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Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
O W N :: Archivos :: Novelas Terminadas
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Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
chelis escribió:PORFIISSS
ya la sigo (:
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
ya chicas perdonenme :c solo que ayer tuve que hacer mil cosas en el día .. haciendo un resumen fui al hospital, despues me fui a ver a los chicos como juegan a la pelota, despues almorzar, despues a la casa de mi amiga, despues a la casa de mi tía, despues encontrar difraz, despues el cumple de mi abuela, y despues irme a la casa de mi otra amiga para poder arreglarme para ir a la fiesta de difraces :D! .. lo pase genial♥ .. y bueno ahora la sigo .. subire 2 .. o 3 (ya que Chelis me lo pidio :D ) e.e y sé que este capítulo les va a encantar♥
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
Chicas *--* estamos en la pagina 3 e.e ya me siento realizada con esto
Era un sábado por la noche después de la ópera, y la pequeña y elegante casa adosada de las cortesanas estaba casi hasta los topes cuando Nick se abrió paso entre la multitud, sintiéndose cohibido y fuera de lugar.
La fiesta era un llamativo calidoscopio de colores brillantes y carcajadas estridentes. Recorrió con la mirada el salón en busca de Frankie Breckinridge mientras era empujado entre la muchedumbre ebria y mayoritariamente masculina. En algún lugar debían de haber abierto una ventana, ya que una corriente fría, prácticamente imperceptible, se coló entre el gentío y le acarició la mejilla como si de una señal de cordura se tratara. La necesitaba en ese momento.
No tenía ni idea de que cuando Frankie le había hablado extensamente de su amada, la tal _____, se estaba refiriendo a una mujer ¬mundana. Tampoco esperaba descubrir al volver a la ciudad que la mitad de la población masculina de Londres había intentado conseguir ¬a la muchacha. En el libro de apuestas de White's había tres páginas ¬llenas con las apuestas que vaticinaban quién obtendría la compañía de la incomparable señorita Hamilton.
Las mujeres de su clase no tenían moral, pero Nick había oído en el club que podía decirse que la señorita Hamilton, excepcionalmente, tenía moral: rechazaba toda oferta que procediera de un hombre ¬casado. «Qué delicadeza», pensó secamente.
Los chismes sobre el ridículo que Frankie había hecho en la calle aquel día por culpa de la chica circularon con rapidez. En cuanto oyó hablar del incidente, Nick supo que ella era la clave para tener a su enemigo metido en un puño.
Sin embargo, había un problema: Nick no sabía nada sobre las mujeres mundanas y lo mucho que les gustaba que les hicieran la corte, pues la filosofía de estas, basada en la obtención de beneficios a partir de las relaciones sexuales, siempre le había resultado un poco repugnante debido al espíritu romántico que se escondía bajo su puritana fachada.
Lo único que sabía era que no bastaba con mostrar una cartera abultada ante sus ojos: las cortesanas no eran las típicas prostitutas. Tenían reputaciones –aunque malas– que mantener, caprichos que cumplir, y vanidades que acariciar. Se suponía que un hombre disfrutaba con la persecución y los obstáculos a los que los sometían las selectas cortesanas para ganarse sus favores.
«Juegos y disparates», pensó indignado, soltando un suspiro de impaciencia. Incluso en el caso de que la señorita Hamilton fuera tan encantadora como todo el mundo afirmaba, él nunca podría respetar a una mujer que no fuera más que una puta con pretensiones. Aun así, y a pesar de que la dignidad de Nick se había visto algo rebajada por todo aquel asunto, estaba lo suficientemente decidido en su búsqueda para seguir el juego. Intentó parecer relajado, pero apenas pudo ocultar su señorial desdén por aquel sitio y las fulanas que vivían en él. Su madre habría encajado en aquel lugar, pensó con desprecio.
Justo entonces se topó con un trío de conocidos que inmediatamente lanzaron exclamaciones de hilaridad al verlo en aquella casa de lujuria. Le dieron palmadas en la espalda y le colocaron una bebida en la mano. Sintiéndose avergonzado, bebió con ellos sin apenas prestar atención a sus divagaciones, fruto del achispamiento. Escudriñó la habitación furtivamente, y de repente posó la mirada en un gran espejo con marco dorado que había sobre la chimenea. En él vio a Frankie Breckinridge.
El sobrino de Coldfell estaba escondido en un rincón alejado del salón. Al principio, Nick no pudo ver a la mujer que tenía allí arrinconada. Entonces Nick se puso de rodillas en actitud implorante, y Nick vislumbró la cara de ella.
Abrió los ojos como platos, permaneció inmóvil y se quedó mirando fijamente. Asombrado, apartó bruscamente la mirada antes de que alguien sospechara que estaba espiando. El corazón le palpitaba.
«Dios mío, es un ángel.»
Forzó una sonrisa tensa dirigida a sus amigos, apretó la copa de vino con tanta fuerza que estuvo a punto de partir el pie de cristal, y no prestó la menor atención a sus compañeros mientras alardeaban de su éxito en el cuadrilátero.
Un escozor le recorrió la columna vertebral. Lanzó otra mirada furtiva al espejo y contempló la imagen dorada y argéntea de la joven y elegante cortesana, que reinaba en su rincón como una reina virgen de algún país ártico. Celestial y sensual a la vez, la señorita Hamilton miró al frente, haciendo caso omiso de su devoto postrado, en una actitud de cruel y serena belleza. Tenía un rostro inexpresivo, como si sus bellas facciones hubieran sido talladas en alabastro. Poseía unas mejillas de delicado trazo, una nariz aristocrática y una barbilla firme y obstinada. La mirada de Nick siguió la grácil curva de su cuello hasta llegar a su cuerpo esbelto.
Llevaba un vestido blanco de muselina con mangas largas y finas, un atractivo escote recto y un cuello rígido de encaje de Brabante al estilo isabelino que le enmarcaba la nuca. El pelo, rubio y rizado, estaba recogido en un espléndido tocado alto. Algunos mechones rizados flotaban como secretos susurrados contra la curva de su cuello, ¬exactamente donde a él le habría gustado besarla.
Se estremeció y se obligó a apartar la mirada, sintiendo que el pulso le latía con fuerza. La simple certeza de que aquella muchacha estaba expertamente adiestrada para complacer a un hombre en todos los sentidos hizo que una oleada de ansiedad llegara hasta el pozo vacío de su alma. «Dios, hacía tanto tiempo...»
«Traidor», se dijo con desprecio.
Uno de sus compañeros le hizo una pregunta, pero Nick había dejado de atender, pues al volver a mirar al espejo vio que Frankie y la señorita Hamilton habían empezado a discutir. El baronet se puso de pie y se irguió junto a ella con un gruñido. Pero ella, sentada en su banco cubierto de cojines, lo miró en un silencio insultante. Frankie empezó a gesticular salvajemente. La boca de la señorita Hamilton se curvó en una débil sonrisa de mofa, y al verla Frankie se metió la mano en el bolsillo y le arrojó un puñado de monedas a la cara.
Nick tomó aire mientras la furia le hacía arder la sangre. La joven belleza se sobresaltó cuando las monedas la golpearon y una de ellas le dio en la barbilla, antes de caer desperdigadas en su regazo y rodar por el suelo.
Nick se volvió rápidamente, abandonó a sus amigos sin dar una explicación y comenzó a abrirse paso a empujones por el salón para acudir en ayuda de la joven. Se culpó por haberse mantenido apartado y haberse limitado a observar mientras un sospechoso de violación y asesinato acosaba a una mujer indefensa, fuera cortesana o no. Desde luego no esperaba un arrebato de violencia por parte de Nick en medio de una estancia llena a rebosar de admiradores de la señorita Hamilton. Parecía que nadie más había reparado en el espectáculo que estaba teniendo lugar en el rincón, de lo contrario, se habría elevado un clamor general para linchar a aquel sinvergüenza.
Nick miró de nuevo la imagen reflejada en el espejo cuando el abundante gentío le entorpeció el paso. Pudo ver cómo los lacayos de Harriette, dos matones cockneys, rodeaban a Frankie al instante y se lo llevaban a empujones. Nick se abría paso a empellones entre la multitud con tal ímpetu, que chocó con alguien y se derramó el vino que le quedaba sobre los guantes blancos de etiqueta. Incluso había olvidado que llevaba la copa de vino en una mano. Maldijo entre dientes, entregó la copa vacía a un camarero con librea, y se quitó rápidamente los guantes y los dejó también en la bandeja del sirviente. Siguió avanzando descuidadamente y de pronto se encon¬tró cara a cara con Frankie, flanqueado por los dos lacayos.
De inmediato advirtió que Frankie estaba bastante borracho.
–¡Jonas! –El baronet agarró a Nick por la solapa con desesperación–. ¡Me están echando! ¡Es ______! ¡Me está volviendo loco! ¡Tienes que ayudarme!
Jonas apretó los dientes para contener una oleada de repugnancia.
–¿Qué quieres que haga? –Estaba seriamente tentado de llevar a Frankie fuera y darle una paliza, pero aquel hombre merecía mucho más que aquello.
–Habla con ella por mí –farfulló Frankie–. Hazla entrar en razón... Dile que ya me ha castigado suficiente. Lo único que quiero es cuidar de ella. Y dile... –Su rostro enrojecido por el alcohol se endureció–. Dile que si elige a otro que no sea yo, se arrepentirá.
Los guardaespaldas gruñeron al oír su amenaza.
Frankie soltó la solapa de Nick mientras los lacayos se lo llevaban a rastras.
Haciendo un esfuerzo por reprimir su furia, Nick abrió y cerró los puños contra los costados. Giró sobre los talones y se abrió paso con brusquedad entre la gente. Los hombres se apartaban de su camino al ver que se acercaba con la cara nublada por la ira. Llegó junto a la señorita Hamilton justo cuando ella ponía en la bandeja de un sirviente las últimas monedas que le había lanzado Frankie. Nick sintió una punzada de dolor al ver que a la mujer le temblaban las manos.
–Deshazte de todo esto. Llévatelo de aquí. ¡Vamos! Date prisa, debe de estar a punto de marcharse –dijo con voz nerviosa, indicando al sirviente con la mano que le devolviera a Frankie su dinero.
Cuando Nick se acercó, sin saber lo que iba a decir, la señorita Hamilton frunció el ceño, se metió la mano en el corpiño y sacó media corona de plata con una mirada de asco. Cogió la moneda como si fuera un insecto que se le hubiera metido en el vestido. De repente le tendió la moneda a Nick con una mirada anhelante.
–Por favor, devuélvale esto a su amigo –dijo, con una mirada vulnerable que contrastaba con su arrogante petición.
Él se quedó deslumbrado mientras le sostenía la mirada. El color de sus ojos le hizo pensar en un par de orquídeas salvajes, pero no, eran más azules todavía: como el azul delicado, intenso y violáceo de los geranios de los prados. Oscurecidos por unas largas pestañas de color pardo grisáceo, sus ojos eran misteriosos, cautelosos... e inocentes.
–¿Me has oído? –dijo ella en tono impaciente.
Desconcertado, Nick tendió la mano. Ella soltó la moneda sobre su palma. Robert sintió que el metal todavía conservaba la sedosa calidez de su cuerpo. Un momento antes, había estado oprimida contra su pecho. Nick apartó la vista.
–Márchese, ¿quiere? –insistió ella–. Estará a punto de irse.
Nick se sacudió el aturdimiento.
–Claro, se lo daré más tarde. He venido a ver si se encontraba bien, señorita... Hamilton, ¿verdad?
–Oh, usted no me sirve.
Le arrebató la moneda y llamó a otro de sus sirvientes con título de nobleza para que se la entregase a Frankie: el joven y saludable duque de Leinster. Le dio la moneda y le acarició la lisa mejilla, dedicándole una sonrisa tan dulce como las brisas de las míticas Islas Benditas.
–Gracias, Leinster –murmuró con un sonsonete alegre y juguetón, de modo que a Nick le quedase claro que tenía el poder de las sirenas para hechizar a los hombres. El joven y atractivo caballero irlandés se marchó flotando antes que andando para cumplir su encargo.
Nick se volvió otra vez hacia ella perplejo, solo para descubrir que había perdido su oportunidad de hablar con ella. Dos jóvenes elegantes se pavonearon delante de él para presentarle sus respetos, ajenos a lo que acababa de ocurrir.
Todo rastro de angustia había desaparecido del rostro de la señorita Hamilton bajo su impecable sonrisa. Los dos jóvenes, con los que ella estaba ahora flirteando alegremente, no tenían ni idea de que había estado a punto de ser atacada por Dolph. Solo Nick lo sabía. Él siguió mirando fascinado.
«Vaya, es una actriz consumada –pensó Nick–. Desde luego que sí.» Frunció el entrecejo y se quedó a un costado como un idiota, con un ligero temor a encontrarse fuera de lugar. En su vida jamás se había imaginado que se encontraría suplicando y compitiendo por los favores de una joven de veintitrés años. ¿Quién se creía que era? Él, el duque de Hawkscliffe, había acudido en su rescate y parecía como si a ella le importara un bledo.
La señorita Hamilton se levantó de su banco y pasó por en medio de la pareja de dandis. Elevando la nariz, pasó rozando a Nick y caminó dando grandes pasos en dirección al grupo de gente, que se volvió para adorarla mientras gritaba su nombre. Ella se rió alegremente y les tendió los brazos en una señal sencilla y natural de aceptación de su reverencia. Los duques de Rutland y Bedford se colocaron de un salto a su lado y, sin dejar de sonreír, la llevaron hacia las mesas de juego con tapete verde mientras, para sorpresa de Nick, su principal oponente político, el viejo y rudo lord canciller Eldon, le ponía una copa de vino en su delicada mano. Aquella muchacha tenía a medio Parlamento adulándola.
Nick se quedó atrás, tan perplejo, derrotado y confundido como los dos jóvenes emperifollados. Que él recordase, ninguna mujer de la calle había pasado delante de él como si no existiera.
Evidentemente ella no sabía nada de su elevada reputación, su poder y trascendencia... «Oh, cállate», se dijo. Y, echándose a reír de pronto sin ningún motivo aparente, siguió a la joven.
Dejar que Frankie asistiera a la fiesta había sido un error. Ahora lo sabía. Ella no debería haberse permitido aquella satisfacción, pero había pagado por su estrechez de miras, ¿verdad? Desde luego había conseguido asustarla y avergonzarla, pensó _____ con un escalofrío, tratando de olvidar su juicio desacertado y continuar la noche.
Aun así, no podía evitar culparse por haber sobreestimado su capacidad para dominarlo. Poco después de llegar a la fiesta, Frankie parecía al borde de las lágrimas mientras le rogaba que lo escuchase. «Lágrimas de cocodrilo», pensó ____. Ella había preferido hablar en privado con él en un rincón antes que montar una escena, pero, cuando la arrinconó allí, la situación desembocó en un desagradable enfrentamiento. Al final, gracias a Dios, nadie había presenciado aquel momento humillante a excepción de aquel hombre alto y ceñudo, el amigo de Frankie.
Un tanto afectada todavía por el violento arrebato de Frankie, ___ apartó de su cabeza al baronet y a su amigo alto, moreno y elegante, y se sentó a jugar a su juego favorito, el veintiuno.
No era una auténtica jugadora, pero aquel sencillo juego siempre le reportaba beneficios. Las apuestas estaban a su favor: si la fortuna le permitía derrotar a su actual oponente, un ricachón de la alta sociedad, ganaría su alfiler de corbata con piedras preciosas, valorado en cincuenta guineas. Si perdía, lo único que tendría que darle era un beso, pero nunca perdía, tal vez por el simple hecho de que los caballeros se dedicaban a beber mientras que ella permanecía sobria.
