifras. Al principio no había podido entenderlo. Su padre era un director de cine de éxito, y su madre era una actriz que, hacía una década, había alcanzado la cima, y que en la actualidad hacía papeles menores, pero que parecía contenta con su vida.
O eso era lo que pensaba ______. Pronto supo que habían estado viviendo en una burbuja. El nivel de cocaína que tenían en sangre la noche del accidente era tan alto que el forense se preguntó cómo se las habían arreglado para conducir.
Eran drogadictos, y todo su estilo de vida era una gran mentira.
Queria cambiar el nombre de David por Nick, le qedaba bien el papel tambien, pero después recorde que era Rubio y no me imaginaba a Nick rubio JAJA
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Invitado
Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
1era lectoraa!!!!!
me encanta las noves asi!!! :P
ahora te pido q la sigas plissss!! 8)
me encanta las noves asi!!! :P
ahora te pido q la sigas plissss!! 8)
*annie d' jonas*
Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
*n_n annette n_n* escribió:1era lectoraa!!!!! :yeah:
me encanta las noves asi!!! :P
ahora te pido q la sigas plissss!! 8)
a mi tambien me encantan! JAJA y esta nove me encanto, así qe voy a editar así tenes otro cap:) Bienvenida primera lectora:)
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
La casa y todas las demás posesiones tuvieron que venderse para cubrir una parte de la deuda, y ________ había tenido que dejar la universidad. Ya debían la matrícula y varios pagos. Y aparentemente, sus amigos eran tan falsos como David siempre había intentado decirle, porque una vez que la verdad se supo, la habían abandonado como al guardarropa del año anterior, mientras que aquellos a los que ella había considerado inferiores estaban divirtiéndose en secreto con sus problemas. Los últimos días en el campus, ________ había encontrado páginas de los periódicos y las revistas colgadas de los tablones de avisos de todos los pasillos, revelando todos los detalles de la vida secreta de drogadictos de sus padres, que, sin embargo, parecía que lo tenían todo. La pesadilla detrás del cuento de hadas, y la pobre niña rica se había quedado completamente sola y arruinada.
Había salido de la universidad y de Los Angeles con el rabo entre las piernas, y había acudido a David. Él le había ayudado a vender las pocas cosas que le quedaban, como su Maserati, que, gracias a Dios, estaba a su nombre, y a comprar un coche de segunda mano y a guardarse la diferencia. Cuando le había dicho que necesitaba un lugar donde esconderse y lamer sus heridas, él le había respondido que podía hacerlo en aquel lugar de Maine, gratis, durante tanto tiempo como necesitara.
Y no sería mucho, pensó ella silenciosamente. Siempre había tenido la intención de convertirse en una gran escritora de guiones, sólo que iba a tener que empezar a intentarlo un poco antes de lo que había pensado. David era productor. Él la ayudaría a hacer los contactos precisos y quizá produjera la película él mismo. Le había prometido que le daría una oportunidad. Que la ayudaría en todo lo que pudiera. Sólo necesitaba... el material.
—¿________? —la voz de David la sacó de su ensimismamiento—. ¿Me has oído? Te he preguntado qué tal va el guión.
—Muy bien. Estupendamente —tan bien que había decidido ir a explorar la casa en vez de seguir peleándose con la pantalla vacía. La única tecla que estaba apretando una y otra vez era la de borrar. Desde que había llegado allí, sólo había escrito tonterías.
—¿Sabes? Es normal que tengas algún problema a la hora de empezar —le dijo David—. No te presiones a ti misma. Has pasado por muchas cosas, y necesitas tiempo para digerirlo todo.
________ se encogió de hombros.
—No es eso —le dijo.
—¿No?
—Por supuesto que no. Ya han pasado seis meses. Lo he superado por completo.
—¿Has superado completamente perder a tus padres, tu fortuna, tu casa, tu educación y todo lo que pensabas que era tu identidad? —dijo él, y chasqueó la lengua—. No lo creo.
—Bueno, pues es cierto. Y, para ser sincera, averiguar que era adoptada me ha facilitado las cosas. Me refiero a que... ya sabes que mis padres nunca estuvieron del todo... implicados emocionalmente.
—Eso era la cocaína, cariño. No la adopción. No eras tú.
Ella carraspeó al notar que la garganta se le cerraba y se obligó a reaccionar.
—Y en cuanto al resto, voy a recuperarlo todo, David. Todo lo que perdí. Y más todavía. —No lo he dudado ni por un momento.