Docenas de hombres se habían reunido en torno a la mesa, y la animaron cuando logró frustrar los planes de su oponente en la primera de las tres manos. El joven caballero se acarició la barbilla y miró sus cartas con el ceño fruncido.
Pese a estar mirando a su oponente, ____ era totalmente consciente de la presencia del alto y taciturno extraño –el amigo de Frankie–, que deambulaba por allí para ver cómo jugaba. Mientras lo estudiaba por el rabillo del ojo haciendo ver que miraba sus cartas, a _____ le pareció un personaje de lo más augusto e imponente. A decir verdad, lo encontró un tanto intimidante. A sus treinta y tantos años, tenía un aspecto impresionante y cosmopolita, con un físico atlético y la piel bronceada de un deportista. Se había alisado hacia atrás el pelo negro como el carbón para asistir a la velada, lo cual acentuaba los firmes rasgos de su rostro.
Mantenía la barbilla en alto y la espalda erguida. Y, con un imperioso aire de reserva, desplazaba su mirada aguda y seria por la multitud. Llevaba el pañuelo anudado de forma impecable, y su traje de etiqueta era de un austero blanco y negro. Vestía esa ropa como si aquellos fueran los colores con los que veía el mundo, pensó ella con desdén, ajena a los dandis con coloridos trajes que tenía a su alrededor.
Incapaz de resistir más, _____ le echó una breve ojeada cuando él la estaba mirando. Los ojos de ambos coincidieron, y él le sostuvo la mirada con aire sincero y le dedicó una débil y astuta sonrisa. Por un instante, los aterciopelados ojos marrones de Nick la hipnotizaron. Miró dentro de ellos y se sintió como si lo conociera de toda la vida.
–Su turno, señorita Hamilton.
–Por supuesto. –Sorprendida, se revolvió en su asiento para volver a encarar a su oponente y le sonrió de forma atractiva mientras el corazón le latía a toda velocidad. «¡Arrogante sinvergüenza!», pensó. ¿Cómo se atrevía a mirarla fijamente? Le daba igual lo atractivo que fuera, no quería tener nada que ver con él. Era amigo de Frankie. Lo sabía porque los había visto hablar brevemente después de que Frankie la hubiese tratado de forma tan horrible.
Además, ningún hombre tan apuesto podía estar soltero. La vida no se portaba tan bien.
–Una carta, por favor –dijo ____ con dulzura.
Jugó su mano y al poco rato estaba soltando una carcajada al convertirse en la nueva propietaria del alfiler de corbata. El joven petimetre se tomó su derrota con una risa burlona, sabiendo que al día siguiente podría ir a la casa de empeños y recuperarla si quería.
Cuando _____ le tendió la mano, él se inclinó y le besó galantemente los nudillos, y luego se retiró haciendo una reverencia. De repente, antes de que ella pudiera protestar, el extraño se deslizó en el asiento vacío, entrelazó los dedos sobre la mesa y la miró fijamente en una serena actitud desafiante.
Entrecerrando los ojos, ____ posó graciosamente la barbilla sobre sus nudillos y le dirigió una sonrisa de desdén.
–Usted otra vez.
–¿A qué juega, señorita Hamilton? –preguntó él en tono afable.
–Al veintiuno.
–Supongo que el premio es un beso.
–Solo si gana... y eso no va a ocurrir.
Una sonrisa asomó a una de las comisuras de la seductora boca de Nick. Se quitó un grueso anillo de oro del meñique y lo puso delante de ella.
–¿Servirá esto?
Irguiéndose en su asiento, ____ cogió el anillo y lo examinó con una mirada escéptica. Tenía un óvalo de ónix adornado con una hache dorada
Capítulo 3. 1/2
Era un sábado por la noche después de la ópera, y la pequeña y elegante casa adosada de las cortesanas estaba casi hasta los topes cuando Nick se abrió paso entre la multitud, sintiéndose cohibido y fuera de lugar.
La fiesta era un llamativo calidoscopio de colores brillantes y carcajadas estridentes. Recorrió con la mirada el salón en busca de Frankie Breckinridge mientras era empujado entre la muchedumbre ebria y mayoritariamente masculina. En algún lugar debían de haber abierto una ventana, ya que una corriente fría, prácticamente imperceptible, se coló entre el gentío y le acarició la mejilla como si de una señal de cordura se tratara. La necesitaba en ese momento.
No tenía ni idea de que cuando Frankie le había hablado extensamente de su amada, la tal _____, se estaba refiriendo a una mujer ¬mundana. Tampoco esperaba descubrir al volver a la ciudad que la mitad de la población masculina de Londres había intentado conseguir ¬a la muchacha. En el libro de apuestas de White's había tres páginas ¬llenas con las apuestas que vaticinaban quién obtendría la compañía de la incomparable señorita Hamilton.
Las mujeres de su clase no tenían moral, pero Nick había oído en el club que podía decirse que la señorita Hamilton, excepcionalmente, tenía moral: rechazaba toda oferta que procediera de un hombre ¬casado. «Qué delicadeza», pensó secamente.
Los chismes sobre el ridículo que Frankie había hecho en la calle aquel día por culpa de la chica circularon con rapidez. En cuanto oyó hablar del incidente, Nick supo que ella era la clave para tener a su enemigo metido en un puño.
Sin embargo, había un problema: Nick no sabía nada sobre las mujeres mundanas y lo mucho que les gustaba que les hicieran la corte, pues la filosofía de estas, basada en la obtención de beneficios a partir de las relaciones sexuales, siempre le había resultado un poco repugnante debido al espíritu romántico que se escondía bajo su puritana fachada.
Lo único que sabía era que no bastaba con mostrar una cartera abultada ante sus ojos: las cortesanas no eran las típicas prostitutas. Tenían reputaciones –aunque malas– que mantener, caprichos que cumplir, y vanidades que acariciar. Se suponía que un hombre disfrutaba con la persecución y los obstáculos a los que los sometían las selectas cortesanas para ganarse sus favores.
«Juegos y disparates», pensó indignado, soltando un suspiro de impaciencia. Incluso en el caso de que la señorita Hamilton fuera tan encantadora como todo el mundo afirmaba, él nunca podría respetar a una mujer que no fuera más que una puta con pretensiones. Aun así, y a pesar de que la dignidad de Nick se había visto algo rebajada por todo aquel asunto, estaba lo suficientemente decidido en su búsqueda para seguir el juego. Intentó parecer relajado, pero apenas pudo ocultar su señorial desdén por aquel sitio y las fulanas que vivían en él. Su madre habría encajado en aquel lugar, pensó con desprecio.
Justo entonces se topó con un trío de conocidos que inmediatamente lanzaron exclamaciones de hilaridad al verlo en aquella casa de lujuria. Le dieron palmadas en la espalda y le colocaron una bebida en la mano. Sintiéndose avergonzado, bebió con ellos sin apenas prestar atención a sus divagaciones, fruto del achispamiento. Escudriñó la habitación furtivamente, y de repente posó la mirada en un gran espejo con marco dorado que había sobre la chimenea. En él vio a Frankie Breckinridge.
El sobrino de Coldfell estaba escondido en un rincón alejado del salón. Al principio, Nick no pudo ver a la mujer que tenía allí arrinconada. Entonces Nick se puso de rodillas en actitud implorante, y Nick vislumbró la cara de ella.
Abrió los ojos como platos, permaneció inmóvil y se quedó mirando fijamente. Asombrado, apartó bruscamente la mirada antes de que alguien sospechara que estaba espiando. El corazón le palpitaba.
«Dios mío, es un ángel.»
Forzó una sonrisa tensa dirigida a sus amigos, apretó la copa de vino con tanta fuerza que estuvo a punto de partir el pie de cristal, y no prestó la menor atención a sus compañeros mientras alardeaban de su éxito en el cuadrilátero.
Un escozor le recorrió la columna vertebral. Lanzó otra mirada furtiva al espejo y contempló la imagen dorada y argéntea de la joven y elegante cortesana, que reinaba en su rincón como una reina virgen de algún país ártico. Celestial y sensual a la vez, la señorita Hamilton miró al frente, haciendo caso omiso de su devoto postrado, en una actitud de cruel y serena belleza. Tenía un rostro inexpresivo, como si sus bellas facciones hubieran sido talladas en alabastro. Poseía unas mejillas de delicado trazo, una nariz aristocrática y una barbilla firme y obstinada. La mirada de Nick siguió la grácil curva de su cuello hasta llegar a su cuerpo esbelto.
Llevaba un vestido blanco de muselina con mangas largas y finas, un atractivo escote recto y un cuello rígido de encaje de Brabante al estilo isabelino que le enmarcaba la nuca. El pelo, rubio y rizado, estaba recogido en un espléndido tocado alto. Algunos mechones rizados flotaban como secretos susurrados contra la curva de su cuello, ¬exactamente donde a él le habría gustado besarla.
Se estremeció y se obligó a apartar la mirada, sintiendo que el pulso le latía con fuerza. La simple certeza de que aquella muchacha estaba expertamente adiestrada para complacer a un hombre en todos los sentidos hizo que una oleada de ansiedad llegara hasta el pozo vacío de su alma. «Dios, hacía tanto tiempo...»
«Traidor», se dijo con desprecio.
Uno de sus compañeros le hizo una pregunta, pero Nick había dejado de atender, pues al volver a mirar al espejo vio que Frankie y la señorita Hamilton habían empezado a discutir. El baronet se puso de pie y se irguió junto a ella con un gruñido. Pero ella, sentada en su banco cubierto de cojines, lo miró en un silencio insultante. Frankie empezó a gesticular salvajemente. La boca de la señorita Hamilton se curvó en una débil sonrisa de mofa, y al verla Frankie se metió la mano en el bolsillo y le arrojó un puñado de monedas a la cara.
Nick tomó aire mientras la furia le hacía arder la sangre. La joven belleza se sobresaltó cuando las monedas la golpearon y una de ellas le dio en la barbilla, antes de caer desperdigadas en su regazo y rodar por el suelo.
Nick se volvió rápidamente, abandonó a sus amigos sin dar una explicación y comenzó a abrirse paso a empujones por el salón para acudir en ayuda de la joven. Se culpó por haberse mantenido apartado y haberse limitado a observar mientras un sospechoso de violación y asesinato acosaba a una mujer indefensa, fuera cortesana o no. Desde luego no esperaba un arrebato de violencia por parte de Nick en medio de una estancia llena a rebosar de admiradores de la señorita Hamilton. Parecía que nadie más había reparado en el espectáculo que estaba teniendo lugar en el rincón, de lo contrario, se habría elevado un clamor general para linchar a aquel sinvergüenza.
Nick miró de nuevo la imagen reflejada en el espejo cuando el abundante gentío le entorpeció el paso. Pudo ver cómo los lacayos de Harriette, dos matones cockneys, rodeaban a Frankie al instante y se lo llevaban a empujones. Nick se abría paso a empellones entre la multitud con tal ímpetu, que chocó con alguien y se derramó el vino que le quedaba sobre los guantes blancos de etiqueta. Incluso había olvidado que llevaba la copa de vino en una mano. Maldijo entre dientes, entregó la copa vacía a un camarero con librea, y se quitó rápidamente los guantes y los dejó también en la bandeja del sirviente. Siguió avanzando descuidadamente y de pronto se encon¬tró cara a cara con Frankie, flanqueado por los dos lacayos.
De inmediato advirtió que Frankie estaba bastante borracho.
–¡Jonas! –El baronet agarró a Nick por la solapa con desesperación–. ¡Me están echando! ¡Es ______! ¡Me está volviendo loco! ¡Tienes que ayudarme!
Jonas apretó los dientes para contener una oleada de repugnancia.
–¿Qué quieres que haga? –Estaba seriamente tentado de llevar a Frankie fuera y darle una paliza, pero aquel hombre merecía mucho más que aquello.
–Habla con ella por mí –farfulló Frankie–. Hazla entrar en razón... Dile que ya me ha castigado suficiente. Lo único que quiero es cuidar de ella. Y dile... –Su rostro enrojecido por el alcohol se endureció–. Dile que si elige a otro que no sea yo, se arrepentirá.
Los guardaespaldas gruñeron al oír su amenaza.
Frankie soltó la solapa de Nick mientras los lacayos se lo llevaban a rastras.
Haciendo un esfuerzo por reprimir su furia, Nick abrió y cerró los puños contra los costados. Giró sobre los talones y se abrió paso con brusquedad entre la gente. Los hombres se apartaban de su camino al ver que se acercaba con la cara nublada por la ira. Llegó junto a la señorita Hamilton justo cuando ella ponía en la bandeja de un sirviente las últimas monedas que le había lanzado Frankie. Nick sintió una punzada de dolor al ver que a la mujer le temblaban las manos.
–Deshazte de todo esto. Llévatelo de aquí. ¡Vamos! Date prisa, debe de estar a punto de marcharse –dijo con voz nerviosa, indicando al sirviente con la mano que le devolviera a Frankie su dinero.
Cuando Nick se acercó, sin saber lo que iba a decir, la señorita Hamilton frunció el ceño, se metió la mano en el corpiño y sacó media corona de plata con una mirada de asco. Cogió la moneda como si fuera un insecto que se le hubiera metido en el vestido. De repente le tendió la moneda a Nick con una mirada anhelante.
–Por favor, devuélvale esto a su amigo –dijo, con una mirada vulnerable que contrastaba con su arrogante petición.
Él se quedó deslumbrado mientras le sostenía la mirada. El color de sus ojos le hizo pensar en un par de orquídeas salvajes, pero no, eran más azules todavía: como el azul delicado, intenso y violáceo de los geranios de los prados. Oscurecidos por unas largas pestañas de color pardo grisáceo, sus ojos eran misteriosos, cautelosos... e inocentes.
–¿Me has oído? –dijo ella en tono impaciente.
Desconcertado, Nick tendió la mano. Ella soltó la moneda sobre su palma. Robert sintió que el metal todavía conservaba la sedosa calidez de su cuerpo. Un momento antes, había estado oprimida contra su pecho. Nick apartó la vista.
–Márchese, ¿quiere? –insistió ella–. Estará a punto de irse.
Nick se sacudió el aturdimiento.
–Claro, se lo daré más tarde. He venido a ver si se encontraba bien, señorita... Hamilton, ¿verdad?
–Oh, usted no me sirve.
Le arrebató la moneda y llamó a otro de sus sirvientes con título de nobleza para que se la entregase a Frankie: el joven y saludable duque de Leinster. Le dio la moneda y le acarició la lisa mejilla, dedicándole una sonrisa tan dulce como las brisas de las míticas Islas Benditas.
–Gracias, Leinster –murmuró con un sonsonete alegre y juguetón, de modo que a Nick le quedase claro que tenía el poder de las sirenas para hechizar a los hombres. El joven y atractivo caballero irlandés se marchó flotando antes que andando para cumplir su encargo.
Nick se volvió otra vez hacia ella perplejo, solo para descubrir que había perdido su oportunidad de hablar con ella. Dos jóvenes elegantes se pavonearon delante de él para presentarle sus respetos, ajenos a lo que acababa de ocurrir.
Todo rastro de angustia había desaparecido del rostro de la señorita Hamilton bajo su impecable sonrisa. Los dos jóvenes, con los que ella estaba ahora flirteando alegremente, no tenían ni idea de que había estado a punto de ser atacada por Dolph. Solo Nick lo sabía. Él siguió mirando fascinado.