—Ni yo tampoco —respondió ella, observando la pantalla vacía y sintiendo que las dudas que estaba intentando negar la asfixiaban. Demonios, ¿por qué escribir un guión de éxito no era tan fácil como ella siempre había creído? Había visto muchas películas y había pensado que podría hacerlo mejor incluso dormida.
—¿Y para cuándo tendrás el guión? —le preguntó él.
Ella se humedeció los labios. Ojalá lo supiera.
—Una obra maestra requiere tiempo. Es algo impredecible.
—Necesito un proyecto para otoño. Estoy reservándote un hueco, _______. Tres meses. Necesito el material en tres meses. ¿Podrías hacerlo? ¿Podrías escribirlo durante el verano y entregármelo en septiembre? - Ella levantó la barbilla, tragó saliva y dijo:
— Sí. Lo tendré terminado para septiembre. No hay problema.
—Estupendo —le dijo David—. Vas a hacerlo muy bien, ______. Podrás con ello.
—Por supuesto.
—¿Necesitas algo? ¿Estás bien de dinero?
________ se obligó a mentir. Había dejado sus cuentas a cero, siguiendo el consejo de David, antes de que los acreedores se lanzaran sobre ellas, y tenía el dinero del coche. Pero aunque allí no tenía que pagar renta, había otros gastos: el teléfono, la electricidad, el agua... y tenía que comer. La verdad era que el dinero se le estaba acabando.
—Estoy bien —le dijo.
—De acuerdo —le dijo David suavemente—. Bien. Avísame si necesitas algo.
—Lo haré, David.
Él se quedó silencioso durante un momento.
—¿Y qué tal estás de salud?
Ella tomó aire y después lo dejo escapar con un suspiro.
— Ya sabes que no me gusta nada que me traten como si fuera un ser enfermizo.
—¿Acaso te he dicho yo que lo fueras?
—No.
—¿Y qué tal estás?
Ella apretó los labios.
—El aire fresco y limpio de aquí me está sentando de maravilla —mintió. ¿Qué iba a decirle? ¿La verdad? No podía decirle que se resentía de la humedad y del frío de aquel lugar, aunque ya estuvieran en abril—. Bueno, David, tengo que dejarte —dijo, tragando saliva de nuevo para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Si quiero terminar esto antes del otoño, tengo que continuar.
—De acuerdo, cariño. Llámame si necesitas algo.
—Lo haré, David. Gracias.
_______ colgó el auricular y se mordió el labio inferior. Volvió la vieja silla hacia la pantalla del ordenador y se sentó. Puso ambas manos sobre el teclado y se dijo que tenía que escribir algo aquel mismo día, o dejarlo y buscarse un trabajo. El problema era que no sabía hacer nada.
Escribir era lo único que había querido hacer, y en lo único en lo que había sido buena... O al menos, eso creía. En la universidad, sus ensayos siempre tenían muy buenas notas de los profesores. El grupo de teatro incluso había representado alguna de sus obras. A todo el mundo le había encantado, a los críticos del campus, a los de los periódicos locales...
Pero eso había ocurrido cuando ella era _____ _______, la brillante hija de un aclamado director y de una famosa actriz. En aquel momento no era más que _____ _______,, desgraciada, sin dinero y sin hogar, prácticamente expulsada de su ciudad y con un futuro mucho más negro y vacío de lo que nunca hubiera imaginado.
Además, no sabía si su talento era real o si simplemente había conseguido todas aquellas alabanzas por su apellido. Ya no sabía nada, ni quién era, ni lo que estaba haciendo, ni por qué habían dejado de llegarle las palabras. Era como si el pozo del que habían brotado se hubiera secado al acabarse su ilusión.
Fuera, el viento aullaba. La luz se fue y volvió en un instante. La vieja casa gruñía cuando el viento soplaba fuerte. Probablemente, si ella fuera tan vieja también gemiría, pensó. Y entonces se preguntó cuántos años tendría aquello.
Aquel diario, aquellas memorias no tenían fecha, pero era evidente que se habían escrito hacía muchos, muchos años. Al menos, un siglo atrás... o dos.
Aquel pensamiento le recordó al escritor, Joe. ¿Habría vivido allí de adulto? ¿Habría estado en aquella misma habitación, quizá paseando frente al fuego, pensando mientras su pluma descansaba en aquel mismo escritorio? ¿Habría esperado a su musa igual que ella, frustrado cuando no le llegaban las palabras?