«Vaya, es una actriz consumada –pensó Nick–. Desde luego que sí.» Frunció el entrecejo y se quedó a un costado como un idiota, con un ligero temor a encontrarse fuera de lugar. En su vida jamás se había imaginado que se encontraría suplicando y compitiendo por los favores de una joven de veintitrés años. ¿Quién se creía que era? Él, el duque de Hawkscliffe, había acudido en su rescate y parecía como si a ella le importara un bledo.
La señorita Hamilton se levantó de su banco y pasó por en medio de la pareja de dandis. Elevando la nariz, pasó rozando a Nick y caminó dando grandes pasos en dirección al grupo de gente, que se volvió para adorarla mientras gritaba su nombre. Ella se rió alegremente y les tendió los brazos en una señal sencilla y natural de aceptación de su reverencia. Los duques de Rutland y Bedford se colocaron de un salto a su lado y, sin dejar de sonreír, la llevaron hacia las mesas de juego con tapete verde mientras, para sorpresa de Nick, su principal oponente político, el viejo y rudo lord canciller Eldon, le ponía una copa de vino en su delicada mano. Aquella muchacha tenía a medio Parlamento adulándola.
Nick se quedó atrás, tan perplejo, derrotado y confundido como los dos jóvenes emperifollados. Que él recordase, ninguna mujer de la calle había pasado delante de él como si no existiera.
Evidentemente ella no sabía nada de su elevada reputación, su poder y trascendencia... «Oh, cállate», se dijo. Y, echándose a reír de pronto sin ningún motivo aparente, siguió a la joven.
Dejar que Frankie asistiera a la fiesta había sido un error. Ahora lo sabía. Ella no debería haberse permitido aquella satisfacción, pero había pagado por su estrechez de miras, ¿verdad? Desde luego había conseguido asustarla y avergonzarla, pensó _____ con un escalofrío, tratando de olvidar su juicio desacertado y continuar la noche.
Aun así, no podía evitar culparse por haber sobreestimado su capacidad para dominarlo. Poco después de llegar a la fiesta, Frankie parecía al borde de las lágrimas mientras le rogaba que lo escuchase. «Lágrimas de cocodrilo», pensó ____. Ella había preferido hablar en privado con él en un rincón antes que montar una escena, pero, cuando la arrinconó allí, la situación desembocó en un desagradable enfrentamiento. Al final, gracias a Dios, nadie había presenciado aquel momento humillante a excepción de aquel hombre alto y ceñudo, el amigo de Frankie.
Un tanto afectada todavía por el violento arrebato de Frankie, ___ apartó de su cabeza al baronet y a su amigo alto, moreno y elegante, y se sentó a jugar a su juego favorito, el veintiuno.
No era una auténtica jugadora, pero aquel sencillo juego siempre le reportaba beneficios. Las apuestas estaban a su favor: si la fortuna le permitía derrotar a su actual oponente, un ricachón de la alta sociedad, ganaría su alfiler de corbata con piedras preciosas, valorado en cincuenta guineas. Si perdía, lo único que tendría que darle era un beso, pero nunca perdía, tal vez por el simple hecho de que los caballeros se dedicaban a beber mientras que ella permanecía sobria.
Docenas de hombres se habían reunido en torno a la mesa, y la animaron cuando logró frustrar los planes de su oponente en la primera de las tres manos. El joven caballero se acarició la barbilla y miró sus cartas con el ceño fruncido.
Pese a estar mirando a su oponente, ____ era totalmente consciente de la presencia del alto y taciturno extraño –el amigo de Frankie–, que deambulaba por allí para ver cómo jugaba. Mientras lo estudiaba por el rabillo del ojo haciendo ver que miraba sus cartas, a _____ le pareció un personaje de lo más augusto e imponente. A decir verdad, lo encontró un tanto intimidante. A sus treinta y tantos años, tenía un aspecto impresionante y cosmopolita, con un físico atlético y la piel bronceada de un deportista. Se había alisado hacia atrás el pelo negro como el carbón para asistir a la velada, lo cual acentuaba los firmes rasgos de su rostro.
Mantenía la barbilla en alto y la espalda erguida. Y, con un imperioso aire de reserva, desplazaba su mirada aguda y seria por la multitud. Llevaba el pañuelo anudado de forma impecable, y su traje de etiqueta era de un austero blanco y negro. Vestía esa ropa como si aquellos fueran los colores con los que veía el mundo, pensó ella con desdén, ajena a los dandis con coloridos trajes que tenía a su alrededor.
Incapaz de resistir más, _____ le echó una breve ojeada cuando él la estaba mirando. Los ojos de ambos coincidieron, y él le sostuvo la mirada con aire sincero y le dedicó una débil y astuta sonrisa. Por un instante, los aterciopelados ojos marrones de Nick la hipnotizaron. Miró dentro de ellos y se sintió como si lo conociera de toda la vida.
–Su turno, señorita Hamilton.
–Por supuesto. –Sorprendida, se revolvió en su asiento para volver a encarar a su oponente y le sonrió de forma atractiva mientras el corazón le latía a toda velocidad. «¡Arrogante sinvergüenza!», pensó. ¿Cómo se atrevía a mirarla fijamente? Le daba igual lo atractivo que fuera, no quería tener nada que ver con él. Era amigo de Frankie. Lo sabía porque los había visto hablar brevemente después de que Frankie la hubiese tratado de forma tan horrible.
Además, ningún hombre tan apuesto podía estar soltero. La vida no se portaba tan bien.
–Una carta, por favor –dijo ____ con dulzura.
Jugó su mano y al poco rato estaba soltando una carcajada al convertirse en la nueva propietaria del alfiler de corbata. El joven petimetre se tomó su derrota con una risa burlona, sabiendo que al día siguiente podría ir a la casa de empeños y recuperarla si quería.
Cuando _____ le tendió la mano, él se inclinó y le besó galantemente los nudillos, y luego se retiró haciendo una reverencia. De repente, antes de que ella pudiera protestar, el extraño se deslizó en el asiento vacío, entrelazó los dedos sobre la mesa y la miró fijamente en una serena actitud desafiante.
Entrecerrando los ojos, ____ posó graciosamente la barbilla sobre sus nudillos y le dirigió una sonrisa de desdén.
–Usted otra vez.
–¿A qué juega, señorita Hamilton? –preguntó él en tono afable.
–Al veintiuno.
–Supongo que el premio es un beso.
–Solo si gana... y eso no va a ocurrir.
Una sonrisa asomó a una de las comisuras de la seductora boca de Nick. Se quitó un grueso anillo de oro del meñique y lo puso delante de ella.
–¿Servirá esto?
Irguiéndose en su asiento, ____ cogió el anillo y lo examinó con una mirada escéptica. Tenía un óvalo de ónix adornado con una hache dorada
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Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
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Ella le lanzó una mirada calculadora, preguntándose quién era y qué significaba aquella hache, pero no se molestó en satisfacer su vanidad preguntándoselo. Ningún amigo de Frankie era amigo suyo.
–Bonita baratija. Desgraciadamente tengo doce como este. –Le devolvió el anillo–. No deseo jugar con usted.
–Vaya, ¿acaso parezco un tahúr? –preguntó en un tono tranquilo y educado.
–No me gustan sus amistades.
–Tal vez esté sacando conclusiones precipitadas... ¿o quizá solo es una excusa? –sugirió él con otra sonrisa maliciosa–. ¿Tal vez la «indomable» señorita Hamilton simplemente desea echarse atrás?
_____ lo miró frunciendo el ceño con elegancia, y los hombres que había alrededor se echaron a reír.
–Muy bien –concedió con tono severo–. Gana el mejor de tres manos. Las figuras valen diez puntos. Los ases pueden ser altos y bajos. Se arrepentirá.
–No, no me arrepentiré. –Colocó el anillo de nuevo entre ambos y, reclinándose tranquilamente, pasó un brazo por detrás del respaldo de la silla, y cruzó la pierna izquierda sobre la derecha–. Reparta las cartas, señorita Hamilton.
–Ya estamos dando órdenes.
–Solo estoy pagándole con su misma moneda, querida.
Mientras sostenía la mirada burlona de Nick, _____ comprendió que se refería a la orden de entregar la moneda a Frankie y adoptó una expresión sarcástica.
–Soy su servidora, señor.
–Interesante concepto –murmuró él.
_____ empezó a sentirse inusitadamente azorada bajo su mirada penetrante. Las manos le temblaban ligeramente y hacían que le resultara difícil barajar las cartas, pero al final logró repartir dos cartas para cada uno, una boca abajo y la otra boca arriba. Dejó el mazo y tornó la carta oculta: el rey de diamantes. Puesto que la carta boca arriba era un seis, decidió coger una tercera carta, pero primero lanzó una mirada interrogativa a su oponente.
Él movió los dedos, declinando la oferta con elegancia. ____ cogió otra carta, que resultó ser un tres, y contuvo una sonrisa de satisfacción ante sus diecinueve puntos totales.
–Muéstreme lo que tiene –le pidió ella, con un levísimo atisbo de flirteo. Parecía que no lo pudiera evitar. Aquel hombre tenía algo.
Él le dedicó una sonrisita de complicidad y mostró una reina y un diez.
–Veinte.
_____ frunció el ceño y descartó sus diecinueve.
Repartió otra vez, más decidida que nunca a derrotar a aquel arrogante sinvergüenza, un impulso que no tenía nada que ver con la pequeña fortuna que podría obtener empeñando el anillo en caso de ganar. Aquel hombre se pasaba de presumido y dominante.
Esta vez a _____ le tocó una pareja de valets. Veinte. «Maravilloso –pensó–, seguro que esta vez le gano.»
–¿Quiere otra carta?
–Deme.
–No me tiente –murmuró ____, separando un ocho de la baraja para él.
–Demonios –dijo Nick, lanzando sus cartas–. Me paso.
–Lo siento mucho –lo consoló ella, con los ojos brillantes.
Mientras apartaba las cartas frunciendo altivamente el ceño con irritación, ella cogió el anillo y se lo colocó en el meñique, haciendo ver que admiraba lo bien que le quedaba. Él la miró arqueando una ceja. Con el anillo bailándole en el dedo, _____ repartió la última mano. La carta boca arriba que le correspondía a Nick era un dos de tréboles.
Obviamente pediría otra carta, pensó ella, preparando su estrategia mientras examinaba su mano: un cuatro boca abajo y un nueve boca arriba, que sumaban un total de trece. Tendría que tener cuidado de no sobrepasar los veintiún puntos.
Miró por encima de la mesa a su enigmático oponente. Él le hizo una seña. Ella le repartió un cinco.
–Otra –murmuró Nick.
–El cuatro de espadas.
–Me planto.
_____ lo miró con atención, intentando descifrar su vaga expresión, y cogió una tercera carta: un cinco. Con ella sumaba dieciocho. Si cogía otra carta, lo más probable era que se pasara. Era mejor jugar sobre seguro.
–Enséñemelas, querido –dijo en tono pícaro.
–Usted primero –replicó él con una sonrisa sombría.
Aquella sonrisa la inquietó.
–Dieciocho. –____ mostró su última carta.
Él se inclinó hacia delante para examinar las cartas y asintió con la cabeza.
–Una mano respetable.
–¿Y bien? –lo azuzó ella, incapaz de determinar si aquel hombre le molestaba o le divertía–. ¿Me va a enseñar las cartas o no?
–¡Que las enseñe! ¡Que las enseñe! –clamaron los espectadores.
Él los observó y luego miró hacia abajo y deslizó sus cartas una por una: el dos, el cinco y el cuatro, que sumaban un total de once puntos.
«Oh, no», pensó _____, con los ojos desorbitados.
Nick le dio la vuelta a un diez y le dedicó una sonrisa lobuna.
–Veintiuno.
–¡Un beso! ¡Un beso! –gritaron los hombres en un ruidoso brindis, y pidieron más bebidas.
_____ se recostó en su asiento, cruzó los brazos e hizo un breve mohín, luego se quitó el anillo y se lo devolvió a Nick frunciendo el ceño. Él le devolvió una sonrisa inocente.
A su alrededor, los hombres lanzaban exclamaciones, se reían a carcajadas, vociferaban y bebían.
Sin hacerles el menor caso y manteniendo la calma, su alto y arrogante oponente se inclinó hacia delante y apoyó los codos sobre la mesa, orgulloso como todo conquistador. Entrechocó los dedos mientras la miraba divertido y expectante.
–Estoy conteniendo la respiración a la espera de mi premio.
–Oh, muy bien –murmuró ella–. Acabemos de una vez.
–Vaya, es usted una mala perdedora –la reprendió con suavidad.
_____ se puso en pie, apoyó las manos sobre el tapete verde de la mesa y se inclinó hacia él, consciente de que la ovación adquiría un volumen atronador. El corazón le latía a toda velocidad, mientras que él, por su parte, parecía totalmente sereno.
Se inclinó más armándose de valor, vacilando a medida que se acercaba a él, hasta que sus labios quedaron a escasos centímetros de los de Nick.
–Podría cooperar –sugirió ____.
–¿Por qué, si es mucho más divertido verla azorada?
Ella entrecerró los ojos. Haciendo caso omiso del estruendoso público mediante un esfuerzo de voluntad, salvó la distancia que los separaba y lo besó en la boca con decisión. Un instante después se echó atrás con las mejillas sonrosadas, incapaz de ocultar el brillo del triunfo en sus ojos.
Él la observó con escepticismo, rozó la mesa con los dedos y se puso a tamborilear aburrido.
–Creía que había dicho que iba a besarme.
–Yo... acabo de besarlo.
–No.
–¿Qué quiere decir? Acabo de hacerlo. –Sus mejillas pasaron del color rosado al rojo mientras los hombres se reían a carcajadas del prosaico reproche de Nick.
Él le tendió de nuevo el anillo deslizándolo sobre la mesa.
–Mire este anillo. Vale por diez alfileres de corbata como el que ha ganado antes. He apostado este anillo. No puede darme un beso como el que acaba de darme y decir que es justo. Las normas son las normas, señorita Hamilton. Quiero un beso de verdad, a menos que quiera pasar a ser conocida como una dama poco deportiva.
_____ se quedó boquiabierta de indignación.
–Es el único beso que le voy a dar.
Él se tomó a burla sus palabras y apartó la vista, rascándose la mejilla.
–Y se considera una cortesana.
–¿Qué se supone que ha querido decir? –preguntó ____.
Nick se encogió de hombros, repantigándose en su silla.
–He recibido besos mejores de lecheras.
–¡Oh! –exclamaron los hombres, presenciando su duelo con creciente interés.
_____ se cruzó de brazos y se contuvo, mirándolo fijamente. Le habría tirado el anillo en su arrogante cara si sus ojos no hubieran brillado tan alegremente. Podía ver que él no tenía intención de dejarla escapar.
–¿No cree que les debe a estos fieles caballeros una auténtica demostración de su técnica profesional? –dijo él arrastrando las palabras, mientras jugueteaba con su anillo haciéndolo rodar entre el pulgar y el índice.
_____ observó con aire vacilante a los admiradores que tenía a su alrededor, y a continuación lo miró a él. ¿Cómo se atrevía aquel canalla a poner en duda sus dotes... y a amenazar su forma de vida? Por poco que él supiera, había puesto el dedo en la llaga. Después de todo, la principal preocupación de ____ era que sus pretendientes, que habían ofrecido sumas enormes de dinero para acogerla bajo su protección, se enterasen de que en realidad la aterraba la idea de irse a la cama con un hombre. Si no demostraba en aquel preciso momento lo que valía, podrían empezar a sospechar.
Muchos de ellos se rieron ante la sugerencia de Nick, aunque los más entusiastas parecían realmente ofendidos por lo que a ella respectaba. Aquel fatuo caballero, quienquiera que fuera, tendría suerte si no se veía envuelto en un duelo. No, recordó un instante después, los hombres no se batían en duelo por las mujeres mundanas, sino solo por las damas. Las mujeres de su condición no tenían honor que defender.
Mientras pensaba en su siguiente movimiento, ____ sacudió la cabeza con altiva indiferencia y se llevó las manos a la cintura.
–El caso es que nunca doy besos de verdad a los hombres cuyos nombres ni siquiera conozco.
–Eso tiene fácil remedio –dijo él con una sonrisa–. Me llamo Nicholas Jonas.
–¿Jonas? –repitió ella, mirándolo de hito en hito con una conmoción mal disimulada.
Había oído hablar del duque de Hawkscliffe –Nicholas Jonas–, el joven y entusiasta líder tory en plena ascensión, famoso en los círculos del gobierno por su coraje, su fuerte carácter y su inquebrantable sentido de la justicia. No era un simple soltero, era el par¬tido de la década, con unas ganancias de cien mil libras al año. Hasta el momento, ninguna dama había estado a la altura de los exigentes requisitos de Jonas.
Conocía los detalles más importantes de la historia de su familia y también los relacionados con sus títulos: conde de Morley, vizconde de Beningbrooke. Sabía que la mansión Jonas era un enorme castillo normando que se alzaba orgullosamente en una escarpada cumbre de las montañas de Cumberland. Sabía todo aquello porque los entresijos de la aristocracia constituían una gran parte del programa de estudios de sus alumnas en la Academia para Jóvenes Damas de la señora may, el lugar donde _____ había instruido desastrosamente a la revoltosa hermana pequeña del duque, lady Jacinda Knight.
«Oh, Dios», pensó, echando una inquieta mirada a los nobles pendencieros que rodeaban la mesa. Luego miró nuevamente a Jonas. Fuera quien fuese, aquel hombre no era amigo de Frankie Breckinridge. De algún modo aquella certeza, junto con la relación que la había unido a su hermana menor, hizo que se sintiera un poco más segura con él, a lo que también contribuía su excelente reputación y los brillantes artículos escritos por él que había leído en el Quarterly Review, en los que defendía enfoques humanitarios que ella aplaudía sinceramente.
Procurando ocultar su interés repentino, ____ se cruzó de brazos y lo miró con altiva diversión.
–¿Se puede saber qué hace aquí el duque virtuoso, jugando e intentando obtener unos besos que no se merece de una cortesana?
Los hombres se rieron a costa de Nick, aunque no de forma maliciosa.
–Oh, solo me estoy divirtiendo –respondió él con una sonrisa calculadora–. Sabe perfectamente que he ganado un beso como es debido con todas las de la ley, señorita Hamilton.
–Bueno –dijo ____ con picardía–, sin duda lo necesita.
La aguda réplica despertó algunas carcajadas a su alrededor, pero la mayor parte de los lores y dandis presentes se callaron, cautivados, esperando a ver si ella besaba a Nicholas Jonas.
Ahora que sabía quién era, ____ comprendió que no había ninguna forma honrosa de echarse atrás. No se dejaría intimidar por un famoso y puritano santurrón. Probablemente no sabía más que ella sobre los besos de verdad.
Cuando apoyó las manos sobre la mesa y se inclinó hacia él por segunda vez, el corazón le latía más rápido debido a la expectación, la curiosidad y la innegable atracción, había llegado el momento de comprobar si se acordaba de lo que Harriette le había enseñado.
Posó su mano ahuecada sobre la mejilla afeitada de Nick, vislumbró sus ojos ardientes antes de cerrar los suyos, y a continuación acarició su boca con sus labios y le dio un beso que hizo que la bulliciosa fiesta, la ciudad y el mundo quedasen atrás.
Él tenía la boca caliente y sedosa, su suave piel ardía bajo el roce de ella. _____ acarició su pelo oscuro y lo besó más profundamente, inclinándose aún más sobre la mesa. Nick le rodeó la nuca con la mano y la aferró con firmeza y suavidad cuando ella abrió los labios y le dejó su sabor. Él respondió de forma apasionada aunque con comedimiento, extasiándola con aquel beso embriagador hasta prácticamente hacerla temblar de placer.
Finalmente acabó de besarla de forma lenta y suave y la soltó.
____ recobró el juicio en medio de una sonora ovación, con una sensación de aturdimiento. Tenía los labios como si le hubiera picado una abeja, las mejillas sonrosadas, y no paraba de jadear. El cabello de Nicholas estaba revuelto, su rígido pañuelo se había arrugado, y él parecía cualquier cosa menos alguien ejemplar.
El duque le dirigió una intensa mirada de deseo que hizo que ______ experimentara la emoción de sentirse por primera vez como una verdadera cortesana, y no como una chica boba y estirada tratando de fingir. Bajó la cabeza, se mordió el labio tímidamente y volvió a mirarlo.
Esbozando una sonrisa sensual, el duque le tendió el anillo.
–Cójalo –murmuró–. Insisto.
______ comprendió que con aquel gesto pretendía darle a entender que se lo había ganado, y se lo devolvió con una sonrisa de complicidad.
–Quédeselo, excelencia. Ha sido un placer.
Los hombres que los rodeaban estallaron en carcajadas, pero Nicholas se limitó a sonreír para sí y observó cómo ella se alejaba, con la promesa de volver a aquel lugar escrita en los ojos.
______ apenas había llegado a la otra habitación cuando oyó cómo el duque era aplaudido de forma atronadora por los hombres que ocupaban el salón.
Echó una ojeada por encima del hombro y vio que Nick se reía cordialmente mientras lord Alvanley le daba palmadas en la espalda jovialmente. Tal vez alguien acababa de decirle que ella nunca le había concedido ese favor a ninguno de sus admiradores, pues las bronceadas mejillas de Nicholas estaban teñidas de un rubor viril.
______ se rió para sus adentros y se dio la vuelta. Era tarde, de modo que abandonó el salón y se fue a la cama antes de que apareciera alguno de sus admiradores buscando una oportunidad de conseguir un beso. Ahora sabía quién quería que la besara.
Cuando posó la cabeza sobre la almohada todavía seguía riéndose, y aunque el corazón le latía con excitación y una nueva esperanza, se negó a prestar oídos a la bulliciosa fiesta que se estaba celebrando abajo, cerró los ojos y logró descansar a fuerza de voluntad.
Era tarde y no estaría bien tener aspecto ojeroso cuando volviera su futuro protector.
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Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
ya chicas justo me pillaron en un buen Genio hoy día y al ver sus comentarios me alegraron mas el día así que aquí les dejo uno extra♥
Una cortesana.
Nunca antes había besado a una cortesana, ni la había tocado ni había dejado que lo tocase. Había tenido cuidado con ellas. Tenía sus prejuicios, es cierto, pues un hombre en su posición debía ser cauteloso. Y sin embargo... ¿qué ocurriría si ella estuviera allí?
Cerró los ojos, aliviando su desesperada soledad con imágenes de ella a la luz de las velas, misteriosa y adorable, mientras su risa altiva y enloquecedora resonaba en sus oídos, mofándose de él.
Él quería más.
Con un beso no bastaba. Quería explorar cada curva de su cuerpo, saborear su piel bajo sus labios... Con un gemido sordo, se colocó de cara a la pared, lleno de un deseo culpable. No podía parar.
Pensó en la fina textura de su cabello mientras soñaba que él se lo soltaba y veía cómo caía en rubias cascadas sobre sus hombros. Entonces, en su imaginación, se desvestían el uno al otro y él la llevaba a su cama, donde _____ empleaba cada centímetro de su sedosa piel juvenil para hechizarlo con su ensueño amoroso. Fille de joie. Chica de placer. Mientras su cuerpo anhelaba y deseaba ardientemente su roce, él era consciente de que podía hacer que aquello ocurriera pagando un precio.
Fuera cual fuese el precio, se lo podría permitir sin problemas. Pero no se atrevía.
Una mujer como aquella podía aceptarlo por sus posesiones y luego largarse tan contenta. O peor aún, atarse a él para siempre por medio de hijos ilegítimos. Era peligrosa.
Pero condenadamente atractiva.
El domingo, cuando se hizo de día, Nick advirtió que al fin debía de haberse quedado dormido, pues se despertó con el sonido de las campanas que tocaban a misa. Tenía la cabeza despejada y el cuerpo revitalizado, y todo su ser estaba ansioso por volver junto a _____ Hamilton antes de que Frankie Breckinridge acabara de dormir la mona y oyera hablar del beso.
A juzgar por el comportamiento de Frankie la noche anterior, su reacción a la noticia no sería agradable. Nick tenía intención de permanecer con ella para protegerla cuando el baronet llegara.
Es más, se le había ocurrido una solución. La señorita Hamilton era evidentemente el punto de apoyo por medio del cual podía obtener una enorme influencia sobre Frankie. En primer lugar, tendría que poner a Bel un poco a prueba, determinar en quién recaía su simpatía, pero si Frankie le desagradaba tanto como parecía, únicamente sería cuestión de acogerla bajo su protección.
El plan que estaba cobrando forma en su mente implicaba asociarse íntimamente con la señorita Hamilton durante las semanas venideras, pero a la luz del día no encontró ninguna razón por la cual no pudiera confiar plenamente en su férreo autocontrol. Él era el puñetero duque virtuoso, ¿no era así? Todo el mundo sabía que podía rechazar fácilmente la tentación. Trataría a la _____ Hamilton con cortesía y le pagaría por su tiempo, pero no se comprometería «de aquella manera» con una cortesana.
Haciendo un esfuerzo de voluntad, se obligó a esperar hasta la tarde para visitarla.
Eran las cuatro y cuarto cuando saltó de su carrocín. Dejó al cuidado del carruaje a William, su competente mozo de cuadra, un huesudo muchacho de diecinueve años, se acercó resueltamente a la puerta de Harriette Wilson y llamó.
Esperó a que alguien respondiera, entrecerrando los ojos para protegerse del brillante sol de mayo, mientras el fuerte viento le ensortijaba el cabello y jugaba con los faldones de su suave frac de color pardo. Miró al cielo azul, disfrutando de la frescura del aire, del fantástico conjunto de nubes y de la promesa del inminente esplendor del verano.
Cuando la criada le abrió la puerta, Nick le entregó su tarjeta de visita y preguntó por la señorita Hamilton. La sirvienta hizo una reverencia y se apresuró a subir la estrecha escalera de madera para ver si la señorita estaba preparada para recibir visitas. Él se paseó por el pequeño vestíbulo de la entrada, haciendo sonar sus pasos con un extraño eco. Casi no parecía el mismo sitio abarrotado de la noche anterior. La excitación de volver a ver a la adorable, impertinente e increíblemente deliciosa señorita Hamilton apenas se veía mitigada por la punzada de culpabilidad que le recordaba que estaba allí únicamente por Danielle.
La doncella regresó y le preguntó si podía esperar un par de minutos más. Él se encogió de hombros y siguió paseando, dando golpecitos ociosamente a su sombrero de copa contra el muslo, inspeccionando con curiosidad la silla de manos de Harriette que estaba apoyada junto a la escalera.
La señorita Hamilton lo hizo esperar –a él, el poderoso duque de Hawkscliffe– un cuarto de hora largo antes de dignarse permitirle subir para que gozara de su selecta compañía. Él no tenía la menor duda de que el único propósito de aquello consistía en enseñarle dónde estaba su sitio: junto a ella. ¿Qué otra cosa podía hacer sino suspirar y aceptarlo? Hasta que no estuviera bajo su exclusiva protección, aquella cortesana tendría los triunfos en su mano. Por extraño que pareciera, sus transparentes maquinaciones no afectaron al humor sorprendentemente jovial de Nick. No podía evitarlo. Aquella muchacha le divertía.
Cuando finalmente la señorita Hamilton envió a la doncella para decirle que subiera, el corazón del duque comenzó a acelerarse de forma ridícula a medida que subía los escalones. La criada lo condujo a través del gran salón, que en ese momento estaba vacío, por delante de la mesa con el tapete verde, hasta una sala situada en la parte trasera del segundo piso. La doncella hizo una reverencia y lo dejó en el umbral de la sala.
Entró y encontró a la señorita Hamilton colocada con recatada perfección en un elegante sofá de estilo egipcio, junto a una mesa redonda con un jarrón que contenía unas hortensias recién cortadas. Tenía un periódico en el regazo, y sus pies reposaban sobre un escabel bordado. Incluso el sol de la tarde que entraba por la ventana parecía engañoso al relucir en su cabello rubio claro, que ese día se derramaba sobre sus hombros en ondas rubias y rizos brillantes como el champán. Sus suntuosos mechones mantenían cierta apariencia de orden gracias a un par de peinetas de marfil.
Nick sonrió cuando la atractiva criatura fingió que no lo había visto, dejando que la mirara hasta hartarse. Llevaba un vestido de muselina de color amarillo pálido con puntillas y un amplio cuello redondo. Las mangas cortas y abombadas invitaban al duque a admirar sus finos brazos. Todo el mundo la consideraba un ángel dulce y tierno, pensó Nick con un estúpido sentimentalismo. Y, aun sabiendo que la escena que tenía ante sus ojos era el resultado calculado de la conquista femenina y mercenaria, se sentía cautivado.
–Buenas tardes, señorita Hamilton.
_____ alzó la vista en el momento justo, y a continuación le dedicó una cálida sonrisa. Le brillaban los ojos con un nuevo fulgor.
–¡Excelencia!
–Espero no interrumpir –dijo él en un tono bastante irónico.
–En absoluto –declaró ella con alegría, tendiéndole la mano como una princesa inclinada a tratarlo con favoritismo.
Él se acercó obedientemente, tomó su mano y le dio el esperado beso en la punta de los dedos. Los grandes ojos de color azul violáceo de ______ brillaron cuando él la saludó, y, salvo engaño por parte de Nick, la joven y bella cortesana se hallaba indudablemente ruborizada.
Tras el beso ella no se soltó de la mano del duque, sino que la rodeó con los dedos y tiró de él para que se sentara en el sofá situado junto a ella, obsequiándolo con una generosa sonrisa. Nick no apartó la mirada de su rostro, empapándose de aquella visión.
–Me preguntaba si me visitaría hoy –dijo _____, casi con timidez.
Él se rió con ternura.
–¿Acaso lo dudaba?
Ella sonrió y su rubor se volvió más intenso. Los dos se quedaron mirándose fijamente en un silencio cautivador y placentero. Nick creyó que le había dado un vuelco el corazón.
–¿Qué está leyendo? –preguntó, antes de que sintiera la tentación de estrecharla entre sus brazos y besarla en el sofá hasta que perdiera el sentido.
–El Quarterly Review.
–¿De verdad? –Sorprendido de que no se tratase de una absurda historia gótica publicada por entregas, posó el brazo en el respaldo del sofá, por detrás de ella, y se acercó para examinar el ejemplar que estaba leyendo. Olió la fragancia suave y pura de su cabello, una mezcla saludable de capullos de rosa, almendras dulces y camomila que penetró directamente en su cabeza.
–Acabo de leer un artículo fascinante titulado «Un llamamiento para la abolición internacional del esclavizaje», escrito por su excelencia, el duque de Hawkscliffe. ¿Ha oído hablar de él?
Sorprendido, Nick notó cómo se le arrebolaban las mejillas. Lo invadió la timidez ante aquel interés por su trabajo.
–Un tipo aburrido, ¿eh?
–Al contrario, excelencia. Me parece que sus ensayos están escritos con mucha destreza. Es usted lógico en sus argumentos, contundente en su estilo, y me atrevería a decir que... apasionado con el tema. Solo me pregunto si sus colegas tories no se asustan.
–¿Por qué lo dice? –preguntó él desconcertado.
–Algunas de sus opiniones se acercan a las de los whigs.