Como si una mano invisible la arrastrara, subió a la buhardilla y encendió un par de velas. Después levantó la tapa del baúl y sacó el primer volumen de las memorias que había estado leyendo. Abrió el tomo cuidadosamente y empezó a leer. Y, una vez más, se perdió en la historia.
Había salido de la universidad y de Los Angeles con el rabo entre las piernas, y había acudido a David. Él le había ayudado a vender las pocas cosas que le quedaban, como su Maserati, que, gracias a Dios, estaba a su nombre, y a comprar un coche de segunda mano y a guardarse la diferencia. Cuando le había dicho que necesitaba un lugar donde esconderse y lamer sus heridas, él le había respondido que podía hacerlo en aquel lugar de Maine, gratis, durante tanto tiempo como necesitara.
Y no sería mucho, pensó ella silenciosamente. Siempre había tenido la intención de convertirse en una gran escritora de guiones, sólo que iba a tener que empezar a intentarlo un poco antes de lo que había pensado. David era productor. Él la ayudaría a hacer los contactos precisos y quizá produjera la película él mismo. Le había prometido que le daría una oportunidad. Que la ayudaría en todo lo que pudiera. Sólo necesitaba... el material.
—¿________? —la voz de David la sacó de su ensimismamiento—. ¿Me has oído? Te he preguntado qué tal va el guión.
—Muy bien. Estupendamente —tan bien que había decidido ir a explorar la casa en vez de seguir peleándose con la pantalla vacía. La única tecla que estaba apretando una y otra vez era la de borrar. Desde que había llegado allí, sólo había escrito tonterías.
—¿Sabes? Es normal que tengas algún problema a la hora de empezar —le dijo David—. No te presiones a ti misma. Has pasado por muchas cosas, y necesitas tiempo para digerirlo todo.
________ se encogió de hombros.
—No es eso —le dijo.
—¿No?
—Por supuesto que no. Ya han pasado seis meses. Lo he superado por completo.
—¿Has superado completamente perder a tus padres, tu fortuna, tu casa, tu educación y todo lo que pensabas que era tu identidad? —dijo él, y chasqueó la lengua—. No lo creo.
—Bueno, pues es cierto. Y, para ser sincera, averiguar que era adoptada me ha facilitado las cosas. Me refiero a que... ya sabes que mis padres nunca estuvieron del todo... implicados emocionalmente.
—Eso era la cocaína, cariño. No la adopción. No eras tú.
Ella carraspeó al notar que la garganta se le cerraba y se obligó a reaccionar.
—Y en cuanto al resto, voy a recuperarlo todo, David. Todo lo que perdí. Y más todavía. —No lo he dudado ni por un momento.
—Ni yo tampoco —respondió ella, observando la pantalla vacía y sintiendo que las dudas que estaba intentando negar la asfixiaban. Demonios, ¿por qué escribir un guión de éxito no era tan fácil como ella siempre había creído? Había visto muchas películas y había pensado que podría hacerlo mejor incluso dormida.
—¿Y para cuándo tendrás el guión? —le preguntó él.
Ella se humedeció los labios. Ojalá lo supiera.
—Una obra maestra requiere tiempo. Es algo impredecible.
—Necesito un proyecto para otoño. Estoy reservándote un hueco, _______. Tres meses. Necesito el material en tres meses. ¿Podrías hacerlo? ¿Podrías escribirlo durante el verano y entregármelo en septiembre? - Ella levantó la barbilla, tragó saliva y dijo:
— Sí. Lo tendré terminado para septiembre. No hay problema.
—Estupendo —le dijo David—. Vas a hacerlo muy bien, ______. Podrás con ello.
—Por supuesto.
—¿Necesitas algo? ¿Estás bien de dinero?
________ se obligó a mentir. Había dejado sus cuentas a cero, siguiendo el consejo de David, antes de que los acreedores se lanzaran sobre ellas, y tenía el dinero del coche. Pero aunque allí no tenía que pagar renta, había otros gastos: el teléfono, la electricidad, el agua... y tenía que comer. La verdad era que el dinero se le estaba acabando.
—Estoy bien —le dijo.
—De acuerdo —le dijo David suavemente—. Bien. Avísame si necesitas algo.
—Lo haré, David.
Él se quedó silencioso durante un momento.
—¿Y qué tal estás de salud?
Ella tomó aire y después lo dejo escapar con un suspiro.
— Ya sabes que no me gusta nada que me traten como si fuera un ser enfermizo.
—¿Acaso te he dicho yo que lo fueras?
—No.
—¿Y qué tal estás?
Ella apretó los labios.
—El aire fresco y limpio de aquí me está sentando de maravilla —mintió. ¿Qué iba a decirle? ¿La verdad? No podía decirle que se resentía de la humedad y del frío de aquel lugar, aunque ya estuvieran en abril—. Bueno, David, tengo que dejarte —dijo, tragando saliva de nuevo para intentar deshacer el nudo que tenía en la garganta—. Si quiero terminar esto antes del otoño, tengo que continuar.
—De acuerdo, cariño. Llámame si necesitas algo.
—Lo haré, David. Gracias.
_______ colgó el auricular y se mordió el labio inferior. Volvió la vieja silla hacia la pantalla del ordenador y se sentó. Puso ambas manos sobre el teclado y se dijo que tenía que escribir algo aquel mismo día, o dejarlo y buscarse un trabajo. El problema era que no sabía hacer nada.
Escribir era lo único que había querido hacer, y en lo único en lo que había sido buena... O al menos, eso creía. En la universidad, sus ensayos siempre tenían muy buenas notas de los profesores. El grupo de teatro incluso había representado alguna de sus obras. A todo el mundo le había encantado, a los críticos del campus, a los de los periódicos locales...
Pero eso había ocurrido cuando ella era _____ _______, la brillante hija de un aclamado director y de una famosa actriz. En aquel momento no era más que _____ _______,, desgraciada, sin dinero y sin hogar, prácticamente expulsada de su ciudad y con un futuro mucho más negro y vacío de lo que nunca hubiera imaginado.
Además, no sabía si su talento era real o si simplemente había conseguido todas aquellas alabanzas por su apellido. Ya no sabía nada, ni quién era, ni lo que estaba haciendo, ni por qué habían dejado de llegarle las palabras. Era como si el pozo del que habían brotado se hubiera secado al acabarse su ilusión.
Fuera, el viento aullaba. La luz se fue y volvió en un instante. La vieja casa gruñía cuando el viento soplaba fuerte. Probablemente, si ella fuera tan vieja también gemiría, pensó. Y entonces se preguntó cuántos años tendría aquello.
Aquel diario, aquellas memorias no tenían fecha, pero era evidente que se habían escrito hacía muchos, muchos años. Al menos, un siglo atrás... o dos.
Aquel pensamiento le recordó al escritor, Joe. ¿Habría vivido allí de adulto? ¿Habría estado en aquella misma habitación, quizá paseando frente al fuego, pensando mientras su pluma descansaba en aquel mismo escritorio? ¿Habría esperado a su musa igual que ella, frustrado cuando no le llegaban las palabras?
Como si una mano invisible la arrastrara, subió a la buhardilla y encendió un par de velas. Después levantó la tapa del baúl y sacó el primer volumen de las memorias que había estado leyendo. Abrió el tomo cuidadosamente y empezó a leer. Y, una vez más, se perdió en la historia.
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
2
Pasaron trece largos años antes de que volviera a ver a Sarafina. Trece largos años, en los que aprendí muchas cosas. Aprendí que, fuéramos donde fuéramos, siempre seríamos mal acogidos. Que a pesar de ser honestos siempre nos llamarían ladrones, incluso las personas extrañas que no sabían nada de nosotros. Por eso aprendí también a tomar lo que quería y a mandarles a todos al infierno. Pensé que estaría bien disfrutar de los frutos de lo que se me atribuía. Si me atrapaban, pagaría por aquellos crímenes aunque no los hubiera cometido. Era mejor pagar por mis propios delitos que pagar por los de algún payo que fingía ser honesto, porque siempre había algún gitano cerca a quien cargar con las culpas.
Pero, a pesar de haber aprendido muchas cosas, había un misterio que no había conseguido descifrar. ¿Quién era Sarafina? ¿Por qué tenía relación con nosotros? ¿Y por qué la habían expulsado de nuestra familia? Tampoco había conseguido averiguar cuál era la maldición que llevaba, según decían todos. No lo supe hasta la noche en que mi vida estuvo a punto de terminar. Hasta la noche en que mi vida realmente terminó, tal y como la conocía, y empezó una nueva. Era el otoño de mil ochocientos cuarenta y ocho.