Nick la miró fijamente, en parte divertido y en parte indignado. Después de todo, no era más que una mujer. ¿Qué sabía ella de política?
–Oh, ¿en serio? –dijo indulgentemente con voz cansina.
–Absolutamente. –Cogió un ejemplar doblado del Edinburgh Review que había en la mesa situada junto a ella– Usted disfrutaría si conociera al amigo de Harriette, el señor Henry Brougham. He estado leyendo los periódicos de los dos partidos, y sus opiniones sobre ciertos temas se parecen notablemente.
Nick arqueó una ceja. Le resultaba imposible determinar si se sentía insultado, sorprendido, o simplemente divertido al haber sido comparado tan alegremente con su gran rival político.
La señorita Hamilton se dirigió a él con inocencia.
–¿Conoce al señor Brougham, excelencia?
–Eh... Hemos coincidido alguna vez.
Ella arrojó el Edinburgh Review a un lado y volvió a hojear el Quarterly.
–También he leído su ensayo «El castigo debe adecuarse al crimen». Sus ideas sobre la reforma penal me parecen excelentes. No estoy diciendo que entienda todos los matices legales, pero un hombre que sabe distinguir lo que está bien de lo que está mal merece mi respeto. Quedan pocos como usted –añadió con altanería.
Conteniendo una carcajada de perplejidad y bastante incómodo por su elogio, Nick apartó el periódico de sus manos.
–Vamos, señorita Hamilton, hace un día demasiado bueno para quedarse encerrado en casa leyendo ensayos aburridos de política.
–Es usted demasiado modesto –le recriminó ella, pero sus ojos brillaron de alegría ante la invitación. Se puso en pie de un salto y se alejó a grandes zancadas en busca de su chal, su sombrero y su sombrilla.
Solo en la sala, Nick no podía dejar de sonreír. Bajó la cabeza, soltó un suspiro y se pasó la mano por el pelo tratando de mantener la calma. Caramba, no esperaba que fuera tan perspicaz como hermosa.
Un par de minutos más tarde regresó _____, lista para salir. Bajaron saltando los crepitantes escalones como niños excitados, y salieron a la gloriosa luz del sol.
Nick la ayudó a subir a su carrocín y dio la vuelta en dirección al asiento del conductor, mientras William se colocaba en su sitio en la parte trasera. Agarró las riendas y las hizo restallar contra el lomo de sus veloces caballos bayos de pura raza.
El sonido de los cascos de los caballos reverberaba contra las impecables casas con fachadas lisas mientras el carruaje bajaba por la calle empedrada. Los niños que jugaban a la pelota en la calle se dispersaron al ver que ellos se acercaban. Cuando dejaron atrás al bullicioso grupo de muchachos, Nick fustigó los caballos para que avanzaran a medio galope. _____ se reía con deleite de la velocidad alcanzada, y su pelo ondeaba hacia atrás y le azotaba la cara a ambos lados de su sombrero. Él sonreía abiertamente, disfrutando de la rara ocasión de poder presumir a las riendas del carruaje ante una hermosa joven.
El paseo hasta Hyde Park no fue largo. Cuando llegaron, encontraron Inner Ring Road atestado de jinetes y carruajes abiertos, todo el mundo había salido a dar un paseo dominical en plena temporada. Avanzaban a paso rápido y la calzada se hallaba cubierta de barro.
Nick se percató rápidamente de las miradas que les dirigían. Los jóvenes contemplaban boquiabiertos a _____, mientras que las mujeres casadas lo miraban a él atónitas, pero aquello no era más que el principio. Sabía que el rumor se extendería rápidamente. Pronto todos –incluido Frankie– se habrían enterado de que había sido visto escoltando a la deseada cortesana por el centro de la ciudad.
Mientras tanto, solo podía preguntarse cómo se sentía su hermosa compañera cuando pasaban junto a algunas damas de la sociedad que le giraban la cabeza, o peor aún, cuando algunos hombres que se habían rendido a sus pies la noche anterior se apresuraban en sus carruajes con sus esposas e hijos y fingían que no la conocían, que no existía. Toda aquella hipocresía despertaba el instinto protector del duque de un modo furibundo.
Se fijó en ella y supo que estaba disgustada, pues la mirada que dirigía hacia delante se había vuelto inexpresiva, como había ocurrido la noche anterior durante la diatriba de Frankie. El rostro de Nick se endureció. Fuera cortesana o no, él no pensaba dejar que le hicieran aquello.
Sin preguntarle a _____ adónde prefería ir, siguió por West Carriage Drive, donde Hyde Park daba paso a los jardines de Kensington. Como era domingo, los jardines estaban abiertos. Condujo el carrocín hasta apartarse ligeramente de las miradas hostiles y envidiosas.
Al aproximarse a Long Water, redujo la marcha de los caballos hasta que se detuvieron. Se giró y descubrió a la señorita Hamilton mirándolo interrogante.
–He pensado que podíamos caminar un poco junto al agua –dijo él.
Ella asintió con la cabeza, visiblemente aliviada tras haber logrado escapar del grosero escrutinio de la gente fina. Nick puso el freno, bajó del carruaje y la ayudó a descender mientras William se ocupaba de sus obligaciones, dirigiéndose a la parte delantera para sujetar las riendas de los caballos.
Dejaron al muchacho al cuidado del carrocín y caminaron por la orilla del estanque siguiendo un sendero de grava. Una ruidosa bandada de patos los siguió, y, como ambos permanecían en silencio, los graznidos de las aves en busca de migas se convirtieron en el único lenguaje audible.
Mientras paseaba con las manos a la espalda, Nick observó cómo _____ caminaba lentamente junto a él con los brazos cruzados y los finos hombros cubiertos por un chal transparente de seda azul.
Se había retirado el sombrero y lo llevaba caído a la espalda, con las cintas de satén sujetas todavía alrededor del cuello. Su delicado perfil tenía un aire pensativo mientras contemplaba el agua reluciente.
–Su mozo de cuadra parece de confianza para ser un muchacho tan joven –comentó en un intento artificial por romper aquel elocuente silencio.
–¿Me creería si le dijera que antes era deshollinador? –respondió Nick con una media sonrisa, agradecido por la oportunidad que le brindaba–. Hace años el último patrón de William lo envió a limpiar algunas de las chimeneas de Jonas House, y mi cocinera se lo encontró desplomado en el suelo de la cocina. Nos dimos cuenta de que el muchacho se encontraba en estado de inanición y de agotamiento. La cocinera y la señora Laverty, mi ama de llaves, cuidaron de él y lo alimentaron hasta que se puso bien. Una vez recuperado, lo acogieron como mozo de cocina, pero pronto mostró un talento especial para los caballos, así que lo trasladamos a los establos. Dentro de diez años se habrá convertido en cochero jefe.
–Qué bonito acto de generosidad –dijo ella suavemente.
Nick agachó la cabeza, avergonzado por el elogio.
–Todo fue cosa de la señora Laverty, se lo aseguro. Me gustaría que me llamara Nicholas.
_____ le sonrió.
–Como desee.
Los dos contemplaban el suelo mientras caminaban, dejando que sus manos enguantadas se rozaran y se deslizaran en un flirteo sensual aunque sutil que estimuló a Nick más de lo que estaba dispuesto a admitir.
_____ le dedicó una sonrisa vacilante cuando se detuvieron tras un umbrío zarzal.
–Me temo que después de la excursión por Rotten Row, su acceso a los salones de Almack's puede verse en peligro.
–Almack's –dijo él resoplando, riéndose al pensar en las aburridas contradanzas a las que asistía obedientemente junto a las hijas casaderas y mojigatas de sus colegas. Probablemente se casaría con una de ellas al cabo de un año.
Una idea deprimente.
Lo más seguro era que acabara con la hija sorda de Coldfell, más por compasión o caballerosidad que por cualquier otro motivo. Las pocas veces que había visto a lady Demetria le había parecido una chica buena y obediente. Puesto que nadie quería a la pobre criatura debido a su discapacidad, a él le pareció que sería lo más correcto.
–Cuando tenía diecisiete años estuve a punto de ir a Almack's –comentó la señorita Hamilton con un suspiro, mientras deslizaba la mano por el hueco de su brazo y reemprendían el paseo.
–¿Qué pasó? ¿Por qué no fue?
Capítulo 4. 1/2
Nick pasó la noche solo en su enorme cama labrada, agitándose y dando vueltas entre las sábanas de satén y mirando el dosel de terciopelo en un estado de incertidumbre, lleno de excitación, frustración y curiosidad.Una cortesana.
Nunca antes había besado a una cortesana, ni la había tocado ni había dejado que lo tocase. Había tenido cuidado con ellas. Tenía sus prejuicios, es cierto, pues un hombre en su posición debía ser cauteloso. Y sin embargo... ¿qué ocurriría si ella estuviera allí?
Cerró los ojos, aliviando su desesperada soledad con imágenes de ella a la luz de las velas, misteriosa y adorable, mientras su risa altiva y enloquecedora resonaba en sus oídos, mofándose de él.
Él quería más.
Con un beso no bastaba. Quería explorar cada curva de su cuerpo, saborear su piel bajo sus labios... Con un gemido sordo, se colocó de cara a la pared, lleno de un deseo culpable. No podía parar.
Pensó en la fina textura de su cabello mientras soñaba que él se lo soltaba y veía cómo caía en rubias cascadas sobre sus hombros. Entonces, en su imaginación, se desvestían el uno al otro y él la llevaba a su cama, donde _____ empleaba cada centímetro de su sedosa piel juvenil para hechizarlo con su ensueño amoroso. Fille de joie. Chica de placer. Mientras su cuerpo anhelaba y deseaba ardientemente su roce, él era consciente de que podía hacer que aquello ocurriera pagando un precio.
Fuera cual fuese el precio, se lo podría permitir sin problemas. Pero no se atrevía.
Una mujer como aquella podía aceptarlo por sus posesiones y luego largarse tan contenta. O peor aún, atarse a él para siempre por medio de hijos ilegítimos. Era peligrosa.
Pero condenadamente atractiva.
El domingo, cuando se hizo de día, Nick advirtió que al fin debía de haberse quedado dormido, pues se despertó con el sonido de las campanas que tocaban a misa. Tenía la cabeza despejada y el cuerpo revitalizado, y todo su ser estaba ansioso por volver junto a _____ Hamilton antes de que Frankie Breckinridge acabara de dormir la mona y oyera hablar del beso.
A juzgar por el comportamiento de Frankie la noche anterior, su reacción a la noticia no sería agradable. Nick tenía intención de permanecer con ella para protegerla cuando el baronet llegara.
Es más, se le había ocurrido una solución. La señorita Hamilton era evidentemente el punto de apoyo por medio del cual podía obtener una enorme influencia sobre Frankie. En primer lugar, tendría que poner a Bel un poco a prueba, determinar en quién recaía su simpatía, pero si Frankie le desagradaba tanto como parecía, únicamente sería cuestión de acogerla bajo su protección.
El plan que estaba cobrando forma en su mente implicaba asociarse íntimamente con la señorita Hamilton durante las semanas venideras, pero a la luz del día no encontró ninguna razón por la cual no pudiera confiar plenamente en su férreo autocontrol. Él era el puñetero duque virtuoso, ¿no era así? Todo el mundo sabía que podía rechazar fácilmente la tentación. Trataría a la _____ Hamilton con cortesía y le pagaría por su tiempo, pero no se comprometería «de aquella manera» con una cortesana.
Haciendo un esfuerzo de voluntad, se obligó a esperar hasta la tarde para visitarla.
Eran las cuatro y cuarto cuando saltó de su carrocín. Dejó al cuidado del carruaje a William, su competente mozo de cuadra, un huesudo muchacho de diecinueve años, se acercó resueltamente a la puerta de Harriette Wilson y llamó.
Esperó a que alguien respondiera, entrecerrando los ojos para protegerse del brillante sol de mayo, mientras el fuerte viento le ensortijaba el cabello y jugaba con los faldones de su suave frac de color pardo. Miró al cielo azul, disfrutando de la frescura del aire, del fantástico conjunto de nubes y de la promesa del inminente esplendor del verano.
Cuando la criada le abrió la puerta, Nick le entregó su tarjeta de visita y preguntó por la señorita Hamilton. La sirvienta hizo una reverencia y se apresuró a subir la estrecha escalera de madera para ver si la señorita estaba preparada para recibir visitas. Él se paseó por el pequeño vestíbulo de la entrada, haciendo sonar sus pasos con un extraño eco. Casi no parecía el mismo sitio abarrotado de la noche anterior. La excitación de volver a ver a la adorable, impertinente e increíblemente deliciosa señorita Hamilton apenas se veía mitigada por la punzada de culpabilidad que le recordaba que estaba allí únicamente por Danielle.
La doncella regresó y le preguntó si podía esperar un par de minutos más. Él se encogió de hombros y siguió paseando, dando golpecitos ociosamente a su sombrero de copa contra el muslo, inspeccionando con curiosidad la silla de manos de Harriette que estaba apoyada junto a la escalera.
La señorita Hamilton lo hizo esperar –a él, el poderoso duque de Hawkscliffe– un cuarto de hora largo antes de dignarse permitirle subir para que gozara de su selecta compañía. Él no tenía la menor duda de que el único propósito de aquello consistía en enseñarle dónde estaba su sitio: junto a ella. ¿Qué otra cosa podía hacer sino suspirar y aceptarlo? Hasta que no estuviera bajo su exclusiva protección, aquella cortesana tendría los triunfos en su mano. Por extraño que pareciera, sus transparentes maquinaciones no afectaron al humor sorprendentemente jovial de Nick. No podía evitarlo. Aquella muchacha le divertía.
Cuando finalmente la señorita Hamilton envió a la doncella para decirle que subiera, el corazón del duque comenzó a acelerarse de forma ridícula a medida que subía los escalones. La criada lo condujo a través del gran salón, que en ese momento estaba vacío, por delante de la mesa con el tapete verde, hasta una sala situada en la parte trasera del segundo piso. La doncella hizo una reverencia y lo dejó en el umbral de la sala.
Entró y encontró a la señorita Hamilton colocada con recatada perfección en un elegante sofá de estilo egipcio, junto a una mesa redonda con un jarrón que contenía unas hortensias recién cortadas. Tenía un periódico en el regazo, y sus pies reposaban sobre un escabel bordado. Incluso el sol de la tarde que entraba por la ventana parecía engañoso al relucir en su cabello rubio claro, que ese día se derramaba sobre sus hombros en ondas rubias y rizos brillantes como el champán. Sus suntuosos mechones mantenían cierta apariencia de orden gracias a un par de peinetas de marfil.
Nick sonrió cuando la atractiva criatura fingió que no lo había visto, dejando que la mirara hasta hartarse. Llevaba un vestido de muselina de color amarillo pálido con puntillas y un amplio cuello redondo. Las mangas cortas y abombadas invitaban al duque a admirar sus finos brazos. Todo el mundo la consideraba un ángel dulce y tierno, pensó Nick con un estúpido sentimentalismo. Y, aun sabiendo que la escena que tenía ante sus ojos era el resultado calculado de la conquista femenina y mercenaria, se sentía cautivado.
–Buenas tardes, señorita Hamilton.
_____ alzó la vista en el momento justo, y a continuación le dedicó una cálida sonrisa. Le brillaban los ojos con un nuevo fulgor.
–¡Excelencia!
–Espero no interrumpir –dijo él en un tono bastante irónico.
–En absoluto –declaró ella con alegría, tendiéndole la mano como una princesa inclinada a tratarlo con favoritismo.