Yo era joven, un joven exaltado y temerario. Mi familia estaba a punto de recoger el campamento y emprender la marcha de nuevo, no porque se hubieran cansado del lugar en el que vivían, sino porque los lugareños nos habían acusado de robar ganado, y sabíamos que la ley vendría por nosotros rápidamente.
Antes de marcharnos, decidí que conseguiría algo de carne de los animales de aquellos que nos acusaban. Aquella noche había luna nueva; sólo se veía un hilillo de plata en el cielo. Entré en el establo de un granjero. No me importaba lo que encontrara allí, siempre y cuando pudiera robar algo. Era para resarcirme por las injurias hacia mí y hacia los míos.
El primer animal que vi fue un macho cabrío. Le puse una cuerda alrededor del cuello y tiré de él suavemente. El animal se dejó llevar hasta que llegamos a la puerta del establo; entonces, de repente, clavó las pezuñas en el suelo y emitió un balido largo y quejumbroso. Su grito resonó en mitad de la noche.
Yo debía haber dejado que el macho cabrío volviera a su sitio, pero el orgullo de un hombre joven algunas veces es demasiado fuerte, y además, en mí se combinaba con la furia y la frustración, así que continué tirando de la cuerda y arrastrando al animal por la hierba. El granjero ni siquiera avisó. En un momento, yo estaba tirando del maldito animal, y al momento siguiente, estaba boca abajo en el suelo, con el sonido del disparo retumbándome en los oídos.
Unos segundos después empecé a sentir el dolor y el asombro. Durante unos instantes, noté la bala, como si fuera de fuego, y después la sangre cálida empapándome la ropa. Pero entonces sentí algo mucho peor.
El entumecimiento se extendió por mi cuerpo: primero las piernas, y después el vientre, el estómago, los brazos... Después no sentí nada. No podía moverme. Ni siquiera sentí que el granjero me diera la vuelta con la punta de la bota y me dejara boca arriba.
—Malditos gitanos —dijo, y me escupió. Después tomó su macho cabrío y se marchó. No me había matado.
El alivio, sin embargo, se transformó muy pronto en desesperación, al darme cuenta de que moriría solo en pocos minutos. Notaba que la sangre se me escapaba del cuerpo, y me daba cuenta de que cada vez estaba más débil por la pérdida. Estaba sintiendo... cómo moría.
Oí los pasos del granjero mientras se retiraba. Después oí el ruido de la puerta del establo al cerrarse. Y después no oí nada más que el suave sonido del viento de la noche, susurrando entre los árboles. Susurraba mi nombre.
—Oh, dulce Joe —dijo una voz muy cerca de mí. Aquella vez no era el viento—. Has hecho que este momento llegara mucho más pronto de lo que a mí me habría gustado.
Abrí los ojos. Sarafina estaba a mi lado. Su silueta se recortaba en la negrura de la noche, como si fuera la de un ángel oscuro. Yo intenté hablar, pero las palabras eran tan suaves que supe que no podría oírme. Ella se arrodilló a mi lado y yo reuní todas mis fuerzas para decirle:
—Sarafina... me estoy muriendo.
Su mano suave me apartó el pelo de la frente.
—No, Joe. Sabes muy bien que yo no lo permitiría.
—P... pero...
—Shhh. Ya casi ha llegado la hora. Casi te has desangrado. Será cuestión de un momento. - Yo abrí mucho los ojos de pánico.
- ¡Sarafina! ¡Por favor!
- Confía en mí, querido. No morirás. Escúchame: ahora tienes que hacer una elección, y no tienes tiempo para deliberar. ¿Quieres morir, aquí y ahora? ¿O vivir, aunque eso signifique vivir en el exilio, como yo? La familia te odiará y te echará de su lado.
Yo me sentía muy débil, y no entendía sus palabras.
—¿Vida o muerte, Joe? Dame tu respuesta. Si tardas, perderás la oportunidad de elegir. Morirás. Dímelo ahora: ¿vida o muerte?
Yo luché por pronunciar la palabra, pero no oí que emergiera de mis labios. Todo lo que pude hacer fue pensar que quería pronunciarla. Vida.