Él se acercó obedientemente, tomó su mano y le dio el esperado beso en la punta de los dedos. Los grandes ojos de color azul violáceo de ______ brillaron cuando él la saludó, y, salvo engaño por parte de Nick, la joven y bella cortesana se hallaba indudablemente ruborizada.
Tras el beso ella no se soltó de la mano del duque, sino que la rodeó con los dedos y tiró de él para que se sentara en el sofá situado junto a ella, obsequiándolo con una generosa sonrisa. Nick no apartó la mirada de su rostro, empapándose de aquella visión.
–Me preguntaba si me visitaría hoy –dijo _____, casi con timidez.
Él se rió con ternura.
–¿Acaso lo dudaba?
Ella sonrió y su rubor se volvió más intenso. Los dos se quedaron mirándose fijamente en un silencio cautivador y placentero. Nick creyó que le había dado un vuelco el corazón.
–¿Qué está leyendo? –preguntó, antes de que sintiera la tentación de estrecharla entre sus brazos y besarla en el sofá hasta que perdiera el sentido.
–El Quarterly Review.
–¿De verdad? –Sorprendido de que no se tratase de una absurda historia gótica publicada por entregas, posó el brazo en el respaldo del sofá, por detrás de ella, y se acercó para examinar el ejemplar que estaba leyendo. Olió la fragancia suave y pura de su cabello, una mezcla saludable de capullos de rosa, almendras dulces y camomila que penetró directamente en su cabeza.
–Acabo de leer un artículo fascinante titulado «Un llamamiento para la abolición internacional del esclavizaje», escrito por su excelencia, el duque de Hawkscliffe. ¿Ha oído hablar de él?
Sorprendido, Nick notó cómo se le arrebolaban las mejillas. Lo invadió la timidez ante aquel interés por su trabajo.
–Un tipo aburrido, ¿eh?
–Al contrario, excelencia. Me parece que sus ensayos están escritos con mucha destreza. Es usted lógico en sus argumentos, contundente en su estilo, y me atrevería a decir que... apasionado con el tema. Solo me pregunto si sus colegas tories no se asustan.
–¿Por qué lo dice? –preguntó él desconcertado.
–Algunas de sus opiniones se acercan a las de los whigs.
Nick la miró fijamente, en parte divertido y en parte indignado. Después de todo, no era más que una mujer. ¿Qué sabía ella de política?
–Oh, ¿en serio? –dijo indulgentemente con voz cansina.
–Absolutamente. –Cogió un ejemplar doblado del Edinburgh Review que había en la mesa situada junto a ella– Usted disfrutaría si conociera al amigo de Harriette, el señor Henry Brougham. He estado leyendo los periódicos de los dos partidos, y sus opiniones sobre ciertos temas se parecen notablemente.
Nick arqueó una ceja. Le resultaba imposible determinar si se sentía insultado, sorprendido, o simplemente divertido al haber sido comparado tan alegremente con su gran rival político.
La señorita Hamilton se dirigió a él con inocencia.
–¿Conoce al señor Brougham, excelencia?
–Eh... Hemos coincidido alguna vez.
Ella arrojó el Edinburgh Review a un lado y volvió a hojear el Quarterly.
–También he leído su ensayo «El castigo debe adecuarse al crimen». Sus ideas sobre la reforma penal me parecen excelentes. No estoy diciendo que entienda todos los matices legales, pero un hombre que sabe distinguir lo que está bien de lo que está mal merece mi respeto. Quedan pocos como usted –añadió con altanería.
Conteniendo una carcajada de perplejidad y bastante incómodo por su elogio, Nick apartó el periódico de sus manos.
–Vamos, señorita Hamilton, hace un día demasiado bueno para quedarse encerrado en casa leyendo ensayos aburridos de política.
–Es usted demasiado modesto –le recriminó ella, pero sus ojos brillaron de alegría ante la invitación. Se puso en pie de un salto y se alejó a grandes zancadas en busca de su chal, su sombrero y su sombrilla.
Solo en la sala, Nick no podía dejar de sonreír. Bajó la cabeza, soltó un suspiro y se pasó la mano por el pelo tratando de mantener la calma. Caramba, no esperaba que fuera tan perspicaz como hermosa.
Un par de minutos más tarde regresó _____, lista para salir. Bajaron saltando los crepitantes escalones como niños excitados, y salieron a la gloriosa luz del sol.
Nick la ayudó a subir a su carrocín y dio la vuelta en dirección al asiento del conductor, mientras William se colocaba en su sitio en la parte trasera. Agarró las riendas y las hizo restallar contra el lomo de sus veloces caballos bayos de pura raza.
El sonido de los cascos de los caballos reverberaba contra las impecables casas con fachadas lisas mientras el carruaje bajaba por la calle empedrada. Los niños que jugaban a la pelota en la calle se dispersaron al ver que ellos se acercaban. Cuando dejaron atrás al bullicioso grupo de muchachos, Nick fustigó los caballos para que avanzaran a medio galope. _____ se reía con deleite de la velocidad alcanzada, y su pelo ondeaba hacia atrás y le azotaba la cara a ambos lados de su sombrero. Él sonreía abiertamente, disfrutando de la rara ocasión de poder presumir a las riendas del carruaje ante una hermosa joven.
El paseo hasta Hyde Park no fue largo. Cuando llegaron, encontraron Inner Ring Road atestado de jinetes y carruajes abiertos, todo el mundo había salido a dar un paseo dominical en plena temporada. Avanzaban a paso rápido y la calzada se hallaba cubierta de barro.
Nick se percató rápidamente de las miradas que les dirigían. Los jóvenes contemplaban boquiabiertos a _____, mientras que las mujeres casadas lo miraban a él atónitas, pero aquello no era más que el principio. Sabía que el rumor se extendería rápidamente. Pronto todos –incluido Frankie– se habrían enterado de que había sido visto escoltando a la deseada cortesana por el centro de la ciudad.
Mientras tanto, solo podía preguntarse cómo se sentía su hermosa compañera cuando pasaban junto a algunas damas de la sociedad que le giraban la cabeza, o peor aún, cuando algunos hombres que se habían rendido a sus pies la noche anterior se apresuraban en sus carruajes con sus esposas e hijos y fingían que no la conocían, que no existía. Toda aquella hipocresía despertaba el instinto protector del duque de un modo furibundo.
Se fijó en ella y supo que estaba disgustada, pues la mirada que dirigía hacia delante se había vuelto inexpresiva, como había ocurrido la noche anterior durante la diatriba de Frankie. El rostro de Nick se endureció. Fuera cortesana o no, él no pensaba dejar que le hicieran aquello.
Sin preguntarle a _____ adónde prefería ir, siguió por West Carriage Drive, donde Hyde Park daba paso a los jardines de Kensington. Como era domingo, los jardines estaban abiertos. Condujo el carrocín hasta apartarse ligeramente de las miradas hostiles y envidiosas.
Al aproximarse a Long Water, redujo la marcha de los caballos hasta que se detuvieron. Se giró y descubrió a la señorita Hamilton mirándolo interrogante.
–He pensado que podíamos caminar un poco junto al agua –dijo él.
Ella asintió con la cabeza, visiblemente aliviada tras haber logrado escapar del grosero escrutinio de la gente fina. Nick puso el freno, bajó del carruaje y la ayudó a descender mientras William se ocupaba de sus obligaciones, dirigiéndose a la parte delantera para sujetar las riendas de los caballos.
Dejaron al muchacho al cuidado del carrocín y caminaron por la orilla del estanque siguiendo un sendero de grava. Una ruidosa bandada de patos los siguió, y, como ambos permanecían en silencio, los graznidos de las aves en busca de migas se convirtieron en el único lenguaje audible.
Mientras paseaba con las manos a la espalda, Nick observó cómo _____ caminaba lentamente junto a él con los brazos cruzados y los finos hombros cubiertos por un chal transparente de seda azul.
Se había retirado el sombrero y lo llevaba caído a la espalda, con las cintas de satén sujetas todavía alrededor del cuello. Su delicado perfil tenía un aire pensativo mientras contemplaba el agua reluciente.
–Su mozo de cuadra parece de confianza para ser un muchacho tan joven –comentó en un intento artificial por romper aquel elocuente silencio.
–¿Me creería si le dijera que antes era deshollinador? –respondió Nick con una media sonrisa, agradecido por la oportunidad que le brindaba–. Hace años el último patrón de William lo envió a limpiar algunas de las chimeneas de Jonas House, y mi cocinera se lo encontró desplomado en el suelo de la cocina. Nos dimos cuenta de que el muchacho se encontraba en estado de inanición y de agotamiento. La cocinera y la señora Laverty, mi ama de llaves, cuidaron de él y lo alimentaron hasta que se puso bien. Una vez recuperado, lo acogieron como mozo de cocina, pero pronto mostró un talento especial para los caballos, así que lo trasladamos a los establos. Dentro de diez años se habrá convertido en cochero jefe.
–Qué bonito acto de generosidad –dijo ella suavemente.
Nick agachó la cabeza, avergonzado por el elogio.
–Todo fue cosa de la señora Laverty, se lo aseguro. Me gustaría que me llamara Nicholas.
_____ le sonrió.
–Como desee.
Los dos contemplaban el suelo mientras caminaban, dejando que sus manos enguantadas se rozaran y se deslizaran en un flirteo sensual aunque sutil que estimuló a Nick más de lo que estaba dispuesto a admitir.
_____ le dedicó una sonrisa vacilante cuando se detuvieron tras un umbrío zarzal.
–Me temo que después de la excursión por Rotten Row, su acceso a los salones de Almack's puede verse en peligro.
–Almack's –dijo él resoplando, riéndose al pensar en las aburridas contradanzas a las que asistía obedientemente junto a las hijas casaderas y mojigatas de sus colegas. Probablemente se casaría con una de ellas al cabo de un año.
Una idea deprimente.
Lo más seguro era que acabara con la hija sorda de Coldfell, más por compasión o caballerosidad que por cualquier otro motivo. Las pocas veces que había visto a lady Demetria le había parecido una chica buena y obediente. Puesto que nadie quería a la pobre criatura debido a su discapacidad, a él le pareció que sería lo más correcto.
–Cuando tenía diecisiete años estuve a punto de ir a Almack's –comentó la señorita Hamilton con un suspiro, mientras deslizaba la mano por el hueco de su brazo y reemprendían el paseo.
–¿Qué pasó? ¿Por qué no fue?
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
awww me encanta
Gracias por los capis!!
Me encanta Nick es ta dfghks
Ya se enamoro de la rayiz!!!
Siguela!!!
Gracias por los capis!!
Me encanta Nick es ta dfghks
Ya se enamoro de la rayiz!!!
Siguela!!!
aranzhitha
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
:wut: :wut: :wut: :wut: :wut:
AAAAAAHH MALDIOOOOO!!!!!!.. OMO SE ATREVE A TRARTALAAAA ASIIII!!!
YYY Y LO BUENOOO FUUEEE EL BESOSOTOOOOTEEEEEEEEE!!!!!
NICK NO PERDIO EL TIEMPOOOO!!!!!
JEJEJEJEJJEJEJEJEJE
AAAII YO TAMBIEN QUIERO UN BESOO DE NIICCKKK!!!!
JAJAJJAJAJAJAJJA
AAAAAAHH MALDIOOOOO!!!!!!.. OMO SE ATREVE A TRARTALAAAA ASIIII!!!
YYY Y LO BUENOOO FUUEEE EL BESOSOTOOOOTEEEEEEEEE!!!!!
NICK NO PERDIO EL TIEMPOOOO!!!!!
JEJEJEJEJJEJEJEJEJE
AAAII YO TAMBIEN QUIERO UN BESOO DE NIICCKKK!!!!
JAJAJJAJAJAJAJJA
chelis
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
le contara???? xq no fue alli???
hay dios casi me da un ataque el beso
síguela quiero mas capitulos
por favor esta super genial
hay dios casi me da un ataque el beso
síguela quiero mas capitulos
por favor esta super genial
ElitzJb
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
aranzhitha escribió:awww me encanta
Gracias por los capis!!
Me encanta Nick es ta dfghks
Ya se enamoro de la rayiz!!!
Siguela!!!
*-* me encanta que te encante enserio *-* y si nick es muy jhgsdfhsjdf y la rayis tambien xd
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
chelis escribió: :wut: :wut: :wut: :wut: :wut:
AAAAAAHH MALDIOOOOO!!!!!!.. OMO SE ATREVE A TRARTALAAAA ASIIII!!!
YYY Y LO BUENOOO FUUEEE EL BESOSOTOOOOTEEEEEEEEE!!!!!
NICK NO PERDIO EL TIEMPOOOO!!!!!
JEJEJEJEJJEJEJEJEJE
AAAII YO TAMBIEN QUIERO UN BESOO DE NIICCKKK!!!!
JAJAJJAJAJAJAJJA
si es un marviito >< .. y bueno quien no quiere un Beso de los Jonas(?) ..*-*
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
ElitzJb escribió:le contara???? xq no fue alli???
hay dios casi me da un ataque el beso
síguela quiero mas capitulos
por favor esta super genial
joojo ... eso se ve en el siguiente parte de capi C: ..y altiro la subo :D
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
Nueva lectora!!!
Hola!!! ¿¿Como estás?? aun no he terminado de leer porque no tengo mucho tiempo en la compu por mi hermana, pero la empecé a leer y hasta donde he llegado déjame decirte que me encantó y quería dejarte un comentario. te dije que la iba a leer y acá estoy... espero ponerme al tanto rápido!! Esta muy linda y entretenida, realmente te dan ganas de seguir leyendo...
Besos y cuidate!!!
Lore
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
Lore escribió:Nueva lectora!!!
Hola!!! ¿¿Como estás?? aun no he terminado de leer porque no tengo mucho tiempo en la compu por mi hermana, pero la empecé a leer y hasta donde he llegado déjame decirte que me encantó y quería dejarte un comentario. te dije que la iba a leer y acá estoy... espero ponerme al tanto rápido!! Esta muy linda y entretenida, realmente te dan ganas de seguir leyendo...
Besos y cuidate!!!
Holaa! .. estoy bien gracias y tu .. bueno y que solo leela cuando puedas nu mas (: la verdad me encanta que estes aquí *-* .. Bienvenidaaa ♥
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
Hooola chicas espero que estén Bieen ♥ las quiero mucho a mis fieles y locas lectoras (intuyo que sean así xd). Espero que les guste este cap.♥
–Mi madre murió un par de semanas antes de la esperada fecha de mi entrada...
–Lo siento mucho.
–Gracias, no se preocupe. –Le sonrió con aire melancólico–. Al estar de luto, obviamente, no podía ir a ninguna parte.
–Debería haber ido si eso la hubiera ayudado a animarse.
–¿Cree que me dejarían entrar ahora? –preguntó con una sonrisa irónica.
–No se preocupe. –Él se rió entre dientes y le dio unos golpecitos en la mano, que reposaba en su antebrazo–. No se pierde gran cosa. La comida es terrible, el ponche es flojo, la compañía es aburrida, y el suelo de la sala de baile es tan desigual que deberían declarar en ruina todo el edificio. Y no dejan jugar al veintiuno a cambio de besos.
–Bueno, entonces no me molesta que me prohíban la entrada. –Sonriendo con picardía, apretó el brazo del duque y se inclinó hacia él con aire cómplice–. Así pues, Nicholas, dígame, ¿dónde aprendió un hombre virtuoso como usted a besar de ese modo?
Él arqueó las cejas y la miró.
La señorita Hamilton retiró su mano del brazo del duque y se rió.
–¿Y bien?
–He viajado mucho –afirmó él con aire de superioridad, y siguió caminando.
–Oh, ¿de verdad? –Bel lo siguió dando un saltito–. ¡Suéltelo, Jonas!
Él se echó a reír.
–Nunca hablo de los besos que doy.
–Oh, vamos, ¡a mí me lo puede contar!
–Bueno –murmuró él, bajando la voz hasta emplear un tono digno de un conspirador–. Para que lo sepa, hubo una dama a la que conocía. Una viuda.
–¿Una viuda alegre?
–Muy alegre –susurró con una risa burlona–. Era más joven que yo. Estuve locamente enamorado durante dos, tres años –dijo, repentinamente indignado–. Incluso le pedí que se casara conmigo.
–¿La trampa de la vicaría, Nicholas? ¡Por Dios!
–Ya sé que suena extraño, pero es lo que quería. –Se encogió de hombros–. No soy partidario de los flirteos.
Ella se rió de él como si ya hubiera oído aquello antes.
–¿De verdad? Entonces ¿de qué es partidario?
Jonas miró el agua reluciente y sintió la tentación de no responderle, pero una palabra escapó suavemente de sus labios, por absurda que resultara.
–De la devoción.
Ella se quedó mirándolo fijamente por un instante, como si fuera incapaz de determinar si hablaba en serio o estaba bromeando, y de repente forzó una sonrisa alegre y siguió caminando como si él no hubiera dicho nada.
Nick advirtió que _____ se había ruborizado y arqueó una ceja mientras ella se adelantaba ligeramente.
–¡Rechazó al duque de Hawkscliffe! ¡Qué raro! ¿Y por qué no quiso casarse con usted su viuda alegre?
Nick la siguió con la mirada, intrigado por su reacción nerviosa.
–Ya había cumplido con su obligación, dar a luz a los futuros herederos –dijo de forma despreocupada–. Había recibido una fortuna, y no tenía ninguna intención de echar raíces por segunda vez, ni conmigo ni con ninguna otra persona. Dios, cómo la quería. Pero ella solo deseaba ser libre e independiente.
–No hay nada malo en el hecho de ser independiente si una mujer se lo puede permitir.
–Bueno, esa mujer en concreto se ha arrepentido más tarde de esa decisión, se lo aseguro.
La señorita Hamilton se volvió y lo miró por fin.
–Volvió junto a usted arrastrándose, ¿verdad? La viuda alegre resultó no ser tan alegre después de haberse divertido.
–Sí.
–¿Y usted se libró de ella? ¿La echó a la calle?
El duque se rió irónicamente mientras miraba hacia delante sendero abajo. Era todo un caballero como para reconocer que nunca le habían faltado compañeras de cama. A pesar de todo, aunque él prefería las relaciones discretas y exclusivas, todas las amantes que había tenido habían acabado acusándolo de forma histérica e incomprensible de no preocuparse por ellas, o de estar demasiado ocupado con su carrera política, o de algo por el estilo. Cuando lo amenazaban con marcharse él raramente discutía con ellas, pues según su experiencia resultaba imposible tanto complacer a las mujeres como comprenderlas.
Contempló de nuevo la mirada expectante de la señorita Hamilton.
–Basta con decir que la gente solo dispone de una oportunidad conmigo, querida. Generalmente soy intolerante con las manías de las personas que me rodean, no puedo soportar la estupidez. Es un defecto de mi carácter, lo sé, pero compenso mi poca caridad trabajando con unas exigencias más altas que las que empleo para valorar a los demás. Y creo que por el momento ya he hablado suficiente de mí –declaró, cogiéndole la mano. La condujo cortésmente fuera del sendero de grava, en dirección a la orilla del estanque–. Me gustaría saber cosas sobre usted.
–¿Qué desea saber?
La sostuvo mientras ella pasaba con delicadeza de una gran roca gris a otra, sujetándose los faldones amarillos para que no se manchasen de barro.
–Todo.
–No hay mucho que contar. Nacimiento: Kelmscot, en el condado de Oxford, el tres de septiembre de mil setecientos noventa y uno. Lenguas: francés y algo de latín. Habilidades: toco el piano regular, y no sé dibujar. Adoro la historia y los gatos.
–Los gatos, ¿eh? ¿Y los perros?
–Soy un poco precavida con los perros, lo confieso. Sobre todo con los grandes.
–Hum, yo tengo seis. Mastines y perros de Terranova. Cada uno de ellos pesa más que usted.
Ella se encogió de hombros.
–Su excelencia vive en una perrera.
–No se les permite entrar en casa. Cuénteme algo más.
–¿Como qué?
Jonas la miró directamente a los ojos.
–¿Qué hay entre usted y Frankie Breckinridge?
La señorita Hamilton se puso rígida y lo miró fijamente a los ojos durante un largo rato, con un aspecto extremadamente receloso.
–Frankie Breckinridge es un imbécil –dijo finalmente–. Es todo lo que tengo que decir sobre el tema. –Apartó la vista, fingiendo que contemplaba el agua.
–Me da la impresión de que le ha dado calabazas.
–No me haga reír.
–¿Y bien?
Ella resopló con un refinado desdén.
–Frankie se ha dedicado a hacerme la vida imposible durante los últimos diez meses. Ya vio la forma en que se comportó conmigo anoche. Sé que lo vio.
–Sí, pero no estaba seguro de lo que estaba presenciando. No sabía si era una discusión entre amantes u otra cosa.
–¿Una discusión entre amantes? –Arrugó la nariz, indignada–. Uf, antes besaría a un sapo. ¿Es necesario que hablemos de esto? Solo con pensar en él se me amarga el día...
–Mi querida señorita Hamilton, sabe perfectamente que Frankie vendrá a buscarme hecho una furia en cuanto se entere de que la he besado...
Ella levantó un dedo.
–Disculpe, pero fui yo quien lo besó.
–En cualquier caso merezco saber a lo que me enfrento.
–Fue culpa suya. Usted fue quien insistió en que le diera un segundo beso –le recordó ella, apuntándole con el dedo en el pecho.
–Oh, ¿acaso no le gustó? –preguntó él en tono agradable.
La señorita Hamilton le dirigió una mirada de superioridad, se dio la vuelta y empezó a caminar delante de él pavoneándose.
Nick se quedó mirándola, cautivado por sus melifluos andares, y de repente la siguió en un extraño arrebato de vigorosa euforia. Dios, era una picaruela tentadora.
–Pretendo ganarme su favor, como ya sabe, así que podría contármelo todo –dijo él con aire premeditadamente despótico.
–¿ De verdad? –Se volvió y lo miró con una sorpresa llena de recelo–. Harriette dice que usted desprecia a las mujeres de nuestra clase.
Él alzó la mano de ______ y depositó un galante beso en sus nudillos.
–No soy más insensible a la belleza que otros hombres –dijo, halagándola con destreza.
–¿Siempre sabe lo que tiene que decir?
–La mayoría de las veces.
Ella soltó un suspiro.
–Muy bien, pero comprenda que me estoy confiando a usted.
–Nunca repetiría lo que me contara en confianza.
–Conocí a Frankie el pasado otoño, en el baile de la temporada de caza. Yo no tenía el menor deseo de conocerlo, ya que durante toda la noche había estado viendo cómo se burlaba de nosotros, los pueblerinos, pero consideró que yo era digna de que me invitara a bailar. Conocía a uno de mis vecinos y le pidió que nos presentase: no tenía escapatoria. Tardé tres segundos en descubrir lo odiosamente repugnante que es. Sin embargo, desgraciadamente, sir Frankie se sintió atraído por mí y empezó a perseguirme al día siguiente. Cuando se dio cuenta de que estaba decidida a rechazar sus intentos, su acoso se volvió desagradable.
–¿Cómo de desagradable? –preguntó él, frunciendo el ceño.
–Hizo que encerraran a mi padre en la prisión de Fleet. Así es como empezó todo.
Nick se detuvo y la miró de hito en hito.
–¿Cómo lo consiguió?
Ella se estremeció ligeramente.
–Mi padre es un coleccionista con una obsesión demasiado grande por los manuscritos iluminados. Tendría que conocerlo. Todo el mundo que lo conoce acaba adorándolo. Incluso nuestros acreedores nunca fueron demasiado duros con él. Cuando venían a recaudar su dinero, él los arrastraba hasta su biblioteca y les enseñaba los últimos manuscritos que se había comprado en vez de pagar nuestras facturas. Los acreedores se conmovían al ver su entusiasmo y lo dejaban en paz advirtiéndole que pagase el mes siguiente, pero él nunca lo hacía. Entonces apareció Frankie y amenazó a los tenderos para que recuperasen su dinero. Les prometió que si presionaban a mi padre para que les pagase lo que les debía, él les ofrecería negocios gracias a sus amigos de Londres. En cuestión de poco tiempo, papá estaba en la cárcel. Ahora está allí... y yo aquí.
–¿Y usted aquí? ¿Qué quiere decir eso?
Ella le dedicó una débil sonrisa de abatimiento.
–Ya sabe lo que quiere decir, Nicholas.
–Señorita Hamilton, le ruego que me diga qué es su padre.
–Un caballero...
–¿Un caballero? ¿Un hombre que compra libros viejos y deja que su hija venda su cuerpo para no morirse de hambre? ¿Y usted lo llama caballero?
–No insulte a mi padre, señor. Él es lo único que tengo –dijo ella tajantemente.
Nick apretó los dientes, pero no se quedó del todo satisfecho.
Aparentemente había atacado las defensas de la joven, pues parecía irritada y le resultaba imposible dejar las cosas como estaban.
–El culpable de que me convirtiera en lo que soy no fue mi padre. Fue Frankie, que nos arrebató todo lo que teníamos. ¿Cómo se atreve a despreciarme? No tenía opción.
–¿Y qué piensa su padre de que se prostituya para salvarle el pellejo?
–Papá no sabe nada de esto.
–Con lo famosa que se ha vuelto, ¿no cree que es probable que un día lo descubra?
–¡Mi padre ni siquiera sabe el siglo en el que estamos! –gritó ella, llevándose las manos a la cabeza. Luego soltó un suspiro de frustración y se dio la vuelta.
Nick apenas podía contener su disgusto.
–¿Quiere decir que es imposible convencer a su padre de que se separe de sus libros para salvarlos a los dos?
–Ya no tiene sus manuscritos. Los donó a la colección de la biblioteca Bodleian.
–Oh, nunca había oído un disparate mayor –murmuró él, enojado hasta extremos que le impedían refrenar su lengua–. Le ruego que me disculpe, pero su padre parece tonto. Esa es exactamente la clase de idiotez alocada e irresponsable que desprecio...
_____ rechinó los dientes, indignada; sus ojos brillaban como fuegos de artificio.
–La visita ha terminado. –Se giró, haciendo que su sombrero se balancease tras ella, y empezó a alejarse de él en la dirección opuesta al carruaje.
–¿Adónde va?
–A casa –respondió ella, sin mirar atrás.
–¿No quiere que la lleve en el coche, señorita Hamilton?
–¡No quiero nada de usted!
–Entonces va a ir caminando.
–¡Sí! –Ella se dio la vuelta para darle la cara, con las mejillas teñidas de carmesí por la rabia–. Es lo que hace la gente que no tiene coches lujosos. Por mí, puede meter ese maldito trasto en Long Water –gritó, y a continuación se volvió y siguió su camino.
Nick se quedó mirándola asombrado, y súbitamente se puso en movimiento y la siguió dando grandes zancadas.
–¡Señorita Hamilton! ¡Señorita Hamilton!
Ella se giró con una actitud de distante curiosidad, de nuevo con aspecto insensible y altivo. «Dios, es desesperante», pensó él.
–Señorita Hamilton, lo siento. No me correspondía a mí decir eso. Por favor. Suelo ser testarudo, no puedo evitarlo.
Ella sacudió la cabeza y resopló de forma remilgada.
Ahora que su curiosidad había puesto de manifiesto que aquella joven tenía casi tantos motivos como él para odiar a Frankie, Nick decidió que había llegado el momento de dejarse de juegos. Era hora de ponerse manos a la obra.
–Lo cierto es que tengo que hablar con usted. En privado.
______ se cruzó de brazos y le lanzó una mirada indecisa, poco convencida de que lo que a él le interesara fuera precisamente hablar con ella.
–¿Sobre qué?
–Se lo explicaré todo, pero este no es el sitio adecuado.
–¿Por qué no me dice que me va a conceder carta blanca, excelencia?
La osadía de la joven lo indignó.
–Señorita Hamilton –respondió él, con el tono más serio del que fue capaz–, no le concedería carta blanca ni a la mismísima Venus. No soy tan tonto... aunque tal vez usted sea la mujer más parecida a ella que hay en todo Londres.
–Buen intento, excelencia, pero si no me concede carta blanca no tenemos nada que discutir... en privado o de cualquier otra forma. Que tenga un buen día. –Y echó a caminar.
–¡______!
–Por favor, no me haga perder más tiempo. Intento ganarme la vida, ya sabe.
–Sea razonable, picaruela –murmuró, mientras la seguía por el sendero dando grandes pasos–. No le puedo dar acceso ilimitado a mis cuentas cuando soy el responsable de administrar la fortuna de toda mi familia. Podría ser una jugadora. O una ladrona, por lo que sé de usted. Además... –Le agarró la mano y la detuvo.
Ella se giró con el brazo extendido y lo miró frunciendo el ceño.
–¿Además qué, puritano insoportable?
El duque tiró de ella con delicadeza, sonriendo maliciosamente a pesar de sí mismo.
–No se atreva.
–Entonces no me insulte.
–Usted empezó.
Los ojos de la señorita Hamilton brillaban de forma desafiante, y sin embargo se dejó arrastrar hacia él hasta que sus senos rozaron el pecho de Nick. Le sostuvo la mirada, y los dos se dejaron llevar al instante por una fascinación magnética que impulsaba sus cuerpos a tocarse a pesar del conflicto existente entre sus mentes y sus voluntades.
–Puedo darle algo mejor que la carta blanca –dijo él, mientras deslizaba las manos por su esbelta cintura, disfrutando del contacto de su espléndido y ágil cuerpo a través de la fina capa de muselina. Jonas se deleitó con su falta de resistencia pero, si bien ella permitía aquel roce, seguía manteniendo su aire desafiante elevando la barbilla.
–¿Qué puede haber mejor que la carta blanca?
Él inclinó la cabeza y se detuvo, rozando el lóbulo de su oreja con los labios, prácticamente incapaz de resistirse, pese a maldecirse por estar actuando como un traidor. Esperó hasta que ella tembló de deseo y entonces susurró:
–La venganza.
Ella se quedó inmóvil y lo miró con recelo.
–¿De Frankie?
–¿Le interesa?
–Tal vez.
–¿Vamos a hablar a algún sitio, señorita Hamilton?
Ella lo observó con suspicacia, pero lo dejó que la llevara hasta el carruaje. Mientras se dirigían de vuelta a la casa de Harriette, él solo deseaba que su enemigo mutuo no los estuviera esperando.
2/2
–Mi madre murió un par de semanas antes de la esperada fecha de mi entrada...
–Lo siento mucho.
–Gracias, no se preocupe. –Le sonrió con aire melancólico–. Al estar de luto, obviamente, no podía ir a ninguna parte.
–Debería haber ido si eso la hubiera ayudado a animarse.
–¿Cree que me dejarían entrar ahora? –preguntó con una sonrisa irónica.
–No se preocupe. –Él se rió entre dientes y le dio unos golpecitos en la mano, que reposaba en su antebrazo–. No se pierde gran cosa. La comida es terrible, el ponche es flojo, la compañía es aburrida, y el suelo de la sala de baile es tan desigual que deberían declarar en ruina todo el edificio. Y no dejan jugar al veintiuno a cambio de besos.