Pasaron trece largos años antes de que volviera a ver a Sarafina. Trece largos años, en los que aprendí muchas cosas. Aprendí que, fuéramos donde fuéramos, siempre seríamos mal acogidos. Que a pesar de ser honestos siempre nos llamarían ladrones, incluso las personas extrañas que no sabían nada de nosotros. Por eso aprendí también a tomar lo que quería y a mandarles a todos al infierno. Pensé que estaría bien disfrutar de los frutos de lo que se me atribuía. Si me atrapaban, pagaría por aquellos crímenes aunque no los hubiera cometido. Era mejor pagar por mis propios delitos que pagar por los de algún payo que fingía ser honesto, porque siempre había algún gitano cerca a quien cargar con las culpas.
Pero, a pesar de haber aprendido muchas cosas, había un misterio que no había conseguido descifrar. ¿Quién era Sarafina? ¿Por qué tenía relación con nosotros? ¿Y por qué la habían expulsado de nuestra familia? Tampoco había conseguido averiguar cuál era la maldición que llevaba, según decían todos. No lo supe hasta la noche en que mi vida estuvo a punto de terminar. Hasta la noche en que mi vida realmente terminó, tal y como la conocía, y empezó una nueva. Era el otoño de mil ochocientos cuarenta y ocho.
Yo era joven, un joven exaltado y temerario. Mi familia estaba a punto de recoger el campamento y emprender la marcha de nuevo, no porque se hubieran cansado del lugar en el que vivían, sino porque los lugareños nos habían acusado de robar ganado, y sabíamos que la ley vendría por nosotros rápidamente.
Antes de marcharnos, decidí que conseguiría algo de carne de los animales de aquellos que nos acusaban. Aquella noche había luna nueva; sólo se veía un hilillo de plata en el cielo. Entré en el establo de un granjero. No me importaba lo que encontrara allí, siempre y cuando pudiera robar algo. Era para resarcirme por las injurias hacia mí y hacia los míos.
El primer animal que vi fue un macho cabrío. Le puse una cuerda alrededor del cuello y tiré de él suavemente. El animal se dejó llevar hasta que llegamos a la puerta del establo; entonces, de repente, clavó las pezuñas en el suelo y emitió un balido largo y quejumbroso. Su grito resonó en mitad de la noche.
Yo debía haber dejado que el macho cabrío volviera a su sitio, pero el orgullo de un hombre joven algunas veces es demasiado fuerte, y además, en mí se combinaba con la furia y la frustración, así que continué tirando de la cuerda y arrastrando al animal por la hierba. El granjero ni siquiera avisó. En un momento, yo estaba tirando del maldito animal, y al momento siguiente, estaba boca abajo en el suelo, con el sonido del disparo retumbándome en los oídos.
Unos segundos después empecé a sentir el dolor y el asombro. Durante unos instantes, noté la bala, como si fuera de fuego, y después la sangre cálida empapándome la ropa. Pero entonces sentí algo mucho peor.
El entumecimiento se extendió por mi cuerpo: primero las piernas, y después el vientre, el estómago, los brazos... Después no sentí nada. No podía moverme. Ni siquiera sentí que el granjero me diera la vuelta con la punta de la bota y me dejara boca arriba.
—Malditos gitanos —dijo, y me escupió. Después tomó su macho cabrío y se marchó. No me había matado.
El alivio, sin embargo, se transformó muy pronto en desesperación, al darme cuenta de que moriría solo en pocos minutos. Notaba que la sangre se me escapaba del cuerpo, y me daba cuenta de que cada vez estaba más débil por la pérdida. Estaba sintiendo... cómo moría.
Oí los pasos del granjero mientras se retiraba. Después oí el ruido de la puerta del establo al cerrarse. Y después no oí nada más que el suave sonido del viento de la noche, susurrando entre los árboles. Susurraba mi nombre.
—Oh, dulce Joe —dijo una voz muy cerca de mí. Aquella vez no era el viento—. Has hecho que este momento llegara mucho más pronto de lo que a mí me habría gustado.
Abrí los ojos. Sarafina estaba a mi lado. Su silueta se recortaba en la negrura de la noche, como si fuera la de un ángel oscuro. Yo intenté hablar, pero las palabras eran tan suaves que supe que no podría oírme. Ella se arrodilló a mi lado y yo reuní todas mis fuerzas para decirle:
—Sarafina... me estoy muriendo.
Su mano suave me apartó el pelo de la frente.
—No, Joe. Sabes muy bien que yo no lo permitiría.
—P... pero...
—Shhh. Ya casi ha llegado la hora. Casi te has desangrado. Será cuestión de un momento. - Yo abrí mucho los ojos de pánico.
- ¡Sarafina! ¡Por favor!
- Confía en mí, querido. No morirás. Escúchame: ahora tienes que hacer una elección, y no tienes tiempo para deliberar. ¿Quieres morir, aquí y ahora? ¿O vivir, aunque eso signifique vivir en el exilio, como yo? La familia te odiará y te echará de su lado.
Yo me sentía muy débil, y no entendía sus palabras.
—¿Vida o muerte, Joe? Dame tu respuesta. Si tardas, perderás la oportunidad de elegir. Morirás. Dímelo ahora: ¿vida o muerte?
Yo luché por pronunciar la palabra, pero no oí que emergiera de mis labios. Todo lo que pude hacer fue pensar que quería pronunciarla. Vida.
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
Estoy aburrida, y queria subir un cap más, pero nosé....
Invitado
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
—Muy bien.
Ella se movió. Yo tenía la visión borrosa, así que no pude ver lo que hacía. Después apretó algo contra mis labios, y yo sentí una asombrosa necesidad. Cerré la boca sobre la fuente que ella me había ofrecido y chupé de allí como un bebé que mamaba de su madre. Empecé a sentir que la vida se extendía de nuevo por mi cuerpo, junto con un hambre que nunca había experimentado antes. Moví los brazos y agarré aquel obsequio, sujetándolo contra la cara, mientras mamaba el líquido que se derramaba por mis venas.
—¡Ya es suficiente!
Sarafina me agarró del pelo para sujetarme la cabeza y tiró con fuerza. Y solo entonces me di cuenta de que lo que yo había estado chupando había sido su muñeca, y lo que había bebido con aquella sed había sido su sangre. Horrorizado, noté que el estómago me daba un vuelco, y levanté la mano para limpiarme la boca.
—No pasa nada, Joe. Así es como compartimos el don.
Yo me miré las manos, manchadas de sangre. Pero estaba vivo. Fuerte. Moví los dedos. Apreté los puños.
—¿Qué es esto? —le pregunté suavemente—. ¿Qué significa? —mientras hablaba, notaba que mi cuerpo ya no estaba entumecido. Notaba la brisa en la piel y veía con más precisión de la que nunca hubiera visto. Notaba la fuerza por las venas. Me incorporé, y entonces, ella me arrancó la camisa y la hizo tiras.
—Es un regalo, joven Joe, aunque algunos lo llaman una maldición. Es un don que yo te he concedido. Nunca morirás. Nunca envejecerás. Y aunque tu familia se volverá contra ti, nunca estarás solo como yo he estado. Porque siempre estaré contigo. Siempre.
Yo la estaba mirando por encima de mi hombro, porque estaba a mi espalda, metiéndome tiras de tela en la herida, lo que me causaba un inmenso dolor. No entendía nada. Ella me ató varias tiras alrededor del pecho para mantener los pedazos de algodón en su sitio, y después me ayudó a ponerme en pie. Entonces, vi al granjero justo detrás de ella. Abrí la boca para avisarla.
Antes de que hubiera podido decir una palabra, la mujer bella y graciosa que me había dejado fascinado se dio la vuelta y tomó al hombre por el cuello de la camisa. Y antes de que yo pudiera reaccionar, se había tirado a su garganta.
Oí los sonidos... Y vi, claramente, en la oscuridad, lo que estaba haciendo Sarafina. Estaba... bebiéndose su sangre. Estaba atiborrándose en su cuello. Al principio, el granjero le dio puñetazos en la espalda, y patadas. Después, simplemente, se rindió. Oí cómo suspiraba y vi cómo la abrazaba. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y vi cómo apretaba sus caderas contra Sarafina mientras ella bebía.
Y después, ya no quedaba vida en él.
Ella soltó la camisa y el cuerpo cayó al suelo. Muerto. Completamente seco.
Sarafina se limpió los labios delicadamente con uno de sus pañuelos y se dio la vuelta para mirarme. Yo no podía pronunciar ni una palabra.
—No te asustes, Joe. ¿Es que acaso acabas de darte cuenta? ¿Mmm? Somos Nosferatu. No podemos morir —se lamió los labios, inclinó la cabeza y me sonrió ligeramente—. Vampiros —susurró, y a mí me pareció que el viento recogía la palabra y la repetía mil veces con mis voces diferentes.
Vampiros.