–Bueno, entonces no me molesta que me prohíban la entrada. –Sonriendo con picardía, apretó el brazo del duque y se inclinó hacia él con aire cómplice–. Así pues, Nicholas, dígame, ¿dónde aprendió un hombre virtuoso como usted a besar de ese modo?
Él arqueó las cejas y la miró.
La señorita Hamilton retiró su mano del brazo del duque y se rió.
–¿Y bien?
–He viajado mucho –afirmó él con aire de superioridad, y siguió caminando.
–Oh, ¿de verdad? –Bel lo siguió dando un saltito–. ¡Suéltelo, Jonas!
Él se echó a reír.
–Nunca hablo de los besos que doy.
–Oh, vamos, ¡a mí me lo puede contar!
–Bueno –murmuró él, bajando la voz hasta emplear un tono digno de un conspirador–. Para que lo sepa, hubo una dama a la que conocía. Una viuda.
–¿Una viuda alegre?
–Muy alegre –susurró con una risa burlona–. Era más joven que yo. Estuve locamente enamorado durante dos, tres años –dijo, repentinamente indignado–. Incluso le pedí que se casara conmigo.
–¿La trampa de la vicaría, Nicholas? ¡Por Dios!
–Ya sé que suena extraño, pero es lo que quería. –Se encogió de hombros–. No soy partidario de los flirteos.
Ella se rió de él como si ya hubiera oído aquello antes.
–¿De verdad? Entonces ¿de qué es partidario?
Jonas miró el agua reluciente y sintió la tentación de no responderle, pero una palabra escapó suavemente de sus labios, por absurda que resultara.
–De la devoción.
Ella se quedó mirándolo fijamente por un instante, como si fuera incapaz de determinar si hablaba en serio o estaba bromeando, y de repente forzó una sonrisa alegre y siguió caminando como si él no hubiera dicho nada.
Nick advirtió que _____ se había ruborizado y arqueó una ceja mientras ella se adelantaba ligeramente.
–¡Rechazó al duque de Hawkscliffe! ¡Qué raro! ¿Y por qué no quiso casarse con usted su viuda alegre?
Nick la siguió con la mirada, intrigado por su reacción nerviosa.
–Ya había cumplido con su obligación, dar a luz a los futuros herederos –dijo de forma despreocupada–. Había recibido una fortuna, y no tenía ninguna intención de echar raíces por segunda vez, ni conmigo ni con ninguna otra persona. Dios, cómo la quería. Pero ella solo deseaba ser libre e independiente.
–No hay nada malo en el hecho de ser independiente si una mujer se lo puede permitir.
–Bueno, esa mujer en concreto se ha arrepentido más tarde de esa decisión, se lo aseguro.
La señorita Hamilton se volvió y lo miró por fin.
–Volvió junto a usted arrastrándose, ¿verdad? La viuda alegre resultó no ser tan alegre después de haberse divertido.
–Sí.
–¿Y usted se libró de ella? ¿La echó a la calle?
El duque se rió irónicamente mientras miraba hacia delante sendero abajo. Era todo un caballero como para reconocer que nunca le habían faltado compañeras de cama. A pesar de todo, aunque él prefería las relaciones discretas y exclusivas, todas las amantes que había tenido habían acabado acusándolo de forma histérica e incomprensible de no preocuparse por ellas, o de estar demasiado ocupado con su carrera política, o de algo por el estilo. Cuando lo amenazaban con marcharse él raramente discutía con ellas, pues según su experiencia resultaba imposible tanto complacer a las mujeres como comprenderlas.
Contempló de nuevo la mirada expectante de la señorita Hamilton.
–Basta con decir que la gente solo dispone de una oportunidad conmigo, querida. Generalmente soy intolerante con las manías de las personas que me rodean, no puedo soportar la estupidez. Es un defecto de mi carácter, lo sé, pero compenso mi poca caridad trabajando con unas exigencias más altas que las que empleo para valorar a los demás. Y creo que por el momento ya he hablado suficiente de mí –declaró, cogiéndole la mano. La condujo cortésmente fuera del sendero de grava, en dirección a la orilla del estanque–. Me gustaría saber cosas sobre usted.
–¿Qué desea saber?
La sostuvo mientras ella pasaba con delicadeza de una gran roca gris a otra, sujetándose los faldones amarillos para que no se manchasen de barro.
–Todo.
–No hay mucho que contar. Nacimiento: Kelmscot, en el condado de Oxford, el tres de septiembre de mil setecientos noventa y uno. Lenguas: francés y algo de latín. Habilidades: toco el piano regular, y no sé dibujar. Adoro la historia y los gatos.
–Los gatos, ¿eh? ¿Y los perros?
–Soy un poco precavida con los perros, lo confieso. Sobre todo con los grandes.
–Hum, yo tengo seis. Mastines y perros de Terranova. Cada uno de ellos pesa más que usted.
Ella se encogió de hombros.
–Su excelencia vive en una perrera.
–No se les permite entrar en casa. Cuénteme algo más.
–¿Como qué?
Jonas la miró directamente a los ojos.
–¿Qué hay entre usted y Frankie Breckinridge?
La señorita Hamilton se puso rígida y lo miró fijamente a los ojos durante un largo rato, con un aspecto extremadamente receloso.
–Frankie Breckinridge es un imbécil –dijo finalmente–. Es todo lo que tengo que decir sobre el tema. –Apartó la vista, fingiendo que contemplaba el agua.
–Me da la impresión de que le ha dado calabazas.
–No me haga reír.
–¿Y bien?
Ella resopló con un refinado desdén.
–Frankie se ha dedicado a hacerme la vida imposible durante los últimos diez meses. Ya vio la forma en que se comportó conmigo anoche. Sé que lo vio.
–Sí, pero no estaba seguro de lo que estaba presenciando. No sabía si era una discusión entre amantes u otra cosa.
–¿Una discusión entre amantes? –Arrugó la nariz, indignada–. Uf, antes besaría a un sapo. ¿Es necesario que hablemos de esto? Solo con pensar en él se me amarga el día...
–Mi querida señorita Hamilton, sabe perfectamente que Frankie vendrá a buscarme hecho una furia en cuanto se entere de que la he besado...
Ella levantó un dedo.
–Disculpe, pero fui yo quien lo besó.
–En cualquier caso merezco saber a lo que me enfrento.
–Fue culpa suya. Usted fue quien insistió en que le diera un segundo beso –le recordó ella, apuntándole con el dedo en el pecho.
–Oh, ¿acaso no le gustó? –preguntó él en tono agradable.
La señorita Hamilton le dirigió una mirada de superioridad, se dio la vuelta y empezó a caminar delante de él pavoneándose.
Nick se quedó mirándola, cautivado por sus melifluos andares, y de repente la siguió en un extraño arrebato de vigorosa euforia. Dios, era una picaruela tentadora.
–Pretendo ganarme su favor, como ya sabe, así que podría contármelo todo –dijo él con aire premeditadamente despótico.
–¿ De verdad? –Se volvió y lo miró con una sorpresa llena de recelo–. Harriette dice que usted desprecia a las mujeres de nuestra clase.
Él alzó la mano de ______ y depositó un galante beso en sus nudillos.
–No soy más insensible a la belleza que otros hombres –dijo, halagándola con destreza.
–¿Siempre sabe lo que tiene que decir?
–La mayoría de las veces.
Ella soltó un suspiro.
–Muy bien, pero comprenda que me estoy confiando a usted.
–Nunca repetiría lo que me contara en confianza.
–Conocí a Frankie el pasado otoño, en el baile de la temporada de caza. Yo no tenía el menor deseo de conocerlo, ya que durante toda la noche había estado viendo cómo se burlaba de nosotros, los pueblerinos, pero consideró que yo era digna de que me invitara a bailar. Conocía a uno de mis vecinos y le pidió que nos presentase: no tenía escapatoria. Tardé tres segundos en descubrir lo odiosamente repugnante que es. Sin embargo, desgraciadamente, sir Frankie se sintió atraído por mí y empezó a perseguirme al día siguiente. Cuando se dio cuenta de que estaba decidida a rechazar sus intentos, su acoso se volvió desagradable.
–¿Cómo de desagradable? –preguntó él, frunciendo el ceño.
–Hizo que encerraran a mi padre en la prisión de Fleet. Así es como empezó todo.
Nick se detuvo y la miró de hito en hito.
–¿Cómo lo consiguió?
Ella se estremeció ligeramente.
–Mi padre es un coleccionista con una obsesión demasiado grande por los manuscritos iluminados. Tendría que conocerlo. Todo el mundo que lo conoce acaba adorándolo. Incluso nuestros acreedores nunca fueron demasiado duros con él. Cuando venían a recaudar su dinero, él los arrastraba hasta su biblioteca y les enseñaba los últimos manuscritos que se había comprado en vez de pagar nuestras facturas. Los acreedores se conmovían al ver su entusiasmo y lo dejaban en paz advirtiéndole que pagase el mes siguiente, pero él nunca lo hacía. Entonces apareció Frankie y amenazó a los tenderos para que recuperasen su dinero. Les prometió que si presionaban a mi padre para que les pagase lo que les debía, él les ofrecería negocios gracias a sus amigos de Londres. En cuestión de poco tiempo, papá estaba en la cárcel. Ahora está allí... y yo aquí.
–¿Y usted aquí? ¿Qué quiere decir eso?
Ella le dedicó una débil sonrisa de abatimiento.
–Ya sabe lo que quiere decir, Nicholas.
–Señorita Hamilton, le ruego que me diga qué es su padre.
–Un caballero...
–¿Un caballero? ¿Un hombre que compra libros viejos y deja que su hija venda su cuerpo para no morirse de hambre? ¿Y usted lo llama caballero?
–No insulte a mi padre, señor. Él es lo único que tengo –dijo ella tajantemente.
Nick apretó los dientes, pero no se quedó del todo satisfecho.
Aparentemente había atacado las defensas de la joven, pues parecía irritada y le resultaba imposible dejar las cosas como estaban.
–El culpable de que me convirtiera en lo que soy no fue mi padre. Fue Frankie, que nos arrebató todo lo que teníamos. ¿Cómo se atreve a despreciarme? No tenía opción.
–¿Y qué piensa su padre de que se prostituya para salvarle el pellejo?
–Papá no sabe nada de esto.
–Con lo famosa que se ha vuelto, ¿no cree que es probable que un día lo descubra?
–¡Mi padre ni siquiera sabe el siglo en el que estamos! –gritó ella, llevándose las manos a la cabeza. Luego soltó un suspiro de frustración y se dio la vuelta.
Nick apenas podía contener su disgusto.
–¿Quiere decir que es imposible convencer a su padre de que se separe de sus libros para salvarlos a los dos?
–Ya no tiene sus manuscritos. Los donó a la colección de la biblioteca Bodleian.
–Oh, nunca había oído un disparate mayor –murmuró él, enojado hasta extremos que le impedían refrenar su lengua–. Le ruego que me disculpe, pero su padre parece tonto. Esa es exactamente la clase de idiotez alocada e irresponsable que desprecio...
_____ rechinó los dientes, indignada; sus ojos brillaban como fuegos de artificio.
–La visita ha terminado. –Se giró, haciendo que su sombrero se balancease tras ella, y empezó a alejarse de él en la dirección opuesta al carruaje.
–¿Adónde va?
–A casa –respondió ella, sin mirar atrás.
–¿No quiere que la lleve en el coche, señorita Hamilton?
–¡No quiero nada de usted!
–Entonces va a ir caminando.
–¡Sí! –Ella se dio la vuelta para darle la cara, con las mejillas teñidas de carmesí por la rabia–. Es lo que hace la gente que no tiene coches lujosos. Por mí, puede meter ese maldito trasto en Long Water –gritó, y a continuación se volvió y siguió su camino.
Nick se quedó mirándola asombrado, y súbitamente se puso en movimiento y la siguió dando grandes zancadas.
–¡Señorita Hamilton! ¡Señorita Hamilton!
Ella se giró con una actitud de distante curiosidad, de nuevo con aspecto insensible y altivo. «Dios, es desesperante», pensó él.
–Señorita Hamilton, lo siento. No me correspondía a mí decir eso. Por favor. Suelo ser testarudo, no puedo evitarlo.
Ella sacudió la cabeza y resopló de forma remilgada.
Ahora que su curiosidad había puesto de manifiesto que aquella joven tenía casi tantos motivos como él para odiar a Frankie, Nick decidió que había llegado el momento de dejarse de juegos. Era hora de ponerse manos a la obra.
–Lo cierto es que tengo que hablar con usted. En privado.
______ se cruzó de brazos y le lanzó una mirada indecisa, poco convencida de que lo que a él le interesara fuera precisamente hablar con ella.
–¿Sobre qué?
–Se lo explicaré todo, pero este no es el sitio adecuado.
–¿Por qué no me dice que me va a conceder carta blanca, excelencia?
La osadía de la joven lo indignó.
–Señorita Hamilton –respondió él, con el tono más serio del que fue capaz–, no le concedería carta blanca ni a la mismísima Venus. No soy tan tonto... aunque tal vez usted sea la mujer más parecida a ella que hay en todo Londres.
–Buen intento, excelencia, pero si no me concede carta blanca no tenemos nada que discutir... en privado o de cualquier otra forma. Que tenga un buen día. –Y echó a caminar.
–¡______!
–Por favor, no me haga perder más tiempo. Intento ganarme la vida, ya sabe.
–Sea razonable, picaruela –murmuró, mientras la seguía por el sendero dando grandes pasos–. No le puedo dar acceso ilimitado a mis cuentas cuando soy el responsable de administrar la fortuna de toda mi familia. Podría ser una jugadora. O una ladrona, por lo que sé de usted. Además... –Le agarró la mano y la detuvo.
Ella se giró con el brazo extendido y lo miró frunciendo el ceño.
–¿Además qué, puritano insoportable?
El duque tiró de ella con delicadeza, sonriendo maliciosamente a pesar de sí mismo.
–No se atreva.
–Entonces no me insulte.
–Usted empezó.
Los ojos de la señorita Hamilton brillaban de forma desafiante, y sin embargo se dejó arrastrar hacia él hasta que sus senos rozaron el pecho de Nick. Le sostuvo la mirada, y los dos se dejaron llevar al instante por una fascinación magnética que impulsaba sus cuerpos a tocarse a pesar del conflicto existente entre sus mentes y sus voluntades.
–Puedo darle algo mejor que la carta blanca –dijo él, mientras deslizaba las manos por su esbelta cintura, disfrutando del contacto de su espléndido y ágil cuerpo a través de la fina capa de muselina. Jonas se deleitó con su falta de resistencia pero, si bien ella permitía aquel roce, seguía manteniendo su aire desafiante elevando la barbilla.
–¿Qué puede haber mejor que la carta blanca?
Él inclinó la cabeza y se detuvo, rozando el lóbulo de su oreja con los labios, prácticamente incapaz de resistirse, pese a maldecirse por estar actuando como un traidor. Esperó hasta que ella tembló de deseo y entonces susurró:
–La venganza.
Ella se quedó inmóvil y lo miró con recelo.
–¿De Frankie?
–¿Le interesa?
–Tal vez.
–¿Vamos a hablar a algún sitio, señorita Hamilton?
Ella lo observó con suspicacia, pero lo dejó que la llevara hasta el carruaje. Mientras se dirigían de vuelta a la casa de Harriette, él solo deseaba que su enemigo mutuo no los estuviera esperando.
See.Into.My.Mind♥
Re: Seductora Inocencia (Nick y ____.) TERMINADA
awwww me encanta Nick
Es tan lindo!!
Aunque un poco puritano!! :¬¬:
Siguela!!!
Es tan lindo!!
Aunque un poco puritano!! :¬¬:
Siguela!!!
aranzhitha
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