Ella se movió. Yo tenía la visión borrosa, así que no pude ver lo que hacía. Después apretó algo contra mis labios, y yo sentí una asombrosa necesidad. Cerré la boca sobre la fuente que ella me había ofrecido y chupé de allí como un bebé que mamaba de su madre. Empecé a sentir que la vida se extendía de nuevo por mi cuerpo, junto con un hambre que nunca había experimentado antes. Moví los brazos y agarré aquel obsequio, sujetándolo contra la cara, mientras mamaba el líquido que se derramaba por mis venas.
—¡Ya es suficiente!
Sarafina me agarró del pelo para sujetarme la cabeza y tiró con fuerza. Y solo entonces me di cuenta de que lo que yo había estado chupando había sido su muñeca, y lo que había bebido con aquella sed había sido su sangre. Horrorizado, noté que el estómago me daba un vuelco, y levanté la mano para limpiarme la boca.
—No pasa nada, Joe. Así es como compartimos el don.
Yo me miré las manos, manchadas de sangre. Pero estaba vivo. Fuerte. Moví los dedos. Apreté los puños.
—¿Qué es esto? —le pregunté suavemente—. ¿Qué significa? —mientras hablaba, notaba que mi cuerpo ya no estaba entumecido. Notaba la brisa en la piel y veía con más precisión de la que nunca hubiera visto. Notaba la fuerza por las venas. Me incorporé, y entonces, ella me arrancó la camisa y la hizo tiras.
—Es un regalo, joven Joe, aunque algunos lo llaman una maldición. Es un don que yo te he concedido. Nunca morirás. Nunca envejecerás. Y aunque tu familia se volverá contra ti, nunca estarás solo como yo he estado. Porque siempre estaré contigo. Siempre.
Yo la estaba mirando por encima de mi hombro, porque estaba a mi espalda, metiéndome tiras de tela en la herida, lo que me causaba un inmenso dolor. No entendía nada. Ella me ató varias tiras alrededor del pecho para mantener los pedazos de algodón en su sitio, y después me ayudó a ponerme en pie. Entonces, vi al granjero justo detrás de ella. Abrí la boca para avisarla.
Antes de que hubiera podido decir una palabra, la mujer bella y graciosa que me había dejado fascinado se dio la vuelta y tomó al hombre por el cuello de la camisa. Y antes de que yo pudiera reaccionar, se había tirado a su garganta.
Oí los sonidos... Y vi, claramente, en la oscuridad, lo que estaba haciendo Sarafina. Estaba... bebiéndose su sangre. Estaba atiborrándose en su cuello. Al principio, el granjero le dio puñetazos en la espalda, y patadas. Después, simplemente, se rindió. Oí cómo suspiraba y vi cómo la abrazaba. Dejó que su cabeza cayera hacia atrás, y vi cómo apretaba sus caderas contra Sarafina mientras ella bebía.
Y después, ya no quedaba vida en él.
Ella soltó la camisa y el cuerpo cayó al suelo. Muerto. Completamente seco.
Sarafina se limpió los labios delicadamente con uno de sus pañuelos y se dio la vuelta para mirarme. Yo no podía pronunciar ni una palabra.
—No te asustes, Joe. ¿Es que acaso acabas de darte cuenta? ¿Mmm? Somos Nosferatu. No podemos morir —se lamió los labios, inclinó la cabeza y me sonrió ligeramente—. Vampiros —susurró, y a mí me pareció que el viento recogía la palabra y la repetía mil veces con mis voces diferentes.
Vampiros.
Invitado
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
no me resisti tenia qe dejar esa partecita qe faltaba :B
Invitado
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
Hey! cuando llegue a la segunda pagina dejo más caps:) cualqier cosa sepan qe yo me qedo hasta tarde, pero no muy tarde(?) JAJA Si para ese momento sigo estando en la compu, posteo enceguida:)
A y *n_n annette n_n* espero qe te gusten los caps qe deje para vos por ser la primera y la unica lectora:B Wiii (?) :|
A y *n_n annette n_n* espero qe te gusten los caps qe deje para vos por ser la primera y la unica lectora:B Wiii (?) :|
Invitado
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Re: "Sombras en la noche" {Joe & tu}
cap 8)
cap :lol:
cap :twisted:
cap :face:
cap :roll:
cap
cap :bounce:
cap :bom:
cap :sleep:
cap
cap :lol:
cap :twisted:
cap :face:
cap :roll:
cap
cap :bounce:
cap :bom:
cap :sleep:
cap
*annie d' jonas*
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